FLORENTINO AMEGHINO
LAS
SEQUÍAS Y LAS INUNDACIONES EN LA PROVINCIA BUENOS AIRES
En las primeras páginas de
esta Memoria, al exponer los resultados de mi excursión a las lagunas de Lobos y
de Monte, dije que ellos fueron relativamente escasos a causa de la gran
cantidad de agua que llenaba las lagunas, y eso a pesar de haber efectuado mi
viaje cuando la estación del calor estaba muy avanzada. Hasta los mismos campos
elevados pero de poco declive, estaban todavía en parte inundados y ya puede
juzgarse por esto cómo estarían durante el invierno excepcionalmente lluvioso
del año pasado. Natural es, pues, que la cuestión de las inundaciones y de los
proyectados trabajos de nivelación y desagüe estuvieran a la orden del día y se
deseara conocer mi opinión al respecto. Eso me indujo a hacer algunas
observaciones sobre las causas de las inundaciones y los medios de evitarlas, y
encontré que esta cuestión estaba íntimamente ligada con la de las sequías que
de tiempo en tiempo hacen sentir sus desastrosos efectos sobre distintas
regiones de la Provincia. Aún más: adquirí la convicción de que todo esfuerzo y
todo trabajo que tendieran a evitar uno de esos males, sin tomar en cuenta el
otro, ocasionaría, probablemente, más perjuicios que
beneficios.
La cuestión de las obras de
canalización y desagüe en la provincia de Buenos Aires continúa, sin embargo, a
la orden del día. Los trabajos de nivelación se prosiguen con actividad y todos
esperan con impaciencia el día en que el pico del trabajador empiece la
excavación de los canales de desagüe, destinados a preservar de las inundaciones
a vastas zonas de la Provincia hoy expuestas a desbordes periódicos de las
aguas, que destruyen su riqueza y entorpecen el desenvolvimiento de la
ganadería.
Todos abrigan la esperanza
de que dichos trabajos librarán a la Provincia de las inundaciones, abriendo así
para el porvenir una nueva era de prosperidad y riqueza sin precedente entre
nosotros. Por todas partes no se oye hablar sino de proyectos de canales que den
salida a las aguas que en las épocas de grandes lluvias cubren los terrenos
bajos o de poco declive. El objetivo de todos esos proyectos parece ser buscar
los medios de llevar al océano lo más rápidamente posible las aguas pluviales,
con lo que se cree evitar en lo sucesivo el desborde de los ríos y la inundación
consiguiente de los terrenos adyacentes.
Aunque el entusiasmo es
contagioso, no se me ha comunicado; he permanecido frío y pensativo,
reflexionando sobre las ventajas y desventajas que reportarían los canales de
desagüe y me he confirmado más en mi opinión de que si ellos no son el
complemento de obras más eficaces y de mayor consideración, reportarán
probablemente más perjuicios que beneficios.
Antes de emprender esos
trabajos creo que sería prudente darse cuenta no sólo de los beneficios sino
también de los perjuicios que podrían reportar para ver si los unos compensarían
a los otros.
Es cierto que en distintas
regiones de Europa se practica el drenaje y el desagüe de los campos en grande
escala, sin que a nadie se le haya ocurrido que pueda ser perjudicial, por ser
demasiado evidentes sus beneficios. Pero es que la constitución física de
aquellas regiones es completamente distinta de la de estos territorios; de
consiguiente, lo que allí reporta beneficios, bien podría producir aquí
perjuicios. Allí no se conocen esas grandes sequías que son a menudo el azote de
esta Provincia; las lluvias son allí más regulares y el agua no escasea en
ninguna época del año. Es así muy natural que allí se desagüe al sobrante de las
aguas porque realmente lo hay.
Aquí no hay sobrante. Si hoy
nos ahogamos por excesiva abundancia de agua, mañana nos moriremos de sed. En
tales condiciones ¿que ventajas reportará el desagüe de la Pampa? Indudablemente
importantes beneficios para unas mil leguas de terrenos anegadizos en las épocas
anormales; de excedentes lluvias, evitando en parte en lo sucesivo las grandes
pérdidas que ocasionan las inundaciones.
Con todo, sería bueno tener
presente que si esos terrenos anegadizos no son utilizables en los períodos de
grandes lluvias, en las épocas de grandes sequías, cuando toda la llanura se
presenta desnuda de vegetación y sin agua, ellos constituyen los únicos campos
de pastoreo en donde se acumulan las haciendas para salvarlas de la
muerte.
Por otra parte, con los
canales de desagüe es posible que no se eviten por completo las inundaciones,
como parece creerse. Las aguas excedentes de las planicies elevadas y terrenos
de poco declive corren a los ríos con lentitud, pero es permitido suponer que
por medio de los canales de desagüe se precipitarían con mayor fuerza y
prontitud a los cauces de los ríos o a los puntos bajos hacia donde se les diera
dirección. Si así sucediera, o habría que dar a los canales de desagüe una
capacidad extraordinaria que exigiría un costo enorme, o las crecientes y
desbordes se producirían con mayor rapidez que ahora y ocasionarían estragos aún
más considerables en un menor espacio de tiempo, pues verificándose el desagüe
con mayor rapidez, las inundaciones serían de menor duración. Las aguas no
ocasionarían pérdidas de consideración en las planicies elevadas y de poco
declive, pero ¿qué estragos no producirían en los puntos bajos los desbordes de
los ríos y de los canales?
Sin embargo, hagamos
abstracción de estas objeciones y admitamos en principio que las obras de
desagüe reportarían beneficios para los terrenos bajos, anegadizos y expuestos a
las inundaciones.
Es sabido que toda cuestión
tiene sus dos lados: el pro y el contra. Veamos, pues, también un poco los
perjuicios que ocasionaría un desagüe perpetuo de esas mil leguas de terrenos
anegadizos.
Desde luego desaguar sin
límite los terrenos quiere decir privar a la llanura de la pampa de una cantidad
considerable de agua que, bien aplicada, puede constituir una reserva preciosa
para atenuar, cuando menos en parte, los efectos desastrosos de las épocas de
grandes sequías.
Si se hiciera un cálculo de
los millones de pérdidas que en los últimos treinta años han producido las
inundaciones por una parte y las sequías por la otra, se vería indudablemente
que los perjuicios ocasionados por las últimas sobrepasan en una cantidad
asombrosa a los que han sido producidos por las primeras.
No es que en la Provincia no
caiga agua suficiente para fertilizar sus campos, sino que esta se reparte de un
modo muy irregular, habiendo unos meses extraordinariamente secos y otros en que
cae un volumen de agua enorme; durante estos últimos se llenan los lagos y
lagunas, se desbordan los ríos, se ponen a nado hasta los cañadones que no
conservan una gota de agua en el resto del año y se inundan vastísimas zonas de
terrenos bajos o de poco declive. Pocos meses después esas lagunas se encuentran
vacías, los ríos con un caudal de agua escaso, los arroyos y riachuelos
entrecortan su curso, los cañadones están secos y cuando la sequía se prolonga,
los campos antes inundados se encuentran desnudos, sin una mata de hierba,
cubiertos por un manto de polvo finísimo. Los animales se mueren por falta de
vegetación y agua y los estancieros tienen que emprender el ímprobo trabajo de
cavar pozos para proporcionarles agua a las haciendas.
El desagüe ilimitado o
perpetuo de los campos anegadizos no tan sólo no disminuirá los enormes
perjuicios que sufren los hacendados en los años de sequía, sino que los
aumentará notablemente, haciendo además que algunos de ellos adquieran un
carácter permanente.
Los períodos de grandes
sequías son, por una parte, el resultado de la irregularidad de las lluvias y
por otra, de que el agua que cae en los períodos de grandes lluvias se evapora
con demasiada prontitud sin penetrar en el subsuelo en la cantidad que sería de
desear.
Si bajo nuestro clima, sobre
ser ya demasiado rápida la evaporación de las aguas, que en las épocas lluviosas
inundan una parte considerable de la llanura, todavía se les da desagüe
completo, es natural suponer que los períodos de grandes sequías serán más
frecuentes y más prolongados y producirán efectos aún más desastrosos de los que
ocasionan hasta ahora. El agua que anega los terrenos iría al mar por los
canales de desagüe en vez de evaporarse e infiltrarse en el suelo, como sucede
hasta ahora, de modo que, siendo más escasos los vapores acuosos suspendidos en
la atmósfera, serían igualmente algo más escasas las lluvias, y sobre todo el
rocío, y de consiguiente más largos y sensibles los períodos de grandes sequías.
Sería difícil, entonces, contrarrestar los efectos desastrosos de éstas, pues no
pasa de ser una ilusión creer que las napas de agua semisurgentes que cruzan el
subsuelo de la Provincia, sean suficientes para evitarlos. Apenas bastarían para
atenuarlos proveyendo el agua necesaria para dar de beber a las
haciendas.
Además de la evaporación
consiguiente, las aguas que durante una parte del año cubren los terrenos bajos
o de poco declive producen otro fenómeno de resultados benéficos: conservan
constantemente humedecido el subsuelo, en el que se infiltra una cantidad de
líquido considerable que forma las vertientes que alimentan las escasas
corrientes de agua de la Pampa, las cuales con los canales de desagüe
disminuirían notablemente de volumen. Las mismas aguas pluviales abandonando con
demasiada prontitud la superficie del suelo penetrarían en el terreno menos que
ahora y en menor cantidad, de manera que éste se resentiría de los efectos de
las sequías con mayor facilidad y prontitud.
Áreas extensas de terrenos
que ahora sólo de tiempo en tiempo sufren los efectos desastrosos de las
sequías, se convertirían probablemente en campos estériles durante todo el año,
como lo son los de la pampa del Sudoeste. Y aquí no está demás recordar que no
hay un palmo de la llanura argentina (si se exceptúan las salinas) que sea
improductivo o no sea cultivable, a causa de la calidad del terreno. Allí donde
los campos son estériles, ello es debido: o a la falta de humus por habérselo
llevado las aguas pluviales, o lo es a la falta de agua, como sucede en la pampa
del Sudoeste, que se extiende desde los límites occidentales de la provincia de
Buenos Aires hasta el pie de la Cordillera de los Andes. Esa llanura es en su
conjunto completamente desnuda, cubierta por una capa pulverulenta continuamente
barrida por los vientos, y eso por falta de vegetación; y no hay vegetación
porque no hay agua. La prueba de ello es que en las orillas de los arroyos o en
los alrededores de las escasas lagunas de esa región el suelo está cubierto por
una fuerte capa de tierra vegetal cubierta a su vez de un verde césped; y lo
prueban de una manera más evidente aún las irrigaciones artificiales, pues en
todas partes adonde se lleva el riego los campos antes desnudos y estériles se
convierten en terrenos de fertilidad asombrosa. Luego, lo único que le falta a
lo que se llama la pampa estéril es lo mismo que le falta a la pampa fértil en
los años de grandes sequías: agua. Y si sobre no tener agua de sobra todavía
buscamos los medios de deshacernos rápidamente de la que con cierta abundancia
cae en algunas épocas en la pampa del Sudeste, una parte considerable de la
Provincia, aquella cuyo nivel sobre el océano es más elevado y más lejos se
encuentra de él, correría el grave riesgo de convertirse en una prolongación de
la pampa estéril del Sudoeste, tan impropia para el pastoreo como para la
agricultura y con la circunstancia agravante de que allí no existen corrientes
de agua comparables a las que desde la Cordillera descienden a la llanura vecina
y que pudieran aprovecharse como aquellas para el riego
artificial.
Y no serían estos los únicos
males que acarrearía consigo el desagüe de los campos: produciría en la
superficie de la Pampa otros cambios de resultadas no menos desastrosos. Las
aguas, corriendo con fuerza a los canales de desagüe, arroyos y riachuelos,
arrastrarían consigo una cantidad considerable de semillas, lo que por si solo
bastaría para disminuir sensiblemente la vegetación de la llanura.
Se formarían en los
contornos de los canales de desagüe, lagunas y corrientes de agua, grandes
regueras en las que se precipitarían con fuerza las aguas pluviales denudando la
superficie del terreno, que, escaso de vegetación, ofrecería entonces poca
resistencia, de manera que la capa de tierra vegetal de la cual depende la
fertilidad del suelo y que no hay quien no sepa que en la Provincia no es
relativamente muy espesa, iría a parar poco a poco a los canales de desagüe y
por ellos al Océano. Este proceso de denudación, fatal para la vegetación, se
verifica actualmente en grande escala. ¿Quién no ha visto esas lomas y laderas
de las cuencas de nuestros ríos, completamente desnudas, lavadas por el agua que
se ha llevado de la superficie absolutamente todo el terreno vegetal, dejando a
la vista el pampeano rojo?
Es necesario observar las
aguas turbias y cenagosas que arrastran las corrientes de agua de la Pampa en
las grandes crecientes o hacer una visita a la desembocadura del río Salado o al
delta del río Luján, para darse cuenta de la inmensa cantidad de tierra vegetal
que los ríos y arroyos de la provincia Buenos Aires arrastran anualmente al
lecho del Plata o al fondo del Atlántico. Si esto sucede actualmente ¿qué no
sucedería dándoles un absoluto desagüe a los terrenos de poco declive,
exponiendo así a la denudación vastas superficies de terreno sobre las cuales
las aguas aún no ejercen ninguna acción mecánica de
transporte?
La llanura argentina es, en
efecto, una de las comarcas que tiene una capa de humus menos espesa, más
delgada todavía que la de otras llanuras que datan de época geológica más
reciente; y la razón de ello debe buscarse únicamente en la denudación constante
que las aguas pluviales ejercen sobre la superficie de los terrenos elevados o
de poco declive, pues puede perfectamente observarse que las hoyas aisladas en
que la denudación es nula o en el centro de planicies extendidas y sin declive,
la capas de tierra vegetal alcanza un espesor
considerable.
Si la enorme cantidad de
materias terrosas que actualmente arrastran cada año las aguas al océano quedara
siquiera en parte en la superficie del terreno, aumentaría el espesor de la
tierra vegetal y con ella la fertilidad del territorio.
De modo, pues, que debería
buscarse el medio de disminuir la denudación de las aguas en la superficie del
suelo de una parte considerable de la Provincia, en vez de tratar de aumentarla
de una manera asombrosa llevándola a parajes en que hasta ahora no se había
hecho sentir, como indudablemente sucederá si se llevan a cabo las proyectadas
obras de completo desagüe en carácter de desagües perpetuos e
ilimitados.
Y como complemento de todas
estos males, la enorme cantidad de materias terrosas arrastradas por las aguas
pluviales a los canales de desagüe, sería llevada por éstos una parte a la
embocadura de ellos o de los ríos, donde se acumularían en forma de barras que
obstruirían el curso de las aguas, y otra parte se depositaría en el fondo de
los mismos canales levantando su lecho. El aumento progresivo de las barras y el
levantamiento continuo del fondo de los canales pronto produciría desbordes e
inundaciones de un carácter tanto más grave cuanto mayor desarrollo se dejara
tomar a esas barras y depósitos de limo, de manera que habría que gastar sumas
enormes para remover continuamente las barras de las embocaduras y el limo del
fondo de los canales, para que así quedara constantemente libre el curso de las
aguas y pudieran éstas denudar a su antojo la superficie del terreno impidiendo
la formación del humus y esterilizando cada vez más los
campos.
Los resultados inmediatos de
dichas obras serían, pues, una probable disminución en la cantidad de lluvia
anual, una notable disminución de la humedad del suelo, una mayor irregularidad
de las precipitaciones acuosas, sequías más intensas a intervalos menos largos,
descenso de las vertientes, disminución del caudal de agua de los ríos y
riachuelos, disminución de la vegetación a causa de la pérdida anual de una
cantidad considerable de semillas que serían arrastradas por las aguas
conjuntamente con la tierra vegetal, lo que convertiría la fértil pampa del
Sudeste en una planicie seca y estéril en su mayor parte, sin contar los gastos
que demandarían las trabajos destinados a mantener en continua acción esa causa
devastadora de estos bellos territorios. ¿Y en cambio de qué compensación? De
unos cuantos cientos de leguas de terrenos anegadizos que podrán entonces ser
aprovechados en los años normales, pero que dejarían de serlo, como el resto de
la llanura, en las épocas de grandes sequías.
Ahora es oportuno que
recuerde a los que me han precedido entreviendo la intima relación que existe
entre las sequías y las inundaciones, abrazándolas en un solo problema cuya
solución debería preservarnos de unas y otras.
Quien lo ha hecho con mayor
claridad y precisión entre ellos es el doctor Zeballos, en un capítulo de su
"Estudio geológico de la provincia de Buenos Aires", acaso el de mayor
trascendencia de los que constituyen dicho trabajo, por referirse al problema de
cuya solución depende el porvenir de toda la parte llana y sin árboles de la
República Argentina.
En dicho capítulo se
encuentran entre otros párrafos, los siguientes:
"A pesar de sus arroyos,
lagunas y ríos, esta Provincia sufre sequías espantosas.
"Yo he visto en una sola
estancia de Cañuelas, pilas de treinta mil osamentas de ovejas, víctimas de la
sequía y de las epidemias consiguientes; treinta mil vellones menos para el
mercado, y solamente de un propietario.
"Hay épocas del año durante
las cuales empieza la sequía con tanto rigor que es necesario hacer pozos para
dar de beber a la hacienda. Este trabajo ímprobo está lejos de satisfacer aun
las aspiraciones del hacendado. He ahí por qué la cuestión de la sequía está y
estará aún por largo tiempo, a la orden del día en Buenos
Aires.
"La solución del problema de
la sequía se relaciona con esta otra cuestión muy importante: la transformación
conveniente de ciertos accidentes del terreno que permitan utilizar las aguas
que hoy día se pierden estérilmente y el medio más eficaz de provocar las
lluvias. Tiende a estos fines el sistema universalmente adoptado de la
plantación de árboles en grande escala.
"Los que como yo, hayan
cruzado casi en su mayor extensión la provincia Buenos Aires, han podido notar
que en el seno de la Pampa abundan los terrenos bajos: aunque sin obedecer a un
sistema o a una dirección uniforme. Son hoyas aisladas cuyo fin será el
levantamiento de su fondo por la acción de los aluviones, que no dejan de
continuar su obra.
"Aquellos bajos sirven de
punto de reunión de las aguas llovedizas. Tal es el origen de las lagunas,
cañadas, pantanos y arroyitos que abundan en el interior.
"Nótese que esto no es
regular para la pampa del Sudoeste, fuera de los alcances de la población. En
ella han señalado algunos viajeros regiones estériles e improductivas, en las
cuales la uniformidad de la sabana no es interrumpida ni por manantiales, ni por
lagunas, ni por arroyos: aquellas regiones rechazan la vida. En las regiones del
Sudeste, al contrario, las aguas se depositan en la forma indicada y
abundantemente.
"Me preocupaba, al
observarlo, de la esterilidad absoluta de estas aguas. Ellas no tienen salida de
una laguna para otra, ni las cañadas se unen por lo general, ni los arroyitos
reciben aquel caudal con que podrían ensancharse y aumentar el de los arroyos y
los ríos de que son afluentes, fertilizando a la vez las tierras que recorrían;
mientras que ahora las zonas fertilizadas por esas aguas paradas no son de
importancia.
"Preocupado con estos
fenómenos he llegado a adquirir la convicción de que es necesario un estudio
oficial serio y profundo de los hechos que he señalado, para constatar si sería posible y de fácil
realización algún trabajo que permitiese aprovechar las aguas estancadas del
Sudeste, que son las ricas y más pobladas, ya dándoles giros para que aumenten
el caudal de los ríos, ya destinándolas a la irrigación de los terrenos
adyacentes.
"El problema se puede
simplificar y enunciarlo así: aprovechar las aguas que afluyen a las depresiones
de la Pampa y que se pierden en su seno; problema de solución interesante, sin
perjuicio de las medidas generales, que reputo indispensables para combatir la
sequía y sus efectos."
Esto escribía en 1876 el
doctor Zeballos.
Es, por cierto,
extraordinario que un asunto de tal importancia y después de haber sido puesta
la cuestión a la orden del día con tanta precisión y claridad, hayan pasado ocho
años sin que nadie se ocupe de la verdadera solución del problema, dirigiendo
todos sus miradas hacia una sola de sus parte, el desagüe simple e ilimitado de
los terrenos que, como acabo de repetirlo, hará más frecuentes, más intensos,
más prolongados y más desastrosos, los períodos de grandes
sequías.
Las observaciones sobre la
cantidad de lluvia anual que cae en la provincia Buenos Aires son aún muy
escasas y localizadas, pero suficientes para demostrar que si bien cae acá un
volumen de agua bastante menor que en un gran número de comarcas del antiguo y
nuevo mundo notables por su gran fertilidad, bastaría, sin embargo, para
asegurar la fertilidad de la Pampa y las cosechas todos los años y en todas las
estaciones, si las precipitaciones acuosas, ya en forma de lluvias, ya en forma
de fuertes rocíos, se efectuaran de un modo más regular.
No tenemos agua de sobra,
sino sólo la suficiente si toda ella pudiera ser aprovechable. Luego, dar
desagüe ilimitado a las aguas que cubren en ciertas épocas los terrenos de la
Pampa, sería desperdiciar sin provecho una cantidad enorme de líquido que es
indispensable para la fertilidad del país.
Las inundaciones son sin
duda una calamidad; pero las sequías desastrosas que de períodos en períodos más
o menos largos, azotan la Pampa, son una calamidad mucho mayor; y deshacerse de
la una para hacer más intensos los desastres que produce la otra, es buscar un
resultado absolutamente negativo.
El verdadero problema a
resolver sería entonces, tratar de evitar tan sólo las inundaciones excesivas en
las épocas anormales de grandes lluvias y evitar las sequías; pero esto no se
obtendrá con los simples canales de desagüe, ni aunque se combinen con algunos
grandes receptáculos de agua en los puntos bajos.
El problema debería, pues,
plantearse de este modo:
Establecer los medios para
poder dar desagüe en los casos urgentes, a aquellos terrenos anegadizos,
expuestos al peligro de una inundación completa durante una época de excesivas
lluvias, por impedir este desagüe en las estaciones de lluvias menos intensas, y
sobre todo, en regiones sólo expuestas a inundaciones parciales o limitadas y
aprovechar las aguas que sobran en tales épocas para fertilizar los campos en
estaciones de sequía, ejecutando trabajos que impidan que esas aguas hundan los
terrenos bajos, sin necesidad de darles desagüe a los grandes ríos ni al
Océano.
Dadas las condiciones
físicas presentes y pasadas del territorio argentino, es permitido suponer que
desde épocas geológicas pasadas, quizá desde los tiempos terciarios, las lluvias
en nuestro territorio fueran ya irregulares.
Sin embargo, razones
distintas harían creer también que nunca lo fueron tanto como en estos últimos
dos siglos y que las grandes lluvias nunca ejercieron con más fuerza su acción
denudadora sobre el suelo.
En los partidos Luján,
Mercedes, Pilar, Capilla del Señor, etc., conozco kilómetros cuadrados de
terrenos completamente denudados por las aguas pluviales, que se han llevado la
tierra negra dejando a descubierto el pampeano rojo.
Sin embargo, en medio de
esas planicies sin vegetación y cubiertas de toscas rodadas arrancadas al
terreno subyacente, se ven aquí y allá, como islotes en el Océano, pequeños
montecillos de tierra vegetal de 30 a 40 centímetros de espesor, que las aguas
han respetado, conteniendo en su interior vestigios de la industria india
mezclados a veces con huesos de caballo.
Luego es evidente que esos
islotes o montecillos formaban parte de una capa de terreno vegetal continuada,
de un espesor de 30 a 40 centímetros, que se presentaba aún intacta en los
primeros tiempos de la conquista, datando de entonces la enorme denudación que
ha arrastrado la tierra negra, dejando tan sólo acá y allá pequeños manchones
que después de doscientos años debían servir de testimonio de la acción
denudadora de las aguas.
Las personas que residen en
Buenos Aires y deseen darse cuenta de este fenómeno, pueden hacerlo sin salir de
los alrededores de la ciudad. No tienen más que tomar el tranvía a Flores,
bajarse en este hermoso pueblo, dirigirse al bañado del mismo nombre y
atravesarlo en dirección del río de la Matanza.
Esta localidad es
verdaderamente digna de estudio. Aún no hace muchos años se pretendió que los
bañados de Flores eran grandes lagunas hace tres siglos. Por mi parte creo que
esta es una suposición inverosímil, pero en todo caso lo que hay de positivo y
puede comprobarlo quien lo desee, es que una parte considerable de esa franja de
terreno bajo y llano por en medio de la cual corre el río de la Matanza, ha
bajado notablemente de nivel, y en tiempos recientes, a causa de las
denudaciones de las aguas pluviales que se han llevado las capas
superficiales.
El suelo de esa planicie
baja que se extiende desde la Boca del Riachuelo hasta cerca de San Justo a
cuatro leguas de río de la Plata, está constituido por una capa de terreno
negro, en algunos puntos ceniciento, bastante duro y de un espesor variable
entre 20 y 60 centímetros. Esta capa constituye la superficie del suelo. Debajo
se presenta una vasta formación arenosa, compuesta de arena fina y de color
pardo, de un espesor considerable, difícil de determinar, porque el cauce del
Riachuelo no alcanza a perforarla. Esta capa, en la que se encuentran de
distancia en distancia bancos y estratos de Azara labiata (D'Orbigny) y otros
moluscos de agua salobre, se depositó tranquilamente en el fondo de un golfo o
brazo del antiguo estuario del Plata, cuando éste aún estaba allí ocupado por
las aguas salobres. Esta formación remonta, pues, a una antigüedad bastante
considerable; y luego, cuando desaparecieron las aguas salobres, se formó la
capa de tierra negra o cenicienta superior, que presenta todos los caracteres de
haberse depositado en el fondo de bañados o pantanos parecidos a los que todavía
se encuentran en los mismos puntos al pie de la barranca que limitaba el antiguo
estuario.
Atravesando el bañado desde
la punta de la barranca en que se encuentra el cementerio de Flores en dirección
hacia el río de la Matanza, alejándose varias cuadras de la barranca se camina
cuadras y cuadras sobre la capa de arena subyacente puesta a descubierto por la
denudación de las aguas pluviales que se llevaron la capa de terreno negro
superficial que se encuentra cubriendo la arena como una sabana en todos los
demás puntos donde no ha sido atacada por el agua. La prueba evidente de que la
falta de la capa de tierra negra superficial en los puntos indicados es debida a
la denudación de las aguas, que se la han llevado, es que aquí también en medio
de la superficie arenosa se presentan pequeños montecillos de sólo 8 o 10 pasos
de circuito y de 40 a 50 centímetros de espesor, constituidos por trozos de la
capa de tierra negra que en los puntos fue respetada por la denudación, y hoy se
nos presenta en medio de esa planicie de arena en forma de islotes situados a
menudo a muchas cuadras de distancia unos de otros. Esa denudación también es
reciente y se efectúa a nuestra vista en grande escala sobre una gran parte de
la superficie de ese bajo, pero ella ha cesado por completo en los puntos que
han sido transformados en quintas y chacras, donde se han hecho plantaciones de
árboles y sementeras diversas. Por consecuencia, tenemos un hecho evidente, y
ello es que la vegetación anula la fuerza denudadora de las aguas que corren por
sobre el terreno.
Me encuentro autorizado así
para buscar la causa que después de la conquista ha acelerado la denudación del
terreno vegetal superficial y ha hecho sin duda que las precipitaciones acuosas
sean más irregulares, atribuyéndola a la destrucción de los inmensos pajonales
que en otros tiempos cubrían una parte considerable de la Provincia. Esos
pajonales anulaban casi por completo la acción denudadora de las aguas sobre la
superficie del suelo, retenían en él una parte considerable de las aguas
pluviales y de consiguiente también un grado de humedad considerable, aun en los
estíos más calurosos, lo que sin duda daba a las precipitaciones acuosas una
cierta regularidad de que ahora carecen.
Ciertos puntos de la
Provincia cuyo territorio es bastante elevado y con declives pronunciados, se
hallan, sin embargo, expuestos desde épocas remotas a la acción denudadora de
las aguas, lo que no ha permitido la formación del humus, presentándose hoy
desnudos y sin vegetación. La esterilidad de esos territorios, que son los que
se extienden a inmediaciones de la Sierra de la Ventana hacia los ríos Colorado
y Negro, no es debida a la falta de agua sino a la falta de humus que allí no
pudo y no puede acumularse porque las aguas pluviales lo arrastran a los bajos y
al Océano. Ese es el espejo que trasunta lo que sería una parte considerable de
la Provincia si se llevaran a efecto las proyectadas obras de desagüe simple e
ilimitado.
No porque encuentre la causa
principal de las grandes inundaciones, de las sequías y de las denudaciones de
los campos en la quemazón y destrucción de los grandes pajonales que en otros
tiempos cubrían la mayor parte de la Provincia, debe creerse que considero un
mal la substitución de los pastos fuertes por los pastos tiernos. Muy al
contrario: considero que esa substitución es un bien y un verdadero mejoramiento
de los campos, siempre que se trate de ponerse al abrigo de las eventualidades
de las sequías, las cuales bajo la acción del calor del sol en pocos días
reducen a polvo el pasto tierno, de tal modo que los campos quedan expuestos no
tan sólo a la denudación de las aguas sino también a la acción funesta de los
vientos, los cuales levantan y transportan la tierra en forma de nubes de polvo.
Para ello es preciso buscar el medio de substituir también con algo la acción
benéfica que ejercían sobre el terreno y sobre el clima los antiguos pajonales,
y eso sólo se obtendrá con la plantación de árboles en grande
escala.
Aunque algunas veces se haya
exagerado la influencia que ejercen las arboledas sobre el clima y las lluvias,
no por eso podría negarse que su cooperación sea nula.
Es, por ejemplo, innegable
que las grandes arboledas dejan caer el agua de las lluvias de un modo más
suave; por medio de las raíces hacen más poroso el terreno, de modo que las
aguas se infiltran en él con mayor facilidad; anulan la denudación que ejercían
las aguas que corrían antes por la superficie sin ser absorbidas por el suelo;
favorecen la formación del humus, cuyas propiedades higrométricas son bien
conocidas; contrarrestan en parte los efectos desastrosos de las inundaciones,
impidiendo que se efectúen con demasiada rapidez; atenúan la evaporación que
producen los rayos solares y los vientos demasiado secos, conservando en el
suelo un mayor grado de humedad; impiden el derrumbamiento de las barrancas de
los ríos y riachuelos, regularizando su curso; templa las temperaturas
excesivamente cálidas; purifican la atmósfera, deteniendo los miasmas palúdicos
que transportan los vientos; atraen los vapores acuosos de los aires cargados de
humedad, obligándolos en parte a condensarse en lluvia,
etc.
En todas partes donde se han
ido talando los montes, se han ido cambiando igualmente !as condiciones
climatológicas. En Asia Menor, en las riberas del Eúfrates, en las orillas del
Mediterráneo, etc., la destrucción de las selvas ha convertido en eriales los
campos antes fértiles, haciendo desaparecer las pequeñas corrientes de agua. La
tierra de Canaán, en otros tiempos tan famosa por su gran fertilidad, es en el
día un desierto a causa de la destrucción de las arboledas. Y en la misma
República Argentina, en las faldas de los Andes, especialmente en las provincias
Mendoza y San Juan, donde en vez de aumentarlas se están destruyendo las pocas
arboledas que allí había, ya están haciéndose sentir sus efectos; en la
disminución del caudal de agua de las lagunas, muchas de las cuales ocupaban una
extensión tres veces mayor hace tan sólo un siglo, y en la desaparición rápida:
de las pequeñas corrientes de agua. Y en todas partes donde se han restablecido
las antiguas condiciones por medio de la creación de bosques artificiales, han
desaparecido las inundaciones y las sequías, se ha aumentado el caudal de agua
de los ríos y riachuelos y el suelo ha recuperado su antigua
fertilidad.
La influencia benéfica de
las grandes arboledas sobre el clima y el régimen de las aguas es, pues,
innegable. Ahora, desde unos veinte años a esta parte las arboledas se han
multiplicado notablemente en las llanuras bonaerenses, antes desnudas, aunque no
todavía en la proporción necesaria para tan vasta llanura. Se ha notado, sin
embargo, aunque no con la precisión científica que sería de desear, que en las
inmediaciones de aquellos pueblos que se hallan rodeados de muchas quintas y
chacras, y, por consiguiente, de una gran cantidad de árboles, las sequías no se
hacen sentir con tanta intensidad como a algunas leguas de distancia, aunque no
se ha podido comprobar si ello depende de un aumento en la cantidad de lluvia
anual o de una nueva condición higrométrica del terreno superficial; pero es
indudable que en parte ello debe atribuirse a un aumento del rocío: fenómeno
general en las proximidades de las grandes arboledas.
Si este benéfico resultado
se ha obtenido casi podría decirse que inconscientemente plantando árboles al
acaso, según las conveniencias personales de cada uno, es indudable que
aumentando las plantaciones en grande escala, combinadas con otros trabajos,
como ser: canales de desagüe y de navegación, represas en las corrientes de agua
que cruzan los terrenos elevados, estanques y lagunas artificiales, según plan
que se trazara de antemano, se llegaría a modificar por completo las condiciones
climáticas de la pampa del Sudeste. Los inviernos serían entonces más húmedos y
los veranos no tan calurosos; menos secos, con fuertes rocíos, contribuirían
poderosamente a fertilizar las tierras. Entonces desaparecerían las sequías y
por consiguiente no habría tampoco peligro en abrir un pequeño número de canales
de desagüe suplementarios a los ríos actuales, por los cuales, en caso de
lluvias verdaderamente extraordinarias, se pudiera conducir al océano el
excedente de las aguas, evitando así los desastres de las
inundaciones.
Pero esos canales deberían
estar construidos de manera que sólo dieran desagüe a los campos inundados en
los casos excepcionales aludidos, evitando el desagüe en todo el resto del año
para conjurar los peligros de las sequías y la esterilidad de los campos que,
como lo he demostrado, resultaría de un desagüe ilimitado y
perpetuo.
En las épocas de grandes
lluvias, que se suceden a menudo después de sequías prolongadas, el agua se
precipita desde los puntos elevados a los puntos bajos, corriendo sobre la
superficie del terreno y penetrando en él tan sólo una muy pequeña cantidad, de
modo que el subsuelo queda casi tan seco y tan ávido de humedad como antes de la
lluvia. El agua se acumula en los puntos bajos y de poco declive, donde forma
charcos y pantanos o cubre el suelo con una capa de agua poco profunda. El fondo
de estos charcos está generalmente constituido por una capa de lodo negro,
arcilloso e impermeable que impide generalmente la infiltración de las aguas en
el subsuelo, teniendo así éstas que permanecer allí desaguándose lentamente en
los ríos y arroyos cuyos cauces son entonces muy estrechos para llevar al océano
el considerable caudal de agua que reciben de los campos vecinos.
Esas capas de agua poco
profundas reciben directamente los rayos solares, a los que presentan una vasta
superficie, lo que hace que se evaporen con prontitud asombrosa. De esos vapores
acuosos sólo una muy pequeña cantidad vuelve a condensarse en lluvias y rocíos
en la misma comarca; la mayor parte es transportada por los vientos a regiones
distantes, perdiéndose así para la Provincia esa cantidad de líquido que ha de
necesitar algunos meses después. Las aguas estancadas que no encuentran desagüe
y sólo disminuyen por la evaporación pronto se calientan, las materias vegetales
que se encuentran en el fondo se descomponen, se forman charcos de agua pútrida
y pantanosa que poco tiempo después se secan a su vez y pasados unos cuantos
meses esos campos poco antes inundados se encuentran sin una gota de agua,
sufriendo a veces sequías espantosas y mostrando la superficie del suelo surcada
por grietas entreabiertas producidas por la contracción del barro arcilloso al
perder la humedad evaporada por los rayos solares.
Para evitar estos
desastrosos efectos que tantos millones de pérdidas ocasionan todos los años, es
preciso tratar de impedir tanto cuanto sea posible el desagüe de los campos a
los ríos y al océano, dando tan sólo desagüe inmediato a esos terrenos sumamente
bajos que quedan completamente sumergidos en las épocas de grandes lluvias y que
no sea posible preservarlos de las inundaciones de otro modo; es preciso buscar
el medio de aprovechar las aguas que caen en esos aguaceros torrenciales, de
modo que sean benéficas durante todo el año; es preciso evitar la evaporación
rápida de esas mismas aguas y reducirlas de manera que ocupen la menor extensión
posible; es necesario tratar de aumentar la permeabilidad del terreno para que
se infiltren en él; y es, por último, necesario evitar que las aguas de los
parajes altos se precipiten a los bajos inundándolos, buscando los medios de
retener la mayor cantidad posible de ellas en los terrenos elevados, donde serán
de mayor utilidad que en los puntos bajos.
Todo esto formaría un
conjunto de obras que sería preciso llevar a cabo según cierto plan, cuya
ejecución requeriría indudablemente un espacio de tiempo considerable, y durante
él sería una verdadera imprudencia quedar completamente desarmados ante el
peligro de las inundaciones que adquieren mayores proporciones cada día.
Debería, pues, empezarse por
los trabajos absolutamente indispensables para reducir a estrechos límites los
desbordes de los ríos y arroyos que cruzan los puntos más bajos del territorio
en dirección al Atlántico, y ellos no serían de difícil ejecución ni de muy
elevado costo. Hay obstáculos naturales, de fácil remoción, que impiden el
pronto desagüe del caudal de agua que arrastran el Salado, el Samborombón y
otros arroyos y riachuelos que entran al Plata y al Atlántico. Son las barras de
arena que la lucha constante sostenida durante siglos por las aguas de esas
corrientes con las del Plata, y del Atlántico ha formado en la embocadura del
Salado y de otros arroyos de consideración. Empiécese por remover esos
obstáculos y el desagüe natural se efectuará inmediatamente con mayor facilidad
y rapidez.
Otra parte de la zona baja
de terreno, adyacente al Salado, se inunda por recibir todo el caudal de agua
que arrastran numerosos arroyos que descienden desde las alturas de las sierras
vecinas e interrumpen luego su curso, perdiéndose en la llanura. Cuando
sobrevienen lluvias torrenciales llevan un volumen de agua enorme que, no
pudiendo ser absorbido por el terreno en que se pierden, se extiende sobre su
superficie sumergiendo la comarca, fenómeno que se puede evitar fácilmente
llevando a cabo en poco tiempo lo que aún no pudo hacer la naturaleza en miles
de años: completar el curso de ésos arroyos cavando sus cauces y prolongándolos
siguiendo los declives naturales de terreno hasta llevar el caudal de sus aguas
al Salado o al Atlántico.
La prolongación de los
cauces de los ríos y arroyos es de gran necesidad, tanto para evitar la
inundación periódica de vastas zonas de terrenos, inutilizables durante una
buena parte del año, cuanto para mejorar esos mismos terrenos por medio de una
lixiviación o lavamiento por las aguas que irían llevándose poco a poco las
sales que en esos puntos han ido depositando las corrientes de agua que allí se
pierden por absorción y evaporación. Un exceso de sales en el terreno perjudica
su fertilidad, y ese exceso iría en aumento si no se abrieran desagües que
aunque sólo se usara de ellos en los tiempos de grandes crecientes, no dejarían
de ir desalando poco a poco el terreno y por consiguiente aumentando su
fertilidad.
Todas las grandes salinas de
la República Argentina deben su origen a las sales que allí han transportado las
corrientes de agua sin desagüe, y si esas mismas corrientes hubiesen podido
prolongar su cauce hasta el océano, éste habría recibido las sales que han ido
depositándose en la superficie del suelo y hoy probablemente no existirían estos
grandes desiertos en su mayor parte estériles e improductivos que constituyen
las salinas.
Fácil es, pues, darse cuenta
de que los grandes charcos en donde se pierden actualmente las corrientes de
agua sin desagüe son salinas en formación, y aunque quizá no todas las salinas
sean improductivas, tenemos ya de sobra con las que tenemos, y la prudencia nos
aconseja no permitir que continúe la acumulación de sales en ciertas partes del
territorio; y ello sólo puede, evitarse prolongando el cauce de todas las
corrientes de agua sin desagüe, lo que impediría que a causa de la continua
acumulación de sales se vuelvan estériles ciertos terrenos todavía aprovechables
para el pastoreo, y mejoraría otros desalándolos poco a
poco.
Por fin, existen en esos
mismos puntos largas fajas de terrenos bajos, y que son anegadizos durante una
parte considerable del año, especies de grandes cañadones en los que las aguas
aún no han conseguido trazarse un cauce bien delimitado.
Preséntanse secos en algunas
épocas, pero en los períodos de lluvia ocupan una vasta superficie, porque el
territorio, carente de declive y cubierto de juncos y otros vegetales acuáticos,
no puede desaguarse con prontitud, ni existe un cauce bastante profundo que
pueda recibir el sobrante de las aguas. En estos casos deberá cavarse el cauce
que las aguas no han conseguido formar, haciéndolo seguir igualmente por los
declives naturales del terreno hasta el río o deposito de agua más
cercano.
Practicados estos primeros
trabajos, estaríamos ya a salvo de las inundaciones extraordinarias y podría
emprenderse sin peligro inminente la larga y ardua tarea de modificar la
constitución física y las condiciones climatológicas de la llanura bonaerense,
de modo que no sufra en lo sucesivo los efectos devastadores de las inundaciones
periódicas, ni quede ya expuesta a los efectos desastrosos de las
sequías.
Hemos visto que las
inundaciones son el resultado de las aguas de lluvia que desde los puntos altos
se precipitan a los bajos, y que las sequías provienen de que dichas aguas
abandonan los terrenos elevados con demasiada prontitud sin tener tiempo de
infiltrarse en el suelo en cantidad suficiente para conservarlo humedecido
durante el estío. Es, pues, evidente que las inundaciones se evitarían haciendo
de modo que las aguas de los puntos altos no se precipiten a los bajos,
conservándolas en los puntos elevados: y que se evitarían las sequías, si en
lugar de dejar correr esas aguas desde los puntos altos a las hondonadas, se les
diese dirección hacia estanques artificiales situados sobre las laderas de los
terrenos elevados, donde se conservarían, fertilizando la comarca con sus
infiltraciones continuas y con los vapores acuosos que de ellos se elevarían a
la atmósfera en toda época del año. No se anegarían los terrenos bajos ni aun en
las épocas de más grandes lluvias y serían mucho más reducidos esos desbordes de
los ríos que tantos perjuicios ocasionan.
Con la apertura y
prolongación de los cauces de los arroyos sin desagüe que se pierden en la
llanura, se habría formado un desagüe continuo que privaría a esas regiones del
agua que actualmente se infiltra en el suelo en los puntos donde se pierde el
curso de las mencionadas corrientes. Habría, pues, que construir en los canales
artificiales represas con compuertas, que pudieran abrirse durante las épocas de
lluvias y grandes crecientes, pero que impidieran el desagüe en épocas
normales.
Se extenderían luego esos
trabajos al curso superior correntoso de los mismos arroyos, formando una serie
de estanques que se sucedieran de distancia en distancia, ya en forma de
esclusas que permitiesen la navegación, ya en forma de simples represas
construidas de manera que se pudiera aprovechar el agua como fuerza motriz para
la instalación de molinos u otras industrias y con compuertas para poder en caso
necesario darle libre curso. Y deberá hacerse otro tanto con las demás
corrientes de agua de toda la Provincia, siempre que lo permita un suficiente
declive del terreno.
Esos estanques conservarían
en los terrenos elevados una gran parte de las aguas pluviales que, no pudiendo
ir a aumentar las inundaciones en los bajos, se evaporarían allí lentamente y se
infiltrarían en el terreno aumentando la fertilidad de los campos
vecinos.
Todos cuantos han viajado
por nuestras llanuras y han seguido los cursos de algunas de las corrientes de
agua que las cruzan, habrán podido notar que el cauce de ellas, es a veces
profundo y barrancoso, y otras bajo y limitado por playas de pendiente suave; en
otros términos: habrán podido apercibirse de que ora cruza por terrenos
elevados, ora por terrenos bajos. Seguramente habrán observado también que en
las orillas: de esas corrientes de agua, cuando atraviesan campos muy bajos u
hondonadas, el terreno es más elevado allí que a algunas cuadras de distancia,
donde el terreno presenta verdaderos bañados que en las épocas de grandes
crecientes se llenan de agua formando lagunas laterales a los arroyos y
riachuelos.
Este fenómeno es producido
por las crecientes. Cuando debido a grandes lluvias el agua sale de su cauce,
deposita a lo largo de las orillas de los ríos las materias terrosas que lleva
en suspensión, formando capas de limo que van levantando sucesivamente el
terreno de la ribera sobre el nivel de los campos vecinos. Con el sucesivo
levantamiento de esas fajas de terreno se forman detrás de ellas, a algunas
cuadras de distancia de las riberas, otras fajas largas y estrechas de terrenos
bajos que corren más o menos paralelas a los cauces de los ríos y arroyos en los
cuales no pueden desaguar a causa de la mayor elevación del terreno de las
riberas. Así, cuando se producen grandes crecientes y se produce el desborde de
los ríos, las aguas salvan a menudo las barreras que poco a poco se han ido
levantando y van a inundar esas franjas de terrenos bajos, donde quedan
estancadas formando lagunas laterales sin comunicación con los cauces
contiguos.
Esas lagunas laterales son
inútiles porque ocupan siempre campos bajos que no necesitan esa agua pues
tienen ya de sobra; y son perjudiciales porque, por lo común, contienen un
escaso volumen de agua, poco profundo, que se extiende sobre vastas áreas de
terrenos, inutilizándolos, cuando ellos deberían ser los mejores campos de
pastoreo. Esas aguas, calentadas por el sol, se corrompen antes de tener tiempo
para evaporarse y despiden miasmas palúdicos nocivos a la salud.
A esos bañados inútiles y
perjudiciales, formados por las causas mencionadas, debería dárseles desagüe
inmediato por medio de pequeños canales que atravesasen los terrenos altos de
las riberas que impiden el desagüe a los campos adyacentes. Se evitaría así el
estancamiento de aguas no sólo inútiles en esos puntos sino también
perjudiciales a la salud y podrían aprovecharse así vastas áreas de terrenos hoy
inútiles y que serían entonces los más apropiados para el pastoreo.
Esos depósitos de agua
laterales a los ríos y arroyos, nos dan, sin embargo, la idea, de otros
estanques artificiales igualmente laterales a los cauces de los ríos, capaces de
contener grandes masas de aguas en espacios reducidos, de manera que pudieran
entrar en ellos las aguas de las grandes crecientes que no podrían ir a aumentar
los desbordes de los ríos en los puntos bajos y quedarían allí como almacenadas
para poder aprovecharlas en las épocas de grandes sequías. Es preciso tener bien
presente que las lagunas laterales a los ríos que en la actualidad existen,
formadas por la elevación de los bordes de los ríos debido al limo que allí
depositan las crecientes, sólo son perjudiciales porque ocupan terrenos bajos
que no necesitan agua y porque contienen un muy escaso volumen de líquido
desparramado sobre grandes superficies, que las inutiliza para el
pastoreo.
Las lagunas laterales
artificiales deberían construirse en aquellos puntos donde los ríos cruzan por
campos elevados. Allí podrían excavarse estanques profundos capaces de contener
grandes volúmenes de agua en espacios relativamente reducidos. Dichos estanques
se pondrían en comunicación con los ríos por medio de canales angostos y
profundos, con compuertas que se abrirían cuando hubiera grandes crecientes,
para que recibieran el sobrante de las aguas que de otro modo llenarían los
cauces de los ríos que se desbordarían en los puntos bajos inundando, como ahora
sucede, vastas zonas de terreno. Una vez llenos los estanques se cerrarían las
compuertas impidiendo así el desagüe, conservando el agua para las épocas en que
ella escasea. En las épocas de lluvias pasajeras, los mismos estanques servirían
para recoger el sobrante de las aguas de los campos vecinos, impidiendo así su
desagüe en los ríos, conservándola allí para fertilizar con sus infiltraciones
continuas y los fuertes rocíos que provocarían, los campos
circunvecinos.
La excavación de esas
lagunas laterales no costaría sumas tan considerables como a primera vista
podría suponerse, pues existen ya accidentes naturales del suelo que indican
claramente los puntos donde preferentemente deberían constituirse, accidentes
que facilitarían notablemente su ejecución. Me refiero a esas torrenteras o
zanjones profundos que desde los terrenos elevados corren a los ríos y
riachuelos. Esos zanjones, casi todo el año secos, sólo tienen agua en los días
de fuertes lluvias; entonces se reúne en ellos el agua que cae en los campos
vecinos y la conducen al cauce de los ríos que pronto los llenan y los hacen
desbordar. Esos zanjones están ya indicados por la naturaleza como los puntos
más a propósito para la construcción de los estanques artificiales laterales a
los ríos. No habría más que regularizar sus desembocaduras en los ríos, colocar
en ellos compuertas y detrás de ellas excavarlos reuniendo en un solo vasto
receptáculo sus principales y más profundas ramificaciones.
En otro puntos del
territorio bonaerense, como, por ejemplo, los bajos donde se pierden hasta ahora
los arroyos sin desagüe o esas hoyas aisladas de la Pampa que no tienen salida
hacia ningún río o arroyo, deberían aprovecharse los accidentes naturales del
terreno para formar en ellos grandes depósitos de agua con canales de desagüe y
compuertas que sólo se abrirían en caso de peligro de desbordes o inundaciones
por causa de excesiva abundancia de agua.
En los demás puntos de la
Provincia, allí donde no hay lagunas y las corrientes de agua son escasas,
deberían formarse lagunas artificiales que recogieran el sobrante de las aguas
pluviales de los terrenos circunvecinos. Esos estanques deberían tener una
profundidad igual a aquella a que durante el estío se encuentra el agua en los
mismos puntos, para que no se secaran en ninguna estación.
Esos estanques artificiales,
cavados en el terreno pampeano, que es en sumo grado permeable, gozarían de
propiedades absorbentes, de manera que, aunque por efecto de fuertes lluvias se
llenaran completamente de agua, no permanecerían llenos por largo tiempo; la
infiltración a través de las barrancas laterales harían desaparecer en breve
tiempo, conservando agua tan sólo en el fondo, siempre que la profundidad de los
estanques alcanzara hasta las napas de agua subterráneas más superficiales, y
los hacendados tendrían así en sus campos aguadas permanentes durante todo el
año, aun durante las épocas de mayor sequía.
Constituirían algo así como
una especie de grandes pozos semiabsorbentes, cuya ejecución no sería difícil ni
de muy elevado costo y sus buenos resultados serían
indiscutibles.
En las terrenos elevados,
llanos y de poco declive, alejados de los cauces de los ríos y riachuelos,
existen extensas zonas de terreno en las cuales quedan estancadas las aguas
pluviales que no pudiendo infiltrarse en el terreno a causa de la
impermeabilidad de las capas arcillosas o margosas que forman la superficie del
suelo, se extienden sobre vastas superficies inutilizando completamente esos
terrenos y despidiendo a causa de la descomposición de las materias orgánicas
que a ellas van a parar, emanaciones deletéreas tan perjudiciales a la salud
como las que se levantan de los bañados y lagunas laterales a los cauces de los
ríos y los arroyos. Es indudable que esos campos podrían ser desecados con
facilidad abriendo canales de desagüe que condujeran las aguas a los ríos y
arroyos, que muchas veces se encuentran a leguas de distancia. Pero si así lo
hicieran, también es claro que esa agua corriendo a los ríos y por ellos al
océano, se perdería sin provecho alguno para el terreno, iría a aumentar los
desbordes de los ríos y las inundaciones en los puntos bajos que no necesitan
agua y expondría la superficie del antiguo bañado, lo mismo que todos los
terrenos adyacentes por donde cruzara el canal, a un proceso de denudación que
iríase llevando poco a poco el terreno vegetal. La falta de agua haríase sentir
todos los veranos y en el primer período de sequía todo el terreno que ocupara
el antiguo bañado, como también los campos vecinos, no tendrían una gota de agua
y el suelo quemado y desnudo sólo presentaría a la vista una espesa capa de
polvo.
Si en vez de dar salida a
las aguas estancadas, ellas se resumieran hacia el centro del bañado en un
estanque artificial, se conseguiría del mismo modo el objeto principal, que es
desaguar el terreno para poder aprovecharlo, y eso no tan sólo sin necesidad de
dirigir el agua a los ríos y por ellos al océano, sino que permanecerían en el
terreno contribuyendo a su mayor fertilidad.
Supongamos un propietario
que tenga unos dos kilómetros cuadrados de campo, situados a ocho kilómetros del
curso de agua más próximo, y que de estos dos kilómetros la mitad fueran
terrenos anegadizos o bañados por falta de declive y por recibir el agua de los
terrenos más elevados circunvecinos. Si se propusiera desecar el bañado dando
desagüe a las aguas estancadas hacia los terrenos más bajos cercanos, es seguro
que ninguno de los propietarios limítrofes querría recibir ese exceso de agua
que arruinaría sus campos. Luego, para desecar ese kilómetro de bañados y poder
aprovecharlo no le quedaría más recurso que construir, de acuerdo con los
propietarios vecinos, un canal de 8.000 metros de largo, unos dos metros del
ancho por lo menos y dos de profundidad, término medio, que condujera las aguas
hasta el río más próximo y la capacidad de ese canal no sería de ninguna manera
exagerada, pues bastaría una lluvia algo regular para que las aguas de los
campos vecinos lo llenaran en poco tiempo haciéndolo desbordar e inundar los
campos más bajos que atravesara. Es decir, que tendrían que removerse unos
32.000 metros cúbicos de tierra, lo que costaría la friolera de unos tres mil
pesos nacionales, cuando menos.
Cuando el propietario
hubiese hecho ejecutar ese trabajo, su campo ya no sería un bañado, pero tampoco
pararía en él, ni en los demás que atravesara el canal ni una sola gota de agua.
Esos campos quedarían expuestos durante el verano a todos los efectos
desastrosos de las sequías y la falta de agua y en las épocas lluviosas estarían
continuamente bajo un activo proceso de denudación que llevándose poco a poco la
tierra vegetal los esterilizaría en un transcurso de pocos
años.
Ahora bien: la tierra
removida para la construcción de ese canal de desagüe, representaría la
capacidad de un estanque de 80 metros de largo, por 80 de ancho y 5 de
profundidad, cuya construcción no costaría más que la del canal y que podría
contener allí, sin necesidad de despedirla al río, 32.000 metros cúbicos de agua
que extendidos sobre terrenos sin declive e impermeables son cuantos sobran para
inutilizar, convirtiéndolo en bañado, un kilómetro de campo. Pero aun suponiendo
que los campos vecinos estuvieran cubiertos por una cantidad de agua cuatro
veces mayor, ella entraría toda en el estanque, que se convertiría en una
especie de gran pozo absorbente, dentro del cual el agua desaparecería
rápidamente, conservándose sólo en su parte más profunda al nivel de las
vertientes. Los propietarios aprovecharían así los bañados sin necesidad de
esterilizar el terreno conduciendo el agua a los ríos; conservaríanla en los
campos en lagunas artificiales de agua permanente cuyos benéficos resultados
sobre el clima y el terreno ya tengo indicado, además de otros beneficios que
sólo los hacendados saben apreciar.
Para que las lagunas
laterales a los ríos y arroyos y las lagunas artificiales, lejos de las
corrientes de agua, dieran el resultado buscado, que sería modificar las
condiciones físicas y climatológicas de la llanura, deberían extenderse a todo
el territorio de la Provincia, multiplicando por millares las lagunas
artificiales sobre toda la parte de la llanura que carece de lagunas y de
preferencia en todos los terrenos elevados y de poco declive donde se
encontraran aguas estancadas.
En todos los parajes donde
hay bañados o pantanos de consideración, en vez de darles desagüe desecando por
completo el área que ocupan, debería tratarse de reducir su superficie
aumentando la profundidad; es decir, haciendo lagunas o estanques
artificiales.
*
Es sabido que las lagunas
actuales tienden evidentemente a secarse y desaparecer con una prontitud de la
que sólo puede darse cuenta quien las haya observado de cerca durante un cierto
número de años. Lagunas de un espacio reducido y poco profundo ahora, eran hace
un siglo cuatro veces más extendidas y más profundas. Otras que entonces eran
pequeñas pero profundas, son hoy vastos pantanos. Lagunas de agua permanente en
las que hace sólo veinte años entraban a nado los caballos, hoy han desaparecido
por completo.
Esta desecación de las
lagunas es el resultado de causas complejas cuya explicación resultaría sobrado
extensa, pero entre las cuales puedo mencionar como desempeñando un papel
preponderante, la denudación que las aguas pluviales ejercen sobre los terrenos
adyacentes, el desmoronamiento de las barrancas producido por las olas que
atacan su base, la tierra que allí transportan las tormentas de polvo y el
continuo pisoteo de las haciendas que van allí a saciar su
sed.
La denudación de las aguas
pluviales sobre los terrenos circunvecinos, cuya superficie lavan transportando
la tierra al fondo de las lagunas, es una de las causas más activas de su
rellenamiento; es de un carácter general, pues produce los mismos efectos en
todas las otras partes del mundo donde hay lagunas, y se ha hecho sentir en los
tiempos geológicos rellenando las antiguas lagunas con estratos sucesivos de
arena, arcilla y cascajo. Sin embargo, sus efectos son más o menos lentos en
todas partes, mientras que tal denudación se efectúa en la provincia Buenos
Aires con tanta actividad que rellena las lagunas a nuestra vista y nos permite
afirmar que si no se contrarrestan de algún modo sus efectos, dentro de un siglo
habrán desaparecido la mayor parte de las lagunas sin desagüe.
Ahora bien: este proceso de
rellenamiento de las lagunas no se ha efectuado siempre con la misma rápidez que
en la época actual. Para convencerse de ello basta dirigir una ojeada a las
capas que han rellenado algunas de las lagunas que existían en otros tiempos y
habían desaparecido ya en tiempo de la conquista, capas que en distintos puntos
ponen a menudo a descubierto la erosión de las aguas, y se verá que las antiguas
lagunas están rellenadas con capas sucesivas de limo y arena fina que alternan
con espesos mantos de conchillas de agua dulce (Ampullaria, Paludestrina, etc.)
que vivieron en el fondo de los antiguos lagos y se han ido acumulando en tan
inmensa cantidad que nos demuestran palpablemente que son los despojos de un sin
fin de generaciones, lo que a su vez prueba que el rellenamiento de esas lagunas
se efectuó con suma lentitud.
Si el proceso de
rellenamiento se hubiese verificado con tanta rapidez como en la actualidad no
se habrían formado esos bancos de conchillla casi pura; apenas se encontrarían
ejemplares aislados en la masa de arena y arcilla que cegó esos antiguos
depósitos de agua.
Por otra parte: la mayor
parte de las lagunas serían de formación muy reciente, posterior a la conquista,
lo que por absurdo no es ni discutible; o la rapidez del proceso de
rellenamiento se ha acelerado en nuestra época, pues si admitiéramos que se ha
efectuado con igual prontitud, desde hace siglos ya habría concluido, como está
concluyendo a nuestra vista con las lagunas de la Pampa. Luego el proceso de
rellenamiento de las lagunas por la denudación de las aguas pluviales se ha
acelerado en nuestra época en detrimento del porvenir de estas
regiones.
¿Cuál es la causa que ha
acelerado el proceso de denudación de las aguas pluviales sobre la superficie de
los terrenos adyacentes a las lagunas? La misma que según he dicho en otra
parte, ha expuesto a una fuerte denudación vastas zonas de la Pampa: la
destrucción de los pajonales que rodeaban esas lagunas y anulaban la fuerza
denudadora del agua sobre la superficie del suelo. He ahí la principal y
verdadera causa que en nuestra época ha acelerado el rellenamiento de las
lagunas.
Sus efectos se hacen sentir
especialmente sobre aquellas lagunas que ocupando el fondo de depresiones
considerables, carecen de barrancas, las cuales están reemplazadas por playas de
pendiente suave. Las aguas que de todos los puntos de la hoya se precipitan a la
laguna arrastran (particularmente durante las lluvias torrenciales que suceden a
menudo a los períodos de fuertes sequías) grandes cantidades de barro que se
deposita en el fondo, de manera que ésta que disminuye progresivamente de
profundidad y perímetro hasta que acaba por desaparecer.
En otras lagunas, situadas
en terrenos elevados, alimentadas sobre todo por vertientes subterráneas, que
reciben poco caudal de agua de los campos vecinos y están limitadas por altas
barrancas, éstas son continuamente atacadas por las olas que las minan por su
base, haciéndolas derrumbar en grandes trozos que caen al agua, que los
desmenuza arrastrando sus materiales al fondo, el cual de este modo se levanta
poco a poco. Tales lagunas aumentan en perímetro pero disminuyen en profundidad,
de manera que también en este caso el resultado final e inevitable de ese
continuo proceso de derrumbamientos sucesivos, es la desaparición de la laguna,
la cual queda rellenada por los materiales que se acumulan en su
fondo.
En otras lagunas, el proceso
de rellenamiento se verifica con mayor rapidez aún, porque se produce a la vez
por el derrumbamiento de las barrancas y por los materiales de la denudación de
las aguas pluviales sobre los terrenos adyacentes.
La tercera causa que
concurre a producir la desaparición de las lagunas: las tormentas de polvo, sólo
hace sentir sus efectos durante las épocas de sequía. Los vientos levantan
entonces de la superficie de los campos nubes de polvo a las cuales transportan
a distancias considerables, pero que a menudo también son arrastradas casi a ras
de suelo, de manera que cuando pasan por encima de algún zanjón caen en él
arrasándolo a veces por completo. En años de gran sequía he visto el lecho de
arroyos de consideración, que de costumbre tienen agua permanente, cegados en
largos trechos por las tormentas de polvo. Cuando esos torbellinos de polvo
empujados por al viento corren casi sobre la superficie del suelo desnudo y
pasan por sobre una laguna, la tierra, al rozar con la superficie del agua, se
humedece substrayéndose a la acción del viento y poco a poco se precipita en el
fondo de la laguna. Y cuando esos torbellinos se
prolongan durante semanas
enteras y siempre en una misma dirección, se comprende sin esfuerzo que puedan
arrojar a las lagunas sorprendentes cantidades de polvo.
Puede presentarnos de ello
un ejemplo elocuente: La Turbia, laguna de agua cenagosa que se encuentra a unas
cuatro leguas de Mercedes. Cincuenta y tantos años atrás, sus aguas límpidas y
cristalinas ocupaban un espacio cuatro veces mayor que el actual y alimentaban
numerosos peces. Durante el período de la gran sequía del año 1830, se secó
completamente y su fondo fue en parte cegado por las polvaredas. Más tarde,
cuando se restablecieron las condiciones meteorológicas normales, la hondonada
que tomó el nombre de La Turbia fue nuevamente ocupada por las aguas, pero estas
permanecieron cenagosas, ocupando un espacio pequeño y de poca profundidad en
proporción al que tenía la antigua laguna. Su perímetro disminuye de año en año
desde entonces, hasta que acabe por desaparecer quizá dentro de poco, como ha
sucedido con muchas otras aún más considerables de las que ni vestigios
aparentes han quedado en la superficie del suelo.
Este proceso de
rellenamiento de las lagunas por medio de las tormentas de polvo debe ser
también de nuestra época o por lo menos durante ella ha asumido proporciones
colosales que lo caracterizan en las estaciones de sequía, debido igualmente a
la destrucción de los pajonales y a la substitución de los pastos duros por los
pastos blandos que se secan con facilidad bajo la acción de los rayos solares,
convirtiéndose en polvo y dejando el suelo completamente limpio, mientras que la
antigua vegetación más dura y resistente, probablemente no dejaba nunca los
campos completamente desnudos y los vientos no podían entonces levantar esas
nubes de polvo que levantan en nuestra época durante las estaciones de
sequía.
La última causa que activa
la desaparición de las lagunas, es, por fin, el pisoteo de los ganados, que se
agrava de día en día con el aumento de las haciendas. Ese sistema de dejar libre
el acceso a las lagunas en todo su perímetro es de pésimos resultado. Los
animales penetran en ellas por donde se les ocurre, destruyen las barrancas,
acelerando su derrumbamiento; pisotean las playas convirtiendo en pantanos el
limo rojo que remueven y es luego arrastrado al fondo de las lagunas, se
internan en el agua recorriendo las lagunas en todas direcciones y agitándola,
acelerando así la evaporación, remueven el barro depositado en su fondo, todo lo
cual concluye por corromper el agua y formar pantanos insalubres y completamente
inútiles hasta para abrevar las haciendas.
Esta causa obra de un modo
tan activo, que Burmeister no trepida en atribuir solo a ella el desecamiento de
las lagunas, lo que indudablemente es exagerado, pues como lo acabo de
demostrar, sólo es una causa concurrente. Pero ella, unida a las que he
mencionado, aceleran rápidamente la desaparición de las lagunas, de manera que
existiendo en la llanura menos agua, las sequías serán más fuertes y
prolongadas. Por otra parte, las lagunas constituían y constituyen todavía
grandes receptáculos en donde se almacenaba y se almacena una parte considerable
de las aguas pluviales; desapareciendo éstas, esa cantidad de agua que se reunía
en ellas, tiene que extenderse sobre la llanura, corriendo hacia los puntos más
bajos hasta desaguar en los ríos más inmediatos, aumentando el caudal de agua de
estos y los desbordes e inundaciones que ocasionan en las épocas de grandes
lluvias.
El mal se agrava de día en
día; y si se piensa que este fenómeno de rellenamiento y desecación se halla en
pleno proceso de actividad en todas las lagunas de la Pampa, no se puede por
menos que hacer tristes reflexiones sobre el porvenir de la llanura argentina el
día en que hubieran desaparecido los estanques naturales de que está sembrada
una buena parte de su superficie. Felizmente, debemos suponer que la
inteligencia, la actividad y la constancia de sus hijos sabrá encontrar los
medios de conjurar este peligro del futuro, convirtiéndola en una tierra de
promisión.
Las lagunas artificiales que
se hicieran en la pampa bonaerense se verían inmediatamente expuestas a las
mismas causas, efectos y resultados que las naturales actuales; y como éstas
estarían destinadas a desaparecer en un futuro no muy
lejano.
Es necesario, pues, buscar
el medio de contrarrestar ese proceso de rellenamiento no tan sólo sobre los
estanques artificiales a crearse, sino también sobre todas las lagunas actuales,
pues ya se hace de urgentísima necesidad impedir que continúe su rellenamiento y
desecación. Pero ello sólo podrá obtenerse combinándose los trabajos mencionados
con la plantación de arboledas en grande escala, que impidan la denudación del
terreno y el desmoronamiento de las barrancas, y cuya benéfica influencia sobre
la vegetación y sobre el clima es innegable.
Debería empezarse por
limpiar el fondo de las lagunas actuales para sacar todo el lodo que en ellas se
ha depositado y devolvérselo al terreno circunvecino desparramándolo sobre el
suelo, cuyo mejor abono constituiría, y luego, tanto estas como las que se
hicieran artificiales, deberían ser rodeadas de arboledas hasta una cierta
distancia de la orilla; éstas impedirían el desmoronamiento de las barrancas y
contrarrestarían la fuerza denudadora de las aguas sobre los campos adyacentes.
Para abrevar las haciendas deberían dejarse entradas que dieran acceso a las
lagunas por medio de un plano inclinado de pendiente suave, cortado en la
barranca, de modo que los animales no pudiesen echar a perder las riberas y sólo
pudieran internase en las lagunas lo suficiente para que pudieran
beber.
En estas medidas generales
tendientes a evitar las sequías y las inundaciones, no podrían pasarse por alto
los ríos y riachuelos, los cuales en estos últimos dos siglos han sufrido
también modificaciones profundas en su curso y en el régimen de sus aguas,
modificaciones desfavorables que han hecho que las inundaciones sean más rápidas
y más fuertes y los períodos de sequía más prolongados.
Los ríos tenían en otros
tiempos un caudal de agua si no más considerable por lo menos no tan variable.
Los cauces no eran tan profundos como ahora, numerosos vegetales acuáticos
impedían que las aguas corrieran con demasiada rapidez y el caudal de agua
disminuía poco en el verano.
Esas condiciones que, por
cierto, ahora también serían desfavorables, han sufrido un cambio completo que
sólo ha podido ser favorable durante un espacio de tiempo relativamente corto y
transitorio. Las aguas no se extienden ahora tanto en superficie, ocupan
espacios más reducidos y cauces más profundos que conducen un enorme caudal de
agua en las épocas de lluvia y muy poca en los períodos de sequía. Y esas nuevas
condiciones igualmente desfavorables también se acentúan cada vez más. Las
inundaciones aumentan, pero el agua que queda en el terreno, fertilizándolo,
disminuye.
Los ríos poseen un caudal de
agua cada vez más variable, prolongándose cada vez más los períodos de
disminución en el volumen de agua que conducen al océano. Tan pronto como pasan
unos cuantos meses sin que llueva, la mayor parte de los ríos se reducen a
mezquinos hilos de agua y los arroyos y riachuelos se secan. Muchas cañadas,
cañadones y pequeños arroyitos que hace dos siglos tenían agua permanente y
alimentaban a numerosos peces, ahora está secos durante todo el año. El peligro
aumenta; y si pronto no se le pone remedio ya se conocerán sus desastrosos
efectos en los primeros períodos de sequía que por desgracia sobrevengan.
La causa de esta
modificación en el curso de los ríos y en el régimen de sus aguas debe buscarse
igualmente en la destrucción de los pajonales y en su consecuencia más
inmediata: el rellenamiento y desecación de las lagunas. Antes que se efectuara
este cambio en la superficie del suelo de la Pampa, el agua que caía en las
épocas de grandes lluvias iba en gran parte a llenar las lagunas y el resto
quedaba estancado en la superficie del suelo corriendo con lentitud a los cauces
de los ríos, de modo que no podían producirse entonces esos grandes desbordes
que ahora sobrevienen después de cada lluvia. Entonces podían pasar varios meses
sin que disminuyera notablemente el caudal de agua de los ríos, pues bastaban
para alimentarlo las vertientes subterráneas producidas por la infiltración del
agua de las lagunas y de la que quedaba estancada en la superficie del suelo que
empapaba de tal modo el subsuelo que perforando el suelo se encontraba el agua a
poca profundidad en cualquier parte.
Con la destrucción de los
pajonales las aguas pluviales empezaron a abandonar la superficie del suelo con
mayor prontitud corriendo al cauce de los ríos, que siendo pequeños para recibir
un volumen tan grande de agua empezaron a profundizarse y ensancharse bajo la
acción de la fuerza erosiva de ésta. Luego, cuando empezó el rellenamiento y la
desecación de las lagunas, estas nuevas condiciones se acentuaron más. El agua,
que ya no podía almacenarse en ellas en grandes cantidades, buscó salida a los
ríos cavando torrenteras y zanjones en la superficie del suelo para correr a
ellos con mayor rapidez aumentando así las proporciones de los desbordes e
inundaciones.
La mayor parte de estos
zanjones profundos y secos durante todo el año (menos en los días que siguen a
fuertes lluvias) que de los terrenos elevados se dirigen a los cauces de los
ríos conduciendo a ellos las aguas pluviales que caen en los campos vecinos, son
de origen reciente; y hasta algunos arroyitos de consideración y de varios
kilómetros de largo datan apenas de un siglo. Basta recorrer las cercanías de
los ríos y pedir informes a los ancianos del lugar para oír a cada instante
confesiones como estas: --Sí, señor, este zanjón no existía el año tal. --Ese otro se ha formado a partir de tal
año --Aquél, hace veinte años no llegaba más que hasta allí. --El brazo de este
arroyo se ha formado después de la creciente del año tal, etc. Y los gauchos se
han apercibido también de este fenómeno; no hay uno solo de ellos que no sepa
que los arroyos ensanchan su cauce y prolongan su curso por efecto de la
crecientes producidas por las lluvias, a menudo torrenciales de la primavera y
el otoño.
Y esto puede comprobarlo con
poco trabajo quien lo desee. Cualquiera persona observadora puede visitar uno de
esos zanjones que toman origen en el campo y se dirigen a los ríos y verá que
empiezan en la llanura vecina por una especie de salto o cascada formada por las
aguas pluviales que desde la llanura se dirigen al zanjón.
Hágase una señal que indique
el punto en que se encuentra el salto que da origen a la torrentera, vuélvase a
observarlo después de una lluvia torrencial e infaliblemente se verá que ha
avanzado más hacia el interior, muchas veces varios metros, a causa de la
erosión producida por las aguas de una sola lluvia. Háganse igualmente señales
en las barrancas de los ríos y de los arroyos o fíjese la atención en las
particularidades de éstas, y examinándolas después de una fuerte creciente se
llegará al convencimiento de que los ríos ensanchan su cauce y los zanjones que
a ellos conducen las aguas de los campos vecinos avanzan anualmente hacia el
interior, con una rapidez tal, que dicho proceso, con tal actividad, no puede
remontar a una época muy lejana. Y esa erosión continua de las aguas en las
márgenes de los ríos y en la proximidad de las torrenteras va esterilizando
vastas zonas de terreno cuya tierra vegetal lava por
completo.
Estas nuevas condiciones de
la Pampa son las que hacen que en una parte considerable de la provincia las
aguas pluviales se precipiten con asombrosa rapidez a los terrenos bajos, a los
zanjones y a las cauces de los ríos produciendo los desbordes y las
inundaciones, que serán cada vez más frecuentes, rápidas y de mayor proporciones
a medida que los ríos prolongan hacia el interior ese sin fin de torrenteras y
zanjones destinados a recoger y conducir a los cauces principales las aguas que
caen en la llanura sin darles siquiera tiempo de humedecer el subsuelo. Si las
aguas pluviales en vez de precipitarse rápidamente a los ríos, se detuvieran en
el terreno desaguándose con lentitud, no se producirían esas grandes
inundaciones, ni se ensancharían continuamente los cauces de los ríos, ni se
formarían en las inmediaciones nuevos zanjones, ni se prolongarían hacia el
interior los existentes, etc.
Y para impedir el
ensanchamiento de los cauces de los ríos, la prolongación de las torrenteras y
zanjones y el esterilizamiento de los campos, es necesario hacer lo que ya he
repetido tal vez por demás: impedir que las aguas pluviales se precipiten a los
bajos y los cauces de los ríos, deteniéndolas en el terreno para que en parte se
infiltren en él y el resto corra con lentitud a los ríos. Y a conseguir esos
resultados tiende el proyecto de los estanques artificiales en los terrenos
elevados, de las lagunas o depósitos laterales a los ríos y a los arroyos, y en
éstos la construcción de represas que detengan las aguas.
Pero estos trabajos deberían
ser complementados con otros en las márgenes de los ríos y arroyos para impedir
la erosión de las aguas en las barrancas y el ensanchamiento de los cauces.
Estos serían de muy fácil ejecución, pues para obtener esos resultados bastaría
la plantación de sauzales a lo largo de las riberas de los ríos y arroyos. Los
resultados de estas plantaciones están a la vista en los partidos de las
cercanías de Buenos Aires; en todos partes donde en las márgenes de los ríos
existen plantaciones de sauzales, el terreno superficial cubierto de hierbas y
en su interior lleno de raíces entrelazadas forma una capa resistente que nunca
atacan ni la erosión de las aguas pluviales ni las crecientes. Allí nunca se ve
a descubierto un espacio de terreno rojo.
Tan pronto como se sale de
los sauzales, las riberas y las barrancas se presentan desnudas, mostrándose al
terreno rojo en la superficie del suelo a menudo hasta a distancias
considerables de las orillas de los cauces.
En los pueblos cercanos a la
ciudad en los cuales una parte de los campos están destinados a la agricultura,
ha aparecido en estos últimos años un nuevo agente que favorece la denudación
del suelo y el transporte en grande escala del humus a los cauces de los ríos;
es la reja del arado. Esto constituye un poderoso elemento de la denudación y la
esterilización del suelo que progresa en la misma proporción que avanza la
agricultura; y es preciso que las autoridades y los propietarios se preocupen en
poner un límite a esta nueva causa de esterilizamiento que no está más que en su
principio, pero que si se deja continuar puede producir incalculables males.
La mayor parte de quienes en
los pueblos cercanos a la ciudad se dedican al cultivo en grande escala son
arrendatarios que tienen los campos por un limitado número de años; lo que
procuran es obtener de ellos el mayor provecho posible, sin que nada se les
importe que dichos campos queden después arruinados. Así se ve en los campos
explotados para la agricultura, que se extienden a lo largo de las márgenes de
los ríos y arroyos, que el terreno ha sido arado hasta el borde mismo de los
cauces. Una vez removido ese terreno, es natural que se deja penetrar con
facilidad por el agua, a la que ya no puede oponerle una eficaz resistencia, de
manera que los grandes aguaceros arrastran a los cauces de los ríos asombrosas
cantidades de tierra vegetal en detrimento de la fertilidad del suelo. Y ni
siquiera se han contentado con eso: en los arroyitos de pequeña consideración
han atravesado el arado por el cauce mismo de ellos, cruzándolos sucesivamente
de una a otra orilla ¿Y sabéis con que resultado?
Últimamente fui a visitar
algunos arroyos que había explorado seis años ha en busca de fósiles y los había
visto entonces corriendo por caudales anchos y profundos, cuyo fondo y barrancas
laterales eran de tosca y terreno rojo sólido y podían cruzarse a pie enjuto en
cualquier parte. Ahora tuve que buscarlos entre los maizales; y a los que antes
eran cauces profundos y de terreno sólido los encontré convertidos en pantanos
insalubres, rellenados con uno o dos metros de lodo fétido, que al removerlo
despide miasmas pestilentes. Ese lodo es el humus arrancado por las aguas de los
campos vecinos en cantidad tan grandísima que ellas no tuvieron suficiente
fuerza para transportarlo a los cauces de los ríos en donde desaguaban los
arroyos mencionado.
Si los agricultores sacaran
de esto algún provecho, podría en parte disculpárseles; pero no es así. En la
parte de la superficie de los
cauces que no ha sido invadida por los lodazales, las semillas no han brotado; y
fuera de los cauces, a lo largo de éstos, en una franja de terreno que tiene a
menudo cien metros de ancho, las plantas de maíz se habían perdido en su mayor
parte y las pocas que quedaban eran raquíticas y sin fruto. Ese ha sido el
resultado de llevar la reja del arado no tan sólo hasta el borde de los cauces,
sino hasta dentro de ellos cruzándolos de una a otra
orilla.
Es de suponer que en la
mayor parte de los casos ello sólo sea efecto de la ignorancia; pero sea como se
fuere, la agricultura avanza y con ella el mal, de manera que ya es tiempo de
que los propietarios y las autoridades intervengan para obligar a los
agricultores a que dejen a lo largo de los cauces una franja de terreno de
varios metros de ancho sin cruzarla por el arado, la cual se llenaría con
plantaciones de sauces u otros árboles que a su vez impidieran no tan sólo la
denudación de los terrenos removidos por el arado sino también el derrumbamiento
de las barrancas y el ensanchamiento de los cauces.
Hase visto en los
precedentes párrafos que la plantación de árboles debería desempeñar un papel
importantísimo en los trabajos que se emprendieran tendientes a evitar las
sequías y las inundaciones, porque bien dirigidas pondrían un pronto término al
rápido proceso de rellenamiento de las lagunas, al ensanchamiento de los cauces
de los ríos y a la denudación y esterilizamiento de los campos vecinos.
La influencia benéfica de
las arboledas en las márgenes de los ríos, lagunas y canales, se haría sentir
sobre todo por la resistencia que opondrían a la fuerza erosiva y de transporte
de las aguas. Pero para obtener mayores resultados y de un carácter más general,
que contribuyan a modificar en un sentido ventajoso las condiciones
físicometeorológicas de la comarca, sería preciso extender las plantaciones al
interior de la llanura sobre vastas superficies, creando bosques artificiales,
que con el tiempo constituirían igualmente una de las grandes fuentes de riqueza
de la Provincia.
Pero para la formación de
esos bosques artificiales deberán estudiarse cuidadosamente las localidades para
ello más apropiadas, pues no todas ofrecen las mismas ventajas e inconvenientes;
y ese sería el momento de poner a contribución los resultados de las
nivelaciones que actualmente se practican, que serán igualmente indispensables
para la ejecución del conjunto de medidas que he enumerado
rápidamente.
En efecto: de las
consideraciones expuestas en el curso de esta disertación se desprende
claramente que las arboledas en los puntos bajos serán de poca o ninguna
utilidad, y más bien perjudiciales, porque impedirían aprovechar esos campos
para el pastoreo, para lo cual son los más a propósito por tener bastante agua y
sufrir poco con las sequías. Drenados, son campos incomparables para la cría de
ganado.
Se deberá, pues, tratar de
restringir en lo posible las plantaciones de arboledas en los puntos bajos,
limitando a aquellas indispensables en las márgenes de los ríos, arroyos,
canales y lagunas, para impedir el rellenamiento por la denudación de las aguas
pluviales y para favorecer con ellos la conservación de las barrancas y por
consiguiente los límites naturales o artificiales que se les den a los cauces.
Para la creación de bosques
artificiales deberían elegirse terrenos elevados, donde facilitarían la
permeabilidad del subsuelo para que en él se infiltraran las aguas llovedizas,
fertilizando de ese modo no sólo las localidades elevadas sino también los
puntos bajos, y no permitirían la denudación de la superficie del terreno por
las mismas aguas, impidiendo que ellas corran con demasiada rapidez a los cauces
de los ríos o a los canales. En los puntos elevados, las arboledas tendrían
mayor influencia sobre los vapores acuosos suspendidos en la atmósfera,
facilitando las precipitaciones meteóricas, servirían igualmente de abrigo al
resto de la llanura cortando a su paso los vientos demasiado fuertes, impedirían
que los vientos fríos hicieran descender la temperatura de un modo tan repentino
como ahora suele suceder y neutralizarían en algo los efectos de los vientos
demasiado secos y cálidas que queman rápidamente la vegetación herbácea y
evaporan la humedad del terreno con una rapidez
sorprendente.
Esas mismas arboledas
podrían disponerse formando cuadros y en las proximidades de las lagunas
formando rodeos alrededor de éstas; cuadros y rodeos que, cuando los árboles
fueran ya crecidos, podrían aprovecharse unos para tener las majadas y las
haciendas al abrigo de las intemperies de una llanura desnuda; otros para el
cultivo de hortalizas y árboles frutales y los demás como campos de pastoreo
reservados, de manera que cuando los animales hubieran concluido con los pastos
de un cuadro, serían pasadas a otro dejándose descansar los campos del primero,
lo que favorece de un modo notable el crecimiento de la yerba, sistema
generalizado en los países donde la agricultura y la ganadería están en progreso
por cuanto se refiere a sus métodos de explotación y en todas partes con los
mejores resultados.
Ciertos puntos bastante
elevados, sin embargo, y que están dispuestos formando mesetas horizontales con
campos aptos para el pastoreo, aunque por su nivel fueran ya indicados como
puntos adecuados para la creación de bosques artificiales, deberían reservarse
más bien para la cría de ganados, formando las arboledas en los declives de las
mesetas, allí donde el agua corre con fuerza hacia abajo llevándose el terreno
vegetal y dejando a descubierto el pampeano rojo.
Esas superficies denudadas
que se presentan con demasiada frecuencia para que no haya de ocuparme de ellas,
tanto en las laderas de las lomas o en los declives de las mesetas, como en los
declives de los valles de los ríos y los arroyos, son espacios completamente
inadecuados para la agricultura y el pastoreo a causa de la desaparición de la
capa de tierra vegetal que les cubría en otros tiempos. Para que los cultivos
pudieran dar en ellos buenos resultados, sería necesario impedir que las aguas
continuaran denudándolos, removiéndolos con frecuencia durante un cierto número
de años hasta que la vegetación fuera poco a poco invadiéndolos, meteorizándose
la tierra y convirtiéndose en terreno vegetal.
Para la creación de los
bosques sería así más acertado elegir esos puntos denudados por las aguas, que
siendo por el momento inútiles tanto para el pastoreo como para la agricultura
no lo son para la prosperidad de los árboles, pues el limo pampeano solo se deja
penetrar fácilmente por las raíces de éstos y encuentran en él los materiales
necesarios para crecer con la misma rapidez o poco menos que en los puntos donde
existe la capa de terreno vegetal.
Hay en la provincia Buenos
Aires otros espacios de terrenos igualmente inútiles para la agricultura y para
el pastoreo, que también deberían aprovecharse para la plantación de arboledas,
utilizándolos en algo provechoso y de indiscutible utilidad para el resto de la
Provincia. Me refiero a la ancha zona de arenas movedizas que se extienden a lo
largo de la costa del Atlántico y a las formaciones arenosas y a los médanos a
veces también movedizos que se encuentran desparramados hacia el interior en
distintos puntos de la pampa.
Los depósitos arenosos,
particularmente en forma de médanos, adquieren en la llanura argentina un
desarrollo colosal, extendiéndose no tan sólo sobre la costa sino también en el
interior de la llanura hasta el pie de las cordilleras.
El origen de los médanos es
bien conocido: ellos son el resultado de la acumulación de la arena fina que las
olas arrojan a la costa y que luego los vientos empujan al interior de las
tierras. Así se han formado los de las costas del Atlántico, y por materiales
arrojados a las playas por las aguas; de las lagunas actuales o de otras
desaparecidas, los que se encuentran tierra adentro a grandes distancias del
océano.
Las arenas movedizas de la
costa del Atlántico son las que sobre todo asumen caracteres alarmantes,
convirtiendo en desiertos a vastas zonas de terreno, oponiendo barreras al libre
curso de las aguas que impiden a menudo su desagüe en el océano y avanzan
continuamente tierra adentro llevando la esterilidad a los
campos.
Hace más de un siglo que el
mismo fenómeno preocupó la atención pública en Europa; los Gobiernos mandaron
estudiar la marcha invasora de la arena y los comisionados se expidieron
aconsejando las plantaciones de árboles que impidieran su avance al interior y
el cultivo de ciertos vegetales que facilitaran su consolidación. Hoy la
prolongada costa de Gascuña, que hace un siglo eran desiertos cubiertos de
arenas movedizas, es una inmensa selva de pinos que produce anualmente millones
de francos de beneficio.
¿Por que no tratar de hacer
aquí otro tanto con esa inmensa sabana arenosa que ya alcanza en algunos puntos
un ancho de varias leguas y marcha tan rápidamente al interior que se han visto
altas y anchas colinas de arena internarse hasta cerca de dos leguas tierra
adentro en el corte espacio de un año?
Esto debe preocuparnos con
tanta mayor razón cuanto que en las épocas de grandes sequías, los vientos
fuertes que se levantan a menudo entonces en forma de huracanes, levantan a
arena suelta y la transportan a considerables distancias hasta que cae unas
veces en terrenos que teniendo ya demasiada arena no hace más que esterilizarlos
y otras en el agua de las lagunas, contribuyendo así a su
llenamiento.
Los médanos que se
encuentran en el interior de la llanura están en gran parte consolidados; pero a
pesar de eso, en estaciones muy secas los vientos hacen sentir sobre ellos su
acción y en épocas lluviosas las aguas atacan a menudo sus flancos, poniendo a
descubierto la arena que el viento remueve y transporta en todas
direcciones.
Esos médanos consolidados
sobre los cuales los vientos han perdido su acción, deberían aprovecharse para
la plantación de arboledas; y aquellos que todavía son movedizos deberían
encerrarse dentro de un círculo de árboles que impidiesen que los vientos
continuaran modificando sus contornos y luego proceder a su consolidación por
medio de la plantación de vegetales apropiados, para cubrirlos a su turno de
árboles después que la consolidación estuviera ya
avanzada.
Quédame por decir algunas
palabras aún sobre un punto que en las páginas que proceden no he hecho más que
mencionar de paso: los canales de navegación.
Parece que se proyectan en
grande escala, y no es de mi competencia emitir juicio sobre su practicabilidad
y utilidad. Bástame recordar, al poner término a este trabajo, que en él no se
halla una sola línea que se oponga a su construcción, ni tampoco se oponen a
ellos ninguna de las medidas que he indicado deben adoptarse para el
mejoramiento de las condiciones físicomoteorológicas de la pampa. Lo que combato
como una medida de resultados desastrosos, que traería bien pronto la
desvalorización completa de los campos por donde cruzaran, son los canales de
desagüe sin límite y también los canales de navegación si ellos debieran servir
a la vez de desagüe continuo y rápido de las aguas pluviales de la pampa; pero
de ninguna manera los que pudieran servir como obras de retención de las aguas
llovedizas.
Los canales de navegación
deben ser considerados principalmente bajo su faz económica. Si para el
transporte barato de las mercancías extranjeras y de los frutos del país
aventajan a los ferrocarriles, constrúyanse canales que sirvan para la
navegación pero que no contribuyan a la desecación de la
pampa.
Canales de navegación que no
sirvan de desagüe sino en casos de excesiva abundancia de agua, cuantos más se
construyan tanto mejor. En efecto: si la Provincia puede ser cruzada con un
cierto número de canales de gran longitud que reciban el sobrante de las aguas
pluviales y de las lagunas y aun de ciertos ríos en épocas lluviosas, y ellos
tuvieran un declive apenas sensible de manera que las aguas fueran a desaguarse
en el mar con suma lentitud, en vez de hacerlo con la rapidez con que ahora lo
hacen, es evidente que dichos canales tendrían que retener en la llanura un
inmenso volumen de agua en circulación lenta, de manera que tendría que
infiltrarse en el terreno fertilizándolo poco a poco, es decir, produciendo los
mismos beneficios que las lagunas naturales o artificiales; y en muchos puntos
podrían hacer innecesaria la construcción de las últimas.
Cubrir la llanura bonaerense
de represas, estanques y lagunas artificiales combinadas con canales y
plantaciones de arboledas en grande escala sería indudablemente una obra más
colosal que la proyectada de desagüe simple e ilimitado, pero de resultados
benéficos, que permitiría un enorme desarrollo de la ganadería y la agricultura,
que ya no estarían expuestas a los azares de las inundaciones y las sequías y
aumentarían de un modo extraordinario el valor de las tierras en beneficio
privado y de la comunidad; mientras que el proyecto de desagüe simple e
ilimitado no tan sólo no reportaría tales ventajas, sino que por razones que he
expuesto y repetido quizá por demás, ha de dar resultados
desastrosos.
El proyecto de mejoramiento
de la pampa que me he limitado a exponer en sus grandes líneas, no sería sin
duda una obra que pudiera ejecutarse en unos cuantos años; pero si cada
propietario de grandes áreas de campo, en vez de dejar llevar a las peonadas una
vida de holgazanería durante una parte considerable del año, las obligaran a
reducir dentro de estrechos límites los bañados de sus campos cavando estanques
artificiales con plantaciones de árboles en derredor y con la tierra que
removieran hicieran nivelar y levantar el resto de los bañados; y si, por otra
parte, los Gobiernos ayudaran esos trabajos estimulando a los propietarios que
más se distinguieran en ellos dedicándoles a esas obras recursos especiales, es
seguro que al cabo de veinte años habrianse modificado favorablemente las
condiciones físicoclimatológicas de la llanura.
Vastas zonas de terrenos
anegadizos serían entonces aprovechables; los terrenos altos, expuestos ahora a
las grandes sequías, estarían sembrados de numerosas lagunas de agua permanente,
de modo que nunca se sentiría su escasez; las aguas de los puntos elevados, en
vez de precipitarse a los bajos se reunirían en depósitos artificiales de donde
se infiltrarían poco a poco en el terreno, fertilizando los campos circunvecinos
en vez de desaparecer tan rápidamente como sucede ahora; y por medio de canales
podrían ser aprovechables para la irrigación y la navegación, o en la industria
como fuerza motriz; la mayor infiltración de las aguas su constancia durante
todo el año haría subir las vertientes, que serían igualmente más caudalosas, de
modo que los ríos y los arroyos en vez de disminuir el caudal de sus aguas, como
ahora sucede, lo aumentarían notablemente; la grandísima cantidad de agua
reunida en esos estanques no presentaría una superficie bastante extensa para
producir una evaporación extraordinaria en un breve espacio de tiempo, pero ella
sería más regular durante todo el año, lo que, conjuntamente con las arboledas,
haría que las precipitaciones acuosas, particularmente forma de rocío, fuesen
más regulares que no lo son ahora, evitándose así tanto los períodos de intensa
sequía como las inundaciones periódicas, que actualmente son el azote de una
parte considerable de la Provincia.
He procurado exponer de una
manera rápida cuál debería ser la solución del problema antes formulado. Puede
ser que esté en error; pero de cualquier modo que fuere, me daré por muy
satisfecho si con lo dicho consigo despertar la atención de los interesados
hacia las proyectadas obras de desagüe ilimitado y simple. Y se está dicho que
al decir interesados me refiero a los propietarios de las grandes áreas de
terreno que sufren de las inundaciones, amenazados, a mi entender, con otra
calamidad mayor, que sería la sequía y la esterilidad de los campos.
Vosotros que sois los interesados de una manera más directa, meditad sobre las consideraciones que dejo expuestas en las páginas precedentes; y si no queréis exponeros a resultados imprevistos de consecuencias gravísimas, antes de que se emprendan las proyectadas obras de desagüe reclamad del Gobierno el nombramiento de una comisión de ingenieros, geólogos, botánicos y profesores de física para que informen sobre los cambios geológicos, físicos y climatéricos que un desagüe ilimitado y continuo de los campos anegadizos puede producir en la provincia bonaerense y sobre las medidas que deberían adoptarse para evitar las sequías y las inundaciones. Ese informe ilustrará a Gobiernos y particulares. Por él se debería haber empezado; y sólo en vista de él se podrá juzgar de los beneficios y perjuicios que reportaría la conducción rápida de las aguas pluviales al océano.
Por mi parte, me había
propuesto juzgar la cuestión desde el punto de vista puramente geológico, que es
el único de mi competencia; pero el problema está tan íntimamente ligado a
hechos físicomoteorológicos, que he tenido a menudo que salir de mi terreno Por
esto pido disculpa a mis lectores, rogándoles quieran creer que sólo me ha
guiado el deseo de ver fértiles, ricas, prósperas y pobladas estas bellas
llanuras porteñas en las cuales he nacido y me he criado, recorriéndolas desde
niño y a cuyo estudio geológico he consagrando la mayor parte de mi vida Buenos
Aires."
Mayo 18 de 1884.