JOSÉ
MIGUEL VICUÑA
POESIAS
A
UN RETRATO
Allí
donde el silencio temeroso
en
la espesa verdura se recrea,
sentí
desnuda soledad sin brazos,
y
corrientes confusas, y mareas.
Hoy
veo sombras donde vi armonías;
negros
pinos dormidos, donde auroras,
y,
para siempre, allí donde la dicha
pudo
brotar, hay un retrato mudo.
CANTIGA
Besa
el muro la hiedra (bella ausente,
beso
tu corazón dormido).
Mana
sangre la tarde.
El
musgo, sobre la piedra fría.
Te
detiene la gruta.
La
mano desespera:
traba
sollozos en sus dedos.
Cisterna,
negro
pozo de linfas cristalinas.
LA
POESÍA
Apareces,
bajel entre la bruma,
como
de ayer y espanto,
claro
fantasma,
desmantelado,
ardiendo.
Eres
la noche, turbulenta dicha.
Eres
astros y música de seres.
Fuego
celeste,
voz
de la sombra,
rómpeme,
abrásame.
ETERNA
De
nuestro llanto extraño,
de
nuestra voz de espuma,
¿qué,
sino sombra, nada más que sombra?
Vino
la muerte y se llevó tu boca;
vino
la muerte y se llevó mi pecho.
Vino
la muerte, y con los duros átomos
de
nuestra carne hizo las flores nuevas!
VALPARAÍSO
1942
En
ti espera caminos venturosos
ansiosa
el alma de emigrar un día,
y
se queda en tus humos laterales
con
su visión de espejos detenida.
En
tu jardín de tráficos y redes
mi
corazón vacila ante los mares,
y
los mares me aguardan y me asilan,
y
un enjambre dormido me retiene.
La
actividad oscura de tus máquinas
deja
un lamento gris en las paredes.
Los
faroles del puerto y las estrellas
en
el mar prisionero columpian sus imágenes.
En
la noche tu cauce multiforme
hace
alardes febriles.
Tanta
vida bullente acaso ignore
que
vigilas el mundo como un ciego.
Tú
pretendes, vecino del espacio,
domeñar
las corrientes profundas del océano.
En
el cerro crepita el viento peregrino
(mi
ambición se acrecienta):
viento
del mar, acaso, con lámparas marinas.
¡Olas
salobres, llenas de leyendas antiguas!
En
mi sangre se yerguen los vinos inmortales. . .
No
obstante, permanezco.
(¡A
los barcos sedientos
no
solamente el ancla los detiene!)
LAS
NOCHES PERPLEJAS
I
Tus
ojos son ternura y lejanía,
tus
manos, catedrales incendiadas.
Dilema
de tu paz y de tus días,
¡oh,
fría soledad de las estatuas!
Todo
en ti sangra y por tu voz perece.
El
trémolo violento de las cosas,
profundo
de sonidos y de sombras,
a
pleno sol, tu corazón detiene.
Sol
de sedosa piedra así pulida,
inmenso
sol que loco se concede,
sol
de celeste pedestal munido
que
de remotos ángeles procede.
El
sol que juega en húmedas, ruinosas
ciudades
de agonía y de misterio
destruye
el vivo reino de la rosa,
dulce
verbo del viejo tiempo eterno.
II
Viejo
deseo de amenguar la sombra,
de
iluminar el ignorado rostro,
libre
deseo de arbitrar la forma
rígida,
inmensa, del espacio solo,
ven
a mi llanto puro, a mi encendida
condensación
de mágicas visiones,
ven
a buscar en las oscuras voces
pizarra,
viento, lámparas dormidas.
Oh,
noche, soledad, astros benignos,
eco
de viejo, silencioso fuego,
aquí
miro las cosas libre, entero,
lleno
de dulce savia y de caminos.
¡Vuelva
la noche preservada y ciega!
Somos
de carne y de piedad y sombra
mientras
el tiempo roba nuestra pena,
nuestra
quimera, nuestra dicha roba.
¿A
DÓNDE?
Nacer,
tromba marina, tempestades celestes,
nacer,
espora en la tormenta ciega, nave del viento.
¿A
dónde, noche sin eco, ráfaga, muerte,
me
llevas mudo, solitario, loco?
Arenas
confundidas, tromba gigante, viento,
remolino
de negras humaredas de rostros
en
la noche de signos, de rastros, de vestigios,
en
la noche de sueños caídos en el tiempo.
Atrás...
¿dónde quedaron las voces, los caminos?...
Tormenta
de las torres, huracán de las sombras,
voy
llevado, sediento, seco, rotos los mástiles
entre
oscuros designios, desesperado, eterno.
ADIÓS
A LA MUERTE
Qué
de perfumes de ardor esquivo; qué de miradas;
qué
de olvidadas, viejas pupilas de sol nocturno;
qué
de perdidas enciclopedias nos desafían.
Clavad,
abuelos, vuestros suspiros desenterrados;
tornad
a prisa las gruesas láminas del álbum rojo;
dormida
raza de serafines, corred los velos.
Qué
de recuerdos, qué de imperiosos, hondos llamados;
qué
de perdidas enciclopedias nos desafían;
qué
de distancias entrecortadas de atisbos pálidos.
Pero,
tenaces, herid, cuchillos, los corazones de padre y madre;
romped
los vidrios multicolores de las ventanas;
dormida
raza de serafines, ¡corred los velos!
Qué
de perdidas enciclopedias nos desafían;
qué
de polillas y de carcomas y de gusanos;
qué
de levitas, qué de ambarinos, tenues encajes.
Haced
ceniza, negra ceniza de lo pasado;
dad
a los trastos los cortinajes y quitasoles;
naced
airosos, hijos del día, con nuevas alas.
LA
BRUMA
Qué
majestad
sombría
esta
sonora
presencia
de carruajes
caballos
en tropel;
goznes
pesados
de
invierno
y
candelabros
y
pavesas
y
avenidas de acacias
taciturna
su
soledad,
y
su doliente mar
por
todas las llanuras desbordado
buscando
cauce.
Y
alambradas,
y
gorriones dormidos,
y
la bruma
y
la tarde
torvamente
trepando.
QUIERES
ALZAR LA MANO
Quieres
alzar la mano
hacia
las torres que florecen sobre la niebla.
Derribada,
permanece
en la grama
junto
a las azucenas marchitas por el cierzo.
Perdió
el oro la espiga,
y
en el hilo trenzado que sujeta la sombra
juegan
fosforescencias del hálito rebelde.
Ya
del templo no quedan sino muro y techumbre;
sólo
búhos que anidan un adiós prolongado
se
aferran en el eco de sus ayes al símbolo.
Aire
que sopla con arenas de tumbas,
llama,
golpea, toca con insistente ritmo la piel exangüe.
Exánime,
presiente que el día va a morir, tenebroso de nubes.
Los
pastores regresan con quena y caramillo.
El
arrebol que hace tornar los cisnes manchará los tapiales,
y
los ríos solemnes, irisados de pájaros,
propagarán
aullidos en la corriente roja.
Las
anémonas beben el agua funeraria:
el
mar irrumpe, el fuego las embriaga, el vino de la sangre.
Y
en la grama, los pétalos bermejos danzan.
En
la sombra del templo fulguran los vitrales.
La
sal de ayer fue derramada.
El
día que agoniza nos da su luz, oh noche anunciadora.
La
mano yerta se entibia de caricias.
Recogerá
en el alba el carmín de las rosas,
savia
sangrienta arriba, ¡a conquistar las torres!
SONETOS
Lancé
a la luz desesperada
el
grito que contiene sombra y sueño.
Arcoiris,
albores y relámpagos
sostenían
el brillo
del
enrejado cerco de los rayos.
Ave
de ardor y de dolor, al centro
de
la jaula de oro, ciega canta.
II
Van
por mis venas lágrimas de espanto,
pólvora
y sal, regueros de agonía;
en
olas de ansiedad y de porfía
ahogué
mi vida y sofoqué su canto.
Ah,
río, río de mi seco llanto,
por
dentro corre tu vertiente fría;
cuando
los ojos brillan de alegría,
muero
de sombra y máscaras levanto.
De
todos ya me fui. Ya estoy ausente,
ya
navega mi sangre el malherido
y
ábrense nuevas llagas en mi frente.
Amor,
amor es todo lo que he sido.
Ya
pasamos, oh Tiempo, el sol es ido
y
la noche se va por mi corriente.
V
Abrir
de tacto ciego, ciego verano y goce.
Oh
goce del oído, mi lengua en lodo tiembla:
Son
brebajes y miedos, quiero golpear aldabas,
derribar
el penacho de los montes de piedra.
Vas,
y finges, y burlas el objeto, y descubres
los
nódulos sensibles de lo que el llanto oculta.
Pero,
¿alcanzas -¡oh precio de los astros!- alcanzas
ese
nudo de luces que te desvía y turba?
¿De
qué silencio cae nuestra simple tristeza?
Buscas,
en vano, ciego, por un cruel laberinto
el
hálito del verbo que se niega y rebela.
Pleno
estío de fuego, buscar mío en la sombra,
vas
tocando los brezos del sendero, tocando
las
yemas y los tallos, sin alcanzar su noche.
VIII
Este
sol amarillo de laureles
marca
el ayer que hoy amanece vivo.
Es
la luz en que larvan mis oñidos
la
soledad donde mi tiempo muere.
Es
un cuchillo de ojo refulgente
o
la corona en que me habré dormido.
Es
un barco, una hoja, desasidos
del
mar de sombra y de la rama ardiente.
Una
hoja de rápido veneno,
pura
intuición, espanto de la altura,
llama
imantada, frío pez del cielo.
Esta
amarilla luz es larva oscura
de
la tiniebla antigua y la futura,
y
lleva un sol herido de silencio.
X
Deja
crecer las voces de la noche,
crecer
con hojas
desprendidas,
volar, caer al sueño
en
el estanque
donde
brotan los besos del rocío.
Deja
correr las lágrimas calientes
de
la memoria
mar
adentro, a las cámaras de oro.
Deja
correr las horas enlazadas
lentas,
danzando,
volar,
volar hacia el color del día,
y
en las palabras
detenerse
al instante de mirarnos,
y
sabernos amor toda la vida.
XV
Antes
que toda noche se levante
y
su ciega tiniebla nos consuma,
toquemos
con el sol entre la bruma
el
terco vino del amor distante.
De
sus reflejos de arrebol quemante
entre
las olas rojas y la suma
de
sus aspas sangrantes, sólo espuma
de
la tarde dará el molino amante.
Pero
el misterio del adiós nos salva
del
odio de la noche vencedora:
muerto
el almendro solo y a mansalva,
aún
su aroma el corazón añora
y,
vencida la tarde, aún ahora
me
estremecen sus oros y su malva.
CANTO
A ÍCARO
Exordio
Antes
que los aqueos vencieran a los cíclopes,
antes
que los titanes derribaran
los
sensuales y oscuros y músicos centauros
y
se desvanecieran los faunos y Nereidas,
antes,
ya Zeus, temido de los dioses,
había
recubierto su presencia de plumas,
mentira
del amor.
Bajo
la luz de su metamorfosis
guardado
está el tabú del gran pasado,
cisne
de ensueño.
Buscad
en las verdades prenupciales
y
míticas del miedo.
Bajo
lápidas sordas de misterios y de fuentes vitales
está
el verbo intocado
aguardando
ese golpe de la espada
que
derrame las voces en vertientes
creadoras
y cálidas.
EL
VUELO
Sostenida
y segura
la
brisa eleva brumas y espumas a las olas,
y
peina las arenas
y
dispara sus granos al rostro del proscrito.
Son
minúsculas piedras las arenas
y
el viento las levanta,
y
nosotros, pequeños y perdidos
en
esta soledad de la isla,
frente
al viento y las nubes que mueven sus potencias,
somos
meras semillas
que
una brisa gigante levanta y acarrea,
como
plumas, o pájaros, o arenas.
Ah,
si en el aire quieto,
en
la serena brisa que navega en los aires,
nos
hiciéramos leves,
o
acaso con la fuerza de las aves,
capaces
de elevarnos y vagar -¡oh, locura!-
como
se alza el milano gigantesco
o
avanza por los aires el pelícano
que
la fuerza del ala poderosa sustenta;
o
como el capotillo, juguete de la brisa,
o
el vilano plumoso que transporta su grano por el cielo...
Juego
de movimiento de las masas del aire,
o
del veloz impulso de unos brazos alados;
crear
el instrumento que sostenga mi peso
cual
se desliza el águila, velero en las alturas,
o
rema por el éter levantando su peso hasta las cumbres.
Ahora
estás clamando.
Ahora
estás buscando la salida imposible,
la
irradiación del vuelo.
Y
estás llamando ahora;
pues
hemos de morir en esta playa inmensa
picoteados
de pájaros amigos y enemigos,
picoteados
de pájaros bajo el sol inclemente,
de
pájaros que, libres, sobre el mar se desplazan
y
que mueren
y
dejan a nuestros pies sus plumas;
pues
hemos de morir, hoy o mañana o nunca,
seamos
estos pájaros,
devoremos
nosotros nuestro ser,
venzamos
esta prueba,
construyamos
las alas, hijo mío,
¡marchemos
hacia el aire!
Buscas
plumas de pájaros salvajes.
Lo
que la mar arroja, los despojos del cielo,
lo
que la muerte entrega como vivo presente.
Las
fuertes, firmes plumas y los leves plumones
que
la sagaz mirada selecciona
y
recoges con trémulas y con ávidas manos.
¡Y
es frágil y liviana tu construcción alada!
INSTANCIA
PERMANENTE A ÍCARO
Vuela,
Ícaro, sí, que en tu heroísmo
halló
su paralelo
la
fe genial del arquitecto alado.
Dédalo
y tú, volando
se
alejan de la casa de lóbulos secretos.
Vuela,
Ícaro, sí, vuela y desgarra
la
rigidez granítica del cielo!,
y
con la cera de la dulce obrera,
con
ala de polluelo,
con
dura pluma de alcatraz, con garra
de
grifo de los aires,
¡quiebra
del éter las eternas puertas!
IMPETRACIÓN
AL HÉROE TESEO
Hermosura
terrible, oh tú, Némesis visionaria,
hermana
de las Parcas que gobiernan
el
paso de los hombres
y
la gran armonía de los mundos:
desde
las más profundas tinieblas
viniste
con espada refulgente
y
todo lo sabías,
y
venías serena,
y
fue para Teseo tu sonrisa.
Cuando
las ligaduras oprimían
y
era imperioso derribar los muros,
abrir
las oquedades con el filo sangrante,
cortar
las hondas venas
y
pulsar los latidos del invencible monstruo,
allí,
temblando allí bajo la empuñadura,
y
sentir extinguirse a borbotones
la
furiosa presencia de los nexos,
las
ataduras de milenios!,
fue
Némesis Teseo;
Teseo,
la Venganza.
Ya
recorre tus manos impertérritas
el
estertor postrero del semidiós de Minos,
y
atisbas anhelante la puerta donde aguarda
la
mirada dulcísima de Ariadna.
Y
ahora que, corriendo en la pradera
va
desatado el ventarrón del tiempo,
¿cuál
es el holocausto?, ¿cuál, Teseo?
Se
teñirá de sangre el mar de Grecia,
de
sangre de tu padre, el rey Egeo;
se
inundarán de lágrimas salobres
las
olas salinosas de la mar;
y
el premio de tu hazaña es la pupila
que
se habrá de apagar.
ARIADNA
Ansiedad
deslumbrada, Ariadna pura,
más
sabia que los hombres, por tu argucia,
los
pasos escondidos alumbras con un hilo,
y
en el héroe, absortos, tus ojos se extasían.
Amante
desdichada, raptada ya y sin tálamo,
en
la isla del Día
-donde
Dionisos canta coronado de pámpanos-
el
artero venable de Artemis te derriba.
Ariadna,
Ariadna, ¿en qué tus ojos caen,
dónde,
en qué pozo de la sombra miran?
Allí
siguen abiertos.
Tu
mirada
es
una luz de terciopelo y súplica,
y
es una lágrima no derramada,
y
es un silencio en el silencio, oscura.
ÍCARO,
EL HOMBRE
Apagó
su alarido el Minotauro,
y
sólo entonces, Ícaro, fue avistado tu vuelo.
Cuando
Teseo entró con una blanca lámina
y
desgarró tinieblas su cegadora luz,
y
el palpitante numen fue segado
trasegando
los vinos de la sangre.
Cuando
aclarado por el héroe fue el camino del hombre,
sólo
entonces,
quedó
esplendiendo, Ícaro, tu salto hacia el futuro.
Qué
vuelco en el destino tu revuelta profunda.
Vuela,
Ícaro, sí,
que
tu deseo
de
hallar la nuda luz
era
sabido por los dioses pretéritos.
Vuela,
hijo mío, hacia el abismo abierto
a
donde el pensamiento está naciendo.
No
dios que descendiera avergonzado,
fingido
cisne,
mas,
hombre tú, que a lo imposible avanzas
por
la dicha de ser en plenitud.
Ahora
vas volando y en ti no existe noche.
Cuando
asciendes, alcanzas la comba del cielo
un
goce más intenso que del beso de Leda.
Que
cuando el dios de dioses después del rapto huya
y
deje entre los charcos el disfraz de sus plumas,
tú
afrontarás sonriendo la muerte majestuosa
y
arderá tu plumaje en el fuego del sol.
El
dios inmarcesible se consume,
en
tanto tú, pequeño,
efímero
mortal, tú, destrozado,
tú
creces y renaces cada día
EL
HOMBRE DE CRO-MAGNON SE DESPEREZA
I
Ya
no hay ya, no ayer, ahora ni mañana;
el
tiempo, sólo éter, todo abismo.
No
hay aquí ni arriba;
el
movimiento usa su luz de límite y se expande.
Mundos
de mundos de no ser.
Veloces,
ay ¿veloces? naves de niños magos
besan
el sonido:
cohetes
liberados ríen al espacio sideral su aventura;
juguetes
del instante pasivo,
devorados
de impedimentos.
Pasad,
aves metálicas,
permaneced
en esta densa atmósfera de gases confundidos,
equilibrando
el dos en el espacio,
negando
el movimiento en vuestro vuelo.
La
mano trascendente
alza
apenas su numen raro en la soledad
y
ya se sabe torpe atrás,
lanzada
atrás en el pasado.
Son,
en la mano, multitudes de siglos hoy;
es
el hoy-siempre, en esta mano trascendente,
hecho
de crecimiento actual desenvolviéndose en presente,
de
golpe todo.
Qué,
esta masa? Es masa?
Y
esta luz, y este instante?
Qué
es, en el antro rígido?
Qué,
este movimiento que no vemos
y
que agranda en lo radiante los ojos abismados,
para
no ver?
Porque
el ser es la nada,
la
nada que condensa
su
afirmación en retrocesos de materia,
punto
de apoyo a la expansión elástica.
O
la nada es el ser,
único
ser,
que
abarca con creciente violencia
los
multiversales universos
con
la sed de ser todo y de negarse.
Quién
sabe? Quién comprende?
Esta
certeza apenas presentida
de
ser lo uno multiforme
creciendo
hacia lo uno,
el
uno en sed de uno, generador de movimiento.
Entreved
las partículas tenaces
liberadas
al orbe,
grávidas,
próvidas, violentas,
ricas
de audaces gérmenes de mundos,
distribuyendo
su nebúlea aurora con lento paso.
Ved
estas fuentes soles desangrarse,
hasta
colmar de un homogéneo fluido el medio todo.
Y
la barrera de la luz, quién sabe
si
es tan sólo una etapa de los límites?
Si
más veloz, más libre el movimiento
nos
depara un regreso a lo profundo?
Si
el todo, el todo escancia nuevos soles
y
en las transformaciones nos recrea?,
y
todo luz, en la armonía ilímite,
de
choque en choque,
los
infinitos ámbitos del uno
serán
la vida plena de los ángeles?
Oh,
dispersión caótica de mundos proyectados
cual
ráfagas de soles,
locura
del espacio,
compenetradas
masas danzantes en la nada,
embrionarios
destellos,
violentas
nebulosas,
explotad,
coronaos, rebalsad!, abarcadnos!
¡Cuando
el aire vacile y se destruya,
con
el solo sonido, la sombra y la palabra,
velaremos
el himen intacto de la forma!
II
Pensad
en esta mano
heredera
de diestros aprendices,
de
mágicos y audaces fabricantes;
esta
mano en que alientan
cultos
y ritos, lágrimas y signos;
mano
de sangre,
dueña
de nuestro hacer imprevisible,
forjadora
de nuestros más lejanos límites.
En
sus músculos finos permanece tu viejo antepasado,
que
todavía labra
con
buriles de piedra los dioses de marfil,
y
pule todavía los instrumentos últimos
para
que el sol entregue sus nódulos secretos.
El
Hombre de Cro-Magnon se despereza:
desde
sus dedos ve volar cohetes,
puentes
astrales,
máquinas
angélicas.
Siente
que el mundo se le va con ellos,
y
se despierta en ti, sale a tus ojos.
Su
miedo refulgente es el mirar de un niño
y
estrecha en esa mano tu corazón celoso,
todavía
no dado, cogido todavía
por
sus ritos, y dioses, y pavores.
Te
aferras al regreso:
las
cuevas de Altamira, los guturales cánticos,
alientan
estremecida tentación;
galopan
en tropeles los bisontes,
y
a la Hecha de sílice
huyen
los renos inmortales;
insemina
sus sueños el mágico unicornio
y
florecen las vírgenes praderas...
Y
en tu conciencia rigurosa bulle,
oh
animal perdurable,
vívido
soplo de supervivencias.
Es
aquí, en este mundo, hoy día, ahora,
en
esta dilución de tus entrañas,
mientras
ves que los ríos hinchan sombra
para
entregar raudales de energía,
mientras
surgen de usinas inflamadas
rayos
de vida y arcos espectrales,
cuando
los libros hablan claves ciegas
para
los elegidos victoriosos,
y
te asomas al cerco de los juegos
como
un advenedizo palpitante;
es
ahora, es ahora que se inicia
tu
día de inocencia.
Alba
tuya feliz, ahora aclara,
ahora
se levantan tus manos azotadas
y
otra vez se confirman
tus
alas y poderes, tus fetiches.
III
Un
ideal concilio de verdades se empina,
y
de su vuelo nacen palancas poderosas,
ultrasónicos
mares dirigidos, radiantes invasiones,
y
tú abarcas estrellas, equilibrios y leyes,
visiones
del mañana...
No,
corazón,
el
vencedor de los glaciares en ti regresa,
no
quiere soles
ni
oraciones sabias,
sino
vivir.
Vivir,
vivir ahora esta agonía aciaga;
rozar
con tus impulsos finales el confín;
rendir
en este linde sin salida la sombra,
levantar
tus penachos, tus danzas hasta el último
mugido
de tus dioses selváticos,
morir.
Los
ríos moribundos
acopian
contra el muro desalientos mortales.
El
fin de la agonía, oh multitudes, está presente aquí:
Sólo
la muerte reina
y
no se escucha otra sed,
no
se pregunta otra esperanza,
no
se agita en los antros deletéreos
otra
voz que la muerte.
Son
mares destruidos, oh pueblos, vuestros niños,
nacidos
con el signo fatal en la mirada,
portadores
del gesto de la desesperanza.
Por
qué gritan, y bullen, y se alegran
en
evasivas músicas de carne?
E1
paredón delante frena todo.
Más
allá no hay impulsos.
Sólo
hasta aquí los días sofocados, los terrores.
Y
los dedos antiguos de tu mano profunda,
seguros
te retienen.
Y
no cabe a tu sangre, sabedora del orbe,
a
tu mísero todo de tristeza demente,
no
cabe otro teorema de luces imprevistas,
y
no existe el reverso de esta luna sagrada.
El
sol que te agoniza,
es
todo languidez,
todo,
etiolada fábula de ancianos pesadores de vidas
atrapada
en la última estepa del silencio,
encarcelada
sombra ya vencida.
Qué
más queda en el mundo?
Sólo
nada, sólo cantos de difuntos,
epitafios
y dólmenes, elegías y llanto.
Qué
idioma te traduce, si negado te acusan,
y
atado, amordazado,
eres
trémulo plasma del cadalso?
Iras,
y mofas, y graznidos,
para
ti solo, rechazado de todo,
emergen
en oleadas de la noche.
Vencido,
encadenado, sometido,
ajeno
al instrumento de los sueños,
expulsado
del claustro,
acampado
a la vera,
despojado
de tu voz.
Si
hubieras intentado,
más
allá de tu abrigo y de tu nombre,
vencido
en tu secreta, íntima alcoba,
si
te hubieras osado,
audaz,
sereno,
a
trepanar tus tersos epitelios,
si
hubieras intentado darte todo
por
un cráter de luz,
ah,
entonces, lastimado!,
qué
diferente fuera el sacrificio!
No
ya solo y porfiado en la nostalgia,
desordenado
cáncer,
no
arrepentido, no angustiado,
sino
vívida aurora,
irradiación
dulcísima,
tu
inmolada sustancia, padre vida,
adorada
nos diera sus sendas meteóricas.
Los
profetas
en
su interior convulso se estremecen.
Ríen
los augures,
risa
gemela, risa explosiva, generante.
Es
el comienzo de la neología,
es
la luz vencedora de los negros abismos,
el
Saco de Carbón iluminante.
La
más oscura noche precede a la lechosa madrugada.
Es
el hoy que se inicia, yema o brote,
portador
de la diáfana alegría,
es
la leche brumosa del mañana.
IV
Oh
colonias de niñas inmortales,
avalanchas
de virgenes naciones.
Oh,
generosa, amante
majestad
de la vida pleniforme;
amor
te mueve, amor comunicante,
expansiva,
radiante forma pura.
La
Humanidad está iniciando el dia,
ya
no balbuce, no se aterra, canta.
Ya
no acosa al mamut en las quebradas,
ya
no danza con fuego en las entrañas,
ni
el pedernal acude a los rnartirios,
ni
los miedos tenaces la recorren.
En
los tabú, los circulos sagrados,
en
las iniciaciones y misterios,
en
los mágicos ritos, en las tumbas,
en
las vírgenes, en los sacrificados,
oh,
noche antigua, te venero y amo;
y
ya no quiero verte, sino hablarte,
y
ya más lejos, conservar tu nombre,
mito
de auroras hondas, prenatales.
Ahora
es hoy. La Humanidad levanta
sus
pasos inseguros.
La
mano cazadora,
labradora
del cuero y de la piedra,
forjadora
de finos artilugios,
mano
vidente,
de
un salto gigantesco atraviesa las épocas y
emerge,
asalta
naves,
avasalla
turbinas y motores,
en
el aire maneja controles y matraces,
martillos
y cohetes.
En
la sangre dormida,
hecha
ternura,
creció,
creció la fuerza.
Desde
su sueño lento
se
despereza el hombre.
Desde
su yo profundo,
alza
un río de fuentes creadoras.
Al
resplandor de la verdad novísima,
coge
los cielos descubiertos,
y
conservando el mágico recinto
de
la infancia del mundo,
plural,
unánime, gigante,
el
hombre de Cro-Magnon se despereza.
CANTO
A LA MUERTE
Para
Abraham Pimstein
Juventud
intocada, pradera siempre viva,
ideal
nacimiento, la muerte es forma pura.
La
muerte con su canto
melancólica
nace cada día a la muerte
y
se enfrenta en el grado de sí misma a sí misma
en
el sin fin sin fondo de un infinito espejo,
de
este lado o del otro, siempre igual repitiéndose,
y
se enfrenta a la noche de sí misma en la rueda
de
su eterno engranaje soterrado que canta.
¿Quién
es, vida, la muerte? ¿Los instantes que fueron, lo olvidado?
¿O
es el no tiempo, el más allá, lo no vivido?
Lejos,
la muerte alienta la invencible gangrena
tras
el remordimiento de las yemas floridas;
lejos,
la muerte tiene misteriosas poleas,
cadenas,
losas húmedas con argollas de herrumbre,
y
deja bajo el polvo sangrantes las diademas
de
sol, de lento fuego, de tiempo sumergido.
Lejos,
la muerte tiene
un
ruido de engranajes y ruedas soterradas,
y
sordamente canta
y
aterra con su ausente presencia a los dormidos.
Pero
está en mi muerte,
es
aquí donde siento su dulce fechoría
roer
en mis entrañas, ponzoñosa materia,
caer
en mis andenes solitaria la vida
como
un transeúnte enajenada y sola.
Es
un ala de musgo que me besa la cara,
cristales
de crepúsculo de venenoso néctar,
un
grito en la ribera, oh, muerte enamorada.
Todos
mis desprendidos follajes y plumajes,
todas
mis dudas, lágrimas, pensamientos perdidos
han
venido llenándote de mi voz, e integrándote.
Sí,
soy yo, yo mi muerte, combustión invisible
que
crece de mis muertes de cada instante adentro.
Eres
alba de vida y eres sólo la muerte,
sólo
música muerte danzarina en la piedra,
muerte
alada que alarga sus alas en la nada,
imperceptible
muerte que nos conquista ciega
Ah,
muerte, muerte mía, no me dejes, atiéndeme;
acércame
al oído las primeras canciones,
muéstrame
las visiones de la infancia perdida
y
envuélveme en tu aliento sidéreo y tus rosales.
CANTO
A LOS NUEVOS ESPELEÓLOGOS
Ascended
a los nuevos espeleólogos,
y
descended con ellos y sus voces absurdas
que
las piedras frenéticas repelen y refractan.
Y
descended al fondo de espeluznantes grutas
cuyas
lunas de albúminas azulosas
que
sudan,
huyen
la luz impúdica
de
unos faros profanos y afanosos en lucha
por
robar el misterio
de
las uñas de angustia que rayaron la roca,
o
arrancar a las tumbas profundas el secreto,
el
entrañado símbolo, el sí rebelde, el grito
en
la sangre del rito de revelarse púber,
o
en pinturas y estatuas que permanecen mudas.
El
secreto se hunde bajo el hueso del oso
sepulto
en lascas, gravas glaciales y derrumbes,
oculto
y ofreciéndose a sabios espeleólogos.
Arrebatad
los haces de luces imprevistas
bajo
losas de cálidos milenios,
donde
las escafandras angustiadas
ven
y no ven y buscan en la sombra:
La
sangre derramada por víctimas histéricas
prorrumpe
entre las algas en aullidos que hielan.
El
invisible mito durmió en las oquedades
y
los reyes marinos y los renos brumosos
volaron
con su torpe juventud azorada
por
vientos sin historia, desde la noche sacra,
y
allí, diseminados, panes de negras rocas,
curvados
de milenios, quebrados, permanecen.
Decidme,
auroras, horas desoladas,
lunas
y soles del ayer inoído,
luminaria
de la noche tremenda,
¿a
dónde fueron los destinos audaces?,
¿en
qué cerco, retenido en qué bosques
de
nudos impasibles, disfrazado en qué sueños,
vibra
acaso el hondor convulsivo del ser
su
verbo empedernido de diamantes
y
luces a raudales?
Ascended
a estos sabios intrépidos, alzadlos
con
una larga cuerda materna, antes que duerman
para
siempre y se lleven este célebre semen
del
pasado, a la noche sin ojos de la muerte.
Subidlos,
ved, abríos los corazones rojos,
dad
vuestro aliento al hombre que descendió a las simas
y
hurgó entre los volcanes del infierno las dudas
de
nuestro libre ser sometido a cadenas.
Preguntadle,
decidle, arrebatad sus notas,
deteneos
al tacto de su visión sonora,
qué
fragancias le dieron tanta luz,
y
si el tiempo corrió mientras la asfixia
bajaba
por el denso gas del aire,
y
si cuando subía y se moría
antes
de renacer otra vez bajo el sol,
encontró
esa presencia inasible del hombre
como
otra permanencia.
¡Ah,
jóvenes osados,
exploradores
puros de la huella primera,
descended
con los nuevos espeleólogos
y
entrad por los abismos y ríos de lo oscuro!
AYER
Morid
en vano en el ayer segado;
volved
atrás, atrás sin ser oído;
pero
cantad los salmos cadenciosos
previas
ráfagas de ágiles antífonas.
El
tiempo irreversible, el tiempo corre
entre
pastos de fiesta y de rocío;
pero
la sombra del pasado aterra,
se
aferra a los vestidos, te desgarra,
te
desangra, te vuelve verdadero,
sin
conseguir que en el ayer te mueras.
LOS
EFÍMEROS
¿Por
qué estamos nosotros,
pájaros
de piedad,
en
esta noche sin ahora
sabiendo
ya qué pasará mañana?
Somos
juguetes de la muerte,
la
sombra de una rama,
solamente
la sombra,
con
corazones de ángeles asustados
de
no ser nada más
que
un reflejo fugaz de la mirada.
TORBELLINO
DE BRUMA
Enredado
en el aire un día aciago,
seco
de luz quebrada, llueve vida;
llueve
ciegos mucílagos de nieve
que
el viento mueve en remolino lejos,
y
descubre paredes suspendidas
en
distantes abismos esparcidas,
mientras
el torbellino del presente
muestra
risas que fueron, o ceniza,
o
cadáveres albos de la risa
en
la bruma creciente y avanzante.
EN
EL VUELO
El
ave que en el vuelo, perforadas las alas,
herido
el corazón, quietos los ojos,
arroja
sangre y silbos sin aliento,
y
luz despide en su plumaje de oro,
y
avanza exánime a morir sin llanto,
sola
en su voz y vivida en su canto,
y
azota con sus rojos rasgones tu coraza,
y
te araña los ojos al caer,
está
volando aún en nuestro cielo único.
CERRO
ALEGRE
Grada
a grada camino
paso
a paso hacia arriba.
En
un jardín cerrado
me
mira desde el alto balcón
y
me sonríe un niño.
Tiene
en la mano una botella de oro.
Desde
la altura
las
flores llameantes
en
el follaje llaman.
Es
en el mes de octubre
y
asciendo hacia lo verde.
La
calle sin salida me detiene.
En
las casas no hay nadie
sino
un silencio espléndido
de
fragancia escondida,
de
rejas y cerrojos.
Nadie
sino ese niño que sonríe
y
unas flores
e
insectos pequeños.
Y
es necesario regresar,
descender.
No
están allí los dedales de oro.
Sólo
algunos, al borde del barranco.
Sólo
la espuela de galán, sangrante,
y
mimosas exóticas,
y
el vibrar de la sombra en los alambres.
Y
en todo, agazapada,
inaparente
al sol,
semi
vestida de oro en las arenas,
la
invencible presencia del invierno
en
la reseca soledad.
LA
MAGIA
La
magia en que mis ojos son tus ojos,
la
magia en que mi sol es este vuelo
de
ardor paloma entre la niebla;
pasión
que, padecida, otra vez busca
ahondarse
en el negro mar sin horas.
El
taxi se detiene entre los árboles: la mole en sombra
aquí
estoy solo, apenas, en la noche,
caído
en el tablado como un rey en la farsa.
Me
atrae el torbellino de la angustia.
Es
el mamut, el barco de apagadas bocas,
la
gran ballena en que pudiera estar,
adentro,
muy recóndita,
la
fuerza que mueve el malestar
y
me colma de dulce momento.
¿Qué
negación, más tensa que mi ser,
qué
convicción ajena a mí,
contraria
a mi creencia profunda,
me
conduce a buscarte donde sé que no estás?
Y
yo seré expelido nuevamente de todo.
Pero
avanzo.
Todo
signo es adverso. Yo porfío.
Es
esto aniquilarse, es darse vida, es destrozarse,
nacer
en una tumba, amanecer en sepulturas
florecidas
de risa.
DONADO
POR LOGOS