FEDERICO GARCÍA LORCA

 

 

ANTOLOGÍA

 

 

SI MIS MANOS PUDIERAN DESHOJAR

 

Yo pronuncio tu nombre

En las noches oscuras,

Cuando vienen los astros

A beber en la luna

Y duermen los ramajes

De las frondas ocultas.

Y yo me siento hueco

De pasión y de música.

Loco reloj que canta

Muertas horas antiguas.

Yo pronuncio tu nombre,

En esta noche oscura,

Y tu nombre me suena

Más lejano que nunca,

Más lejano que todas las estrellas

Y más doliente que la mansa lluvia.

¿ Te querré como entonces

Alguna vez ? ¿ Qué culpa

tiene mi corazón ?

Si la niebla se esfuma

¿ Qué otra pasión me espera ?

¿Será tranquila y pura ?

¡¡ Si mis dedos pudieran

Deshojar la luna!!

 

SE HA PUESTO EL SOL

 

Se ha puesto el sol. Los árboles

Meditan como estatuas.

Ya está el trigo segado,

¡Qué tristeza

De las norias paradas!

Un perro campesino

Quiere comerse a Venus y le ladra,

Brilla sobre su campo de pre-beso,

Como una gran manzana.

Los mosquitos-Pegasos del rocío-

Vuelan, el aire en calma,

La Penélope inmensa de la luz

Teje una noche clara.

Hijas mías, dormid, que viene el lobo,

Las ovejitas balan.

¿Ha llegado ya el otoño, compañeras?

Dice una flor ajada.

Ya vendrán los pastores con sus nidos

Por la sierra lejana,

Ya jugarán las niñas en la puerta

De la vieja posada,

Y habrá coplas de amor

Que ya saben

De memoria las casas.

 

 

BALADILLA DE LOS TRES RIOS

 

El río Guadalquivir

va entre naranjos y olivos,

Los dos ríos de Granada

bajan de la nieve al trigo.

¡Ay, amor

que se fue y no vino!

El río Guadalquivir

tiene las barbas granates.

Los dos ríos de Granada,

uno llanto y otro sangre.

¡Ay, amor

que se fue por el aire!

Para los barcos de vela

Sevilla tiene un camino;

por el agua de Granada

sólo reman los suspiros.

¡Ay, amor

que se fue y no vino!

Guadalquivir, alta torre

y viento en los naranjales,

Dauro y Genil, torrecillas

muertas sobre los estanques.

¡Ay, amor

que se fue por el aire!

¡Quién dirá que el agua lleva

un fuego fatuo de gritos!

¡Ay, amor

que se fue y no vino!

Llevo azahar, lleva olivas,

Andalucía, a tus mares,

¡Ay, amor

que se fue por el aire!

 

ROMANCE SONÁMBULO

 

Verde que te quiero verde.

Verde viento. Verdes ramas.

El barco sobre la mar

y el caballo en la montaña.

Con la sombra en la cintura

ella sueña en su baranda,

verde carne, pelo verde,

con ojos de fría plata.

Verde que te quiero verde.

Bajo la luna gitana,

las cosas la están mirando

y ella no puede mirarlas.

Verde que te quiero verde.

Grandes estrellas de escarcha,

vienen con el pez de sombra

que abre el camino del alba.

La higuera frota su viento

con la lija de sus ramas,

y el monte, gato garduño,

eriza sus pitas agrias.

¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...?

Ella sigue en su baranda,

verde carne, pelo verde,

soñando en la mar amarga.

Compadre, quiero cambiar

mi caballo por su casa,

mi montura por su espejo,

mi cuchillo por su manta.

Compadre, vengo sangrando,

desde los puertos de Cabra.

Si yo pudiera, mocito,

ese trato no cerraba.

Pero yo ya no soy yo,

ni mi casa es ya mi casa.

Compadre, quiero morir

decentemente en mi cama.

De acero, si puede ser,

con las sábanas de Holanda.

¿No ves la herida que tengo

desde el pecho a la garganta?

Trescientas rosas morenas

lleva tu pechera blanca.

Tu sangre rezuma y huele

alrededor de tu faja.

Pero yo ya no soy yo,

ni mi casa es mi casa.

Dejadme subir al menos

hasta las altas barandas,

¡dejadme subir!, dejadme

hasta las verdes barandas.

Barandales de la luna

por donde retumba el agua.

 

Ya suben los dos compadres

hacia las altas barandas.

Dejando un rastro de sangre.

Dejando un rastro de lágrimas.

Temblaban en los tejados

farolillos de hojalata.

Mil panderos de cristal,

herían la madrugada.

 

Verde que te quiero verde,

verde viento, verdes ramas.

Los dos compadres subieron.

El largo viento, dejaba

en la boca un raro gusto

de hiel, menta y de albahaca.

¡Compadre!¿Dónde está, dime?

¿Dónde está tu niña amarga?

¡Cuántas veces te esperó!

¡Cuántas veces te esperara,

cara fresca, negro pelo,

en esta verde baranda!

 

Sobre el rostro del aljibe

se mecía la gitana.

Verde carne, verde pelo,

con ojos fríos de plata.

Un carámbano de luna

la sostiene sobre el agua.

La noche se puso íntima

como una pequeña plaza.

Guardias civiles borrachos

en la puerta golpeaban.

Verde que te quiero verde.

Verde viento. Verdes ramas.

El barco sobre la mar.

Y el caballo en la montaña.

 

ROMANCE DE LA LUNA

 

La luna vino a la fragua

con su polisón de nardos.

El niño la mira mira.

El niño la está mirando.

En el aire conmovido

mueve la luna sus brazos

y enseña, lúbrica y pura,

sus senos de duro estaño.

Huye luna, luna, luna.

Si vinieran los gitanos,

harían con tu corazón

collares y anillos blancos.

Niño, déjame que baile.

Cuando vengan los gitanos,

te encontrarán sobre el yunque

con los ojillos cerrados.

Huye luna, luna, luna,

que ya siento sus caballos.

Niño, déjame, no pises

mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba

tocando el tambor del llano.

Dentro de la fragua el niño,

tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían,

bronce y sueño, los gitanos.

Las cabezas levantadas

y los ojos entornados.

¡Cómo canta la zumaya,

ay cómo canta en el árbol!

Por el cielo va la luna

con un niño en la mano.

Dentro de la fragua lloran,

dando gritos, los gitanos.

El aire la vela, vela.

El aire la está velando.

 

PRECIOSA Y EL AIRE

 

Su luna de pergamino

Preciosa tocando viene

por un anfigio sendero

de cristales y laureles.

El silencio sin estrellas,

huyendo del sonsonete,

cae donde el mar bate y canta

su noche llena de peces.

En los picos de la sierra

los carabineros duermen

guardando las blancas torres

donde viven los ingleses.

Y los gitanos del agua

levantan por distraerse,

glorietas de caracolas

y ramas de pino verde.

 

Su luna de pergamino

Preciosa tocando viene.

Al verla se ha levantado

el viento que nunca duerme.

San Cristobalón desnudo,

llenos de lenguas celestes,

mira a la niña tocando

una dulce gaita ausente.

Niña, deja que levante

tu vestido para verte.

Abre en mis dedos antiguos

la rosa azul de tu vientre.

Preciosa tira el pandero

y corre sin detenerse.

El viento-hombrón la persigue

con una espada caliente.

Frunce su rumor el mar.

Los olivos palidecen.

Cantan las flautas de umbría

y el liso gong de la nieve.

¡Preciosa, corre, Preciosa,

que te coge el viento verde!

¡Preciosa, corre, Preciosa!

¡Míralo por donde viene!

Sátiro de estrellas bajas

con sus lenguas relucientes.

 

Preciosa, llena de miedo,

entra en la casa que tiene,

más arriba de los pinos,

el cónsul de los ingleses.

Asustados por los gritos

tres carabineros vienen,

sus negras capas ceñidas

y los gorros en las sienes.

El inglés da a la gitana

un vaso de tibia leche,

y una copa de ginebra

que Preciosa no se bebe.

Y mientras cuenta, llorando,

su aventura a aquella gente,

en las tejas de la pizarra

el viento, furioso, muerde.

 

 

ROMANCE DE LA PENA NEGRA

 

 

Las piquetas de los gallos

cavan buscando la aurora,

cuando por el monte oscuro

baja Soledad Montoya.

Cobre amarillo, su carne,

huele a caballo y a sombra.

Yunques ahumados sus pechos,

gimen canciones redondas.

Soledad, ¿ por quién preguntas

sin compaña y a estas horas ?

Pregunte por quien pregunte,

dime: ¿ a ti que te importa ?

Vengo a buscar lo que busco,

mi alegría y mi persona.

Soledad de mis pesares,

caballo que se desboca,

al fin encuentra la mar

y se lo tragan las olas.

No me recuerdes el mar,

que la pena negra, brota

en las tierras de aceituna

bajo el rumor de las hojas.

¡ Soledad, qué pena tienes !

¡ Qué pena tan lastimosa !

Lloras zumo de limón

agrio de espera y de boca.

¡ Qué pena tan grande ! Corro

mi casa como una loca,

mis dos trenzas por el suelo,

de la cocina a la alcoba.

¡ Qué pena ! Me estoy poniendo

de azabache, carne y ropa.

¡ Ay mis camisas de hilo !

¡ Ay mis muslos de amapola !

Soledad: lava tu cuerpo

con agua de las alondras,

y deja tu corazón

en paz, Soledad Montoya.

Por abajo canta el río:

volante de cielo y hojas.

Con flores de calabaza,

la nueva luz se corona.

¡ Oh pena de los gitanos !

Pena limpia y siempre sola.

¡ Oh pena de cauce oculto

y madrugada remota !

 

AY, VOZ SECRETA

 

Ay voz secreta del amor oscuro

¡ay balido sin lanas! ¡ay herida!

¡ay aguja de hiel, camelia hundida!

¡ay corriente sin mar, ciudad sin muro!

¡Ay noche inmensa de perfil seguro,

montaña celestial de angustia erguida!

¡silencio sin fin, lirio maduro!

Huye de mi, caliente voz de hielo,

no me quieras perder en la maleza

donde sin fruto gimen carne y cielo.

Deja el duro marfil de mi cabeza

apiádate de mi, ¡rompe mi duelo!

¡que soy amor, que soy naturaleza!

 

Llagas de amor.

Esta luz, este fuego que devora.

Este paisaje gris que me rodea.

Este dolor por una sola idea.

Esta angustia de cielo, mundo y hora.

 

Este llanto de sangre que decora

lira sin pulso ya, lúbrica tea.

Este peso del mar que me golpea.

Este alacrán que por mi pecho mora.

 

Son guirnaldas de amor, cama de herido,

donde sin sueño, sueño tu presencia

entre las ruinas de mi pecho hundido.

 

Y aunque busco la cumbre de prudencia

me da tu corazón valle tendido

con cicuta y pasión de amarga ciencia.

 

Soneto Gongorino.

Este pichón del Turia que te mando,

de dulces ojos y de blanca pluma,

sobre laurel de Grecia vierte y suma

llama lenta de amor do estoy parando.

 

Su cándida virtud, su cuello blando,

en limo doble de caliente espuma,

con un temblor de escarcha, perla y bruma

la ausencia de tu boca está marcando.

 

Pasa la mano sobre su blancura

y verás qué nevada melodía

esparce en copos sobre tu hermosura.

Así mi corazón de noche y día,

preso en la cárcel del amor oscuro,

llora sin verte su melancolía.

 

Noches del amor insomne

Noche arriba los dos con luna llena,

yo me puse a llorar y tú reías.

Tu desdén era un dios, las penas mías

momentos y palomas en cadenas.

 

Noche abajo los dos.

Cristal de pena, llorabas tú por hondas lejanías

sobre tu débil corazón de arena.

 

La aurora nos unió sobre la cama,

las bocas puestas sobre el chorro helado

de una sangre sin fin que se derrama.

 

Y el sol entró por el balcón cerrado

y el coral de la vida abrió su rama

sobre mi corazón amortajado.

 

El amor duerme en el pecho del poeta.

Tú nunca entenderás lo que te quiero

porque duermes en mí y estás dormido.

Yo te oculto llorando, perseguido

por una voz de penetrante acero.

 

Norma que agita igual carne y lucero

traspasa ya mi pecho dolorido

y las turbias palabras han mordido

las alas de tu espíritu severo.

 

Grupo de gente salta en los jardines

esperando tu cuerpo y mi agonía

en caballos de luz y verdes crines.

 

Pero sigue durmiendo, vida mía.

¡Oye mi sangre rota en los violines!

¡Mira que nos acechan todavía!.

 

Soneto de la carta.

Amor de mis entrañas, viva muerte,

en vano espero tu palabra escrita

y pienso, con la flor que se marchita,

que si vivo sin mi quiero perderte.

 

El aire es inmortal, la piedra inerte

ni conoce la sombra ni la evita.

Corazón interior no necesita

la miel helada que la luna vierte.

 

Pero yo te sufrí, rasgué mis venas,

tigre y paloma sobre tu cintura

en duelo de mordiscos y azucenas.

 

Llena, pues, de palabras mi locura

o déjame vivir en mi serena

noche del alma para siempre oscura.

 

El poeta dice la verdad.

Quiero llorar mi pena y te lo digo

para que tú me quieras y me llores

en un anochecer de ruiseñores,

con un puñal, con besos y contigo.

 

Quiero matar al único testigo

para el asesinato de mis flores

y convertir mi llanto y mis sudores

en eterno montón de duro trigo.

 

Que no se acabe nunca la madeja

del te quiero me quieres, siempre ardida

con decrépito sol y luna vieja.

 

Que lo que no me des y no te pida

será para la muerte, que no deja

ni sombra por la carne estremecida.

 

Ciudad encantada.

¿Te gustó la ciudad que gota a gota

labró el agua en el centro de los pinos?

¿Viste sueños y rostros y caminos

y muros de dolor que el aire azota?

 

¿Viste la grieta azul, la luna rota

que el Júcar moja de cristal y trinos

? ¿Han besado tus dedos los espinos

que coronan de amor piedra remota?

 

¿Te acordaste de mí cuando subías

al silencio que sufre la serpiente

prisionera de grillos y de umbrías?

 

¿No viste por el aire transparente

una dalia de penas y alegrías

que te mandó mi corazón caliente?

 

Soneto de la guirnalda de rosas.

¡Esa guirnalda! ¡pronto! ¡que me muero!

¡Teje de prisa! ¡canta! ¡gime! ¡canta!

que la sombra me enturbia la garganta

y otra vez viene a mí la luz de enero.

 

Entre lo que me quieres y te quiero,

aire de estrellas y temblor de planta,

espesura de anémonas levanta

con oscuro gemir un año entero.

 

Goza del fresco paisaje de mi herida,

quiebra juncos y arroyos delicados.

Bebe en muslo de miel sangre vertida.

 

Pero ¡pronto! Que unidos, enlazados,

boca rota de amor y alma mordida,

el tiempo nos encuentre destrozados.

Soneto de la dulce queja.

Tengo miedo a perder la maravilla

de tus ojos de estatua y el acento

que me pone de noche en la mejilla

la solitaria rosa de tu aliento.

 

Tengo pena de ser en esta orilla

tronco sin ramas, y lo que más siento

es no tener la flor, pulpa o arcilla

para el gusano de mi sufrimiento.

 

Si tú eres el tesoro oculto mío,

si tú eres mi cruz y mi dolor mojado,

si soy el perro de tu señorío.

 

No me dejes perder lo que he ganado

y decora las aguas de tu río

con hojas de mi otoño enajenado.

 

El poeta habla por teléfono con el amor.

Tu voz regó la duna de mi pecho

en la dulce cabina de madera.

Por el sur de mis pies fue primavera

y al norte de mi frente flor de helecho.

 

Pino de luz por el espacio estrecho

cantó sin alborada y sementera

y mi llanto prendió por vez primera

coronas de esperanza por el techo.

 

Dulce y lejana voz por mí vertida.

Dulce y lejana voz por mí gustada.

Lejana y dulce voz amortecida.

 

Lejana como oscura corza herida.

Dulce como un sollozo en la nevada.

¡Lejana y dulce en tuétano metida!

 

BALADA TRISTE

 

 

¡Mi corazón es una mariposa,

niños buenos del prado!,

Que presa por la araña gris del tiempo

Tiene el polen final del desengaño.

De niño yo canté como vosotros,

Niños buenos del prado,

Solté mi gavilán con las temibles

Cuatro uñas de gato.

Pasé por el jardín de Cartagena

La verbena invocando

Y perdí la sortija de mi dicha

Al pasar el arroyo imaginario.

Fui también caballero

Una tarde fresquita de mayo.

Ella era entonces para mi el enigma,

Estrella azul sobre mi pecho intacto.

Cabalgué lentamente hacia los cielos,

Era un domingo de pipirigallo,

Y vi que en vez de rosas y claveles

ella tronchaba lirios con sus manos.

Yo siempre fui intranquilo,

niños buenos del prado,

El ella del romance me sumía

En soñares claros.

¿ Quién será la que corta los claveles

Y las rosas de mayo ?

¿ Y por qué la verán sólo los niños

A lomos de Pegaso ?

¿ Será esa misma la que en los rondones

Con tristeza llamamos

Estrella, suplicándole que salga

A danzar por el campo ?...

En abril de mi infancia yo cantaba,

Niños buenos del prado,

La ella impenetrable del romance

Donde sale Pegaso,

Yo decía en las noches la tristeza

De mi amor ignorado

Y la luna entera ¡ qué sonrisa

Ponía entres sus labios !

¿ Quién será la que corta los claveles

Y las rosas de mayo ?

Y de aquella chiquita, tan bonita,

Que su madre ha casado,

¿ En qué oculto rincón de cementerio

Dormirá su fracaso ?

Yo sólo con mi amor desconocido,

Sin corazón, sin llantos,

hacia el techo imposible de los cielos

Con un gran sol por báculo.

¡ Qué tristeza tan seria me da sombra !

Niños buenos del prado,

Cómo me recuerda dulce el corazón

Los días ya lejanos...

¿ Quién será la que corta los claveles

y las rosas de mayo ?

 

ALBA

 

Mi corazón oprimido

Siente junto a la alborada

El dolor de sus amores

Y el sueño de las distancias,

La luz de la aurora lleva

Semilleros de nostalgias.

Y la tristeza sin ojos

De la médula del alma,

La gran tumba de la noche

Su negro velo levanta

Para ocultar con el día

la inmensa cumbre estrellada.

¡ Qué haré yo sobre éstos campos

Cogiendo nidos y ramas,

Rodeado de la aurora

Y llena de noche el alma!

¡ Qué haré si tienes tus ojos

Muertos a las luces claras

Y no ha de sentir mi carne

El calor de tus miradas!

¿Por qué te perdí para siempre

En aquella tarde clara?

Hoy mi pecho está reseco

Como una estrella apagada.