ARTURO USLAR PIETRI

 

 

POESIAS

 

 

PRÓLOGO

 

         Toda poesía es un resquicio que se abre en el hombre y también un resquicio que el hombre abre en el mundo.  Un quebradura, un falla, una ruptura de lo presente y de lo recibido.  Por ella se vislumbra el adentro del hombre que la encuentra, y por ella la conciencia del hacedor, los alemanes la llaman con razón "dichter", logra mirar más allá de la puerta y del quicio que nos confinan al mundo de lo ordinario.

         Acaso, por eso mismo en toda expresión poética queda un irreductible residuo de cosa inexpresable o incomprensible.  Si la poesía tuviera por objeto comprender o comprenderse hace mucho tiempo que la hubieran matado sus torpes enemigas la ciencia o la lógica.  Para ese hombre que de pronto, siempre es de pronto o inesperadamente, deja de lado el discurso y el método y se pone a decir lo que no estaba en el orden que tenemos espontáneamente una actitud de defensiva extrañeza.  Algo se ha roto en él o se ha puesto a romper dentro de él que, por naturaleza, nos es profundamente extraño e inquietante.

         Alfredo Coronil Hartmann ha vivido esas crisis inescapables de las que solamente queda esa resaca de palabras misteriosas.  Lo ha llamado la poesía con esa secreta voz con la que de pronto alcanza, marca y hechiza a aquel pasajero del destino.  Ya no podrá escapar más, ni lo ha de intentar.  De tiempo en tiempo, en tiempos de secreta medida justa, recogerá las palabras del testimonio.  Son este libro " Pan de color y barro"  y los otros dos que lleva publicados.

         Como hombre de su tiempo ha abandonado todo lo formal de la poesía preceptiva.  Si metro ni rima, en la más espontánea y completa armonía de las palabras, busca lanzar la expresión para recoger todo el violento y vario mensaje que el mundo le dirige.  A ratos reflexiona, otras veces recuerda, a veces enumera los dispersos restos que deja la vigilia, en ocasiones parece simplemente mirar, pero siempre es visible su voluntad ciega de llegar a lo que debe estar más allá de las meras palabras.

         Felizmente estamos idos sin regreso posible del reino de la vieja perceptiva.  En materia literaria ya no hay juez, ni tampoco norma que puede aplicarse validamente a nadie.  No queda sino un campo abierto de intuición que identifica a algunos y que a otros los aleja irremediablemente.  Para aquellos para quienes una palabra toca la misma fibra hay una respuesta semejante y esa es la comunión que pretende la poesía dentro de nuestro tiempo.  Es un tiempo de posiciones y de búsquedas en la que todo puede ser válido y valedero o en la que también, súbitamente, todo puede carecer de sentido.

         Coronil Hartmann sabe el riesgo del encuentro pero no puede rehuirlo.  Aquella voz que lo alcanzó un día ya no lo dejará escapar.  Todo para él gira ahora en torno a esa raya de luz o de sombra de la rendija que una vez encontró entre el mundo y él.  Ahora no podrá hacer otra cosa que atormentarse con las palabras en la más grande lucha que el hombre puede librar.  Todos los temas le sirven porque fundamentalmente el tema del poeta es uno solo: el mundo y yo.  Lo sabe y lo dice: "porque escribo como respiro, solo necesario".

         Es esa necesidad que se alza siempre frente a la libertad la dura e infranqueable prueba de la poesía.  Lo que sale de ella es lo que viene a a quedar en las páginas que forman este libro.

         En sus tiempos finales, desengañados, sabios y encendidos de adivinación, W.H. Auden dijo que un poema debía ser un objeto verbal bien hecho que, además, dijera algo significante sobre la realidad que nos es común.  Me parece una definición tan buena como la mejor de la indefinible poesía.

         En la delicada, riesgosa y fascinante hechura de esos objetos se ha puesto este hombre que ahora viene desnudo ante nosotros.  No es cosa para mirar con desdén.  Es lo esencial de una vida lo que ahora viene en estos juegos mortales.  No es pan, no es barro ni es color, lo que buscan amasar sus manos.  Sino la otra cosa que nunca tiene nombre.

 

 

 

Y DE NUEVO LAS ESTRELLAS

 

Verde desvelo

el instante feliz,

el precioso

incumplido espejismo

la larga invocación

la ya lejana aurora

la ambarina visión

la razón, si es que existe,

el hálito inmortal

la helada llama

los ojos de un abuelo

el silencio de un buho

la primera raíz

la sombra de una sombra de semilla

los latidos del bronce

la rara timidez de las corolas

el preludio insondable

los primeros vocablos

el gesto no nacido

los hijos que no fueron

el papel que no guarda tus rasgos de ceniza,

Uno, primitivo, solo

regresa

y resuelto a empezar desde el ovillo

antes de la memoria,

hoy y siempre.

 

EXTRANJERO EN EL ODIO

 

El sol cae en pedazos

sobre el traje angosto de la tarde,

siento que sus moléculas de oro

ingresan en mis venas,

que soy una ciudad desolada y sedienta,

una torre gastada por el viento,

una almena de sombra,

un cuchillo,

una larga espiral

un canto gutural y repetido,

que soy algo que queda

un olvido,

un hombre que perdió su reloj

que mide las mañanas

y las tardes

y la vida

con una vara antigua,

que habla un idioma indescifrable y absurdo,

que es un extranjero, inmigrante del tiempo,

que extravió el surco,

que no ha aprendido a disfrutar el odio,

que no se ha adaptado,

que pretende que la traición es censurable

y que el amor va mucho más allá del lecho

un hombre que quiere seguir siendo

su medida,

y que hoy tiene treinta años y un corazón cansado

y le pesa el silencio

Y se guarda un pedazo de sol para la noche.

 

HUIDA POR LA SANGRE

 

Regreso por mi sangre

por el blanco resquicio de los huesos

casi, desde antes de fundarse la memoria,

voy

hacia un pueblo, que siempre olía a días sin escuela,

las calles largas trazadas a cordel

como la propia vida de sus gentes,

como la gruesa torre de su iglesia mayor,

como su anillo de horizontes.

 

Voy hacia esas calles

donde en cada recodo

encuentro algún pedazo de mi infancia,

donde el tiempo devuelve algunas voces

que ya no son las mías,

busco en los zaguanes las huellas

de mis manos de diez años,

y persigo en las caras de los hombres

el rastro de mis viejos camaradas.

 

Hoy voy desde la sangre

y por la sangre subo un intrincado río

de sementeras,

corriente arriba

hacia los días rojizos

perfumados de pólvora y acero

hacia la interminable fanfarria de las caballerías,

hacia un mundo de lanzas, que no pintó Velásquez,

y recojo en mis manos

un puñado de arena

formado con los huesos de algún antepasado.

 

Hoy voy desde la sangre

y por la sangre subo

a la vieja península,

al pie de unas montañas

donde aún queda una torre

y una muralla rota y florecida,

donde hace muchas sangres

hubo un hombre, construido de hierro y de fragancia,

que descubrió el poema

y lo grabó en su escudo de guerrero.

 

HASTA EL DÍA QUE REGRESE

 

Hay veces que uno quiere

desprenderse del mundo,

que siente que ya el peso es demasiado,

que hay un fardo de odio indesechable,

y uno quiere callarse definitivamente

caer, con todas sus frentes, en el alba sonora de la noche,

hurtarse a los escudriñadores

a los espías de los postigos y las atalayas;

a los que quieren desnudarte en la calle,

dejarte como un sauce mutilado

sujeto a tus raíces

maniatado

abocado a la muerte.

 

Ya mis frentes descansan en la sombra,

sus helechos de sueños,

hay una blanca alfombra de silencios,

que ha ahogado mis pasos,

una mordaza fría me corroe la cintura,

el silicio del tiempo se ha pegado a mi carne

como un perro de fuego,

y quiero contagiarme de silencios,

integrarme,

diseñar horizontes ojivales

y caer bajo el peso de mis pestañas

hasta que cada cosa regrese a sus contornos,

hasta que cada luz atraviese el preciso vitral

en el punto preciso,

hasta que el día regrese a liberarnos

con sus cadenas de oro.

 

OTOÑO TRANSPARENTE

 

En un lento camino

donde la niebla juega con sus manos

para olvidar el tiempo,

donde alguna pisada, llovida de guijarros,

interrumpió

los largos soliloquios del arbusto,

y la tierra se desangra en agua

y limo

bajo la tibia gasa de la hierba.

 

Donde la sangre misma ha tenido sus charcos

y ha sembrado

los parajes desnudos

los viejos encinares,

donde deja el olvido sus huellas incansables.

Donde el amor vivió una noche de bodas

efímera y distante.

 

Ese lento camino

poblado de extrañas criaturas con ojos centelleantes

de mágicos cristales

de acuosos espejismos,

se regresó en la nube que lo trajo

una tarde de otoño

transparente

como la voz de un niño.

 

Y ESA TARDE ERA ROJA

 

Quiero encontrar la tarde de los rojos ladrillos,

de las oscuras flores,

los pasos somnolientos del hombre,

quiero encontrar todo eso,

pero temo

que nunca haya existido,

que los recuerdos sean espejismos del insomnio,

de una mañana alucinada en medio de los bosques.

 

Pero hubo unos ladrillos,

y una calle sin sombras

y aún recuerdo a mi sangre

tocando muchas puertas,

repasando escaleras como números,

como cuentas, de un rosario interminable.

 

Y el ladrillo era rojo

y la tarde era roja

y la sangre corría por la calle

ignorando los charcos

ligera, indetenible,

y yo desperté,

y acaricié mi alivio.

 

Sonreí dos veces al espejo

y levanté mis manos,

con la intención de saludar al amigo de enfrente,

y descubrí

que tenían pedazos de ladrillo

o de sangre

o de tarde,

y ya no sonreí.

 

CON LA ÍNTIMA SANGRE DE LA TINTA

 

Desde hace mucho tiempo

hay un río interminable

del pecho hacia los dedos,

la misión de nombrar

con la íntima sangre de la tinta,

una palabra

que siempre regresaba a mis labios

virgen y atormentada,

asustada de mundo

y la volvía a esconder con avaricia

en el cálido arzón de mi costado,

como una medalla que hubiera recibido

por una intimidad indoblegable...

 

Desde hace mucho tiempo

sé que mi piel no es suficiente

mis manos parecen afirmar su autonomía,

su hambre milenaria

de pieles y silencios,

de campos siempre tibios,

de humedades sinuosas,

de aceros y fusiles

de hoces y martillos

de cruces florecidas...

 

La alta presa, la firme ingeniería,

mis estructuras de bruma y de fragancia,

de silencio,

de sombra,

de paciencia inventada,

de voces ancestrales,

de ceniza y de musgo,

toda esa labor de azul tapicería,

de oración silenciosa,

de amante clandestino,

la arrastró íntima en sangre de la tinta,

la sed del papel

que quiere regresar a su autenticidad de árbol.

 

TRABAJO PARA EL VIENTO

 

Hay un tiempo de ser,

pero es tan poco.

Una tarde, quizás una mañana,

una etiqueta en blanco, entre dos puntos,

la arena que se escurre entre los dedos

tiene el salobre aroma del naufragio.

Hay un tiempo en el tiempo indetenible

una fracción de luz

un átomo prendido a una pupila

y quizás otras cosas

 

Hay tiempo de amasar,  ¿pero hay harina)

hay tiempo de besar bocas de yeso

bajo un cielo azul de celuloide

 

Es inútil asir lo que se ha ido,

nada valen los gestos

ni las voces

ni el garabato de la infancia,

nada vale el papel

ni la sangre escondida tras cada palabra.

 

Sólo vale el instante

eso, que cuando lo llamamos ya se ha ido,

que no se puede atrapar en las cronologías

y hay puertas de ceniza con su nombre.

 

 

HACIA TI ME VUELVO

 

Cada vez que me ahoga

con su puño imantado,

con su tenue mordaza de infamia,

con sus dedos viscosos,

la baraúnda estéril de los hombres,

las premisas banales,

la hueca solidez de los conceptos,

el mosaico bizantino de las argumentaciones,

la pobre pirotecnia principiante,

las manidas argucias,

la copia de una copia de espejismos,

las fórmulas sacramentales del engaño,

todo eso que viene

y que regresa

en un flujo y reflujo inevitable

desde que el primer hombre se impuso a sus hermanos,

desde que la primera voz rompió

la uniforme belleza,

la frágil transparencia del coro

afirmando su presencia y su tiempo,

desde que la obediencia se hizo sumisión

y se humilló la frente del vencido,

desde que se despreció la fe del desarmado

y se ahogó en un sollozo el poema esencial.

Cada vez que me envuelve

ese vaho amarilloso

y siento

que mis ojos no se contienen,

que en mi carne y en mis huesos

ladra una rebelión inquebrantable,

me vuelvo hacia el remoto cauce del poema,

hacia el alma precisa y torrencial y transparente

de la música

hacia el bronce y sus formas,

hacia la tela donde el color escribe

el supremo poema,

hacia la arcilla y sus cien mil texturas,

hacia todo lo que el amor ha hecho sobre la faz del mundo,

hacia quien hizo al mundo

al amor

y a la fuerza con que rechazamos

las formas sacramentales del engaño.

 

PLUS TAX

 

Hoy asumo mi tiempo

mi parte proporcional

de vergüenza amarilla,

de ciénaga apestosa,

de alimañas oscuras,

de sonrisas vendidas,

de muertes,

de traición cotidiana.

 

Hoy asumo mi condición

de voz iluminada,

ya no puedo seguir

en mi verde trastienda

 

en mi mundo de aroma

de silencio,

de armonía precaria,

ya no puedo negar

de la boca hacia afuera

lo que nunca ha ignorado desde el pecho,

desde la terca angustia de los huesos,

desde mi piel marcada

por el sol y por la tierra,

desde estos ojos que nunca

se han cerrado al filo de la noche,

desde esta lengua que amando tantas cosas

se ha vendido a sí misma.

Ya no puedo negar

de la boca hacia afuera,

este ábaco de infamia

que parece contarnos los latidos,

el oxígeno escaso que nos dejan,

la luz que atesoramos

como un avaro

pobre.

 

SOLO TU VIENTO SIGUE

 

Empezar es como nacer

hacia adentro o hacia afuera

en un rincón del mundo

o de la nada,

sólo se necesita

un espacio en la hierba

y algo que sirva para labrar,

y una espiga y un canto en el iodo,

y un deseo de latir.

 

Quiero empezar de nuevo esta mañana

con el sol y el silencio compartidos,

y en el fondo, anulada, la tristeza.

Me es difícil decir que sigo siendo,

me pesan las pestañas de la noche

y hay algo adentro, aquí, que hiere y grita:

se quiere defender de mis naufragios

ser de nuevo,

aferrarse

hacerse piedra

torre de espuma

y mi campana rota y mi ceniza.

 

Me sostiene el amor,

solo tu viento sigue.

 

BAJO CADA PIEL

 

Y al fin

qué queda de la larga noche,

del sueño tenebroso,

de las siniestras voces

de la danza de la araña,

del humo

del antiguo conjuro,

de todo ese submundo de miserias

y de manos crispadas,

de la viscosa sangre de los hombres

que traicionan,

que destruyen sus huellas,

que subastan su alma

y sus pobres despojos.

 

Y al fin

qué queda del efímero triunfo,

el asco del halago,

la clara premonición de las sonrisas,

la horrible certeza de los dobles juegos,

descubrir sin querer

el negro pozo en el alma del hombre,

aprender a medir la propia fuerza

no en la tarde rojiza del combate

sino en las vanas y dulces efusiones

del coro opalescente.

 

Y al fin

queda

a pesar del silencio y el bullicio,

en el fondo insondable,

más allá de los límites y las otras ficciones,

una brizna,

un átomo vital

una fe

y una mano dispuesta a levantarla

como un arado de oro.

 

ES TUYO ESTE POEMA

 

Siempre quise decirte

algunas cosas,

levantar unos signos con tu nombre,

ofrecerte

mi corazón de espuma,

de humo inatrapable,

de flores y cuchillos subterráneos,

ese desván de tiempo detenido;

de papeles

que para ti no guardan ningún significado;

de retratos oscuros,

de libros que entregaron

su rojo sortilegio,

de gris bisutería

que ya no engaña a nadie,

de todo lo que cabe

del pecho hacia la espalda.

 

Siempre quise gritar

clara y serenamente

tu lugar en el mundo

tu dimensión terrestre

tus cristales de luz

tu inagotable dádiva

tu quehacer junto al mío,

tus manos limpiando los rencores,

distrayendo la angustia,

llevándome la frente

hacia la luz y el día.

 

Siempre quise decirle

a la mañana que para mí creaste,

que no me han engañado

los azules,

ni los inquietos pájaros,

ni el perfume que escondiste

en las flores;

ni el niño que sonríe

desde un postigo antiguo

añorando la infancia que no tuvo,

ni este aire que respiro

como quien bebe vino.

 

Siempre quise decirle

a esta mañana,

y a las otras que vengan

y a las noches de música

y al lecho de las flores

y al farol del crepúsculo

y a todo lo que alcanzo con mis ojos,

con todos mis sentidos reunidos,

con todo lo aprendido

al paso de mi sangre

por los días y las horas,

por las calles ajenas

por las puertas abiertas

por las otras alcobas,

por la piel

y los besos

y el resorte

y el fuego.

 

Que es tuyo este poema

y que canto por ti

como si fuera mi última mañana

bajo este sol,

y que escucho los pájaros

a través del silencio,

y que tú destruiste

los bosques de rencor que me rodeaban,

la sombra en que habitaban

las arañas de mi infancia,

y que no me vuelvo

a contar mis heridas,

ni miro en el espejo

los autógrafos

con que el odio adornó mi camisa.

 

Y NO BASTAN LAS MANOS

 

No me llama el misterio del papel,

ya la sangre se alejó de mis dedos,

hay una paz de muerte en mis falanges,

ya no quiero atrapar los colores del aire,

ni recordar el óxido de mis espadas

ni pedirle al laurel la hora de la luna.

 

Mis manos están llenas de demasiadas cosas,

de papeles oscuros, persistentes retratos,

objetos en que he puesto mucho más de mí mismo;

mis manos están llenas de sortijas de sangre,

del fuego de otras manos que perdieron su lumbre

hay demasiado amor debajo de la tierra

y no bastan las manos;

de tintas y recuerdos inventados,

de largos animales,

de música que no he podido hacer nunca con ellas,

mis manos ya se niegan a continuar el juego de las voces,

reclaman otras cosa,

muslos, fusiles, instrumentos,

cruces y altas torres,

fe y construir el mundo.

 

He terminado de amasar

este pan de color y de barro.

 

 

 

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