RUBÉN
DARIO
POEMAS
LA
BAILARINA DE LOS PIES DESNUDOS
Iba
en un paso rítmico y felino
a
avances dulces, ágiles o rudos,
con
algo de animal y de divino,
la
bailarina de los pies desnudos.
Su
falda era la falda de las rosas,
en
sus pechos había dos escudos...
Constelada
de casos y de cosas....
La
bailarina de los pies desnudos.
Bajaban
mil deleites de los senos
hacia
la perla hundida del ombligo,
e
iniciaban propósitos obscenos
azúcares
de fresa y miel de higo.
A
un lado de la silla gestatoria
estabas
mis bufones y mis mudos...
¡Y
era toda Selene y Anactoria
la
bailarina de los pies desnudos!
PEGASO
Cuando
iba yo a montar ese caballo rudo
y
tembloroso, dije: "La vida es pura y bella".
Entre
sus cejas vivas vi brillar una estrella.
El
cielo estaba azul, y yo estaba desnudo.
Sobre
mi frente Apolo hizo brillar su escudo,
y
de Belerofonte logré seguir la huella.
Toda
cima es ilustre si Pegaso la sella,
y
yo, fuerte, he subido donde Pegaso pudo.
Yo
soy el caballero de la humana energía
yo
soy el que presenta su cabeza triunfante
coronada
con el laurel del Rey del día;
domador
del corcel de cascos de diamante,
voy
en un gran volar, con la aurora por guía,
¡adelante
en el vasto azur, siempre adelante!
+no es azul
A
COLÓN (1892)
¡Desgraciado
Almirante! Tu pobre América,
tu
india virgen y hermosa de sangre cálida,
la
perla de tus sueños, es una histérica
de
convulsivos nervios y frente pálida.
Un
desastroso espíritu posee tu tierra;
donde
la tribu unida blandió sus mazas,
hoy
se enciende entre hermanos perpetua guerra,
se
hieren y destrozan las mismas razas.
Al
ídolo de piedra reemplaza ahora
el
ídolo de carne que se entroniza,
y
cada día alumbra la blanca aurora
en
los campos fraternos sangre y ceniza.
Desdeñando
a los reyes nos dimos leyes
al
son de los cañones y los clarines,
y
hoy al favor siniestro de negros beyes
fraternizan
los Judas con los Caínes.
Bebiendo
la esparcida savia francesa
con
nuestra boca indígena semiespañola
día
a día cantamos la Marsellesa
para
acabar danzando la Carmañola.
Las
ambiciones pérfidas no tienen diques,
soñadas
libertades yacen deshechas:
¡Eso
no hicieron nunca nuestros Caciques,
a
quienes las montañas daban las flechas!
Ellos
eran soberbios, leales y francos,
ceñidas
las cabezas de raras plumas;
¡ojalá
hubieran sido los hombres blancos
como
los Atahualpas y Moctezumas!
Cuando
en vientres de América cayó semilla
de
la raza de hierro que fue de España,
mezcló
su fuerza heroica la gran Castilla
con
la fuerza del indio de la montaña.
¡Plugiera
a Dios las aguas antes intactas
no
reflejaran nunca las blancas velas;
ni
vieran las estrellas estupefactas
arribar
a la orilla tus carabelas!
Libres
como las águilas, vieran los montes
pasar
los aborígenes por los boscajes,
persiguiendo
los pumas y los bisontes
con
el dardo certero de sus carcajes.
Que
más valiera el jefe rudo y bizarro
que
el soldado que en fango sus glorias finca,
que
ha hecho gemir al Zipa bajo su carro
o
temblar las heladas momias del Inca.
La
cruz que nos llevaste padece mengua;
y
tras encanalladas revoluciones,
la
canalla escritora mancha la lengua
que
escribieron Cervantes y Calderones.
Cristo
va por las calles flaco y enclenque,
Barrabás
tiene esclavos y charreteras,
y
las tierras del Chibcha, Cuzco y Palenque
han
visto engalonadas a las panteras.
Duelos,
espantos, guerras, fiebre constante
en
nuestra senda ha puesto la suerte triste:
¡Cristóforo
Colombo, pobre almirante,
ruega
a Dios por el mundo que descubriste!!
A
FRANCIA
¡Los
bárbaros, Francia! ¡Los bárbaros, cara Lutecia!
Bajo
áurea rotonda reposa tu gran paladín.
Del
cíclope al golpe ¿qué pueden las risas de Grecia?
¿Qué
pueden las Gracias, si Herakles agita su crin?
En
las locas faunalias no sientes el viento que arrecia,
el
viento que arrecia del lado del férreo Berlín,
y
allí, bajo el templo que tu alma pagana desprecia,
tu
vate, hecho polvo, no puede sonar su clarín.
Suspende,
Bizancio, tu fiesta mortal y divina,
¡oh
Roma, suspende la fiesta divina y mortal!
Hay
algo que viene como una invasión aquilina
que
aguarda temblando la curva del Arco Triunfal.
¡Tannhauser!
resuena la marcha marcial y argentina,
y
vese a lo lejos la gloria de un casco imperial.
YO
SOY AQUEL (1904)
Yo
soy aquel que ayer no más decía
el
verso azul y la canción profana,
en
cuya noche un ruiseñor había
que
era alondra de luz por la mañana.
El
dueño fui de mi jardín de sueño
lleno
de rosas y de cisnes vagos;
el
dueño de las tórtolas, el dueño
de
góndolas y liras en los lagos;
y
muy siglo diez y ocho y muy antiguo
y
muy moderno; audaz, cosmopolita;
con
Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo,
y
una sed de ilusiones infinita.
Yo
supe de dolor desde mi infancia,
mi
juventud...¿fue juventud la mía?
Sus
rosas aún me dejan la fragancia...
una
fragancia de melancolía...
Potro
sin freno se lanzó mi instinto,
mi
juventud montó potro sin freno;
iba
embriagada y con puñal al cinto;
si
no cayó, fue porque Dios es bueno.
En
mi jardín se vio una estatua bella;
se
juzgó mármol y era carne viva;
un
alma joven habitaba en ella,
sentimental,
sensible, sensitiva.
Y
tímida ante el mundo, de manera
que
encerrada en silencio no salía
sino
cuando en la dulce primavera
era
la hora de la melancolía...
Hora
de ocaso y de discreto beso:
hora
crespuscular y de retiro:
hora
de madrigal y de embeleso,
de
"te adoro", de "¡ay!" y de suspiro.
Y
entonces era en la dulzaina un juego
de
misteriosas gamas cristalinas,
un
renovar de notas del Pan griego
y
un desgranar de músicas latinas,
con
aire tal y con ardor tan vivo,
que
a la estatua nacían de repente
en
el muslo viril patas de chivo
y
dos cuernos de sátiro en la frente.
Como
la Galatea gongorina
me
encantó la marquesa verleniana,
y
así juntaba a la pasión divina
una
sensual hiperestesia humana;
todo
ansia, todo ardor, sensación pura
y
vigor natural; y sin falsía,
y
sin comedia y sin literatura...
si
hay un alma sincera, ésa es la mía.
La
torre de marfil tentó mi anhelo;
quise
encerrarme dentro de mí mismo,
y
tuve hambre de espacio y sed de cielo
desde
las sombras de mi propio abismo.
Como
la esponja que la sal satura
con
el jugo del mar, fue el dulce y tierno
corazón
mío, henchido de amargura
por
el mundo, la carne y el infierno.
Más,
por gracia de Dios, en mi conciencia
el
Bien supo elegir la mejor parte;
y
si hubo áspera hiel en mi existencia,
melificó
toda acritud el Arte
Mi
intelecto libré de pensar bajo,
bañó
el agua castalia el alma mía,
peregrinó
mi corazón y trajo
de
la sagrada selva la armonía.
¡Oh,
la selva sagrada! ¡Oh, la profunda
emanación
del corazón divino
de
la sagrada selva! ¡Oh, la
fecunda
fuente cuya virtud vence al
destino!
Bosque
ideal que lo real complica,
allí
el cuerpo arde y vive y Psíquis vuela;
mientras
abajo el sátiro fornica,
ebria
de azul deslíe Filomela
perla
de ensueño y música amorosa,
en
la cúpula en flor del laurel verde,
Hipsipila
sutil liba en la rosa,
y
la boca del fauno el pezón muerde.
Allí
va el dios en celo tras la hembra,
y
la caña de Pan se alza del lodo;
la
eterna vida sus semillas siembra,
y
brota la armonía del gran Todo.
El
alma que entra allí debe ir desnuda,
temblando
de deseo y fiebre santa,
sobre
cardo heridor y espina aguda:
así
sueña, así vibra y así canta.
Vida,
luz y verdad, tal triple llama
produce
la interior llama infinita:
el
Arte puro como Cristo exclama:
¡Ego
sum lux et veritas et vita!
Y
la vida es misterio, la luz ciega
y
la verdad inaccesible asombra;
la
adusta perfección jamás se entrega,
y
el secreto ideal duerme en la sombra.
Por
eso, ser sincero es ser potente:
de
desnuda que está brilla la estrella;
el
agua dice el alma de la fuente
es
la voz de cristal que fluye de
ella.
Tal
fue mi intento, hacer del alma pura
mía,
una estrella, una fuente sonora,
con
el horror de la literatura
y
loco de crespúsculo y de aurora.
Del
crepúsculo azul que da la pauta
que
los celestes éxtasis inspira,
bruma
y tono menor -¡toda la
flauta!,
y
Aurora, hija del Sol -¡toda la
lira!
Pasó
una piedra que lanzó una honda;
pasó
una flecha que aguzó un violento.
La
piedra de la honda fue a la onda,
y
la flecha del odio fuese al
viento.
La
virtud está en ser tranquilo y fuerte;
con
el fuego interior todo se abrasa;
se
triunfa del rencor y de la muerte,
y
hacia Belén... ¡la caravana pasa!
ELEGIA
PAGANA
¿Sabéis? La rusa, la soberbia y blanca
rusa
que
danzó en Buenos Aires, feliz como una musa
enamorada,
y sonrió mucho, y partió luego
a
dar sol a sus rosas al Paraguay de fuego.
La
rusa más hermosa de las rusas viajeras,
manzana
matutina, flor de las primaveras,
diamante
de los popes y perla de los zares;
la
rusa que tenía su ramo de azahares
fresco
para la fiesta nupcial, Mima, no existe...
Que
Menalcas, llorando, rompa la flauta triste;
que
en desagravio a Venus se maten mis palomas;
rómpase
el vaso alegre y los frascos de aromas;
y
vierta el dulce Véspero su elegía nocturna,
su
elegía de oro dolorosa, en la urna
en
que descansa aquella gentil carne divina.
No
descansa. En el lago de la muerte
patina
la
regia rusa, brillan sus patines de plata
al
halago lunar. Mágica
serenata
hacer
sonar un ruiseñor en lo invisible,
y
Mima es ya princesa de un imperio imposible.
La
llamaron las voces de un coro de rusalcas;
partió,
y echó en olvido la flauta de Menalcas,
los
azahares y las tórtolas sonoras.
¿Recuerdas
aquel día, amante que la lloras,
en
que gozosa y orgullosa fue mi rima
encadenada
al libro con un guante de Mima?
Propiciatoriamente,
yo invocaba a Himeneo...
Aún
veo el libro todo blanco y oro. Aún
veo
una
noche a la eslava que tú adoraste ciego,
digna
de amor latino, como de culto griego,
pues
la petersburguesa, parisiense y latina
tuvo
todas las gracias, y además, la argentina.
Como
la Diana de Falguière, ella ha partido,
virgen
a lanzar flechas al bosque del olvido.
Como
la Diana de Falguiére, blanca y pura
a
cazar imposibles entre la selva obscura.
METEMPSICOSIS
Yo
fui un soldado que durmió en el lecho
de
Cleopatra la reina. Su
blancura
y
su mirada astral y omnipotente.
Eso fue todo.
¡Oh,
mirada! ¡Oh, blancura! y ¡oh, aquel lecho
en
que estaba radiante la blancura!
¡Oh,
la rosa marmórea omnipotente!
Eso fue todo.
Y
crujió su espinazo por mi brazo;
y
yo, liberto, hice olvidar a Antonio
(¡oh,
el lecho y la mirada y la blancura)
Eso fue todo.
Yo,
Rufo Galo, fui soldado, y sangre
tuve
de Galia, y la imperial becerra
me
dio un minuto audaz de su capricho.
Eso fue todo.
¿Por
qué en aquel espasmo las tenazas
de
mis dedos de bronce no apretaron
el
cuello de la blanca reina en broma?
Eso fue todo.
Yo
fui llevado a Egipto. La
cadena
tuve
al pescuezo. Fui comido un
día
por
los perros. Mi nombre, Rufo
Galo.
Eso fue todo.
LETANÍAS
DE NUESTRO SEÑOR, DON QUIJOTE
Rey
de los hidalgos, señor de los tristes,
que
de fuerza alientas y de ensueños vistes,
coronado
de áureo yelmo de ilusión;
que
nadie ha podido vencer todavía,
por
la adarga al brazo, toda fantasía,
y
la lanza en ristre, toda corazón.
Noble
peregrino de los peregrinos,
que
santificaste todos los caminos
con
el paso augusto de tu heroicidad,
contra
las certezas, contra las conciencia
y
contra las leyes y contra las ciencias,
contra
la mentira, contra la verdad...
Caballero
errante de los caballeros,
barón
de varones, príncipe de fieros,
par
entre los pares, maestro ¡salud!
¡Salud,
porque juzgo que hoy muy poca tienes
entre
los aplausos o entre los desdenes,
y
entre las coronas y los parabienes
y
las tonterías de la multitud!
¡Tú,
para quien pocas fueron las victorias
antiguas,
y para quien clásicas glorias
serían
apenas de ley y razón,
soportas
elogios, memorias, discursos,
resistes
certámenes, tarjetas, concursos
y
teniendo a Orfeo, tienes a orfeón!
Escucha,
divino Rolando del sueño,
a
un enamorado de tu Clavileño,
y
cuyo Pegaso relincha hacia tí;
escucha
los versos de estas letanías.
hechos
con las cosas de todos lo días
y
con otras que en lo misterioso ví.
¡Ruega
por nosotros, hambrientos de vida,
con
el alma a tientas, con la fe perdida,
llenos
de congojas y faltos de sol,
por
advenedizas almas de manga ancha,
que
ridiculizan el ser de la Mancha,
el
ser generoso y el ser español!
¡Ruega
por nosotros que necesitamos
las
mágicas rosas, los sublimes ramos
de
laurel! Pro nobis ora, gran señor.
(Tiemblan
las florestas de laurel del mundo,
y
antes que tu hermano vago, Segismundo,
el
pálido Hamlet te ofrece una flor).
Ruega
generoso, piadoso, orgulloso;
ruega,
casto, puro, celeste, animoso:
por
nos intercede, suplica por nos
pues
casi ya estamos sin savia, sin brote,
sin
alma, sin vida, sin luz, sin Quijote,
sin
pies y sin alas, sin Sancho y sin Dios.
De
tantas tristezas, de dolores tantos,
de
los superhombres de Nietzsche, de cantos
áfonos,
recetas que firma un doctor,
de
las epidemias de horribles blasfemias
de
las Academias,
¡líbranos,
señor!
De
rudos malsines,
falsos
paladines,
y
espiritus finos y blandos y ruines,
del
hampa que sacia
su
canallocracia
con
burlar la gloria, la vida, el honor,
del
puñal con gracia,
¡líbranos,
señor!
Noble
peregrino de los peregrinos,
que
santificaste todos los caminos
con
el paso augusto de tu heroicidad,
contra
las certezas, contra las conciencias
y
contra las leyes y contra las ciencias,
contra
la mentira, contra la verdad....
Ora
por nosotros, señor de los tristes,
que
de fuerza alientas y de ensueños vistes,
coronado
de áureo yelmo de ilusión;
que
nadie ha podido vencer todavía,
por
la adarga al brazo, toda fantasía,
¡y
la lanza en ristre, toda corazón!
NOCTURNO
Los
que auscultásteis el corazón de la noche,
los
que por el insomnio tenaz habéis oído
el
cerrar de una puerta, el resonar de un coche
lejano,
un eco vago, un ligero ruido...
En
los instantes del silencio misterioso,
cuando
surgen de su prisión los olvidados,
en
la hora de los muertos, en la hora del reposo,
sabréis
leer estos versos de amargor impregnados...
Como
en un vaso vierto en ellos mis dolores
de
lejanos recuerdos y desgracias funestas,
y
las tristes nostalgias de mi alma, ebria de flores,
y
el duelo de mi corazón, triste de fiestas.
Y
el pesar de no ser lo que yo hubiera sido,
la
pérdida del reino que estaba para mí,
el
pensar que un instante, pude no haber nacido,
y
el sueño que es mi vida desde que yo nací.
Todo
esto viene en medio del silencio profundo
en
que la noche envuelve la terrena ilusión,
y
siento como un eco del corazón del mundo
que
penetra y conmueve mi propio corazón.
ANANKÉ
Y
dijo la paloma:
-
Yo soy feliz. Bajo el inmenso
cielo,
en
el árbol en flor, junto a la poma
llena
de miel, junto al retoño suave
y
húmedo por las gotas de rocío,
tengo
mi hogar. Y
vuelo
con
mis anhelos de ave,
del
amado árbol mío
hasta
el bosque lejano,
cuando
al himno jocundo
del
despertar de Oriente,
sale
el alba desnuda y muestra al mundo
el
pudor de la luz sobre su frente,
Mi
ala es blanca y sedosa;
la
luz la dora y baña
y
céfiro la peina;
son
mis pies como pétalos de rosa.
Yo
soy la dulce reina
que
arrulla a su palomo en la montaña.
En
el fondo del bosque pintoresco
está
el alerce en que formé mi nido:
y
tengo allí, bajo el follaje fresco,
un
polluelo sin par, recién nacido.
Soy
la promesa alada,
el
juramento vivo;
soy
quien lleva al recuerdo de la amada
para
el enamorado pensativo;
yo
soy la mensajera
de
los tristes y ardientes soñadores,
que
va a revolotear diciendo amores
junto
a una perfumada cabellera.
Soy
el lirio del viento.
Bajo
el azul del hondo firmamento
muestro
de mi tesoro bello y rico
las
preseas y galas:
el
arrullo en el pico,
la
caricia en las alas.
Yo
despierto a los pájaros parleros
y
entonan sus melódicos cantares;
me
poso en los floridos limoneros
y
derramo una lluvia de azahares.
Yo
soy toda inocente, toda pura.
Yo
me esponjo en las ansias del deseo.
Y
me estremezco en la íntima ternura
de
un roce, de un rumor, de un aleteo.
¡Oh,
inmenso azul! Yo te amo. Porque a Flora
das
la lluvia y el sol siempre encendido;
porque
siendo el palacio de la aurora,
también
eres el techo de mi nido.
¡Oh,
inmenso azul! Yo te adoro
tus
celajes risueños
y
esa niebla sutil de polvo de oro
donde
van los perfumes y los sueños.
Amo
los velos tenues, vagarosos,
de
las flotantes brumas,
donde
tiendo a los aires cariñosos
el
sedeño abanico de mis plumas.
¡Soy
feliz! Porque es mía la
floresta
donde
el misterio de los nidos se halla;
porque
el alba es mi fiesta
y
el amor mi ejercicio y mi batalla.
Feliz,
porque de dulces ansias llena,
calentar
mis polluelos es mi orgullo;
porque
en las selvas vírgenes resuena
la
música celeste de mi arrullo;
porque
no hay un rosa que no me ame,
ni
pájaro gentil que no me escuche,
ni
garrido cantor que no me llame.
-
¿Sí?- dijo entonces un gavilán infame,
y
con furor se la metió en el buche.
Entonces
el buen Dios, allá en su trono
(mientras
Satán, por distraer su encono
aplaudía
a aquel pájaro zahareño)
se
puso a meditar. Arrugó el
ceño,
y
pensó, al recordar sus vastos planes,
y
recorrer sus puntos y sus comas,
que
cuando creó palomas
no
debía haber creado gavilanes.
VERSOS
DE OTOÑO
Cuando
mi pensamiento va hacia tí, se perfuma;
tu
mirar es tan dulce, que se torna profundo.
Bajo
tus pies desnudos aún hay blancor de espuma,
y
en tus labios compendias la alegría del mundo.
El
amor pasajero tiene el encanto breve,
y
ofrece un igual término para el gozo y la pena.
Hace
una hora que un nombre grabé en la nieve:
hace
un minuto dije mi amor sobre la arena.
Las
hojas amarillas caen en la alameda,
en
donde vagan tantas parejas amorosas.
Y
en la copa de Otoño un vago vino queda
en
que han de deshojarse, Primavera, tus rosas.
SALUTACIÓN
DEL OPTIMISTA (1905)
Ínclitas
razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda,
espíritus
fraternos, luminosas almas, ¡salve!
Porque
llega el momento en que habrán de cantar nuevos himnos
lenguas
de gloria. Un vasto rumor llena los
ámbitos; mágicas
ondas
de vida van renaciendo de pronto:
retrocede
el olvido, retrocede engañada la muerte;
se
anuncia un reino nuevo, feliz sibila sueña
y
en la caja pandórica de que tantas desgracias surgieron
encontramos
de súbito, talismánica, pura, riente,
cual
pudiera decirla en sus versos Virgilio divino,
la
divina reina de luz, ¡la celeste Esperanza!
Pálidas
indolencias, desconfianzas fatales que a tumba
o
a perpetuo presidio condenásteis al noble entusiasmo,
ya
veréis salir del sol en un triunfo de liras,
mientras
dos continentes, abonados de huesos gloriosos,
del
Hércules antiguo la gran sombra soberbia evocando,
digan
al orbe: la alta virtud resucita
que
a la hispana progenie hizo dueña de siglos.
Abominad
la boca que predice desgracias eternas,
abominad
los ojos que ven sólo zodíacos funestos,
abominad
las manos que apedrean las ruinas ilustres
o
que la tea empuñan o la daga suicida.
Siéntense
sordos ímpetus en las entrañas del mundo,
la
inminencia de algo fatal hoy conmueve la tierra:
fuertes
colosos caen, se desbandan bicéfalas águilas,
y
algo se inicia como vasto social cataclismo
sobre
la faz del orbe. ¿Quién dirá que
las savias dormidas
no
despierten entonces en el tronco del roble gigante
bajo
el cual se exprimió la ubre de la loba romana?
¿Quién
será el pusilánime que al vigor español niegue músculos
y
que al alma española juzgase áptera y ciega y tullida?
No
es Babilonia, ni Nínive enterrada en olvido y en polvo
ni
entre momias y piedras reina que habita el sepulcro,
la
nación generosa, coronada de orgullo inmarchito,
que
hacia el lado del alba fija las miradas ansiosas,
ni
la que tras los mares en que yace sepulta la Atlántida,
tiene
su coro de vástagos, altos, robustos y fuertes.
Unanse,
brillen, secúndense tantos vigores dispersos:
formen
todos un solo haz de energía ecuménica.
Sangre
de Hispania fecunda, sólidas, ínclitas razas,
muestren
los dones pretéritos que fueron antaño su triunfo.
Vuelva
el antiguo entusiasmo, vuelva el espíritu ardiente
que
regará lenguas de fuego en esa epifanía.
Juntas
las testas ancianas ceñidas de líricos lauros
y
las cabezas jóvenes que la alta Minerva decora,
así
los manes heroicos de los primitivos abuelos,
de
los egregios padres que abrieron el surco pristino,
sientan
los soplos agrarios de primaverales retornos
y
el rumor de espigas que inicidó la labor triptolémica.
Un
continente y otro renocando las viejas prosapias,
en
espíritu unidos, en espíritu y ansias y lengua,
ven
llegar el momento en que habrán de cantar nuevos himnos.
La
latina estirpe verá la gran alba futura,
en
un trueno de música gloriosa, millones de labios
saludarán
la espléndida luz que vendrá del Oriente,
Oriente
augusto en donde todo lo cambia y renueva
la
eternidad de Dios, la actividad infinita.
Y
así sea Esperanza la visión permanente en nosotros,
¡ínclitas
razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda!
RESPONSO
A VERLAINE (1896)
Padre
y maestro mágico, liróforo celeste
que
al instrumento olímpico y a la siringa agreste
diste tu acento encantador;
¡Panida!
Pan tú mismo, que coros condujiste
hacia
el propíleo sacro que amaba tu alma triste,
¡al son del sistro y del tambor!
Que
tu sepulcro cubra de flores Primavera,
que
se humedezca el áspero hocico de la fiera,
de amor, si pasa por allí:
que
el fúnebre recinto visite Pan bicorne;
que
de sangrientas rosas el fresco abril te adorne
y de claveles de rubí.
Que
si posarse quiere sobre la tumba el cuervo,
ahuyenten
la negrura del pájaro protervo
el dulce canto de cristal
que
Filomela vierta sobre tus tristes huesos,
o
la armonía dulce de risas y de besos
de culto oculto y florestal.
Que
púberes canéforas te ofrenden el acanto,
que
sobre tu sepulcro no se derrame el llanto,
sin rocío, vino, miel;
que
el pámpano allí brote, las flores de Citeres,
¡y
que se escuchen vagos suspiros de mujeres
bajo un simbólico laurel!
Que
si un pastor su pífano bajo el frescor del haya,
en
amorosos días, como en Virgilio, ensaya,
tu nombre ponga en la canción;
y
que la virgen náyade cuando ese nombre escuche
con
ansias y temores entre las linfas luche
llena de miedo y de pasión.
De
noche en la montaña, en la negra montaña
de
las Visiones, pase gigante sombra extraña,
sombra de un Sátiro espectral;
que
ella al centauro adusto con su grandeza asuste;
de
una extrahumana flauta la melodía ajuste
a la harmonía sideral
Y
huya el tropel equino por la montaña vasta;
tu
rostro de ultratumba bañe la luna casta
de compasiva y blanca luz;
y
el Sátiro contemple sobre un lejano monte
una
cruz que se eleve cubriendo el horizonte
¡y un resplandor sobre la cruz!
LA
ROSA NIÑA
Cristal,
oro y rosa. Alba en
Palestina.
Salen
los tres reyes de adorar al Rey,
flor
de infancia llena de una luz divina
que
humaniza y dora la mula y el buey.
Baltasar
medita, mirando la estrella
que
guía en la altura. Gaspar sueña
en
la
visión sagrada. Melchor ve en
aquella
visión,
la llegada de un mágico bien.
Las
cabalgaduras sacuden los cuellos
cubiertos
de sedas y metales.
Frío
matinal
refresca belfos de camellos
húmedos
de gracia, de azur y rocío.
Las
meditaciones de la barba sabia
van
acompasando los plumajes flavos,
los
ágiles trotes de potros de Arabia
y
las risas blancas de negros esclavos.
¿De
dónde vinieron a la Epifanía?
¿De
Persia? ¿De Egipto? ¿De la India?
Es en vano
cavilar. Vinieron de la Luz, del
Día,
del
Amor. Inútil pensar,
Tertuliano.
El
fin anunciaban de un gran cautiverio
y
el advenimiento de un raro tesoro.
Traían
un símbolo de triple misterio
portando
el incienso, la mirra y el oro.
En
las cercanías de Belén se para
el
cortejo. ¿A causa? A causa de que
una
dulce niña de belleza rara
surge
ante los magos, toda ensueño y fe.
-
¡Oh, Reyes! -les dice-. Yo soy una
niña
que
oyó a los vecinos pastores cantar,
y
desde la próxima florida campiña
miró
vuestro regio cortejo pasar.
Yo
sé que ha nacido Jesús Nazareno,
que
el mundo está lleno de gozo por Él,
y
que es tan rosado, tan lindo y tan bueno,
que
hace al sol más sol, y a la miel
más miel.
Aún
no llega el día...¿Dónde está el establo?
Prestadme
la estrella para ir a Belén.
No
tengáis cuidado que la apague el diablo,
con
mis ojos puros la cuidaré bien.
Los
magos quedaron silenciosos.
Bella
de
toda belleza, a Belén tornó
la
estrella; y la niña llevada por ella,
al
establo, cuna de Jesús, entró.
Pero
cuando estuvo junto a aquel infante,
en
cuyas pupilas miró a Dios arder,
se
quedó pasmada, pálido el semblante,
porque
no tenía nada que ofrecer.
La
Madre miraba su niño-lucero;
las
dos bestias buenas daban su calor;
sonreía
el santo viejo carpintero;
y
la niña estaba temblando de amor.
Allí
había oro en cajas reales,
perfumes
en frascos de hechura oriental,
inciensos
en copas de finos metales,
y
quesos y flores, y miel de panal.
Se
puso rosada, rosada, rosada...
ante
la mirada del niño Jesús.
(Felizmente
que era su madrina un hada,
de
Anatole France o el doctor Mardrús).
¡Qué
dar a ese niño, qué dar sino ella!
¿Qué
dar a ese tierno, divino Señor?
Le
hubiera ofrecido la mágica estrella,
la
de Baltasar, Gaspar y Melchor...
Más
a los influjos del hada amorosa,
que
supo el secreto de aquel corazón,
se
fue convirtiendo poco a poco en rosa,
en
rosa más bella que las de Sarón.
La
metamorfosis fue santa aquel día
(la
sombra lejana de Ovidio aplaudía),
pues
la dulce niña ofreció al Señor,
que
le agradecía y le sonreía,
en
la melodía de la Epifanía,
su
cuerpo hecho pétalos y su alma hecha olor.
NOCTURNO
Quiero
expresar mi angustia en versos que abolida
dirán
mi juventud de rosas y de ensueños,
y
la desfloración amarga de mi vida
por
un vasto dolor y cuidados pequeños.
Y
el viaje a un vago Oriente por entrevistos barcos,
y
el grano de oraciones que floreció en blasfemia,
y
los azoramientos del cisne entre los charcos,
y
el falso azul nocturno de inquerida bohemia.
Lejano
clavicordio que en silencio y olvido
no
diste nunca al sueño la sublime sonata,
huérfano
esquife, árbol insigne, oscuro nido
que
suavizó la noche de dulzura de plata...
Esperanza
olorosa a hierbas frescas, trino
del
ruiseños primaveral y matinal,
azucena
tronchada por un fatal destino,
rebusca
de la dicha, persecución del mal...
El
ánfora funesta del divino veneno
que
ha hacer por la vida la tortura interior,
la
conciencia espantable de nuestro humano cieno
y
el horror de sentirse pasajero, el horror
de
ir a tientas en intermitentes espantos,
hacia
lo inevitable desconocido y la
pesadilla
brutal de este dormir de llantos
de
la cual no hay más que Ella que nos despertará!
LA
CANCIÓN DE LOS PINOS (1907)
Oh
pinos, oh hermanos en tierra y ambiente,
yo
os amo. Sois
dulces, sois buenos, sois graves.
Diríase
un árbol que piensa y que siente,
mimado
de auroras, poetas y aves.
Tocó
vuestra frente la alada sandalia;
habéis
sido mástil, proscenio, curul,
¡oh
pinos solares, oh pinos de Italia,
bañados
de gracia, de gloria, de azul!
Sombríos,
sin oro del sol, taciturnos,
en
medio de brumas glaciales y en
montañas
de ensueño, oh pinos nocturnos,
¡oh
pinos del norte, sois bellos también!
Con
gestos de estatuas, de mimos, de actores,
tendiendo
a la dulce caricia del mar,
¡oh
pinos de Nápoles, rodeados de flores!
¡oh
pinos divinos, no os puedo olvidar!
Cuando
en mis errantes pasos peregrinos,
la
Isla Dorada me ha dado un rincón
do
soñar mis sueños, encontré los pinos,
los
pinos amados de mi corazón.
Amados
por tristes, por blandos, por bellos,
por
su aroma, aroma de una inmensa flor.
por
su aire de monjes, sus largos cabellos,
sus
savias, ruidos y nidos de amor.
¡Oh
pinos antiguos que agitara el viento
de
las epopeyas, amados del sol!
¡Oh
líricos pinos del Renacimiento,
y
de los jardines del suelo español!
Los
brazos eolios se mueven al paso
del
aire violento que forma al pasar
ruidos
de pluma, ruidos de raso,
ruidos
de agua y espumas de mar.
¡Oh
noche en que trajo tu mano, Destino,
aquella
amargura que aún hoy es dolor!
La
luna argentaba lo negro de un pino,
y
fuí consolado por un ruiseñor.
Románticos
somos... ¿Quién que Es, no es romántico?
Aquel
que no sienta ni amor ni dolor,
aquel
que no sepa de beso y de cántico,
que
se ahorque de un pino: será lo mejor...
Yo,
no. Yo persisto. Pretéritas normas
confirman
mi anhelo, mi ser, mi existir.
¡Yo
soy el amante de ensueños y formas
que
viene de lejos y va al porvenir!
LOS
CISNES (1916)
¿Qué
signo haces, oh Cisne, con tu encorvado cuello
al
paso de los tristes y errantes soñadores?
¿Por
qué tan silencioso de ser blanco y ser bello,
tiránico
a las aguas e impasible a las flores?
Yo
te saludo ahora como en versos latinos
te
saludara antaño Publio Ovidio Nasón.
Los
mismos ruiseñores te cantan los mismos trinos,
y
en diferentes lenguas es la misma canción.
A
vosotros mi lengua no debe ser extraña.
A
Garcilaso vísteis, acaso, alguna vez...
Soy
un hijo de América, soy un nieto de España...
Quevedo
pudo hablaros en verso en Aranjuez.
Cisnes,
los abanicos de vuestras alas frescas
den
a las frentes pálidas sus caricias más puras
y
alejan vuestras blancas figuras pintorescas
de
nuestras mentes tristes las ideas oscuras.
Brumas
septentrionales nos llenan de tristezas,
se
mueren nuestras rosas, se agostan nuestras palmas,
casi
no hay ilusiones para nuestras cabezas,
y
somos los mendigos de nuestras pobres almas.
Nos
predican la guerra con águilas feroces,
gerifaltes
de antaño revienen a los puños,
mas
no brillan las glorias de las antiguas hoces,
ni
hay Rodrigos ni Jaimes, ni hay Alfonsos ni Nuños.
Faltos
de los alientos que dan las grandes cosas
¿qué
haremos los poetas sino buscar tus lagos?
A
falta de laureles son muy dulces las rosas,
y
a falta de victorias busquemos los halagos.
La
América española como la España entera
fija
está en el Oriente de su fatal destino;
yo
interrogo a la Esfinge que el porvenir espera
con
la interrogación de tu cuello divino.
¿Seremos
entregados a los bárbaros fieros?
¿Tantos
millones de hombres hablaremos inglés?
¿Ya
no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros?
¿Callaremos
ahora para llorar después?
He
lanzado mi grito, Cisnes, entre vosotros,
que
habéis sido los fieles en la desilusión,
mientras
siento una fuga de americanos potros
y
el estertor postrero de un caduco león...
...
Y un cisne negro dijo: -"La noche
anuncia el día".
Y
uno blanco: - "La aurora es inmortal, la aurora
es
inmortal!" ¡Oh tierras de sol y de
armonía,
aún
guarda la esperanza la caja de Pandora!
CYRANO
EN ESPAÑA
He
aquí que Cyrano de Bergerac traspasa
de
un salto el Pirineo. Cyrano está en
su casa.
¿No
es España, acaso, la sangre vino y fuego?
Al
gran gascón saluda y abraza el gran manchego.
¿No
se hacen en España los más bellos castillos?
Roxanas
encarnaron con rosas los Murillos,
y
la hoja toledana que aquí Quevedo empuña
conócenla
los bravos cadetes de Gascuña.
Cyrano
hizo su viaje a la Luna; más antes,
ya
el divino lunático de don Miguel Cervantes
pasaba
entre las dulces estrellas de su sueño
jinete
en el sublime pegaso Clavileño.
Y
Cyrano ha leído la maravilla escrita,
y
al pronunciar el nombre del Quijote, se quita
Bergerac
el sombrero; Cyrano Balazote
siente
que es lengua suya la lengua del Quijote.
Y
la nariz heroica del gascón se diría
que
husmea los dorados vinos de Andalucía.
Y
la espada francesa, por él desenvainada,
brilla
bien en la tierra de la capa y la espada.
¡Bien
venido, Cyrano de Bergerac!
Castilla
te
da su idioma, y tu alma, como tu espada, brilla
al
sol que allá en tus tiempos no se ocultó en España.
Tu
nariz y penacho no están en tierra extraña,
pues
vienes a la tierra de la Caballería.
Eres
el noble huésped de Calderón.
María
Roxana
te demuestra que lucha la fragancia
de
las rosas con las rosas de Francia;
y
sus supremas gracias, y sus sonrisas únicas,
y
sus miradas, astros que visten negras túnicas,
y
la lira que vibra en su lengua sonora
te
dan una Roxana de España, encantadora.
¡Oh
poeta! Oh celeste poeta de la
facha
grotesca! Bravo y noble y sin miedo y sin
tacha,
príncipe
de locuras, de sueños y de rimas:
tu
penacho es hermano de las más altas cimas,
del
nido de tu pecho una alondra se lanza,
un
hada es tu madrina, y es la Deseperanza:
y
en medio de la selva del duelo y del olvido
las
nueve musas vendan tu corazón herido.
¿Allá
en la Luna hallaste algún mágico prado
donde
vaga el espíritu de Pierrot desolado?
¿Viste
el palacio blanco de los locos del Arte?
¿Fue
acaso la gran sombra de Píndaro a encontrarte?
¿Contemplaste
la mancha roja que entre las rocas
albas,
forma el castillo de las Vírgenes locas?
¿Y
en un jardín fantástico de misteriosas flores
no
oiste al melodioso Rey de los ruiseñores?
No
juzgues mi curiosa demanda inoportuna,
pues
todas esas cosas existen en la Luna.
¡Bien
venido, Cyrano de Bergerac!
Cyrano
de
Bergerac, cadete y amante, y castellano
que
traes los recuerdos que Durandal abona
al
país en que aún brillan las luces de Tizona.
El
Arte es el glorioso vencedor. Es el
Arte
el
que vence el espacio y el tiempo; su estandarte,
pueblos,
es del espíritu el azul oriflama,
¿Qué
elegido no corre si su trompeta llama?
Y
a través de los siglos se contestan, oíd:
La
Canción de Rolando y la Gesta del Cid.
Cyrano
va marchando, poeta y caballero,
al
redoblar sonoro del grave Romancero.
Su
penacho soberbio tienes nuestra aureola.
Son
sus espuelas finas de fábrica española.
Y
cuando en su balada Rostand teje el envío,
creeríase
a Quevedo rimando un desafío.
¡Bien
venido, Cyrano de Bergerac! No
seca
el
tiempo el lauro: el viejo corral de la Pacheca
recibe
al generoso embajador del fuerte
Molière. En copa gala Tirso su vino
vierte.
Nosotros
exprimimos las uvas de Champaña
para
beber por Francia y en un cristal de España.
EPITALAMIO
BÁRBARO
El
alba aún no aparece en su gloria de oro.
Canta
el mar con la música de sus ninfas en coro
y
el aliento del campo se va cuajando en bruma.
Teje
la náyade el encaje de su espuma
y
el bosque inicia el himno de sus flautas de pluma.
Es
el momento en que el salvaje caballero
se
ve pasar. La tribu aúlla y el
ligero
caballo
es un relámpago, veloz como una idea.
A
su paso, asustada, se para la marea;
la
náyade interrumpe la labor que ejecuta
y
el director del bosque detiene la batuta.
-¿Qué
pasa?- desde el lecho pregunta Venus bella.
Y
Apolo: - Es Sagitario que ha robado una estrella.
UN
SONETO A CERVANTES
Horas
de pesadumbre y de tristeza
paso
en mi soledad. Pero
Cervantes
es
buen amigo. Endulza mis
instantes
ásperos,
y reposa mi cabeza.
Él
es la vida y la naturaleza,
regala
un yelmo de oros y diamantes
a
mis sueños errantes.
Es
para mí: suspira, ríe y reza.
Cristiano
y amoroso y caballero
parla
como un arroyo cristalino.
Así
le admiro y quiero,
viendo
cómo el destino
hace
que regocije al mundo entero
la
tristeza inmortal de ser divino.
CARNE
DE LA MUJER
¡Carne
celeste carne de la mujer! ¡Arcilla!
-
dijo Hugo-, ambrosía más bien, ¡oh maravilla!
La
vida se soporta,
tan
doliente y tan corta,
solamente
por eso:
roce,
mordisco o beso
en
ese pan divino
para
el cual nuestra sangre es nuestro vino!
En
ella está la lira,
en
ella está la rosa,
en
ella está la ciencia armoniosa,
en
ella se respira
el
perfume vital de toda cosa.
Eva
y Cipris concentran el misterio
del
corazón del mundo.
Cuando
el áureo Pegaso
en
la victoria matinal se lanza
con
el mágico ritmo de su paso
hacia
la vida y hacia la esperanza,
si
alza la crin y las narices hincha
y
sobre las montañas pone el casco sonoro
y
hacia la mar relincha,
y
el espacio se llena
de
un gran temblor de oro,
es
que ha visto desnuda a Anadiomena.
Gloria,
¡oh Potente a quien las sombras temen!
¡Qué
las más blancas tórtolas te inmolen!
¡Pues
por ti la floresta está en el polen
y
el pensamiento en el sagrado semen!
Gloria,
¡oh Sublime, que eres la existencia
por
quien siempre hay futuros en el útero eterno!
Tu
boca sabe al fruto del árbol de la Ciencia
¡y
al torcer tus cabellos apagaste el infierno!
Inútil
es el grito de la legión cobarde
del
interés, inútil el progreso
yankee,
si te desdeña.
Si
el progreso es de fuego, por tí arde.
Toda
lucha del hombre va a tu beso,
por
tí se combate o se sueña!
Pues
en tí existe Primavera para el triste,
labor
gozosa para el fuerte,
néctar,
ánfora, dulzura amable.
Porque
en tí existe
el
placer de vivir, hasta la muerte
y
ante la eternidad de lo probable!...
LOS
TRES REYES MAGOS
-
Yo soy Gaspar. Aquí traigo el
incienso.
Vengo
a decir: La vida es pura y
bella.
Existe
Dios. El amor es
inmenso.
¡Todo
lo sé por la divina Estrella!
-
Yo soy Melchor. Mi mirra aroma
todo.
Existe
Dios. Él es la luz del
día.
La
blanca flor tiene sus pies en lodo
¡y
en el placer hay la melancolía!
-
Soy Baltasar. Traigo el oro,
Aseguro
que
existe Dios. Él es grande y
fuerte.
Todo
lo sé por el lucero puro
que
brilla en la diadema de la Muerte.
-
Gaspar, Melchor y Baltasar, calláos.
Triunfa
el amor, y a su fiesta os convida.
Cristo
resurge, hace la luz del caos
y
tiene la corona de la Vida.
LEDA
(1892)
El
cisne en la sombra parece de nieve;
su
pico es de ámbar del alba al trasluz;
el
suave crepúsculo que pasa tan breve
las
cándidas alas sonrosa de luz.
Y
luego, en las ondas del lago azulado
después
que la aurora perdió su arrebol,
las
alas tendidas y el cuello enarcado,
el
cisne es del plata, bañado de sol.
Tal
es, cuando esponja las plumas de seda,
olímpico
pájaro herido de amor,
y
viola en las linfas sonoras a Leda,
buscando
su pico los labios en flor.
Suspira
la bella desnuda y vencida,
y
en tanto que al aire sus quejas se van,
del
fondo verdoso de fronda tupida
chispean
turbados los ojos de Pan.
MELANCOLÍA
Hermano,
tú que tienes la luz, dime la mía.
Soy
como un ciego. Voy sin rumbo y ando
a tientas.
Voy
bajo tempestades y tormentas
ciego
de ensueño y loco de armonía.
Ese
es mi mal. Soñar. La poesía
es
la camisa férrea de mil puntas cruentas
que
llevo sobre el alma. Las espinas
sangrientas
dejan
caer las gotas de mi melancolía.
Y
así voy, ciego y loco, por este mundo amargo;
a
veces me parece que el camino es muy largo,
y
a veces que es muy corto...
Y
en este titubeo de aliento y agonía,
cargo
lleno de penas lo que apenas soporto.
¿No
oyes caer las gotas de mi melancolía?
DIVAGACIÓN
(Tigre Hotel, diciembre de 1894)
¿Vienes? Me llega aquí, pues que
suspiras,
un
soplo de las mágicas fragancias
que
hicieron los delirios de las liras
en
las Grecias, las Romas y las Francias.
¡Suspira
así! Revuelen las
abejas
al
olor de la olímpica ambrosía
en
los perfumes que en el aire dejas;
y
el dios de piedra que despierte y ría.
Y
el dios de piedra que despierte y cante
la
gloria de los tirsos florecientes
en
el gesto ritual de la bacante
de
rojos labios y nevados dientes;
en
el gesto ritual que en las hermosas
ninfalias
guía a la divina hoguera,
hoguera
que hace llamear las rosas
en
las manchadas pieles de pantera.
Y
pues amas reir, ríe y la brisa
lleve
el son de los líricos cristales
de
tu reir, y haga temblar la risa
la
barba de los Términos joviales.
Mira
hacia el lado del boscaje, mira
blanquear
el muslo de marfil de Diana,
y
después de la Virgen, la Hetaíra
diosa,
su blanca, rosa y rubia hermana,
pasa
en busca de Adonis; sus aromas
deleitan
a las rosas y los nardos:
síguela
una pareja de palomas,
y
hay tras ella una fuga de leopardos.
¿Te
gusta amar en griego? Yo las fiestas
galantes
busco, en donde se recuerde,
al
suave son de rítmicas orquestas
la
tierra de la luz y el mirto verde.
(Los
abates refieren aventuras
a
las rubias marquesas.
Soñolientos
filósofos
defienden las ternuras
del
amor, con sutiles argumentos,
mientras
que surge de la verde grama,
en
la mano el acanto de Corinto,
una
ninfa a quien puso un epigrama
Beuamarchais,
sobre el mármol de su plinto.
Amo
más que la Grecia de los griegos
la
Grecia de la Francias, porque en Francia,
al
eco de las Risas y los Juegos
su
más dulce licor Venus escancia.
Demuestran
más encantos y perfidias,
coronadas
de flores y desnudas,
las
diosas de Clodión que las de Fidias;
unas
cantan francés, otras son mudas.
Verlaine
es más que Sócrates; y Arsenio
Houssaye
supera al viejo Anacreonte.
En
París reinan el Amor y el Genio:
ha
perdido su imperio el dios bifronte.
Monsieur
Prudhomme y Homais no saben nada.
Hay
Chipres, Pafos, Tempes y Amatuntes,
donde
al amor de mi madrina, un hada,
tus
frescos labios a los míos juntes).
Sones
de bandolín. El rojo
vino
conduce
un paje rojo. ¿Amas los
sones
del
bandolín y un amor florentino?
Serás
la reina en los decamerones.
(Un
coro de poetas y pintores
cuenta
historias picantes. Con
maligna
sonrisa
alegre aprueban los señores
Clelia
enrojece. Una dueña se
signa).
¿O
un amor alemán -que no han sentido
jamás
los alemanes-? La
celeste
Gretchen;
claro de luna; el aria; el nido
del
ruiseñor; y en una roca agreste,
la
luz de nieve que del cielo llega
y
baña a una hermosura que suspira
la
queja vaga que a la noche entrega
Loreley
en la lengua de la lira.
Y
sobre el agua azul el caballero
Lohengrín;
y su cisne, cual si fuese
un
cincelado témpano viajero,
con
su cuello enarcado en forma de S.
Y
del divino Enrique Heine un canto,
a
la orilla del Rhin; y del divino
Wolfang
la larga cabellera, el manto;
y
de la uva teutona, el blanco vino
O
amor lleno de sol, amor de España
amor
lleno de púrpuras y oros:
amor
que da el clavel, la flor extraña
regada
con la sangre de los toros;
flor
de gitanas, flor que amor recela.
amor
de sangre y luz, pasiones locas;
flor
que trasciende a clavo y a canela,
roja
cual las heridas y las bocas.
¿Los
amores exóticos acaso?...
Como
rosa de Oriente me fascinas:
me
deleitan la seda, el oro, el raso.
Gautier
adoraba a las princesas chinas.
¡Oh
bello amor de mil genuflexiones:
torres
de kaolín, pies imposibles,
tazas
de té, tortugas y dragones,
y
verdes arrozales apacibles!
Ámame
en chino, en el sonoro chino
de
Li-Tai-Pe. Yo
igualaré a los sabios
poetas
que interpretan el destino;
madrigalizaré
junto a tus labios.
Diré
que eres más bella que la luna:
que
el tesoro del cielo es menos rico
que
el tesoro que vela la importuna
caricia
de marfil de tu abanico.
Ámame,
japonesa, japonesa
antigua,
que no sepa de naciones
occidentales;
tal una princesa
con
las pupilas llenas de visiones,
que
aun ignorase en la sagrada Kioto,
en
su labrado camarín de plata
ornado
al par de crisantemo y loto
la
civilización de Yamagata.
O
con amor hindú que alza sus llamas
en
la visión suprema de los mitos,
y
hace temblar en misteriosas bramas
la
iniciación de los sagrados ritos,
en
tanto mueren tigres y panteras
sus
hierros, y en los fuertes elefantes
sueñan
con ideales bayaderas
los
rajahs, constelados de brillantes.
O
negra, negra como la que canta
en
su Jerusalén el rey hermoso,
negra
que haga brotar bajo su planta
la
rosa y la cicuta del reposo...
Amor,
en fin, que todo diga y cante,
amor
que encante y deje sorprendida
a
la serpiente de ojos de diamante
que
está enroscada al árbol de la vida.
Ámame
así, fatal cosmopolita,
universal,
inmensa, única, sola
y
todas; misteriosa y erudita:
ámame
mar y nube, espuma y ola.
Sé
mi reina de Saba, mi tesoro;
descansa
en mis palacios solitarios.
Duerme. Yo encenderé los
incensarios.
Y
junto a mi unicornio cuerno de oro,
tendrán
rosas y miel tus dromedarios.
ITE,
MISSA EST
Yo
adoro a una sonámbula con alma de Eloísa,
virgen
como la nieve y honda como la mar;
su
espíritu es la hostia de mi amorosa misa,
y
alzo al son de una dulce ira crepuscular.
Ojos
de evocadora, gesto de profetisa,
en
ella hay la sagrada frecuencia del altar;
su
risa es la sonrisa suave de Monna Lisa;
sus
labios son los únicos labios para besar.
Y
he de besarla un día con rojo beso ardiente:
apoyada
en mi brazo como convaleciente
mi
mirará asombrada con íntimo pavor;
¡la
enamorada esfinge quedará estupefacta;
apagaré
la llama de la vestal intacta
y
la faunesa antigua me rugirá de amor!
ERA
UN AIRE SUAVE (1893)
Era
un aire suave, de pausados giros;
el
hada Armonía ritmaba sus vuelos,
e
iban frases vagas y tenues suspiros
entre
los sollozos de los violoncelos.
Sobre
la terraza, junto a los ramajes,
diríase
un trémolo de liras eolias
cuando
acariciaban los sedosos trajes,
sobre
el tallo erguidas, las blancas magnolias.
La
Marquesa Eulalia risas y desvíos
daba
un tiempo mismo para dos rivales:
el
vizconde rubio de los desafíos
y
el abate joven de los madrigales.
Cerca,
coronado con hojas de viña,
reía
en su máscara Término barbudo,
y,
como un efebo que fuese una niña,
mostraba
una Diana su mármol desnudo.
Y
bajo un boscaje del amor palestra,
sobre
rico zócalo al modo de Jonia,
con
un candelabro prendido en la diestra
volaba
el Mercurio de Juan de Bolonia.
La
orquesta perlaba sus mágicas notas;
un
coro de sones alados se oía;
galantes
pavanas, fugaces gavotas
cantaban
los dulces violines de Hungría.
Al
oir las quejas de sus caballeros,
ríe,
ríe, ríe la divina Eulalia,
pues
son su tesoro las flechas de Eros,
el
cinto de Cipria, la rueca de Onfalia.
¡Ay
de quien sus mieles y frases recoja!
¡Ay
de quién del canto de su amor se fíe!
Con
sus ojos lindos y su boca roja,
la
divina Eulalia, ríe, ríe, ríe.
Tiene
azules ojos, es maligna y bella;
cuando
mira, vierte viva luz extraña;
se
asoma a sus húmedas pupilas de estrella
el
alma del rubio cristal de Champaña.
Es
noche de fiesta, y el baile de trajes
ostenta
su gloria de triunfos mundanos.
La
divina Eulalia, vestida de encajes,
una
flor destroza con sus tersas manos.
El
teclado armónico de su risa fina
a
la alegre música de un pájaro iguala.
Con
los staccati de una bailarina
y
las locas fugas de una colegiala.
¡Amoroso
pájaro que trinos exhala
bajo
el ala a veces ocultando el pico;
que
desdenes rudos lanza bajo el ala,
bajo
el ala aleve del leve abanico!
Cuando
a media noche sus notas arranque
y
en arpegios áureos gima Filomela,
y
el ebúrneo cisne, sobre el quieto estanque,
como
blanca góndola imprima su estela.
la
marquesa alegre llegará al boscaje,
boscaje
que cubre la amable glorieta
donde
han de estrecharla los brazos de un paje,
que
siendo su paje será su poeta.
Al
compás de un canto de artista de Italia
que
en la brisa errante la orquesta deslíe,
junto
a los rivales, la divina Eulalia,
la
divina Eulalia, ríe, ríe, ríe.
¿Fue
acaso en el tiempo del rey Luis de Francia
sol
con corte de astros, en campos de azur,
cuando
los alcázares llenó de fragancia
la
regia y pomposa rosa Pompadour?
¿Fue
cuando la bella su falda cogía
con
dedos de ninfa, bailando al minué,
y
de los compases el ritmo seguía
sobre
el tacón rojo, lindo y leve el pie?
¿O
cuando pastoras de floridos valles
ornaban
con cintas sus albos corderos,
y
oían, divinas Tirsis de Versalles,
las
declaraciones de sus caballeros?
¿Fue
en ese buen tiempo de duques pastores,
de
amantes princesas y tiernos galanes,
cuando
entre sonrisas y perlas y flores
iban
las casacas de los chambelanes?
¿Fue
acaso en el Norte o en el Mediodía?
Yo
el tiempo y el día y el país ignoro,
pero
sé que Eulalia ríe todavía,
¡y
es cruel y eterna su risa de oro!
COSAS
DEL CID
Cuenta
Barvey, en versos que valen bien su prosa,
una
hazaña del Cid, fresca como una rosa,
pura
como una perla. No se oyen en la
hazaña
resonar
en el viento las trompetas de España,
ni
el azorado moro las tiendas abandona
al
ver al sol el alma de acero de Tizona.
Babieca,
descansando del huracán guerrero,
tranquilo
pace, mientras el bravo caballero
sale
a gozar del aire de la estación florida.
Ríe
la primavera, y el vuelo de la vida
abre
lirios y sueños en el jardín del mundo.
Rodrigo
de Vivar pasa, meditabundo,
por
una senda, en donde, bajo el sol glorioso,
tendiéndole
la mano, le detiene un leproso.
Frente
a frente, el soberbio príncipe del estrago
y
la victoria, joven, bello como Santiago,
y
el horror animado, la viviente carroña
que
infecta los suburbios de hedor y de ponzoña.
Y
al Cid tiende la mano el siniestro mendigo,
y
su escarcela busca y no encuentra Rodrigo.
-
¡Oh, Cid, una limosna! -dice el precito.- Hermano,
te
ofrezco la desnuda limosna de mi mano!-
dice
el Cid; y, quitando su férreo guante, extiende
la
diestra al miserable, que llora y que comprende.
Tal
es el sucedido que el Condestable escancia
como
un vino precioso en su copa de Francia.
Yo
agregaré este sorbo de licor castellano:
Cuando
su guantelete hubo vuelto a la mano
el
Cid, siguió su rumbo por la primaveral
senda.
Un pájaro daba su nota de cristal
en
un árbol. El cielo profundo
desleía
un
perfume de gracia en la gloria del día.
Las
ermitas lanzaban en el aire sonoro
su
melodiosa lluvia de tórtolas de oro;
el
alma de las flores iba por los caminos
a
unirse a la piadosa voz de los peregrinos,
y
el gran Rodrigo Díaz de Vivar, satisfecho,
iba
cual si llevase una estrella en el pecho.
Cuando
de la campiña, aromada de esencia
sutil,
salió una niña vestida de inocencia,
una
niña que fuera una mujer, de franca
y
angélica pupila, y muy dulce y muy blanca.
Una
niña que fuera un hada o que surgiera
encarnación
de la divina Primavera.
Y
fue al Cid y le dijo: "Alma de amor y fuego,
por
Jimena y por Dios un regalo te entrego,
esta
rosa naciente y este fresco laurel".
Y
el Cid sobre su yelmo las frescas hojas siente,
en
su guante de hierro hay una flor naciente,
y
en lo íntimo del alma como un dulzor de miel.
DE
OTOÑO
Yo
sé que hay quienes dicen: ¿Por qué no canta ahora
con
aquella locura armoniosa de antaño?
Esos
no ven la obra profunda de la hora,
la
labor del minuto y el prodigio del año.
Yo,
pobre árbol, produje, al amor de la brisa,
cuando
empecé a crecer, un vago y dulce son.
Pasó
ya el tiempo de la juvenil sonrisa:
¡Dejad
al huracán mover mi corazón!
A
GOYA
Poderoso
visionario,
raro
ingenio temerario,
por
tí enciendo mi incensario.
Por
tí, cuya gran paleta,
caprichosa,
brusca, inquieta,
debe
amar todo poeta;
por
tus lóbregas visiones,
tus
blancas irradiaciones,
tus
negros y bermellones;
por
tus colores dantescos,
por
tus majos pintorescos,
y
las glorias de tus frescos.
Porque
entra en tu gran tesoro
el
diestro que mata al toro,
la
niña de rizos de oro,
y
con el bravo torero
el
infante, el caballero,
la
mantilla y el pandero.
Tu
loca mano dibuja
la
silueta de una bruja
que
en la sombra se arrebuja,
y
aprende un abracadabra
del
diablo patas de cabra
que
hace una mueca macabra.
Musa
soberbia y confusa,
ángel,
espectro, medusa:
tal
aparece tu musa.
Tu
pincel asombra, hechiza,
ya
en sus claros electriza,
ya
en sus sombras sinfoniza;
con
las manolas amables,
los
reyes los miserables,
o
los Cristos lamentables.
En
tu claroscuro brilla
la
luz muerta y amarilla
de
la horrenda pesadilla,
o
hace encender tu pincel
los
rojos labios de miel
o
la sangre de un clavel.
Tienen
ojos asesinos
en
sus semblantes divinos
tus
ángeles femeninos.
Tu
caprichosa alegría
mezclaba
la luz del día
con
la noche oscura y fría:
Así
es de ver y admirar
tu
misteriosa y sin par
pintura
crespuscular.
De
lo que da testimonio:
por
tus frescos, San Antonio;
por
tus brujas, el demonio.