JOSÉ
DE SELGAS Y CARRASCO
POEMAS
La
niebla
En buen hora vayas tú,
Mansa niebla fugitiva,
Con
los bellos tornasoles,
Que tu transparencia cría,
Con
los tímidos reflejos
Con que la aurora matiza
La caprichosa inquietud
De tus formas infinitas.
En buen hora vayas, niebla,
Agitada
y suspendida
Por los vuelos cariñosos
De
la perfumada brisa;
Y trémula y afanosa,
Ya súbito desprendida,
Finjas sobre el
ancho mar
Tenues bandas amarillas;
O ya en sueltos pabellones,
Vagando leve y tranquila,
De púrpura, nácar y oro
Lujosamente
te vistas;
O ya en revuelto tropel,
Mal de tu grado indecisa,
Espiral incomprensible
Y maravillosa finjas;
O ya del viento
acosada,
Y por el mismo tendida
Beses el cáliz pintado
De las tiernas florecillas;
O mansamente agitada
El vuelo
del aura sigas,
Y del bosque gemidor
Los anchos contornos ciñas;
O ya alzándote orgullosa
Desde
la pradera umbría,
Flotante
penacho imites
Sobre la roca vecina.
En buen hora, mansa niebla,
Tu inquieto camino sigas,
Mis ojos te seguirán
Mientras te alcance la
vista.
Que ese misterioso vuelo,
Que tu existencia fatiga,
Algo para el alma tiene,
Cuando logra seducirla.
Y tal vez, tal vez, oh niebla,
Eres del alma querida,
Porque
nuestro corazón
A lo que cambia se inclina.
Y así te adora y te sigue,
Porque
compara tu vida
Con la amorosa inquietud
De sus dulces alegrías.
Leve sombra de la aurora,
Espejo donde se miran
Del amor
ardiente y puro
Las
ilusiones tranquilas...
Vuela en paz; y en la alta cumbre
Repite, con voz sentida,
Lo que las aguas murmuran,
Lo que las flores suspiran.
EL LAUREL
Naciendo la mañana, alzábase pomposo
Con noble gentileza magnífico laurel;
Y dicen que la aurora al verlo tan hermoso,
Suspiró de contento y enamoróse de él.
Blandió el laurel sus tallos con arrogante brío,
Y cuando al cielo altiva la frente levantó,
Cayó sobre sus hojas tal lluvia de rocío
Que al ímpetu doblóse y de placer gimió.
La brisa
en tal momento, meciéndose ligera
En los espesos ramos, le dijo al resbalar:
-«Soy de la reina aurora la esclava mensajera:
Oye lo que en su nombre te vengo a confiar.
»Tu majestad brillante, tu juventud preciada,
El lujo de tus hojas, tu espléndido verdor,
La tienen por tu dicha de amor enajenada;
Y
traigo en mis suspiros las prendas de su amor.
»Y porque siempre viva y eterna en tu memoria
De su cariño tierno la gracia celestial,
Serás entre los hombres un símbolo de gloria,
La frente que tú ciñas también será inmortal.»
Dijo, y en vuelo fácil, inquieta y bullidora,
Hacia el rosado oriente sus alas dirigió:
Cayeron nuevas perlas del manto de la aurora;
Se alzó el laurel de nuevo y el sol lo iluminó.
EL ÁLAMO BLANCO
Mientras el aura del ardiente estío
Derramaba con vuelo fatigado
Sobre
la mustia majestad del prado
De la alma aurora el virginal rocío;
Besando el agua del raudal umbrío,
A la sombra de un álamo apartado,
Oyó que así en murmullo sosegado
Decían el árbol y el sonoro río:
-Si el céfiro de abril huyó ligero,
¿Qué espíritu divino te alimenta
Y hace perpetuo tu verdor primero?
-Yo presto sombra cuando el sol calienta,
Rasgo del aire el torbellino fiero
Y
el bien que hago mi verdor sustenta.