ANDRÉS BELLO

 

 

 

SOBRE LOS NUEVOS ESTADOS HISPANOAMERICANOS

 

 

 

           Consiguientes a nuestro propósito de dar lugar en este periódico a

            todo lo que se publica en los extranjeros sobre la historia,

            antigüedades y geografía de América, hemos insertado en los números

            anteriores dos extractos de un artículo de la Revista Extranjera de

            Londres, relativos al Perú y a Bolivia, y al hacerlo hemos

            descartado una porción no pequeña de vulgaridades, y otra no menor

            de exageradas declamaciones contra los nuevos Estados americanos.

            Aun por lo que hemos conservado de aquel artículo habrán echado de

            ver nuestros lectores los cortos alcances del revisor en materia de

            erudición americana y de filosofía.

                 Nada puede ser más común y trivial que lo que allí se encuentra

            sobre la época de la dominación española. Según la revista, con la

            multiplicación de las audiencias desaparecieron en gran manera las

            vejaciones a que los indígenas y criollos habían estado-sujetos;

            estos tribunales ejercían sus funciones con integridad e

            independencia, y el celo que la metrópoli mostraba por los derechos

            privados y los intereses de los habitantes de las colonias y la

            libertad que éstos disfrutaban de contribuciones y gabelas a que los

            españoles estaban sujetos en la Península, eran una suficiente

            garantía del bienestar futuro de las provincias americanas. Es

            imposible pintar con más tristes colores la revolución de estas

            provincias, que gozaban de tanta felicidad bajo la protección de

            España: Estados (dice la Revista), que parecen haber nacido sólo

            para expirar. La desgraciada precipitación que aceleró en Europa y

            en los Estados Unidos su reconocimiento luego que sacudieron el yugo

            materno, y antes que hubiesen dado pruebas de su capacidad de

            gobernarse a sí mismos, por justo que este principio pareciese en

            abstracto, y por necesario que fuese aquel paso en otra época

            ulterior, fue perniciosa entonces para ambas partes, y dio a conocer

            del modo más amargo estas lecciones morales y políticas, que el

            desentendernos de nuestras pasiones y aun intereses, por compasión a

            un Estado hermano en sus momentos de apuro, es un acto de piedad que

            cede tanto en beneficio del que lo hace como del que lo recibe; y

            que es un deber de todos los hombres públicos despreciar y reprimir

            el clamor popular en materias de que ellos están dudosos y la nación

            que gobiernan impacientemente ignorante. Toda esta filosofía moral y

            política presupone una de dos cosas, o que los suramericanos habían

            sido condenados por el cielo a un pupilaje eterno, o que hubieran

            sido más capaces de gobernarse a sí mismos continuando otro siglo en

            la peor de todas las escuelas en la que un pueblo ha podido hacer el

            aprendizaje de la existencia política. En cuanto al reconocimiento

            de las nuevas repúblicas por los Estados Unidos y por algunas

            potencias de Europa, no vemos que este paso haya influido en bien ni

            en mal, sea con respecto a las colonias o a la metrópoli. Los

            Estados que nos han reconocido lo han hecho por el interés de su

            comercio, no por miras a amistad o benevolencia, que hayan podido

            producir efecto alguno sensible en el éxito de la contienda.

                 En este cuadro de sombras no se ha presentado a los ojos del

            revisor más que un punto luminoso, que es Bolivia, o por mejor

            decir, el general Santacruz. ¿Y cuáles son los títulos del

            presidente de Bolivia a tan lisonjera excepción? El código

            boliviano, que no es obra suya ni buena; el arreglo de las rentas

            públicas, en las que todo lo bueno fue obra de Sucre, y sólo es de

            Santacruz el dispendio en proyectos insensatos que han convertido la

            posteridad en indigencia y miseria; el no haber contraído empréstito

            extranjero, mérito negativo que tampoco le pertenece, porque la

            presidencia de Santacruz y aun la existencia de Bolivia como Estado

            independiente, fueron posteriores a las dificultades pecuniarias de

            la guerra, que dieron ocasión a los empréstitos: la confederación

            Perú-Boliviana, efectuada, como las conquistas de los incas, por las

            armas de la persuasión, y en fin (lo que en concepto de algunos es

            el resumen de todas las virtudes y el epítome de todas las

            alabanzas) la predilección a los extranjeros.

                 Todo esto parece algo extraño en un periódico de tan merecida

            reputación como el Foreign Quarterly. Pero se disminuye algún tanto

            la extrañeza al percibir que aquel artículo ha sido en gran parte

            compilado de materiales suministrados por un boliviano, aspirante a

            los favores de Santacruz; autor de ciertas Memorias Históricas de

            las que el Foreign Quarterly ha dado antes noticia en términos que

            manifiestan muy poca versación en la lengua en que están escritas

            (porque de otra suerte se hubiera guardado bien de alabarlas), y

            fuente de la exquisita erudición aimará de que está adornado el

            artículo. Para que no quede duda alguna sobre el fidedigno y

            desinteresado origen de los encomios del presidente de Bolivia,

            traduciremos aquí las indirectas que le hace la Revista para que

            confiera al autor de las Memorias la plenipotencia de Bolivia en

            Londres. «No podemos dejar al autor de la obra citada (Memorias

            Históricas) sin expresar otra vez lo satisfechos que hemos quedado

            de la solidez y moderación de sus miras. La reunión de sagacidad y

            patriotismo que hemos encontrado en ella (y algo debe concederse a

            la parcialidad nacional) han recomendado sin duda este escritor a la

            noticia del presidente de Bolivia; como panegirista suyo quizá, pero

            ciertamente justo, y esperamos no equivocarnos en creer que sus

            servicios han sido al fin recompensados por su patria con el encargo

            de representarla en Inglaterra; para lo que (como se ve por su obra)

            sus sólidos conocimientos de los gobiernos europeos y sus relaciones

            con su país nativo prueban su aptitud superior».