B.
TRAVEN
TIERRA
DE LA PRIMAVERA
1
Chiapas
es de los treinta estados que forman los "Estados Unidos de México" el que queda
más al sur. Es al mismo tiempo el estado menos explorado. Bajo diversos puntos
de vista Chiapas es un cuadro reducido de la totalidad del país. Aquí se
encuentran reunidas todas las características geográficas de México, todos los
diversos climas de México, todas las diversas razas de México y también todos
los diversos períodos de la cultura y la civilización mexicanas. No hay mejor
lugar en todo México que Chiapas para estudiar bien en sus raíces los numerosos,
difíciles problemas que el pueblo mexicano, tan querible como inteligentísimo y
capaz, busca resolver.
Las
impresionantes ruinas de Palenque, con sus grandiosos restos de palacios y
templos, las ruinas de otras ciudades indígenas desaparecidas, abandonadas u olvidadas cerca de Tonalá, Ocosingo y
en muchos otros lugares, demuestran que en Chiapas existió en otros tiempos una
civilización muy avanzada, que no presenta ninguna influencia asiática o europea
y que creció exclusivamente en su propia tierra. Lo que aún espera ser
descubierto en las junglas y selvas de Chiapas bajo los escombros, hoy cubiertos
de vegetación que han dejado los terremotos, las erupciones volcánicas y los
derrumbamientos, quizás lleve un día a reconocer que los primeros pasos de la
civilización y la cultura no han de ser buscados en Asia o en Europa, sino en
Chiapas.
En
los valles y llanos el estado tiene un clima netamente tropical. En las montañas
de la Sierra Madre, cuyos dos brazos atraviesan todo el estado de oeste a este y de
oeste a sudeste, el clima asemeja a la primavera avanzada de la Europa Central,
sin grandes variaciones a lo largo del año. No hay planta, ni fruto ni animal en
la tierra que no pueda prosperar en alguna parte del estado como en su lugar de
origen. En las mesetas se cultivan trigo, cebada, avena, papas; en las tierras
centrales, caña de azúcar, vid, naranjas, limones, almendras, castañas,
aceitunas, nueces, manzanas, peras, cerezas, duraznos; en las tierras bajas
tropicales café, cacao, goma, plátanos, ananá, coco, algodón. El estado esconde
en su tierra piedras preciosas, oro, plata, cobre, hierro en abundancia, azufre,
carbón, petróleo.
A
lo largo de la costa del océano Pacífico pasa una línea de ferrocarril, la única
del gran estado, con trescientos cuarenta y seis kilómetros desde la frontera
con el estado de Oaxaca hasta la frontera con Guatemala. Existe una cantidad de
buenos mapas oficiales de la época prerrevolucionaria que indican también las
líneas de ferrocarril del interior del estado. Estas líneas no existen. Han sido
preparadas y medidas, pero la realización es tan costosa a raíz de la
irregularidad del terreno montañoso, que deberán pasar algunos años antes de que
puedan ser construidas.
Sólo
pocas carreteras nacionales atraviesan el estado. En la estación lluviosa son
intransitables en ciertos trayectos, a pesar de los admirables esfuerzos del
gobierno por ampliar la red de carreteras y a pesar de la paciencia y tenacidad
casi sobrehumanas con que se tratan de defender las ya existentes de la
violencia de la poderosa naturaleza tropical. Bastante a menudo sucede que una
parte del camino, cuya construcción quizás haya costado cien pesos, desaparezca
en pocos minutos de la faz de la tierra. Un torrente arrasador surge de pronto
de una roca y arroja toda la carretera doscientos metros más abajo al abismo.
Una gigantesca roca se desprende de la cumbre de la escarpada pared y queda
atravesando la carretera en todo su ancho. Una montaña entera comienza a
desprenderse y modifica el paisaje en tal modo que se debe volver a medir y
construir el camino, haciendo desvíos de kilómetros. Las montañas tropicales no
son tan firmes ni tan aburridas y sosas como los Alpes. Las torrenciales lluvias
tropicales bajan arrasando por los cañones (N.d.t.: en el original escrito con
grafía alemana "Canjon") de las altas montañas como si se rompiera un dique en
tiempos de agua alta. Cuando la estación lluviosa está en su apogeo estas
precipitaciones torrenciales caen entre cuatro y cinco veces por día durante
tres a cuatro semanas. Y cada vez con toda la violencia de los
aguaceros.
Pero
el hombre, también en México, construye, construye y vuelve a construir, sin
descanso, tenaz y paciente. Una y otra vez se emprenden las reconstrucciones
desafiando las potencias destructoras de la naturaleza. Cada año la obra se
vuelve un poco más firme, un poco más segura y llegará el día en que será tan
firme, tan segura y confiable como cualquier obra semejante en Europa. La
obstinada resistencia en la construcción bajo el ardiente sol tropical y en la
lucha contra un infierno de insectos y pestilencias genera un nuevo tipo de
hombres. Somos aún tan jóvenes, adolecemos de todos los errores, las
imperfecciones, las majaderías de los jóvenes. Pero en cambio nos desborda la
fuerza, la osadía y la fe inquebrantable, luminosa de la juventud. Nos mueve la
imperturbable fe de la juventud que cree que todo es posible, que no hay nada
imposible bajo el sol. Somos el futuro. En nuestro continente se están
decidiendo los destinos del próximo milenio. Nuestro continente es la cuna de
una nueva cultura. Y México está de parto, porque a México le toca sufrir los
dolores.
*
El
estado de Chiapas tiene en línea de aire aproximadamente cuatrocientos
kilómetros de ancho y trecientos de largo. A causa del terreno montañoso las
distancias reales son por término medio una vez y media las de las líneas de
aire.
Al
este limita con la república de Guatemala, al sur con el océano Pacífico, al
oeste con el estado de Oaxaca y al norte con el estado de
Tabasco.
El
estado está dividido en los departamentos de Chiapa, Chilón, Comitán, Las Casas,
La Libertad, Mariscal, Mezcalapa, Palenque, Pichucalco, Simojovel, Soconusco,
Tonalá y Tuxtla. La capital es Tuxtla Gutiérrez, sede del gobierno, donde reside
el gobernador. La capital dista unos ciento cuarenta kilómetros de la línea de
ferrocarril. El obispo vive en San Cristóbal Las Casas, una ciudad situada a otros cien kilómetros más del
ferrocarril.
La
superficie de Chiapas alcanza de setenta mil a ochenta mil kilómetros cuadrados.
No se puede indicar una cifra precisa porque una parte de las fronteras,
especialmente en el límite con Guatemala son fronteras meramente supuestas,
indicadas en un mapa, pero que nadie ha visto ni medido, dado que se encuentran
en zonas inexploradas. El término medio, unos setenta y cinco mil kilómetros
cuadrados, podría considerarse correcto.
El
estado cuenta con aproximadamente cuatrocientos mil habitantes, de los cuales al
menos trescientos mil son indios de sangre pura, que hablan su propia lengua y
viven en sus propias ciudades, aldeas y poblaciones, en donde sólo el propio
cacique hace las veces de
alcalde o jefe del pueblo. Todos estos indios no sólo mantuvieron la
propia lengua, sino que viven aún según sus propios antiquísimos usos y
costumbres, que se diferencian completamente de los nuestros y que sólo han
sufrido una superficial influencia por parte de los europeos y de la religión
católica.
En
el estado de Chiapas encontramos al indio, al aborigen del continente, en todos
los grados de civilización.
Los
lacandones son enteramente primitivos. Se encuentran en el escalón más
primitivo, no viven en aldeas, no construyen viviendas, salvo eventualmente
jacales de ramas y van casi desnudos.
La
mayor parte de los indios del estado pueden ser considerados semicivilizados.
Son indios que viven como pequeños agricultores, generalmente en sus propias
comunas. Tal como los lacandones, también estos indios hablan aún la propia
antigua lengua. Se encuentran aproximadamente en el mismo nivel de civilización
que los pequeños campesinos de las zonas remotas de Europa Central, que no saben
leer ni escribir.
Además
de estos indios, no civilizados o semicivilizados hay decenas de miles de indios
en el estado de Chiapas que viven en las ciudades entre la población mexicana.
Estos indios se encuentran en el mismo nivel de civilización que los mexicanos y
los europeos. Trabajan como obreros, como comerciantes, como agentes de policía,
como músicos, como empleados de correos, como empleados de la administración
municipal o estatal, como ferroviarios, como arrieros y como conductores de
automóvil. Algunos de ellos son latifundistas, otros poseen muchas casas, hay
quienes son comerciantes de ganado, destiladores de aguardiente, dueños de
restaurantes, propietarios de farmacias, propietarios de hoteles. Muchos de
ellos son relativamente ricos, mandan a sus hijos a estudiar a Ciudad de México,
a Nueva York, a París, a Madrid. Estos indios hacen la misma vida que las
restantes clases superiores de la población mexicana, de la cual sólo los
distinguen las características raciales. Algunos de los que viven en este estado
han olvidado la lengua de su nación, pero otros aún la utilizan para comerciar
con los de su raza.
El
setenta por ciento de los soldados y suboficiales del ejército mexicano son
indios de sangre pura, los restantes son mestizos. La misma proporción se
encuentra en la marina. Al cuerpo de oficiales del ejército mexicano pertenecen
unos cien indios de pura sangre que llegan hasta los más altos cargos y al
generalato. En cuanto a inteligencia, cultura y capacidad no son en nada
inferiores a los otros oficiales. En el gobierno mexicano se encuentran indios
hasta en los cargos más altos, aún entre los ministros. El obispo Pascual Díaz
es indio de pura sangre. Es tan superior en inteligencia y perspicacia al
arzobispo, hijo de españoles inmigrados, que el verdadero jefe de la iglesia
católica en México es Pascual Díaz y no el arzobispo.
Pero
aquí no se tratará de estos indios completamente integrados en la civilización
moderna, tanto profesionalmente como en cuanto a modo de vida y papel que
desempeñan en su entorno. Se puede poner en duda que estos indios
civilizadísimos hayan sido realmente absorbidos por la civilización moderna en
su ser íntimo, en su modo de pensar, en su compenetración espiritual con el
mundo, en su modo subjetivo y objetivo de sentir la vida. Yo espero que el indio
siga siendo intrínsecamente indio, porque sólo así podrá dar un aporte
fructífero al desarrollo de la humanidad.
Durante
la regencia del dictador Porfirio Díaz, 1876-1910, cuyos méritos fueron
injustamente sobrevalorados, los indios en México no estaban mucho mejor que los
esclavos. Cuando los "Estados Unidos de Norteamérica" llegaron a ser una
república libre e independiente, los puritanos, tan píos ellos, que se sienten con derecho a
exigir un lugar especial en el cielo, excluyeron a los esclavos negros de la
libertad ganada con la lucha.
El
caso mexicano fue muy distinto. Cuando México se sacudió el yugo español y se
declaró país libre e independiente, todos los esclavos, sin distinción
entre negros, rojos o marrones
obtuvieron la libertad. En el antiguo México, antes de la llegada de los
blancos, también había habido esclavos, pero la ley decía:"Ningún hombre nacido
en esta tierra nace esclavo, porque la tierra pare sólo hombres libres." Por
eso, en el antiguo México los hijos de esclavos eran hombres libres. Esta era la
situación entre los indios paganos. Entre los cristianos americanos el
esclavista cuidaba mucho que sus esclavos se reprodujeran mejor que su ganado,
porque los hijos de esclavos rendían más dinero que los terneros. Esa vieja ley
india volvió a entrar en vigor en México y fue ampliada con la declaración de la
incompatibilidad de la esclavitud con un pueblo libre e independiente. Un
esclavo negro que lograba huir de su amo en los Estados Unidos y alcanzaba la
frontera mexicana, era hombre libre ni bien pisaba México. Esto constituyó una
de las causas de la guerra de conquista
americano-mexicana.
Todos
los indios esclavos fueron puestos en libertad cuando México declaró su
independencia. Pero el país era grande, casi tres veces más grande que ahora,
los latifundistas eran poderosos, los indios ignorantes. Y la iglesia, mayor
terrateniente y mayor poseedora de minas, cuya riqueza en tierras y minas de oro
y plata superaba la de todos los otros terratenientes decía a los indios: "Es
por voluntad divina que existen señores y siervos; el siervo fiel y obediente
agrada a Dios y en el cielo será colmado de grandes loas y ricas
recompensas."
Durante
aquella larga guerra que México tuvo que pelear contra las potencias
extranjeras, contra España, Francia y América, los mexicanos no se podían crear
enemigos a sus espaldas. Es lo que seguramente hubiera ocurrido si hubieran
insistido con demasiada energía en la liberación de los indios. Porfirio Díaz
pertenecía a la vieja escuela, que enseñaba que un país se enriquecía a base de
salarios bajos y trabajadores esclavizados. Vendió el país al gran capital
extranjero. El mexicano tenía menos derechos en su propio país que el
extranjero. Para Porfirio Díaz no había una cuestión obrera, mucho menos aún una
cuestión indígena. Este tipo de
cuestiones para él no existían. Obreros e indios no tenían más que obedecer; las
huelgas se reprimían a golpe de fusil, porque eran contrarias al bienestar
popular. Bienestar popular era, como también en otros países, sinónimo de lucro
para el gran capital.
Los
indios, sin embargo, habían sido los primeros soldados de la independencia y de
la libertad de México. En los tres siglos en que España dominó México fueron los
indios los únicos que con constantes rebeliones y sublevaciones y con una
incansable propaganda de boca en boca, de tribu en tribu, de pueblo en pueblo
mantuvieron despierta la idea de un México libre e independiente. El libertador
mexicano, el sacerdote Miguel Hidalgo, fue solamente un portavoz de los indios.
La primera tropa con la que partió para sacudir el yugo español, era un grupito
de indios de su parroquia.
*
Acerca
del sistema del dictador Porfirio Díaz y de la así llamada "edad de oro de
México", que supuestamente existió bajo su gobierno, hay algunas cosas que
decir.
Porfirio
Díaz había hecho suya una idea; y con su terca obstinación buscó realizarla. Su
idea era: para volver productivo un país como México el capital extranjero es
indispensable; por eso hay que atraer el capital extranjero por todos los
medios, hay que otorgarle todos los privilegios, concesiones y garantías que
pide.
En
principio y considerando el sistema económico capitalista, esta idea es
correcta. Pero si se quiere hacer para beneficio y ventaja de un pueblo, hay que
tener en cuenta muchas otras cosas.
La
industria de los Estados Unidos de Norteamérica fue fundada inicialmente con
capital extranjero, especialmente inglés, alemán, francés y holandés; porque los
americanos carecían de capital. Pero el establecimiento de la industria
americana con ayuda del capital extranjero se llevó a cabo de modo muy distinto
de lo que podía suponer Porfirio Díaz, bastante estúpido, por cierto, en
cuestiones de economía política.
Imaginemos
que entraran en Alemania capitalistas americanos, franceses, ingleses y
obtuvieran allí concesiones más favorables que el ciudadano alemán, con el único
objetivo de atraer el capital extranjero. Sigamos imaginando que estos
capitalistas extranjeros sacaran todo el carbón, el potasio, toda la madera de
Alemania para llevarlos a Inglaterra, América o Francia donde serían elaborados
y manufacturados y que luego los productos manufacturados se vendieran en
Alemania obteniendo una enorme ganancia. Carbón, minerales, potasio y madera son
las riquezas naturales de Alemania. Si se le quitan estos bienes sin darle en cambio un valor
equivalente, Alemania un día se tiene que
ver empobrecida, completamente dependiente de la benevolencia y de la
misericordia del capital extranjero. Durante la gran devaluación después de la
guerra, los capitales extranjeros intentaron hacer en Alemania lo que hicieron
bajo Porfirio Díaz en México. El pueblo alemán ha reconocido a tiempo qué
peligro lo amenazaba y frenó con leyes el robo del irrecuperable patrimonio del
pueblo. La consolidación de Alemania con ayuda del capital americano fue posible
porque los norteamericanos no permitieron que ingleses, franceses y algunas
otras naciones pudieran robar.
Si
los capitalistas ingleses, alemanes, holandeses y franceses hubieran hecho o
sólo intentado hacer en Estados Unidos lo que los capitalistas extranjeros han
hecho en México, los norteamericanos se hubieran defendido tan eficaz y
enérgicamente como los mexicanos se ven obligados a hacerlo
hoy.
Pero
en los Estados Unidos de Norteamérica los capitalistas extranjeros no actuaron
como en México. Extrajeron los bienes de la tierra, pero no se los llevaron como
materia prima. Construyeron fábricas
en el país y elaboraron los productos allí mismo. Sólo cantidades
relativamente pequeñas de materia prima salieron del país. El ochenta, quizás el
noventa por ciento de los bienes naturales dejaban el país como productos
manufacturados. La dificultad y el costo del transporte de las materias primas
seguramente tuvo algo que ver. Pero esto es secundario.
En
los Estados Unidos de Norteamérica el capital extranjero sirvió para el
desarrollo del país. Para poder elaborar y manufacturar las materias primas en
el país era necesario construir fábricas. Cientos de miles, millones de
trabajadores encontraron una buena ocupación, cientos de miles de trabajadores
europeos fueron llamados como inmigrantes para ayudar en la elaboración de las
materias primas. Así millones de personas encontraron su sustento y pudieron
mejorar su situación económica. Este millón de trabajadores bien pagados dieron
de comer a cientos de miles de chacareros, sastres, zapateros, panaderos y tanta
otra gente. De este modo un país supo desarrollarse para llegar a ser lo que es
hoy.
Completamente
diferente fue la situación en México y lo sigue siendo. El capital extranjero
entra sólo para extraer las materias primas y elaborarlas en los países de
origen de los capitalistas. Mientras dure la extracción de las riquezas de
México unos miles o decenas de miles de mineros y trabajadores de los campos
petrolíferos encontrarán ocupación. El día en que ya todo haya sido extraído, el
país será mil veces más pobre que antes; porque nada habrá sido instalado que,
continuando la producción, pudiera pasar a constituir un valor permanente. El
mexicano tiene que comprarle a precio de oro a los capitalistas extranjeros los
productos manufacturados que necesita.
En
México sólo hay pocas refinerías de petróleo y poquísimas fundiciones. Ninguna
de las valiosas materias primas es transformada en el país. Los mexicanos tienen
que comprar los productos manufacturados que necesitan a los capitalistas
extranjeros pagando precios prohibitivos.
Los
efectos nefastos de la loada política de Porfirio Díaz se hacen evidentes cuando
se piensa que en los casi treinta y cuatro años de su dictadura fueron
construidas apenas dos docenas de fábricas, mientras que en el mismo lapso en
otros países, en donde se manufacturaban los productos mexicanos, se construían
cientos de fábricas. Si todos los productos que durante el gobierno de Porfirio
Díaz salieron del país hubieran debido ser fabricados en México, el país sería
actualmente uno de los primeros países industrializados, mientras hoy es uno de
los últimos.
Una
parte de los mexicanos, aún aquéllos, que en otros asuntos se muestran capaces
de emitir un juicio, repiten como loros lo que los capitalistas americanos e
ingleses y sus periódicos cuentan al mundo entero sobre la "edad de oro
mexicana" . Estos mexicanos sólo ven los centavos que los capitalistas
extranjeros introdujeron, pero no ven los dólares que el país podría tener hoy,
si Porfirio Díaz no hubiese malvendido de modo tan estúpido las riquezas del
país. Si al menos hubiera dado las concesiones a condición de que sólo los
productos manufacturados y sólo una pequeña cantidad de materias primas pudieran
abandonar el país, los capitalistas habrían aceptado con agrado transformar las
materias primas aquí, dado el menor costo de la mano de obra. Lo único que los
capitalistas extranjeros introdujeron en el país fueron los costos de flete y
nada más.
La
política aduanera del actual gobierno mexicano es una perniciosa herencia del
gobierno de Porfirio Díaz. En realidad, esta política aduanera no es tal, sino
sólo un sistema para imponer impuestos de aduana que cubran los gastos del
estado. La finalidad más nefasta que un impuesto aduanero podría tener. En
realidad son un disparate; en fin de cuentas no modifican nada de la vida
económica de un pueblo, sólo que la vuelven complicada y confusa. Una solución
podría consistir en que el gobierno impusiera a la exportación de materias
primas del país un derecho de exportación del 50 o 60% de su valor, no para los
productos agropecuarios, sino para los productos no renovables, mientras que los productos
manufacturados podrían salir libres de derechos aduaneros o incluso con
condiciones de transporte ventajosas o con premios. Los capitalistas extranjeros
necesitan las materias primas de México y si no las pueden conseguir como tales,
no les queda más remedio que transformarlas en el país. Si los derechos
aduaneros han de existir, que por lo menos cumplan con un objetivo en beneficio
de las generaciones futuras. El sistema aduanero de los Estados Unidos de
Norteamérica no es perfecto, pero por lo menos muestra la intención de
aprovechar con una cierta prudencia esta institución superflua. El presupuesto
nacional de Porfirio Díaz se basaba enteramente en este anticuado y absurdo
sistema aduanero. Y el pueblo mexicano todavía no ha logrado liberarse de ese
absurdo sistema aduanero de Porfirio Díaz. Gracias a la "edad de oro de Porfirio
Díaz" hoy depende más que nunca de este sistema absurdo e
idiota.
Esta
es una de las caras de la "edad de oro en México". La otra cara se presenta así:
durante la regencia de Porfirio Díaz los trabajadores textiles de Orizaba
entraron en huelga porque se estaban muriendo de hambre. Parece que el destino
de los trabajadores textiles de todo el mundo sea escapar a duras penas de la
muerte por hambre. Pero cuando bajo Porfirio Díaz los trabajadores entraban en
huelga estaban generalmente en un estado que seguramente ninguna otra clase
trabajadora del mundo había conocido. Bajo Porfirio Díaz carecían de
organización, porque los capitalistas que gobernaban el país no lo permitían. Y
lo que ellos no permitían, era sagrado para Porfirio Díaz. Porfirio Díaz mandó
un comisario a Orizaba que debía preguntar a los fabricantes si querían conceder
a los obreros los sueldos que pedían. Ni remotamente pensaban en esto, al
contrario, declararon que ahora pagarían menos que antes y que si los
trabajadores no volvían inmediatamente a las fábricas bajo las condiciones
preestablecidas, cerrarían las fábricas y sacarían las máquinas del país. Oído
esto, el comisario fue enviado a hablar con los huelguistas. Estos declararon
que no podían trabajar por esos sueldos, y dado que de todas formas se morían de
hambre con tales sueldos, tanto valía morirse de hambre sin volver a las
fábricas. Cuando Porfirio Díaz recibió esta respuesta, envió un regimiento de
soldados, hizo arrestar a los jefes de los huelguistas y a algunas docenas de
trabajadores y los mandó fusilar inmediatamente. Era así como este gran
estadista resolvía las huelgas de su gente en favor del capital
extranjero.
Era
la loada "edad de oro de México".
Quizás
ahora se comience a entender por qué México tuvo una revolución tan larga y por
qué aún ahora no logra encontrar realmente la paz. Hay todavía demasiada gente
que añora aquella "edad de oro de México". Pero nunca, desde que existe la
humanidad hubo una revolución sin motivos.
La
última revolución comenzó en el año 1910. Comenzó con la publicación de un
pequeño libro escrito por Francisco Madero, en donde atacaba duramente al
dictador Porfirio Díaz, mientras al mismo tiempo explicaba con claridad el
significado del sistema de gobierno democrático. Los mexicanos tenían una
república desde hacía casi cien años, pero pocas veces habían vivido en
democracia. En los treinta y cuatro años de dictadura de Porfirio Díaz olvidaron
lo poco que quizás habían llegado a aprender sobre derechos y deberes
democráticos. No es para maravillarse que la revolución hubiera durado casi diez
años y que aún ahora cada tanto se reavive en tal o cual estado. Como en otros
lados también aquí se echa la culpa de los daños que provoca una revolución a
los revolucionarios, en vez de culpar a aquellos hombres incapaces de entender que su tiempo y
sus ideas pertenecían al pasado, que estaban en el mundo con cincuenta años de
atraso.
Al
principio la revolución era en el fondo sólo una revolución sectaria. Había
grupos y camarillas que también querían una parte de la torta, de la cual el
viejo Porfirio, ya casi
octogenario, había comido tanto tiempo. Pero desde que la clase obrera se
despertó, desde que alcanzó la conciencia de su existencia, desde que reconoció
ser una clase particular, completamente separada de la burguesía, ya no es
posible conducir una guerra, ya no se puede iniciar una revolución de camarilla
sin que la clase obrera se haga presente para erigirse en clase
dominante.
Aunque
no hubo movimiento obrero, ni organización, ni disciplina, aquella revolución
sectaria se convirtió rápidamente en una revolución, cuya meta provisoria fue la
liberación de la clase trabajadora. En un cierto sentido la liberación de la
clase trabajadora se asimilaba a la liberación del pueblo mexicano del gran
capital extranjero. A medida que se extendía la revolución se hacía más
claro que en cada nueva fase de la
revolución sólo podría permanecer
al frente quien contara con el apoyo de los trabajadores.
Los
trabajadores mexicanos tuvieron la suerte de que la revolución no fuera
interrumpida prematuramente "en el interés del pueblo". Tuvieron la gran, hoy
tan rara suerte de no tener jefes ni funcionarios con intereses burgueses que
quisieran salvarlos. No tuvieron ni jefes ni funcionarios ni consejeros. Así fue
que la revolución se desangró hasta el agotamiento total. Y cuando se hubo
desangrado, de manera que nadie le hubiera prestado al estado ni un dólar o un
cajón de municiones sin previo pago en oro, los trabajadores se encontraron en
la cúspide con un programa enérgico y radical. Y eran tan fuertes, que el hombre
que ellos querían como presidente de la república lo fue y tenía que serlo. Habían comprendido algo
que muchos otros trabajadores parecen aprender con dificultad. Habían aprendido
que mientras el capitalismo siga utilizando el dinero en vez de la sabiduría
para influir en las elecciones políticas, estas elecciones deben instrumentarse
de modo más moderno para que sea posible hablar de democracia. De lo contrario,
la democracia no tiene ningún valor para el obrero. Ni el anterior presidente
Obregón ni el actual Calles son socialistas en el sentido que se daría a esa
palabra en Europa. En el gobierno hay pocos socialistas. Tampoco bajo los
gobernadores de cada uno de los estados, que tienen un gran poder, hay muchos
socialistas. Pero la gente elegida por los trabajadores -quien no cuenta con el
apoyo de los obreros tiene poca o ninguna posibilidad de hacerse ver - son
hombres, verdaderos hombres. Mantienen las promesas que han hecho a los
trabajadores antes de las elecciones. En muchos casos, quisiera decir en la
mayoría de los casos, una vez en el poder, van mucho más allá de sus promesas.
Cuando
se desencadenó la última revolución, los indios supieron enseguida
instintivamente que era una revolución para ellos porque era una revolución para
los trabajadores. Los indios se colocaron inmediatamente al lado de los obreros.
Cuando aquí se habla de indios, se habla de aquéllos que se diferencian
netamente por lengua, costumbres, ocupaciones de la clase obrera industrial
urbana, formada en parte por indios, en parte por mestizos. Es decir que se
trata de indios no europeizados.
Los
indios entendieron claramente desde un principio, que si los trabajadores
ganaban la revolución, la cuestión india se resolvería, porque la cuestión india
y la cuestión obrera están íntimamente ligadas. En México no se puede resolver
la cuestión obrera si no se resuelve contemporáneamente la cuestión
india.
Hasta
en un estado tan apartado como Chiapas los indios se sublevaron en el segundo
año de la revolución. No tenían armas. Con las primitivas herramientas de
labranza marcharon en columnas hacia la capital gobernativa del estado, hacia
Tuxtla Gutiérrez, a ver al gobernador. Fueron recibidos. Y fueron recibidos con
modales sumamente civilizados. Las tropas del gobierno conservador los
recibieron en la carretera, algunas millas fuera de la ciudad. Los soldados
apresaron a unos cuarenta indios y
los llevaron al palacio del gobernador, donde les cortaron las orejas. Este acto
horrendo se hacía con la mayor crueldad. Les cortaban la oreja a golpe de
machete. En muchos casos cortaban también la mejilla. Hecho esto fotografiaron
oficialmente a estas desgraciadas criaturas que fueron mandadas de regreso a
casa para relatar a sus congéneres lo que cabía esperar si osaban nuevamente ir
a lo del gobernador para preguntarle qué pensaba de sus antiquísimos derechos.
Estas fotografías existen todavía y todo visitante puede encontrarlas y verlas
en las casas de la ciudad de Tuxtla Gutiérrez. Yo también las vi allí. Nuevas,
se vendían en las tiendas a cinco y diez centavos cada una. Corría el año 1911.
Cuando los revolucionarios alcanzaron finalmente el estado de Chiapas, dieron a
los indios las armas que les sobraban. Terminada la revolución, los indios no
devolvieron las armas. Las conservan aún hoy.
Hablando
de los actos de horror cometidos contra los indios, es el momento de decir que
el palo del suplicio y el escalpo de los que tanto se habla en las historias de
indios, no son un invento de ellos. Originariamente el indio no conocía
suplicios y torturas. Fueron los conquistadores blancos quienes utilizaron por
primera vez contra los indios el palo de suplicio y el escalpo y éstos pagaron
con la misma moneda. Cuando los
españoles comenzaron a saquear el continente apenas descubierto, en Europa
florecía la inquisición. Y los suplicios maquinados y aplicados en las cámaras
de tortura de los tribunales de la inquisición fueron fielmente imitados por las
bandas de facinerosos españoles y algo más tarde por franceses e ingleses en el
continente que dominaban completamente. Como los indios eran salvajes paganos se
los podía someter con tranquila conciencia a torturas más terribles que a los
cristianos. Cortés festejó su ingreso en tierra mexicana cortando las manos a
cincuenta indios. La inquisición causó estragos en México hasta el inicio de la
guerra de independencia en 1821. A quien poseía una rica mina de oro o plata o
una rica chacra, a la que la iglesia había echado el ojo sin poder conseguirla
en modo legal, se lo acusaba de blasfemia o herejía, se lo torturaba hasta
arrancarle la confesión y finalmente se lo quemaba en la hoguera. El
procedimiento resulta clarísimo cuando se piensa que todos los bienes de quien
era condenado por el tribunal de la inquisición pasaban a manos de la iglesia.
Hubo un tiempo en que la iglesia en México poseía nueve décimos del total de la
tierra cultivable. Hoy, que México está gobernado por hombres que se ríen del
infierno, de la excomunión y del Vaticano, la iglesia grita al mundo entero:
represión de la libertad de culto en México. Podemos estar bien seguros de que
cuando una iglesia, no importa cuál, habla de represión de la libertad de
conciencia, hay siempre bienes terrenales de por medio. El trabajador mexicano
es envidiable; tiene una buena enseñanza intuitiva. Pero no sólo mirar, aprende;
y aprovecha en su favor lo que aprende.
2
En
México hay todavía hoy terratenientes que poseen más de cinco millones de
hectáreas de tierra; son casi incontables los que aún hoy poseen más de cien mil
hectáreas. Después de la revolución, los grandes terratenientes habían tenido
que restituir toda la tierra que antiguamente había sido tierra ejidal (tierra
comunal) de los indios. Recién con esta restitución los indios fueron
verdaderamente libres e independientes. Porque libertad sin independencia
económica no es libertad, sino, en el mejor de los casos, un gorro frigio, que
ni siquiera llega a calentar las orejas en invierno.
Cada
familia india tiene una cierta parcela de tierra. El tamaño del terreno depende
de la calidad y fertilidad de la tierra, en segundo lugar, de la cantidad de
bocas que la familia tiene que alimentar. Cada parcela de tierra es lo
suficientemente grande como para poder alimentar bien a toda la familia y al
mismo tiempo, es lo suficientemente pequeña como para que la familia no pueda
tomar un trabajador asalariado. La parcela no se delimita exactamente; si
alguien se siente con fuerzas para trabajar una cantidad de tierra mayor, la
recibe. Pero si para trabajarla ocupa a alguien que no pertenece a la familia,
se le vuelve a reducir la cantidad de tierra asignada.
La
tierra convierte al indio en absoluto señor de sus asuntos. Si no tiene ganas de
trabajar para una finca de café o de cacao (plantación), nadie lo puede obligar;
nadie lo puede obligar a trabajar por cinco centavos (once centésimos de marco),
como debió hacerlo bajo la dictadura de Porfirio Díaz. En aquellos tiempos el
indio podía ser obligado por la policía a trabajar para el finquero (propietario
de una plantación). Si el indio sentía nostalgia de su familia -a veces se lo
obligaba a trabajar a ciento cincuenta kilómetros de su pueblo- y huía o se
negaba a ir al trabajo, lo transportaban a la plantación como ganado. Hoy no se
le puede pagar menos de un peso (2,10 marcos) por día. Si abandona su trabajo,
el plantador ya no tiene el derecho de hacerlo apresar por soldados. Antes de la
revolución los agentes de los plantadores emborrachaban a los indios o,
valiéndose de otros trucos, les metían un anticipo de un peso en la mano.
Entonces el plantador adquiría derechos sobre ese hombre, porque había percibido
un anticipo sobre el sueldo. Si el hombre no iba solo, era la policía quien lo
arrancaba de su casa y de su familia para llevarlo a la plantación. Porque se
había vuelto un desertor. Hoy esto ya no es posible. El anticipo no le da al
patrón derechos sobre el hombre. Por supuesto que los plantadores, que como
todos los empresarios se unen mucho más rápido que los trabajadores,
introdujeron un sistema de listas negras, de manera que el trabajador que ha
recibido un anticipo y no se presenta a trabajar no es empleado por ningún otro
plantador. Pero los soldados ya no les ayudan a cazar a sus hombres. En la
mayoría de los casos, es un agente quien se ocupa de contratar a los
trabajadores. El agente paga los anticipos y es responsable ante el plantador de
que el trabajador se presente. Como en el período de la cosecha de café los
plantadores ocupan dos, tres o cuatrocientos indios, que hoy piden por lo menos
un peso por día, es fácil imaginar que los propietarios de las plantaciones
digan de este gobierno que es bolchevique, mientras cantan loas a los dorados
tiempos de México bajo el gobierno de Pórfiro Díaz.
La
tierra ejidal no puede ser vendida ni comprada. Si una familia se extingue o
emigra, la tierra vuelve a la comunidad. Cada familia nueva que se forma,
obtiene la cantidad de tierra que le corresponde según el número de
miembros.
El
modo de cultivación varía mucho. En algunas comunas cada familia cultiva la
tierra independientemente de todos los otros miembros de la tribu. En otras
comunas que he visto, la tierra es labrada por todos los hombres adultos
conjuntamente.
Los
indios choles trabajan la tierra colectivamente, acompañándose con música. Los
instrumentos musicales son primitivos tambores y flautas. Frecuentemente los
hombres que labran, cantan con la música. Y así el trabajo se va haciendo al
ritmo de la música y con alegría.
En
algunas comunas la cosecha se hace individualmente. Cada familia cosecha en su
propia tierra. Esto sucede frecuentemente incluso en aquellas comunas en que la
tierra se cultiva en común. En
otras comunas se cosecha en forma colectiva y cada familia recibe lo que ha
rendido su parcela de tierra. Y hay
comunas en que se junta la totalidad de la cosecha y cada familia recibe la
cantidad que necesita para llenar sus bocas, una vez que la cosecha ha sido
repartida entre las cabezas de la comunidad. En algunas comunas deciden de año
en año cómo proceder. En todos los casos en que la labranza y la cosecha se
hacen en forma colectiva, cada familia se ocupa de un pequeño terreno cerca de
la casa, donde cultiva en forma tolmente individual. Una familia crea un jardín
de flores, otra planta un vegetal particularmente amado por un miembro de la
familia, aquélla otra planta bananas, manzanas o limones o lo que le
guste.
Que
yo sepa, hay ciertos frutos como algodón, caña de azúcar, café, tabaco que siempre se plantan y cosechan en
forma colectiva, aun en los casos en que todos los otros frutos del campo se
produzcan individualmente. Estos productos especiales se reparten en el momento
de la cosecha a los miembros de la comuna. Después de la repartición, los que
ese año no tendrán necesidad de algodón, cambian su parte por el tabaco que
tiene un vecino o por el azúcar de caña de otro vecino, que quizás necesite
algodón pero no tenga ningún interés en tener tanto tabaco o
café.
La
venta de la cosecha se realiza en forma exclusivamente individual. Por eso se
ven con frecuencia en las calles de una ciudad mexicana, en los barrios indios,
un indio o una india sentados con una canasta llena de algodón que ofrecen para
vender. A veces no es más de un kilogramo de algodón. Los indios no venden el
algodón desprendido de su cáscara. Sospecho que es porque el comprador
generalmente también es un indio, que como comprador prevenido, se quiere
asegurar de no estar comprando mercancía falsificada.
Esta
economía comunal de los indios no presenta ninguna influencia del moderno
comunismo. De los indios, salvo aquéllos que son trabajadores urbanos, ninguno
hasta ahora escuchó nada de
socialismo, ni de comunismo o bolchevismo. La economía comunal es una
antiquísima forma de economía de los indios, que fue destruida por los
conquistadores. Todas las rebeliones de los indios en los últimos cuatrocientos
años, desde que los blancos les quitaron la tierra, tuvieron siempre sus raíces
en el reclamo: restablecimiento de la antigua comuna
india.
El
gobierno actual trabaja con ahínco buscando crear una moderna economía
cooperativa basándose en la vieja comuna india. A lo largo y a lo ancho del país
establece bancos agrarios, que trabajan sobre la base de la reciprocidad, y
puestos de entrega de modernos utensilios de labranza, que trabajan asimismo
como cooperativas. Finalmente también se intenta regular la venta de las
cosechas en forma cooperativa. En los estados del norte y del centro de la
república, donde los indios alcanzaron un mayor nivel de civilización, la
moderna idea de cooperación ha conquistado en los últimos tres años enormes
territorios obteniendo resultados sorprendentemente buenos. Claro que el
gobierno tiene que luchar contra un gigante que no se encuentra dentro del país,
sino fuera. Cada vez que el gobierno mexicano quiere imprimir un parágrafo de la
nueva constitución surgida de la revolución, el gobierno americano presenta una
nueva nota enérgica, con la que amenaza más o menos veladamente al gobierno
mexicano, de interrumpir las relaciones diplomáticas en caso de que México se atreva a crear leyes
consideradas demasiado buenas para su pueblo. Tales notas de protesta del
gobierno americano se podrán comprender mejor si se viene a saber que un
latifundista americano posee tres cuartos de millón de hectáreas en México. Ni
hablemos de las posesiones en tierra y en valores que controlan las grandes
compañías petroleras y mineras americanas. Dos ministros del actual gobierno
americano, el ministro de Relaciones Exteriores y el ministro del Tesoro son, a
través del prudente desvío de sus familias, los accionarios principales de dos
de las más poderosas compañías petroleras en México. El gobierno americano no
trabaja solamente en el interés de sus propios grandes capitalistas, sino
también en el interés del gran capital europeo, especialmente del inglés.
Además: los intereses encontrados del gran capital americano e inglés, que
luchan ambos por la supremacía en la tierra, harán estallar la próxima guerra,
en la que los objetos de litigio serán México y China. Si los trabajadores del
mundo no pierden la ocasión una segunda vez, la imagen política y económica del
mundo podría modificarse enormemente a causa de este conflicto entre Inglaterra
y América. En este conflicto al pueblo alemán le tocará en suerte hacer de
mercenario a los capitalistas americanos. La actual política americana se mueve
abiertamente y sin escrúpulos en esa dirección.
*
Antes
de la revolución los indios no participaban de la cultura general. Dominaba la
idea de que un indio ignorante fuera más trabajador y más barato que un indio
que supiera leer y escribir. La iglesia, en calidad de capitalista más rico,
apoyaba esa idea. Y tenía otro motivo para hacerlo. Un cura, un sacerdote
católico de México, me contó abiertamente en una ocasión, que la iglesia se
debía oponer a la escolarización de los indios, porque un indio instruido no
podría nunca ser tan buen creyente como un indio ignorante. Y esto es bien
cierto.
Estos
pobres indios ignorantes gastan sus últimos centavos en comprar velas para la
iglesia o para colgarles corazoncitos, piernitas, bracitos, caritas, pies y
manos de plata a sus santos. Y de estos santos las iglesias mexicanas están
llenas. Ni bien el indio empieza a instruirse, comienza a reflexionar sobre los
gastos para las velas o para los adornos plateados y busca probar su eficacia
con mayor atención. Prefiere ir a lo de un médico matriculado a la vecina ciudad
en vez de ir a quemar velas en la iglesia, para curar a su mujer o sus hijos de
viruela negra o de otra enfermedad grave.
Actualmente
casi todas las ciudades indias de una cierta importancia cuentan con una
escuela. Donde todavía no la hay, seguramente la habrá dentro de un año.
Frecuentemente la escuela es sólo una choza india. Pero en muchas ciudades o
poblados indios hay una casa comunal en la que la escuela ocupa el mejor lugar.
Frecuentemente el aula no está amueblada. Los niños están sentados en el suelo,
en semicírculo alrededor del maestro que se sienta en una silla o, a veces,
sencillamente sobre una caja. Los niños apoyan sobre las rodillas una pizarra o
un trozo de papel, a veces sólo un pedazo de papel madera y se largan a
escribir. Los libros de lectura son tan raros, que los niños se las tienen que
arreglar con dos o tres por clase. A pesar de esto es asombroso lo rápido y lo
mucho que aprenden los niños. Se ayudan mutuamente. Aun en la escuela reina el
mismo espíritu comunitario, que llena toda la vida de los indios. Entre los
indios no se conoce la ambición individual en la escuela. Nadie llega a ser el
primero de la clase por haber respondido a una pregunta, que su compañero no
sabía. En la escuela no hay ni celadores, ni sargentos o rangos semejantes a los
que se han ido creando en las escuelas europeas. En lugar del silencio reina la
algarabía. Todos hablan al mismo tiempo. Uno escribe mientras el otro lee en voz
alta o baja. Y como tienen que mirar el mismo libro entre tres, cuatro o seis,
los niños se amontonan. El silencio dura sólo el tiempo en que el maestro cuenta
o explica algo que interesa a todos por igual.
Yo
mismo compartí las clases con los niños, hice excursiones solo con el maestro o
con toda la escuela, participé en las fiestas escolares en ocasión de
festividades nacionales - 5 de mayo y 16 de septiembre - y frecuenté durante
meses, junto a indios adultos, la escuela nocturna. Porque de noche hay también
clases para adultos que quieren aprender a leer y escribir. Y siempre me vi
empujado a comparar con la educación, tal como se maneja en EE.UU. y en Europa.
En Europa reina la ambición individual, aquí, entre los indios, reina la
ambición común. Ninguno busca sobrepasar al otro, para ser el primero o el
premiado. Cuando alguien ha aprendido a leer y escribir una palabra, no aprende
la siguiente, hasta no haber ayudado a su vecino a hacerlo tan bien como él
mismo. Recién entonces se siente realmente satisfecho y aprende una nueva
palabra. Aun los soldados del ejército, entre los cuales sólo pocos saben leer y
escribir, proceden así. Ni bien tienen una hora libre se sientan juntos y se
enseñan mutuamente a leer y escribir. Del mismo modo aprenden a manejar las
armas.
En
la mayoría de los estados de México la escuela es obligatoria. Pero la
obligatoriedad se aplica escasamente. En las ciudades más grandes se puede
ejercer un control más enérgico. En las grandes ciudades hay aulas e
instalaciones como en Norteamérica o en Europa. También el sistema de enseñanza
es europeo, aunque con menos rigor y disciplina que en Alemania, donde a los
niños frecuentemente se los trata como a reclutas prusianos.
En
numerosas ciudades y aldeas indias existen escuelas con todas las instalaciones
que uno espera encontrarse en una buena institución. Y su número crece mes a
mes.
En
los Estados Unidos de Norteamérica hay docentes hombres sólo en las
universidades y en las escuelas superiores, naturalmente al lado de las docentes
mujeres. En las escuelas primarias hay sólo maestras
mujeres.
En
México, por el contrario, es más bien como en Europa. La cantidad de docentes
hombres supera ampliamente la de enseñantes mujeres. Allí donde la población es
exclusivamente india hay sólo maestros hombres, porque un indio no mandaría
nunca a su hijo a aprender con una mujer. Allí, donde la población es mixta, es
decir, mexicana, mestiza e india, se pueden encontrar también maestras. En estos
sitios a los indios no les importa mandar a sus hijos a lo de una
maestra.
Allí
donde la población es puramente india no he visto nunca una niña en la escuela,
sólo varones. Pero, donde la población es mixta los indios mandan a menudo
también a sus hijas a la escuela. En estos casos puede ser que haya muchas más
niñas que niños en la clase. Las maestras mexicanas, en general, provienen de
las clases más elevadas de la población. Estas personas, a veces tan frágiles,
frecuentemente sacrifican su vida por el pueblo y por su misión. Han crecido en
medio de la civilización moderna, acostumbradas a todas las comodidades que
ofrece la vida moderna y un día se van a los pueblos de la jungla, de la selva,
que se encuentran a doscientos o trescientos kilómetros de la estación de trenes
más próxima, tienen que soportar viajes a caballo o a mula que espantarían a una
mujer europea, apenas se le contaran algunos detalles. Estas mujeres viven luego
en medio de un ambiente completamente extraño, luchando cotidianamente contra la
malaria, la fiebre amarilla, los insectos más repugnantes hasta que deben ser enterradas antes de
llegar a la flor de la edad. Y otra maestra está ya pronta para partir. No son
los 25 pesos de salario que las atraen a los rincones más apartados del país.
Como dactilógrafa en la ciudad podría ganar cinco veces más. Tampoco es la sed
de aventura lo que las lleva. No es otra cosa que un profundo amor por algo que
les parece sagrado, un amor completamente ajeno al europeo, que sólo se puede
comprender si se conocen el pueblo y la historia de su liberación de aquellas
potencias, que quieren llenarse de las riquezas naturales de este país. Porque
hasta el día de hoy las riquezas de México fueron su maldición. Las hienas y los
buitres acechan al cadáver. Y si hasta ahora no lograron reducir a cadáver a
este país lleno de vitalidad, que se levanta una y otra vez, es porque las
hienas no se lo dejan a los buitres y los buitres lo defienden de las hienas. Y
los maestros y maestras que parten hacia los rincones más lejanos de la tierra,
saben muy bien que la libertad del país no se defiende con las armas, sino
enseñando el alfabeto.
Ni
bien el indio le toma el gusto a la instrucción, se vuelve asombrosamente
ansioso por aprender más. En la medida de sus posibilidades, el gobierno ha
realizado en el poco tiempo de su existencia, una obra extraordinaria para
satisfacer las espectativas de una juventud deseosa de aprender. El estado de
Chiapas erigió una notable escuela industrial en Tuxtla Gutiérrez. La escuela
tiene su propio edificio, que debe ser considerado como el más bello de la
ciudad al lado del palacio de gobierno. El cuerpo docente es excelente y la
instalación interna es digna de una exposición.
En
esta escuela se dedica la mañana a la formación intelectual, que en cuanto a
valor se puede equiparar a una escuela secundaria europea. Se enseñan inglés,
francés y latín. Por la tarde se estudian los oficios. Hay clases de agricultura
con aplicación práctica en huertos y campos. Y hay clases de ebanistería,
carpintería, construcción de coches, arquitectura elemental. Además hay clases
de dibujo, tallado y diseño de modelos. A esto se agregan clases de tejido en
telar o de alfombras y otras para aprender a formar, cocer y decorar la vajilla
de barro. Aparte, hay varios cursos para la confección de objetos artísticos o
de utilidad. Un curso se dedica a la conducción doméstica, donde las niñas
aprenden a cocinar, a remendar los vestidos y donde estudian los fundamentos de la
puericultura. El día en que yo visité la escuela, se estaba dictando una clase
sobre el valor nutritivo de los alimentos, sobre la composición de los platos
más nutritivos, sanos y al mismo tiempo simples. El curso se desarrollaba en
forma moderna y científica y basándose en las últimas
investigaciones.
Una
escuela de este tipo puede ser para un europeo una cosa vieja y archiconocida.
Pero el cuadro adquiere otro relieve si se considera que en esta escuela de cada
cien alumnos, setenta son indios puros que todavía usan su propia lengua cuando
hablan entre ellos, que nacieron y crecieron en comunas indias puras. Estos
jóvenes, quince años antes, es decir antes de la revolución y bajo el viejo
régimen, no hubieran tenido la posibilidad ni siquiera de aprender a escribir el
propio nombre.
Cada
comunidad del estado debe elegir a un niño para mandarlo a esta escuela
industrial. Aquí pasa entre dos y seis años, según su formación anterior. El
estado de Chiapas solventa todos los gastos. El actual gobernador del estado de
Chiapas cuida de esta escuela como si quisiera convertirla en el centro de
formación de todo el país. Cada peso que logra ahorrar, es destinado a esta
escuela.
Pero
es de lamentar que todos los modelos originales que se utilizan en esta escuela
sean europeos, generalmente
franceses. Sería mejor animar a los alumnos a usar la propia fantasía, y en todo
caso, si necesitan modelos para copiar, que se sirvan de la cantidad y variedad
de tesoros artísticos indígenas.
Pero
el mexicano tiene un rasgo de debilidad en su carácter. Todavía no ha adquirido
conciencia de la propia cultura, única y originalísima. Salvo de la música y de
sus canciones, se avergüenza de todas las otras manifestaciones de su cultura. Y
en cambio admira todo lo que es americano o europeo y lo encuentra bello y digno
de ser copiado. Y lamentablemente lo copia; y demasiado bien. Ha hecho de la
Ciudad de México una ciudad que podría ser Bruselas u otra semejante. El
mexicano se siente halagado cuando se le dice que una ciudad o cualquier otra
cosa es tan linda como en Inglaterra o en Francia. Siguiendo su impulso a imitar
empieza a imitar las leyes inmigratorias americanas y a los burócratas europeos,
a pesar de la repulsión que siente por unas y otros en el fondo de su alma.
Siempre teme no ser considerado por los ciudadanos de otras naciones, si no
imita totalmente el modelo americano o europeo. Pero en verdad, sólo se hace
respetar cuando intenta hacer valer su cultura y la contrapone decididamente a
la europea. Es apreciable que los jóvenes artistas mexicanos manifiesten cada vez más el carácter mexicano. La
arquitectura que se ve hoy en México es, como muchas otras manifestaciones, una
lamentable mezcla de español-francés-americano con un toque de
mexicano.
Al
lado de muchas cosas superfluas o dañinas también se imita mucho de lo bueno, de
manera que hay una cierta compensación. Ejemplo de esto son sobre todo el
servicio sanitario y el bienestar social. Pero yo creo que en estos aspectos el
impulso no vino tanto de la sed de imitación, sino más bien de la influencia
decisiva de la clase trabajadora socialista. Son los trabajadores y sólo ellos,
quienes insisten constantemente ante el gobierno y los gobernadores de los
estados para que no descuiden el servicio sanitario. Es que el trabajador
también en este caso, y como siempre, es la primera, la segunda y la última
víctima. Allí donde el gobierno no actúa con suficiente prontitud, son los
trabajadores socialistas los que instalan puestos de vacunación en los locales
de los partidos o de los sindicatos. Allí vacunan gratuitamente dos horas por
día. Son los obreros los que salen los domingos para ir a los pueblos y a los
ranchos para dar charlas más o menos buenas sobre normas higiénicas. Son los
obreros los que van a los campos para controlar que no se esté plantando
marihuana, que es una planta que contiene una sustancia tóxica narcótica con
efectos mucho más devastantes que el opio.
En
aquella escuela industrial de Chiapas todos los alumnos y todas las alumnas
tienen la obligación de asistir a un curso de "primeros auxilios" para poder
pasar el examen de la Cruz Roja. Todos los domingos la escuela manda una
cantidad de comisiones compuestas de alumnos que han aprobado este examen a los
pueblos donde visitan a hombres y mujeres de su tribu, cuyo idioma saben hablar
y a quienes conocen por los lazos familiares. Aquí hablan con los indígenas
sobre problemas de salud, sobre cómo disminuir la altísima mortalidad infantil,
sobre la importancia de la higiene corporal, de la casa y de los alimentos y
sobre las medidas que hay que tomar cuando se manifiestan los primeros síntomas
de tal o cual enfermedad. Como todos los alumnos regresan a sus aldeas natales
durante las vacaciones, tienen la posibilidad de difundir consejos útiles y
necesarios hasta en los puntos más alejados del estado. Esta actividad de los
niños, algunos de los cuáles son ya muchachos, allana el camino a las comisiones
gubernamentales, que ahora recorren el país para vacunar a la gente y dejarles
una cantidad de buenos consejos. En cientos de casos sería imposible vacunar a
los indios. Pequeños ejércitos de soldados deberían acompañar a las comisiones
cada vez que éstas intentaran vacunar o siquiera tocar a un niño. Pero los
alumnos encuentran el modo de hablar con su tribu y cuando llega la comisión que
no cuenta con más de tres o cuatro hombres, los indios ya no los atacan o se
esconden en el monte, sino que saben que sus hijos y ellos mismos serán
protegidos de la viruela negra. El trabajo de la comisión gubernamental se
termina en pocas horas con toda tranquilidad y los indios están a salvo de una
epidemia que en México y en América Central ha exterminado distritos
enteros.
3
Cada
comuna india, habitada exclusivamente por indios, constituye un estado soberano
e independiente, reconocido y respetado por el gobierno.
El
alcalde de una comuna de este tipo es un indio de sangre pura. Ningún otro, ni
siquiera un mestizo puede llegar a alcalde. Es elegido por los indios de sangre
pura de su comunidad. Naturalmente los indios eligen siempre a su propio cacique
como alcalde, es decir al hombre que, por razón del derecho hereditario o de
sucesión o por otras razones, pertenece a los nobles y elegibles de su
tribu.
Para
cumplir con los requisitos constitucionales, el gobierno debe confirmarlo en el
cargo. Hasta ahora no he oído de ningún caso, en que el gobierno hubiera negado
el reconocimiento a un alcalde elegido por los indios.
Durante
una solemne ceremonia el electo recibe de manos del gobernador o de su
representante el bastón con el botón plateado que lleva grabada una cita
relacionada con el cargo. Este bastón, generalmente de ébano, puede tener la
longitud de un bastón de caminar,
pero frecuentemente es mucho más
largo. Es la insignia del cargo y de la autoridad del cacique. Cada vez que sale
de su casa, lleva consigo el bastón. Generalmente se lo lleva debajo del brazo y
no lo usa como apoyo para caminar. Si el cacique necesita un bastón -como lo usa
la gente en la montaña- utiliza uno
especial.
Cuando
el cacique lleva su bastón, su pueblo lo considera intocable. En este caso es
inmune al arresto como un senador, incluso ante funcionarios mexicanos. El
cacique es demasiado consciente de su dignidad y de su alto cargo como para
cometer voluntariamente un hecho que lo ponga en conflicto con la
ley.
Cuando
el gobierno quiere honrar particularmente a ciertos caciques que se han
destacado por una acción o por cualquier razón, les confiere una borla de seda
que se coloca alrededor del bastón, debajo del botón
plateado.
El
título oficial del cacique es "Presidente de Municipalidad" o alcalde. Cuando se entra en contacto
con el cacique, hay que dirigirse a él usando este título. Es igual al que lleva
el alcalde de Ciudad de México o de las restantes ciudades del país. En los
pueblos se usa el título "alcalde" (N.d.T.: en español con grafía alemana en el
original, "Alkalde"), que equivale a
intendente o jefe del pueblo. Pero aun en los pueblos donde el alcalde es
un cacique, se lo llama, por cortesía, Señor Presidente (N.d.T.: en español con
grafía alemana en el original, "Senjor Presidente").
Pero
no hay que pensar que este título sea para el cacique sólo un título y nada más. Quien crea
esto se puede llevar grandes sorpresas. El cacique elegido es en realidad
alcalde en funciones de su ciudad. Los miembros de la tribu dependen sólo de su
autoridad y no de la autoridad del gobierno mexicano. Sólo el cacique es juez en
las cuestiones de la tribu y de la comuna. Sus ordenanzas y prescripciones son
reconocidas y respetadas por el gobierno como leyes para su tribu y su comuna.
Como estas prescripciones se refieren sólo a esa tribu y a esa comuna, no entran
nunca en conflicto con la ley mexicana. Si el cacique manda que en su comuna no
se pueda vender aguardiente, es una ley válida para su comuna y si ordena que en
su comuna los vendedores mexicanos no puedan ofrecer mercancía o cierto tipo de
ella, el gobierno no protegerá al comerciante expulsado de la
comuna.
El
cacique raramente actúa solo. Tiene por consejeros a los ancianos y nobles de la
tribu y también a aquellos miembros de su pueblo que por distintos motivos,
quizás por haber vivido en ciudades mexicanas, le puedan dar buenos consejos.
También en su calidad de juez comenta todos los casos con los ancianos y
consejeros de su comuna. Su aspiración no es ser un autócrata, simplemente se
siente responsable de su tribu.
Si
un indio perteneciente a una comuna india independiente es sorprendido
cometiendo una acción ilegal en una ciudad mexicana, las autoridades advierten
al cacique que viene a buscar al hombre. En general, el pobre diablo la pasa
mucho peor con su cacique que con el juez. El tribunal mexicano lo trataría con
mayor indulgencia que su cacique, quien en estas cosas no
bromea.
En
general, se puede decir que el indio que aún vive en el seno de su pueblo,
difícilmente cometa un grave crimen. Pero las noches en Chiapas son largas.
Apenas el sol se pone, ya es de noche. Durante casi todo el año la noche y el
día tienen la misma duración. A los mexicanos y a los extranjeros que viven en
Chiapas, alejados de los centros civilizados, agolpados en pequeñas ciudades,
completamente circundados por indios, muy superiores en número, les gusta mucho
reunirse en las largas noches y contarse historias. Naturalmente el tema de las
historias son los indios. Todo lo que se llega a contar de los secretos poderes
mágicos de los indios, de los misterios de su vida, de su fuerza sobrehumana, de
sus increíbles habilidades, acciones, hazañas, crímenes llega al infinito. Todos
tienen un testigo que pueda confirmar lo contado, porque sucedió a su abuelo o a
su abuela, al cuñado del vecino, al tío de la mujer, a la tía del finado
compadre. Cada vez que se vuelve a contar la historia y cada vez que se la
escucha en boca de otro que la repite, se vuelve más truculenta. Todos juran que
la historia es la pura verdad y que sucedió exactamente como dice el relato. Si
uno se atreve a dudar de la veracidad, enseguida citan a una docena de nombres
de respetables ciudadanos que pueden ser consultados al respecto. Si uno dice
que no cree la historia o que duda de ella, todos le echan en cara ser sólo un
viajero de paso que no puede conocer la tierra y a su gente como quienes han
pasado aquí toda su vida, como quienes han nacido aquí y tienen a los abuelos ya
nacidos aquí. Tras lo cual, uno queda derrotado. A esto se agrega que la gente
cree en sus propias historias, mucho más que en el
evangelio.
Hay
que defenderse con todas las fuerzas interiores de estos narradores para no
sucumbir a su influencia. Esta gente está en un constante estado de tensión,
como todos aquéllos que, en algún lado, se encuentran cercados por una raza
extraña.
La
dificultad para mantenerse cerca de la realidad radica en que todas las
historias que se cuentan tienen en su base un acontecimiento real, que sólo con
los sucesivos cuentos se va transformando en un relato monstruoso. En todos los
casos en que logré llegar al núcleo de la historia, descubrí que aquel crimen
horroroso, aquella fechoría aparentemente misteriosa había sido cometida por un
mestizo o por un indio criado en la miseria de un suburbio mexicano y que
naturalmente había adquirido las costumbres y las ideas de las capas que en
todas partes pululan en el basural de la civilización.
Quiero
contar aquí, a grandes rasgos, una de esas historias de
terror.
Un
día se difundió por todo el estado la noticia de que en el camino entre Huixtla
y Chicomuselo un blanco y su acompañante indio habían sido cruelmente asesinados
por indios. Se decía que habían sido arrojados, hechos pedazos, a los abismos
que bordean una larga parte del camino y que la suma quedada en manos de los
indios superaba los diez mil pesos en plata pura.
Así
comenzaba la historia. Es de imaginarse en qué se convirtió después de varias
semanas de ser repetida noche tras noche por narradores que se esforzaban por
causar mayor impresión que sus predecesores. Analizando un poco más de cerca, se
comprobó que la historia había sucedido realmente y en el fondo, tal como había
sido contada.
La
verdad pura y despojada de los hechos era ésta: un joven hombre blanco había
aceptado el encargo de llevar una suma de dinero contante desde Tapachula, la
estación de trenes, hasta un distrito norteño, a unos cientos de kilómetros de
distancia. El dinero debía servir a los plantadores de café para pagar los
salarios. El hombre, empleado en una plantación de café, había recibido
correctamente el dinero entregado por el agente del banco. Había escondido luego
el dinero en latas de petróleo de 5 galones de capacidad, cargado las latas
sobre una mula de carga, tras lo cual, se había marchado con un mulero indio. Nadie sospechaba
que en esas latas había dinero contante. Los transportes de dinero a través del
país se realizan siempre bajo los disfraces más extraños. Ninguna compañía asume
seguros para transportes de este tipo o similares. Hay que agregar que cada año
cientos de miles de pesos de plata son llevados a través del estado por hombres
solos. Los transportes son más seguros que en los Estados
Unidos.
Obviamente
si se llega a saber que tal o cual atraviesa el país transportando dinero
contante, el dinero y muchas veces el hombre están perdidos. Tampoco vale la
pena hacer acompañar estos transportes por soldados, porque es muy costoso y no
necesariamente más seguro. En los desfiladeros y allí donde los caminos bordean
precipicios, bastan cuatro hombres para detener y demoler a gusto a una compañía
de soldados. Pero el hombre de nuestro relato no había hecho bien el equipaje.
Una noche, al entrar en una posada, el dinero tintineó al descargar. Tuvo que
cambiar el equipaje y fue observado. Con lo cual el destino del dinero había
quedado marcado. Al día siguiente, al pasar por un lugar propicio, tres hombres
con las caras cubiertas por pañuelos le cayeron encima. Es raro que se llegue a
luchar. El primero que alza el revolver gana. El que es sorprendido no tiene más
remedio que vaciar los bolsillos y darse por contento si no le sucede nada
más.
Los
bandidos, que quizás eran novatos en el negocio, estaban tan nerviosos como el
hombre y dejaron escapar varios tiros. Así sucedió que el mulero fuera herido
superficialmente y escapara gritando como un poseído. El hombre asaltado, que
hasta ese momento seguía montado en su caballo, al oír gritar desesperadamente a
su muchacho, vio que la cosa se ponía seria, clavó las espuelas y partió
galopando en la dirección contraria. La mula de carga cayó en manos de los
bandidos.
El
mulero llegó finalmente al poblado X y el hombre blanco al poblado Y del lado
opuesto. Llegado aquí, sano y salvo, comenzó a avergonzarse por haber facilitado
tanto las cosas a los bandidos y por no haber asistido mejor a su sirviente. Ni
bien uno se encuentra al reparo, las cosas parecen mucho menos peligrosas, tal
como uno se avergüenza al sol de la mañana de los temores que una pesadilla
causó por la noche. Para encontrar suficientes atenuantes, contó una historia
espeluznante, a la cual podía dar cualquier forma, creyendo que su muchacho
indio había sido muerto y que, por lo tanto, no había ningún testigo que
temer.
El
muchacho entretanto había llegado al poblado opuesto X. También él veía ahora el
asalto con mayor calma y se avergonzaba por haber abandonado tan cobardemente a
su señor. Y también él, para colocar su fuga bajo una luz más benévola, contó
casi la misma historia que su amo, al que creía muerto. Había sido asaltado por
una horda y antes de poder defenderse, su amo había sido abatido a tiros,
despedazado con un machete y arrojado al abismo. El mismo podía mostrar una
pequeña herida.
Así
llegaron dos relatos a Tapachula, al punto de partida. Un cuento decía que el
blanco había sido matado y despedazado y el otro cuento decía claramente que el
indio era el muerto y despedazado. Al final ambos resultaban muertos, hechos
pedacitos y arrojados al abismo. Así la historia llegó a los diarios. La suma
robada alcanzaba en realidad sólo a unos novecientos pesos. Pero para mejor
condimento de la historia, llegaron a ser más de diez mil pesos. Durante semanas
nadie osó salir a los caminos.
Poco
a poco se llegó a saber por las autoridades que los dos asaltados estaban aún en
vida y que sólo había sido robado el dinero. Los diarios publicaron la noticia
de tal modo, que nadie podía sospechar que se tratara de los mismos que
supuestamente habían sido despedazados. Es que el corresponsal del diario no
quería que su lindo cuento acabara arruinándosele.
Los
cuentistas habían adornado tanto el cuento, que ni ellos mismos podían creer que
los dos viajeros, que las autoridades habían encontrado con vida, pudieran ser
los protagonistas de su relato. Tenía que tratarse de otra gente. Y como habían
pasado semanas y meses, ya no había modo de verificarlo exactamente. Y además la
historia era demasiado buena como para dejarla de lado durante las largas
noches. Era demasiado buena y truculenta, como para querer empañar su efecto
agregando la sobria corrección. Como no se dan nombres cuando se cuentan estas
historias, y sólo se habla de un viajero blanco con su acompañante indio, es
fácil -y sé que ha sucedido realmente- que aquél que fuera despedazado y
arrojado al abismo pueda estar sentado escuchando la historia, sin que se le
ocurra ni por asomo que él mismo es el protagonista de ese cuento. A tal punto
la historia se habrá ido alejando del hecho real.
Otro
hecho acaecido en Chiapas durante mi estadía y bastante cerca del lugar, fue
contado con igual arte impresionante.
Tres
mexicanos, que viajaban cerca de La Concordia, fueron sorprendidos por la noche.
Encontraron un jacal abandonado cerca del camino y allí se acostaron a dormir. A
la mañana siguiente pasaron dos viajeros a caballo y al ver unos buitres
sobrevolando la choza, desmontaron y encontraron a los tres hombres decapitados.
Las cabezas habían desaparecido. En los bolsillos no había nada que pudiera
indicar nombres o domicilios de los asesinados. Los dos viajeros dejaron los
cuerpos tal como los habían encontrado y cabalgaron "horrorizados" hasta el
próximo destacamento militar, donde relataron lo visto. Antes de llegar al
destacamento, por supuesto que habían alardeado contando la historia a todos los
que encontraban por el camino, en todos los pueblos y fincas aisladas por las
que pasaban. Y como siempre sucede cuando el interlocutor hace algún gesto de
incredulidad o no muestra suficiente interés, hay que cargar las tintas, de
manera que también el más incrédulo o el menos interesado caiga preso del
horror. Esto sucederá mientras haya hombres que deseen hacer parar la oreja a
otros. El destacamento militar envió
inmediatamente algunos hombres a la choza. Cuando llegó la comisión,
también los cuerpos habían desaparecido. Los buitres habían devorado todo y los
pocos huesos y jirones de vestidos que habían quedado no permitían identificar a
las víctimas. El oyente prevenido encontrará en la historia circunstancias
accesorias que lo harán dudar de la veracidad del relato.
Pero
aquí la historia se cree, se la cuenta una y otra vez, la gente teme viajar y el
gobierno es acusado de no hacer lo suficiente para proteger a la gente. Esta
última observación ya explica por qué estas historias se difunden. Porque según
la gente que desea el infierno al gobierno actual, estas cosas no sucedían
durante el régimen de Porfirio Díaz. Suceden sólo desde que los indios tienen
derechos y ya no respetan más a los blancos; suceden sólo desde que el obrero es
tratado decentemente y comienza a acostumbrarse a una vida más
humana.
Pero
el pueblo cree estas historias porque de hecho pueden ser verdaderas. Sucede,
como yo mismo lo he visto, que indios o bandidos decapiten a personas para
evitar la identificación de los muertos o para asegurarse de que estén bien
muertos. Dado que, por las grandes distancias, pueden pasar varios días antes de
que los militares lleguen a los lugares de los hechos, es posible que los
buitres dejen sólo los huesos de tres hombres. Y porque tales historias pueden
ser verdaderas, porque cosas semejantes pueden suceder realmente, por esta
razón, hechos que quizás sucedieran cien años atrás, son traídos nuevamente a la
luz, modernizados y explotados con fines políticos. Y no sólo con fines
políticos, también con fines capitalistas. Si alguien descubre una tierra rica
en petróleo o una vena de plata, o una fértil tierra de cultivo o indígenas que
trabajan por poco o excelentes bosques, entonces hace circular historias
truculentas para alejar a la gente que podría arruinarle el negocio. Este método
no es sólo empleado por individuos, no sólo por grandes compañías capitalistas,
sino también por estados con intereses imperialistas.
Está
claro que no todos los habitantes de México o del lejano Chiapas son ángeles o
niñitos inocentes. Pero, en general, es más seguro viajar en Chiapas que en
cualquier lugar de los Estados Unidos de Norteamérica.
Tampoco
hay que llegar a suponer que los indios no cometan nunca crímenes. Son criaturas
humanas y como tales están sujetos a las debilidades, a los errores y a las
pasiones humanas con sus consecuencias. Pero sus principios morales son más
elevados que los nuestros, porque son más sinceros y están menos entretejidos
con hipocresía y falsedad que los nuestros.
En
EE.UU. (United States = Estados Unidos de Norteamérica) es por cierto curioso el modo de tratar a los indios.
Corresponde a la extraña hipocresía que contamina la vida pública de América. Al
americano amante de la libertad le pareció normal seguir teniendo al negro en
esclavitud mientras él hacía la revolución luchando por la libertad y la
independencia; le pareció muy normal atacar México, débil e inerme, para
quitarle más de la mitad del país; le pareció perfectamente compatible con sus
sentimientos libertarios guerrear contra España so pretexto de liberar del yugo
las colonias de Cuba, Filipinas, Puerto Rico para ponerlas, una vez liberadas,
bajo su soberanía. Partió a la guerra de 1917 proclamando no perseguir fines de
lucro, sino querer llevar al mundo paz y democracia y volvió de la guerra con
las fortunas confiscadas a los alemanes y austríacos que vivían en América, con
las mayores y más bellas naves alemanas, con la colonia alemana de Samoa. No
permite que ni México ni ninguna otra de las repúblicas centroamericanas
promulguen y apliquen leyes en favor del interés popular. El hecho de que
millones de americanos, entre los cuales se encuentran los espíritus más sutiles
y valiosos, estigmaticen y combatan esta política hipócrita e imperialista nos
permite esperar confiados que algún día el pueblo americano se ponga realmente
del lado de la libertad en la que pensaron los hombres que los llamaron a la
guerra por la independencia contra Inglaterra y que respondían a las mismas
influencias espirituales que los paladines de la gran revolución
francesa.
Se
habla y se escribe del indio como del único propietario legítimo del suelo
americano, como del hombre al que pertenecen la tierra y sus tesoros por
herencia natural. En la práctica, sin embargo, el indio en EE.UU. es el
desheredado, el expulsado, el mendigo, el jinete del circo. A los indios se les
adjudican reservas como compensación por la tierra que les fue quitada. Para las
reservas han sido elegidas las peores tierras que se podían encontrar. Para no
dejarlos morir de hambre se les dieron regularmente limosnas, una especie de
seguro de desempleo. Pero el dios de los indios pareció tener compasión de sus
hijos desvalijados y desheredados. Así sucedió que los indios de algunas
reservas que eran un verdadero desierto encontraran petróleo, por lo cual la
tierra adquirió más valor que la mejor tierra de cultivo. Inmediatamente
volvieron a ser expulsados. Y allí donde no fue posible, gracias a la
resistencia de millones de americanos decentes, que se opusieron a una tal
humillación, se instalaron hienas y buitres humanos que, siguiendo las reglas
del bandidaje permitido por la ley, explotaron a los indios hasta dejarlos en
cueros. Los someten a los procesos judiciales más estúpidos e injustificados
para que una media docena de hábiles abogados pueda sacar cientos de miles de
dólares. Engañándolos los obligan a comprar las cosas más increíbles que ellos
ni comprenden, ni necesitan, ni saben cómo utilizar. Al mismo tiempo sigue la
lucha sin escrúpulos de los grandes magnates del petróleo, que emplean todos los
medios que el capitalismo moderno les pone a disposición para quitar a los
indios también las últimas tierras adjudicadas. Agentes de las poderosas
compañías cometen asesinatos en las reservas y enseguida entran en acción
detectives privados que juran haber visto a tal o cual indio - al que quieren
destruir- en el momento en que iba o se alejaba del lugar del crimen. Otros
agentes encuentran en casa del indio objetos de pertenencia del asesinado. Los
herederos del indio acusado son secuestrados o desaparecen completamente. Los
testigos que el indio cita en su favor, son acusados de falso juramento o se los
corrompe en tal modo que ya no recuerdan más nada.
El
indio en EE.UU. no es un ciudadano americano ante la ley, mientras que un
usurero de Varsovia o un tratante de blancas de Odessa se puede convertir de la noche a la mañana en un ciudadano
americano, al que nadie puede tocar sin vérselas con el ejército americano. Si
mediante trucos logra robar tierra en México y el gobierno mexicano quiere
quitarle la tierra habida en forma injusta o ilegal, llega enseguida una nota de
protesta desde Washington que defiende con todos los medios de la alta
diplomacia el derecho privado del delincuente que en Lodz no podía dejarse ver a
la luz del sol.
Pero
el indio, que vive en suelo americano desde hace doce mil años aproximadamente,
quizás desde la época aún más remota en que su antepasado comenzaba a
tambalearse sobre sus dos piernas, este indio apenas si es tolerado en
EE.UU..
En
México es muy diferente. Desde la revolución el indio es considerado y respetado
como ciudadano mexicano con plenos derechos, sin importar cuál sea su grado de
civilización en cada caso. Aunque ande harapiento y no hable una palabra de
español, el mexicano lo respeta más que a un extranjero, no importa que éste sea
americano, español o de cualquier otro país. Nadie en México observa al indio
con la compasión o el sentimentalismo con que en EE.UU. miran a los últimos restos de una raza en
otros tiempos gallarda.
Todo
extranjero que intente ofender a un indio en México, o burlarse de él, aunque
ande en harapos y esté borracho tendrá que vérselas enseguida con todos los
mexicanos que casualmente se encuentren
cerca. Y nadie osaría engañar al indio que viene a la ciudad a vender sus
productos. El mexicano es extraordinariamente cortés, hospitalario y solidario;
pero en estas cosas no le gustan las bromas.
El
mexicano no habla de su hermano indio en forma sentimentaloide como
frecuentemente se hace con gesto piadoso más al norte. El mexicano considera al
indio como a un hermano. Cuando el mexicano habla del pueblo mexicano o de la
nación mexicana, incluye, sin pensarlo dos veces, a los indios de su país. Un
americano o un canadiense no lo harían jamás. El sentimiento de superioridad de
los ingleses no les permite
considerar como hermano a alguien que no sea blanco. El blanco es dios y señor,
el inglés es el dios y señor
supremo y todo lo demás que también anda viviendo y reptando por la tierra son criaturas, en el mejor de los
casos "human creatures". El hecho de que el no-blanco tuviera un alto grado de
civilización en la época en que el antepasado del dios supremo, imbuido de
auténtico espíritu británico, chupaba los sesos del cráneo de sus enemigos
asesinados, no hace mella en su sentimiento de
superioridad.
Aunque
no todos los mexicanos piensen lo mismo de los objetivos del actual gobierno,
todo el pueblo está de acuerdo en apoyar al gobierno cuando se trata de la escolarización de
los indios. Un pequeño sector se opone a esta tarea simplemente por intereses
personales, de tipo capitalista, reaccionario o
eclesiástico.
El
motivo que impulsa a hacer el esfuerzo por dar al indio mayores posibilidades de
desarrollo, no es un sentimiento caritativo. Aquí hay otra razón determinante.
Así como hasta ahora no hay una nación americana, así tampoco existe hasta hoy
una mexicana, una argentina, una brasilera. Estas naciones han alcanzado hoy el
mismo grado de desarrollo que el que tenía Gran Bretaña entre los siglos nueve y
doce. Los países del continente americano tienen lenguas europeas, como durante
el tiempo del imperio romano, los nuevos países hablaban el latín. Pero ya hoy
se habla en América un inglés distinto del de Inglaterra y en México un español
que difiere del de España. Pero en México, salvo un pequeñísimo porcentaje, todo
el pueblo tiene una parte de sangre india. El mexicano indígena se diferencia
tanto en aspecto y en gestos del español, que es imposible confundirlos. El
mexicano busca lo que todo pueblo joven, criar un pueblo mexicano puro. Desde la
revolución trabaja conscientemente en esta dirección. Tiene instintivamente la
sensación de que una íntima unión con los habitantes primitivos pueda hacer
surgir una auténtica raza mexicana. Cree intuitivamente que el resultado podrá
ser una excelente raza, una raza que se adaptará naturalmente a las
características del país, del clima y de la tierra y se convertirá en una nueva
raza puramente americana que poco a poco poblará todo el
continente.
Pero
para poder acoger al indio, al que necesita para producir tal raza, lo debe
llevar a un grado de civilización superior. El modo más simple e inmediato de
realizarlo es, por ahora, acercarlo al propio grado de
cultura.
En
México viven diez, quizás once millones de indios de sangre pura. Considerando
una población total de quince millones, estos once millones constituyen la masa
básica que se podría emplear ventajosamente para hacer nacer una nueva raza. La
biología nos enseña que la fusión de dos razas opuestas da siempre como
resultado una raza un tercio o la mitad más pertinaz y resistente que cada una
de las dos razas originarias. Mientras en los EE.UU. la fusión se produce
siempre partiendo de una misma raza básica, la caucásica, en México se fusionan
dos razas completamente distintas. El mayor éxito lo cosecharán los mexicanos.
No se puede predecir cuál será el camino de esta nueva raza, si se desarrollará
hasta llegar a ser la raza dominante del mundo o si bajo la influencia de nuevas
ideas y experiencias se hará cargo de la tarea más difícil y más noble de crear
una cultura completamente nueva, capaz de enterrar la cultura europea. Algunos
rasgos del carácter de los indios y ciertos amagues que hicieron antes de la
llegada de Colón me llevan a suponer que esta raza será la creadora de una
cultura nueva completamente no-europea. El país mexicano vio surgir por lo menos
tres grandiosas culturas distintas. Ninguna de ellas se prodigó, ninguna se
agotó, ninguna llegó a recorrer ni el tercio de su camino. ¿ Porqué no habría de provenir de un
país tan virginal la nueva cultura, para madurar
finalmente?
El
difícil problema que el pueblo mexicano debe resolver ahora es cómo fundir a los
indios, desde el punto de vista de la cultura y de la civilización, tan
íntimamente con la nación mexicana, que mexicano e indio se vuelva un concepto
idéntico. Este problema es mucho más difícil que la absorción de millones de
inmigrantes en EE.UU.. La tarea que el pueblo mexicano espera llevar a cabo, es
según mi parecer, la más bella y noble que el hombre jamás haya realizado. Se
trata de una conquista enteramente pacífica, que responde sólo a intenciones
culturales y civilizadoras. Sólo quien vive en el país, quien conoce el país y a
sus habitantes, sabe cuán difícil es la tarea de reunir en un pueblo algo así como doscientos
setenta pueblos distintos, con distintas lenguas, costumbres y condiciones de
vida. Hay que conocer al mexicano culto, su orgullo racial, su fina sensibilidad
en materia de cultura, todas cualidades heredadas de la sangre de los audaces y
orgullosos españoles, que en los siglos quince y dieciséis crearon un imperio,
desafiando mares completamente desconocidos, que durante siglos resistieron a
los embates de los moros en Europa y que finalmente los expulsaron sin ayuda de
ningún otro pueblo europeo. Hay que conocer este refinadísimo orgullo racial del
mexicano para valorar lo que significa para él incluir al indio en su ámbito
cultural. Y que el mexicano haga esto, desoyendo la voz de su orgullo racial, a
pesar de que debería resistirse con toda su alma, pone de manifiesto una
grandeza y nobleza puramente humanas, como no se han visto hasta ahora en toda
la historia de la humanidad, en ningún lugar y en ninguna época. Todas las
fusiones raciales anteriores y las formaciones de nuevas naciones a partir de
distintos pueblos se habían dado siempre bajo la compulsión de las armas y con
la intención de llevar a la raza dominante a ser la capa superior de la nueva
nación. Aquí la conquista es pacífica y lo que aquí se sacrifica es lo que a los
hombres más cuesta sacrificar: el orgullo. El europeo nunca está obligado a
convivir con razas de color. Por eso el europeo no podrá entender nunca el
sacrificio que significa para la raza de señores el dejar de lado el orgullo
para abrazar, besar y llamar de corazón hermanos a seres que su educación y su
sentimiento profundo le hacen ver como inferiores. En los cuatrocientos años de
dominio ilimitado, la Iglesia nunca intentó nada semejante. Esta tarea la
cumplen ahora los hombres y mujeres mexicanos más finos y nobles, aquéllos que
hoy en México son excomulgados o viven bajo la amenaza de la
excomunión.
Claro
que se puede entender cómo es que el mexicano ve a su compatriota indio con ojos
bien distintos del americano. El americano tiene sólo trecientos ochenta mil
indios en su vasto país, por lo cual, aun si hubiera aprendido a considerar al
indio como a un ciudadano con iguales derechos, la cuestión para él sería
distinta.
*
En
México viven aproximadamente doscientas setenta naciones indias distintas, que
se diferencian por la lengua, los usos y costumbres y por la vestimenta. Aquí
nombraré algunas de las más importantes; y sólo aquéllas que hablan su propio
idioma, es decir ni español, ni ninguna otra lengua europea. Entre las naciones
más pequeñas aquí no citadas, algunas están tan estrechamente emparentadas que
deben ser consideradas como tribus de una nación mayor. En el recuento de la
población de las naciones citadas no fueron tenidos en cuenta los niños menores
de cinco años.
Los
amusgos 4800 almas, los cahuimones 1025, los cuicatecas 9600, los chinantecas
20500, los chochonas 1500, los huaves 3250, los huaxtecas 30000, los mayos
12200, los mazahuas 8050, los mazatecas 39600, los mixes 26100, los popolocas
15300, los tarahumaras 23600, los tarascos 34350, los tepehuanos 3360, los
totonacos 64200, los triquises 4100, los yaquises 2700. De las naciones que
viven cerca de la frontera con los EE.UU. hemos contado sólo los que viven del
lado mexicano.
Las
grandes naciones son: los mayas 234700, los mixtecas 156500, los otomíes 212000,
los zapotecas 214600 y la mayor, los aztecas o mexicanos 471700 almas. El nombre
México fue tomado de esta nación. El número de aztecas indica que ni ellos ni su
lengua se extinguieron, como en cambio se cree frecuentemente en Europa. Aún hoy
se enseña la lengua y hay miles de estudiantes y otras personas que la estudian.
La cantidad de aztecas en realidad es por lo menos el quíntuplo; aquí hemos
citado sólo los que no hablan español, es decir, los que hablan su lengua
primitiva y viven en sus propias
ciudades y pueblos.
Según
los censos gubernamentales, en México más de dos millones de personas de más de cinco años hablan
exclusivamente la lengua india. Dado que enteras naciones e innumerables tribus
y grupos no llegan a ser contados durante los censos, la cantidad real es mucho
mayor. Las naciones indias del estado de Chiapas no se han mencionado todavía
aquí.
En
México, la cantidad de indios supera en tal modo la de extranjeros, que todos
éstos juntos no aportan más que una gota de sangre a la raza mexicana. Sin
contar a los chinos, en México hay 48.000 extranjeros que no hablan español como
lengua materna. La amplia mayoría de los extranjeros llegan solteros al país. En
el 90 por ciento de los casos se casan con una mexicana, especialmente si
piensan quedarse en el país.
Desde
un punto de vista sociológico, los descendientes de primera generación de un blanco y de una india de pura sangre,
generalmente son inferiores. Casi siempre se evidencian fuertemente los defectos
de ambas razas. Esta generación produce bandidos y criminales, si una buena
educación y un buen entorno no debilitan y regulan los rasgos negativos del
carácter. Pero con cada generación sucesiva la raza mejora. Los instintos
destructores de la primera generación se convierten en las sucesivas, en
impulsos emprendedores, constructivos y creadores.
Las
naciones indias se diferencian unas de otras por lengua y costumbres. Las tribus
se diferencian por los dialectos. Estos dialectos, que existen dentro de una
misma nación, pueden ser tan diferentes, que los miembros de una tribu
difícilmente comprenden a los miembros de otra. Los miembros de las distintas
tribus de una misma nación se diferencian por pequeñas características de la
vestimenta y particularmente -al menos en Chiapas- por la forma de los
sombreros. Y además hay familias que viven en pequeños grupos, que sumando
varios, forman una tribu. Algunas son grandes familias, tan íntimamente ligadas,
que es difícil distinguir los diversos lazos maritales y de parentesco. Que sea
correcto hablar de nación contraponiendo el término a tribu, se hace evidente en
el hecho de que los mayas hablan una lengua que se diferencia tanto de la lengua
de los aztecas, como el alemán del francés, aunque tal como entre estas dos
lenguas hay relaciones de parentesco. Algo semejante sucede con las lenguas de
todas las naciones indias. En qué medida las tribus se diferencian en el seno de
las naciones se desprende del hecho que los miembros de de numerosas tribus
viven en enemistad con otras tribus de la misma nación y que nunca hay
matrimonios exogámicos. La cantidad de población no es indicativa para la
formación del concepto de nación. En relación con el pueblo alemán, los pocos
cientos de vendos que viven en Alemania forman una nación, mientras que los
meclenburgueses, los hessen y los sajones constituyen tribus.
4
Estas
son las naciones indias de Chiapas: 1. los indios nahua. Viven en los
departamentos de Soconusco y Tonalá. Estos departamentos pertenecen a la zona
puramente tropical y costean el Océano Pacífico. En sus orígenes, mucho antes de
la llegada de Colón esta nación vivía en el altiplano central de México, desde
donde se marchó hacia el sur a causa de la superpoblación. La nación es una
mezcla de sangre tolteca y azteca. Los toltecas vivían en el México Central
antes de la llegada de los aztecas. La lengua de los nahoas es una mezcla de
nahuatl (el idioma de los aztecas) y del idioma que hablaban los primitivos
habitantes que encontraron al llegar aquí abajo. Los inmigrantes se mezclaron
con los primitivos habitantes, perdiendo toda semejanza con los antepasados
toltecas y aztecas. La antigua lengua hoy es hablada sólo por pequeñas familias
que viven en los lejanos distritos montañosos. Todos los demás indios nahoas
hablan español. Por el hecho de vivir a lo largo de la línea férrea adoptaron la
vestimenta y las costumbres de los mexicanos. En todo sentido constituyen una
nación civilizada.
2.
Los indios quichés. Viven en el departamento de Soconusco. Una parte vive del
otro lado de la frontera, en Guatemala. Hablan español. Algunas familias hablan
una mezcla de mal español con una lengua india desconocida.
3.
Los indios mames. Viven en el departamento de Mariscal. Es un distrito de alta
montaña y poco conocido. Se extiende a lo largo de la frontera con Guatemala.
Hablan su propia lengua. Son más de 10.000, para el censo se alcanzaron a contar
6.160 mayores de cinco años.
4.
Los indios cakchiqueles. Viven en el departamento de Mariscal. La mayor parte de
esta nación vive en Guatemala.
5.
Los indios chaneabales. Viven
en el departamento de Comitán. Tienen su propia lengua y la prefieren al
español. Los clanes y las familias
que viven en las ciudades o en sus alrededores, en contacto con
mexicanos, hablan español.
6.
Los indios choles. Viven en el departamento de Palenque, un distrito tropical.
Queda aún por descubrir si son los últimos restos de aquel misterioso pueblo que
construyó aquellos grandiosos templos y palacios que hoy se conocen bajo el
nombre de "la antigua ciudad de Palenque". Hablan su propia lengua. La cantidad
de miembros de esta nación alcanza aproximadamente 15.000, durante un censo se llegaron a contar
10.350.
7.
Los indios tzeltales viven en los departamentos La Libertad, Las Casas y Chilón.
La cantidad comprobada es de 25.900. Teniendo en cuenta que los niños menores de
cinco años no se cuentan y que numerosas viviendas se desconocen o no se
encuentran por estar en zonas montañosas, selváticas o en la jungla o por otras
razones, esta cifra puede ser aumentada en un cincuenta por ciento para
acercarse a la verdad. Los indios tzeltales tienen un curioso sistema para
designar a sus caciques; un sistema que se conserva intacto hasta hoy. Nadie
puede ser cacique por ser hijo, sobrino o primo del viejo cacique; nadie puede
ser cacique por pertenecer a los nobles de la nación o de la tribu. Ni la
riqueza ni el coraje, ni una gran fuerza corporal ni una particular inteligencia
pueden elevar a un hombre al rango de cacique. Cacique sólo puede llegar a ser
el miembro del pueblo que haya ocupado el cargo más humilde que la tribu pueda
asignar, quien haya desempeñado la tarea más ínfima que se deba llevar a cabo en
favor de la comuna. Y que sucesivamente haya ido ocupando los cargos superiores
hasta que le falte ocupar un solo lugar de la escala, el más alto, el cargo de
cacique. Y si ha ejercido sus cargos para satisfacción de la comuna, sin que se
le pueda reprochar nada en lo que respecta a su desempeño, entonces tendrá
derecho a ser cacique cuando se libere el cargo.
8.
Los indios chiapas viven en el departamento de Chiapa. Son los restos de una
gran nación india que mucho antes de la llegada de Colón emigró a Nicaragua.
Algunos miembros de aquellos clanes que viven en la ciudad de Suchiapa hablan
aún la antigua lengua primitiva. Con la muerte de estas pocas personas
desapareció también esta lengua. En el año 1921 había aún 566 indios en el
distrito que hablaban sólo esta
lengua.
9.
Los indios zoques. Viven en los departamentos de Tuxtla, Mezcalapa, Simojovel y
Pichucalco. Una gran cantidad de miembros de este pueblo indio viven en las
ciudades de Tuxtla Gutiérrez, Zintalapa y Jiquipilas, donde viven entre la
población mexicana y han abandonado su lengua y sus costumbres. Pero unos 15.000
hablan sólo la antigua lengua india y desconocen el español. En este pueblo se
dio el caso de que algunas tribus que durante generaciones habían hablado el
español, abandonaran nuevamente esta lengua para volver a la propia. En algunas
circunscripciones fueron los mexicanos y los mestizos que viven y comercian
allí, los que llegaron a adoptar la lengua india. Por alguna razón muchas
familias mexicanas y españolas se marcharon de esta zona y cuando se perdió el
contacto con los extraños y la necesidad de hablar el español ya no era tal, la
lengua europea desapareció.
10.
Los indios tzotziles viven en el departamento Las Casas y en las fronteras de
esta circunscripción.
11.
Los indios nahua-tzotziles. Viven en el departamento de Chiapas, sólo en dos
ciudades, Soyalo y San Gabriel, habitadas exclusivamente por estos indios. Este
pueblo no es ni enteramente nahoa, ni enteramente tzotzil. Es una mezcla de
estos dos pueblos, pero ha perdido toda semejanza con uno u otro. Este pueblo es
tan distinto de los dos pueblos que le dieron origen, como un día lo será el
pueblo americano de cualquier pueblo europeo. Estos indios hablan español y
además su propia lengua india, según vayan necesitando para sus intereses
económicos. La lengua se desarrolló partiendo del nahuatl de los aztecas y de la
lengua de los indios tzotzil, pero ninguno de ellos puede entenderse con un
indio tzotzil o con un azteca.
Esta
nación está formada por los descendientes de los colonos indios que los
españoles llevaron del México Central, especialmente de Tlaxcala y Texcoco hasta
aquí abajo. Grandes grupos de estos colonos habían acompañado a los españoles
como tropas auxiliares. Llegaron con los mejores privilegios que jamás los
indios pudieron conseguir de los españoles. Su difícil misión consistía en
defender la tierra conquistada aquí abajo contra los indígenas, que organizaban
una rebelión tras otra, una sublevación tras otra para echar a los blancos invasores.
A estos colonos se les enseñó el español para que pudieran prestar mejores
servicios. Constituyeron también la base desde la cual la iglesia pudo difundir
su poder por el lejano estado de Chiapas.
12.
Los indios lacandones. Viven en el departamento de Chilón. Es el mayor
departamento del estado. Tiene 270 kilómetros de largo y 100 kilómetros de
ancho. El Usumacinta forma la frontera con Guatemala. El Usumacinta es un
poderoso río que ha sido explorado sólo en
pocas partes. Todavía no ha sido visto en toda su longitud. Los indios
afirman que por enteros trayectos desaparece de la superficie de la tierra y
sigue su curso subterráneamente hasta volver a aparecer en algún sitio. Esto
sucede también con otros ríos del estado.
El
país de los lacandones, hasta donde sé, fue visitado una sola vez y sólo en sus
zonas fronterizas. Era un viajero americano. El interior de este amplio
territorio es completamente desconocido. Altas montañas accidentadas, grandes pantanos, cursos de agua
torrentosos, bosques y junglas tupidas dificultan enormemente los viajes por
este territorio.
Los
habitantes de este gran distrito, los lacandones, viven en estado totalmente
primitivo. No tienen viviendas fijas. Pocos de ellos han visto a un blanco. A
veces aparecen algunos indios lacandones, que quizás habiten en zonas
fronterizas, en alguna u otra ciudad cercana al distrito, para cambiar sus
productos por otro tipo de mercancía. Hasta donde pueden hacerse entender
cuentan de muchos indios que viven en el interior del territorio y de las
ciudades que habría allí. Pero es imposible moverlos a hacer de guía o
acompañante. No quieren dejar a sus familias y a sus pueblos. Además parecen
tener mucho miedo de los habitantes del interior del país y no sólo de ellos,
sino especialmente de los peligros desconocidos que están al acecho y que deben
resultar monstruosos a los ojos de esta gente ignorante y supersticiosa.
Durante
el verano de 1926 intenté dos veces llegar a esa tierra ignota. Era en realidad
el verdadero motivo de mi viaje a Chiapas. Pero la primera vez cometí el error
de agregarme a un grupo que, una vez llegado a la frontera del distrito, cambió
de planes y la segunda vez la estación lluviosa inició en forma tan inesperada y
violenta que el viaje ya no era realizable. Ya una estación lluviosa normal
vuelve intransitables los caminos por varios días. Así que uno se puede imaginar
la situación en una zona donde ni siquiera hay caminos, donde uno se debe abrir
el camino a machete para pasar con la mula. Puede suceder que uno se encuentre
completamente atrapado, sin poder retroceder ni avanzar. Detrás de uno crece un
pantano de la noche a la mañana, o surge un torrente y por delante uno se
encuentra con una gigantesca montaña que se desmorona, por un lado altas paredes
rocosas, del otro quebradas, abismos, grietas por las que, a causa del tipo de
piedra y de la vegetación intrincada, es imposible bajar para buscar el agujero
por donde salir, ni siquiera dejando todo el equipaje y los animales de montar y
de carga.
Pero
por lo menos mi intención de visitar a los indios lacandones me llevó a lo de
sus vecinos más cercanos, los indios tzotziles. Y los encontré tan llenos de
particularidades, tan llenos de innumerables cosas interesantes que fui
ricamente recompensado por la desilusión de no haber visto al pueblo de los
lacandones. Todavía queda por demostrar si hubiera sido posible vivir,
experimentar y ver tantas cosas
lindas como las que encontré entre los tzotziles.
*
La
nación india más grande del estado de Chiapas está constituida por los zoques,
que pueblan los tres departamentos de Tuxtla, Mezcalapa y Pichucalco. Viven en
treinta ciudades y seguramente sesenta aldeas y poblaciones. Considerando la
cantidad de aquéllos que sólo hablan la lengua india, esta nación obviamente
llega sólo al tercer lugar.
Por
la cantidad de ciudades pobladas, la nación que les sigue es la de los indios
tzotziles, que pueblan todo el departamento de Las Casas. Estos indios viven en
veintiséis ciudades y en ciento veinte aldeas y poblaciones. Estos últimos
cuentan por lo menos con tres familias cada uno.
Para
evitar falsas impresiones cabe acotar que aquí muchas veces se da el nombre de
ciudad a lo que según parámetros europeos no merece tal nombre. Una ciudad es un
conjunto de viviendas en la cual las casas forman una o varias calles y están
agrupadas. Un pueblo , en cambio, es una conjunto de viviendas, en la que las
casas están distribuidas en forma completamente irregular sobre una superficie
amplia. La comunidad ciudadana tiene un "Presidente de Municipalidad" como jefe y el pueblo cuenta como tal al
"Alcalde" (N.d.T: con grafía alemana en el original, "Alkalde"). Pero ni
siquiera así se llega a establecer una clara diferencia. Bien pronto uno llega a
percibir, tanto en México como en EE.UU., cuándo un sitio debe llamarse ciudad y
cuándo pueblo. Aquí todo el desarrollo es diferente al europeo. Frecuentemente
es el hecho de contar con una oficina postal y telegráfica lo que determina que
un sitio tenga carácter de ciudad. A veces bastan una o dos tiendas para dar ese
carácter. El hecho de que todas las
construcciones, hotel, banco, correo, iglesia incluidos sean sólo de madera no
constituye ni en México ni en EE.UU. razón para llamar pueblo a ese sitio.
Muchas ciudades indias tienen solamente casas de barro o de ramas o de hojas de
palmera, salvo quizás la municipalidad, construida en ladrillo, pero que también
podría ser de madera, barro o piedra. Naturalmente también en este apartado
estado de Chiapas hay una cantidad de ciudades que por su aspecto exterior no se
diferencian en nada de una ciudad europea, sólo que la mayoría de las casas
están construidas a modo español y no europeo nórdico. Calles enteras de Tuxtla
Gutiérrez o de Chiapa de Corzo o de Tonalá podrían ser trasladadas a alguna
pequeña ciudad del sur de Alemania sin causar asombro a nadie. Pero cuando se
escucha hablar de una ciudad en el continente americano, es aconsejable no
hacerse una idea general de su aspecto, sino mantener sólo el concepto de
conjunto de viviendas organizado y cerrado que se administra a sí
mismo.
Los
tzotziles llegan a unas sesenta mil almas. El número de los mayores de cinco
años que hablan solamente tzotzil alcanza 22.000.
Los
tzotziles viven en las ciudades de San Cristóbal Las Casas, San Felipe
Escatepec, Chamula, Huixtán, San Lucas, Ixtapa, Zinacantan, Zapaluta,
Socoltenango, San Bartolomé de los Llanos, Totolapa, Concordia, Chiapill,
Magdalena, San Andrés, San Miguel Mitontic, Santa Marta, Santiago, San Pedro
Chenalo, Asunción Hueitiupam, Plátanos, San Juan, San Pablo Chalchihuitan, Santa
Catalina Hueitiupa, Santa Catarina Pantelhó, Simojovel.
Algunas
de estas ciudades tienen una población mixta. San Cristóbal tiene, tanto como
para dar un ejemplo, treinta europeos incluidos los españoles; 3.000 mexicanos;
2.000 tzotziles, que hablan español e indio y más de 9.000 habitantes que tienen
por lo menos cuatro veces más sangre india que blanca. Todas estas personas
hablan español, pero han conservado una cantidad de palabras indias que utilizan
en sus conversaciones cotidianas.
En
la mayoría de las restantes ciudades del ámbito de esta nación no vive ningún
blanco y sólo raramente habitantes mexicanos. En estas ciudades los únicos no
indios son el secretario de municipalidad y el maestro de la
escuela.
Dado
que los alcaldes indios, que pertenecen todos a la generación de Porfirio Díaz,
no saben leer ni escribir, el estado les da un secretario, el "Secretario de
Municipalidad". Este funcionario es al mismo tiempo agente de correos,
telegrafista, intérprete. Tiene algunos conocimientos de la lengua que se habla
en el distrito. Para cubrir este cargo, el gobierno elige gente muy calma,
sensata y con mucho tacto. Las bestias que se ven a veces en la policía o
desempeñando otros cargos en Europa Central no servirían para este puesto. El
indio no tolera ni un décimo de lo que aguanta un habitante de Europa Central
bien amaestrado.
El
secretario está subordinado al cacique. Antes de entrar en posesión de su cargo
recibe precisas instrucciones del gobierno de no ejercer ningún tipo de
influencia sobre el cacique ni hacerle ningún tipo de propuesta sobre el modo de
gobernar su tribu. En la medida en que el secretario tiene la posibilidad de
hacerlo, registra los nacimientos, las defunciones, los matrimonios, los cambios
de propiedad de las tierras comunales, registraciones que el gobierno necesita
para fines estadísticos. Informa al gobierno de las enfermedades y de la
manifestación improvisa de epidemias en los humanos o en los animales, para que
el gobierno pueda venir en ayuda. Extiende los documentos que algún miembro de
la nación pueda necesitar para lo que fuere. Prepara el camino de las comisiones
de vacunación y sanidad y para las comisiones constructoras de caminos y las de
agrimensura. Comunica al cacique los proyectos que el gobierno tiene en relación
con la mejora de las condiciones de vida de los indios.
Una
de las tareas más importantes que el secretario debe cumplir bajo el gobierno
actual es la de defender su circunscripción de explotadores mexicanos o
extranjeros. Protege al indio contra los explotadores de la fuerza de trabajo y
de la ignorancia de los indios. Informa a los indios sobre salarios y
contribuciones que deben exigir en las plantaciones o para otro tipo de trabajo.
Les dice cuáles son los precios que deben pedir por sus productos en las
ciudades y también los precios que deben pagar por lo que compren allí. Por eso
los propietarios de tiendas españoles y mexicanos no tienen vida fácil bajo este
gobierno cuando quieren venderle a
un indio un retazo de tela de algodón en cinco pesos cuando podrían venderlo en
dos con ganancia. He aquí otro de los motivos por los que mucha gente no aprecia
a este gobierno y que la lleva a añorar los dorados tiempos de Porfirio
Díaz.
El
número de mexicanos que conoce suficientemente bien la lengua india como para
poder desempeñarse como secretarios o maestros de escuela en las ciudades indias
no es muy grande. Por eso muchas veces son mestizos, de padre mexicano y madre
india. Todavía no he encontrado un mestizo de madre blanca y padre
indio.
Por
el contrario, he encontrado entre los indios chamulas una mujer, que con cabello rubio y ojos claros rojizos,
parecía una polaca. Había nacido entre los indios, iba vestida como los indios y
hablaba sólo su lengua. No pude saber nada acerca de su origen. Los indios la
consideraban como una de ellos; pero se contaba que era maga y
bruja.
Suponiendo
que el presente gobierno conserve el poder, la siguiente generación debería
contar exclusivamente con secretarios y maestros indios, con médicos indios y
abogados indios en Chiapas. Entonces los caciques ya no necesitarán secretarios
mandados por el gobierno, pues podrán hacer por sí mismos los trabajos que
requieren escribir, podrán redactar solos los informes para el gobierno y leer
sin ayuda de un intérprete los informes que el gobierno les
mande.
A
pesar de que todos los indios tzotziles tienen las mismas características
raciales y hablan la misma lengua, por lo cual se diferencian en ambos aspectos
de todas las otras naciones, el dialecto, algunas costumbres y ciertas
características bien destacadas de la vestimenta diferencian tanto los habitantes de una
ciudad de los de otra, que cuesta reconocerlos como miembros de una misma
nación. Los tzotziles de Zinacantan no son iguales a los de Huixtán y éstos, a
su vez, se diferencian de los de Chamula. No se casan entre ellos y se frecuentan poco o nada. Aquí es
donde el concepto de tribu se vuelve importante. Por consiguiente la nación
tzotzil cuenta con veintiséis tribus. La diferencia que más llama la atención es
la diversa forma del sombrero que llevan las distintas tribus de una misma
nación. Los dialectos divergen mucho.
Algunas
de estas tribus cuentan con más de mil almas. La tribu de los chamula es la más
fuerte de la nación. La ciudad india de Chamula es el centro político para la
nación de los indios tzotziles.
5
Las
naciones de los indios mames, de los chanabales, de los tzotziles, de los
tzeltales, de los choles, de los quichés y de los cakchiqueles se desprendieron
todas de la gran nación maya, que aún hoy puebla la península de Yucatán,
manteniendo en gran medida la pureza de la raza. Así como se fueron separando
sucesivamente del antiguo tronco
germano los anglos, los sajones, los burgundos, los francos, los normandos, los
godos, los vándalos, los frisones occidentales, los escandinavos, dando origen a
una nueva nación y a una nueva lengua, así sucedió con las tribus que se
separaron de la gran nación madre maya. Emigraron a causa de la superpoblación o
por simple deseo de viajar, se asentaron en nuevas tierras, se mezclaron con los
pueblos que encontraron allí, adoptaron nuevos usos y costumbres y modificaron
su modo de vivir según las exigencias del nuevo ambiente. Y un buen día ya
solamente algunas características raciales y algunas raíces de la lengua
permitieron reconocer que su origen estaba en una nación común. La lengua de
cada una de las naciones indias mencionadas en el estado de Chiapas puede ser
reconducida a la lengua maya; pero todas estas naciones tienen hoy lenguas tan
diferentes como aquellas naciones en Europa, que heredaron su base lingüística
de los primitivos germanos.
Ya
he hablado de algunos casos en que indios, que habían hablado español durante
generaciones volvían a su antigua lengua, en el momento en que perdían el
contacto y, por lo tanto, la necesidad de comunicarse con hispanohablantes.
Mencioné estos casos porque son excepciones.
Los
indios que una vez han aprendido el español, no importa de qué modo, ya sea por
trabajar durante mucho tiempo para mexicanos o por vivir en ciudades mexicanas o
por haber ido a la escuela, ya no
dejan la lengua si pueden mantener el contacto con
hispanohablantes.
La
razón principal es de orden puramente económico. El indio que habla español
tiene ventajas, desde el punto de vista económico, sobre los indios que
solamente hablan indio. Si además habla inglés (hay bastantes indios en México
que hablan indio, español e inglés), entonces supera también al mexicano, por lo
menos, en la medida en que el conocimiento de estas lenguas tenga una
importancia económica.
La
lengua india no puede compararse con las lenguas sumamente desarrolladas y
cultas de Europa. La lengua es el elemento de mayor importancia en el desarrollo
de la inteligencia de una persona. La lengua india, tal como es hoy, solamente
puede expresar las ideas más sencillas, designa solamente las cosas de la
naturaleza, del entorno, los objetos indispensables para la vida cotidiana de un
hombre sencillo. La mayoría de las cosas que son indispensables al hombre
moderno, como, sólo para nombrar algunas, ferrocarril, telégrafo, automóvil,
máquina, libro, solamente las puede expresar describiéndolas exactamente. Para
decir "libro impreso", tiene que emplear quizás una palabra de doscientos
sonidos. Hay palabras cotidianas de nuestra lengua corriente que no puede expresar con menos de mil
letras para comunicarlas a un
miembro de su tribu. No le
queda más remedio que usar la palabra española "libro". Para las cosas de la
naturaleza y los asuntos cotidianos tiene naturalmente palabras tan cortas como
las nuestras. A través de ciertas particularidades de la lengua se puede
remontar una buena parte de la historia cultural del pueblo. En la lengua de los
aztecas, los antiguos mexicanos, la palabra para sacerdote tenía aproximadamente
cincuenta sonidos e incluso en la propia lengua parecía demasiado complicada y
larga. De esto se puede deducir que la casta de los sacerdotes se definió
tardíamente en la sociedad azteca, de otra manera habría habido una palabra
corta y simple. La lengua de los aztecas había alcanzado, especialmente entre
los miembros de la clase culta, un alto grado de desarrollo, tanto que ya cien
años antes de la llegada de los blancos fueron creados y escritos largos poemas
con jeroglifos. Uno de los poetas más significativos de la lengua azteca fue un
rey de los texcocanos, que vivió mucho tiempo antes del descubrimiento de
América. Algunos de sus poemas se conservaron y fueron traducidos al español.
Con ayuda de estas composiciones se pudieron reconstruir parcialmente las
extrañas migraciones de los pueblos indios, las guerras y suertes que
encontraron en sus caminos.
El
indio entró en contacto con la civilización europea, ya muy desarrollada, en
forma tan sorpresiva y rápida que no tuvo tiempo de desarrollar su propia lengua
para adaptarla a las necesidades de la vida moderna. Y así como los pueblos
europeos usan palabras latinas o griegas para cosas nuevas, así el indio debe
usar palabras españolas para las nuevas cosas que se le vienen encima. Allí
donde el desarrollo de la lengua no se ha concluido aún, las nuevas palabras
entran a formar parte de la lengua de tal forma que uno se olvida del origen. La
palabra "Fernsprecher" (N.d.T.: literalmente hablante lejano) no hubiera podido
surgir nunca directamente de la lengua alemana, porque para una sensibilidad
lingüística evolucionada, parece un contrasentido. Pero pasando por el desvío de
"Telephon" y por medio de un truco de traducción, pudo ser incorporada en la
lengua alemana. En la lengua india es imposible efectuar ampliaciones de este
tipo o parecidas. La cultura de los pueblos europeos tiene raíces comunes o por
lo menos similares a las culturas griega y romana. Pero la cultura de los indios
presenta semejanzas a la cultura europea solamente en aquellos conceptos que,
completamente libres y no enturbiados por procesos mentales, tienen sus raíces
en los acontecimientos más primitivos de la naturaleza y de la vida
humana.
No
hay hoy país sobre la tierra que se desarrolle tan rápido como México desde la
revolución. La intensidad de este desarrollo es mucho más enérgica que el
desarrollo de los EE.UU. después de la guerra civil. Conozco un poblado que
veinte años atrás no era más que una aldea, en todo sentido. Hoy cuenta con
doscientos mil habitantes. Doce años atrás había que cruzar las calles con el
lodo hasta las rodillas, hoy en cambio, una docena de bien instruidos
funcionarios de la policía vial dirigen el tránsito en todas las esquinas de las
kilométricas calles asfaltadas para evitar los atascos inextricables. Hubo que
drenar lagunas y pantanos para crear el espacio para casas y tiendas. Hay otras
veinte o más ciudades en México que no tienen tanto pulmón como para seguir un
ritmo así y se desarrollan más lentamente, dando la impresión de estar
adormecidas. Y son estas ciudades que no pueden adoptar rápidamente el nuevo
ritmo, las que cierta gente usa para demostrar que la revolución ha arruinado
México desde el punto de vista económico. Es imposible describir en detalle lo
que ha hecho este gobierno, aparentemente bolchevique, en ferrocarriles,
puentes, carreteras, canales, obras hidráulicas, diques, irrigaciones,
colonización de junglas y desiertos, drenaje de pantanos y regulación de ríos,
ampliación de puertos, construcción de edificios públicos, tiendas gigantes y
hoteles. Se trata de miles de millones de dólares.
En
medio de tanta diligencia, que ni siquiera en EE.UU. fue de una concentración semejante, el indio
vive como representante de una raza semicivilizada y en parte como representante
de una raza completamente primitiva que todavía va a cazar con lanza, arco y
flecha. Por ideal que de lejos pueda parecer la vida en una comuna, en
comparación con la rica vida que
lleva el hermano indio como obrero bien pagado en la ciudad, hay que decir que
es bastante triste. No participa en la civilización. Aun cuando esta
civilización agregue mucho veneno a la vida de la gente, por otro lado, la puede
enriquecer tanto, que se acepta el
veneno como un regusto.
*
Mantener
y cultivar dialectos, crear y promover una literatura dialectal es reaccionario.
Los dialectos dificultan la comprensión entre los miembros de aquella clase que
quiere ascender y que podrá lograrlo tanto más fácilmente cuánto más fácil se le
haga la comunicación con los otros que comparten sus intenciones. Todas las
lenguas que constituyen solamente una miguita entre las grandes lenguas, no
tienen derecho a existir en una época que tiene otras tareas por delante que no
llorar con sentimentalismo la extinción de dialectos y lenguas. Es reaccionario
conservar, tal como lo hacen aún hoy algunos pueblos de Europa, por razones
sentimentales y por un falso sentido
estético los propios signos ortográficos. Igualmente reaccionario es
también mantener, por razones sentimentales, las propias unidades de medida,
como lo hacen Inglaterra y América. Todas estas cosas obstaculizan la necesaria
unificación de una clase que tiene una misión cultural que cumplir. Y también
constituyen obstáculos los intentos de crear nuevos idiomas artificiales, en vez
de estudiar una de las grandes lenguas vivientes, que se han desarrollado
naturalmente. En la misma cantidad de tiempo en que todos los trabajadores del
mundo pueden aprender una lengua artificial, pueden aprender una lengua viva,
inglés o español, para acercarse mutuamente. No es a través de una lengua
artificial, sino a través de una lengua viva que se puede conocer a otro
pueblo.
Amplios
círculos en México intentan por todos los medios conservar y cultivar la lengua
de los indios, mientras deberían apurarse a enfrascarla en las bibliotecas
públicas y universitarias. Al obrero indio, que sólo habla indio, se lo explota
más y con mayor frecuencia que al que sabe hablar español. Quien sabe hablar
español le puede contar exactamente al secretario de su sindicato, dónde le
duele el lomo y qué se puede hacer para aliviarle la carga. Esto es mucho más
difícil para quien sólo habla indio. Al obrero ignorante, que sólo habla indio,
se lo trata en forma patriarcal. Hasta se lo trata con compasión; y puede darse
que se le pague un centavo más de lo que está pidiendo. Pero el obrero, indio o
europeo, no necesita compasión. Lo que necesita es un normalísimo derecho que no
tiene nada que ver con frases sentimentales o con
paternalismo.
Se
puede dar por seguro que dentro de dos generaciones más, todas las lenguas
indias de México habrán desaparecido; o por lo menos, que todos los indios
hablarán y entenderán el español. Y como desde todo punto de vista el español es
más útil y adecuado para la expresión de pensamientos humanos que cualquiera de
las lenguas indias, la desaparición de las lenguas indias queda sellada, aun
cuando se llegue a hablar en una que otra familia. Sólo el indio que abandona su
lengua de origen puede integrarse en la civilización. Por eso es de desear que
las lenguas indias desaparezcan lo más pronto posible, a despecho de tantos
honestos estudiosos y otras personas que lo lamentan adoloridos. Y claro que hay
gente que llora la desaparición de los ruidosos coches a caballo. Pero es
siempre gente que no se vio obligada a usarlos. Si el que protesta por la
desaparición de las lenguas indias tuviera que hablarlas y se viera excluído del
uso de una lengua altamente civilizada, las quejas cesarían
pronto.
Cuando
se me ocurrió aprender algunas palabras de la lengua tzotzil, hubiera podido ir
a lo de un secretario de municipalidad o a lo de un maestro de escuela. Pero en
la mayoría de los casos conocen solamente las palabras más necesarias y las
pronuncian como un indio no las pronunciaría jamás. Por eso tuve que buscarme un
indio tzotzil, que hablara el idioma desde la cuna y más tarde hubiera aprendido
algo de español.
Un
buen día visité una escuela para fotografiar a los niños, mexicanos, mestizos e
indios tzotziles. El maestro me dijo que casualmente se encontraba en la ciudad
un joven indio, que entendía algo de español y que seguramente me podría enseñar
algunas palabras indias.
Los
niños fueron mandados a buscar a este hombre para traerlo. Era un joven de unos
diecisiete años y por su aspecto no debía de ser ni muy inteligente, ni
particularmente tonto. Estaba en el medio. Y por eso, porque era una persona del
montón, me alegré de conocerlo.
Con
muchos cigarrillos, muchas buenas palabras, mucha risa lo atraje hacia el aula.
Aquí, en presencia del maestro, que él conocía superficialmente, y en presencia
de los niños, de los cuales conocía bien a algunos y a sus familias, porque
pertenecían a su nación, logré hacerlo hablar. Si lo hubiera encontrado en
cualquier otro lugar solo, quizás en un camino en campo abierto, no hubiera
sacado una sola palabra de él, salvo quizás una respuesta a mi pregunta si
casualmente había visto a mi changador.
Se
necesita mucha paciencia para llegar a aprender algunas palabras de un hombre
así. Apenas uno demuestra un poco de impaciencia o de nerviosismo, se terminó
para siempre. Hay que reír siempre, ser amable y tomar el asunto como una broma.
Por sobre todas las cosas, no hay que enojarse, aun cuando se quede parado mudo
como un poste, con los ojos fijos, o cuando empiece a interesarse por otras
cosas que tenga cerca. La concentración mental es algo muy difícil para gentes
primitivas, especialmente cuando se trata de un trabajo intelectual extraño a su
vida y a su forma de ser.
Yo
me encontraba preguntándole por ejemplo:"¿Cómo llaman en su lengua esta cosa?",
mostrándole una hoja de un árbol. Tras lo cual él me miraba, durante largos
minutos me miraba fijo, sin el menor gesto. Yo repetía mi pregunta dos veces,
cuatro veces, siete veces. Finalmente debía dejar de lado mi pregunta y probar
con otra. Esta vez la respuesta llegaba enseguida; por el momento debía dejar de
lado su verificación. Anotaba la respuesta. Entonces retomaba la pregunta sobre
el nombre indio de "hoja de árbol". De golpe me gritaba la respuesta a la cara
con gestos tan violentos como si quisiera matarme. Otras veces me daba la
respuesta, ni bien oía la pregunta. Y con un indescriptible gesto de compasión,
cuyo significado era inequívoco. El sentía compasión por mí, por el hombre
blanco, aparentemente tan sabio, que ni siquiera sabía como se decía agua en
indio, o cómo era posible que yo no supiera el nombre del sol, si lo veía todos
los días y todos los niños indios saben cómo se llama.
Obviamente
no se debe condenar a una persona primitiva por estas actitudes. Es que no sabe
qué es lo que uno pretende. Con mi dedo señalé mi cabeza, luego los ojos para
saber cómo se dice cabeza y ojo. Obtuve la respuesta. Al controlar más tarde,
comprobé que había obtenido como respuesta "dedo". El había entendido que yo
quería conocer la palabra para el dedo que yo apuntaba contra mi cabeza o contra
mis ojos. Después señalé un carro que se podía ver por la puerta abierta. La
respuesta fue "brazo", el brazo con el cual señalaba el carro. Así puede suceder
que sagaces y concienzudos viajeros anoten
cosas completamente falsas en sus diccionarios de términos indios. Tocan el
propio hombro o el hombro de la persona a la que están preguntando para obtener
la palabra "hombro". Quizás obtengan la palabra "Whuacki". El investigador
controla diez veces, pronunciando esta palabra ante otros indígenas. Siempre
obtiene la respuesta "Whuacki". La palabra se imprime, pasa a través de libros,
lecciones universitarias y por amplios tratados lingüísticos, en los cuales se
comprueban comunes raíces lingüísticas de lenguas emparentadas o vecinas. Y un
buen día se comprueba que "Whuacki" no quiere decir "hombro", sino "tocar",
"palpar", "tantear". ¿Por qué? Los aborígenes veían solamente el gesto y no
sabían que se refería al hombro.
Me
llevó bastante tiempo arrancar finalmente una docena de palabras de boca del
joven. Yo repetía cada palabra inmediatamente en su lengua para hacerme
confirmar que la había escrito correctamente. Pronto me di cuenta de que el
joven en la mayoría de los casos decía que yo había escrito y pronunciado
correctamente la palabra, aun cuando no era así. Quizás lo hacía por cortesía,
quizás para terminar antes con el asunto, quizás también porque no se quería
pelear conmigo o porque le daba lo mismo, que yo aprendiera bien o no.
Pero
yo contaba con cómplices. Ni bien el indio me explicaba que yo había pronunciado
bien la palabra, todos los niños indios de la clase decían, para darse
importancia:"¡No, señor (N.d.T.: escrito con grafía alemana en el original
"Senjor"), eso está mal!" y me decían la palabra correctamente. Sin avergonzarse
por haberme embaucado un poquito, el joven reconocía que yo había entendido y
anotado la palabra en forma incorrecta. A pesar de la colaboración que yo tenía
de los niños tzotziles de la escuela, el joven intentó una y otra vez
despreocupadamente de confirmarme que había entendido bien una palabra cuando no
era así. Cuando a mi pregunta por el carro siempre me daba como respuesta
"brazo", los niños no intervinieron porque también ellos creían que yo pensaba
en el brazo con el que señalaba el carro. Yo le había pedido al maestro que no
interviniera y que no corrigiera. Pero dudo que él hubiera corregido brazo;
porque yo mismo no sabía que estaba obteniendo la palabra para brazo, en vez de
aquélla para carro. Si lo hubiese sospechado, le habría dicho al maestro que me
estaba refiriendo al carro y no al brazo.
Cuando
finalmente había reunido unas palabras, el joven empezó a sentirse muy incómodo.
Se retorcía y se volvía y después empezaron a brotar lágrimas de sus ojos. Ahí
nomás comenzó a sollozar. Ya no soportaba que lo interrogaran y que lo observaran
constantemente unos ojos azules. Tuve que dejarlo ir. Como más tarde me contó la
gente, bajó corriendo la calle y salió de la ciudad como un ciervo perseguido
por la jauría.
En
la última mitad del siglo pasado un religioso se esforzó por anotar la gramática
y unas cien palabras de la lengua tzotzil. El libro está agotado desde hace
cuarenta años. Yo lo vi y descubrí que la mayoría de las palabras que yo
conocía, hoy tienen una pronunciación muy diferente a la de aquel
tiempo.
Para
dar una idea de la lengua tzotzil, anotaré aquí algunas de las palabras que me
dijo aquel joven.
La
pronunciación de las palabras sólo puede indicarse en modo imperfecto con
nuestros signos. Cabe acotar que donde aquí aparece el sonido "ch" se debe
pronunciar como la ch del alemán (N.del T.: "j" española).
uno
chunn
junn
dos
tschimm
chim
tres
otschimm
ochim
cuatro
tscha-nimm
cha-nimm
cinco
chomm-whuomm
jomm-whuomm
seis
whua-kimm
siete
whua-kumm
ocho
whua-tscha-kimm
whua-cha-kimm
nueve
whuala-nimm
diez
lachu-nimm
laju-nimm
once
whua-notschimm
whua-nochimm
doce
la-tschimm
la-chimm
trece oschlachu-nimm
oshlaju-nimm
catorce
tschana-lachu-nimm
chana-laju-nimm
quince
whuon-lachu-nimm
whuon-laju-nimm
dieciséis
wuha-cuaco-nimm
diecisiete
whua-klachu-nimm
whua-klaju-nimm
dieciocho
whua-tscha-klachu-nimm
whua-cha-
klaju-nimm
diecinueve
whualum-klachu-nimm
whualum-klaju-
nimm
veinte
toch toj
cuarenta
tschajunik-tschalim
chaiunik-
chalim
La
palabra "toch" /N.d.T., toj, con grafía española/ (en este caso la ch /N.d.T.,
es decir, la "j"/ se pronuncia débilmente)
no sólo significa veinte, sino contemporáneamente también: el ser humano,
un ser humano, un hombre. Porque un ser humano tiene veinte y es veinte, tiene
diez dedos en la mano y diez en el pie.
El
día
akahl
El
sol
akahl
Es
decir que sol y día tienen la misma palabra.
rayo
de sol
tscha-uhk
cha-uhk
noche
aku-ual (no sol)
agua
whoa
lluvia
kinoxal
choza
na
no
deseo
muchuk
mujuk
madre
me
Es
notable que todas las lenguas civilizadas y muchas de las primitivas tengan como
consonante principal de la palabra "madre" la M.
Quisiera
limitarme a reproducir sólo estas pocas palabras, porque fueron las que llegué a
conocer de modo más exacto. Eran las palabras que el joven conocía también en
español, de manera que la comparación era más fácil.
La
lengua de los tzotziles tiene una gramática suficientemente desarrollada para lo
que los indios exigen de una lengua. Los verbos tienen las formas de las tres
personas en singular y plural, tienen las formas presente, pasado reciente y
remoto, futuro y condicional. Naturalmente depende siempre del grado de
inteligencia de quien habla, para ver si y hasta qué punto utiliza las formas
más desarrolladas de su lengua. La lengua equivale a la que usa cotidianamente
un sencillo aldeano de la Europa Central que lee poco o
nada.
Cada
lengua se desarrolla solamente según las necesidades de aquéllos que tienen algo
que expresar. Será siempre la lengua, en cuyo ámbito de influencia se encuentre
un mayor número de naciones distintas, cada una aportando su lengua
y su mundo de ideas, la que mostrará el desarrollo más elevado y un vocabulario más rico. Ya hoy el
vocabulario de los americanos es mucho más rico que el de los ingleses. El
americano ya llega a formar las oraciones en modo distinto de los ingleses, las
formas gramaticales de la lengua americana comienzan a diferenciarse
considerablemente de la de los ingleses. Algo semejante ocurre en México. México
se abocó ahora a la tarea de crear su propio diccionario mexicano, porque el
diccionario español ya no basta para México. Innumerables palabras tienen en
México un significado completamente distinto que en España y la pronunciación se
diferencia cada vez más de la habitual en España. Ciertos sonidos españoles como
la ll y la c y la z ceceadas ya desaparecieron completamente en México. Quien
emplea estos sonidos pasa por amanerado en el hablar y ridículo. Pero ninguna
forma de la expresión humana soporta peor el ridículo que la
lengua.
Desde
hace doscientos años la lengua mexicana
está adoptando constantemente palabras americanas y muchas indias, sin contar las muchas palabras
que introducen los inmigrantes cultos y además las palabras que originan nuevas
palabras bajo la influencia de las condiciones climáticas, de la tierra y de las
costumbres. La necesidad de palabras nuevas es tan fuerte que hay que tomarlas
donde se encuentren. No existe ningún tipo de conservadurismo reaccionario que
frene al mexicano en el empleo de las nuevas palabras y en su incorporación a la
lengua. Los europeos pasan siglos arrastrando en sus lenguas palabras
extranjeras que usan cotidianamente sin incorporarlas a su vocabulario, tanto en
la escritura como en la pronunciación. El mexicano escribe e imprime
despreocupadamente filosofi y fotografi, escribe e imprime nockaut para
Knockout, futbol para Football, biftik para Beefsteak. Es que tiene la suerte de
no cargar con la presunción cultural, que en Europa a veces se desata en orgías.
El americano utiliza para las reuniones, especialmente si son políticas o
públicas, la palabra meeting. El americano la pronuncia con su habitual modo
descuidado: mitin. En esta forma pasó, tanto como para dar un ejemplo, a la
lengua mexicana. En México se pronuncia, se escribe y se imprime esta palabra
mitin cuando se habla de una reunión de carácter político; llegó a ser una
palabra mexicana a pleno título. Pero en los diccionarios aún no
está.
Dado
que la mayor parte de la población, el 73 por ciento, no sabe leer ni escribir,
la lengua es más permeable a todas las influencias que en aquellos países donde
los periódicos y los libros dificultan el flujo y reflujo de la lengua. Todo
aquél que sabe leer se atiene a las palabras y formas que ve impresas delante de
sus ojos. Su lengua no sólo es influenciada por lo que oye, sino también por lo
que ve, por la imagen visual de la palabra. Quien no lee, en cambio, fija la
lengua solamente a través del oído. Las imágenes de las palabras escritas e
impresas son siempre iguales, una vez que se fija la ortografía. Pero las
palabras habladas y oídas son siempre distintas, porque dependen del timbre de
voz y del órgano de fonación que en cada persona son
distintos.
La
lengua tzotzil, como la de los otros indios de Chiapas es muy poco melódica para
nuestros oídos. Los labios y los dientes se usan apenas al hablar. Parece que
los sonidos se forman en la profundidad de la garganta y pocas veces parecen
llegar hasta más adelante del paladar, donde la lengua amasa los
sonidos.
Cabe
acotar que la lengua de los aztecas es como un suave canto, aunque, cuando vemos
la lengua escrita con nuestros signos ortográficos, nos parece como si a uno se
le anudara la lengua desde la base hasta la punta cuando quiere hablar azteca.
Los aztecas conservan este canto
suave y agradable aun cuando hablan español.
Todos
estos indios vienen con mayor o menor frecuencia a las ciudades mexicanas para
vender sus productos y comprar aquellas cosas que ellos no producen,
especialmente cosas de hierro. Aun cuando no tratan con mexicanos, sino con
otros indios, vienen a las ciudades, porque es más fácil encontrar indios
dispuestos a la compra o al trueque en las ciudades, adonde llegan desde lejanos
poblados con el mismo fin.
Los
indios no solamente van a las tiendas, sino que también van a las casas
particulares de mexicanos y europeos cuando tienen carbón de leña, pavos,
pollos, huevos, lechones, verdura u otras cosas para vender. Tienen toda la
astucia de los campesinos y saben que en las casas particulares muchas veces
reciben algunos centavos más que si se sientan durante medio día en la calle o
cerca del mercado, donde la competencia es grande.
En
este pequeño comercio captan constantemente nuevas palabras españolas y cuando
ofrecen sus productos en las casas, tienen que saber por lo menos el precio en
español. Si consiguen clientes regulares en las casas particulares y quieren
mantenerlos, tienen que aprender los días de la semana para explicar cuándo
vuelven y para entender para qué día el ama de casa quiere carbón de leña, un
pollo o huevos. También aprenden el nombre de muchos productos en español. Y sin
darse cuenta incorporan estas palabras a su propia lengua.
Cuando
le pregunté a un indio tzotzil cuál era su palabra para tenedor, me dijo la
palabra española e insistía en que esa fuera la auténtica palabra tzotzil. No es
de extrañar, pues los tzotzil no conocían el tenedor y por lo tanto no tenían
una palabra para designarlo. Al llegar a conocer los tenedores tuvieron que
emplear la palabra española. Esto sucede practicamente con todos los nuevos
objetos, incorporan inmediatamente la palabra española. No existe la necesidad
de crear una nueva palabra para un nuevo objeto. Por eso no se crea una nueva
palabra, sino que se adopta una
existente, simplemente porque es más cómodo.
Si
el gobierno obligara a los indios a hablar español, como lo hicieron en otros
países algunos colonizadores torpes, los indios defenderían inmediatamente su
lengua y se aferrarían a ella en señal de protesta. Es un rasgo característico,
innato de todos los seres humanos,
cualquiera sea su raza o su color, el defenderse de la voluntad y de las
intenciones de otros seres humanos. Pero como a los indios no se los obliga ni
en la escuela, ni en ningún otro lugar a abandonar la propia lengua, ya no tienen interés en conservarla. Lo
que aprenden, lo que cada día vuelven a ver y a experimentar, es que el miembro
de su tribu que sabe español, vende su mercancía más fácilmente y con mayor
ganancia que aquél que no habla español. Quien sabe hablar español, puede llegar
a capataz de cuadrilla durante la cosecha de café en las plantaciones, ganar
diez o veinte centavos más por día trabajando menos; o el granjero lo manda a la
ciudad a hacer las compras mientras los otros trabajan duramente en el campo.
¿Qué interés puede tener entonces todavía por su lengua si se las arregla mucho
mejor apenas deja de hablarla? El sentimentalismo y el irreflexivo apego a lo
antiguo, por el solo hecho de ser antiguo, no son actitudes propias del indio.
Su patria está donde se siente bien. El actual gobierno de México quiere crear
tales condiciones en el país, que todos los trabajadores y todos los indios lo
quieran como patria, no porque casualmente nacieron allí, sino porque allí están
bien, mejor que en cualquier otro país. En otros países es habitual que una
pequeñísima parte de la población tenga tantas ventajas como para que no se le
necesite predicar el amor a la patria. Debe ser predicado solamente a aquéllos
que deben trabajar como siervos, desangrarse, matar o morir por la patria. Dejan
que se les recite la cantilena y la cantan distraídamente hasta creerla ellos
mismos, esa frase mentirosa:"y aunque sean rocas peladas e islas desiertas y aunque tuvieras como
compañeros el esfuerzo y la pobreza, debes, debes amar eternamente esa tierra,
porque es tu patria, es la tierra de tus mayores." Si en todos los hombres se hubiera encarnado
esta frase, el continente americano no hubiera sido nunca descubierto, poblado y
civilizado por el hombre blanco.
En
las escuelas donde sólo aprenden niños indios que aún hablan su propia lengua,
al principio la enseñanza se imparte en la lengua materna de los niños. En la
mayoría de los casos, el maestro sabe solamente las palabras indispensables en
la lengua india. Constantemente se ve obligado a usar palabras españolas para
explicar algo. Así es como los niños aprenden una buena cantidad de palabras y
expresiones españolas. El próximo paso es leer y escribir. Los indios no tienen
signos gráficos, así es que hay que emplear los signos españoles y los niños
aprenden a leer y escribir en español. Y todo procede sencillamente, sin roces
con los padres. Los niños llevan a casa las palabras y las oraciones y las
emplean sin ser realmente conscientes y los padres adoptan las palabras de los
niños. Cuando los niños ven por primera vez en la escuela una imagen de un
ferrocarril que el maestro les describe, como buenos niños corren desbordantes
de entusiasmo a la casa para contar a los padres de aquél milagro de hierro.
Como los indios no tienen una sola palabra en su lengua que nombre una sola
parte de una locomotora, hay que describir la locomotora en español. Así, una
palabra se agrega a la otra, una oración a la otra, hasta que la lengua se
encuentra en tal estado de mezcla y de efervescencia que los hablantes empiezan
a sentir una serie de palabras como pasadas de moda o poco exactas. Estas
palabras se rechazan. Y las palabras rechazadas son lógicamente las palabras
indias que no bastan para expresar lo que se quiere decir. Es lo que le está
pasando a la generación actual. La próxima entrará en acción ya con una
formación escolar, que, aunque primitiva, será para los más despiertos una base
desde la cual podrán alcanzar un nivel superior de instrucción.
6
La
religión de los indios es la católica romana. En Chiapas los lacandones y en
muchos otros estados numerosas otras naciones, siguen manteniendo sus antiguas
creencias. En el caso de los indios de los cuales estoy hablando y en la mayoría
de los otros casos la religión es católica romana de nombre nomás. Los indios,
salvo las naciones paganas, están todos bautizados y tienen mucha prisa en
bautizar a sus hijos. Casi toda ciudad india cuenta con una iglesia y cuando
viene un sacerdote a dar misa o a confesar, son pocos los indios que se dejan
escapar esta ocasión.
Pero
no es de ningún modo la fe católica lo que atrae e interesa a esta gente. La
pompa, el indumento colorido y lujoso del sacerdote, el campanilleo, el incienso
y todas las ceremonias misteriosas y multifacéticas con las cuales se rodea la
iglesia católica, eso es lo que atrae y atrapa al indio. Ninguna de las otras
religiones cristianas tendría posibilidades de radicarse entre los indios. Entre
los indios ricos y cultísimos, que no se diferencian de los europeos altamente
civilizados, salvo por sus características raciales, hay también muchos
protestantes. Estos indios civilizadísimos tienen frente a cualquier iglesia la
misma actitud que los europeos. Aquí estoy hablando siempre de los indios que
siguen siendo completamente diferentes de los europeos en cuanto a tipo, modo de
vida y lengua.
La
religión católica se acerca tanto a la antigua religión de los indios, que para
ellos la diferencia está sólo en algunos elementos secundarios. Los cientos de
santos de la iglesia católica reemplazan a los cientos de divinidades menores,
la virgen María sustituye a su diosa de la fertilidad, Cristo es el ser humano
sacrificado al dios, cuya carne se come y cuya sangre se bebe, tal como lo
hacían los aztecas, que sacrificaban un ser humano a su dios y comían su carne
como ceremonia religiosa que
les permitía acercarse a dios. Y como en la religión católica la hostia se
transforma en la verdadera carne de Cristo y el vino en su sangre, el indio no
ve ninguna diferencia. Los indios no fueron nunca caníbales, por lo menos, por
lo que sabemos de su historia hasta ahora. Si comían carne humana, lo hacían con
la misma finalidad religiosa y con ceremonias religiosas semejantes a las de la
iglesia católica con el pan y el vino.
Sus
ideas sobre los distintos elementos que hacen a la iglesia católica son a veces
impresionantes.
Una
vez le pregunté a un indio tzotzil que hablaba bien español y que sabía más de
religión que la mayoría, acerca de la virgen María. Resultó que para él era una
rara mezcla de adolescente sospechosa y mujer que, con ciertas condiciones, va
con cualquier hombre, basta que éste le ofrezca lindos vestidos, collares de
perlas y grandes velas.
Por
lo que respecta a Cristo, es un hombre que fue torturado y crucificado por haber
querido enriquecer a los pobres indios, porque les quería dar buenas cosechas y
cabras gordas gratis, sin tanto trabajo, esfuerzo y preocupaciones para los
pobres indios.
Cuando
pregunté por el Salvador y quise saber si no lavaba los pecados de los hombres
con su sangre, la respuesta se hizo un poco más confusa. Ni él ni otros a los
que pregunté ocasionalmente, podían explicarme en modo alguno qué entendían por pecado. Si quería ir
un poco más al fondo de la cuestión, diciéndoles que robar era un pecado y que
lo era también mentir, engañar, matar, mandar a la mujer de vuelta a lo del
padre y tomar otra, me miraban fijo. ¿Qué podía tener que ver Cristo Salvador
con estas cosas? ¿Qué podía hacer él para poner orden en estas cosas? Y a ver
cómo le explicaba yo, que podía lavar todo eso con su sangre. De todas estas
cosas se ocupaba el cacique. Si alguien ha robado una cabra o una oveja,
recibirá una buena paliza, ni bien el dueño del animal se entere. La familia de
un hombre asesinado ya encontrará al asesino, que se las verá en figurillas, sin
Salvador que venga en su ayuda. Y quien vende el grano en la espiga a dos
mexicanos, se las tiene que ver con su garante. Es éste quien pondrá orden y no
Cristo. ¿Y que tiene que inmiscuirse Cristo en la devolución de la mujer? Ella
no quería trabajar y en las relaciones matrimoniales no correspondía a lo que él
se sentía con derecho a esperar. Según él, Cristo no tiene por qué meterse en
todo esto. Esto no tiene nada que ver con el pecado. Pecado es no bautizar a sus
hijos, estar dos años sin ir a confesarse, no ir a misa.
No
me atreví a preguntarle cómo se imagina eso de que Cristo es al mismo tiempo su
propio padre y su propio hijo, que la virgen María es al mismo tiempo su madre y
su esposa, que es virgen a pesar de haberlo parido. Estoy convencido de que
hubiera tenido dudas acerca de mi estado de salud mental. Si las relaciones
familiares de nuestros dioses ya son bastante complicadas para un hombre blanco
medianamente inteligente, imaginémonos cuanto peor para un hombre primitivo que
ve todas las cosas de la vida en forma simple y llana y no puede entender que
los dioses se compliquen tanto la vida. Un indio no lo puede
entender.
En
la doctrina religiosa de los indios del antiguo México hay un relato que tiene
una extraña similitud con la concepción de la virgen
María.
La
madre del dios de la guerra de los antiguos mexicanos era una mujer muy piadosa
que iba diariamente al templo a orar. Un día, en que se encontraba nuevamente
absorta en sus oraciones, le llegó volando una bola de plumas de colibrí de
muchos colores. Tomó la pelota y la escondió en su seno. Poco tiempo después se
sintió embarazada y parió un hijo que salió de su vientre ya adulto y armado de
yelmo, arco y flecha. En el pie izquierdo llevaba las plumas del colibrí y por
esta particularidad se lo llamó Huitzilopochtli, es decir, "plumas de colibrí en
el (pie) izquierdo". En las estatuas que lo representan aparece con una
serpiente de piedras preciosas y perlas alrededor del pecho. La conexión de la
serpiente con este dios, concebido extrañamente en un modo tan parecido a
Cristo, el hecho de que la diosa suprema, la madre de todos los indios del
antiguo México se represente siempre junto a una serpiente, el otro hecho
notable que los conquistadores españoles de México en algunos lugares
encontraran esculturas que representan cruces - la más famosa escultura en forma
de cruz fue encontrada en la isla Cozumel- permiten la conclusión de una
influencia cristiana. Personalmente sospecho que en el siglo once o doce o
antes, una nave o un resto o un bote o una balsa hayan llegado a México trayendo
consigo europeos, quizás vikingos, quizás cruzados. Estas gentes -y tal vez
fuera uno sólo el que llegó vivo- predicaron la fe cristiana. En la antigua
historia religiosa de los indios mexicanos se habla de un dios blanco de barba
al viento, que apareció y desapareció hacia el oeste de forma misteriosa en su
nave, por él mismo construida. En todo caso ese hombre blanco intentó regresar a
su patria. En el camino fue víctima del mar. Sus relatos sobre Cristo quedaron,
perdieron color, se volvieron legendarios y finalmente se mezclaron con la
religión india. Es cierto que la cruz aparece en muchos pueblos antiguos mucho
antes del nacimiento de Cristo, como símbolo y como parte de decoraciones, es
cierto que podría ser una forma que surgiera espontáneamente en México, porque
la forma es demasiado sencilla como para no ser empleada, pero todas las otras
similitudes son demasiado llamativas como para negar una influencia. Los aztecas
tenían en su religión no sólo el
bautismo, sino también la confesión. Y ya hemos hablado de los sacrificios
humanos que, aunque en forma mucho más salvaje, recuerdan el sacrificio del hijo
de Dios.
Dios,
Cristo y María, con su aspecto artificial, poco natural, son demasiado extraños
al indio como para que se les pueda
acercar. Porque estas imágenes de dioses son artificiales. Ni Cristo ni María
hablaron nunca de concepción y nacimiento. Tampoco José. Y estas tres personas,
en realidad María y José, eran los únicos que hubieran podido contar la verdad.
Estas historias recién fueron narradas cuando ya hacía mucho tiempo que Cristo
había muerto y cuando había que rodearlo de un halo místico para convertir a
este hombre sencillo y simple en dios. La historia fue escrita por primera vez
cuando ya habían pasado más de doscientos años de la muerte de Cristo. Así es
que los tres protagonistas de la religión cristiana son puras construcciones
mentales, surgidas de un espíritu y de una visión del mundo completamente
extrañas al indio. Y estos personajes y sus historias familiares serán siempre
extrañas al indio, porque no tienen nada de humano, nada natural. El concepto de
la trinidad es absolutamente incomprensible para el indio, porque requiere toda
una cultura europea para comprenderlo.
Por
todos estos motivos los santos están más cerca del indio. Los comprende, los
entiende. A éstos les han arrancado la lengua, los han agujereado a flechazos,
les han roto la espalda a latigazos. Todo esto el indio lo puede entender, sabe
lo que es. Es fácil hacerle entender que ellos pueden hacer mucho más por él que
Dios, Cristo y María. Y son mucho más fáciles de entender porque hay un santo
para el agua, otro para el trabajo del campo, otro para los trabajos en el
bosque y con la madera. José, el carpintero puede entender mucho mejor cómo se
siente un hachero o dónde le duele la espalda al carbonero que Dios, demasiado
en lo alto, demasiado santo como para saber de estas
cosas.
Las
imágenes de santos de madera, cera o yeso no son para los indios imágenes, son
las divinidades mismas. Y no sólo para los indios, sino para una buena parte del
pueblo mexicano.
Una
sencilla, simple representación de un santo no vale nada. Cuanto más horrendo es
el aspecto del santo, cuanto más destrozado está su cuerpo martirizado, cuánta
más sangre, heridas y úlceras espantosas lo cubren, tanto más se lo aprecia,
tanto más ricas son las ofrendas que se le dan, tanta más gente se retuerce de
rodillas a sus pies. El fiel convoca al santo para que lo ayude a robar por la
calle o para cometer un asesinato por robo, o para asaltar o engañar, o la
muchacha que quiere abortar o a la que se le escabulle el amante. Al santo se le
prometen tantas y tantas velas si el robo tiene éxito sin que el culpable sea
atrapado. Si el crimen resulta, se convoca nuevamente al santo para que la
policía no descubra al culpable. Las figuras de los santos están llenas de
cartas de agradecimiento por todo lo que han concedido a los fieles en cambio de
tantas oraciones y tantas velas o corazoncitos de plata. No es que las cartas
digan textualmente por qué se agradece al santo. Pero quien sabe leer cartas en
las que se trata por todos los medios de callar lo que no se quiere decir, pero
teniendo que aludir por lo menos a eso de alguna manera, encuentra aquí enteras
biografías.
Cuanto
más culto es un hombre, cuanto más confianza tiene en sí mismo, tanto más
intenta con ayuda de su inteligencia y de sus capacidades, alcanzar las metas que se propone,
superar los obstáculos, resolver los males y las preocupaciones y enfrentar con
éxito las resistencias nefastas. Es humillante mendigar protección y ayuda a
Dios para lo que sea, aun en el caso de una grave enfermedad de un hijo. Si Dios
por sí solo no demuestra interés por el niño, a qué me debo estar peleando con
él. Es mejor usar el tiempo en pensar qué hacer para salvar al
niño.
Pero
en México, como en todas partes, son las personas incultas, las que en vez de
trabajar se revuelcan por el suelo delante de las figuras de los santos para ver
si pueden obtener algo. Y porque son incultos la carta de agradecimiento cuesta
cara. Ellos no pueden escribir por sí solos la carta con los agradecimientos y
los miles de besos que será colocada sobre el santo corazón sangrante. Y cuando
la carta está escrita tampoco puedan leerla. Por eso deben acudir a un escriba
público y darle entre cincuenta centavos y tres pesos para que les escriba la
carta; además tienen que comprar velas y piernitas plateadas por cinco pesos,
con lo cual la paga semanal se hace humo.
Todo
el mundo está indignado con el gobierno mexicano porque está marcándole el paso
a la iglesia. La venganza que promete esta iglesia, es digna de ella. Predica
que la venganza vendrá del Señor de arriba. Si ella misma creyera en el Señor de
arriba y confiara en que éste arreglara las cosas, no necesitaría vengarse como
lo está haciendo ya. Ella predica: subordinación a la autoridad. Pero claro que
piensa en los otros, especialmente en los siervos, en los hambrientos. Si ella
misma es invitada a subordinarse a la autoridad, a obedecer a la ley y a la
constitución, abre el bolsillo y gasta millones de pesos en revoluciones y
boicots. Es la misma iglesia que condena la revolución y amenaza con las penas
del infierno cuando se trata de las revoluciones de los desgraciados y
oprimidos.
Los
pueblos, cuyos fieles no necesitan hacerse escribir cartas a los santos porque
todos saben leer y escribir, no tienen derecho a mirar con altivo desprecio al
ladrón callejero, que le escribe a su santo para rogarle que bendiga su delito. En un mundo, en el cual los
pueblos civilizados, cuando salen a asesinar al pueblo vecino para mejorar la
situación del mercado y para que los fabricantes de acero y cañones se
enriquezcan más, hacen bendecir a sus tropas listas para la muerte y la
devastación por la iglesia y ruegan a Dios y a todos los santos que les concedan
la victoria, en un mundo así, nadie tiene derecho a escupirle en la cara al
ladronzuelo ante la estatua del santo. El no ha hecho más que aprender de los
grandes maestros.
Cuando
los españoles llegaron a México, los indios eran bautizados de a diez mil por
día. Todos los que aparecían en la plaza eran bautizados en bloque, contados y
listo, ya eran cristianos. Esto se hacía para que los obispos pudieran mandar
grandiosos informes al emperador y al papa. Hoy en día se es más modesto. Uno se
conforma con un "aleluya, otra alma salvada". Los indios se encuentran hoy tan
convertidos como se encontraban en la época de su bautismo a montones, al
principio del siglo dieciséis. Ellos, los indios, y casi toda la capa inferior
de la población mexicana.
Una
iglesia que ha hecho lo que en México, que durante cuatrocientos años no ha
hecho absolutamente nada para instruir y civilizar a millones de indios, que no
hizo otra cosa que profundizar y fortalecer las supersticiones de estos seres
primitivos en vez de extirparlas; una iglesia, que durante cuatrocientos años,
en los que ha tenido más poder, más influencia, más riqueza en este país que el
emperador, el rey, el virrey o un presidente, hizo de todo para mantener e
incluso enredar más aún en la ignorancia y en la esclavitud a estos millones de
indios y mestizos, que estaban en sus manos; una iglesia, que en los últimos
cien años, desde la independencia de México, desde que vio resquebrajarse su
poder, traicionó, engañó e insultó al país y al pueblo mexicanos, que se alió
con potencias y grandes capitales extranjeros para complotar contra el país cada
vez que tuvo la oportunidad; una iglesia que ha hecho todo esto, no por motivos
de orden divino, sino en función de sus bienes terrenales, por su poder terrenal
y su sed de dominio -una iglesia así no tiene ningún derecho de predicar las
enseñanzas de un Jesús de Nazaret. Si México es uno de los primeros países,
donde se quiebra el dominio que la iglesia ejerce sobre espíritus y cuerpos, es
que sucedió en el país donde más merecía la destrucción.
*
Las
festividades religiosas más importantes para los indios no son Navidad o Pascua,
sino el día de la fiesta de su santo patrono. Navidad no se festeja en absoluto.
El primer día de Navidad, así como la noche anterior, se trabaja normalmente
como en cualquier día de la semana. Los cuatro días que van de jueves santo al
domingo de Pascua, están llenos de ceremonias superficiales. Judas es arrastrado
con una soga al cuello por las calles acompañado por una multitud bulliciosa.
Cruzando las calles hay figuras de tamaño humano colgadas de sogas que
representan a Judas. Cerca del mediodía, en medio de un gran alboroto, se
colocan artefactos para fuegos artificiales que las revientan. El pueblo, en su
totalidad, participa poco en esta bulla. Una buena parte de los que andan por la
calle, son los que habitualmente no se pueden mostrar, porque sino, la policía
los pescaría enseguida. El viernes santo se festeja en cientos de ciudades
indias con la representación de la historia de la Pasión. Todo se desarrolla a
cielo abierto. Cristo es una figura tallada toscamente, que finalmente es
crucificada con gran clamor y tumulto. En toda esta representación, si bien dura
horas, no hay coherencia ni disciplina. Puede suceder que, mientras un grupo
está todavía con el interrogatorio de Pilatos, un poco más allá es crucificada
la figura que en el interrogatorio había sido reemplazada por un doble. Miles de
veces ocurrió que los indios no se conformaran con un muñeco de madera, sino que
clavaran a un conciudadano a la cruz, cargado con todos los supuestos pecados. A
veces lo bajan a la noche, generalmente sin embargo lo dejan colgado hasta el
día siguiente. Claro que cuando lo bajan está muerto. Pero se espera que
resucite. Fracaso total, aquí realmente no hay nada que hacer. A veces las
autoridades eran informadas por alguien que se había enterado del asunto. Pero
cuando querían intervenir, se llegaba a las armas. Los indios no querían
entregar a su Salvador crucificado, lo consideraban como una intromisión en su
religión y defendían a su Cristo como corresponde a buenos cristianos. Para
evitar más muertes, a los soldados no les quedaba más remedio que irse. El indio
que iba a ser crucificado, se entregaba por propia voluntad. Consideraba este
hecho como un gran honor y un acto sagrado, por el que muchos lo envidiaban. El
año pasado sucedió aún que un indio fuera crucificado en un pueblo del estado de
Oaxaca. En la mayoría de los casos, ni la opinión pública, ni las autoridades,
llegan a enterarse de estos hechos.
A
mi parecer no sólo es más lógico, sino también más correcto preguntarle a un ser
humano si está dispuesto a cargar con mis pecados o no, antes que endosárselos a
un hombre que murió hace dos mil años.
Durante
la semana de Pascua en las iglesias de los indios está armada la última cena.
Frecuentemente con figuras de tamaño humano. No son demasiado precisos con las
cantidades. Ya he visto quince u ocho apóstoles presentes en la cena. Sólo Judas
no puede faltar; todos los otros pueden aparecer dos, tres veces, o ninguna,
pero Judas con su bolsita de dinero debe estar. De hecho a veces se ven tres o
cuatro Pedros sentados a la mesa, porque quizás esa iglesia los tenía a
disposición y en cambio faltan Andrés o Mateo.
Hay
muchos viajeros que, cuando ven cosas semejantes, las toman como demostración
del espíritu inocente e infantil de los indios y de los primitivos aborígenes.
Yo pienso más bien que habría que
tener compasión y habría que pensar un poco mejor de la raza blanca de lo
que los hombres primitivos podrán pensar de ella el día en que se despierten. Si
nuestra religión no es lo bastante fuerte como para ejercer una influencia en el
hombre poco civilizado prescindiendo de todas las apariencias y no es capaz de
influir sobre todo en el espíritu, entonces es mejor que le dejemos su propia
religión, que surgió de su propio ser. Su propia religión influirá mejor que una
extraña en las costumbres e ideas morales propias del hombre primitivo.
La
religión cristiana no condujo al indio, ni moral ni espiritualmente, a un grado
más elevado de su cultura interior. Pienso que seguramente será así con todos
los otros pueblos y razas primitivas. Me gustaría encontrar al indio, al que yo
o un sacerdote pudieran hacer entender que un niño de un día ya esté afligido
por el pecado y hasta por el pecado original. Y quisiera poder describir lo que
pensaría de mí, si intentara explicarle que su hijo está afligido de pecado
original porque fue concebido y parido en el pecado. ¿Y de qué otro modo podría
haber venido al mundo? Un buen día, con la ayuda de la ciencia médica, se podrá
concebir y quizás parir un niño fuera del regazo materno. Quizás. Pero entonces
este acto médico será el pecado original. Y después todavía me quedaría por
explicarle a este indio que nuestro dios es el dios del amor perfecto y puro,
pero debería agregar para hacer honor a la verdad que si él no bautiza
inmediatamente a su bebito y si éste muere, el dios del perfecto amor lo hace
asarse para siempre en los infiernos, justamente por culpa de ese pecado
original, del que el niñito es completamente inocente. No hay que olvidar que el
infierno de los indios no es un sitio de fuego y torturas como el infierno de
los blancos, que quizás merezcan un infierno semejante. El infierno de la
religión india es el lugar, en donde el condenado es castigado haciéndolo
sentarse tranquilamente y prohibiéndole trabajar. Sólo los bienaventurados en el
cielo pueden trabajar. Tienen que dar forma a las nubes que pasan, enseñar a
cantar a los pájaros, pintar las flores, insuflar el perfume a las flores y otros trabajos
parecidos.
Los
mexicanos, es decir, los habitantes del país que no son indios, tienen una
fiesta de Navidad que se diferencia completamente de la nuestra. Se llama La
Posada. Se festeja durante catorce días y termina en Nochebuena, que es en
realidad cuando inician nuestros festejos. La Posada es desconocida en España.
Es una auténtica fiesta mexicana, que surgió en el país. En esta fiesta ni se
habla del niño Jesús ni de su nacimiento. El sentido y la idea básica de esta
fiesta están en un juego que se refiere al vagar de José y María en busca de
alojamiento en Belén encontrando todas las posadas completas. La fiesta de
Navidad mexicana es una fiesta muy linda, colorida, alegre y placentera, en la
que todas las familias conocidas se reúnen en la casa de la familia que organiza
la fiesta. Se come mucho y bien y se baila cada noche hasta la mañana. Pero la
fiesta no tiene nada que ver con Cristo o con la religión cristiana, así como la
entendemos nosotros. El elemento más secundario del nacimiento de Cristo se
vuelve protagonista en esta fiesta navideña mexicana. La población mexicana no conoce el árbol
de Navidad.
La
fiesta más importante y sublime de los indios tzotzil es la Fiesta de San Juan.
Se festeja en la capital de los chamulas, Chamula. La fiesta es el 24 de
junio.
Pero
justo una semana antes se festeja en el mismo sitio otra gran festividad. Se
llama: la Preparación. En realidad, la Preparación es más grandiosa que la
verdadera Fiesta de San Juan, los indios están más alegres y divertidos; hay más
ruido y se reúne más gente que el día de San Juan.
Pregunté
al secretario y al maestro por qué se festejaba esta preparación y por qué con
una semana entera de anticipación. Muchas familias deben así recorrer en una
semana dos veces un largo camino, que en algunos casos llega a más de 20
kilómetros y esto con la familia entera, con niños y
perros.
"Sí",
dijo el secretario, "ésta es justamente la preparación. La gente quiere tener su
preparación."
No
me conformé con esta respuesta. Tenía la impresión de que algo se escondía
detrás. Pregunté entonces a los indios, con los que podía hablar. Primero fueron
esquivos. Usando artimañas y haciéndoles notar que algo sabía y que no era tan
estúpido, logré hacerlos hablar. Yo había sospechado algo más detrás, pero lo
que escuché me bastó y más tarde me fue confirmado por un señor que vivió
cuarenta años en el estado.
Los
indios me contaron que no pueden ofender a sus viejos dioses. Porque son sus
antiguos dioses quienes les dan la lluvia y el brillo del sol, que hacen crecer
el maíz y los frijoles, que hacen que las cabras y las ovejas se multipliquen y
los que de vez en cuando les ponen una liebre o quizás un ciervito delante de
las narices. Todas estas cosas no las da ni el Dios blanco, ni la Santa Virgen y
ni siquiera San Juan. Esos son buenos para cuando hay algún enfermo, pero por lo
demás no son demasiado útiles. Descuidan a los indios, tienen preferencia por
los blancos. Y además es cierto que los dioses blancos ya tienen bastante
trabajo con los blancos. Por eso uno ni siquiera se puede enojar con ellos, si
no encuentran tiempo para ocuparse de los pequeños campos de los indios. Son
señores demasiado grandes. Por eso hay que cuidar las relaciones con los
antiguos dioses, que también son indios, que son conocidos desde hace más tiempo
y que conocen bien a los indios. Y visto que los blancos no quieren saber nada
de ellos, están bien contentos de que los indios les sean fieles. Los antiguos
dioses dieron mayores muestras de su poder y de su buena voluntad. Lo demuestran
las buenas cosechas y la buena lana de las ovejas. Cuántos intentos no se
hicieron con los dioses blancos cuando faltaba la lluvia. Llegaba el cura desde
San Cristóbal, daba misa, se organizaban procesiones, la iglesia se llenaba de
velas. Y esto durante varias semanas. En vano. Nada de nada. Entonces partían a
escondidas con el cacique a la cabeza para rogar a sus antiguos dioses y para
bailar. Y he ahí, tres días después llovía a cántaros.
Así
es que no deben ofender a sus antiguos dioses. Pero los ofenderían gravemente si
festejaran primero la Fiesta de San Juan y la fiesta para los antiguos dioses
una semana más tarde. El propio dios debe ser el primero, tiene que tener la
prioridad. Así es que se festeja primero la fiesta de su dios del verano, del
dios de los campos y del ganado. Si después le hacen una fiesta a San Juan, ya
su dios del verano no se ofende. Ya ha tenido la prueba de que sus hijos morenos
y rojos todavía le reservan el primer lugar. Lo que harán una semana más tarde,
ya no le preocupa. San Juan no lo sabe, porque no conoce al dios de los
indios.
Los
mexicanos llaman a esta fiesta Preparación, porque piensan que los indios la
festejan para acostumbrarse mejor a la fiesta del 24. Ellos tampoco se interesan
por lo que hacen los indios y por el modo en que pasan sus días.
La
cruz sola, como símbolo, no tiene ningún significado para los indios. Para que
lo tenga o tiene que haber un Cristo colgado o tiene que estar ligado en algún
modo a otras cosas. Frecuentemente son mujeres y niñas quienes la decoran
ricamente con flores. Las flores son el símbolo del amor y de la unión amorosa.
O se le cuelgan frutos, cual símbolos de la fertilidad. O mazorcas, símbolos del
alimento. Al cacique de los chamulas la cruz delante de la cual recita sus
oraciones no le significaría nada, si no hubiera atado su bastón de mando a
ella. El espera que surjan grandes poderes de la cruz y que pasen al bastón de
mando y luego a él. Sospecho que más de un cacique ata su bastón de mando a
ciertos árboles sagrados, en los que vive algún antiguo dios indio. Así el
bastón y su portador reciben también la fuerza del antiguo dios. Cuanto más
dioses, mejor. Cada uno pone un poquito y al final se junta un lindo montoncito
de poder. Cuando los indios van a buscar al cacique a su casa y ven el bastón en
la cruz, ya saben que no pueden hacer nada contra el poder de ese bastón y que
tendrán que responder a todo lo que el cacique les pregunte. Porque de todas
formas lo sabrá, dado que el bastón habrá absorbido la sabiduría del dios
extranjero. En los caminos en campo abierto, como también en las cercanías de
los poblados, se encuentran cruces, ya sea sobre una colina pequeña o en una
bifurcación. Pero no hay ni la décima parte de las que se encuentran en los
países católicos de Europa Central. Muchas veces las cruces son viejísimas y
están tan podridas que la siguiente tormenta las dejará por el suelo, otras son
algo más nuevas. No encontré en ninguna parte del estado de Chiapas cruces
completamente nuevas, hechas pocos años antes. En todo México se manifiesta un
llamativo descuido de la religión. En México Central hay poblados de apenas mil
habitantes, pero con veinte o veinticinco iglesias pomposas, cada una de ellas
tan colosal que podría ser una catedral. En el México Central, en campo abierto,
donde no hay ni poblados ni casas se encuentran iglesias tan grandes y lujosas
como catedrales. Es posible que en ese lugar no haya existido nunca un pueblo,
quizás sólo una hacienda (N.d.T. con grafía alemana en el original "Hazienda") y
quizás ni siquiera eso. La iglesia condenó quién sabe a quién por quién sabe
cuál motivo a construir una catedral allí. Quizás la tierra pertenecía a la
iglesia y los indios habrán tenido que trabajar como siervos para erigir esa
iglesia de lujo. Pero toda la tierra, salvo las grandes posesiones de las viejas
familias nobles y patricias españolas, estaban en manos de la iglesia. Todas
estas iglesias están por derrumbarse hoy, miles están en ruinas, miles tienen
los techos rotos, los pájaros hacen sus nidos, reptiles salvajes se esconden en
ellas, están habitadas por ladrones de caminos y vagabundos. ¿Quién debería
mantener estas valiosas iglesias? Son tantos miles que no alcanzarían miles de
millones de pesos para detener su deterioro.
En
Chiapas es más raro ver iglesias en los pueblos pequeños y en campo abierto. Por
varias razones aquí la explotación fue menor que en México Central; por eso no
pudieron ser construidas tantas iglesias pomposas. También había menos prelados
vanidosos, necesitados de lujosas iglesias propias, como se daba el caso en
zonas más cercanas al punto central de la civilización, en Ciudad de México. En
Chiapas mismo también las iglesias de las ciudades están en ruinas. Y a nadie se
le escapa una lágrima por eso. Siguen quedando demasiadas que el indio tiene que
mantener. Viajando a través de México se ven miles de iglesias hermosas medio
derrumbadas por todo el país y dan la misma impresión que, en Europa Central,
ofrecen las ruinas de los castillos. Su tiempo pasó, el tiempo del esplendor
eclesiástico pasó aquí, como pasó en Europa el esplendor del tiempo de los
caballeros. Nada lo demuestra mejor que los miles de iglesias en ruinas. Y así como en Europa van los pequeños
campesinos a los antiguos castillos, van aquí los indios a las iglesias en
ruinas y toman piedras para construirse casas con ellas. El gobierno de México
no podría hacer nada contra el poder de la iglesia en un país, donde el noventa
y ocho por ciento de la población es católico, si no estuviera maduro el momento
de la decadencia de dicha iglesia.
En
los caminos de Chiapas a veces veía dos cruces en vez de tres. Frecuentemente
había una más grande y otra más pequeña. Pregunté a mi acompañante indio, por
qué había allí sólo dos cruces, en vez de tres, como es lo
normal.
"Muy
simple, señor"(N.d.T. con grafía alemana en el original: "Senjor"), me decía el
hombre, "sólo el buen ladrón, que fue invitado por Cristo a encontrarlo en el
cielo, merece una cruz, el otro malhechor no la necesita. A él no le importó
nada de Cristo y pronunció discursos blasfemos contra él. Por esto merece un
castigo y es así que se le niega la cruz."
En
otro paraje encontré tres cruces, una grande para el salvador y otras dos más
pequeñas. Una de éstas presentaba artísticas entalladuras, coronas de flores
colgaban de ella y todo su aspecto era más bello, rico y cuidado que el de la
sencilla cruz grande que estaba destinada al Salvador. Le pregunté a un indio de
la zona y me explicó que la cruz bien tallada y decorada era para el buen
ladrón. Es que el buen ladrón estaba en el cielo, desde donde podía hacer un
montón de cosas buenas para el indio, pero desde donde también podía hacerle
daño. Por esta razón había que mantenerlo de buen humor y el mejor método para
lograrlo, era dándole una cruz particularmente bonita. Si en la disposición de
las cruces no se hiciera ninguna diferencia entre él y el ladrón malvado, el
buen ladrón se sentiría ofendido por ser colocado al mismo nivel del ladrón
malo.
Lo
más curioso es, sin embargo, que frecuentemente se encuentran cuatro cruces agrupadas.
Como se da el caso en la capital de los chamulas. El secretario no me podía
explicar el porqué de estas cuatro cruces, estas cosas no eran de su competencia
y por lo tanto, no tenía interés en conocerlas.
Pregunté
a mi indio, que hablaba español, pero él tampoco lo sabía, porque no era de ese
pueblo. Pero entonces hizo señas a un viejo indio para que se acercara, para
poder preguntarle y contármelo después.
Pregunté
a mi indio, que hablaba español, pero éste no estaba seguro de querer contarme
el secreto. Pero como yo no tenía nada de obispal, empezó a aflojar. Le metí una
docena de cigarrillos en la mano, le sonreí, y cuando un grupito de niños
chamula me rodeó, me los hice amigos dándoles caramelos envueltos en papeles de
colores. Esto le fue dando confianza al viejo indio y, al final, me contó la
historia, que mi muchacho me tradujo.
"Vea
señor, (N.d.T.: con grafía alemana en el original: "Senjor") nuestros dioses indios no han
muerto. Esto lo sabemos bien. Nos dan lluvia y la luz del sol, nos dan buen maíz
y flores, una vida larga y sana. Entonces no podemos ofenderlos. Si diéramos
cruces sólo a los dioses blancos, nuestros antiguos dioses lo tomarían a mal,
abandonarían nuestra tierra y nosotros no tendríamos ni sol, ni lluvia,
quemarían nuestras casas, matarían nuestras cabras y ovejas, exterminarían a
nuestros niños con enfermedades. Y bueno, así les damos una cruz, como a
nuestros dioses blancos. Ya es bastante grave que les demos una sola. Si me
eligen cacique, les daré seis. Como colocamos a todas las cruces juntas en el
mismo sitio y no hacemos ninguna diferencia, ellos están bien contentos; nos
siguen dando lluvia y luz solar. Conseguimos que los antiguos dioses ahora se
lleven bien con los nuevos. Esto, señor (N.d.T.: con grafía alemana en el
original"Senjor"), lo puede ver allí, donde las cruces están todas juntas. Y es
lo que nosotros queremos, que se lleven bien. ¿Por qué deberían de pelearse e
insultarse? Los dos son buenos con el indio. Pero, por favor, no le cuente al
señor obispo de San Cristóbal lo que yo le acabo de
relatar."
Le
prometí solemnemente no hacerlo y, de hecho, no lo hice. Poco tiempo después
encontré en casa de un mexicano a un sacerdote que frecuentaba a los indios. Le
pregunté por las cuatro cruces sin contarle nada de la historia que me habían
relatado.
"Yo
tampoco sé por qué ponen más o menos cruces. Y tampoco lo pregunto. No veo por
qué debería preocuparme por ello. En general, ni ellos pueden dar una
explicación. Son caprichos particulares. Lo mejor es dejar las cosas así como
están y no remover el avispero. Eso llevaría a largas discusiones. Si se les
dice que deben arrancarla, contestan: `pero es una cruz, no se debe arrancar una
cruz.` Entonces uno los deja hacer. Probablemente la hayan colocado para San
Juan o para San Pedro. Yo no pregunto."
Sí,
el sacerdote que me explicaba esto era un hombre sensato y sabio. Y muchos de
los sacerdotes en México son personas sensatas y sabias. Pero no pueden remediar
nada. ¿Qué se puede cambiar en una época en que la iglesia, después de haber
fracasado durante el último gran baño de sangre, se derrumba por los cuatro
costados y se opone a todas las ideas nuevas?
Pero
no todos los sacerdotes de México son tan sensatos.
A
un señor conocido mío, que llegó a una ciudad india cuando yo estaba en Chiapas,
un indio le preguntó de quién era amigo. Con esta pregunta el indio quiere
comprobar de dónde viene el hombre, a dónde tiene que ir y a cuál tribu
pertenece.
"¿Ud.
es amigo del señor Vidal?" El señor Vidal es el actual gobernador del estado de
Chiapas, una persona inteligente y progresista.
"No
sé si puedo decir que soy amigo del señor Vidal, lo he visto sólo una o dos
veces."
"Está
bien, ¿es Ud. amigo del señor Calles?" El señor Calles es el presidente de la
República Mexicana.
"No
creo poder decir que soy amigo del señor Calles. El señor Calles quizás ni me
conozca."
"Esto
es bueno", dijo en seguida el indio. "Porque si Ud. era un amigo del señor
Calles, lo hubiera matado aquí mismo." Y lo hubiera hecho
seguramente.
"¿Y
por qué me hubiera matado, estimado vecino?"
"Porque
el señor Calles mata a todos los obispos y sacerdotes, quema nuestras iglesias y
hace quemar a todos nuestros santos en la hoguera."
La
respuesta demuestra otro aspecto de la actividad de la iglesia. En el estado que
se encuentra al norte de Chiapas, Tabasco, todos los sacerdotes fueron invitados
por decreto del gobernador a casarse antes de una fecha determinada. Los
sacerdotes mexicanos hicieron oír al mundo entero su airada protesta contra una
orden desvergonzada, que les haría quebrar su santo voto. Y nuevamente el mundo
se convenció de que México está gobernado por
bolcheviques.
¿Qué
motivó el decreto del gobernador de Tabasco?
La
cantidad de hijos desprotegidos, ilegítimos, cuyos padres son sacerdotes, ha
aumentado tanto en el estado de Tabasco, que estos niños comienzan a ser un
peligro público, pues están faltos de pan y de educación
paterna.
Los
sacerdotes no se casaron dentro del plazo establecido, se mantuvieron fieles a
su voto, asegurándose el agradecimiento de la iglesia y abandonaron el estado.
Pero dejaron a los niños. Desde ese momento en todo el estado no hay más
religiosos.
En
este momento, en que estoy escribiendo, en todo México hace catorce meses que no
hay servicio eclesiástico. No se dan misas, no hay confesiones, no se celebran
bautismos, ni se bendicen matrimonios. Los sacerdotes dejaron de ejercer su
ministerio en señal de protesta contra la exhortación, formulada tras nueve años
de advertencias, a someterse a las autoridades y respetar las leyes establecidas
por la constitución.
Los
sacerdotes instigaron a todos los católicos, es decir, a la totalidad de la
población, a boicotear la entera economía del país, para devaluar tanto el
dinero mexicano, que el país perdiera el crédito
extranjero.
Después
de que la iglesia proclamara el boicot para derrocar al gobierno, los
proletarios hicieron una manifestación en la que participaron sesenta mil
hombres y mujeres, para saludar el palacio presidencial y al presidente y
exhortarlo a no ceder un solo paso ante la iglesia. Sesenta mil hombres y
mujeres que dieciséis años antes hubieran sido masacrados si hubieran osado
siquiera pronunciar la palabra huelga, sesenta mil hombres y mujeres que
crecieron bajo la total e ilimitada influencia de la iglesia, pareciéndoles que
pensar en cualquier tipo de resistencia fuera un pecado imperdonable así en la
tierra como en los cielos.
¿La
causa? La iglesia se opone a la instrucción, a la formación y a la lucha por la
liberación económica que llevan adelante los trabajadores. En cualquier lado
donde intente o haga esto ahora, en el siglo veinte, la iglesia está condenada a
la ruina.
Hoy
en día la iglesia excomulga a hombres y mujeres de a cientos en México. Pero ya
no surte ningún efecto. El excomulgado ni siquiera se ríe de esto, le es
demasiado indiferente, como para prestar la menor atención al
hecho.
La
iglesia y la religión serán borradas tal como las monarquías y las dictaduras,
ni bien hayan cambiado las ideas, principios y bases económicas que las
sustentan. No hay religión o forma de gobierno que sobreviva a sus premisas
económicas.
7
La
vida cotidiana de los indios en Chiapas es bastante monótona. En general, la
vida de los indios no es nunca tan
colorida y multifacética como se la describe en los cuentos de indios. Los
indios no se la pasan saliendo en tren de guerra. Cuanto más primitiva, más
trabajosa es la vida. Los hombres iban a la caza. Cierto. Pero no por diversión,
sino porque necesitaban la carne, los huesos, las pieles, los tendones, los
dientes, los pelos. Había que curtir las pieles, tender, secar y retorcer los
tendones, blanquear y perforar los huesos. Había que confeccionar mantas,
camisas y vestidos; había que hilar y tejer. Había que ocuparse de los
niños. Había que plantar, cuidar y
cosechar maíz, porque no se podía vivir solamente de carne. Una buena parte del
trabajo era realizado por las mujeres, pero no podían con todo. Había pocas
herramientas, las armas eran primitivas. Para cazar y alcanzar un ciervo podían
necesitarse semanas. Para hacer fuego, horas. Viviendo en semejantes condiciones
no les quedaba demasiado tiempo libre para todas las aventuras que se relatan en
los cuentos de indios. Las guerras eran raras excepciones, sólo cuando los
obligaba la necesidad de atacar una tribu más rica y encontraban razones
plausibles para considerar su honor herido y cuando se sentían lo
suficientemente fuertes como para poder regresar vencedores. Raramente o nunca
habrán salido a guerrear por pura gana de pelear. Cada guerra era generalmente
una migración del pueblo hacia un lugar mejor. No hay ningún romanticismo, en el
sentido en que se entiende normalmente esta palabra. Todas las cosas se observan
desde un punto de vista puramente material y se evalúan según su
utilidad.
Los
trabajos del campo se realizan con herramientas iguales a las que se usaban
antes de Colón. Muchas de ellas, incluso las azadas, que nosotros creemos
siempre de hierro, son de leño. Los arados generalmente son de madera sin
ninguna parte de hierro.
Ciertas
plantas requieren que la tierra sea arada. Pero nunca se ara demasiado
profundamente, porque sino la tierra se secaría, sin ofrecer ninguna ventaja. Es
raro ver un arado tirado por un buey. En todo caso, se ven en haciendas de
blancos. Los indios tiran ellos mismos el arado. La razón es frecuentemente que
no tienen animales de tiro. Pero casi siempre porque no les gusta
usarlos.
Además
de sembrar y cosechar, el trabajo principal en los campos consiste en liberar la
tierra de maleza y yuyos, que muchas veces amenazan con devorar los frutos.
Porque la tierra, extraordinariamente fértil, es tan buena para los yuyos como
para los frutos de cultivo.
No
se abona nunca. Primeramente porque la tierra no necesita abono, y en segundo
lugar porque no hay suficiente abono, ya que los animales no están en establos.
Durante todo el año están afuera.
Frecuentemente
se ven campos irrigados artificialmente. Estos sistemas de irrigación están muy
bien pensados. Hay muchos sistemas que existen y son usados desde antes de la
llegada del blanco.
El
fruto más importante es el maíz, en segundo lugar los frijoles, generalmente
frijoles negros. El maíz ocupa para los indios el lugar del trigo, del centeno,
de la cebada y de la avena. No cultiva ni necesita todos estos tipos de
cereales. Desde tiempos inmemoriales su raza vive del maíz. Aún hoy los
alimentos principales de México, América Central y de aquellas partes de
Sudamérica, donde la mayoría de la población es india, son el maíz y los
frijoles. Aun el mexicano culto prefiere el maíz al trigo. Viajando por México o
América Central por campo abierto no se recibe otra cosa de comer que torta de
maíz, tortillas. Además de estos dos frutos principales, los indios de Chiapas
cultivan lino, cáñamo, maguey, agave, flores y una cantidad incalculable de
hierbas y raíces medicinales. Donde la tierra lo permite se cultivan tabaco,
café, caña de azúcar, algodón, bananas, ananás. Las verduras se cultivan casi
exclusivamente para venderlas a la gente de la ciudad.
A
pesar de que la papa es un fruto originario de América, el indio no la cultiva.
Claro que hay excepciones. En México las papas se comen poco. Si se sirven, no
son más de una o dos durante una comida. Son muy caras, el kilo cuesta entre
veinticinco y cincuenta centavos.
La
papa que el indio cultiva a veces es un pequeño tubérculo, posiblemente era así
el fruto primitivo. El indio evita su cultivo porque se reproduce en una forma
impresionante. En esta tierra rica es una de las peores plantas parásitas. Si no
se observa y se controla cuidadosamente su crecimiento, devora no sólo la tierra
del indio, sino toda la tierra comunal. Es muy difícil de extirpar. Una vez vi
una tierra que había sido abandonada a causa de las papas y parecía una jungla
llena de matorrales de papa. Es que aquí no hay planta que se congele, como
sucede en las zonas templadas. Aquí todo prospera, crece y se reproduce durante
todo el año.
Además
de la papa cultivada, frecuentemente se planta una papa dulce, que tiene el
sabor de la papa normal cocinada en agua de azúcar. En México es muy apreciada,
y también en EE.UU., donde se la cultiva y come mucho.
Si
se ven bovinos, en la mayoría de los casos cabe suponer que pertenecen a
mexicanos o a extranjeros. Es raro que el indio tenga ganado mayor. Cuando el
indio vive integrado en círculos civilizados tiene ganado mayor como cualquier
otro agricultor.
Pero
aquí abajo tiene sólo cabras y ovejas. Se las arregla mejor con animales más
pequeños. No se siente cómodo con el ganado mayor. Antes de la llegada de los
europeos a América, los indios desconocían completamente los animales
domésticos. Tampoco conocían animales de carga. No había ni caballos ni mulas.
Los caballos salvajes que ahora viven en grandes manadas en las anchas praderas de Norteamérica y México, son
descendientes de caballos escapados a los hacendados
blancos.
El
indio necesita poca leche. El lactante encuentra suficiente leche en la fuente
natural.
La
leche de cabra se usa sobre todo para la preparación de
queso.
La
lana es un producto indispensable para los indios; porque su vestimenta está
hecha sobre todo de lana pura. En las alturas de la Sierra Madre las noches son
muy frías, aun en pleno verano. Pero no nieva nunca. El agua se escarcha sólo
superficialmente y sólo durante las horas de la madrugada en diciembre y en
enero. Pero durante el día, salvo que lleguen violentas tormentas desde el frío
norte, hace bastante calor. En los distritos de las partes bajas del estado
reina siempre el clima tropical y aquí he visto años en que de diciembre a
enero, salvo pocos días, el termómetro no bajaba nunca de 28 grados a la sombra.
Pero en las partes altas hace un fresco agradable durante todo el año. Así es
que la lana constituye un objeto de uso muy importante.
Antes
del descubrimiento de América los indios no conocían ni lana ni ovejas, por eso
no tienen palabras propias para estas dos cosas. Pero supieron crear una palabra
indicada para oveja que hoy usan todos los indios y es entendida aun por
aquéllos que nunca vieron una. En su lengua llaman a la oveja ciervo de algodón,
y así todo indio, de cualquier nación, sabe inmediatamente de qué se trata.
Porque todos los indios tienen en su lengua una palabra para designar el algodón
y una para el ciervo, porque ambas cosas forman parte de su vida desde tiempos
remotos.
De
tanto en tanto se ven cerdos, en algunas ciudades indias hasta en buena
cantidad. Pero en general son bastante flacos. Andan sueltos y tienen que vivir
de lo que roban, recogen o
encuentran de algún modo. He llegado a ver peleas bien interesantes entre
burros o mulas por un lado y uno o varios cerdos por el otro. El burro vence
frecuentemente, en cambio, un caballo o una mula suelen salir perdiendo. Es
difícil que puedan llenarse una sola vez el hocico del maíz que se les pone
delante si hay cerdos en las cercanías. Aun cuando la mula patea duro para
defender su maíz, al cerdo no le hace nada. Mientras le llueven las patadas, el
cerdo se abalanza sobre la comida sin importarle nada. Los cerdos de aquí no
tienen piel sino cuero. Y debe ser desollados como las vacas cuando se los
carnea. Sólo cuando el indio quiere carnear o vender su cerdo, lo ata cerca de
la casa y le da maíz durante dos o tres semanas.
El
indio come carne sólo cuando la encuentra barata, es decir cuando ha tenido una
buena jornada de caza. En general sólo una vez por semana o una vez por mes,
justo cuando ha estado en la ciudad y ha vendido algo, compra carne. Un trocito,
quizás medio kilo le basta a una familia entera de diez o más bocas. Prefieren
esperar tener suerte en la caza.
Pero el indio se las arregla bien y por mucho tiempo sin carne, sin sentir su
falta.
Ciertos
tipos de verdura, que pueden rendir buen dinero en la ciudad, sólo pueden
prosperar cuando el suelo está bien abonado. En esos casos el indio emplea el
abono de las dehesas.
En
el trozo de tierra que se quiere usar para cultivar la verdura particularmente
valiosa, se coloca el cerco para las ovejas. Durante una semana las ovejas de toda la comuna se llevan
al recinto durante la noche. Después de una semana o antes, según la cantidad de
abono, se corre el cerco hasta colocarlo en el terreno de al lado y se lo deja hasta que también ese terreno esté
bien abonado. Cuando un indio ha terminado de abonar el terreno que necesita, se
quita el cerco y se coloca sobre el terreno de otro ciudadano de la comuna que
necesita abono.
Para
las ovejas es seguramente un martirio, encontrarse cada noche apretujadas sobre
su propio estiércol. Pero también puede ser que tengan otra opinión, pues el
cerco es alto y las protege bien de jaguares y pumas. Y es hasta posible que si
se les preguntara como se sienten de noche cuando oyen el rugir del jaguar en la
selva, contestaran: más vale en la mierda sentadas, que por el tigre devoradas.
Si hasta entre los humanos las opiniones pueden tomar caminos difícilmente
comprensibles. Yo conozco personalmente personitas que pasaron toda una noche
terrible colgados de su cinturón de la rama de un caobo. Y en esta situación
verdaderamente digna de compasión se sentían mejor que acariciados por las
garras del tigre, que creían sentir en las cercanías.
Los
antiguos mexicanos, los aztecas, que no sólo eran excelentes urbanistas, sino
también óptimos agricultores, abonaban sus campos de tal modo que cada año un
cuarto del terreno cultivable tenía que quedar en barbecho. Tanto los
controladores como los conciudadanos controlaban rigurosamente que quedara en
barbecho una parte lo suficientemente grande y que en los otros terrenos se
rotaran los cultivos.
Todo
lo que el indio necesita para sí, se lo hace él mismo: vestimenta, sandalias,
sombreros, impermeables, casas. De tanto en tanto se compran pañuelos o retazos
de lino si los necesitan con urgencia y no hay tiempo de fabricarlos. Pero sólo
si el indio consigue un buen precio para sus productos, pagos por anticipado por
su cosecha o por su trabajo en la plantación o cuando regresa con su salario de
la plantación.
Todas
las cosas que hace él mismo son mejores y duran más que las más caras que pueda
comprar. Esto ya lo ha aprendido.
No
necesita muchos utensilios de hierro. Tal vez un machete y un hacha, algunas
cucharas de lata y en el mejor de los casos, un balde. Conocí a numerosas
familias indias que no tenían un cuchillo en la casa. Cuando durante un año y
medio viví en otro estado sólo entre indios, eran por lo menos cuatro las
familias que venían a pedirme prestado el cuchillo cuando lo necesitaban. De
hecho: se las arreglan bien sin cuchillo. En la mayoría de los casos se ayudan
con el machete o con el hacha. Pero todo indio tiene un machete o un hacha,
porque de todas maneras necesita al menos uno de estos utensilios para su
trabajo. Claro que también vi que tenía vecinos indios que no tenían machete y
que también venían a pedírmelo cuando lo necesitaban para un trabajo
cualquiera.
Como
recipientes los indios utilizan solamente ollas de barro. La vajilla de los
indios tzotziles viene de Amatenango, una pequeña ciudad india cerca de
Teopixca. Aquí es la tribu de los indios tzeltales, la que desde hace siglos ha
asumido la producción alfarera para los indios tzotziles y tzeltales. En la zona
en donde viven tienen una arcilla que se presta maravillosamente para la
alfarería. Todavía se practica así como si en América no se hubiera visto nunca
un europeo. Los indios primitivos desconocen el torno; hacen las vasijas como en
los viejos tiempos, solo con la mano. Y trabajan con la misma rapidez que los
alfareros europeos con el torno. A veces la vajilla es esmaltada. Pero esto lo
aprendieron recién de los europeos.
Según
el tamaño, las vasijas cuestan entre cinco y cincuenta centavos. Para obtener
estos precios los alfareros o los comerciantes indios deben recorrer a veces
cien kilómetros y más con esa mercancía frágil sobre sus espaldas, atravesando
tierras bajas tropicales y las alturas escarpadas de la Sierra. Es demasiado
arriesgado transportarlos sobre lomo de burro o de mula. Estos animales corren
contra árboles o contra muros rocosos con toda su carga. Y como las ollas se
encuentran en sacos que son como redes, no hay una que se salve si el burro se
va contra un árbol. Es decir, que al comerciante indio no le queda más remedio
que llevar su carga de pueblo en pueblo sobre sus espaldas. Quien es capaz de
descubrir lo romántico, lo descubre ya aquí. No hace falta que haya una danza
guerrera. Esta es una danza pacífica. Y tiene una auténtica música, obviamente
una música que violines y flautas no pueden producir.
En
estas ollas de barro la india cocina todo lo que se puede cocinar. Aparte de
eso, lo único que usa es la cuchara, de madera o lata. Tenedores no se ven. Y
habría que ver comer al indio. De golpe se siente la sensación de que el tenedor
es un instrumento bárbaro que no tiene nada que ver con la intrínseca belleza
del acto de comer. No se puede describir el modo de comer del indio. Es de nuevo
música. Cada gesto, cada movimiento de la mano parece una danza solemne. Una
gracia solemne, una paz sublime guían sus movimientos durante la comida.
Nosotros no tenemos tiempo, tenemos tanto que hacer y nunca llegamos a terminar.
Por eso es que nunca tenemos tiempo de concederle a la comida la devoción que
merece. Nosotros no comemos, devoramos. Lo que ha requerido cuatro horas de
preparación lo deglutimos en cinco minutos, sin que nos parezca nada raro. Por
eso nosotros tenemos civilización, pero los indios, cultura. Quien alguna vez
haya visto como un ratón come un copo de avena, se debe avergonzar seriamente
sobre el modo en que nosotros comemos. Y para tapar ese espantoso ruido de
cuchillos, tenedores, platos y las charlas
y los gritos se llega a tocar música jazz durante la comida. Y cuanto más
refinado es un restaurante, tanto mayor es el ruido que hacemos con nuestros
instrumentos de comer y tanto más fuerte y chillona es la música. Y por todo eso
además hay que pagar un suplemento.
El
indio bebe café solamente en días de fiesta especiales o en ocasión de
importantes fiestas familiares. Para el té usa hojas de determinados arbustos.
Aprecia las hojas del limonero que dan un té de rico
sabor.
La
bebida cotidiana es un brebaje de maíz cocido y finamente molido. La masa se
mezcla con un poco de líquido. Este líquido se sazona, según los gustos de la
casa con sal, miel salvaje, leche, canela, vainilla, cacao y a veces con veinte
distintos condimentos, hierbas y jugos de frutas, plantas o flores. Es una
antiquísima bebida india: su nombre indio es: atole. La palabra se incorporó
plenamente en la lengua de los mexicanos. Y los mexicanos de todas las clases
sociales introdujeron esta bebida en su cocina. La primera vez que se toma el
atole a nosotros nos sabe
repugnantemente dulce y por los extraños condimentos tiene un sabor muy
raro para nosotros. Además, la consistencia espesa nos da una sensación poco
placentera al beber este brebaje. Pero si uno vive más tiempo en el país, la
influencia del clima, las
costumbres, las comidas, los condimentos y los frutos se hacen sentir cada vez
más y el atole pasa a ser una
bebida tan habitual como el chocolate.
El
chocolate también es una bebida inventada por el indio. Chocolate y cacao son
palabras aztecas que hoy han pasado a todas las lenguas civilizadas, sin que
nadie se acuerde de que con estas palabras hemos incorporado en nuestras lenguas
términos de la lengua india. Tabaco también es una palabra
india.
El
chocolate, tal como lo preparan y lo toman los indios desde hace miles de años
es todavía hoy una bebida fundamental entre los indios de México. Los granos de
cacao se muelen finamente y se mezclan con mucha azúcar, vainilla, canela y
otros condimentos. Se agrega un poco de agua. Con batidores especiales,
generalmente ricamente decorados y tallados se bate hasta obtener un chocolate
que tiene mucha espuma y poco líquido. Se bebe así espumeante. Y antes de que el
ama de casa sirva una nueva taza, bate nuevamente el chocolate. Este chocolate
espumoso era la bebida preferida del emperador de los aztecas, Moctezuma, que
bebía diariamente cincuenta tacitas doradas de chocolate así
preparado.
En
los mercados indios de México siempre se pueden encontrar una docena o quizás
veinte mujeres indias que están en cuclillas delante de las grandes vasijas de
barro y baten el chocolate con los bellísimos batidores para venderlo allí mismo
a los visitantes del mercado. Aquí se sirve el chocolate espumoso en medias
jícaras, a menudo pintadas maravillosamente. Si la mujer india no es demasiado
pobre, no utilizará nunca un batidor para el chocolate que no esté ricamente
tallado, así como no serviría la bebida marrón y espumosa en escudillas sin
pintar. Para los indios los objetos tienen que entrar en relación. Una bebida
tan noble, digna de los dioses como el chocolate indio, sólo puede entrar en
contacto con recipientes y vajilla de gran belleza.
El
indio bebe cantidades impresionantes de agua, seis a ocho litros por día. Pero
también puede resistir mucho tiempo sin agua, si no le queda más remedio. Si
durante una larga peregrinación no puede conseguir agua de ningún modo, entonces
busca frutos que le puedan hacer olvidar su sed; frutos que quizás no sean
comestibles, pero cuyo jugo calma la sed. Una vez, en que me había perdido en un
monte, que más bien era una selva, y ya llevaba cuarenta y ocho horas sin beber
ni ver agua, arranqué los frutos de un cactus. Por el aspecto me parecían frutos
venenosos o, por lo menos, dañinos. El gusto era repugnante y punzante, pero el
fruto era jugoso y chupando algunos logré olvidar mi sed por completo. Había
chupado sólo el jugo, y deseché el resto de la fruta. No me importaba en
absoluto si podía quedar envenenado o no. Más tarde, cuando ya había pasado más
tiempo en el país, descubrí que los indios utilizaban la misma fruta para el
mismo fin en sus viajes y que también ellos desechaban la pulpa. Desde entonces
sé cómo hacen los hombres para saber cuáles frutos les son útiles y cuáles no.
Hay que probar el fruto, si uno queda vivo, entonces es bueno, si uno tiene
dolor de barriga, más o menos, y si uno se va al diablo, el fruto es venenoso.
Si uno llega a tener un poquito de tiempo antes de irse al infierno, le puede
comunicar a sus congéneres cuál es el fruto venenoso. En la selva tropical no se
puede andar haciendo análisis químicos cuando uno está más de aquel que de este
lado. Y como los hombres primitivos experimentan todo en carne propia, de
ciertas cosas saben mucho más que nosotros. En estas vastas tierras no hay nunca
un cartel a la orilla de un arroyo o de una fuente que diga si el agua es
potable o no. Uno la bebe. Si uno se queda frío, es que era una fuente que
contenía arsénico; si uno recién se enferma unos días después, el agua estaba
contaminada con bacilos de tifo; si uno queda vivito y coleando, el agua era
buena. Estas tierras no son guarderías de niños pequeños. Pero si cerca de una
fuente encuentro costillares de animales y quizás huesos humanos -y en el norte
he encontrado fuentes así- no necesito un cartel que me advierta no beber de esa
fuente. Pero supe del caso de un hombre que bebió de una fuente así y se quedó
tirado. Es que la verdadera sed no conoce advertencias.
El
pulque, la bebida principal de los aborígenes de México Central, que se bebía
allí ya antes de la llegada de Colón, no se conoce en Chiapas. El pulque es una
bebida peligrosa. Se bebe como mosto joven. Pero de golpe uno queda tendido sin
entender más nada de nada. Un europeo no se acostumbra nunca o solo muy
raramente a esta bebida. En el estado en que se bebe normalmente parece suero de
leche y tiene un repugnante gusto a moho. Ese sabor no es comparable a ningún
otro. El pulque es muy barato y es la perdición para una buena parte de la clase
baja del pueblo mexicano.
Una
y otra vez el gobierno intenta poner remedio a este mal. Pero como cada persona
en México puede hacer pulque con poco, con poquísimo trabajo, no hay prohibición
o impuesto que valgan. Sólo hace falta abrir el fruto del maguey, que ya sale el
pulque, se lo deja fermentar un poco o ni eso y listo. Los antiguos indios mexicanos
antes de Colón habían encontrado un medio contra el abuso. Quien era encontrado
borracho, era ajusticiado; sólo las personas que ya no estaban en edad de
procrear podían emborracharse.
En
Chiapas no se bebe pulque. Pero los indios allí saben cómo producir bebidas
alcohólicas. Allí hay muchas más plantas que sirven para ese fin. Una de cada
seis plantas sólo necesita un poco de cosquillas para dar lo que se le pida.
Además, con dos ollas de barro superpuestas el indio sabe hacer un destilador con el que llega a hacer
aguardiente de maíz.
Pero
cuando le sobran unos centavos, prefiere el aguardiente, agua de fuego, en la
ciudad. Este aguardiente es muy barato. Contiene mucha más agua que fuego. En
realidad es más bien un pretexto de aguardiente. Bastan unos pocos vasos para
emborrachar a un indio. Pero en realidad, no está borracho. Pero él cree estarlo
y se comporta como un borracho
perdido. Se tambalea de regreso a casa, lamentándose y gesticulando con los
brazos. Su cabeza no resiste a la pequeña cantidad de alcohol que contiene el
agua. Le viene un gran sueño y se apura por llegar a casa para acostarse a
dormir. Tras lo cual está satisfecho. No serviría de nada prohibirle este
aguardiente. El brebaje que se prepararía él mismo, sería más
perjudicial.
Chiapas
es famoso por su excelente aguardiente, el Comiteco. Está prohibida su venta a
los indios. Y todos se cuidan bien de darles de este aguardiente. Y no por temor
a las consecuencias legales, sino porque los indios demolerían la ciudad.
El
Comiteco es la gloria terrenal de los blancos de Chiapas, especialmente en las
montañas. A eso de las diez de la mañana se empieza a probar el primero. A la
tarde a las cuatro, la segunda ración, considerablemente aumentada. ¿Y qué hacer
durante las interminables noches frescas? Se bebe Comiteco, uno tras otro y otro
más. Pero como no es decente reunirse sólo por el despreciable aguardiente, se
narran cuentos de indios y terroríficas historias de bandidos y asaltantes. Y es
sólo para que estos cuentos se deslicen más fácilmente que se los rocía con
Comiteco. Los cuentos de indios y bandidos nacidos con semejante lubricación no
ahorran en crueldad, magia y acciones heroicas. La mañana siguiente la ciudad
está sumida en el más profundo sopor hasta las nueve. C'est la vie! o: Así es la
vida en el siglo veinte a doscientos cincuenta kilómetros de la estación de tren
más próxima. ¡Qué vaya uno a reformarla!
8
Sólo
en raras ocasiones los indios de aquí abajo tienen bestias de carga, mulas o
burros. Cuando se ve a un indio con una mula o un caballo, es generalmente el
animal del hacendado para el cual trabaja el indio. Para sí mismo todavía no se
ha acostumbrado al empleo de animales de carga o de montar. Sólo en ocasiones de
fiestas he visto indios tzotziles cabalgando. Es muy posible que sea su pobreza
la que les impida tener burros, mulas o caballos, como quizás sea también sólo
la pobreza la que no les permite tener ganado vacuno. Es difícil comprobar cuál
es la verdadera razón. Pero es imaginable que por naturaleza no les guste andar
con animales grandes y tenerlos cerca.
En
las zonas donde viven los indios no es posible usar coches o carros. Los
senderos recorren por horas y horas la selva espesa o las alturas rocosas. Y
muchas veces su ancho apenas permite el paso de un hombre.
Por
eso el indio tiene que transportar todo sobre sus espaldas. Si bien tiene la
carga sobre la espalda, la lleva con la nuca. Alrededor del fardo coloca una
soga gruesa. En la parte superior hay un ancho cinturón de cuero o de tela
gruesa tejida atado a la soga. Este cinturón se coloca alrededor de la frente y
es así que toda la carga es sostenida y transportada con la nuca. Yo mismo probé
y encontré que de este modo es más fácil transportar la carga que como se hace
en Europa, donde se colocan los cintos en los hombros y se pasan debajo del
brazo.
El
indio transporta de este modo cargas de treinta a sesenta kilogramos a cientos
de kilómetros. Con ella trota por los caminos peores, trepa por empinados
senderos de montaña, repta por matorrales espinosos, camina sobre pedregales y
por tierras arcillosas, vadea ríos, pasa de las frías alturas a la llanura
tropical, la cruza y vuelve a subir para cruzar un segundo paso de la Sierra
Madre. No parece sentir el cansancio. Y si lo siente, no lo dice. Y realiza este
trabajo a pesar de que su alimentación consista solamente en tortillas, frijoles
negros y agua. Donde se acuesta, no hay una cama. Se acuclilla en un rincón de
la casa del hacendado sobre piso de piedra y duerme en esa posición o se acuesta
y acerca lo más posible las rodillas al cuerpo. Puede dormir en cualquier
posición y sobre cualquier superficie.
Los
indios que se criaron en las
ciudades, que quizás ya tienen un poco de sangre europea en sus venas, ya no son
tan estoicos. Cuando caminan al lado de uno les gusta lamentarse de la pesada
carga, aun cuando carguen menos que los indios primitivos. Se quejan del calor,
de lo largo del camino y de todo lo que se les pueda ocurrir. Pero no lo hacen
porque resistan menos, sino porque esperan obtener así un pequeño aumento del
salario, o más cigarrillos o una limonada o para prolongar de un día el viaje y
recibir así una paga mayor. Algunos de estos indios de la ciudad son capaces de
convertir un viaje en una tortura con sus interminables lamentos y quejidos. Ya
al principio reciben la mitad más o quizás el doble de lo que reciben los indios
primitivos; y no porque uno les dé más, se acaban las quejas. Pero entre estos
acompañantes también encontré gente con la que era un placer viajar.
Toda
la carga que un indio transporta a la ciudad, sea maíz, pasto o heno, vasijas o
carbón de leña o madera, quizás le rinda cincuenta u ochenta centavos, casi
nunca llega al peso, a veces son sólo veinte centavos. Y para eso ha tenido que
cultivar, cuidar y cosechar, preparar para la venta, acarrear a la ciudad y
esperar allí o ir de puerta en puerta hasta encontrar un comprador. Y lo que él
mismo puede comprarse con la ganancia es tan poco, que mueve a
compasión.
Cuando
reciben el dinero, se lo meten en la boca y lo muerden para comprobar si es
falso, de plomo o madera. Porque con demasiada frecuencia se trata de estafar al
indio por esos pocos centavos, dándole dinero falso o monedas de juguete. Aunque
no sabe leer lo que está escrito en las monedas, conoce exactamente el valor de
cada una y sabe muy bien cuáles ya están fuera de
circulación.
Si
el indio cree que lo están estafando, ya sea con el dinero o en la compra, va a
la policía. Sabe que allí le harán justicia; porque, en caso de duda,
actualmente la policía se coloca del lado del indio.
El
dinero que recibe generalmente lo gasta enseguida para algo que le sirve. Es
difícil que regrese del mercado sin haber comprado frutas en abundancia, que
otros comerciantes indios traen desde las tierras bajas tropicales. Entre éstos
el indio se vuelve loco por los mangos. Si uno le quiere hacer entender la
historia del paraíso es mejor poner un mango o por lo menos una banana en el
lugar de la manzana. Porque por un mango se deja expulsar del paraíso, pero no
creo que se lo juegue por una manzana.
El
dinero que no gasta, lo lleva a casa en su boca, porque no tiene bolsillos en
donde ponerlo. Frecuentemente lo envuelve en una punta de su pañuelo o en otro
trapo que tenga a mano. Los indios cultos de la costa occidental y de México
Central usan como monederos encantadoras bolsitas redondas hechas de fina rafia,
exquisitamente teñidas con colores vegetales naturales.
Llama
la atención la propensión de los indios a la limpieza, la limpieza del cuerpo,
de la ropa, de la casa. Cada vez
que llegan a un río, se bañan enseguida, y hasta cuatro, cinco o seis veces por
día. No se puede pasar al lado de un río sin ver a indios bañándose. También las
mujeres se bañan. Pero siempre apartadas de los hombres. Y se dejan la falda
puesta. Después del baño la dejan secarse en el cuerpo.
Los
vestidos a veces son solo harapos, pero están siempre limpios. Y por más
primitivo que sea el aspecto de las casas, están impecablemente limpias. Y
también la vajilla, aunque no sean más que añicos.
Cuando
reina la sequía da pena ver a las indias buscando afanosamente el agua para
lavarse. Recorren kilómetros con su carga de ropa sobre la cabeza para llegar a
un pozo o a un riacho donde puedan lavar sus cabellos y su
ropa.
Tanto
más asombroso es ver a tanta gente llena de piojos. Pero tan llena, que aun un
campesino piojoso de los Balcanes se asombraría.
Más
asombroso aún es ver que la india dedica cada minuto libre a sacarle los piojos
a su marido o a sus hijos, mientras es una vecina o la hija mayor quien cumple
este acto de amor para con ella. Teniendo en cuenta la exagerada higiene de esta
gente en todas las cosas, debería ser fácil para ellos sacarse de encima los
piojos en pocos días. Por pocos centavos podrían comprar una de aquellas pomadas
o bálsamos que el gobierno hasta les daría en forma gratuita, con tal de
liberarlos de la peste.
Pero
aquí entra a jugar algo incomprensible para nosotros. La gente trata a los
piojos como los monos, los comen, ni bien los tienen entre los dedos. No
hablemos del sabor, nosotros comemos los gusanillos del queso y de la carne,
menudillos de chochaperdiz, muslos de rana y caracoles, todas cosas que dan asco
a los indios. No se debería juzgar nunca a una persona o su carácter por las
cosas que le gusta comer o beber.
Son
exclusivamente mujeres las que se ocupan de quitar los piojos. Nunca vi a un
hombre haciéndolo. Para la india no hay nada repugnante en ello. Le parece lo
más natural del mundo. Lo hace públicamente y en un modo como si fuera el único
fin para el cual el piojo crece y prospera. Es posible que aquí entre en juego
una vieja superstición o alguna influencia religiosa. El piojo podría haber sido
un animal sagrado en su antigua religión, porque vive en el hombre, se alimenta
de su sangre y es así una parte de él. Es posible que exista la creencia de que
la sangre chupada por el piojo deba volver al hombre porque si no éste se
enferma.
Pero
yo conozco un buen método para liberar al indio de los piojos. Basta decirles
que los piojos tienen la culpa de la elevada mortalidad infantil, y que los
piojos trasmiten todas las enfermedades que los llevan a la tumba y entonces
terminan enseguida con los piojos. Claro que no es tan fácil como parece aquí
decir una cosa semejante a los indios. Antes de poder decírselo con éxito,
tienen que haberse acercado más a quienes se lo quieren decir. Y no hay que
olvidar que es la iglesia quien no tiene ningún interés en remediar la
mortalidad infantil, porque es por voluntad divina. Si no fuera por voluntad
divina, no morirían, porque sin esa voluntad ni siquiera un gorrión tiene
cólicos gástricos. Una vez que el niño está bautizado se puede morir
tranquilamente, a los padres ya se les dice en el confesionario que tienen que
concebir muchos niños; que se mueran antes de llegar al mes de vida, es
secundario.
Las
mujeres indias son tímidas ante el extranjero. Se necesita mucho tacto y
prudencia para acercarse a ellas sin que salgan corriendo. Si uno intenta
sacarles fotografías, se cubren la cara o se dan vuelta. Aunque en la mayoría de
los casos no saben qué es un cuadro o una fotografía, basta mirarlas o
enfocarlas con una cámara para que se cubran el rostro. Temen al ojo del
extraño, a su mirada. Y la lente de la cámara es para ellas un ojo misterioso
que las mira.
Con
las mujeres no sirve para nada hacerse amigo de los niños. Al contrario, las
vuelve aún más desconfiadas. El ojo del extraño puede matar o dañar en algún
otro modo al niño. Si, para peor, los ojos son azules, por un lado se trata de
un hijo del sol, pero por eso justamente podría causar quién sabe qué daño al
niño, si ese ojo lo toca. He visto muchas veces, cabalgando por pueblos indios,
cuando casualmente encontraba a una mujer india sentada delante de la puerta de
su casa con un lactante en los brazos, que rápidamente le cubría el rostro con
un pañuelo. A los niños que aún andan colgados de la falda de la madre se les
grita con palabras asustadas que se den vuelta rápido. A los niños mayores no
parece hacerles algún mal; porque cuando les mostraba caramelos envueltos en
papeles de colores, venían con tanta rapidez como en cualquier otro lado. A
ellos les importaba más el dulce que la mirada.
Si
uno quiere observar al indio más de cerca, hay que disponer de mucho tiempo y de
muchísima paciencia. Una y otra vez iba a caballo a la misma ciudad india,
repartía cantidades enormes de cigarrillos a los hombres en la ciudad y a los
que encontraba en el camino, sabiendo que eran de esa ciudad. También daba
cigarrillos a las mujeres cuando las podía alcanzar. Repartía cantidades de
caramelos entre los niños, siempre caramelos envueltos en lindos papeles de
colores. Sacaba fotografías y cuando volvía se las
mostraba.
En
muchos casos la gente no sabía cómo mirar la foto. Una vez fotografié a una
india. Cuando le di la foto en mi segunda visita, la miraba cabeza abajo y no
sabía qué hacer. Entonces se la puse derecha, pero ella no se veía en la foto.
Se reía y hacía muecas pero no sabía para qué podía servir eso. Se la regalé.
Entonces se fue apurada a mostrársela a algunos hombres. Estos al principio
tampoco sabían qué hacer. Pero después comprendieron, rieron y explicaron a la
mujer que era ella misma quien estaba en la foto. Pero la mujer no podía
entender cómo era posible que estuviera en la foto.
Encontré
a muchos indios que no ven el contenido de una foto o de una ilustración. Ven
una mezcla de negro y gris y no se hallan. Faltan los colores y sobre todo falta
el relieve que están acostumbrados a ver en todas partes. Dan vuelta la foto y
esperan ver del otro lado la espalda de la persona o la parte posterior del
paisaje o de la casa. No comprenden la bidimensionalidad de la imagen. Pero
después de un cierto tiempo llegan a percibir la imagen como lo hacemos
nosotros.
Y
uno sigue yendo siempre a la misma ciudad. Pero si entretanto muere uno de los
niños que uno ha mirado o fotografiado, es mejor no aparecer nunca más. Y quizás
sea la última visita que uno pueda hacer a cualquier lugar. Si uno tiene la
suerte que ninguno se enferme, y la gente se va acostumbrando, llega el momento
en que uno es bienvenido. Los niños llegan corriendo y riendo. No mendigan. Pero
si hubo alguno que llegó tarde a la repartija de caramelos, no es difícil saber
quién se quedó con las manos vacías, aunque no mendigue. Para decirlo le bastan
los ojos.
Y
también las mujeres se van acercando, o por lo menos, no salen corriendo. Siguen
volviendo a los lactantes hacia el pecho, pero ya no les cubren las caras en ese
modo brusco que llama la atención. Los hombres ya han tomado confianza, ríen y
charlan, mientras rodean y observan todo. Pero mantienen siempre la
distancia.
Y
finalmente uno logra entrar en sus casas, naturalmente acompañado por el dueño
de casa, a quien uno le pide permiso para sacar fotos del interior. Como las
casas no tienen ventanas y toda la luz entra exclusivamente por la única puerta,
hay que iluminar con medios artificiales lo que nuevamente genera desconfianza,
porque deja olor a azufre, humo y polvo. Un olor así y un humo así sólo
pueden ser obra de Satanás y hay
que convencer nuevamente a la gente de que uno no tiene intenciones
diabólicas.
Las
casas de los indios en las frías montañas son generalmente de barro. Son
cuadrangulares, generalmente de planta rectangular. El techo es a dos aguas con
una extraña cumbrera. Esta cumbrera está abierta a ambos lados para dejar salir
el humo. Este elemento lo he visto solamente entre algunas naciones en Chiapas y
en Guatemala, más al norte el techo es sencillo. El techo está cubierto por
abundante paja. Incluso durante las lluvias tropicales que duran semanas y
provocan goteras en los techos de mexicanos y europeos, si no han sido bien
revisados antes, aquí no entra agua. Estas casas suelen llegar a ser muy
viejas.
La
puerta está hecha de delgados troncos. Cuando el indio abandona su casa para ir
a la ciudad y no queda nadie en ella, la ata con rafia. No tiene cerraduras.
Pero a ningún indio se le ocurrirá abrir una puerta así. Para él está tan
cerrada como una caja fuerte de acero. Si una casa así es asaltada, los
malhechores son siempre mestizos de una ciudad mexicana.
Alrededor
de la casa hay un patio, rodeado por un cerco hecho de delgados tronquitos.
Frecuentemente toda la ciudad o población india está rodeada por un cerco de
este tipo. Estos cercos grandes son generalmente naturales, de arbustos
espinosos, de plantas de maguey o de cactus candelabro. El cactus puede llegar a
ocho metros de altura y estos troncos fuertes y espinosos forman cercos
excelentes. Pero en Chiapas es raro ver este cactus, mientras que en México
Central se lo encuentra por todas partes, donde cerca caminos, campos,
plantaciones y aldeas.
Los
cercos sirven para alejar el ganado chúcaro, ayudan a defenderse de tigres,
leones y coyotes. El tigre americano es más pequeño que el de Bengala, como
también el león americano es más pequeño que el africano. Tampoco tiene la
melena de los leones africanos o asiáticos. Pero no se quedan atrás en ferocidad
y fuerza. En el otoño 1926 un león llenó de espanto la ciudad y los alrededores
de Orizaba, cerca de Ciudad de México. Cayó sobre el ganado, los caballos, las
mulas y burros; y las mujeres y muchachas que trabajaban en las hilanderías de
la zona, sólo iban al trabajo y regresaban a sus casas en grandes grupos. Se me
cruzaron tanto leones como tigres en el camino en el estado de Tamaulipas y en
otros estados, cuando iba a pie por senderos de la jungla, y no tenía ni
siquiera un buen palo como arma. Una vez un león cruzó mi camino a pocos pasos
en un estrecho sendero de la jungla. Se quedó parado, me quedé parado y por un
rato nos miramos. Uno parecía esperar la iniciativa del otro, que obligaría a su
vez al segundo a hacer algo. Finalmente el león se aburrió y se fue trotando
despacito a través de la jungla. Quizás no me consideró digno de mayor atención.
Yo seguí tranquilamente mi camino y cuando llegué al lugar donde él lo había
cruzado me paré, pero ya no vi ni oí más nada del león. Como yo no tenía
intención de hacerle nada, él tampoco me hizo nada a mí. Evidentemente era ésa
la razón. Y yo tampoco hubiera podido hacerle nada, porque no tenía ni siquiera
un revólver y dependía de su buen humor. No sé qué hubiera hecho si se me
hubiera abalanzado. De todas formas, salir corriendo es lo más estúpido que se
pueda hacer; porque el león corre mucho mejor. Eso lo sé y no necesito probarlo.
También trepa a un árbol más rápido que yo. Rezar es pura pérdida de tiempo. De
hecho, en circunstancias semejantes, no queda más remedio que ver qué hará el
otro, y hay que poder pensar a la velocidad del rayo y pensar en el modo de
salvarse. Esta es toda la ciencia a aplicar cuando uno se encuentra
inesperadamente con un tigre o un león, sin tener un arma a
mano.
Aunque
raramente, todavía se pueden encontrar indios que construyen sus jacales en lo
alto de los árboles. La casa sólo se alcanza con una escalera que de noche se
guarda. He visto de estas casas en diversos estados de México. Entre los indios
mexicanos son frecuentes las casas construidas sobre un lago, hasta con jardines
y huertos que descansan sobre palotes, a veces en las cercanías de ciudades muy
modernas.
Los
antiguos mexicanos construían sus casas preferentemente de placas de barro. Los
indios nobles y especialmente los grandes príncipes y reyes construían amplios
palacios de piedra labrada. Las piedras frecuentemente estaban tan perfectamente
talladas que se podían superponer sin necesidad de cemento y sin que se vieran
las junturas. El interior de las casas de los nobles se revestía de madera de
caoba o de cedro prolijamente barnizada y pulida, tanto los muros como los
cielos rasos. Finas alfombras cubrían el piso y colgaban en las paredes. Ciudad
de México tenía alumbrado, cosa que no se cansaron de admirar los españoles;
porque en aquellos tiempos en Europa el alumbrado era escaso o inexistente, todo
aquél que salía de noche tenía que llevarse su propia linterna o sus portadores
de antorchas.
En
los patios de las casas indias se plantan flores, plátanos, uno o dos naranjos o
limoneros y algunos pimientos. Todo el trabajo que no sea el de los campos, se
realiza en el patio. Aquí se tejen las telas, aquí se hila, se curte el cuero,
se hacen los huaraches, se tiñen las telas, se hacen los trabajos de petate o
los trenzados y todos los objetos para uso propio o para
vender.
En
la mayoría de los casos la casa tiene dos habitaciones, una grande y una más
pequeña. Están separadas por una pared que ocupa la mitad o tres cuartos del
ancho y está formada por delgados tronquitos.
El
suelo es de tierra apisonada o de arcilla, nunca de madera. Si fuera de madera,
se podrían esconder debajo todo tipo de insectos y reptiles. El europeo
construye su casa en campo abierto generalmente sobre pilares, el indio sobre la
tierra directamente. Salvo aquellos casos en que construye en los árboles o en
los lagos.
El
fuego del hogar se hace en el suelo, en medio de la casa. Unas pocas piedras
evitan que se propague. El fuego frecuentemente llena toda la casa de espeso
humo, pero la mujer sigue cocinando la comida como si nada sucediera y los otros
habitantes de la casa están sentados alrededor sin darle importancia al humo.
Hay ciudades enteras en México, habitadas por mexicanos y europeos formadas por
casas de madera, una al lado de la otra. Y en todas las casas la comida se hace
sobre el fuego abierto hecho con carbón de leña. Y los incendios no son más
frecuentes que en cualquier lugar de Europa, donde hay cocinas de hierro
cerradas y casas de
piedra.
9
La
india necesita una buena cantidad de ollas para su cocina, aunque una familia
pobre también se las sabe arreglar con tres. Las comidas se componen
principalmente de tortillas y frijoles.
Las
tortillas se siguen preparando hoy tal como en los tiempos antiguos, mucho antes
de Colón. Al mexicano le gustan tanto como al indio. Son el pan de cada día, el
indio no conoce otro pan y tampoco lo conocen millones de personas de las clases
más bajas de México. Considero que este pan es más saludable que el pan europeo,
seguramente más saludable en este
país y en este clima. Resiste transportes prolongados también en la zona
tropical. Basta calentarlo sobre un fuego y ya está listo.
El
maíz en granos se cuece hasta que los granos estén bien tiernos. Después se los
deja en el agua caliente de la olla durante unas veinticuatro horas más,
colocándola cerca del fuego o en la ceniza caliente. Tras lo cual, los granos
cocidos son molidos sobre una piedra rectangular que mide unos 30 centímetros en
el lado angosto y unos 60 centímetros en el lado largo, usando otra piedra
alargada y redondeada, de aproximadamente 40 centímetros de largo y 8
centímetros de espesor. La piedra plana tiene cuatro pies pesados y está
colocada de manera tal que es más alta del lado del cual se ubica la mujer que
del otro. Además, la piedra es ligeramente cóncava, de modo que la masa no se
desparrama durante la molienda. Siglos antes de Colón los indios ya usaban la
piedra, o mejor dicho esas dos piedras, de igual forma y aspecto. No se
modificó bajo la influencia
europea, porque en esto los europeos no tienen nada mejor que
ofrecer.
Durante
una excavación en San Angel, cerca de Ciudad de México, fue encontrada, entre
muchos otros enseres, también esta
piedra de moler. Se ha comprobado, sin lugar a dudas, que todos aquellos
objetos, incluida la piedra de moler, tenían más de cinco mil años, porque
estaban cubiertos por una capa de lava, cuya edad se calculó entre cinco mil y
siete mil años. Esta piedra de moler de cinco mil años tiene casi la misma forma
que las piedras que todavía hoy los indios usan para la misma
tarea.
Esta
piedra de moler, uno de los objetos más necesarios en el hogar indio, se llama
metate. La palabra es de origen indio y los aztecas dicen
metatl.
El
metate, amén del sarape (N.d.T.: "Zarape" en el original), la manta de lana
multicolor, con la que los indios se cubren para dormir o también durante el
día, y del petate, una esterilla hecha de una especie de paja, sobre la que el
indio duerme, son los tres objetos característicos del país y de su población
indígena desde tiempos inmemoriales y los europeos no los modificaron en lo más
mínimo, ni en cuanto al uso ni a la fabricación ni al
nombre.
Se
requiere un cierto esfuerzo y bastante habilidad para moler los granos de maíz
cocidos hasta obtener una masa espesa y seca. En las ciudades mexicanas la parte
más dura de la moledura se hace con molinos manuales de hierro forjado, que las
familias compran y que tienen una cierta semejanza con los molinos de carne. En
las ciudades mexicanas también se puede comprar esta masa previamente molida
cruda. Pero ninguna mexicana y a mayor razón ninguna india, utilizarían esta
masa tal cual. Es necesario seguir moliéndola en la piedra de moler hasta
obtener la fina consistencia indispensable para una buena tortilla. No se debe
sentir ni un grumito de grano en la tortilla.
La
mujer toma un trocito del tamaño de una nuez de la masa espesa y seca.
Aplastándolo lo achata y después golpea la tortita entre sus manos el tiempo
necesario para volverlo delgado como papel y perfectamente circular. El diámetro
de la tortita es de aproximadamente 15 centímetros. El trabajo de golpear la
torta hasta volverla delgada y redonda requiere mucha habilidad. Lo intenté
innumerables veces, nunca obtuve un resultado que valiera la mitad que el de una
india. La torta debe ser de un grosor perfectamente parejo y redonda, sin ningún
bultito, pero tampoco debe ser como
una chapa, tan lisa y regular. Ahora también hay máquinas que achatan las
tortas; porque la demanda de tortillas en las grandes ciudades es tan grande que
vale la pena producirlas industrialmente. Pero al comerlas se siente enseguida
la diferencia entre una tortilla casera y una que no lo es. En las cocinas de
los mexicanos es una cocinera india quien hace las
tortillas.
A
cualquier parte donde uno vaya, para el desayuno, para el almuerzo o la cena, a
una ciudad o a un pueblo en México, en cada casa, en cada choza, en cada carpa,
en cada cuchitril de tablas torcidas se oye golpear las
tortillas.
El
indio y también el mexicano frecuentemente condimentan la masa para las
tortillas con una hierba que tiene un lejano parecido a la mejorana, pero cuyo
sabor es muy particular, y que al europeo le resulta extraño y la quintaesencia
de lo mexicano.
Una
vez que la tortilla ha sido golpeada, se la coloca sobre una chapa circular que
se pone directamente sobre el fuego de carbón o de leña. Mientras la mujer sigue
golpeando sus tortitas, vigila la cocción de las tortillas. La tortilla no puede
ponerse marrón, ni siquiera crocante, ni bien toma un ligero color amarronado,
ya se la considera arruinada y vuela enseguida afuera de la casa. Sólo la gente
muy pobre no hace volar afuera de la puerta una tortilla algo
quemada.
Y
aquí, delante de la puerta se desarrolla algo que pasa constantemente de la
comedia al drama, de la farsa a la tragedia. Ni bien se comienza a sentir el
golpeteo en la casa, se reúnen los camaradas animales de la casa india, los
perros, los gatos, las gallinas, los pavos, los cerdos y si la gente tiene un
burro, tampoco éste falta a la cita. Están todos ahí a la espera de las
tortillas marroncitas, es decir malogradas, del ama de casa. Basta sólo
imaginarse todos estos animales con sus distintos caracteres para hacerse una
idea de lo que aquí sucede. Perro y gato, quizás una docena de gallinas y otro
tanto de pavos, además, los cerdos y el burrito. La de mordidas, rasguños, picotazos,
empujones con el hocico es indescriptible. Los cerdos y los pavos se llevan la
parte del león, el pobre burrito nunca atrapa nada y en realidad sólo está como
comparsa, aunque las tortillas le gustan tanto que sería capaz de sacrificar su
salvación eterna por ellas. Hay que tener en cuenta en toda esta lucha que las
tortillas que se malogran son escasísimas en número, tres , cuatro o cinco,
raras veces más.
Una
vez terminada, la tortilla tiene que ser de color blanco amarillento, pero tener
un toque como si un segundo después fuera a adquirir un ligerísimo brillo
amarillo oscuro. Entonces sí que está buena. Hay que comerla muy caliente o por
lo menos tibia. De lo contrario no sabe a nada o a paja cocida. Para un europeo
que la come por primera vez no tiene ningún gusto. Le parece sosa y añora su
pan. Con el tiempo se le pasa y cuando viaja y durante su viaje no encuentra
otra cosa que comer en lugar del pan, comienza poco a poco a dejarse seducir por
la tortilla y Europa ya no lo reconquista.
A
esto se le agregan los frijoles. Los frijoles son judías negras, a veces pardas,
nunca blancas. Las judías se cocinan durante horas en una olla de barro. Cuando
están blandas se salan ligeramente y ya están listas. A veces se agrega algo de
grasa. Los frijoles sobrantes se aplastan hasta formar un puré espeso al que se
le da forma de salchicha. Recalentado se lleva tal cual a la mesa. Pero el indio
prefiere los frijoles enteros, y no aplastados.
Tortillas
y frijoles constituyen la parte fundamental de toda comida de los indios y de
los mexicanos. Son lo que para el habitante de Europa Central, el pan y las
papas. El presidente de la República mexicana, sus generales, gobernadores y las
más distinguidas familias mexicanas del país comen tortillas y frijoles con igual placer que el indio más pobre.
Las familias mexicanas distinguidas
tienen una cocina francesa, española o americana. Pero cuando no se sirve
una comida en honor a un extranjero, o si no hay extranjeros en la mesa, uno
encontrará tortillas y frijoles en la mesa del más distinguido de los mexicanos.
Los hoteles y restaurantes más elegantes en todo México tienen tortillas y
frijoles listos para servirlos a sus huéspedes o, si alguien los pide, los hacen
buscar de una fonda cercana. No conozco ninguna comida que sea hasta tal punto
plato nacional para algún pueblo como lo son tortillas y frijoles para el pueblo
mexicano.
Es
un atentado a las buenas costumbres comer las tortillas secas, sin relleno, con
cuchillo y tenedor y es un crimen cortarlas con el cuchillo. Sólo se les hace
honor con los dedos.
El
indio y el trabajador mexicano utilizan la tortilla al mismo tiempo como
cuchara. El indio la arrolla a medias y así recoge los frijoles, la restante
verdura y la carne cortada en pequeños trozos y mete todo en la
boca.
En
general, el comensal arrolla los frijoles en la tortilla y muerde un trocito.
Además de los frijoles en la tortilla se arrollan frecuentemente queso, trocitos de carne, ensalada,
verdura, pescado y cebollas; hecho así se llama taco.
Con
ayuda de la tortilla se prepara también otro plato, la enchilada. La tortilla se
pliega una vez y se fríe en aceite o en grasa hasta que toma un color dorado.
Entonces se meten dentro del pliegue de la tortilla: carne de pollo, vaca o
cerdo, o pescado o huevo duro, a esto se agrega verdura, pequeños trocitos de
papa, lechuga, una delgada tajada de tomate, cebolla, queso de cabra rallado y
para terminar mucho chile. De cada cosa se pone tan poco, que todo encuentra
lugar en la tortilla. La tortilla así rellena se vuelve a freír brevemente en el
aceite hirviendo. La cantidad de aceite debe ser tan poca de no engrasar
demasiado el relleno. Una vez sacada del aceite hirviendo, la enchilada está
lista. Se come bien caliente. Según el gusto del comensal la enchilada se sirve
crocante o tierna. Estas enchiladas son el plato fuerte que se prepara y se
ofrece en plena calle. Para acompañar se ofrece café. Come el comensal observa
detenidamente todas las acciones de la cocinera, va ordenando durante la
preparación lo que quiere como relleno. La cocinera no se puede permitir ninguna
cochinada o suciedad, porque el comprador está parado o sentado directamente
delante de ella.
Una
tal cocina de enchiladas, que siempre está en manos de mujeres y generalmente de
mujeres indias, es el restaurante más pequeño y la fonda más pequeña de la
tierra, apenas algo más grande que una cocina para muñecas. El anafre es una
lata de grasa en desuso, llena de carbón de leña. Sobre la cual se apoya una
chapa plana, algo cóncava en el centro, con el aceite hirviendo. Al lado hay un
pequeño cajón con algunas vasijas de barro, en las cuales se prepara todo lo
necesario para rellenar las enchiladas. Los huéspedes se paran alrededor o se
acuclillan en el suelo. La propietaria del restaurante, una india o una mestiza,
también está sentada en el suelo.
Aquí
en este restaurante comen los indios deambulantes, los trabajadores de la
cercana fábrica, los albañiles y los obreros de la construcción de la obra
cercana y no es raro que el señor arquitecto o el ingeniero desde su oficina
mande a buscar un bocado. Entre estos minúsculos restaurantes pasan los músicos,
que por diez o veinte centavos tocan lindas canciones mexicanas y cantan. Por
encima pasa volando el avión más moderno con pasajeros o con el correo y a unos
pocos pasos viaja el automóvil más elegante que se pueda fabricar en los EE.UU..
Y todo concuerda. Sin angulosidades ni asperezas. Es
México.
A
la hora del almuerzo hay docenas de mujeres indias con sus cestas llenas de
tortillas sentadas en la calle y en las plazas de las ciudades mexicanas para
vender su mercancía. Porque para cientos de mujeres la preparación y la venta de
tortillas caseras es el único recurso. Muchas familias que quieren ahorrarse el
esfuerzo de golpetear las tortillas, se las compran a estas mujeres. La india se
las ingenia perfectamente para mantenerlas durante horas calientes en su cesta.
En las ciudades más grandes diez tortillas cuestan diez centavos. Las enchiladas
cuestan cinco centavos cada una, a veces dos por quince centavos, a veces dos
por cinco centavos. En mis tiempos flacos, cuando frecuentemente no tenía más de
cinco centavos en el bolsillo, aprendí a conocer el valor de las tortillas y
enchiladas. Después de haber comido dos o tres enchiladas uno tiene la plena
certeza de haber almorzado.
Otra
comida india son los tamales. Se mezcla la pasta de maíz con mucha pimienta roja
o verde, llamada chile, con carne de ave o de vaca molida y con una docena de
distintas hierbas aromáticas. Esta pasta se arrolla en una hoja de plátano y se
cuece. El tamal se sirve con la hoja y se come caliente. Estos tamales calientes
se ofrecen por las calles tal como las enchiladas. Numerosos buenos restaurantes
ofrecen como único plato estos tamales, pero en estos casos, tienen tamales con
relleno de distintos tipos de carne. Un europeo que come tamales por primera
vez, necesita dos litros de agua para bajar este alimento, del que observa:
"Pero no es más que puro chile." Pero también en este caso llega el tiempo en
que basta olerlos o sentir el grito: "¡Tamales! ¡Tamales calientes!" para salir
disparado como una flecha. Esto sucede en ese período de la vida en que uno es
capaz de comer media docena sin pensar ni siquiera en agua, y sigue tranquilamente su camino como si
nada hubiera sucedido, hasta que por pura casualidad bebe un vaso de café o de
agua helada.
Un
proverbio dice:"Quien una vez ha comido tamales y abandona el país, muere de
nostalgia por México." Este dicho se ajusta al americano, si también al europeo,
no lo sé, aún no he tenido oportunidad de comprobarlo.
Otra
comida india, que ha llegado a ser un típico plato mexicano y que se sirve tanto
en los más elegantes restaurantes mexicanos como en una fonda india, en el jacal
del simple peón, al igual que en el palacio del mexicano distinguido, es el mole
de guajolote. Guajolote es la palabra mexicana que designa al pavo. Los pavos se
comen en México y en los EE.UU. cien veces más de lo que en Europa Central se
come el pollo. El mole es una salsa marrón, cuyo ingrediente principal es
nuevamente el maíz, que se mezcla con caldo hasta formar la salsa. Los
ingredientes de esta salsa son no
sólo mucho chile verde y rojo cortado fino, sino docenas de otros
condimentos. Si hasta se añaden azúcar y cacao en polvo. Con esta salsa se
salsea el pavo cocinado y después se vuelven a cocinar juntos un poco más. Las
mujeres indias, las cocineras mexicanas de las casas distinguidas, tal como los
cocineros de los restaurantes elegantes, se empeñan en crear un mole
particularmente picante y son muy celosos de su receta, como el cura del
sacramento. Un mole especial, originario de la ciudad de Puebla, donde fue
influenciado por los monjes, que siempre se interesaron por las buenas recetas
de cocina, se llama mole poblano.
Todas
las comidas y bebidas aquí citadas son desconocidas en España. Ni siquiera se
encuentran sus nombres en los diccionarios españoles. Su origen es netamente
indio. Aquí se ve lo mismo que sucedió en Inglaterra y en Galia (Francia) en los
primeros siglos de nuestra historia: los conquistadores y colonizadores, casi
exclusivamente hombres, se mezclan con mujeres de los países conquistados y
adoptan así la cocina, los platos y las palabras que los designan, mientras que
todas las cosas que se refieren a actividades masculinas, se basan en la lengua
y en las costumbres de los conquistadores. De esta manera se forma la base de un
nuevo pueblo, que lentamente se diferencia por lengua y costumbres de cada uno
de los dos pueblos originarios.
Además
de estos ingredientes básicos de la alimentación cotidiana, el mexicano cuenta
con una cantidad exorbitante de plantas y raíces, que puede preparar como
verdura, sin tener que ocuparse de cultivarlas. Los zapallos llegan a ser como
barriles de cerveza, sin cuidados, sin abonos y generalmente sin necesidad de
sembrarlos. Basta que en un terreno
alguna vez hayan crecido zapallos o que un burro que haya comido zapallo deje
caer allí sus regalitos. El tomate salvaje crece en tales cantidades que en
media hora uno consigue llenar dos grandes bolsas. Estos tomates salvajes son
del tamaño de cerezas, pero son más sabrosos que los tomates de cultivo. Hay un
ananá salvaje que el indio come como verdura. El nopal, una especie de cactus
grande, el mismo que aparece en el escudo mexicano, da una verdura que se
prepara como la chaucha verde y tiene un sabor parecido. En el sur de México hay
un fruto, el ahuacate, ampliamente difundido, que algunos llaman mantequilla
mexicana. Es verde y del tamaño de la cáscara exterior verde de la nuez. Tiene
el mismo aspecto. En el centro tiene un gran carozo. Entre el carozo y la
cáscara gruesa verde hay una pulpa verde, blanda como mantequilla y semejante a
la nata, que se puede untar sobre el pan o las tortillas como si fuera
mantequilla.
Hay
una innumerable cantidad de árboles y arbustos, cuyos frutos son comestibles. El
mango es el fruto preferido de los indios. Tiene la forma de una pera grande. La
cáscara es muy gruesa, como la de todos los frutos tropicales. Dentro hay una
pulpa amarillo huevo, tan jugosa, que chorrea cuando se la come. Al europeo le
lleva un cierto tiempo acostumbrarse al sabor del mango crudo; porque tiene un
fuerte sabor a trementina. Y además sabe como si en él se almacenaran todos los
aromas bochornosos y febriles del trópico. Los indios suelen comerlo con la
cáscara, aunque ésta sea como cuero. Calma el hambre y la sed. En temporada se
pueden comprar en Chiapas hasta cinco por un centavo. Y cinco bastan
perfectamente para saciarse.
Los
plátanos y los cocos son un poco demasiado caros para servir de alimento al
indio más pobre. Pero a veces se pueden comprar por diez centavos de doce a
veinte plátanos. De los cocos, en general, se bebe sólo la leche, lo demás se
desecha o se come sólo un poco. Todos los precios de estos frutos se determinan
solamente en función de los costos del trabajo que implican la cosecha y el
transporte.
El
indio no tiene muebles en su casa, o por lo menos, no se trata de muebles tal
como los concibe un europeo. No tiene ni silla ni mesa. Se sienta en el suelo.
Su forma de sentarse demuestra que no pertenece a la raza mongólica, cuyos
miembros se sientan de modo completamente distinto. Pero hoy en día los indios
ya tienen un tosco banco de madera delante de la casa y frecuentemente también
dentro de la casa. Las mesas sólo se ven raramente, únicamente en casa de los
indios pudientes, del cacique o de uno de los personajes distinguidos de la
tribu. La mesa se usa más a menudo para apoyar cosas o para trabajar, y no tanto
para el uso común o para comer.
Para
dormir usan una estera, el petate, que durante el día se enrolla y se pone
aparte. El dueño de casa y la mujer suelen dormir sobre un armazón de madera,
toscamente labrado. También aquí la base no es más que la
estera.
En
el caso de que el indio tuviera ropa de sobra, la cuelga de palos de madera
encajados en los postes que soportan el techo, de los que también se cuelgan los
alimentos que hay que proteger de ratones, ratas, perros y
gatos.
El
niño más pequeño, si ya no duerme con su madre, duerme en una especie de cajón
colgado por medio de una soga del travesaño de la casa, en el centro del cuarto. En
ese cajón, así colgado, el niño está bien al seguro de víboras, escorpiones,
ratas y cuanto bicho ande por el suelo. En los distritos tropicales, en donde el
mosquito es una plaga, los que no son demasiado pobres, usan también
mosquiteros. Los que no tienen mosquiteros, se envuelven la cabeza con una vieja
bolsa o con otros harapos que encuentren.
En
los viejos tiempos el indio sabía trabajar el algodón y a partir de la planta de
maguey sabía producir una excelente tela de seda, así como papel de suprema
calidad, tal como lo permiten apreciar los manuscritos que se han conservado
perfectamente. Los indios, especialmente los que los españoles encontraron en
México Central, en particular en las ciudades de México, Texcoco y Tlaxcala,
iban ricamente vestidos, tanto los hombres como las mujeres, en la medida en que
pertenecieran a las clases altas. Nadie iba desnudo en aquellos distritos,
porque el clima, que en invierno es bastante fresco, no lo permite. No se
conocía la lana. Para los abrigos usaban plumas y pieles.
Numerosas
naciones indias en México andan prácticamente desnudas. Numerosas tribus que
viven en los estados de Puebla, de Veracruz, en Sonora, en Chihuaha llevan sólo
un simple taparrabo. Los lacandones en Chiapas deben de ir completamente
desnudos. Aquellos que viven en los márgenes de la civilización y de tanto en
tanto llegan a los pequeños pueblos de las periferias, llevan sólo camisas, que
se quitan ni bien salen del perímetro de la ciudad.
La
prenda exterior de los hombres tzotzil consiste en un sarape de pura lana, que
las mujeres hacen en la casa. La mujer esquila las ovejas, lava la lana, la
hila, teje el sarape y lo tiñe con colores naturales.
El
largo del sarape es de aproximadamente ciento ochenta y el ancho de ochenta
centímetros. Exactamente en la mitad de la manta hay un corte que tiene el
tamaño justo para hacer pasar la cabeza. El sarape se pone de tal modo, que una
de las partes largas cubre la parte delantera y la otra, la parte trasera del
cuerpo. A los costados del sarape hay cordeles con los cuales se atan los lados.
Uniendo también los lados debajo de los hombros, se forman las mangas y el
vestido está listo.
Alrededor
de las caderas se pasa un cinturón angosto o un cordel. De este modo, el vestido
adquiere una forma agradable, que se mejora acomodando la tela para formar
pliegues. El vestido permite un paso amplio y libre, ya que normalmente está
atado sólo hasta las caderas.
Debajo
de ese vestido visten una camisa de algodón blanca y pantalones de algodón
blancos, que llegan hasta las rodillas. La pantorrilla queda desnuda. Los
hombres calzan huaraches hechos por ellos mismos. El trabajo del cuero es
cuestión de hombres. Los huaraches son bastante toscos, una suela que tiene la
forma del pie y se mantiene atada al mismo por medio de tiras. Una tira pasa
entre el dedo grande y el segundo hasta llegar a las tiras del tobillo para
fijar el huarache al pie. Los chamulas, los zinacantanes y algunas otras tribus
de los tzotziles tienen además una tira ancha que cubre el talón hasta el
tobillo. Esta tira generalmente no supera los seis centímetros. Su altura indica
en algunas tribus el rango de quien las lleva. Los nobles llevan tiras más altas
que los hombres humildes; el cacique lleva la más alta. En su caso puede llegar
a veinte centímetros. En estos últimos tiempos cada uno lleva esta tira de la
altura que le place; también aquí las diferencias de rango comienzan a
desaparecer y a merecer menos atención. Los caciques de los chamulas y de los
zinacantanes llevan hoy tiras tan bajas como todos los otros hombres de la
tribu. La tira está teñida de negro, mientras el resto de la sandalia conserva
el color natural del cuero.
La
prenda exterior es a veces de color negro, algunas veces gris con delgadas rayas
negras, otras gris, en otros casos, toda blanca. En general, es del color
natural de la lana, tal como ha sido esquilada. En la parte inferior puede ser
que tenga flecos que resultan de no tejer la manta hasta abajo, es decir, que se
termina una palma de mano antes.
El
vestido es muy abrigado y sin embargo extraordinariamente ligero. Para los tzotziles, que viven en un
distrito que tiene clima en parte tropical, en parte moderado y muy fresco,
donde las diferencias de temperatura entre el día y la noche suelen ser
notables, este tipo de vestido es una solución ejemplar.
Los
sombreros son de pajillas del tipo de la rafia, que se obtienen de distintos
tipos de pastos y juncos. Las formas puede
ser muy distintas. Cada tribu usa una forma particular. Un chamula no
usaría nunca el sombrero previsto para el zinacantano. Los huisteños llevan en los días de
fiesta sombreros tan pequeñitos que parecen los de un payaso de circo. En la
vida cotidiana llevan sombreros algo más grandes.
Los
muchachos llevan la misma ropa que los hombres. La forma del sombrero para ellos
no tiene aún mucha importancia. Se les da el sombrero característico de la tribu
recién cuando llegan a la edad adulta. Hasta el quinto o sexto año de vida, los
niños generalmente van desnudos.
Hay
una prenda de los indios de Chiapas que parece ser tan antigua como la raza. Se
trata del impermeable. Son los indios mismos, los hombres, que lo hacen. Usan
tallos de juncos o de pastos duros. Los tallos se entretejen. Cuando el indio
anda por los caminos lleva siempre su impermeable enrollado, colgado de un
hombro. Cuando se lo pone suele parecer un puerco espín. Pero el impermeable es
increíblemente ligero. Aunque llueva ininterrumpidamente durante veinticuatro
horas, el impermeable no deja pasar el agua, cuando el de un europeo después de seis horas de
buena lluvia tropical ya está completamente mojado del lado de
adentro.
Las
mujeres llevan faldas de pura lana, que ellas mismas hacen. El color es negro,
sin excepciones. Muy raramente puede suceder que la falda sea negra con
finísimas rayas grises, que apenas se ven. La falda tiene casi el doble del
ancho necesario. Adelante la tela se pliega dos veces, de manera que una tabla
queda sobre el muslo izquierdo y la otra sobre el derecho; tras lo cual las dos
tablas de ajustan y se traban. Así la falda se ajusta al cuerpo sin necesidad de
botones, ganchos, lazos u otras cosas. A veces se agrega un cordel por la
cintura, si la mujer quiere mayor seguridad. Estos cintos tejidos de unos tres
centímetros de ancho suelen ser de gran belleza y colorido. Algunas mujeres no
le dan importancia a las dos tablas longitudinales, que son consideradas
elegantes, y pliegan la falda con una sola tabla lateral, de manera que por
delante la falda es completamente lisa.
La
calidad del material y la habilidad en el hilado y en el tejido hacen que una
falda así dure diez años o más. Como la mujer tiene un hijo cada año, esta falda
no sólo es cómoda, sino también económica. No hay que cambiar nada cuando las
formas de la mujer se van modificando, basta angostar las tablas a medida que la
mujer lo necesita.
La
mujer cubre la parte superior del cuerpo con un sarape similar al que usa el
hombre, con la única diferencia de que es más corto y que se mete dentro de la
falda como si fuera una blusa. Los lados de esta prenda están abiertos como en
el caso de la que usa el hombre. Se los ata sólo ligeramente. Así, para la madre
es cómodo amamantar al pequeño manteniendo el pecho parcialmente
cubierto.
En
vez de esta blusa de lana, las mujeres a veces usan una especie de camisa de mangas cortas y anchas.
Frecuentemente las mujeres no usan ninguna camisa debajo de la falda y de la
blusa de lana. Suelen verse mujeres que llevan un chal blanco de algodón
alrededor del pecho y de los hombros. Pero son
excepciones.
El
tocado es curioso. Consiste en una manta de lana negra, de aproximadamente cien
centímetros de largo por 30 centímetros de ancho. Esta manta se pliega una vez a
lo largo y se coloca sobre la cabeza de manera que la parte plegada sobresale lo
necesario como para proteger la cara del sol, mientras las dos puntas cuelgan
por detrás, protegiendo la nuca de los rayos solares. Este tocado hace que las
mujeres se parezcan a las imágenes de las esculturas de los asirios y egipcios.
Pero por los caminos se pueden ver tantas mujeres con el tocado como sin él. No
usan ningún otro tipo de tocado. En general, las mujeres mexicanas usan menos el
sombrero que las mujeres europeas.
Sólo
en raros casos, si tienen los pies lastimados o delicados, las mujeres indias
usan huaraches u otro tipo de calzado. Van siempre
descalzas.
Tanto
en la vestimenta, como en su comportamiento, las mujeres son muy
pudorosas.
Las
niñas van vestidas tal como las mujeres. Lo que les da un aspecto cómico. Y ese
efecto cómico se acentúa por su expresión serie y digna. Mientras los varones
van desnudos por mucho tiempo, las niñas, por pequeñas que sean, están siempre
vestidas.
10
Los
muchachitos son bastante atrevidos, aun frente a un extraño. En la mayoría de
los casos, cuando uno entra cabalgando en un pueblo, se junta enseguida toda una
banda de muchachos y si uno hace ver que está por desmontar, ya hay algunos que
se acercan para ocuparse del caballo y llevarlo a pastar. Y si uno entra en una
escuela, se levantan al primer gesto del maestro y saludan al visitante con un
sonoro:"¡Buenos Días, Señor!" (N.d.T.:con grafía alemana en el original,
"Senjor"). Y ya no hay modo de tenerlos adentro. Afuera del aula y a ver qué
aspecto tiene el extraño visto por atrás, qué tipo de montura tiene, cuál es su
equipaje y todo lo demás que haya para ver. Es que se trata de un gran
acontecimiento que quizás se dé una sola vez al año o ni una sola vez en tres
años. Los muchachitos siempre están dispuestos a dejarse fotografiar y hacer
casi todo lo que uno les pide, siempre y cuando uno pueda hacerles entender lo
que uno quiere.
Las
niñas en cambio no se muestran. Posiblemente estén tan excitadas y curiosas como
los niños; porque muchas veces pude
darme cuenta de que espiaban detrás de las rendijas de las casas. Y si llegaran a estar paradas en los
postigos de las puertas, se ve tanto miedo en sus rostros, como si fueran a ser
comidas.
Si
uno de golpe encuentra muchachos
afuera, en las cercanías del pueblo, muchas veces se quedan parados sin miedo,
dejan que uno se acerque y pase cabalgando, saludan en español, como aprendieron
en la escuela y se quedan mirando fijo hasta que uno desaparece. En el peor de
los casos eligen un lugar por donde desaparecer sin poder ser perseguidos cuando
tienen dudas acerca de las intenciones que podría tener el
extraño.
Pero
si uno sorprende a una niña o aun a varias, que quizás estén sentadas a orillas
de un arroyo para lavarse o para cuidar las cabras, desaparecen como el pájaro
espantado, tras unos segundos de quedarse como
acalambradas.
Un
día cabalgaba cerca de un pueblo chamula, no lejos de Huixtán. Al salir de la
selva espesa, encontré delante de mí un prado amplio, en el que pastaba una
manada de ovejas. Descubrí a la pastora sentada cerca de un arbusto. Era una
niña india de unos doce años.
Até
mi caballo de batalla a un árbol, tomé mi aparato fotográfico y fui a pie con la
intención de conservar la imagen de la pastora para el futuro. Ella no me había
visto, porque yo estaba todavía entre los árboles.
Apliqué
rigurosamente todos los trucos que se indican en los libros de indios, para
acercarse a un indio en campo abierto. No quebré ni una ramita, repté por el
pasto alto como una serpiente, aproveché inteligentemente cada pliegue del
terreno para engañar a la india. Logré acercarme sin que una sola hojita
crujiera. Pero cuando miré bien, mi india había desaparecido. Evidentemente
conocía trucos que en los libros de indios no se describen. Estoy convencido de
que ya me había visto antes de que yo llegara a la pradera, pero que se había
quedado tranquilamente sentada para confundirme.
Busqué
por todo el lugar, repté debajo de todos los arbustos, miré en la copa de cada
árbol, no pasé por alto ni un surco de tierra. No podía encontrarla. No podía
haber ido al pueblo, porque yo la habría visto y ella habría supuesto que yo la
alcanzaría fácilmente con el caballo. Y sin embargo yo sentía que cada uno de
mis pasos era observado, según me alejara o me acercara, con temor o con
esperanza. Y como me sabía observado, me comportaba en
consecuencia.
Fotografié
las ovejas con toda parsimonia. Algunas ovejitas pequeñas se acercaron, las
acaricié y les toqué el pelo. Después abrí el papel brillante y el papel rojo,
en el cual habían estado envueltas las películas, de modo que pudieran ser vistas de todos
lados y los dejé allí. Junté mis cosas y volví a lo de mi caballo, cargué
primero todo, monté y me fui silbando.
No
era necesario darme vuelta para saber lo que sucedía detrás de mí en la pradera.
Como una flecha había llegado la niña india y se apoderaba de aquel maravilloso
tesoro, el papel de estaño.
Cuatro
días después pensé que había llegado el momento de recibir el premio merecido
por mi esfuerzo y por el papel que para mí carecía de todo valor. Cuatro horas y
media de cabalgata de ida y cuatro y media de regreso no me parecieron un precio
demasiado alto si conseguía ver a la pastora.
Al
acercarme a la pradera, pero estando aún en medio del bosque empecé a cabalgar
más rápido. Llegué a la pradera, vi las ovejas, pero no a la pastora. Era
imposible que las ovejas estuvieran solas, pensé, y cabalgué a buena velocidad
hacia el centro de la pradera, dirigiéndome al árbol, bajo el cual, según la
posición de las ovejas, debía de encontrarse la pastora.
No
le hubiera servido de nada escapar, dado que yo ya me encontraba en el prado y
la hubiera alcanzado en un instante. Desmonté y dejé que mi cabalgadura se las
arreglara sola. Empecé a dar vueltas alegremente, cantando y silbando para dar
la impresión de tener buenas intenciones y de ser un muchacho alegre y de buen
trato.
Y
de golpe me encontré delante de mi pastora. Estaba sentada bajo un árbol, movía
su huso y hacía como si no me viera. La acompañaba una hermanita más
pequeña.
Al
quedarme parado, ella supo inmediatamente que yo la había encontrado. Quizás
había esperado que yo siguiera caminando, sin observarla; y es posible que
creyera que si ella trataba de no mirarme, yo tampoco pudiera
verla.
Me
miró fijamente con un susto indescriptible. Pero cuando reconoció que de ninguna
manera podía escapar, en parte por la hermanita, abandonó su terror que tanto,
no le serviría ya para nada en ese momento. Le sonreí y ella me respondió con
una sonrisa, mientras tomaba de entre los pliegues de su vestido un pedazo de mi
papel de estaño y me lo mostró. La parte más grande del papel seguramente ya
había sido repartida entre los restantes miembros de la familia. Lo hacía como
si quisiera proclamar que ese pedazo de papel había pasado de mi propiedad a la
suya y que nos hacía amigos. Seguramente los ancianos le habían explicado que no
tenía sentido abandonar las ovejas y que era tonto escapar de un extraño que no
roba ovejas, sino que las acaricia y las observa a través de una caja negra;
porque un señor que deja tirado un trozo de papel de plata tan valioso, no es un
asesino de muchachas ni un ladrón de ovejas. Quizás este señor le dé un centavo
o tal vez dos.
La
pastorcita ahora parecía completamente tranquila, pues no dejaba de reír. Y no
podíamos hacer más que reír porque no podíamos hablarnos, porque ella no sabía
una palabra de español y yo ninguna palabra de tzotzil. A uno no le queda más
remedio que reír para expresar sus buenas intenciones.
La
hermanita, en cambio, que por primera vez en su vida veía a un verdadero caníbal
de ojos azules, de los cuales se cuenta tanto entre los niños, no se podía
calmar con nada. Lloraba desesperadamente y creo que su corazoncito realmente le
dolía tanto como si estuviera por desgarrarse.
Así
empecé a hablar en el idioma que se entiende en todo el mundo, la lengua de los
regalos. Le di un gran caramelo envuelto en maravilloso papel de colores a la
pequeña. Abrió el papel todavía sollozando, pero cuando se metió el dulce en la
boca y probó el sabor, sus ojos se iluminaron. Se olvidó completamente del miedo
y después de un rato también ella le sonreía al caníbal.
El
camino al corazón de los niños, sean blancos, marrones o negros es, hasta una
cierta edad, en todos los pueblos el mismo. Los corazones y los caminos que
llevan a él cambian recién bajo el influjo de la
educación.
11
Así
como no se pueden llamar pieles rojas los indios tampoco se pueden llamar
blancos los europeos. El europeo se
vuelve blanco cuando está muerto. Sino su color está entre un tono blanco rosado
y un marrón claro pasando por toda la escala cromática, incluyendo el rojo e incluso, un rojo cangrejo. El
color de la piel de los indios está entre el blanco de los franceses
meridionales y un marrón cacao profundo. Hay indios de raza pura, cuya piel es
tan clara que si se cubrieran el pelo podrían pasear por una ciudad de la Europa
central sin llamarle la atención a nadie. No está demostrado de ninguna manera
que la piel de una persona dependa solamente del clima y de la luz solar. En
Asia y en Africa hay tribus que viven cerca del ecuador, cuya piel es más clara
que la de muchas razas que se encuentran mucho más lejos de él. Según mi
opinión, es más probable que el color de la piel no sea influenciado solamente
por la luz solar, sino también por la alimentación, especialmente por la sal o
el agua que una persona ingiere. Ninguna raza humana sobre la tierra se
diferencia netamente de otra. En las zonas fronterizas entre características
raciales nunca se puede comprobar con certeza a qué raza pertenece un ser
humano.
Además
del color marrón de base muchas veces aparece un color cobre más o menos
marcado, que quizás haya sido el origen de la denominación piel roja, para
diferenciar el color de los indios del color de otras razas, que también tienen
como color predominante el marrón. Comparativamente, la cantidad de indios con
una piel de tono rojizo fuerte o
incluso, de un tono ladrillo, es escasa.
Se
puede establecer una comparación bastante precisa entre los colores de piel de
las distintas naciones y de los distintos individuos, con los matices que va
adquiriendo el grano de café mientras se va tostando. Hay naciones e individuos,
cuya piel es del color del grano sin tostar y más claro, pero con un brillo
verdoso. Y se pueden encontrar todos los matices desde el color de un grano
claro sin tostar e incluso, más claro, hasta el de un grano muy tostado, casi
negro. La comparación es exacta además porque el grano tostado tiene un ligero
brillo metálico, tal como la piel de los indios presenta un brillo metálico,
parecido al bronce.
Pero
hay una cosa que se contempla poco. En el color de la piel de más de la mitad de
los indios de raza pura hay un tono verde oliva que se transparenta nítidamente.
Este color oliva es mucho más frecuente que el rojo cobrizo o ladrillo. A veces
este verde oliva predomina con tanta fuerza que el color marrón o rojo
desaparece por completo y es un puro oliva el que determina el color de la piel.
A veces se encuentran tonos bien oscuros de un verde oliva pleno, saturado. En
el sur mucho más que en el norte. De ninguna manera se puede hablar de un color
de piel uniforme en el caso de los indios.
Por
lo que se reconoce siempre al indio es por el cabello. El pelo es muy espeso,
negro azabache, cae a mechones, es duro y grueso; nunca o sólo raramente sedoso
y nunca ondeado o enrulado. Un indio que tenga el pelo, aunque sea sólo un poco
enrulado, lleva siempre sangre negra en sus venas. La mezcla sin duda data de
mucho tiempo atrás, del tiempo colonial, cuando en México había esclavos negros.
Dado que las inmigraciones en
México desde Cuba son frecuentes, desde allí entra mucha sangre negra en la
raza, porque los cubanos incorporaron mucha sangre negra durante la época de la
esclavitud. Los mismos españoles aportaron sangre negra a la raza mexicana;
porque los españoles se mezclaron con negros durante el largo dominio de los moros en
España. Los indios acaso se mezclaran raramente con negros, pero seguramente con
mulatos, con descendientes de padre blanco y madre negra. Muchas tribus indias
tienen algo negroide en su aspecto, a veces la nariz, otras veces los labios.
Pero aquí se trata de parecidos superficiales; en estos indios no hay sangre
negra. Pero el pelo enrulado sí que es signo inequívoco de sangre
negra.
Entre
los indios no hay calvos y los mexicanos que tienen sangre india, no están afectados por la calvicie. El pelo
de los indios es tan espeso y abundante que no sólo crece en la nuca, sino que
también invade la frente. Los indios que viven entre mexicanos en la ciudad se
avergüenzan y se afeitan el pelo en exceso. Llama la atención que los indios en
el resto del cuerpo tengan mucho menos vello que un buen porcentaje de europeos,
cuyos brazos y pecho son tan velludos como los de los monos. Los indios no son
nunca tan velludos, si a veces ni siquiera tienen pelos visibles debajo de los
brazos. La barba es rala, a veces falta por completo. Antiguamente se arrancaban
lo poco que tenían de barba. Pero los últimos dos reyes llevaban una pequeña
barbita. Los españoles les llamaron la atención por sus barbas, tanto que los
indios no los llamaron ni españoles ni blancos, sino barbudos. Presuponiendo que
la raza humana alguna vez estuviera tan cubierta de pelos como los monos, la
escasa pilosidad y la barba rala de los indios tendrían que poder demostrar que
son una raza más antigua que la europea, en la que todavía se puede encontrar
una pilosidad marcada.
En
las cercanías del Canal de Panamá, en las junglas y selvas de Darién, viven los
así llamados indios blancos, una raza en la que se encuentran frecuentemente
cutis blanco y color de pelo claro,
a menudo rubio. Hasta hoy no se pudo comprobar si se trata de una mezcla con
colonizadores ingleses o escandinavos que vivieron aquí y fueron absorbidos por
los indios, o si se trata de una mezcla con piratas ingleses, españoles y
escandinavos, que durante doscientos años tuvieron aquí su escondite. Por
supuesto que también puede tratarse de una peculiaridad de la
raza.
El
indio lleva el pelo corto, aun cuando vive en las ciudades. En algunas naciones
lo lleva medianamente largo. Si no tiene un cuchillo o una tijera para
cortárselo, se lo quema con madera ardiente.
El
pelo es renegrido. No tiene nunca ese matiz negro azulado que se suele encontrar
en Europa, especialmente entre la raza judía, sino que es un negro opaco, con un
ligerísimo destello. Es curioso que, sobre todo en el caso de las mujeres que
son de pura raza india, el cabello puede presentar rayas o mechas que tienen un
brillo marrón dorado, como si la naturaleza se hubiera dicho, por qué no probar
a darle al cabello una coloración más clara, amarronada. Más llamativo aún es el
hecho de que estas mechas marrones en el pelo aparecen también en el pelo de las
japonesas, en realidad con mayor frecuencia que en las indias, mientras
prácticamente no existe entre las chinas y poco entre los hombres japoneses.
Pero estas mechas marrón-doradas sólo se ven en las muchachas japonesas, porque
las mujeres, desde el momento en que llegan a casaderas hasta su muerte, se
tiñen el cabello de negro. De lo contrario este fenómeno sería mucho más
conocido.
Las
mujeres indias tienen cabellos maravillosos, que llevan lo largos que quieran
crecer. Los cuidados cosméticos de la india se limitan a sus cabellos. Los lava
tres a cuatro veces por semana y los deja secar al sol mientras los peina
constantemente con los dedos y masajea vigorosamente el cuero cabelludo. En sus
casas, en realidad, delante de sus casas, las indias se pasan horas peinando y
masajeando sus cabellos. Cada hora libre la dedican a su cabello. En las
ciudades, aun en las elegantes calles principales de Ciudad de México, se ven
las indias con el pelo suelto, que las envuelve como un abrigo. A mayor razón
las mujeres y muchachas indias exhiben su hermoso cabello en sus casas y en sus
propias ciudades.
Las
indias no ocultan la cara y no hay nada que indique que lo hayan hecho alguna
vez.
En
comparación con los europeos, los indios, también los hombres, tienen pies y
manos pequeños y finos, más finos que las manos y los pies de una mujer
europea.
Todos
los aborígenes del continente americano pertenecen a la misma raza. La raza
americana es mucho más homogénea que las razas de Africa y Asia. También los
esquimales pertenecen a los indios, aunque suelen parecerse más a los mongoles
que a los indios. Pero considerando globalmente, se diferencian mucho de los
mongoles. Los esquimales son realmente una extraña raza, ya por el solo hecho de
vivir en tierras tan inhóspitas, a pesar de que al sur tenían inmensos
territorios despoblados que les ofrecían una vida menos dura y más agradable. Es
de imaginar que ellos fueran la última nación que llegó desde Asia, antes de que
la distancia se hiciera demasiado grande por la rotura del puente de tierra. Por
algún motivo no siguieron camino como sus antecesores, quizás porque no había
ninguna nación que los seguía por el norte, empujándolos. Evidentemente no es el
clima el que empuja a los pueblos a migrar, sino la superpoblación, con la
consiguiente escasez de alimentos, lo que obliga a los hombres a buscar otros
sitios para vivir.
La
cuestión del lugar de origen de los indios hasta hoy no ha sido resuelta.
Todavía queda abierta la cuestión de un origen asiático, aunque esta teoría es la que hoy cuenta con más
adeptos. A mí no me convence.
No
solamente en el norte de América, sino también en los distritos tropicales hay
tribus indias que parecen realmente mongólicas. Algunas tribus, especialmente
los indios Cora en el estado de Nayarit, podrían vivir en Corea, sin llamar
particularmente la atención. Pero estas tribus de apariencia mongólica viven
inmediatamente al lado de tribus que no tienen ningún parecido con la raza
mongólica. Lo que llama la atención, es que las tribus con características
raciales de aspecto mongólico, se consideran a sí mismas superiores y más cultas
y no se emparentan nunca con otras tribus. Es perfectamente concebible que algunos pequeños grupos
aislados hayan llegado del Asia nororiental hasta América; también los vikingos
supieron llegar mucho tiempo antes de Colón.
Por
el contrario, es poco probable que pueblos enteros hayan atravesado el estrecho
puente de islas que une Asia y América en el extremo norte. Para una travesía
semejante se habrían necesitado muchos botes y barcos. Los pueblos que migran
deben llevar una buena cantidad de cosas consigo, que no hubieran podido ser
cargadas en los botes pequeños que se construían en aquellas épocas. Salvo los
pocos miles de indios que viven en el extremo norte del continente, el indio
difícilmente soporta un frío intenso y permanente. Por supuesto que puede haber
perdido la costumbre. Pero sigue quedando sin resolver la cuestión importante y
decisiva de cómo pudieron pasar pueblos enteros a través de los desiertos de
nieve de la Siberia del norte y del norte del Canadá sin ser diezmados o morirse
de hambre. El verano, único período en el cual es posible la migración de un
pueblo, no dura más de tres a cuatro meses. La migración de un pueblo, con
mujeres y niños, con madres embarazadas y parturientas, con lactantes, con
enfermos y heridos, con los enseres domésticos, las armas y utensilios de
labranza necesarios, sólo procede muy lentamente. No hay caminos o no se los
conoce. Los pueblos primitivos no pueden transportar alimentos en cantidad.
Tienen que vivir de lo que encuentran durante el viaje y lo que se puede
encontrar en las zonas del norte es tan poco, que alcanza sólo para tribus, pero
no para pueblos enteros. La cuestión de la alimentación puede ser resuelta
llevando manadas de ganado. Pero los antiguos indios desconocían completamente el ganado
doméstico. El uso de animales domésticos es de tal utilidad, que una vez
alcanzado ya no se
abandona.
La
migración puede haberse hecho atravesando el océano Pacífico en botes, yendo de
isla en isla hacia el sur. También esto se afirma, incluso entre los expertos.
Cuando el tiempo es bueno, basta una semana para pasar de una isla a la otra,
aun con botes primitivos. Pero ni siquiera así pueden ser transportados pueblos
enteros, con mujeres, niños, alimentos, armas y herramientas. La migración
marina hubiera requerido una tal habilidad en el arte de la navegación, que los
pueblos emigrantes hubieran emprendido también otros viajes y hubieran mantenido
el contacto con la tierra natal. ¿Pero qué podía mover a los pueblos a emprender
viajes tan dificultosos y peligrosos atravesando el océano o a través del puente
de islas o a cruzar, mucho más al norte, el estrecho de Bering, mientras enormes
territorios en Asia y en Europa estaban completamente despoblados y podían ser
alcanzados a través de caminos más cómodos, con clima más soportable y constante
provisión de alimentos en su camino? Al tiempo del descubrimiento, América tenía
más habitantes que Europa.
Otra
posibilidad es que los indios hayan venido de Asia cuando el puente de tierra,
que hoy está fraccionado en islas, todavía unía Asia y América. Pero aun en ese
caso los pueblos habrían tenido que caminar a través de desiertos de hielo y
nieve y todo eso en un tiempo en que Siberia tenía más espacio que hoy. Sólo es
concebible que Siberia y el norte de Canadá en un tiempo tuvieran un clima más
cálido, permitiendo fácilmente una migración más prolongada de pueblos
enteros.
Pero
los pueblos emigran solamente cuando en su tierra natal no encuentran ni lugar
ni alimento. Los pueblos no marchan nunca hacia el extremo norte, sino hacia el
sol, ya sea de oeste a este o en sentido inverso.
Pero
una migración de los indios desde Asia hasta América, aun cuando parezca una
cosa sin sentido, es absolutamente necesaria para confirmar la veracidad de la
Biblia que dice que Dios ha hecho al hombre de la arcilla y a la mujer de la
costilla del montón de arcilla, que además todos los hombres descienden de Adán
y Eva y que todos, partiendo de la Mesopotamia, el edén, ocuparon toda la
Tierra.
Una
gran desventaja para toda investigación humana y la causa de que el avance en
pos del conocimiento puro sea tan lento y trabajoso, es que los hombres, sobre
todo los científicos, no consiguen liberarse de los prejuicios. Científicos
serios y sinceros no tienen el coraje de liberarse completamente de
prejuicios infundados y una y otra
vez buscan demostrar que el conocimiento científico, especialmente la teoría de
la evolución, es compatible con la Biblia. Pero en todos los campos de la
actividad intelectual humana es así, que cuando no se hace más caso a los
prejuicios, cuando todas las enseñanzas y teorías se dan por inexistentes, se
abren mundos completamente nuevos ante
uno.
Por
el hecho de haberse encontrado, tanto en México, como en América del Sur, en
Perú, en Bolivia, ruinas y esculturas, cuya edad se puede calcular en doce mil
años, surgió una teoría que dice que hay que buscar la cuna de la humanidad no
en Asia, sino en América y posiblemente aquí en Chiapas y que la humanidad se ha
expandido desde aquí.
Esta
teoría es más verosímil que la antes mencionada. En Europa y en Asia se
encontraron restos de seres humanos que seguramente tienen más de doscientos mil
años. Pero ni en Europa, ni en ningún otro lugar hasta hoy se encontraron
testimonios de una cultura y de una civilización que tengan la edad de los del
continente americano.
Si
partimos de la premisa que la civilización humana tiene en Chiapas su punto de
partida y sus inicios, llegamos a conclusiones que parecen más convincentes que
las que conducían a las migraciones desde Asia a América.
Una
raza que posee una forma de sociedad organizada y una civilización desarrollada,
se multiplica más rápidamente que una raza sin civilización. La franja
relativamente angosta de Chiapas, situada entre dos océanos, pronto se pobló
excesivamente y los hombres presionaron hacia el norte y el sur para buscar
nuevos sitios donde vivir. La gran masa empujaba hacia el norte, porque aquí las
migraciones eran menos difíciles y los territorios más grandes. Hacia el sur se
llegaba hacia las zonas febrígenas del Centroamérica; y el angosto camino a
través de los pantanos y lagos de Panamá no invitaba a migraciones en masa,
hasta tanto el norte siguiera ofreciendo suficiente lugar y alimento. Por eso
hacia el sur se dirigían sólo las tribus más pequeñas, de las cuales algunas
siempre bordeaban la costa, más la costa occidental que la oriental, porque el
camino de la costa oriental es más corto y lleva a zonas más habitables. Durante
la migración por la costa oriental, los pueblos podían permanecer siempre en
frescas zonas montañosas.
Pero
hacia el norte iban las mayores masas y, los que los seguían, los empujaban más
y más hacia el norte, sin darles tiempo para asentarse lo suficiente cada vez,
como para crear una cultura. Esta migración y la presión duró siglos, pero no
terminó nunca. Cuando finalmente los primeros pueblos habían llegado al extremo
norte y porque seguían siendo empujados, no les quedó otro camino que emigrar
hacia Asia, ya sea pasando por el puente de tierra aún existente que yendo de
isla en isla. Pero probablemente las migraciones terminaron antes de que el
puente de tierra adquiriera su forma actual.
Cada
vez mayor número de pueblos presionaban desde las zonas enormemente ricas y
fecundas del sur y centro de México, de manera que los pueblos llegados a Asia
tampoco se podían asentar allí, sino que eran empujados hasta Mongolia, China,
Asiria, Persia y hacia el oeste y hacia el sur.
Finalmente
Chiapas y las otras zonas ricas dejaron de prodigarse y la presión cesó. Es aún
más probable que coincidieran la disminución de aquella gigantesca
superproducción de seres humanos y la rotura del puente de tierra entre América
y Asia. Puede ser que recién entonces tuvieran lugar las migraciones desde
Chiapas y México Central hacia el sur. Cuando cesó la presión, los pueblos
llegados a Asia finalmente se pudieron asentar y desarrollar sus
culturas.
En
Norteamérica comenzaban ya las migraciones de retorno desde Canadá, California y
las zonas del Mississippi hacia México, porque las zonas del México Central y de
Chiapas se habían despoblado por las migraciones hacia el sur. A esta época
corresponden las migraciones de los indios de los siglos seis, once, doce y
trece.
Es
más probable una migración que llevara los pueblos hasta Asia desde la cuna de
la civilización humana ubicada en Chiapas y México Central, que lo contrario.
Asia, Africa y Europa, que estaban unidas por tierra, ofrecían tanto espacio
para una población excedente que saliera de la zona de la Mesopotamia, tanto
lugar y tantos sitios aptos para ser habitados que un migración hacia el norte
atravesando campos de nieve y hielo no puede haber tenido sentido, tanto menos,
que todos los caminos desde Asia a las nuevas zonas habitables pasaban por
tierras y climas que permitían fácilmente una migración de grandes masas. No
había ni compulsión interna ni externa que hiciera que los pueblos se dirigieran
hacia el norte, hacia zonas inhóspitas. Pero sí había una razón para la
emigración desde Chiapas, porque América estaba
superpoblada.
Es
un hecho curioso que Asia y Africa, aparte algunas zonas como India y China,
todavía hoy no estén superpoblados. Por el contrario, el continente americano,
en el momento de su descubrimiento estaba completamente poblado. Había pueblos
indios viviendo no sólo en el extremo norte de Canadá sino también en el lejano
sur de la Tierra del Fuego, cuyo clima es tan inhóspito como el de Canadá. No es
que los pueblos vivan en zonas semejantes por diversión, viven allí sólo porque
la presión ejercida por otros los empujaron hasta allí. La cantidad de población
que tenía sólo México, se ve por el hecho de que el rey de los aztecas podía
tener un ejército de tres millones de guerreros, sin usar las reservas de los
países sujetos a tributo. A cualquier lugar que llegaran los españoles durante
sus viajes por Norteamérica o por Sudamérica, por todas partes encontraban
hombres o viviendas abandonadas por hombres.
Hace
algunos años fueron encontrados en Nebraska, un estado central de los EE.UU., a
gran profundidad, objetos producidos por la civilización humana como
herramientas, armas y utensilios de cocina. La edad del sitio arqueológico fue
calculada por los geólogos en cuatro millones de años. Es decir, que si los
cálculos de los geólogos no se basan en consideraciones erróneas, hace cuatro
millones de años en el continente vivían seres humanos que habían alcanzado un
cierto grado de civilización, porque conocían el fuego y fabricaban
herramientas.
Si
los pueblos hubieran migrado de Asia a América, habrían traído el camello, el
caballo y el burro, animales tan necesarios en las migraciones. Además habrían
traído el conocimiento del uso de los animales domésticos. Pero los indios no
conocían ni caballo, ni burro, ni el uso de los animales domésticos y ni en su
religión ni en sus leyendas y relatos heroicos se encuentran huellas de caballos
o de animales domésticos.
A
esto se agrega otra conclusión. Tal como un individuo que viaja y camina mucho
supera en civilización, conocimientos y experiencias a quien no viaja y no
cambia, así también sucede con los pueblos. Los pueblos que migran alcanzan un
grado de civilización superior al de los pueblos que permanecen sedentarios por
mucho tiempo. Los chinos están en el mismo lugar desde hace cuatro mil años,
mientras los germanos como la mayoría de los pueblos europeos migraron sin cesar
y se encuentran desde hace siglos embarcados en la mayor y más decisiva de las
migraciones, hacia el continente americano. Los pueblos que se dirigieron a Asia
alcanzaron un grado de civilización superior al de los que se quedaron en
América. Los pueblos que siguieron camino desde Asia hasta Europa llegaron a más
que los que concluyeron su etapa migratoria en Asia. En América los mayas, los
toltecas, los aztecas y los peruanos, todos pueblos que se desplazaron mucho,
alcanzaron un grado de civilización más elevado que las naciones que se movieron
poco, como los indios de Norteamérica, los esquimales , los fueguinos, los
habitantes del Amazonas.
Los
indios no conocían la rueda como medio de locomoción. Los pueblos indios en
migración caminaron siempre bordeando y escalando zonas montañosas, donde no
existía la necesidad de inventar la rueda.
Finalmente
la raza india es la única raza en cuyos individuos se manifiestan las
características de todas las otras razas de la tierra, de manera que puede ser
considerada más fácilmente que cualquier otra, la protoraza, suponiendo que se
admita dicha protoraza.
Esta
teoría destruiría el mito bíblico del edén en Mesopotamia, pero no aquél que
hace descender a todos los hombres de aquella única pareja humana, que fue
amasada por un escultor que vive en el cielo, cuya fantasía y poder creativo no
daban para más que para dar a su montón de plastilina la misma forma que
observaba cuando se admiraba vanidoso al espejo.
Pero
la teoría, según la cual, todos los hombres descienden de una única pareja
humana, se basa en una superstición. Es un proceso impensable desde el punto de
vista de las leyes biológicas.
No
hace falta tomar en consideración los animales en el caso de esas migraciones,
no importa qué dirección hayan tomado. Los animales son mucho más antiguos que
el hombre, considerándolo en su aspecto actual. Por eso se puede suponer que los
animales primitivos ya existían cuando los continentes aún formaban una única
masa. La mayoría de los animales no son capaces de sobrevivir a una travesía por
el desierto de nieve y tampoco de atravesar, en grandes grupos, el angosto
puente de tierra. Que los animales y las plantas de América se parezcan mucho a
los de Asia y Africa puede ser una válida demostración de la vieja unidad de los
continentes. De esto hace tanto tiempo, que los animales y las plantas
evolucionaron en distintas direcciones, pero siendo idénticos en sus formas
primitivas, aparte algunos ejemplares que existen en América, pero no en Asia, o
en Asia y en Africa, pero no en América.
La
separación de los continentes ocurrió en un tiempo, en que el hombre aún no
había alcanzado su forma actual, en el que aún no había alcanzado el último
estadio, a partir del cual inició a tomar forma humana. Así podría suponerse que
la raza humana americana se desarrollara en forma independiente de la raza
humana en Asia, Africa y Europa, de manera que no hicieran falta las
migraciones. Dado que en América las condiciones para el desarrollo son tan
favorables como lo pueden ser en Asia o en Africa o en cualquier otro lado donde
el ser humano pasara del estadio animal al humano, así también en América el
hombre tenía que evolucionar en consecuencia y casi al mismo tiempo que en el
gran continente. Todos los continentes se encuentran en la Tierra y lo que es
posible en Asia en cuanto a la evolución natural, tiene que ser posible también
en América, siempre que los embriones primitivos sean los mismos. Los embriones
primitivos eran los mismos, dada la
unidad de los continentes. Esta idea es la que los estudiosos más ponen en tela
de juicio. En muchos casos, la razón es que termina de una vez por todas con la
historia bíblica de la creación del hombre y porque demostraría, de un solo
golpe y sin dejar lugar a dudas, la teoría de la evolución de Darwin y de otros
investigadores, sin necesidad de encontrar aquel eslabón entre hombre y animal,
necesario para la demostración.
De
algunas razas africanas y australianas se comienza a suponer ya hoy que su evolución hacia la forma humana
se dio en forma completamente independiente de la de los otros hombres y mucho
más tarde. Numerosos experimentos dieron como resultado que determinados monos,
por ejemplo el chimpancé, son más inteligentes y capaces de adquirir cultura que
aquellas razas, de las cuales algunas ni siquiera poseen un lenguaje articulado.
Pero si en este caso se acepta la idea de una evolución independiente, no veo
por qué no se puede aceptar lo mismo para la raza americana. Porque en ese caso
quedarían resueltas todas las cuestiones del origen de los indios y del modo en
que puedan haber llegado.
Las
construcciones de los indios muestran curiosas similitudes con las de los
egipcios. Pero las pirámides, que los indios construyeron en el México Central,
se diferencian en algunos puntos esenciales de las que construyeron los
egipcios. Las pirámides de los indios sirvieron siempre - y sin ninguna
excepción - a fines religiosos. La cima de la pirámide estaba coronada por un
templo, en el cual se celebraban todas las ceremonias religiosas. Las pirámides
de los egipcios, en cambio, sirvieron siempre exclusivamente a fines políticos,
fueron, sin excepción tumbas reales. Claro que en algunos casos, especialmente
en el período temprano, el rey era al mismo tiempo sumo sacerdote. Pero los
egipcios no erigieron nunca las pirámides con fines exclusivamente
religiosos.
Está
demostrado que los vikingos llegaron a Norteamérica en los siglos diez y once.
Si los vikingos pudieron llegar a América, tanto más habrá sido posible que los
fenicios o aun los egipcios llegaran o fueran empujados a México o al Sur de los
EE.UU. en siglos tempranos. Los fenicios eran mejores navegantes que los
vikingos. Así es posible que, a causa de aquellos fenicios o egipcios o
cartagineses o a través de otros pueblos del Mediterráneo, llegara la idea de la pirámide a México. Los indios
de América Central y del Sur no construyeron pirámides. A través de aquellos
marinos no sólo puede haber llegado la idea de la pirámide a México, sino
también una vaga idea de la historia de la creación
egipcio-judaica.
Los
indios de México no sólo construyeron pirámides como los egipcios, sino que
también hay esculturas que podrían confundirse con las del antiguo Egipto.
Escribieron con jeroglifos. Pero toda forma de escritura empieza siendo
jeroglífica. En cambio la
representación de la diosa madre con una serpiente no sólo es judeo-cristiana,
sino también egipcia. Porque Moisés no había inventado solo la historia de
la creación del mundo, de Adán y
Eva y de la expulsión del paraíso, del diluvio universal y del arca de Noé, sino
que la copió de la mitología egipcia, porque, bajo el influjo de su educación
egipcia, era la única historia de la creación que podía sentir como
verdadera.
Los
hebreos que inmigraron en Egipto, no formaban una nación organizada. No eran más
que tribus y familias, que vivían de la cría de ganado. No tenían ni una
religión disciplinada, ni una historia, ni una literatura; parece que ni
siquiera dispusieran de una lengua unificada, organizada. Frente a ellos, los
egipcios constituían un pueblo de señores de alto nivel de civilización. Cada
pueblo de nueva formación adopta siempre la civilización de aquél entre los
pueblos vecinos, que todos los restantes pueblos consideran el más civilizado.
Esto afectó especialmente al pueblo hebreo, porque vivía en medio del pueblo
egipcio, que lo consideraba inferior. La torturadora conciencia de la
inferioridad sólo puede ser superada, cuando el pueblo considerado inferior se
esfuerza por adoptar la cultura del más evolucionado. Todo lo que enseñaban los
egipcios era para los hebreos el máximo de la sabiduría. Así fue completamente
natural que los judíos adoptaran los principios de la historia egipcia. Recién
con la emigración de los hebreos de Egipto, se organizaron como pueblo y recién
entonces comenzó su historia. Los fundamentos de la religión y de la prehistoria
de los judíos tienen sus raíces en la historia de la religión egipcia y en
ningún otro lado.
Si
los antiguos mexicanos representan a la diosa madre de los hombres con una
serpiente puede deberse, tanto a una influencia egipcia, como a las enseñanzas
de un cristiano naufragado aquí en el siglo once o doce o antes. El calendario
de los antiguos indios mexicanos era más preciso que el europeo al tiempo de
Colón; el calendario indio correspondía exactamente al tiempo solar, mientras
que el europeo de aquel tiempo quedaba retrasado por varios días y fue corregido
recién unos 200 años más tarde. El calendario mexicano era mejor que el nuestro
actual, porque todos los meses tenían la misma cantidad de días. Sin necesidad
de mirar al almanaque, sabían perfectamente qué día de la semana era tal o cual
fecha del mes, porque a cada día correspondía siempre exactamente la misma
palabra. Sus instrumentos astronómicos eran completamente diferentes de los
europeos y, sin embargo, podían determinar con una anticipación de cien años o
más, fenómenos astronómicos.
Calendario
y astronomía en algunos casos se parecen a los que existían en la antigüedad en
Babilonia, Asiria y China. Es decir, que en algunas cosas hay semejanzas con lo
egipcio, en otras, con modelos de Asia Central o chinos. En cambio, la lengua india no tienen ninguna similitud
con ninguna otra.
No
va a ser tan sencillo, demostrar fehacientemente de dónde vinieron los indios,
salvo que se hagan hallazgos inesperados. Es seguro que la tierra de México, de
Centroamérica, de Perú y Bolivia está llena de tesoros de la cultura
indígena sumergidos. Pero los
estudiosos americanos, salvo honradas excepciones, prefieren excavar en Africa,
en Grecia, en Egipto y en Mesopotamia a hacerlo en el propio continente. La
prehistoria de los indios hubiera sido fácil de establecer, si los obispos y
monjes españoles no hubieran quemado las grandes bibliotecas y archivos
estatales de los reyes aztecas y texcocanos, como asimismo las grandes
colecciones de manuscritos de los príncipes indios, por considerarlos obra del
diablo.
Pero
todavía queda por decidir si la humanidad se enriquece espiritualmente por
conocer la prehistoria de una raza o si queda al oscuro. Hasta hoy, no es que la
humanidad haya aprendido mucho de la historia, sigue cometiendo las mismas
tonterías. Hace dos mil años los romanos escribieron páginas maravillosas sobre
el sinsentido y la locura de la guerra. Nadie puede agregar hoy en día nada
mejor. Pero hasta hoy no sirvió para nada. Parece que todas las investigaciones
sobre la evolución cultural del hombre sólo hayan servido a dar trabajo a alguna
gente. Hasta ahora los resultados de estas investigaciones no fueron empleados
para aprovechamiento de la humanidad o para conducir a los hombres a un nivel
más alto de civilización. Cualesquiera que sean los resultados de tales
investigaciones, soy de la opinión que el ser viviente desde todo punto de vista
es más interesante que el muerto; el ser viviente es más interesante aun cuando
se trate de un indio primitivo, y el muerto, en cambio, un rey seco cargado de
oro y joyas.
*
Considerados
globalmente, los indios de Chiapas constituyen una raza extraordinariamente
buena. Parece, que como raza, sean los dueños del futuro. Quizás también en
otras cosas. Hoy los indios todavía son imitadores, aunque excelentes
imitadores. La civilización europea se abalanza sobre ellos en un nivel de
evolución tan avanzado, que se ven obligados a imitar, para no ser atropellados
y aniquilados por esta civilización. Esta capacidad extraordinariamente grande,
de adaptarse rápidamente, para absorber toda esta enorme cantidad de cosas
nuevas que al indio se le vienen encima, y de ordenar todo en su cerebro para
aplicarlo al día siguiente, está desarrollada en pocos pueblos primitivos. El
mexicano sabe demasiado bien lo que hace, cuando recién ahora le da por primera
vez en cuatrocientos años la posibilidad y la libertad de formarse y de
integrarse conscientemente en la civilización. Aunque el indio hoy sea sólo un
imitador, porque no puede ser otra cosa, pronto llegará el tiempo en que él
enriquecerá y modificará la civilización europea.
Es
un hombre muy trabajador y activo, que no sabe estar sin hacer nada. Aun cuando
camina con su enorme carga en las espaldas está siempre haciendo algo, tejiendo
impermeables o sombreros, porque de otra forma, las manos no tendrían nada que
hacer durante el largo camino.
En
los siglos pasados nadie se ocupó de él. A nadie le importaba si estaba vivo o
muerto. Se volvía importante sólo cuando se rebelaba o cuando servía para
trabajar. Así fue que el indio desarrolló una tenacidad, que bajo las nuevas
condiciones creadas desde la última revolución, le será de gran utilidad. El
pueblo mexicano pudo comprobar lo que el indio es capaz de hacer, cuando se le
da la posibilidad de instruirse. Benito Juárez, el estadista más importante que
México haya tenido hasta ahora, era un indio del estado vecino de Chiapas, de
Oaxaca. Hasta la edad de catorce años no tenía idea de lo que fuera leer y
escribir.
Durante
cuatrocientos años los indios estuvieron como adormecidos, no sólo en sentido
político y económico, sino también como raza. Las rebeliones que emprendían no
eran más que como los movimientos de alguien que está durmiendo. En estos
cuatrocientos años, la raza ha tenido tiempo suficiente para gozar de la
tranquilidad que la raza europea necesita urgentemente si no quiere ser
eliminada. Una raza necesita descansar, tal como el individuo. Por esta razón,
no hay imperio, por más sólido que sea, que dure más de mil años. Pero hay razas
como la persa que se retiraban a descansar para resurgir una y otra
vez.
En
Chiapas, al momento de la llegada de los españoles, no quedaban más que los
restos de una gran cultura. Las suntuosas ciudades ya estaban en ruinas. Pero
los indios, también en Chiapas, se defendieron de los invasores con todas sus
fuerzas. Contra los cañones y los arcabuces de los españoles y contra los
treinta mil a cincuenta mil indios de las tropas auxiliares de los españoles los
indios no podían resistir a la larga. Cuando los indios de Chiapas se dieron
cuenta de que todo estaba perdido, reunieron a mujeres y niños sobre un alto
peñón, su último foco de resistencia, en la zona de Chiapa de Corzo. Cuando los
españoles los circundaron también aquí, intimándolos a la rendición, arrojaron a
sus mujeres y niños desde el peñasco al río y después de haberlo hecho se
lanzaron tras sus seres queridos. Fue el último gran acto de una raza que se
había cansado. Lo que en otras partes del país había quedado con vida, se retiró
a descansar para juntar nuevas fuerzas.
Hoy
los indios están descansados y listos para volver a ocupar un lugar en la
historia de la humanidad. Cuentan con todas las características que tiene que
tener una raza que se encuentra con una nueva misión por delante. Una de estas
características, la que sobresale con mayor evidencia, es que los hombres son
muy bellos y las mujeres, salvo pocas excepciones, feas. Claro que el indio
puede tener una visión distinta de la nuestra sobre lo que es bello y lo que es
feo. Pero su concepto de belleza no difiere tanto del nuestro; porque él mismo,
el indio varón, es bello según nuestro parecer y el suyo. Las mujeres no sólo
son feas, sino que no dan ninguna importancia a su
aspecto.
Una
raza degenerada, en decadencia, se reconoce por el hecho de que las mujeres
necesitan emperifollarse y arreglarse, de que con todos los medios buscan
incitar y excitar al hombre. Y llegan a tal punto que lo que hasta ahora se
consideraba desvergonzado mostrar, ahora se lleva bien a la vista con ayuda de
la moda. Necesitan hacerlo para que la especie no se extinga. La naturaleza las
obliga a hacerlo. El hombre de una raza supercivilizada está agotado por el
trajín, extenuado, cansado y poco receptivo para las exigencias naturales de una
raza sana. Su trabajo, necesario para mantener en pie la civilización, le chupa
todas sus fuerzas. La mujer, que está menos agotada, se ve obligada a conquistar
y a incitar al hombre. La naturaleza le ayuda, creando en razas cansadas,
mujeres extraordinariamente bellas.
Podemos
encontrar ejemplos en la historia de nuestra propia raza. En el siglo trece,
tras concluirse las cruzadas y tras la desastrosa invasión de los mongoles en
Europa, los pueblos europeos empezaron a asentarse y a organizarse. Se formaron
todas las naciones que aún hoy existen en Europa, especialmente España,
Inglaterra, Francia, Alemania, Polonia, Rusia. Sólo los Balcanes, bajo la
influencia de los turcos, no alcanzaron la paz y quedaron al margen de la
formación de los pueblos europeos. Contemporáneamente con la organización de las
naciones europeas, comenzó un período de multiplicación de los pueblos europeos,
como nunca antes se había visto. Fue cesando poco a poco toda la adoración y la
alharaca de que fue objeto la mujer tras las cruzadas y en la así llamada época
cortesana y de los Minnesänger, frecuentemente con formas increíblemente
grotescas y frecuentemente con una humillante forma de sumisión esclava del
hombre a los caprichos y antojos de la mujer.
Después
de la definitiva expulsión de los moros de tierra europea, de España, y del
comienzo de la cruel persecución de los judíos, para terminar de repeler incluso
el último resto de raza no-europea, la conciencia racial de la raza europea
empezó a desarrollarse con gran fuerza e insistencia. La potencia procreativa de
esta joven raza era impresionante. Tenía por delante su destino, el de llegar a
ser la raza dueña del mundo. No eran raras las familias con veinte y treinta
hijos. Pestilencias de proporciones inusitadas y una impresionante mortalidad
infantil eran necesarias como antídotos para conciliar el escaso alimento a
disposición con la multiplicación.
El
alimento era siempre menos que las bocas hambrientas. Y además había plagas de
langostas, ratas y prolongadas sequías, que disminuían la cantidad de alimento,
provocando hambrunas de efectos devastantes.
¿Pero
cómo se mostraba hacia afuera esta invencible, poderosa facultad procreativa?
Las mujeres eran feas, tal como las muestran los antiguos cuadros de aquel
período. Las mujeres ocultaban el cabello. Metían sus cuerpos dentro de vestidos
en forma de barril. Ni siquiera dejaban ver la punta del pie. Las manos estaban
cubiertas hasta el nacimiento de los dedos. Del rostro sólo se veía la parte
anterior, orejas y cabeza estaban cubiertas.
Observemos
en cambio al hombre de aquel tiempo de enorme potencia procreativa y de aquel
tiempo de surgimiento de una raza fuerte. El hombre era bello y bien formado,
muy masculino. El aspecto afeminado, que podía mostrar en la época de los
Minnesänger, había desaparecido por completo. Mostraba la belleza de sus piernas
hasta las caderas y en muchos trajes mostraba las nalgas con actitud desafiante
e incitadora. Dedicaba horas al cuidado de barba y cabellos. La mujer debía
ocultar sus encantos, porque la exuberante potencia procreativa del hombre no le
hubiera dado tiempo para recuperarse entre un puerperio y el siguiente y la
mujer en ningún momento y en ningún lugar hubiera estado a salvo de los brutales
ataques de este hombre ávido de procrear.
Contemporáneamente
se desarrollaban una literatura y una música sanísimas y sinceras, en donde cada
cosa y cada acto se llama por su verdadero nombre. Y las obscenidades más
salvajes eran sólo una mansa conversación durante las orgías de los
hombres.
Observando
cómo evolucionaron la moda, las costumbres, la literatura y el arte podemos ver
cómo la poderosísima potencia procreativa de la raza europea fue disminuyendo.
El hombre empezó a ocultar sus nalgas bajo gruesos vestidos y con cada
generación sucesiva iba ocultando más y más sus piernas. Poco antes del
estallido de la revolución francesa las piernas del hombre ya iban cubiertas
hasta la pantorrilla, mientras entretanto la mujer iba descubriendo cada vez más
el cuello y finalmente también su pecho. Y comenzó a mostrar pies y tobillos, a
maquillarse y empolvarse. El hombre comienza a relajarse, a volverse afeminado y
sentimental. También él se maquilla y se perfuma e incluso los guerreros, los
oficiales y soldados con pelucas empolvadas y uniformes coloridos con lacitos y
cintitas de sedas, se vuelven cada vez más afeminados.
En
la literatura inglesa, francesa y alemana aparecen las novelas y las poesías
sentimentales, en Alemania el gañido lacrimoso de un Werther con su estúpido
suicidio, por no poder poseer a "su muchacha". Trecientos años antes no hubiera
lloriqueado y no se hubiera suicidado, simplemente habría tomado a la muchacha y
se la hubiera llevado a la cama.
En
el país, en donde la potencia procreativa más ha disminuido, en Francia, aparece
el amplio y largo pantalón para el hombre y el cuello cerrado hasta el mentón.
Al hombre ya no le queda nada para mostrar y para dejar a la vista, está cansado
de procrear. En compensación, es la mujer que se muestra cada vez más. Usa
largos vestidos delicados como telas de araña, que dejan ver todo, pero
realmente todo. Ya empieza a incitar, a excitar los sentidos, para despertar de
un latigazo la decadente potencia procreativa del hombre. Se puede explicar
perfectamente desde el punto de vista biológico por qué desde hace decenios la
moda femenina viene de París, es porque desde hace decenios Francia es el país
de Europa, en donde la potencia procreativa más ha
disminuido.
A
mediados del siglo pasado vuelve a darse una situación estable, en la cual ambos
sexos se cubren por igual y en la cual la infame hipocresía de la era
victoriana, el reinado de Victoria en Inglaterra, determinaron la moral
europea.
Hoy
el hombre va vestido de pies a cabeza, de negro o de gris. A pesar de exigencias
higiénicas contrarias, lleva el cuello apretado de grueso lino almidonado, para
que no se vea ni un poquitín de su carne y porque no necesita excitar a la
mujer, para no tener que dar más de lo estrictamente necesario de su última
miguita de potencia procreativa. A la mujer, con la que quiere lucirse, la
quiere sólo como dama de compañía.
¿Qué
remedio le queda a la mujer? Necesita mostrar cada vez más de sus encantos, si
no quiere quedarse en ayunas sexualmente; porque ella todavía es fuerte, todavía
no está extenuada, todavía no se ha debilitado tanto como el hombre. Y en esta
misión, que hoy le ha encomendado la naturaleza, es decir, asegurar la
supervivencia de la raza, llega a tal punto, que aprovecha aquellos instintos
del hombre que lo han conducido, a causa de su debilitamiento, a individuos de
su mismo sexo. Ni siquiera el
deporte, no importa bajo qué forma se practique, llega a paliar la pérdida de
potencia procreativa del hombre. Porque como hoy también la mujer participa en
el deporte, y también aquí frecuentemente puede ser más activa que el hombre, se
mantiene el estado de cosas. Lo que el hombre a través del deporte quizás logre
recuperar de su potencia procreativa perdida, la mujer lo conquista en igual
medida. El resultado final es por ende el mismo, la superioridad en cuanto a
voluntad de procreación de la mujer frente a la debilitada potencia procreativa
del hombre se mantiene y no logra modificar en nada la raza. El hecho de que las
mujeres se aventuren cada vez más en los ámbitos económicos del hombre y en la
política, no es una consecuencia de la educación y de la penetración de nuevas
ideas, sino que se trata de una evolución natural sobre simple y objetiva base
biológica. Todas nuestras ideas están
mucho más influenciadas por las causas biológicas, de lo que comúnmente
se quiere aceptar.
Así
las razas se forman como consecuencia de causas enteramente naturales y físicas.
Sólo podemos investigar las leyes de aquellas causas y sus consecuencias. Si
conocemos las leyes y si aprendemos a usarlas, podemos formar y conformar las
razas a nuestra voluntad. En el proceso de formación de las razas y en el
destino que les toca, no hay dios cristiano, dios judío, Alá, Buda ni ningún
misterio que valga. No hay ni pueblo elegido, ni nación bendecida por dios, ni
raza superior. Yo no soy capaz de hacer más que otro hombre, sólo sé hacer otra
cosa. Yo soy capaz de escribir un libro, quizás, pero no sé pintar un cuadro.
Quien sabe pintar bellos cuadros, raramente escribe un buen libro. Y quien es
capaz de componer una ópera, generalmente no podría ni siquiera ganarse lo
necesario para una comida caliente, si tuviera que trabajar como albañil o
tipógrafo.
Sólo
nosotros, los seres humanos, somos quienes hacemos o no hacemos una buena raza,
quienes creamos o arruinamos algo grandioso. Obtenemos una buena raza si
conocemos y sabemos aplicar las leyes para la formación de una raza.
Si
queremos saber, si una raza, en este caso, la india, está surgiendo o está en
decadencia, tenemos que estudiar las características externas y compararlas con
aquéllas que habremos podido observar y estudiar en la que consideramos una gran
raza.
Entre
los indios de Chiapas son los hombres que van vestidos con esmero, quienes usan
colores y cintas, quienes se mueven con extremada gracia. Pero, por más
graciosos que sean sus movimientos, no son nunca afeminados. Se trata siempre de
gestos y movimientos masculinos.
Cuando
una raza está cansada, entre los individuos del sexo que más extenuado está, el
instinto de conservación de la raza se debilita tanto, que el objeto sexual se
borronea, que la mujer deja de atraer el impulso sexual del hombre. Y la mujer,
en tanto parte más sana de la raza, tiene que dar un paso más, para mantener el
impulso dirigido hacia sí misma. Empieza así, a darle el gusto al hombre y a
excitarlo rindiéndose a su impulso y apareciendo ya no femenina, sino masculina
ante él. Las condiciones y premisas económicas aceleran el proceso en cualquier
dirección, pero no son la causa de la descolocación de los sexos. Las causas son
exclusivamente de naturaleza biológica.
Quizás
no sería necesario hablar aquí de esto, si no se quisiera demostrar así que los
indios son una raza que surge y no una raza decadente. Cuando juzgamos razas
extrañas estamos llenos de prejuicios, especialmente creyendo que la nuestra es
la mejor, que durará para siempre, que ha alcanzado el máximo que una raza puede
alcanzar, que es insuperable y que debería, por derecho, dominar a todas las
otras razas, criaturas y cosas sobre la tierra.
No
siempre entre los indios la situación fue como lo es ahora en este sentido. Cuando los
españoles llegaron a México, encontraron mujeres de extraordinaria belleza y
hombres llamativamente feos. Las mujeres indias eran tan bellas que Cortés
abandonó a su propia mujer, tomó por amante a la india Marina y confirió al
mayor de los hijos nacidos de esta unión su nombre y su título, tal como a un
hijo de un posterior matrimonio con una noble española. Como era católico no
podía divorciarse, pero su primera mujer murió tan rápido y en forma tan
sorprendente, que todavía hoy se muestra en México, cerca de la capital, la
fuente en la que se cuenta que la ahogó.
No
sólo Cortés, sino todos sus oficiales tomaron por esposas a muchachas indias,
casándose con todas las ceremonias eclesiásticas. Y los hijos de las más
antiguas casas nobles españolas, que en España daban tantas vueltas para elegir
esposa, se casaron con hijas de príncipes indios. No siempre habrá sido la
belleza, a veces también la riqueza de los príncipes indios lo que ayudaba a
determinar un matrimonio. Porque por motivos políticos y por muchos otros
motivos a los príncipes indios se les dejaba su propiedad privada,
especialmente, si un noble español se casaba con la hija. En ese caso se
empeñaba en la defensa de los derechos del príncipe. A los ricos príncipes que
no tenían hijas casaderas se los acusaba de intento de rebelión, se los colgaba
y se confiscaban sus bienes. Seguramente no había ni un solo soldado en el país
y ni un solo colonizador español que no prefiriera como mujer una india a una
española, porque las muchachas indias eran mucho más bellas que las españolas.
Si
bien las mujeres de los indios tzotziles son muy feas, no tienen que desesperar
de encontrar un hombre. Porque los hombres se vuelven locos por las mujeres.
Como entre esta raza descansada el instinto de conservación de la raza es muy
fuerte, no necesita que las mujeres sean bellas. La belleza de la mujer no le
sirve para nada. Son otras cosas las que han de interesarle y, en general, no
tienen nada que ver con la belleza. Por eso es que la mujer no necesita
esforzarse por emperifollarse para conquistar a un hombre o para fascinarlo y
quedárselo. Y los hombres son muy fieles a sus mujeres.
Se
podría pensar que la causa está en que hay menos mujeres que hombres. Pero no es
el caso. Hay muchas más mujeres que hombres. Hay pocas casas en las que vive una
sola mujer. El cacique de los chamulas tiene seis mujeres que alimentar en su
casa. El cacique de los zinacantanes, además de su mujer y la de su hijo, tiene
en su casa tres mujeres más. Estas mujeres en general son parientes solteras o
viudas y que, según la costumbre india, deben ser mantenidas por el jefe de la
familia. Todas se empeñan naturalmente en las tareas domésticas. No son
consideradas una carga, sino en muchos casos como una
ayuda.
12
Los
indios se casan muy jóvenes. La mujer en edad más temprana que el hombre.
Frecuentemente no tiene más de once o doce años cuando se casa. Es raro que el
hombre se case antes de llegar a los dieciocho o veinte años, porque tiene que
ser ya lo suficientemente fuerte como para mantener a su familia. Aquí lo único
que sirve es la fuerza física, porque no existe un trabajo liviano, en una
oficina o en una tienda. Quien no tiene la fuerza suficiente para trabajar el
campo solo y hacer todo el trabajo solo, no puede casarse. Así la primera y
principal condición para el matrimonio, es la fuerza física del hombre, ésta es
su dote y su dinero. Y esta fuerza sana que necesita para mantener a su familia
también se hace valer en la procreación. Un debilucho no puede cultivar su
campo, es decir que no puede alimentar a su familia, por eso no encuentra mujer
y no puede traer hijos al mundo, que seguramente serían debiluchos como él. La
selección natural para formar una buena raza. Los debiluchos no llegan a grandes
entre los indios. No vi ni uno solo.
Cuando
un muchacho ha decidido formar una familia, empieza a mirar en derredor en busca
de una compañera. El no se lo pide, porque ella no le contestaría, aunque él le
guste.
Entonces
él intenta sentarse cerca de ella. Quizás una linda noche ella esté sentada en
un tosco banco de madera, en un árbol derribado o sobre la hierba. El no tiene
más que esperar que ella quiera sentarse en algún lado. Y frecuentemente ella
siente o sospecha lo que él quiere y le facilitará las cosas, sentándose de tal
modo que él la pueda ver.
Ahora
él también se sienta, pero quizás a una distancia de diez o doce pasos. Si la
muchacha se levanta y sigue su camino, el muchacho sabe que no tiene esperanzas.
Ella no lo quiere, no lo soporta y no quiere volver a verlo. Pero si se queda
sentada, significa que no le importa que él esté sentado allí o no. No significa
ni simpatía, ni antipatía.
Están
sentados allí, dándose la espalda, sin mirarse. El se acerca un poco. Si ella no
se levanta, quiere señalar que él no le es antipático. Pero todavía no sabe si
le gusta. Ella puede levantarse e irse en cualquier momento, ni bien él se
acerque más. Podría ser que ella no soportara su olor, algo que todavía no puede
saber.
El
se vuelve a acercar un paso más y si ella no se levanta, quiere decir que le cae
bien.
Para
llegar a este punto, él habrá tenido que emplear tres o quizás cuatro noches. Si
ya la primera tarde él se acercara mucho, la espantaría, aunque a ella le cayera
bien. En ese caso tendría que recomenzar desde cero.
Finalmente
están sentados a solo tres o cuatro pasos uno del otro. Espalda contra espalda,
sin mirarse. Así quizás pasan una hora, o dos o tres, hasta que ella cree que es
tiempo de volver a casa. Durante todo el tiempo ninguno de los dos dice una
palabra. Para decirse algo tendrán tiempo de sobra después. Como en todo
matrimonio. Después generalmente se habla demasiado.
Luego,
a la noche siguiente o la subsiguiente, o dos semanas más tarde, él la espera o
quizás espere ella, según como se dé. Empiezan en el mismo lugar en donde se
dejaron la última vez, espalda contra espalda, a tres o cuatro pasos de
distancia.
El
vuelve a acercarse un poquito, sin que se miren o se hablen. Y finalmente una
noche se sientan bien juntos, de manera que pueden sentirse si se inclinan un
poco. Pero siguen sentados espalda contra espalda. ¿Porqué deberían de apurarse?
El matrimonio después ya es bastante largo.
Así
se sientan todas las tardes de la semana, quizás durante dos o cuatro semanas.
El no dice nada, ella no dice nada. Pero ambos se sienten felices, tan felices
como pueden sentirse dos enamorados en cualquier lugar de la tierra. Porque
estos días y semanas son el tiempo de amor más dulce de su existencia, la
culminación de todos los sentimientos que el hombre busca expresar en la poesía
y en la música, sin lograrlo nunca plenamente. Es el tiempo del amor casto,
auténtico, de corazón, entre dos seres jóvenes antes de la consumación, que trae
la primera disonancia en la armonía del amor puro y desinteresado. La delicia de este tiempo
de amor se vuelve más profunda, porque ambos saben que si el deseo es
manifestado, encontrará satisfacción. Pero el hecho que ninguno lo diga, el que
sigan sentados soñando espalda contra espalda, los inunda de una felicidad
indescriptible. La conciencia del mutuo amor los hace sentirse bien y
cálidamente protegidos. Podrían morirse de felicidad.
Y
llega la tarde en que se miran. Se sonríen, se ríen y sollozan. Pero siguen sin
decirse nada. Sólo que están felices de haberse encontrado, de entenderse, de
amarse y saber que uno puede obtener del otro lo que desea. Esto quizás se
prolonga por unas noches, según la resistencia, que todavía les queda, pero que
empieza a cejar rápidamente.
Y
finalmente llega la noche en que él le hace una pregunta. Esta pregunta va sin
preludios directamente al nudo de toda la cuestión. El realismo halla justicia.
Y cuando ella responde, y es seguro que lo hará porque ya está ablandada,
dice:"Sí, ¡puedes hacerlo!" y él lo hace y ambos son felices, una, dos o cuatro
horas, según la resistencia y el ímpetu juvenil de las
partes.
Al
día siguiente, el joven esposo, porque a este punto ya casi lo es, va a lo del
padre de la muchacha y le pregunta cuál es su precio. En la casa ya se sabe lo
que está sucediendo y andan deliberando sobre los cambios en la casa cuando la
niña se vaya con su marido.
El
precio se pagará en maíz o cabras, en lana o algodón o carbón de leña, en cuero
o sal u otras cosas útiles. Se exige tanto maíz, tantas ovejas, tanto algodón
cuanto el padre cree que vale su hija. Es la compensación por la pérdida de una
buena fuerza de trabajo y de la querida compañía. Porque como las muchachas y
las mujeres trabajan mucho, tienen un valor. Y su joven esposo puede pagar sin
problemas, porque él tendrá ahora una buena colaboradora y una querida compañera
de lecho. Además se espera que ella sea una buena productora de otros
trabajadores. Tener muchos hijos, significa tener más manos que ayuden,
significa más tierra comunitaria, significa una vida
mejor.
Al
precio exigido, el joven generalmente añade por propia voluntad: una botella de
aguardiente, café, y además caramelos para los hermanos más pequeños de su
mujer. Suele suceder que le dé al suegro un cañón de perdigones o un sombrero o
una cartera de cuero o alguna otra cosa especial. La madre de la novia a veces
también recibe regalos, por ejemplo, un chal, una cuchara de lata o una
estampita de santo. Puede ser que también se dé dinero, pero no como dote, sino
como contribución.
Después
de haber pagado el precio y después de que el padre haya declarado que el precio
pagado corresponde a lo que él se esperaba por su hija, el matrimonio queda
concluido. No tiene lugar ninguna ceremonia. Hay parientes y amigos presentes,
en el momento en que se paga el precio, para que vean, juzguen y critiquen todo.
Para prolongar un poco la ceremonia, se arman peleas y se refunfuña en torno a
los regalos. El maíz podría ser mejor, el algodón parece tener gusanos, el cuero
no está bien curtido y todas las discusiones imaginables cuando se reúne la
parentela entera y cada uno quiere
demostrar su importancia y hacer entender que los padres de la novia
tienen que estar contentos de tener un tío en la familia que tan bien
defiende sus intereses y que
declara que es un pecado entregar una muchacha tan linda y fuerte por un precio
tan miserable. El joven esposo y su padre realmente podrían haber hecho algo
más. Esto por supuesto hace enojar al padre del joven y empieza la pelea. Pero
todo termina bien para satisfacción de todos y, en realidad, todo ocurre sólo
para que siquiera se diga algo y la cosa no se desarrolle demasiado
silenciosamente.
A
veces los huéspedes comen todos en la casa y beben café dulce, pero no es que
haya una verdadera comida de boda. Es sólo que entretanto la gente ha empezado a
tener hambre y el ama de casa, como anfitriona, tiene que ofrecerles
algo.
Los
indios, que viven entre mexicanos, naturalmente imitan en estas cosas a los
mexicanos y abandonan sus viejas usanzas. Como en México hay, paralelamente al
matrimonio legal, también un así llamado matrimonio natural, que consiste en que
dos personas convivan y se consideren esposos, en la clase trabajadora, a la que
pertenecen también los indios, en general hay pocas ceremonias nupciales. Los
trabajadores, si es que necesitan una ceremonia, se casan en muchos casos ante
el secretario del sindicato. Un matrimonio así no es legal, pero es respetado
por las autoridades en cuanto a la mayoría de los derechos que resultan del
matrimonio y de los hijos. El secretario del sindicato también los puede
divorciar.
Aquí,
como en otros casos semejantes me veo en la obligación de advertir
imperiosamente a los europeos que no saquen conclusiones erróneas de estas
costumbres, especialmente que no supongan que la moralidad del pueblo mexicano
anda por el suelo. La moralidad del pueblo mexicano es de todas formas más
sincera y más sana que la moralidad
europea. Pero no es sólo más sincera y más sana, sino más virtuosa de corazón.
Es muy rara la infidelidad de la mujer en la clase alta y en la clase baja de
ninguna manera es más frecuente que en las clases bajas de Inglaterra, Francia o
Alemania. Estos simples lazos matrimoniales son de origen indio y como las
clases bajas tienen en su mayoría sangre india, las costumbres se dan de por sí.
Tampoco en México el clerizonte hace nada gratis y el registro matrimonial
también hace pagar sus servicios. Los contrayentes de las clases más bajas no
pueden pagar la ceremonia, pero no por eso se dejan cercenar el derecho de
contraer matrimonio. El secretario del sindicato lo hace gratis. El sindicato es
el estado para el trabajador y si su matrimonio es reconocido por el sindicato,
le importa un bledo lo que otra gente piense de él y de su mujer. Y en México no
se le ocurre a nadie, justamente por ese modo libre y honesto de sentir, escupir
a la mujer o a los hijos o hablar mal de ellos, sólo porque no le pidieron la
bendición al clerizonte.
En
los últimos tiempos, el secretario del sindicato también suele bautizar a los
hijos de los trabajadores. Los niños son llevados por sus padres a una reunión
sindical y con ciertas ceremonias son presentados a los compañeros del sindicato
reunidos y así es que entran a formar parte oficialmente de la comunidad de
afiliados. El nombre y la fecha de nacimiento, así como el nombre de los padres
del niño se registran en los libros del sindicato. En estos casos el estado queda completamente excluido como
registrador del nacimiento de un niño.
Como
se puede ver en estos ejemplos prácticos, todo marcha estupendamente sin estado.
Para el observador superficial puede parecer que aquí el sindicato sólo sea otra
forma de estado o incluso, sólo otro nombre para la misma cosa. Pero quien cree
esto, desconoce la esencia del estado capitalista. El sindicato es una comunidad
voluntaria de iguales, formada con el único objetivo de servir a todos sus
miembros para alcanzar las mismas metas. El estado, en cambio, es una comunidad impuesta, formada desde arriba
con el objetivo de conceder a algunos miembros o grupos ventajas a costas de
otros miembros o grupos de la misma comunidad impuesta. Por medio de un sistema
bien pensado el estado difunde el embuste de que su objetivo es servir al bien
común y que es una institución completamente neutral en relación a todos sus
miembros. Ni bien el estado se vuelve realmente neutral frente a todos sus
miembros, sin diferencias entre personas, deja de ser un estado para ser
considerado un poder despótico. Claro que, donde el sindicato se conforma
simplemente con suavizar las durezas del sistema capitalista, en vez de
derrocarlo, allí donde termina apoyando al sistema capitalista, llegando a
compromisos, evoluciona hasta convertirse en un grupo más o menos privilegiado
en el ámbito del estado. Se convierte en un estado dentro del estado; y así se
convierte en un firme apoyo del estado, que en un caso así, se sirve de ese
grupo para poder perseguir sus nefastos fines con mayor seguridad. Ni bien un
sindicato -como sucede hoy en México- comienza a disociarse completamente del
estado, y no reconoce más la autoridad del estado, lo disuelve progresivamente,
sin cometer un acto de violencia. Sin contar la población puramente india en
México, que sólo nominalmente pertenece al estado, hoy en México el poder de los
sindicatos es mayor que el del estado. Con esto quiero decir, entre aquellas
personas en México, que pertenecen conscientemente a una organización, sea a la
del estado o a la del sindicato, ya ahora la cantidad de personas que pertenecen
a los sindicatos y se someten voluntariamente a sus leyes, es mucho mayor que
los que reconocen en el estado la máxima autoridad. En todas las luchas
políticas en México esto se manifiesta abiertamente. El estado no puede llevar a
cabo ninguno de sus proyectos si le falta el apoyo de los sindicatos. En la
Rusia bolchevique el estado es el factor de poder determinante, en el México no
bolchevique el factor de poder determinante está en los sindicatos. Como todos
los indios, sin excepción, cuando se acercan a la civilización, por el hecho de
ser proletarios, se acercan primero a los sindicatos y después al estado, el
sindicato día a día se fortalece con ese aporte nuevo y joven. Para el indio que
sale de su primitivismo y se acerca a la civilización, el estado no significa
nada. El estado es algo extraño para él. Por el contrario el sindicato lo es
todo. Se acerca mucho más a su
sentido de la colectividad y a su instinto gregario que el estado, cuya
organización no entiende ni entenderá jamás.
Siguiendo
la vieja tradición española -también americana- el hijo, y por supuesto también
el adulto, llevan el apellido del padre y el de la madre. La madre de Francisco
López Guerrero es una Guerrero de soltera, mientras su padre se llama López. En
los EE.UU. el apellido de la madre está en primer lugar, en México el del padre,
pero puede darse que ocupe el segundo. Esta antigua costumbre española impide
adjudicarle al niño de por vida un nacimiento ilegítimo. En México el niño, sin
importar que haya nacido de un matrimonio legal o natural tiene siempre el
derecho de usar el apellido del padre. Sólo si el padre niega este derecho al
niño ante un juzgado y se le da la razón, el niño queda privado de la
posibilidad de añadir el apellido del padre a su nombre. Como en México la
mujer casada legal o
naturalmente, conserva siempre su propio nombre, al que añade el
del marido, no se puede saber si su matrimonio es legal o natural. Mientras no
se trate de una cuestión judicial, donde la cuestión personal es de
extraordinaria importancia, la mujer tiene en la vida privada siempre la
posibilidad de agregar a su nombre el del marido natural. Una mujer que viven en
comunidad marital con su esposo, es siempre una señora (N.d.T.:en español con
grafía alemana en el original: "Senjora"). Aun delante de la policía puede
llamarse señora del señor Guerrero -o como quiera llamarse su marido- sin que
por eso esté cometiendo falsificación de documento. Sólo tiene que responder
correctamente a la pregunta si está casada legalmente o no, en los casos en que
esta cuestión tenga importancia. Son antiguos usos y costumbres indias, los que
aquí influyen.
En
las estadísticas oficiales se indica siempre expresamente la cantidad de hombres
solteros, la cantidad de mujeres solteras, la cantidad de parejas casadas
legalmente y la cantidad de los que viven en unión natural. Ambos grupos, las
uniones legales y aquéllas naturales se consideran matrimonios y se denominan
familias en las estadísticas del gobierno.
La
diferencia entre matrimonio legal y natural es meramente de naturaleza jurídica.
Los hijos de matrimonio natural tienen derecho de heredar de su padre y de su
madre, pero no de sus abuelos o de otros parientes, en caso de que haya otros
herederos legales. El padre tiene la obligación legal, como también en otras
partes, de mantener a sus hijos, sin importar que éstos provengan de un
matrimonio legal o natural. Calificar de inmoral o de concubina a una mujer en
México o en EE.UU., sólo porque vive en unión natural con un hombre, es un
ofensa pesada y punible. Y este hecho no se puede aducir ni siquiera cuando
durante una causa se quisiera disminuir el valor del testimonio de una mujer.
Porque también en EE.UU. hay una forma de matrimonio natural, el así llamado
"marriage by common law."
Los
americanos que no pueden ir a París, hacen amplio uso de las simples y sencillas
posibilidades de contraer matrimonio y de divorciarse que hay en
México.
Para
juzgar la moralidad de un pueblo extranjero, no se pueden trasladar así nomás,
sin pensar, las costumbres y las consideraciones morales de otros países. La
moralidad de una persona y de todo un pueblo no se basan en las formas
externas.
Entre
los indios no existe la fiesta de casamiento. Es posible que otras naciones
indias festejen estas ocasiones. Aquí entre los tzotziles, ni bien el precio ha
sido pagado y el padre ha reconocido que el precio es justo, el matrimonio queda
sellado y la ceremonia terminada. La novia toma sus cosas, que puede llevarse
fácilmente en un saco, dice adiós a padres y hermanos y abandona la casa paterna
con su joven esposo. En casos en que los padres de la novia vivan solos, no
tengan otros hijos y sean bastante ancianos, puede suceder que la joven pareja
se quede a vivir en la casa de los padres. Pero por regla general la pareja vive
en casa de los padres del marido. Si allí la familia es grande, y sobre todo si
hay otros hijos mayores, entonces el joven marido se queda sólo el tiempo
necesario hasta obtener la tierra comunal que le corresponde a la joven familia
y construye enseguida una casa propia, a la cual va a vivir con su mujer apenas
la termina.
En
nuestra vida las cuestiones de amor, el casamiento y el matrimonio son tan
importantes que llenan casi toda nuestra literatura. A juzgar por nuestro arte y
nuestra literatura se tiene la impresión de que no tuviéramos otro interés en la
vida que enamorarnos, casarnos y después complicarnos tanto la vida en y por el
matrimonio, que ni nosotros mismos entendemos ya nuestra vida ni nuestros
sentimientos.
Todas
estas complicaciones que nos dificultan la vida, son completamente ajenas al
indio. Si le contáramos de nuestras preocupaciones y amarguras durante nuestra
vida matrimonial, del ir y venir de los sentimientos, de las disputas y peleas y
del querer tener razón, de la lucha por determinar quién manda en la casa y
quién no, si le contáramos todo esto a un indio, no nos podría entender. Nos
consideraría unos locos de remate que se arruinan solos la
vida.
Para
él la vida amorosa termina una vez que consigue mujer. En su matrimonio no
entran complicaciones de ningún tipo. Ambos han elegido y se conforman. Ni él ni
ella apetecen a otro. Ni se les ocurre la posibilidad de haber elegido mal. Por
eso no se arrepienten de haberse casado. Ambos están satisfechos de tener al
otro; y el único deseo que tienen, es el de formar una familia, mantenerla y
encontrar la felicidad en ella. Un
conmovedor compañerismo pasa a ocupar el lugar del amor entre el hombre y la
mujer, un compañerismo que nada puede quebrar y que sólo se termina, cuando no
se cumple el objetivo de su unión.
Ni
en el amor ni en el matrimonio el hombre y la mujer se besan. Para ellos el beso
es sucio, por no decir antiestético. Es contrario a su sensibilidad cultural.
Cuando quieren manifestarse mutuamente la ternura, se tocan las mejillas y se
acarician mejilla contra mejilla.
Sería
erróneo creer que las mujeres son compradas por sus hombres, cual esclavas o
ganado. El precio de compra es una especie de reconocimiento para el padre que
ha alimentado y educado a esta hija, es un reconocimiento de que es su hija, ya
que no hay certificados de nacimiento. Y el pago del precio es la ceremonia del
casamiento -¿qué otro modo tendría sino el indio de demostrar que está
legalmente casado con su mujer? Si el hombre tuviera que comprar verdaderamente
a su mujer, el precio sería mucho más alto; porque como trabajadora y compañera en el hogar
la muchacha vale mucho más para su padre, de lo que el joven paga. Entre
nosotros hay mujeres y, muchas veces también hombres, que son vendidos para el
casamiento en un modo desvergonzado. Y es más descarado aún por la hipocresía
con la que se quiere velar la compra. El indio no dice nunca que compra a su
mujer, sino que ofrece regalos al padre de su mujer, para que la despedida de su
hija no le duela demasiado.
Si
después de un tiempo se comprueba que la mujer no es apta para el matrimonio, ya
sea porque no sabe cocinar o porque no quiere trabajar o porque es peleadora y
se opone a las reglas que su marido considere necesarias para el mantenimiento
del hogar, el hombre tiene derecho de devolverla a casa de su padre. Defectos
corporales o físicos no le dan al hombre el derecho de devolverla, porque él ya
había tenido ocasión de convencerse de la calidad de sus bellezas y lo había
hecho abundantemente.
La
noche de bodas a prueba es una institución por la que debemos envidiar a los
indios. ¿Qué sabemos nosotros del aspecto que tiene la mujer con la que nos
casamos de noche en la cama, cuando la observamos de cerca y a la luz, y qué
sabe la mujer de cómo está hecho el hombre, cuando llega el momento de demostrar
sus habilidades? El o ella pueden presentar una deformación corporal que para el
otro es intolerable o, incluso, repugnante. El cuerpo de uno puede exhalar un
olor que para el otro es una tortura. En la fase activa uno de los dos puede
fracasar hasta tal punto que el otro no alcance nunca el placer. Y hasta puede
ser que sean físicamente incompatibles y uno pueda causar daños corporales al
otro. Pero nosotros, malditos hipócritas, no nos preguntamos estas cosas. Son
cosas secundarias que se tienen que arreglar con el tiempo. Nuestras preguntas
se refieren a si todo fue decente, legal y de acuerdo con las costumbres en el
casamiento, si todos los gastos fueron pagados puntualmente, para el cura, para
el ajuar, la decoración de la casa y el banquete de boda. Lo más importante en
el casamiento, lo único de lo que se trata, no se considera. Si las personitas
primero han tanteado el terreno del otro para ver cómo venía la mano, se habla
de concubinato. Y nos asombramos de tener tantos matrimonios infelices. En
realidad tenemos demasiados felices. Este es el error que nos hace padecer.
Si
una niña es devuelta a su padre, éste debe devolver todos los regalos al joven.
Con la devolución de los regalos se sanciona el divorcio. No hay pelea en esta
ocasión; el padre devuelve gustoso las cosas, porque su hija tiene mucho más
valor. Otra demostración de que la hija no fue vendida. Ningún indio aceptaría
la devolución de una cabra o una oveja vendidas tan fácil y gustosamente como
acepta la devolución de su hija.
Ambos,
tanto el hombre como la mujer, están nuevamente libres y pueden casarse con
otro. Pero una mujer devuelta por su marido tiene mayores dificultades para
encontrar otro hombre. El hombre que la devolvió, habrá tenido sus razones y los
jóvenes actúan con cautela con esa mujer.
Pero
si la mujer tiene un hijo, los muchachos la siguen para conquistarla como mujer.
El niño le confiere mayor valor y respetabilidad.
Pero
el derecho al divorcio no es unilateral. Si el joven esposo no cumple con las
espectativas que la mujer se considera con derecho a albergar, tiene derecho a
abandonarlo. Toma sus cosas y regresa a casa del padre. En este caso el padre no
necesita devolver los regalos. El divorcio se considera hecho efectivo cuando el
joven va a la casa del suegro y la mujer se niega a verlo.
En
caso de maltrato, la mujer tiene derecho de abandonar a su marido y el divorcio
se realiza cuando la mujer puede demostrar que fue maltratada. No importa que
tenga muchos o pocos hijos. Cuántos más tiene, más fácil le será encontrar un hombre. Pero el hombre abandonado por
maltrato, puede andar de rodillas rogando hasta encontrar otra mujer.
Generalmente queda condenado a la soltería y esto es una cosa terrible para un
indio.
En
caso de divorcio los niños quedan siempre con la madre.
En
general, el indio trata muy bien a su mujer y la respeta de un modo conmovedor.
La mujer no trabaja nunca en el campo, eso es trabajo de hombres. Su campo
laboral es la casa. Se ocupa de la cocina y de la ropa. Los niños no le dan
mucho trabajo, pero ella se dedica mucho a ellos. Tiene que hilar y tejer todas
las vestimentas necesarias. No acumulan grandes riquezas en vestidos, ropa o
telas. Así se ahorran el trabajo del eterno cambiar de lugar, revisar, lavar y
ordenar cosas que en veinte años no se usan nunca. En toda la casa no hay más
ropa y vestimentas que las que realmente se necesitan y una muda. No se agrian
innecesariamente la vida preocupándose por tesoros que se comen las
polillas.
Las
mujeres son extraordinariamente fuertes y resistentes. Si hace falta, acompañan
al marido a la ciudad y ellas llevan la carga tal como el hombre, además de
llevar al niño de pecho. A pesar de su fuerza tenaz, a pesar de su diligente
trabajo, a pesar de su laboriosidad, no buscan comandar o dominar. Eso es cosa
del hombre. Y el hombre, aunque respete y honre realmente a su mujer, no la
considera un ser sobrenatural, una diosa, un ángel llegado del cielo, ante el
cual debe arrodillarse. Ese disparate se lo deja a otra raza. Para él es un ser
natural de carne y hueso, que tiene la piel curtida. Ella tiene habilidades de
las que él carece y él tiene cualidades que la naturaleza no le dio a ella.
Justamente para compensarlas es que ha tomado mujer; sino no la
necesitaría.
La
familia se forma para que el indio se rodee de niños. Y para una mujer, una de
las misiones más importantes es traer niños al mundo. Una mujer que no tiene
hijos y no queda embarazada puede ser devuelta al padre por inútil. Pero puede
ser que su marido la quiera. Y si aparte de esto no encuentra ningún otro
defecto en ella, le da otra oportunidad de alcanzar en este aspecto lo que aún
no ha podido. Esta oportunidad es bastante cruel.
Una
mujer que no puede tener hijos y que quiere tanto a su marido como él a ella le
pide al marido que le dé una buena paliza, suponiendo que sólo es demasiado
perezosa para parir hijos. Y el hombre le pega con todas sus fuerzas y tantas
veces como su mujer se lo pida. Parecerá extraño, pero es cierto que en la mitad
de los casos esta paliza da sus frutos. El ansiado hijo está en camino. Esta
paliza no tiene nada que ver con la superstición, cabe acotar aquí. Y la
superstición de los indios, como la de todos los pueblos primitivos,
generalmente está bien fundada y se basa en ricas experiencias y buenas
observaciones de fenómenos naturales.
En
muchos casos la mujer primero preparará y beberá todo tipo de brebajes, que le
habrán aconsejado las más ancianas.
Si
todos estos métodos no sirven, entonces el hombre puede devolver a la mujer o
quedarse con ella, según lo que acuerden entre ellos. Pero son considerados una
familia infeliz.
Una
mujer que es devuelta a la casa paterna por esta causa, tiene muchas
dificultades para conseguir otro marido. Quizás encuentre uno y puede ser que
con éste consiga lo que no con el primero, mientras quizás su ex esposo llegue a
su meta con otra mujer. Pero, en general, uno de los dos se queda atrás, como
socio incapaz, a veces el hombre, a veces la mujer. Su vida es digna de
compasión. Viven con parientes y no llevan nunca una vida propia y autónoma. En
muchos casos abandonan a su tribu y van a una ciudad mexicana, donde la muchacha
trabajará de mucama, el hombre de mulero o changador.
Los
indios son muy fecundos. No es raro que una mujer traiga cuarenta hijos al
mundo; veinticinco son lo habitual. Yo encontré una bisabuela de treinta y nueve
años que seguía pariendo un hijo cada año y daba la impresión de poder seguir
haciéndolo por otros veinte años más.
Pero
la mortalidad infantil es monstruosa. De diez niños mueren siete a ocho, antes
de alcanzar la edad de siete años. Si alcanzaron esta edad, florecen como
jóvenes manzanos y ya no hay nada que los destruya. El gobierno actual trabaja duramente para resolver este
problema. Es de suponer que dentro de diez años la mortalidad infantil habrá
disminuido en por lo menos un treinta por ciento, si la obra emprendida por el
gobierno procede como hasta ahora. Y entonces se acercará el tiempo en que
México no necesitará ya inmigrantes de Europa para llenar el país. Porque en
este país, grande y rico, en el cual podrían vivir fácilmente cien millones de
personas, hoy apenas viven quince millones.
Los
niños se alimentan exclusivamente con leche materna. Suelen verse niños de seis
años tomando el pecho, especialmente en aquellos casos en que los hijos
sucesivos hayan muerto pequeños y la madre no sepa qué hacer con el alimento
sobrante. Así que no es la alimentación la causa de la mortalidad infantil, sino
una serie de otras razones. Algunos problemas ya se crean durante el parto,
porque las mujeres frecuentemente paren sin asistencia. Y aunque tengan
asistencia no cambia mucho, porque los fundamentos de la higiene se desconocen.
La causa principal de la mortalidad infantil en todo el mundo, es que cada mujer
cree que por el solo hecho de parir un niño, ya sabe todo lo necesario sobre
puericultura. Esto no es cierto. Cuidar un niño es algo que se debe aprender así
o mejor de cómo se aprende a cuidar correctamente a un adulto enfermo. No habría
que asombrarse de la mortalidad infantil, sino que siquiera haya niños
sobrevivientes. En realidad, es pura casualidad si un niño llega a grande y es
sano. Y los indios, a pesar de su enorme fecundidad, deben su supervivencia como
raza particularmente a la casualidad y a su resistencia.
No
he visto nunca un lisiado entre los indios, así como no he visto nunca a un
anciano o a una anciana, que ya no pudieran bastarse a sí mismos. Hay docenas de
hombres y mujeres que llegan a más de cien, hasta a ciento treinta años. Pero
hacen su trabajo como cualquier otro del pueblo. Nunca pude enterarme adónde es
que van a parar cuando, de repente, la debilidad les impide mantenerse. Un buen día no están
más.
La
ceguera que es muy frecuente en México, generalmente es causada por descuidos
durante el parto. Que los indios de tanto en tanto den a luz lisiados lo veo por
los indios lisiados que se ven deambulando como mendigos por las calles de las
ciudades mexicanas. Pero en las comunidades indias no hay lisiados. Desaparecen.
Nadie sabe si nacieron y cuando nacieron, nadie se entera adónde van. El
gobierno no se mete; ¿y qué podría hacer con los lisiados? Ya le basta con los
que hay en las ciudades mexicanas que le crean grandes dificultades. Finalmente
es también mejor para el lisiado,
si no llega a tomar conciencia de su propia vida. Igual que un niño nacido
muerto, simplemente no tuvo suerte al llegar al mundo.
Los
padres tratan muy bien a los niños, nosotros diríamos que los malcrían. Y como
son bien tratados, se los ve siempre alegres. Se los ve siempre riendo,
charlando excitados y jugando alegremente. Las niñas son serias por naturaleza,
se ven alegres sólo cuando no se sienten observadas.
Los
niños que aún no caminan, son llevados por sus madres en la espalda en un
sarape. Las puntas de la manta se anudan sobre el pecho. En muchos casos la
madre lleva al niño durante todo el día de ese modo, aun mientras hace su
trabajo. En las ciudades mexicanas de Chiapas, he visto jóvenes indias que
trabajaban como mucamas en los hoteles y que llevaban a sus hijos durante todo
el tiempo en la espalda, sin dejarlos un minuto.
Las
mujeres que llevan una pesada carga en la espalda a la ciudad para venderla, no
por eso dejan de llevar también al hijo. En este caso, llevan al niño adelante y
anudan el sarape en la espalda. El nudo sirve para sostener la carga en la
espalda. De esta manera, la carga apoyada en el nudo impide que el niño se
deslice hacia abajo cuando la madre camina agachada.
El
bebé es el tesoro más grande de la madre. A pesar de que la madre mima y
acaricia al pequeño cada vez que se le acerca, no besa ni al lactante ni a los
otros niños. También aquí se desconoce el beso. Lleva un cierto tiempo antes de
que los indios que viven entre mexicanos, se acostumbren a besar a los niños. Y
para que los adultos se besen tiene que pasar aún más
tiempo.
Mientras
los niños son pequeños no se los obliga a trabajar. Pueden hacer lo que quieran.
Pero no hay niño tan ansioso por trabajar como lo es el niño indio. El peor
castigo para un niño indio es que el padre prohiba al varón que le ayude en el
campo o que la madre prohiba a la niña que le ayude a cocinar o a cuidar al
hermanito. Los juguetes de los indiecitos tienen que ver con esta ansia que
tienen de ser útiles. Los juguetes son fabricados en forma casera en muchos
poblados de México. Todos, sin excepción, son objetos que reproducen en
miniatura los que los adultos utilizan durante el trabajo en el campo o en la
casa. Frecuentemente están hechos con un cuidado y una precisión que conmueven e
imitan los objetos de uso reales en un modo que a nosotros nos resulta raro,
porque no podemos entender por qué se esfuerzan tanto en hacer los juguetes con
tanto esmero.
Una
vez pregunté a un indio, que hacía vasijas pequeñas para niños, por qué ponía tanta atención en pintar tan cuidadosamente con guirnaldas de flores
los platitos. El me dijo:" para que el niño se alegre."
Y
de hecho, es así que estos fabricantes de juguetes no piensan tanto en el
negocio -pues en el mismo tiempo podrían hacer objetos más grandes que se pueden
vender a mayor precio- sino que piensan en la alegría de los
niños.
Este
inmenso amor por los pequeños lleva frecuentemente al robo de niños y una buena
parte del trabajo de la policía consiste en devolver a los padres los niños
robados. En numerosos casos los niños no quieren volver a lo de sus padres,
porque prefieren quedarse con los indios que los tratan mejor que sus padres
legítimos. Generalmente se roban los hijos de familias
mexicanas.
Cuando
la mujer siente que se está acercando el momento del parto, esparce todas las
mañanas las cenizas del hogar en el suelo y las desparrama un poco. Con un
trocito de madera dibuja el contorno de algún animal, quizás una lagartija, un
león, un sapo, un ciervo, un tigre, un coyote, una víbora, un águila, un buitre,
en fin de cualquier animal que se le ocurra en ese momento o con el que haya
soñado la noche anterior. Hecho esto, tira las cenizas y va a sus tareas
domésticas..
La
idea del animal permanece viva en su imaginación durante todo el día, hasta que
a la mañana siguiente dibuja otro animal.
Cuando
el niño llega al mundo está emparentado espiritual y corporalmente con el animal
que su madre ha dibujado por último en las cenizas. Esta identificación con un
determinado animal permanece durante toda la vida del hombre o de la mujer.
Puede influenciar ciertas acciones del indio, que nos pueden parecer
incomprensibles si uno no conoce esa identidad animal. Está siempre viva en su
inconsciente. Hay una semejanza con la idea de la peregrinación de las almas,
tal como existía entre los antiguos egipcios y como existe ahora todavía en la
India oriental.
Esta
identidad se manifiesta en distintas formas y acciones. Aquí quiero citar
solamente algunas. Si el animal con el cual el indio está emparentado
espiritualmente sufre, el indio sufre también. Si su animal es matado, el indio
lo siente, se vuelve intranquilo y hasta puede enfermarse. Un indio enfermo no
dirá tanto: "¡Yo estoy enfermo!", sino más bien:"¡El alma de mi animal está
enferma y sufre!" Quien no conoce la identidad animal, pensará naturalmente que
el indio está hablando que la parte animal de su cuerpo, la parte física, está
enferma. Por esta razón los indios son, en general, muy buenos con los animales
, porque si tratan mal a un animal, podrían estar haciendo daño a su amigo, a su
hermano o a su madre, que sienten la crueldad que se está cometiendo con ese
animal.
El
indio no le cuenta a nadie, quizás sólo al amigo más íntimo, como demostración
de sincera amistad, cuál es el animal de su alma. Porque si uno conoce el animal
de otro, le puede ocasionar muchos sinsabores. Si el enemigo del indio mata a su
animal con la idea de hacer mal al hombre, entonces el hombre emparentado con
ese animal, se enfermará gravemente o se sentirá tan inquieto que cometerá
tonterías, por las que hará daño a su persona o a su casa. Para evitar todo esto
la madre le cuenta al hijo recién cuando llega a adulto, cuál es el animal con
el cual está emparentado espiritualmente.
Entre
los indios huixtanes se cuenta una historia que es más o menos así: un indio de
esta tribu estaba cuidando las ovejas. Era ya bastante tarde y las ovejas se
encontraban dentro del recinto. De golpe se despertó, porque escuchó que las
ovejas se agitaban mucho. Observando bien, vio que un joven puma había trepado
por el recinto y estaba por saltar encima a las ovejas. El pastor arrojó su
machete contra el león hiriéndolo gravemente en el flanco. Pero pudo escapar. En
ese mismo momento sucedió que en un pueblo
cercano una mujer comenzó a gritar horriblemente exclamando:"Me han
herido con un machete en la cadera." Así, todas las personas del pueblo supieron
que su animal era el león, pero sus enemigos no tuvieron muchas ocasiones de
hacerle daño, porque los leones sólo se acercan raramente a los
pueblos.
13
Los
indios tzotziles saludan de un modo que se diferencia del de otros indios. Si el
indio quiere saludar a alguien a quien respeta, se quita el sombrero, se acerca
mucho e inclina un poco la cabeza. El saludado, debe tocar con la mano abierta
la cabeza en la parte más alta. Una vez hecho esto, el indio alza la cabeza y se
pone el sombrero. Puede darse que tome la mano de quien ha saludado y la lleve
una segunda vez con su propia mano a su cabeza.
Ciertos
viajeros supusieron que éste fuera un antiguo saludo indio. Pero yo creo que es
un error. El saludo es seguramente antiguo, pero no es indio. Según mi opinión
surgió del hecho de que los indios cuando encontraban a un sacerdote o a un
monje se quitaban el sombrero y se acercaban para recibir la bendición. Poco a
poco el saludo se transfirió a todos los blancos, religiosos o no, porque todos
los blancos pasaban por personas de respeto ante ellos, y quizás porque los
blancos gozaban de mejores relaciones con el dios blanco que los indios. Hoy el
indio saluda en esta forma no sólo al blanco que quiere honrar, sino también al
cacique y a su padre. No creo que este saludo sea indio porque no veo la
respuesta, y porque este saludo ni siquiera espera, es más, no permite un saludo
de respuesta.
En
general el indio saluda con un breve "¡adiós, señor!" (N.d.T.: en español con
grafía alemana "Senjor" en el original), cuando saluda a un blanco. Adiós es
español y significa en realidad despedida. Pero en México surgió la costumbre de
saludarse también con adiós cuando uno se encuentra sin querer detenerse, y
tiene que seguir camino. Quiere decir algo así como "buen día, pero no tengo
tiempo para conversar ahora, así que al mismo tiempo, adiós." Pero si uno quiere
que el saludado se detenga, porque uno tiene algo que decirle, entonces se hace
el saludo habitual. Estas diferencias el indio naturalmente no las hace, sino
que dice simplemente "adiós" y está
contento si uno lo deja seguir tranquilamente su camino.
Yo
puedo decir que en la ciudad india de Chamula fui siempre saludado con el saludo
de máxima consideración, una vez con tal efusión que necesité casi una media
hora para pasar por todos. Pero no quiero despertar la falsa impresión de ser
una persona tan importante. El motivo era probablemente que yo era el blanco más
conocido en Chamula, porque en el curso de siete semanas había repartido algunos
miles de cigarrillos y cantidades incalculables de caramelos a los
niños.
No
hay que tener aversión a tocar tantas cabezas. Primeramente los indios allí se
lavan la cabeza tan bien y con tanta frecuencia que pueden competir
perfectamente con una cabeza lavada con champú y en segundo lugar los indios
tzotziles se vendan la cabeza con un pañuelo de algodón blanco limpísimo. Este
chal de cabeza se parece mucho a un turbante, sólo que se ajusta más a la
cabeza. El sombrero se lleva sobre el turbante.
Hasta
donde pude saber los indios en Chiapas no tienen música propia. Pero cantan. Lo
que escuché de sus cantos es bastante monótono. Pero en dicha monotonía muchas
veces hay mucho ritmo y una melodía que nosotros no llegamos a captar. Por eso
no quisiera juzgar su canto con la escala de valores de nuestra música. Los
indios del estado vecino de Oaxaca tienen hermosas canciones antiguas. Un
compositor mexicano moderno ha escrito buena música mexicana, que causó
impresión y que en EE.UU. y casi en todas partes encontró gran éxito como música
original mexicana. Hace poco se demostró que el compositor no había compuesto
nada por sí mismo, sino que simplemente estaba refrescando viejas canciones de
los indios de Oaxaca. De todas formas lo ha hecho con tanto arte que las
canciones adquieren mayor valor musical, especialmente si las escuchamos
nosotros, acostumbrados a la música europea.
Chiapas
posee un instrumento musical, que sólo existe allí y sólo allí se toca en forma
acabada, la marimba. Es una especie de xilófono, pero por medio de pífanos de
distinto largo y grosor se producen sonidos que resuenan por mucho tiempo, que
producen una música muy extraña, que no se puede comparar con ningún otro tipo
de música. Uno cree escuchar todos los instrumentos y, sin embargo, escuchando
atentamente no es ninguno de ellos. La sonoridad es tal como si estuviera entre el piano y un
órgano pequeño. Con este instrumento se puede ejecutar toda ópera y toda canción
callejera. El instrumento puede tener el sonido suave de un arpa, o el de una
flauta o de un clarinete. Se puede acompañar con cantos y danzas. Lo tocan entre
cuatro a seis hombres, que tienen que estar bien ensayados. Los listones se
percuten con un palito muy delgado, en cuyo extremo hay una pequeña bola de goma
dura, con la que también se golpea. Muchas veces se afirma que la marimba es un
instrumento indio; o que es una imitación. Pero hoy se tiene por cierto que en
sus orígenes era un instrumento musical de los negros, ya sea inventado por
ellos mismos o resultado de la
imitación y perfeccionamiento de un xilófono. Y como en los tiempos de la
colonia había muchos negros en Chiapas, llegó con ellos al estado para quedarse.
Quizás allí el instrumento
solamente haya sido perfeccionado hasta llegar a su forma actual. En otros
estados no se lo conoce, salvo que tocadores de marimba de Chiapas se lo lleven
de viaje.
Los
instrumentos de los indios son imitaciones de instrumentos musicales europeos.
Por su tosca factura, despiertan la impresión de ser instrumentos primitivos.
Pero no lo son. Hay que tener cuidado para no dejarse confundir por las formas
toscas. Los indios ven un instrumento en una vidriera, ven a alguien tocándolo y
ya son capaces de imitarlo tan bien, que lo pueden hacer sonar. El indio que no
viene nunca a la ciudad, lo ve sólo en su tosca imitación y así es que poco a
poco se va conformando un instrumento que nos resulta extraño. Pero su forma
primitiva sigue siendo europea y ésta se puede demostrar en todos los
instrumentos que he visto.
Por
supuesto que en algunas naciones más al norte de Chiapas como en otros estados
de México usan todavía sus antiquísimos instrumentos de música, en especial los
tambores de madera y las flautas.
Algo
semejante sucede con las danzas. Las danzas son mexicanas o españolas. Como la
postura de todo el cuerpo, todos los gestos y movimientos del indio se
diferencian de las del mexicano, el baile del indio tendrá un aspecto
completamente diferente del baile que baila un mexicano. Y entonces uno cree ver
una danza india original, cuando se trata de una danza mexicana o española
bailada con otro sentimiento. Cada vez que uno ve a hombres y mujeres danzando
juntos, es casi seguro que no se trata de una auténtica danza india; porque
entre los indios, hombres y mujeres bailan separados, es decir, los hombres
entre ellos y las mujeres entre ellas. Si bailan juntos, es que la danza tiene
influencia europea. Quizás haya excepciones, pero hoy, después de cuatrocientos
años de presencia blanca en el continente es difícil averiguar cuándo y por qué
vía llegó la influencia. De todas formas no corresponde a la naturaleza del
indio que el hombre baile con la mujer.
Si
aquí se hace una diferencia entre danzas españolas y mexicanas, se debe remarcar
expresamente que el pueblo mexicano tiene numerosas danzas -entre ellas, el
jarabe- que son desconocidas en España. Estas danzas mexicanas, tal como la
mayoría de sus cantos, tienen sus raíces en los antiguos bailes y cantos de la
población indígena. Los cantos y danzas llegan a través de los trabajadores
agrícolas indios, los peones, a los ranchos y haciendas (N.d.T.: en español, con
grafía alemana en el original: "Hazienda"), aquí se reforman y pasan de los
ranchos a las ciudades pequeñas, después a las grandes, donde artistas mexicanos
y recopiladores de canciones populares las arreglan para su uso entre la
población urbana civilizada. Claro que si un indio vuelve a sentir casualmente
estas canciones y danzas en un teatro de Ciudad de México, difícilmente las
reconocerá. Pero esto no quita que su origen sea indio.
Se
danza cuando falta la lluvia y las danzas también sirven para espantar a los
espíritus que se hubieran instalado en el pueblo. Hay un particular espíritu de
la tierra, que tiene muchas formas, de manera que puede encontrarse
contemporáneamente en todas partes. En cada trozo de tierra que habita o cultiva
un indio, también vive un genio de la tierra. El indio lo respeta mucho. Por eso
nunca habla mal de su tierra y de su casa, porque teme ofender al genio. No
tiene una imagen de este espíritu, es simplemente la tierra o el alimento de la
tierra. Si el indio se enferma, supone en primera instancia, que ha ofendido en
algún momento al espíritu de la tierra y que tiene que reconciliarse con él. Con
este objetivo se organiza una pequeña fiesta familiar, en la que se come y se
bebe mucho aguardiente. El enfermo tiene que empinar bien el codo, porque es más
fácil reconciliarse con el espíritu estando borracho, porque éste así se da
cuenta de que uno se esfuerza particularmente por reconciliarse. Si el indio no
logra amigarse, lo que comprueba porque el maíz no prospera, las desgracias se
suceden unas a otras, mueren muchos familiares, entonces abandona el lugar y se
asienta en otro sitio.
Los
indios choles, cuando padecen una prolongada sequía y necesitan lluvia con
urgencia, se dirigen a una fuente, la castigan dándole mucha sal y chile (ají
picante) y latigazos.
Si
un niño se enferma, se supone primero que lo ha golpeado un mal de ojo. Si el
niño muere, se culpa a un vecino o vecina, de haber mirado mal al niño y así
haberlo devorado con el mal de ojo. De estas ocasiones pueden surgir feas
rencillas, que perturban en gran medida la paz de la
tribu.
Los
brujos y magos gozan todavía de una gran influencia. Pero se ganan su fama al
precio de un constante peligro de vida. Porque el brujo es considerado
responsable de toda desgracia que afecte a la tribu y si no encuentra el remedio
es lapidado. Para salvarse, debe echar la culpa a algún poder oscuro. Y es él
quien fomenta la superstición en cosas tontas, porque esto lo salva de la
lapidación. Está siempre sobre ascuas. Si quiere ser mago, tiene que ser capaz
de magia, así como el cacique tiene que ser capaz de gobernar bien, sino es
destituido sin mucha vuelta y sin compasión. El indio no necesita a nadie que
haga de objeto decorativo, todos tienen que trabajar y quien quiere ser brujo o
cacique tiene que hacer tres veces más que los otros. Para eso es el hombre
importante. Existe la aristocracia aquí, pero aristócrata es quien es capaz de
hacer más que los otros. Ya era así entre los aztecas. Tenían una nobleza de
sangre. Pero cada joven noble tenía que ganarse su nobleza en la lucha. Y si
dentro de un determinado plazo no había sido capaz de realizar en batalla o en
otros campos algo especial e importante, la nobleza le era contestada. Los
indios siguen conservando esta costumbre. El hijo del cacique puede ser elegido
cacique, tiene la prerrogativa. Pero si se comprueba que no es capaz de gran
cosa, que hay otros hombres en la tribu más dotados para esa función que él, no
le sirve de nada que su padre sea cacique. Ni en los tiempos antiguos ni hoy en
día son sólo los bravos guerreros o los
hombres fuertes los que constituyen la nobleza. La prudencia se considera
casi más valiosa.
Cuando
los españoles llegaron a México, había allí una sola república india. Todas las
tribus y naciones habían caído bajo el dominio de los aztecas y de los
texcocanos. Esta república, la república de los indios tlaxcaltecas, era
gobernada por un senado, cuyo portavoz tenía más de cien años y era
completamente ciego. Pero su sabiduría le había permitido a esta pequeña
república mantener su independencia frente al potente reino azteca. Con ayuda de
estos indios, que daban la bienvenida a todo aquél que pudiera dañar a su
enemigo mortal, los aztecas, Cortés pudo conquistar México. Sin los indios
tlaxcaltecas, no hubiera sobrevivido ni un español para contar cómo había
terminado el ejército.
*
Los
indios cuenta con más de trescientas hierbas, plantas y raíces distintas para
ayudarse a curar enfermedades. Muchos medicamentos son de origen
animal.
Hay
medicinas que ayudan a conquistar a una muchacha o a un hombre. Hay hierbas que
mejoran la sangre mala; otras que favorecen la concepción.
Hace
poco me han relatado una pequeña historia sobre la sabiduría de una bruja.
Porque al lado de los brujos también hay brujas, a las que acuden especialmente las mujeres indias. A una
de estas brujas llegó un día un joven indio y preguntó a la mujer, qué tenía que
hacer para conquistar el amor de una determinada muchacha que él quería.
"¡Amala!", contestó la bruja y lo mandó de regreso.
Los
indios de las zonas del norte tienen medios para neutralizar el efecto mortal de
la mordedura de la serpiente cascabel. Durante fiestas y danzas religiosas
pueden hacerse morder por varias serpientes cascabel, sin que les haga daño.
Hasta ahora nadie pudo enterarse de qué es lo que usan como
antídoto.
La
mordedura de la serpiente cascabel, que es muy frecuente en México, es siempre
mortal si no se encuentra en breve tiempo una asistencia competente. Si la
mordedura es en el hombro, en el cuello o en el pecho, la muerte sobreviene en
cuarenta minutos al máximo. Si la mordedura es en la mano o en el pie, la muerte
llega unas tres a veinte horas más tarde, según la cantidad de
veneno.
Entre
los cientos de especies de escorpiones de México hay una pequeña, amarillo
rojiza, cuya picadura lleva después de unas quince horas de tormentos espantosos
a una muerte dolorosa. Este escorpión suele encontrarse en tales cantidades en
los estados de Nayarit y Durango que los indios deben abandonar pueblos y
ciudades y huir. Los niños pequeños son los más expuestos a este peligroso
reptil. El indio mordido por este escorpión trata de apresar el animal, lo
aplasta y estruja los órganos contra su herida. Se afirma que ayuda y que los
órganos absorben el veneno de la herida.
Los
escorpiones grandes, ejemplares gigantes, son menos peligrosos. Su picadura
duele durante unos días, como la picadura del avispón, y después
pasa.
Una
vez viví mucho tiempo en una casa en la jungla, que había quedado deshabitada
por varios años. La primera tarde estaba sentado sobre un cajón, había encendido
una vela y leía. De pura casualidad había leído esa misma mañana en el diario de
dos muertes provocadas por mordeduras de escorpiones.
Por
esta razón, cuando de golpe vi correr un escorpión adulto delante de mis pies
por el suelo, tuve una sensación bien singular, considerando que estaba solo y
no había vecinos en las cercanías. Pude alcanzarlo al último momento antes de
que desapareciera por una rendija de la madera. Con lo cual me sentí seguro,
porque no podía imaginar que en la casa se encontrara más de uno de estos
desagradables animales. Pero cuántos había se deduce del hecho de que en el
curso de las siguientes tres semanas
cacé cincuenta de estos grandes huéspedes incómodos dentro de la
casa.
Muchos
los cacé vivos y los tuve vivos para observarlos, pero en cautiverio no comen y
son muy perezosos, mientras que en libertad son fervientes cazadores y son
útiles porque comen una gran cantidad de insectos dañinos. Su modo de vida es
tan interesante que en realidad me daba lástima cuando tenía que matar uno. Pero
qué se le va a hacer. Se reproducen en gran cantidad y se esconden en todas las
rendijas. Uno toma un libro y toca un escorpión que por supuesto se defiende
enseguida y pica; uno quiere levantar una silla y mete la mano en un escorpión,
en la oscuridad se busca tanteando la pared y en cambio uno encuentra un
escorpión. No queda más remedio que defender el propio pellejo. En una casa
puede vivir uno solo, o el hombre o el escorpión.
También
contra las mordeduras de todo tipo de animales los indios tienen hierbas, jugos
y bálsamos. Hasta qué punto llega su poder curativo, sólo se puede comprobar, si
uno tiene la posibilidad de seguir toda la evolución del caso. Pero las grandes cicatrices de
heridas, que se suelen ver en la gente, permiten suponer que son capaces de
curar heridas grandes.
No
van nunca al médico. Por un lado cuesta demasiado; porque por barato que sea, no
costará menos de un peso y un peso ya es una suma considerable para un indio.
Además, dudaría de que fuera a lo de un médico mexicano, aunque éste cueste poco
o nada. Una vez llegué acompañado por un médico mexicano a un gran pueblo indio.
El médico, para lograr conocer a la gente y ver algunas enfermedades que lo
interesaban, le pidió al secretario de la municipalidad que diera a conocer en
todo el pueblo que había un médico blanco que curaría gratuitamente. El médico
no quería dinero, quería sólo ver enfermos. Naturalmente tenía la intención de
aconsejar a todos qué hacer para curarse.
Esperamos
tres horas, mientras veíamos todo lo que había para ver y conversábamos con el
secretario de la municipalidad y con el maestro de sus experiencias. En estas
tres horas llegaron dos personas de todo el pueblo, un mujer y una niña que
querían ser curadas por el doctor blanco y le tenían confianza. El secretario
hizo de intérprete y así la mujer dijo que le dolía el estómago y la niña que no
veía bien. A la mujer el médico le recetó aceite de ricino y pastillas para el
estómago, porque ella misma confesó haber comido demasiado. A la niña le recetó
gafas, porque era miope. Dicho sea de paso, la miopía es algo raro, hasta donde
llegué a saber. Ni la mujer compró el aceite de ricino o las pastillas, ni la
niña, las gafas.¡Una niña india con gafas en la comunidad! No podría atreverse,
ni lo haría. Y el aceite de ricino, crece a la vuelta de la esquina en lindas
semillas grandes y dulces. Y las píldoras; cuando la mujer llegue a la ciudad,
se le habrán pasado los dolores de estómago. Claro que puede ser otro tipo de
dolor de estómago y entonces la mujer tendrá que morder el polvo. No va al
hospital; nadie se lo paga.
Así
es que la gente se queda con sus hierbas baratas, que les ayudan con menor o
mayor fortuna desde hace mil años y en las que confían. Al doctor no le tienen
confianza, no sabe nada, porque no siente nada. Si para ver hasta quizás les
abra la panza. Mejor evitarlo.
Pero
si les sobran diez centavos, suelen ir a la farmacia. Una vez presencié la
compra de un indio. No sabía una palabra de español y el boticario ni una
palabra tzotzil. El indio colocó una botellita con el cuello medio roto sobre el
mostrador y pidió que se le vertiera un poco de medicina. El boticario olió la
botella para descubrir su anterior contenido. Pero la botella no despedía ningún
olor. Entonces el boticario tomó una botella de vidrio del estante, la abrió y
se la acercó al indio para que la oliera. Era amoníaco, según pude leer en la
etiqueta. Al indio se le llenaron los ojos de lágrimas al aspirar el fuerte olor
y después asintió:"Sí, sí señor, sí, sí" (N.d.T.: "Senjor", en español con
grafía alemana en el original). Entonces le llenaron su botellita de solución de
amoníaco, el indio pagó diez centavos y se marchó a casa. Qué puede haber hecho
con la solución de amoníaco, si la habrá bebido, o si con ella se friccionó el
pelo o se masajeó los pies, o si le cosió un pedazo de oreja a su perro, eso
sólo los dioses pueden saberlo.
¿Pero
qué podía hacer el boticario? Si no le da nada, el hombre va a otro lugar. Así
es que le da algo que parezca cosa seria, o que, como en este caso huela fuerte,
para convencer al indio de que ha invertido bien su dinero, comprando una
medicina cara por sus diez centavos. Pero más de eso no gasta en la farmacia.
Para eso todavía no está tan civilizado como el indio del México Central que
deja la mitad del sueldo en la farmacia.
14
Quizás
sería interesante hablar de muchas cuestiones médicas, pero sólo quiero relatar
lo que yo mismo he visto o lo
que, conociendo el país y los indios, considero probable. En la mayoría de los
casos, las medicinas de los indios no se diferencian tanto de las que se usaban
en Europa en la Edad Media y hasta principios del siglo pasado y que prescribían
los mismos médicos. No es necesario recordar que nuestra civilización todavía es
pintura bien fresca y que no tenemos ningún derecho de mirar con desprecio y
soberbia a los pueblos así llamados primitivos, de ridiculizar sus usos y
costumbres, de criticarlos o de asquearnos. Si hasta los reyes europeos recién
llevan trescientos años comiendo con tenedor, si hasta inicios del siglo
diecisiete aun en las más refinadas cortes europeas la carne se llevaba con los
dedos a la boca. El pañuelo de cartera es todavía más joven e incluso la señora
reina se limpiaba los mocos en tiempos de María Teresa como hoy ni siquiera una
regatona del mercado se permitiría de hacerlo. La música que acompañaba los
banquetes reales hasta la época de Luis XVI era sobre todo la que se hacía con
las partes traseras de la elegante sociedad que estaba sentada a la mesa, y se
consideraba un elogio de la buena cocina de la corte. No ejecutar tal música se
consideraba una ofensa, tal como si hoy uno dijera a su anfitrión: "La comida
que nos sirvió hoy era comida de perro." Por eso hacemos bien en no
considerarnos en ningún modo superiores
a los pueblos primitivos. Si quisiéramos comparar nuestra moral privada o
pública o incluso, la moral de nuestro Estado, de nuestra política y de nuestra
jurisprudencia con la moral que reina entre los pueblos primitivos, somos
seguramente nosotros los que tendríamos que sentir vergüenza. Se hacen muchas
cosas tontas entre los pueblos primitivos, generalmente por superstición. Pero
no hace tanto tiempo, nosotros quemábamos a las brujas y todavía hoy se enseña
seriamente en muchas iglesias y escuelas a creer en el diablo. Aunque los
pueblos primitivos cometan tonterías por superstición y tal vez condenen a
muerte a personas por motivos supersticiosos, se desconocen las condenas o
maldades por pura codicia o interés. Los crímenes personales o las guerras entre
las distintas tribus, tienen siempre causas puramente humanas. Porque odio y
amor, inclinación y aversión se manifiestan aquí con mayor fuerza que entre los
hombres que se llaman hipócritamente civilizados, que han aprendido a no
manifestar sus sentimientos para no ser obstaculizados en los negocios. Por eso
es que si los EE.UU. temen perder el dinero prestado, no dicen que hacen guerra
para ayudar a los estados deudores y para meter unos cuantos miles de millones
en los bolsillos de los proveedores de acero y armamentos, sino que dicen que
hacen guerra para liberar a los pueblos sojuzgados y traer a todos los seres
humanos la verdadera democracia. Si el negocio va bien, les da lo mismo que los
pueblos que ya antes tenían la democracia, ahora se encuentren bajo una
dictadura ultrarreaccionaria o que consoliden aún más un sistema monárquico.
Sólo cuando la dictadura es desfavorable al capitalismo, hablan de
democracia.
Y
una moral así es la que los pueblos civilizados consideran la moral correcta,
noble y buena, para cuyo triunfo se reza en las iglesias, a cuyas tropas
enviadas a asesinar a sus hermanos, se las ahuma con incienso con la bendición
de dios y se las salpica con agua bendita. No es posible hacer entender a los
indios esta moral. Pero si un día la llegaran a entender y comprender y quizás
la imiten, los consideraremos civilizados, les podremos vender nuestras
máquinas, nuestros autos, nuestros aparatos de radio, nuestras aspiradoras de
vacío eléctricas, nuestras planchas automáticas y nuestros broches para regular
la forma de la nariz con tornillos de tope intercambiables. Entonces habremos
conquistado un nuevo mercado, habremos acercado un pueblo salvaje a las
bendiciones de la civilización, quitándole su particularidad y metiéndolo en
nuestro uniforme. Entonces le habremos abierto el camino a una gloriosa
democracia. A una democracia que no libera ni alivia a ningún oprimido, a una
democracia que simplemente, en el estado actual del sistema económico, asegura
mejores negocios que una monarquía. Porque de ninguna manera nos molesta una
dictadura si nos promete mejores negocios que la
democracia.
Semejantes
idas y vueltas de nuestras concepciones morales y de nuestras opiniones sobre el
mejor sistema de gobierno naturalmente nos hacen muy difícil comprender las
acciones y las ideas de los pueblos que llamamos primitivos. Las primitivas
naciones indias que conocí, no tenían formas de gobierno, tenían sólo formas de
administración. Ningún jefe ni cacique es regente o soberano, no es más que un
administrador. Pero nosotros, acostumbrados a regentes y soberanos, a regentes
autocráticos, constitucionales y republicanos, no llegamos a comprender a los
pueblos primitivos.
Pero
obviamente nuestras condiciones de vida son básicamente diferentes de las de los
indios. Nosotros nos basamos en la socialidad, aunque no en la solidaridad.
Nosotros somos especialistas. Uno hace las botas que calzamos; otro hace el pan;
otro cose los vestidos. Aquél que hace el pan, no sabe hacerse las botas,
tendría que ir descalzo o vendarse los pies con trapos si no hubiera un
zapatero.
Supongamos
que el hombre más sabio de nuestro pueblo se encuentre de golpe en medio de una
población primitiva. A pesar de que conoce todo lo que se hace en nuestra
civilización, se encuentra perdido. Quizás observa con qué esfuerzo el indio
enciende el fuego y le cuenta que nosotros lo hacemos fácilmente con una
cerilla. "¡Por favor, hazme una cerilla así!" le dirá el indio. Pero el joven no
sabrá qué hacer, no tiene idea de cómo se hace una cerilla."Nosotros hablamos
por teléfono", dirá el blanco. "Bien, hazme un teléfono así." El hombre
civilizado sabe básicamente cómo está compuesto el teléfono, pero no es capaz de
fabricar el vidrio para la batería y no sabe qué aspecto tiene el mineral del
cuál podría extraer el hierro por fundición, el hierro que necesita para la
barra que debe ser magnetizada y desmagnetizada, para hacer vibrar la membrana
que él tampoco sabe hacer. El hombre aquí perdido, quizás sea en su patria el
ingeniero naval más hábil, que gana medio millón de dólares al año. Aquí se
muere de hambre, porque no podría ganarse la vida ni siquiera como herrero;
porque aun si supiera cómo se produce hierro de modo primitivo, necesita
herramientas, cuya fabricación le llevaría meses en esas condiciones
primitivas.
Como
entre los indios la vida transcurre con mayor simplicidad, las condiciones para
que sucedan las acciones que nosotros llamamos crímenes son bastante raras. El
deseo de tener algo que posee otro, es raro. Pero no quizás tanto por razones
morales de cualquier tipo, sino por el hecho de que cualquiera puede tener lo
que tiene otro, haciéndoselo él mismo; porque el otro también lo ha fabricado
por sí mismo.
Se
podría tratar sólo de cosas que no sabe hacer. Pero aquí en muchos casos
interviene como obstáculo un temor supersticioso. El indio incontaminado, que
aún vive en su comunidad, no roba un cuchillo que ve abandonado sobre la mesa en
la casa de un blanco, adonde va a ofrecer sus productos y que el ama de casa
deja por un momento para ir a buscar el monedero. Tampoco roba otras cosas, cuya
utilidad o valor no puede conocer. Pero para nosotros es difícil comprobar si no
roba las cosas porque no tiene la inclinación a robar. No tendría sentido
preguntárselo, porque él no sabría qué es lo que queremos saber. Puede ser que
no robe porque crea que el cuchillo y el hacha están embrujados. Y quizás lo
crea, porque el cuchillo está abandonado allí abiertamente e invitante. Si no
estuviera embrujado y si no pudiera ser dañino no estaría allí abandonado,
porque su propietario lo escondería.
¿Cómo
hacer para saber si no roba el cuchillo por motivos morales o por temor
supersticioso? Probablemente ni le viene en mente tomar el cuchillo, porque no
siente la necesidad de hacerlo. Sin embargo se le atribuyen al hombre primitivo
nuestros conceptos morales. Se dice que roba cuando él toma un cuchillo
abandonado que él cree sin propietario y que considera que es su derecho o su
obligación tomar. En las colonias de europeos civilizados, los aborígenes eran
flagelados brutalmente cuando recogían viejas latas de conservas abandonadas y
las llevaban a casa. Se los castigaba con la intención de enseñarles lo que es
robar. Estos colonizadores civilizados de determinados estados europeos se
asombraban de que los aborígenes empezaran a robar, ya no viejas latas de
conservas sino objetos valiosos, que nunca hubieran pensado robar antes.
Prohibiendo y castigando el robo es que los hombres primitivos llegaron a
concebir la idea, llegaron a tener conciencia de la existencia del robo y que
uno podía llegar a poseer las cosas sin necesidad de fabricarlas. Tras poco
tiempo, los indios comenzaron a considerar la flagelación, las cadenas y el
trabajo forzado como el pago por las cosas robadas. Los astutos civilizadores,
sin embargo, creían y siguen creyendo haber enseñado a los aborígenes el
sentimiento de justicia y la conciencia de lo mío y lo tuyo. Pero una tal
conciencia no puede ser impuesta al hombre primitivo. Debe desarrollarse durante
generaciones y tiene que tener premisas morales y sobre todo económicas. Llevar
el código penal alemán a una comunidad india es tan astuto como vender máquinas
de hacer hielo a los esquimales. Pero de hecho ambas cosas se intentan una y
otra vez.
Los
lacandones y probablemente también otras naciones usan venenos peligrosos. Los
lacandones tienen un veneno muy fácil de conseguir y que es siempre mortal
cuando penetra por una herida provocada por la punta de una flecha o por una
puñalada. Ningún médico puede hacer nada. Algunos de estos venenos actúan
lentamente, otros al instante. Aparentemente, aquéllos de efecto lento se
acompañan de hermosos sueños. Pero
como no conozco a nadie que lo haya experimentado y yo mismo no lo probé, no
quiero decir más nada. Quizás la muerte siempre venga acompañada por sueños
hermosos; pero esto tampoco lo sabemos a ciencia cierta.
El
indio que quiere sacarse de encima
a un conciudadano odiado, no va y lo mata a golpes. Puede ser
naturalmente que también eso ocurra cuando el hombre está tan furioso, que sólo
considera útil el camino más corto y eficaz. Estos hechos no llegan a
conocimiento del gobierno. Se juzgan y condenan en el seno de la
tribu.
En
general el indio no se anima al asesinato directo, no sé si por razones morales
o por superstición. Y como no se puede penetrar en su mundo de sentimientos,
como por otra parte no se puede penetrar en los sentimientos de ninguna persona,
no hay forma de saber exactamente, por qué el indio evita el asesinato directo.
Personalmente soy de la opinión que en todas partes el asesinato se comete sólo
por dos razones, por temor y por estupidez. La legítima defensa cae en el campo
del temor; rabia, furia, acción impulsiva caen en el campo de la estupidez, a
veces también en el del temor. Venganza, codicia y celos también entran en el
campo de la estupidez.
Pero
toda persona teme asesinar a otro ser humano. Este temor se basa generalmente en
la superstición y en el miedo de las consecuencias que pueden ser sólo de
naturaleza espiritual. Entre los seres primitivos el temor al asesinato descansa
siempre y solo en la superstición. El muerto puede vengarse como espíritu
maligno.
Por
todas estas razones y quizás por las razones, que nosotros no conocemos ni
podemos adivinar, el indio que no puede eliminar a su contrincante en una lucha
abierta y sincera, toma otro camino para sacárselo de encima. Va a lo del brujo
y con su ayuda intenta matar a su odiado compañero de tribu con discursos, rezos
o cantos, es decir, cometer un
crimen telepático. Se afirma que el destinatario siente que lo están cantando a
muerte; empieza a sentirse incómodo, quizás se enferme y puede ser que muera.
Hay que tener en cuenta que los hombres primitivos son mucho más sensitivos que
los civilizados. Nuestra raza todavía conserva bastante sensibilidad como para
que los rezos sean escuchados. Pero se comete el error de conectar estas
plegarias que se cumplen con un dios personal. Pero estos rezos eficaces no
tienen nada que ver con un dios, por el contrario, más bien con la psicología,
de la que hasta el día de hoy no conocemos ni los principios más simples, por lo
cual los charlatanes hacen excelentes negocios en las áreas marginales de la
psicología. Los hombres primitivos saben usar los procesos psicológicos con
mucha mayor habilidad que nosotros. Si nosotros no mezcláramos tanto la
psicología con la religión, podríamos, con nuestra inteligencia mucho más
desarrollada, lograr mucho más en este ámbito que los primitivos, que cometen un
error semejante mezclando todo con la creencia en los espíritus. Ya sólo lo que
se ve y lo que yo he vivido entre los indios en Chiapas es bastante asombroso.
Ven y sienten venir a alguien a distancias increíbles; si esta persona pertenece
a la familia, cónyuge, padre o hijo
o madre saben indicar con gran exactitud, si el que viene está alegre o enojado,
si viene en compañía de un conocido o de un amigo, si es un hombre o una mujer y
otras cosas semejantes. Yo mismo experimenté esta capacidad de determinar exactamente la gente que se
acercaba. Algunos hombres, que merecen mi confianza, me dijeron que los indios
pueden hablar con los miembros de su familia a grandes distancias. Con esto no
se quiere decir que conversan, sino que pueden llamar a un miembro ausente de la
familia con el pensamiento, decirle que regrese pronto o que vaya a buscar a
alguien o que resuelva un negocio importante en un determinado sentido. Estas
informaciones frecuentemente no son exactas, pero cuanto mejor se conozcan
quienes se hablan, cuánto más íntima sea la amistad o el parentesco, con tanto
mayor exactitud se trasmiten las informaciones. De este escuchar y hablar a
distancia surgen todo tipo de historias misteriosas acerca de los indios, que
dificultan el conocimiento de lo verdaderamente acaecido. El indio dice que ha
lanzado una exclamación al aire y que el buen genio ha llevado el mensaje al
amigo. No da otra explicación y es que seguramente no tiene otra. Pero así como
nuestros rezos sinceros no tienen nada que ver con dios, tampoco los mensajes a
distancia de los indios tienen nada que ver con magia, aunque ellos digan que
sí. Y para aumentar la eficacia de la magia llaman al
brujo.
Si
el canto o los discursos no sirven para matar a alguien, porque el destinatario
es muy duro de pellejo o -lo que es más probable- no es lo suficientemente
sensitivo, como para que el canto le haga efecto, se pasa a medios más
contundentes. Al canto se agrega la fumigación, es decir, expulsión de esta vida
por medio del humo.
Para
esta fumigación se usan ciertas hierbas, que se eligen según el carácter del que
hay que fumigar y según su resistencia. Se queman en casa del brujo o en otro
lugar espeluznante. El humo, acompañado de las fórmulas y de los cantos
necesarios, llega hasta el destinatario y lo mata. Es decir, debería matarlo,
pero en general no lo hace; porque si tales pensamientos seguramente tienen
efectos de naturaleza espiritual, no son lo suficientemente fuertes como para
matar, ni siquiera a los indios sensitivos. El humo puede quizás tener efecto
mortal si el hombre lo respira; pero antes de que le llegue al hombre, se habrá
diluido tanto por el camino, que no hará toser ni a un solo piojo de su
cabeza.
El
brujo, tal como el cura, no hace nada gratis y perdería mucho de su fama si
fumigara mucho sin resultado. Se libera de éste hombre indirectamente. El
hombre, destinado a morir, por canto o por humo, lo siente. Si realmente es así,
se puede discutir. Más bien es que los buenos amigos le dicen que alguien lo
quiere hacer desaparecer con ayuda del canto o del humo. Generalmente conoce
bien a su gente y sabe exactamente quién tiene intención de cobrársela cara;
porque el otro tampoco cierra el pico y le cuenta a todo el pueblo, que piensa
eliminar a Fulano o a Mengano. En esto no hay ninguna diferencia entre un pueblo
indio o un pueblo europeo o de los EE.UU.. Pero si a pesar de todas estas
sospechas no llegara a darse cuenta, el brujo le hace un guiño diplomático. Le
cuenta que los dioses le han dicho en sueños que hay alguien que lo quiere matar
cantando o fumigándolo, así que tenga cuidado.
Ni
bien el hombre en vísperas de ser fumigado se entera que un querido congénere ha
ido a lo del brujo, sabe lo que anda pasando. Y ahora él mismo empieza a quemar
hierbas, a cuyo humo ordena, con o sin ayuda del brujo, destruir el humo del
otro. Así se desvanece el humo mortal, sin hacer mal a nadie. Si el humo de
quien deseaba la destrucción de su enemigo queda sin efecto, éste culpa al brujo
de ineptitud y le exige que le devuelva la cabra con la que le había pagado sus
servicios. Entonces el brujo le puede decir que no es culpa suya, sino que el
otro anuló con otro humo el suyo y que de ahora en más es él quien tiene que
tener cuidado de no ser fumigado. Al hombre no le queda más remedio que seguir
siendo amigo del brujo, para que el otro no lo pueda
fumigar.
Pero
aun cuando este cantar a muerte y esta fumigación llegaran a tener éxito, tienen
sus lados oscuros y con ellos las inhibiciones que existen en todas partes, para
que los crímenes no sean monstruosos. Sino sería demasiado fácil para los
malhechores.
Si
quien debe ser fumigado no se entera de las intenciones de su enemigo y así no
llega a tener ocasión de neutralizarlo con un contrahumo, tendrá que morir por
medio de los cantos y el humo. Pero es entonces que se da la compensación. En el
momento de morir el espíritu de la muerte le dice que ha sido fumigado y por
quién. Y entonces intenta rápidamente llevarse también el alma de su enemigo
consigo a la muerte. Y para asegurarse de que el alma del fumigador lo acompañe,
en la hora de su muerte comunica a
sus parientes quién es. Los
familiares se encargan de lo necesario si es que el alma del enemigo no viene
por las buenas. Por eso también aquí existe el famoso pelo en la sopa; y antes
de que uno fumigue o cante a muerte a su enemigo, lo piensa bien. De hecho, sólo
en casos desesperados se pasa a la
fumigación.
El
hombre primitivo nunca comete cosas sin sentido. Si el indio no supiera por
experiencia que detrás de todas las cosas que conoce y detrás de todas las
acciones, que le enseñaron sus padres, se esconde algún sentido, no haría ni
pensaría nada de todo lo que nosotros consideramos su
superstición.
Cuando
los indios, como todos los otros pueblos primitivos rezan, bailan y organizan
procesiones para rogar que llegue la lluvia, es naturalmente superstición. Sin
lugar a dudas.
Pero
esta misma superstición se encuentra también en la buena o mala -según se quiera
ver- civilizadísima sociedad de los habitantes de Europa central. Cuando las
sequías de prolongan, en los pueblos y ciudades de campo de la Europa central,
se organizan misas rogativas, procesiones, durante las cuales se llevan los
estandartes y las imágenes de santos de las iglesias por los campos; se canta y
se habla mucho y el sacerdote salpica los campos con agua bendita, hace la señal
de la cruz en el aire y en cada cruce de camino se celebra un largo oficio. Es
un asunto sublime, piadoso y sacro.
Si
el indio hace lo mismo es una espantosa superstición. Pero ni bien deja de
llamar a sus antiguos dioses y de hacer sus propios firuletes y empieza a
mendigarle al dios de los blancos, deja de ser superstición para convertirse en
cosa solemne y santa, que recibe toda la bendición de la iglesia con la
participación de todos sus dignatarios
en vestiduras de fiesta. Me gustaría encontrar al que sea capaz de
explicarle estas diferencias a los indios.
Durante
sus procesiones y danzas de lluvia paganas queman grandes cantidades de pasto
seco, hojas y madera verde para reconciliarse con sus dioses. Dicen que estos
enormes fuegos se hacen para que los dioses vean que ellos se toman molestias
por ellos y cuando el humo sube les hace cosquillas en la nariz y ellos tienen
que estornudar y los ojos se les llenan de lágrimas a causa del humo de la
madera verde. Y como todo esto les molesta, mandan la lluvia para que no los
sigan ahumando. Si la primera vez no hay resultados, se intenta una segunda y
una tercera. Y la lluvia llega. Y de hecho en muchos casos llega. ¿Por qué? Los
indios han aprendido a través de sus finas observaciones de los fenómenos
naturales, que una gran cantidad de humo provoca un desplazamiento de las capas
superiores del aire que, en
condiciones favorables puede atraer las nubes de lluvia. Sea como fuere esta
gran ahumación de dioses es más sensata que andar balanceando el pequeño
incensario durante las procesiones católicas. Finalmente el indio no ve otra
cosa en eso que el mandar humo a los dioses. La diferencia está en que el indio
es más generoso con el humo y por eso tiene más éxito.
15
En
general tenemos una opinión completamente errónea acerca de qué es lo que puede asombrar a un hombre
primitivo. Creemos, y esto es nuevamente una superstición, que un indio que vive
lejos de la civilización, se desmaya de asombro cuando ve, digamos por primera
vez, un avión que le pasa por encima de la cabeza. Esto lo conmueve diez veces
menos que a nosotros el primer dirigible que vimos deslizarse. No faltó el
viajero que se metió en buenos líos, creyendo causar una gran impresión a los
indios con ciertos aparatos. Un gramófono o una radio lo dejan bastante sin
cuidado. Considera estos objetos máquinas e instrumentos y no, como se suele
creer, magia. Claro que se pueden hacer trucos. Si uno tiene la capacidad de
conversar con el indio en su idioma, uno le puede meter en la cabeza que la voz
del dios blanco sale de una caja de madera, en la que se coloca una radio. Estos trucos baratos se pueden hacer
mucho mejor y más fácilmente con el hombre civilizado, si están bien hechos.
Para nosotros mismos los aviones, los gramófonos, las radios y las películas
habladas son mucho más maravillosas y misteriosas que para el hombre primitivo;
porque conocemos las dificultades que significa inventar y construir estas
máquinas. Consideramos aún hoy la electricidad como una cosa desconocida, porque
si bien conocemos sus efectos, no conocemos su verdadera naturaleza. Como el
indio no conoce estas dificultades y misterios y no los entiende tampoco, para
él estas cosas no tienen nada de extraordinario. Le falta la conciencia técnica
que sólo se puede ir formando en el curso de muchas generaciones. Ni bien el
indio ve la máquina o el aparato ante sí, el misterio queda completamente
resuelto. Yo mismo he visto, cómo se comportaban los indios que veían por
primera vez un aeroplano sobre sus cabezas. Miraban en alto asombrados, pero
entendían enseguida que no era un pájaro monstruoso, sino una máquina. Si el
aparato hubiera bajado mucho o se hubiera caído, seguramente hubieran escapado,
como lo hacen cuando ven a un desconocido o una cosa que no conocen y que les
podría hacer daño. Cuando después de una semana otra vez zumbó un aeroplano
sobre ese pueblo, ya los aborígenes lo tomaron como una cosa por la cual no
valía la pena levantarse de la mesa.
Es
posible que otras razas primitivas tengan reacciones más fuertes frente a
nuestras artes maquinísticas y técnicas. Los indios que he conocido, toman estas
cosas con mucha mayor naturalidad que nosotros.
En
cambio, si un hombre, blanco o marrón, está a cuatro metros de un caballo y con
un enorme salto se sienta en la silla y sale al galope sin caerse, el indio se
queda como si hubiera visto el mayor de los milagros. Si el secretario le da a
un indio que va a la ciudad una carta y le dice que se la entregue a un
comerciante, tras lo cual dicho comerciante le da un pedazo de tela del mismo
color y dibujo que necesita la mujer del secretario para terminarse un vestido,
sin que el indio tenga que llevar el vestido y mostrárselo al comerciante, sin
que siquiera necesite decirle una sola palabra, a pesar de lo cual el
comerciante sabe perfectamente qué es lo que el secretario o el hacendado blanco
quiere, eso sí que es una cosa asombrosa. El secretario o el hacendado, que
saben hacer estas cosas, son gente importante que saben de
magia.
Quien
sabe contarle una historia al indio, y hacerlo llorar y reír, enfurecerse contra
el malo del cuento y pasar por
todos los matices del temor si el héroe de la historia cae en manos de un brujo
malvado o en las garras de un tigre o en el precipicio, donde monstruos de
veinte cabezas y cien brazos y
fauces del tamaño de la choza de un indio lo pueden devorar, aquél que sabe
contarle una historia así a un indio, es un gran hombre. Pero si un disco que se
toca en el gramófono relatara lo mismo con una técnica lingüística más refinada
y con mayor imaginación, el indio se aburriría muchísimo y se iría. Es una
máquina, a la que no le cree nada. El le cree al hábil saltador, al jinete, al
corredor, al diestro narrador.
No
es que el indio se haya hecho así en los últimos siglos, ya era así cuando
llegaron los españoles. Cortés también había creído poder embolsar toda la
tierra sin un solo sablazo asustando a los indios al primer tiro de cañón o
arcabuz. Pero le fallaron completamente los cálculos. La primera vez que disparó
los cartuchos entre una multitud de indios, naturalmente se creó una gran
confusión. Esto es natural. Pero ya después de los primeros pocos tiros,
entendieron que los cañones eran aparatos, algo así como hondas. Se
acostumbraron pronto a la estampida de los cañones. Una buena tormenta mexicana
es un espectáculo más grande que el disparo simultáneo de toda la artillería
pesada de un cuerpo del ejército. Frente a una de esas buenas tormentas en
tierra de indios, el espectáculo de artillería más bello resulta un teatro
lastimoso. Por eso el tronar, relampaguear y el humo de los cañones, pasada la
primera confusión, no impresionó demasiado a los indios. Descubrieron pronto que
las piezas de artillería eran criaturas bastante pesadas, que sólo golpeaban un
punto y que una vez disparadas, quedaban inermes por un buen
rato.
Ya
después de las primeras batallas, los indios se abalanzaban sobre los cañones y
frecuentemente lograban dejar fuera de combate o hacer huir a los operadores.
Incluso llegaron a tal punto, que después de la "Noche Triste", esa tremenda
derrota de Cortés durante su retirada nocturna de Ciudad de México, se
apoderaron de cañones que no habían sufrido daños o que aún estaban cargados y
los emplearon, aunque sin mucho éxito. No temían que el cañón pudiera dispararse
por atrás. Les faltaba solamente un hombre que supiera disparar esos cañones.
Apenas tuvieron la oportunidad de ver de cerca y tocar estas máquinas, desapareció toda idea de
magia.
Por
el contrario, era otra cosa la que les daba mucho más miedo que los cañones. Y
esta otra cosa contribuyó un poco más al éxito de Cortés. Era algo que Cortés no
había creído capaz de un tal efecto, por lo menos no en tal medida. Eran los
caballos que Cortés llevaba consigo. Su caballería constaba sólo de pocas
personas. Pero estos pocos prácticamente salvaban todas las batallas, que sin
los caballos se hubieran perdido.
Los
caballos no eran máquinas, eran algo vivo. Eran monstruos de cuatro patas, que
con sus coces podían matar a un hombre, que tenían ojos redondos y saltones en
cabezas alargadas, que resoplaban y relinchaban y eran diez veces más rápidos
que el mejor corredor indio. Y sobre el caballo había un hombre que los indios
veían como formando una unidad con aquél, lo cual aumentaba su terror. El
caballo pateaba y tiraba coces, corría y resoplaba, la parte de arriba golpeaba
con el sable o hería con la lanza. A esto hay que añadir que en aquel tiempo
caballo y jinete estaban tan cubiertos de armaduras y telas que reforzaban la impresión de tener un
monstruo horrible por delante. Donde aparecían los jinetes, ni las mejores
tropas indias se tenían en pie.
Cortés
era lo suficientemente astuto como para mantener la creencia en un ser mágico
invencible e inmortal. Al caerse un jinete con su caballo durante las primeras
luchas, Cortés hizo enterrar profundamente el animal en el silencio de la
noche.
No
hay que olvidar que los caballos eran desconocidos en el continente
americano.
Pero
tiempo después también hubo jinetes que cayeron en manos de los indios y los
indios encontraron caballos muertos. A partir de ese día los indios también
atacaron a los jinetes. Se abalanzaban en grupo sobre un jinete para bajarlo del caballo y
derribar también al caballo. Cortés logró conquistar la tierra sólo porque una
entera nación india, enemigos acérrimos de los indios aztecas, se pusieron de su
lado.
Nos
equivocamos completamente si creemos que los indios se quedan tímidos de
admiración y temblando de veneración ante el blanco y sus trucos
técnicos.
He
conocido a una muchacha india, que no sabía leer ni escribir y que había llegado
desde un pueblo primitivo a la ciudad, que no había visto nunca un gramófono y
que después de que le hubieran mostrado dos veces el gramófono de la familia
blanca, lo sabía poner en funcionamiento, colocar correctamente los discos y
manejarlo como si desde su infancia hubiera tenido uno en su casa. La tenía sin
cuidado saber cómo trabajaba el aparato, cómo era que de los discos salía
música, cómo era que cada disco hacía una música distinta, por qué había que
regular el resorte y cambiar la aguja. Para producir música había que hacer
todas esas cosas, ella las hacía y con eso se había agotado la
cuestión.
Otra
muchacha de los indios oaxaca entró en el servicio de una de las familias que yo
mejor conocía. Al segundo día llamaba por teléfono con una tal seguridad como si
no hubiera hecho otra cosa en su vida. Le habían mostrado cómo levantar el
auricular, por dónde tenía que hablar y por dónde tenía que escuchar. Después de
unos días atendía todos los llamados y llamaba a la dueña de casa cuando era
requerida al teléfono. Ya en la segunda semana era capaz de llamar. Nunca se
asombró por el teléfono, le pareció el camino más natural de conversar en la
ciudad con gente, que no vivía en la misma casa. Cuando una vez le preguntamos,
cómo pensaba ella que la conversación se producía, dijo que se veía cómo las
palabras viajaban por el cable, porque uno hablaba contra el cable y que
entonces las palabras seguían por él, pero si es lo más natural del
mundo.
Pero
la verdadera razón es que los seres primitivos no se preocupan en lo más mínimo
por estas cosas. Si de golpe el aparato deja de funcionar, no saben qué hacer.
Pero, ¿quién de nosotros, aunque
sepa exactamente cuál es el principio en el que se basa el funcionamiento del
teléfono, sabe qué hacer cuando el aparato se descompone?
Entonces,
cuando alguien en una relación de viaje quiere contar aventuras en las que los
aborígenes se espantan ante una voz hablando por radio o el encenderse de una
linterna eléctrica o ante un juguete mecánico, generalmente no es otra cosa que
la intención de echar bastante pimienta al relato del viaje para volverlo
interesante. Todos estos viajes son
mucho menos interesantes, ricos de acontecimientos y aventuras de lo que se
supone generalmente. La vida de los indios primitivos o de otros pueblos
primitivos se diferencia bastante poco de la que llevan los pequeños campesinos de cualquier
pueblecito europeo, situado en una zona aislada.
Los
viajeros suelen contar historias espeluznantes de los misteriosos usos y
costumbres de los pueblos primitivos.
La
mayoría de estas historias no son ciertas o son muy exageradas. El viajero
muchas veces se ve obligado a inventar estas historias, de lo contrario el libro
carecería del suficiente interés. El lector quiere una buena cuota de terror en
cambio del dinero que pagó y el viajero quiere aparecer como el aventurero que
no se asusta de nada. Pero en general todo sucede simple y sencillamente, sin
tanta aventura. Es igual de fácil y frecuentemente más fácil ser asesinado en
una gran ciudad europea, que entre los pueblos primitivos.
Hace
poco leí un impresionante informe sobre una danza de la serpiente de los indios.
Estas danzas con serpientes existen. Dicen que existen. Yo hasta ahora no las he
visto. Y en ese relato el escriba comete el imperdonable error de decir que
ningún extraño, ningún indio extranjero y mucho menos un blanco pueden ver esta
danza misteriosa. Si lo hace, lo matan sin compasión. Lo que no termino de
entender es cómo se las arregló el periodista en cuestión para escribir el
relato y acompañarlo de fotos. Generalmente los escribas no cometen estos
errores, sino que hacen ejecutar las danzas en honor al huésped blanco. Pero
hasta ahora yo no encontré a ningún indio que estuviera dispuesto a dar una
función de circo a pedido. Y si efectivamente se llega a representar una tal
danza, está bastante arreglada, se
adecúa al caso, porque el hombre necesita sacar fotos.
He
visto muchas danzas indias, que servían siempre a fines religiosos. Los
bailarines llevan trajes ricos, a veces costosísimos y muy antiguos, que no se
usan para ninguna otra cosa. El tocado de plumas de un colorido maravilloso es
muy grueso y alto. La música que los bailarines mismos tocan en esta ocasión,
sólo tiene uno o dos motivos que se repiten hasta el infinito, pero que causan
siempre una impresión misteriosa, como la música eclesiástica muy antigua. La
música tiene buen ritmo. Si bien esta música repite constantemente esos dos o
tres motivos, las figuras de la danza presentan por lo menos veinte distintos
agrupamientos y quizás cuarenta pasos de danza distintos. Los bailarines bailan
solos en un gran círculo. En el centro hay en general dos corifeos, de los
cuales uno es casi siempre el cacique o su hijo, mientras que el otro es el
brujo. Los bailarines llevan frecuentemente terribles máscaras delante de las
caras, pieles de tigre sobre los hombros y cuernos de búfalo en lugar del tocado
de plumas en la cabeza. Las guitarras que tocan los bailarines durante la danza
están hechas con caparazón de armadillo. Es hermoso ver con qué habilidad el
bailarín toca y baila al mismo tiempo. Se baila casi sin interrupción, desde las
cuatro de la madrugada hasta la medianoche. Los bailarines que muestran
cansancio o pocas ganas de bailar son invitados a mejorar su prestación con los
latigazos que les da un guardián enmascarado que, llevando en la mano una
pequeña fusta, recorre el círculo de bailarines por afuera. Claro que los
latigazos no son fuertes, pero a veces vienen con suficiente énfasis. Sólo
cuando los bailarines ya viven más mezclados con mexicanos civilizados, se ve de
tanto en tanto una mujer, también ricamente vestida al modo indio, bailando en
el círculo exterior. Pero, en general, las mujeres danzan en un círculo propio,
o -lo que sucede generalmente- se sientan junto a los niños y a los hombres que
no bailan, en el pasto alrededor del círculo. La danza misma consta de saltos,
brincos, giros y retorcimientos del cuerpo, pero generalmente con muchas
figuras. Hasta ahora nunca me negaron ver estas danzas cuanto quería; pero nunca
me permitieron sacar fotos. Algún día lo lograré seguramente. Hasta ahora, cada
vez que tomaba la cámara en mano, los indios encargados de mantener el orden me
rodeaban, impidiendo así la foto, sin hacerme ningún daño.
Los
indios que viven aún en sus comunas hacen muchas cosas desconocidas para
nosotros, de las cuales nos enteramos raramente; pero estas cosas raramente son
misteriosas. Muchas cosas parecen misteriosas sólo porque las vemos con nuestros ojos, las comparamos
con nuestras costumbres y las observamos desde nuestro punto de vista.
Queriendo,
sería fácil considerar la predilección de los indios por los perros y su modo de
tratarlos como algo rodeado de misticismo y sacar de aquí relatos apasionantes,
de los cuales se podrían derivar misteriosas influencias en sus vidas y en sus
costumbres.
El
indio abriga una amistad y un amor tan fuertes hacia los perros, que llama la
atención. Una amistad, que a veces en su sinceridad parece grotesca. Aparte del
perro no tolera casi ningún animal en derredor o en la casa, salvo el gato. Pero
el perro es todo para él, su constante acompañante y compañero. No se ven nunca
indios en camino sin perro. Si en ese instante no está al lado de ellos es que
anda por el bosque a la vera del camino. En ninguna casa india falta el perro y
si el indio puede comprar un segundo perro sin gastar demasiado, lo hace y
emplea sus últimos centavos en ello. No pude enterarme si roban
perros.
Estos
perros no sirven para nada. En general son una mezcla terrible de todo tipo de
animal e insecto. Ante ciertos ejemplares que he visto, me pregunté seriamente
si había allí alguna gota de sangre de perro. No sirven ni para cuidar la casa
ni para la caza. Si un perro de estos muerde, es casi seguro que está rabioso,
porque generalmente son muchachos bastante retraídos que prefieren cuidar su
pellejo. En los ranchos de los mexicanos naturalmente hay perros, a los que es
preferible no acercarse demasiado.
Los
perros no andan afuera del pueblo y no se animan a andar solos por la jungla y
la selva. Saben cuan peligroso es.
Pero
aunque estos perros en realidad no son de raza, generalmente tienen una
asombrosa inteligencia. Si quieren ir a algún lado, sea por un amorío o por
cualquier otro motivo y tienen que pasar por la jungla, adonde temen ir solos,
esperan hasta encontrar un hombre que tenga que hacer más o menos ese mismo
camino. Entonces lo siguen. Cómo
hacen para saber que ese hombre tiene que hacer ese camino, a menudo me
resultaba completamente incomprensible. Entre estos perros he conocido algunos
que sabían exactamente cuándo su amo, que podía estar a muchas millas, se
encontraba en el camino de regreso manifestándolo por su comportamiento, aun
cuando ningún otro en la casa lo supiera, ni el hombre se hubiera hecho anunciar
por medio de carta o mensajero y regresara en un momento, en que nadie lo
esperaba. Los perros pueden ser llevados al lugar más distante, en una bolsa o
en un coche o de cualquier otro modo; si el nuevo amo no les gusta y éste no los
ata, escapan y vuelven a casa.
Lo
mismo sucede aquí con las vacas. Si uno pierde una vaca durante el transporte y
nadie la detiene en el camino -cosa que no hace nadie que no sea un bandido-
vuelve a casa, a su rancho de origen. No importa la
distancia.
En
la lengua tzotzil el perro se llama chu-chu (N.d.T.: con grafía alemana en el
original "Tschu-tschu"). Ningún perro recibe un nombre especial, lo llaman
siempre chu-chu, como así también los mexicanos lo llaman con el nombre español
del animal, perro. Los caballos pueden tener un nombre. La mula macho se llama
siempre macho (N.d.T.: con grafía alemana en el original "Matscho"), la hembra
mula, el asno siempre burro o burra.
Como
el perro es el acompañante constante del indio, éste lo lleva consigo a la caza.
Porque el indio es un cazador apasionado. Frecuentemente caza con los medios más
primitivos, con hondas, flechas, arcos, jabalinas. Si tiene un arma con
perdigones, es un armatoste viejo que hace mucho ruido y ningún mal, salvo que
se trate de un accidente.
Chiapas
es una tierra sumamente rica en animales de caza de todo tipo y el indio apresa
una buena parte. La caza es libre en México; ciertos animales, sin embargo, no
pueden ser cazados -buitres, osos hormigueros y otros- y algunos no pueden ser
cazados en ciertas épocas del año. Cierto que, dadas las dimensiones del país,
el control es difícil, así es que está prohibida la venta de animales cazados
protegidos, responsabilizándose al vendedor. Esto es suficiente como medida
disuasiva para asegurar la protección.
Con
sus armas primitivas el indio tiene que esforzarse bastante antes de lograr
cazar un animal. En los distritos donde los indios viven sobre todo de la caza,
pasan una semana hasta conseguir una buena pieza. Claro, que en un día
favorable, puede ser que consigan una buena pieza en una hora. La magia le sirve
tan poco para la caza como para las otras cosas. Tengo conocidos blancos que
saben cazar mucho mejor que los indios. Aun en su propio terreno, el blanco
supera ampliamente al indio, dada su inteligencia más desarrollada. Cuál será el
cuadro cuando el indio haya tenido durante algunas generaciones la educación que
el blanco goza desde hace tres mil años, es otra cuestión.
Y
aquí, durante la caza, el chu-chu debería suplir todo aquello que al amo falta
en materia de armas. El chu-chu es el responsable de todo fracaso en la caza.
Debe pagar por cada conejo que no atrapa. Y es difícil que consiga uno, porque
se acalora demasiado y hace demasiado bochinche.
Si
se sentencia que el chu-chu es culpable del magro resultado de la caza, no es
que le peguen. El indio no le pega a su perro. Pero le corta un pedacito de
oreja. Y esto no se cumple en una operación breve y brutal, sino que toda la
familia está presente cuando se ejecuta la sentencia. Al chu-chu se le explica
con largas oraciones más o menos insistentes, en qué ha fallado y por qué el amo
se ve en la necesidad de acortarle un poco la oreja. Además se le hace entender
con particular insistencia que es conveniente que la próxima vez trabaje un poco
mejor, de lo contrario, se le cortará otro pedacito de oreja, hasta que aprenda
como se cazan los conejos.
Así
un pedacito de oreja tras otro abandona al buen chu-chu. Porque así como no será
nunca posible cosechar albaricoques de la planta de maíz, es imposible adiestrar
a un chu-chu como perro de caza. Por pura casualidad logra quizás una vez
atrapar un conejo que se le mete en el hocico, que allí queda prendido de sus
fauces por imprudencia. Entonces se hace merecedor de todas las loas, y su éxito
del momento se adjudica a los pedacitos de oreja cortados.
Pero
durante el largo transcurso de la historia, los éxitos son mucho menos
frecuentes que los fracasos y un buen día el chu-chu se encuentra con un
pequeñísimo hilo de oreja. Como por ese lado ya no se le puede cortar más nada,
le toca al rabo. Y cuando también éste ha desaparecido, ya no hay más nada que
hacer y el chu-chu entra a formar parte de las criaturas que no aprenden jamás.
Generalmente, a ese punto ya es de edad avanzada y ya no se pretende de él que
aprenda lo que no fue capaz de comprender en la flor de la
vida.
Salvo
estas cirugías estéticas de oreja, que el indio seguramente aprendió junto con
otras cosas de los especialistas en orejas de perro europeos, trata muy bien a
su perro. Y por este motivo hay muchos indios que no le hacen pagar a la oreja
de su perro, su propia mala suerte en la caza.
En
antiguas esculturas indias se suelen ver perros. De esto se puede concluir que
los indios ya tenían perros antes de la llegada de los blancos. El coyote, que
se cruza bien con el perro, pertenece a los animales americanos y es un pariente
cercano del perro.
Puede
ser de interés contar que en un rancho, en donde viví, había un perro que, como
no tenía muchas otras ocasiones, tenía como amante una cerda, con la cual vivía
en íntima relación marital. Los lechones que paría la cerda no mostraban
influencia de estos amores, por lo menos no exteriormente.
México
es en todo sentido un país para perros. La cría no se mata nunca, así es que se
multiplican en modo monstruoso. Bajo las condiciones dadas, desarrollan
capacidades maravillosas para mantenerse en vida. Andan vagando noche y día,
vacían los tachos de basura y buscan robar donde hay algo que robar. Los perros
que no tienen bastante inteligencia, mueren. En ángulos y esquinas se ven perros
moribundos o muertos de hambre, también aquellos devorados por la sarna u otras
enfermedades. Nadie los mata, nadie los patea, nadie los echa de las montañas de
residuos o de los tachos de basura. Es muy raro ver que le estén pegando a un
perro o que le tiren piedras.
Frecuentemente
los perros yacen en el medio de las aceras de las ciudades y toman sol. Nadie
los pisa o los golpea al pasar. Puede ser también que se encuentren durmiendo en
medio de la calzada y los conductores mexicanos que, como todos los conductores
del mundo son tipos bastante robustos, que no andan con mucha veneración ni
miramientos, se cuidan bien de no molestar al perro que
duerme.
En
el centro de Europa existe la creencia bastante difundida que en los países
meridionales los animales son torturados. Los españoles seguro que no lo hacen,
mucho menos los mexicanos y los indios para nada. Cierto que, tanto en España
como en México, he visto con bastante frecuencia que algún pobre diablo cargaba
pesadamente a su mula o su caballo, aunque tuviera heridas, quizás sangrantes,
en el lomo. ¿Pero qué otra cosa puede hacer? No tiene otro animal, tiene que ir
a algún lugar, porque tiene el encargo de llevar una cierta carga en un momento
determinado. Siempre que puede trata de aliviarle los trabajos y las heridas al
animal. Nadie ha tratado a los esclavos con mayor crueldad que los ingleses,
holandeses y angloamericanos, eternamente codiciosos. Es cierto que los
españoles tenían la Inquisición. Pero los ingleses y angloamericanos tenían sus
hogueras para las brujas y las torturas, cuyo refinamiento superaba ampliamente
las obras maestras de los inquisidores. Las corridas de toros y las riñas de
gallo en México no pueden ser mencionadas como ejemplos de torturas o maltrato a
los animales. Esta es una cuestión completamente distinta. Aquí valen otros
motivos. El habitante de Europa Central, que gasta tantas lágrimas llorando por
animales maltratados, que no cesa de lamentarse y protestar contra los españoles
y latinoamericanos que permiten y disfrutan con las corridas de toros, haría
mejor en mirar un poco cómo anda por su casa. El europeo civilizado, lloriqueón
e hipócrita, que califica toda corrida de toros una vergüenza para la humanidad,
sería más creíble con su griterío si empezara por prohibir a sus propios
gobiernos mandar inocentes caballos de a cientos a los campos de batalla. Ningún
toro y ningún caballo que entran en la arena para la corrida, tienen que sufrir
ni un poquito de los dolores que han tenido que sufrir los caballos, mulas y
últimamente también los perros heridos en las guerras. El abatimiento de un toro
dura aproximadamente quince minutos. Durante esta lucha el toro está tan ciego
de furia que no llega a sentir el dolor. Ni bien cae, se acerca el carnicero a
la arena y lo sacrifica rápidamente. Cinco minutos después el toro ya está
destripado y su carne preparada para la venta. Apenas los caballos heridos y
caídos en la arena, muestran alguna señal de vida se siente el grito desde las
tribunas: "Maten al caballo, hijos de puta" Y aunque el toro corra furioso con
toda su fuerza por la arena, la gente tiene que entrar a sacrificar el caballo,
porque si no el público no se queda tranquilo. Puede suceder que caballos
heridos, pero no caídos y que pueden soportar aún un jinete, sean recauchutados
para volver una vez más a la arena. Pero ningún caballo herido sobrevive el
final de la corrida, que según la cantidad de toros puede durar de una hora a
una hora y media. ¿Pero cuánto tiempo tienen que quedarse tirados los pobres
caballos con los vientres abiertos en los campos de batalla de los hipócritas
civilizados antes que la muerte los libere de sus sufrimientos? Quien cree que
los españoles y los mexicanos van a las corridas para gozar de las crueldades,
no sólo desconoce el carácter de esta gente, sino también la parte deportiva y
artística de la corrida. No conozco un solo deporte donde un hombre pueda
demostrar tanta gracia, tanta destreza y tanta presencia de ánimo como el torero
en la corrida. Y además el torero tiene que ser un muchacho de coraje. El toro
no tiene ninguna compasión con él, si el hombre no sabe en una décima de segundo
exactamente lo que tiene que hacer. Claro que nosotros no podemos saber si el
toro prefiere defender su vida en medio de música fastuosa o ser despachado
fríamente en un oscuro matadero. De todas formas no muere de muerte natural. La
cosa no es muy distinta para los caballos que caen en la arena. Son viejos
jamelgos flacos y gastados por los años, a los que naturalmente sería mejor
conceder la gracia de estirar la pata suavemente. Pero si no vienen a la arena,
adonde entran bailoteando, arreglados para la fiesta, acompañados por música a
todo lo que da, pueden elegir entre ser expedidos fríamente al matadero o seguir
unos meses más tirando una carreta miserable hasta que caen, se les quitan los
arreos y terminan al costado del camino. La corrida de toros no tiene nada que
ver con la manifestación de instintos brutales en el ser humano. Entre los
pueblos que no conocen las corridas de toros he visto instintos más salvajes y
acciones más brutales que entre los mexicanos. Cuando las damas y los caballeros
americanos van a México y los ingleses van a España, uno de sus primeros
placeres es ir a ver una corrida de toros. Naturalmente, sólo para verla nomás.
Naturalmente.
Pero
el gusto por las corridas de toro decrece de año en año en México. Las grandes
ciudades que años atrás ofrecían cada domingo seis grandes corridas en la arena,
ahora no tienen más de dos corridas en todo el año y aun éstas se llevan a cabo
en beneficio de un hospital o de una institución similar. La gran masa,
especialmente los trabajadores, que son los que aportan la mayor parte del
dinero, se alejan cada vez más de las corridas, porque se interesan más por
cosas, que como modernos obreros que son, les parecen más importantes o más
interesantes.
Me
declaro decididamente contrario a que otras naciones se metan con las costumbres
de estas naciones, que otras naciones afirmen hipócritamente que los pueblos
latinoamericanos tienen instintos más brutales y bestiales que los
angloamericanos y presenten como ejemplo generalmente las corridas de
toros.
Y
también me opongo con la misma decisión al intento de eliminar las corridas de
toro por ley. Es mejor enseñar con habilidad y sinceridad a la población que hay
entretenimientos mejores que las corridas de toro. Es mejor instruir y guiar a
la gente con buena propaganda; pero no hay que querer tutelarla y amordazarla en
todas las cosas por medio de leyes. Todos los seres humanos, sin excepción,
saben en general mejor que los más sabios legisladores lo que les hace bien y lo
que les daña. También en México se quiere prohibir legalmente la corrida de
toros, siguiendo siempre el desgraciado impulso de los mexicanos de imitar todo
y hacer todo lo que hacen o aconsejan los EE.UU. Quieren intervenir aquí con
leyes, a pesar de que ya hoy, sin ley, las corridas tienen tan poco público que
los empresarios tienen cada vez más cuidado y osan menos afrontar los enormes
costos de una corrida. Si la gente no encuentra más placer en las corridas y,
sobre todo, si no gasta más dinero en ellas, se acabarán solas, sin necesidad de
leyes.
Al
indio las corridas no le gustan mucho y cuanto más fuerte sea su influencia en
la raza mexicana, tanto más se modificarán las antiguas costumbres que los
españoles trajeron al país.
16
El
indio no tiene días festivos, y no tiene domingo. Siempre está en actividad;
siempre tiene algo que hacer. Por naturaleza es demasiado vivaz como para
pasarse los días sin hacer nada. En eso, en cambio, el español es insuperable. Y
es por eso que esta mezcla sólo puede aportar beneficios a la raza mexicana, a
mayor razón visto que los indios vivaces son la gran mayoría. Para la raza india
es importante incorporar en su naturaleza el sentimiento de la necesidad del
descanso. Porque con la pausa, con el descanso del trabajo corporal, comienza el
desarrollo del cerebro en la dirección, que hace surgir nuevos pensamientos y
nuevas ideas. Los indios alcanzaron un elevado grado de civilización sólo donde
una organización estatal y una división del trabajo bien pensadas permitieron la
formación de capas que, teniendo tiempo para descansar, encontraron tiempo para
pensar. Fue el caso de los mayas, de los toltecas y más tarde de los aztecas.
Ciertas condiciones climáticas y geográficas parecen haber contribuido. Porque
todas estas civilizaciones se desarrollaron en la altiplanicie central de
México. En el momento de la inmigración en estas tierras, los aztecas y todas
las numerosas tribus que emprendieron la marcha con ellos, salvo los texcocanos,
eran hordas salvajes y guerreras.
En
esta fértil parte de México encontraron la superabundancia de tiempo que les
permitió construir sus grandes ciudades y organizar un estado modelo. Es siempre
sólo la superabundancia de tiempo lo que permite el advenimiento de la cultura y
de la civilización. Por supuesto, con la condición de que la raza sea lo
suficientemente vital y activa como para emplear el tiempo sobrante para desarrollar una
civilización.
Entre
todos los indios que viven en México las naciones más activas siguen siendo
todavía hoy los aztecas -junto con sus parientes los texcocanos y los
tlaxcaltecas- en México Central y los mayas en Yucatán, que, ni bien se les da la mínima
oportunidad, se integran más rápidamente en la civilización universal. En los
sindicatos de trabajadores son los miembros de estas naciones, los más activos y
quienes detienen el liderazgo intelectual en los sindicatos de todo el país. A
estas dos naciones les siguen los indios otomíes, que también en tiempos
antiguos habían dado lugar a una cultura elevada aquí. Salvo raras excepciones,
todos los pintores, escultores, compositores y poetas mexicanos modernos de
sangre india, provienen de una de estas naciones citadas.
Los
indios de Chiapas en los últimos
cuatrocientos años no tuvieron ninguna oportunidad de adquirir conciencia de sí
mismos y de desarrollarse. Su conciencia había sido devorada por la conciencia
más fuerte de la iglesia y de los grandes terratenientes. Su inteligencia no
quedó anulada, sólo que en el presente se encuentra en estado latente. Pero el
despertar ha comenzado.
No
se puede medir el grado de inteligencia de una raza o de un pueblo en sus clases
más bajas; no en aquéllos, que no tuvieron ni tienen oportunidades para
desarrollarlo. A nadie se le ocurriría medir el grado de inteligencia del pueblo
alemán en un peón de Pomerania o de un leñador de los montes Fichtel, en
personas que sólo han tenido una insuficiente escolarización y que casi no han
hallado tiempo o descanso como para pensar y adquirir un mínimo de conciencia de
sí mismos. Pero sucede una y otra vez que se mide, no sólo el grado de
inteligencia de una raza, sino también el nivel cultural de todo un pueblo en
individuos, que, a causa de condiciones económicas y como consecuencia de
opresión espiritual, siempre han estado obligados a permanecer en los márgenes
de la civilización. En Europa se juzga al pueblo mexicano y sus posibilidades de
desarrollo por sus marginados, que, claro está, por innumerables circunstancias
constituyen la gran mayoría del pueblo. Nadie en el mundo pone en duda la gran
educabilidad de los alemanes. Pero estoy convencido de que en aquellas zonas de
Alemania, donde las condiciones económicas y la distribución de las relaciones
de poder son semejantes a las de todo México, es decir, que allí donde el latifundista posee un
poder ilimitado y donde la iglesia católica no sólo es el gran terrateniente, sino que
puede mandar sin estorbos qué es lo que la gente debe pensar y aprender y lo que
no, el grado de inteligencia de la población no se diferencie mucho del que se
encuentra en México. Sin duda es un error creer que todas las razas son
educables en igual medida; cada raza tiene sus particularidades, pero una tiene
una inteligencia superior a otra. Aunque muchos negros muestren un alto grado de
posibilidades de desarrollo y muchos lo hayan demostrado prácticamente, quedan
siempre muy por debajo de la raza blanca. El hijo de un inmigrante alemán o
polaco, cuyos antepasados hayan vivido durante siglos en su patria en
condiciones que en nada eran mejores a las de los esclavos negros, tiene que ser
realmente un estúpido, si no supera fácilmente en todos los ámbitos del
aprendizaje al niño negro, cuyo padre quizás tenga mejor formación que el suyo.
El blanco comprende y discierne exactamente mucho más rápido que el negro. Claro
que si con el correr del tiempo, los que llamamos hoy focos de la civilización,
es decir, la ciencia y la técnica quedaran desplazados por otras formas de
expresión que fueran colocadas en primer lugar, es posible que el negro supere
al blanco. Pero esto debería tener como premisa un cambio completo de los
principios fundamentales de lo que desde hace seis mil años aprendimos a llamar
civilización.
Hermanar
a todos los hombres de la tierra, no importa a cuál raza pertenezcan, es una
noble meta. Pero mezclar a todas las razas de esta tierra o siquiera tolerar una
mezcla, me parece condenable. No beneficiaría ni a la cultura ni a la
civilización, sino que las destruiría. Nuestra civilización, nuestra cultura,
nuestro arte radican en los contrastes entre las razas, no en sus similitudes.
La uniformación mata. Y la uniformación de las razas, de las costumbres, de las
lenguas tiene que tener como consecuencia lógica, la uniformación de las ideas.
Pero uniformación de las ideas, significa muerte espiritual. La raza blanca, la
raza europea, ha llegado al actual alto grado de desarrollo, porque es en su
seno donde se encuentran la mayor cantidad de contrastes y los más fuertes. El
futuro de Rusia no está en su uniformación bolchevique, sino en sus contrastes
raciales y culturales. El imperio mundial inglés es aniquilado por la irrupción
de una nueva concepción económica, que no soporta y no puede absorber su
uniformación, así como el Imperio Romano fue disuelto por la irrupción de una
nueva idea. Porque nada es más pernicioso para el hombre y su evolución que la
uniformación. Por esto, cuanto más perfecto es un estado, tanto más se aproxima
a su disolución. Abejas y hormigas pueden crear y soportar un estado perfecto,
pero no el hombre, que engendra, pare, piensa como individuo y encuentra
satisfacción sólo en la actividad individual. Esta actividad individual suya
sirve siempre al bienestar común, porque él necesita la colectividad para
asegurar la subsistencia de su existencia individual. Porque solamente la colectividad le
garantiza su existencia. Este impulso, tan fuertemente desarrollado en la raza
humana, de servir a la colectividad a través del trabajo individual, que no
existe entre los animales o sólo en forma atrofiada, una y otra vez se usa
indebidamente para crear formas estatales uniformadas. Pero cada forma estatal
uniformada se opone a la naturaleza del hombre y le impide el desarrollo. Desde
hace milenios, desde el primer día en que fue creada una forma estatal, la lucha política del hombre gira
alrededor de esta forma, de la forma del estado. Pero estoy convencido de que un
día el hombre seguirá tan profundamente una nueva idea, que podrá reconocer la
verdad, la verdad es ésta, que en todas sus luchas contra una forma estatal,
estaba siempre luchando contra el estado. Cualquiera que sea la forma del
estado, monarquía, república, estado corporativo, teocracia, dictadura o
aristocracia, el hombre no dejará de luchar hasta que no haya reconocido que su
lucha siempre se dirigió y se dirigirá contra la uniformación, contra la
organización coercitiva, que lo ata de pies y manos.
Una
extraña idea domina a los hombres desde hace milenios, una idea, que siempre se
desarrollaba primero en el sentido de una religión y desde allí se metía en la
vida de los hombres, es la idea de
autoridad. La idea surge del hecho que un hombre cree ser más capaz que
los otros, y que entonces se cree que ha sido elegido por Dios, o por cualquier
otra cosa o por cualquier otro, para ponerse a la cabeza de los hombres. La
maldición para los hombres es que siempre aparece gente que afirma conocer el
remedio universal para las penas y males de los seres humanos. La consecuencia
es que estos hombres insisten en imponer a los otros su opinión personal, usando
la astucia, la capacidad de persuadir y la violencia, con el objetivo de
dominarlos.
Para
esto se crean los reinos, los imperios y las dictaduras; quien cree en la idea
del soberano, es un ciudadano bueno y honorable, quien no cree, termina
ahorcado.
La
idea que el indio tiene radicada en su naturaleza sobre la forma en que los
hombres se deben congregar y organizar para aliviar y embellecer su vida, no
tiene nada que ver con la idea que el europeo tiene del estado. Pero tampoco
tiene nada que ver con la idea de los comunistas.
Es
muy difícil entender la noción de
vida comunitaria de los indios, y es aún más difícil, explicarlo. No tenemos ni
palabras, ni comparaciones que nos puedan servir de puntos de apoyo. Esta noción
de vida comunitaria no corresponde a la idea de estado ni a la de comuna libre,
tal como la entienden los europeos. La palabra congregación es la que más se
acerca a esta forma de cooperación y convivencia humanas.
Es
necesario subrayar una vez más lo siguiente: el indio es absolutamente único,
absolutamente original, su ser no fue nunca influenciado por los europeos. Los
cuatrocientos años de cristianismo superficial no pudieron influir ni en su
naturaleza ni en su ser ni en su alma. Puede ser que de tanto en tanto imite,
pero estas imitaciones, tanto las acciones como los pensamientos, no echan raíz
en su alma. Tenemos un ejemplo similar entre los europeos: los europeos repiten
como loros e imitan las ideas cristianas: "ama a tu prójimo como a ti mismo" y
"amad a vuestros enemigos", pero ninguna de ellas ha echado ni echará raíz en el
ser de los europeos. Y en el alma de los indios no radica ni una sola de las
ideas que determinan las acciones de los europeos.
La
idea de la convivencia entre los seres humanos que tienen los indios se
diferencia también de la de los asiáticos. En Europa y en los últimos años
también en América se formaron círculos que intentan conciliar la cultura
asiática con la europea. Más precisamente, los europeos empiezan a comprender
que su cultura está perdiendo terreno, que no lleva a nada, que se devora a sí
misma. Por eso el europeo intenta refrescar su cultura carente de ideas con la
cultura asiática.
Un
poeta hindú o un filósofo chino están mucho más cerca de la mentalidad europea
que un indio. Porque la mentalidad asiática también reposa en el individualismo,
tal como la europea. Todas las filosofías y religiones asiáticas son
individualistas, aunque a veces no lo parezcan. La organización en castas de la
India, sólo es posible porque existe un fundamento ideal individualista. Una
organización en castas sería imposible entre los indios. Entre los aztecas había
una casta guerrera, una casta de comerciantes y una casta sacerdotal, o por lo
menos así fueron llamadas por los españoles que no podían comprenderlo de otro
modo. Pero que no se trataba de castas, así como las entendemos nosotros, se ve
por el hecho de que todo hombre, hijo de esclavo o de un pobre campesino, podía
integrarse en la casta por él elegida, si demostraba la capacidad de desarrollo
intelectual, que a su vez le era garantizada por un exitoso estudio, previo a la
integración en dicha casta. El hombre más humilde podía llegar a sumo sacerdote,
el soldado más simple podía llegar a integrarse en la nobleza. Algo inimaginable
en India o en China.
El
ascetismo de los asiáticos, su tendencia a formar órdenes monásticas, su
tendencia al ermitismo, a la vida claustral se basan en el individualismo. La
nación japonesa, una nación netamente asiática, no se diferencia en nada en sus
impulsos imperialistas de cualquier
nación europea. La autocracia, el despotismo en Asia sólo son concebibles dentro
de una mentalidad individualista.
El individualismo de los asiáticos y de los europeos se diferencia sólo en un
punto. El europeo tiende a la formación de estados y naciones organizadas de
modo individualista; mientras que el individualismo asiático tiende a la
formación de autocracias despóticas y a la formación de familias y tribus
individualistas, en las cuales el jefe de la familia o de la tribu es un
autócrata. Para el israelí, que por naturaleza está sujeto a la mentalidad asiática y no a la europea, la familia
cuenta más que el estado, es allí donde el israelí se manifiesta en su forma
pura y original. Por eso el israelí no se integrará nunca en ninguna nación
europea; no puede establecer una íntima comunión con la nación, así como ningún
otro asiático. Hasta hoy, después de tantos siglos, la doctrina de Confucio no
logró imbuir a los asiáticos del Extremo Oriente de nacionalismo individualista,
como tampoco la doctrina cristiana
logró en dos mil años enseñar con provecho al europeo amar al prójimo más que a
sí mismo y poner voluntariamente la otra mejilla, cuando en la izquierda ha ligado un buen sopapo. A veces se
tiene la impresión, justamente a causa del fracaso de la doctrina, como si la
religión cristiana hubiera sido inculcada a la raza europea para volverla
inofensiva y favorecer así una raza más débil, para quitarla del camino o
educarla con el fin de volverla
esclava útil para esa raza más débil.
Es
sumamente difícil comprender la mentalidad del indio, que descansa sobre un puro
sentido social; mucho más difícil es explicárselo, aunque más no sea a grandes
rasgos, a un trabajador europeo.
Durante
un cierto tiempo fui maestro particular en lo de una familia de finqueros
americana en Centroamérica. En el curso de la clase apareció la palabra "snow"
(nieve). La hija del finquero había nacido en México y nunca había visto nieve
en su vida. Quería saber qué era. Y como yo nunca dejaba sin contestar una
pregunta de los niños, me vi ante la tarea de aclarar esta cuestión de la nieve.
Su padre y su madre, ambos nacidos en el norte de los EE.UU. , y que de jóvenes
habían conocido la nieve, más de lo que hubieran querido, fracasaron
completamente en su intento de asistirme en la tarea. Establecieron
comparaciones con todo aquello que la niña podía conocer: azúcar, algodón, sal y
qué sé yo cuántas cosas más. Pero la niña, que en aquel entonces tenía once
años, no lograba concebir la cosa. La familia recibía tres veces por semana una
barra de hielo, que les llegaba por tren, para mantener frescos los alimentos y
el agua para beber. Raspé finamente el hielo e intenté hacer pasar el producto
por nieve. Pero la niña sostenía con razón y convencimiento de que eso era hielo
raspado y no nieve. Sencillamente no lograba, ni siquiera con ayuda de imágenes
de paisajes nevados tomadas de libros ilustrados, imaginarse un paisaje cubierto
de nieve. Conservó siempre la idea de que se trataba de un paisaje con azúcar, o
con hielo raspado o con montones de algodón sobre las copas de los árboles.
Empecé a decirle que la nieve es lluvia, que, a causa de un gran frío se congela
formando cristales de hielo y ella
creyó en mis palabras. Había aprehendido teóricamente la cosa, pero no
lograba concebir el objeto.
Es
que uno no le puede explicarle a nadie lo que es el oro, hay que verlo.
Uno
no puede explicarle a nadie lo que es el amor y cuántas locuras y tonterías se
cometen por su causa. El amor se debe sentir personalmente, lo mismo vale para
el temor, para la esperanza.
Uno
de los más bellos cuentos alemanes que conozco, es la historia del muchacho, que
salió para aprender a estremecerse, sin lograrlo nunca, y finalmente, cuando ya
creía conocerlo, no era el estremecimiento, como lo entendemos nosotros. Este
cuento reproduce en forma clara y artística lo que yo quiero decir: uno no puede
explicarle a alguien un sentimiento o una idea, si esa persona no tiene en sí
misma un terreno fértil para acogerla.
Quizás
ahora se comience a entender, cuan difícil es, explicarle la mentalidad del
indio a un europeo, que no hay esperanzas de llegar a comprender su no-individualismo.
Ya
hemos dicho antes que al indio nunca se le ocurre querer dominar a alguien,
querer imponerle su opinión a otro, aumentar sus propiedades a costas de otro. Ya su
concepto de propiedad difiere completamente del nuestro.
Desconoce
la propiedad. Si tiene o posee alguna cosa, no la posee con el sentimiento del
propietario, sino sintiendo que es una cosa necesaria para su mantenimiento,
para su existencia.
La
tierra que en ese momento cultiva no rinde lo suficiente. Se larga a caminar. Si
llega a un terreno que nadie cultiva, que está en barbecho y le gusta, dice que
es "mi tierra". Este "mi" es respetado por todos los demás indios, pero no
porque el hombre lo ha declarado de su propiedad, sino porque con ese "mi"
indicaba que lo necesitaba para no morir de hambre con su
familia.
Supongamos
el caso de que haya suficiente cantidad de tierra en barbecho, que, en vez de
cinco hectáreas pudiera tomar quinientas y darles el título de "mío". ¿Cómo actúa el europeo
individualista y cómo lo hace el indio con su sentido social? El europeo se
dice, la tierra no pertenece a nadie y nadie la cultiva, por lo tanto, tomo
todo, porque total, no robo nada a nadie y no daño a nadie. Al indio no se le
ocurre nunca pensar así. No le interesa tener más de lo que necesita para
alimentar a su familia. El europeo, en cuanto toma posesión de dicha tierra sin
dueño, ya está pensando en que podrá hacer pastar mil cabezas de ganado, que
ganará mucho dinero y que entonces podrá superar a otros con su propiedad. Pero
el indio no tiene ninguna intención de superar a los demás, quiere ser feliz. No
ambiciona dejar atrás a los demás. No conoce lo que el europeo llama ambición;
no tiene ambición individual. Su ambición está referida exclusivamente a lo
social.
La
religión cristiana coloca al ser humano como soberano de la tierra y de todo lo
que florece, vuela, repta y nada por allí. El indio no puede entender una
religión así, él no siente la necesidad de dominar sobre la tierra y a los
animales, mucho menos al hombre. Además la religión cristiana distingue entre
pueblos elegidos y pueblos repudiados. Los pueblos que Dios elige pueden borrar
de la faz de la tierra a los pueblos que Dios repudia, robar a sus mujeres y sus ganados y arrasar sus
ciudades. El indio no puede comprender semejante idea. No comprende su razón de
ser. Ni siquiera pregunta "¿por qué?". El porqué significaría una cierta
posibilidad de comprensión. Simplemente no puede concebir que un hombre o un
pueblo pueda dominar y mandar a otro; para su sentido social es incomprensible
que un pueblo sea mejor que otro, que un pueblo pueda tener algún derecho a
oprimir a otro y a enriquecerse a costillas de otro.
Las
diversas naciones indias se combatieron mucho, pero ninguna nación fuerte y
victoriosa intentó dominar a otra. Los aztecas combatieron contra una gran
cantidad de naciones en México y les exigieron el pago de tributos. Tributos
constituidos casi exclusivamente por alimentos y vestidos. Pero todas estas
naciones mantuvieron su autonomía y la conservaban todavía cuando llegaron los
españoles. No eran motivos imperialistas, como afirman a veces estudiosos
europeos o americanos, los que movían a los aztecas a atacar a tal o cual nación
y obligarla a pagar tributos. Es que estos estudiosos no pueden compenetrarse en
la mentalidad de los indios y por eso llegan a las mismas erróneas conclusiones
que los españoles, que llegaron como primeros a México.
Los
aztecas y texcocanos se multiplicaron en modo tal que el altiplano central de
México no les podía dar el suficiente sustento, a pesar de que practicaban una
agricultura ejemplar y no dejaban ni una miga de tierra sin aprovechar.
Atzcapotzalco, una localidad cercana a Ciudad de México, quiere decir en su
traducción, hormiguero de hombres. Era tal la cantidad de población, que sus
habitantes casi no tenían suficiente aire para respirar. Estas circunstancias
obligaron a los aztecas a emigrar y buscar tierras menos poblada para poder
sobrevivir. A las guerras de los pueblos indios se les quieren endilgar las
mismas causas de las guerras de los asiáticos y europeos, simplemente porque el
europeo no conoce y no entiende otras causas. Los europeos invaden otros pueblos
aun cuando ellos mismos tienen suficiente cantidad de tierra y no están por
morirse de hambre. Hacen la guerra y sojuzgan a otros pueblos con el único
objetivo de obtener un excedente de riqueza, que ni siquiera pueden consumir,
sólo por sed de poder y avidez. Pero el indio no conoce ni la ambición de poder,
ni la avidez. Estos sentimientos le son incomprensibles, porque se oponen a su
sentido social. La riqueza excesiva no tiene ningún atractivo, no le parece que
valga la pena empezar una guerra por eso y sojuzgar a otros
pueblos.
Nosotros
tendemos inmediatamente a afirmar que los indios, dado que no poseen ambición
individual y ninguna avidez, ni sed de dominio, tendrán que perecer según la ley
del más fuerte. Habría que ver, quién será en última instancia el más fuerte, el
europeo individualista o el indio con sentido social, cuando hayan cambiado
completamente las leyes que guiaron hasta ahora la política europea. Si las
naciones europeas siguen manteniendo su política actual, llegará un día en que
se devorarán entre ellas, porque un día los mercados estarán repletos y no habrá
nuevos mercados para conquistar.
Pero
allí donde la ambición, la avidez y la sed de dominio determinan todas las
acciones de los europeos, el indio no tiene en su alma un agujero, sino que
tiene otras cualidades, que no se dejan nombrar con palabras, porque son
cualidades que nosotros no tenemos y posiblemente no tendremos jamás, porque son
características raciales particulares.
17
Ya
se ha dicho que los indios no se impresionan con nuestras proezas técnicas. Lo dejan completamente sin
cuidado. No entiende la utilidad de todas estas cosas. Porque tiene también una
percepción completamente distinta del tiempo y del espacio. Nosotros construimos
el ferrocarril, porque la diligencia nos resultaba demasiado lenta y queríamos
ganar tiempo. Cuando los trenes rápidos pasaban como flechas, teníamos menos
tiempo que antes y para volver a ganar tiempo construimos aviones. Ya hoy su
velocidad no nos basta y estamos pensando en nuevos medios de transporte, para
ganar aún más tiempo. Las noticias no llegaban con la suficiente velocidad con
los mensajeros y esperamos ganar más tiempo con la introducción del telégrafo.
Ahora telegrafiamos sin cables y nos sobra mucho menos tiempo que en la época de
las estafetas. También en este aspecto llegará el día en que nos devoraremos,
cuando el avión circunvolará el ecuador en seis horas y llevemos dieciocho horas
de anticipación respecto al huso horario. Quizás algún día seamos tan rápidos
que podremos superar personalmente el nacimiento de nuestro propio abuelo. Pero
entonces tendremos mucho menos tiempo que ahora, porque vamos a creer que
tendremos que hacer mucho más que lo que realmente sería necesario
hacer.
El
indio no necesita leyes. Nosotros no nos podemos arreglar sin ellas. Por la
simple razón que entonces sí que los jueces harían con nosotros lo que les daría
la gana, porque están tan llenos de ambición, avidez, sed de poder y de venganza
como todos nosotros; dado que son de nuestra misma sangre y
raza.
Los
aztecas tenían solamente pocas leyes, en realidad, ninguna. Cada caso era
presentado personalmente ante el juez por el demandante y el acusado. No había
abogados defensores que pudieran enturbiar cuestiones claras. Y el juez dictaba
sentencia sin ley, simplemente según su entendimiento como hombre. Para evitar
sentencias erradas, porque todo juez está sujeto a error, todo condenado podía
apelar a un juez superior. Entre los jueces superiores, eran varios los que
emitían sentencia después de larga consultación. En casos difíciles se convocaba
también a un juez superior anciano y de gran experiencia o al mismo rey. Así
cada caso tenía su propia ley, hecha para ese caso. Entre nosotros incluso la
ley es un asunto de negocios individual. Las particulares circunstancias no son
tenidas en cuenta o sólo superficialmente.
Quien roba por segunda vez va a la cárcel por tantos y tantos meses, si
roba por hambre o si ha robado un viejo ladrillo, da lo mismo. Quien rompe una
caja de cigarros, va a la cárcel por un año. Esto se arregla como un negocio:
tal y tal cosa fue cometida y tanto y tanto se debe pagar por ella. Este delito
cuesta seis meses, aquél cuesta dieciocho. Siguiendo exactamente las letras del
alfabeto. La persona del acusado sólo es tomada en cuenta si pertenece a la
clase cercana a la del juez, porque es la única clase que él comprende. Y como
entre nosotros no se tienen en cuenta la persona, los motivos, el ambiente y la
capacidad de comprensión del acusado, decimos: todos son iguales ante nuestras leyes,
la ley determina para tal y tal delito un castigo de tal y tal grado, y éste es
el que se impone.
Para
el indio era algo desconocido, porque no tenía leyes fijas y preestablecidas.
Cada caso y cada persona merecían una evaluación particular. El mismo caso podía
concluirse para tal persona y tales particulares circunstancias con la
absolución, mientras que para otra significaba veinte años de esclavitud. Los
hombres nunca iban en prisión, sino que los condenados iban a trabajar como
esclavos en las propiedades del estado por el tiempo indicado en la sentencia.
Podían llevar consigo a sus familias, casarse y, salvo la obligación de
trabajar, llevar una vida libre.
Castigar
a un hombre metiéndolo en una jaula o alejándolo de su mujer, parecía a los
indios de una crueldad tan diabólica que nunca imponían un castigo semejante.
Los
jueces eran personas sabias, elegidas de por vida, a quienes por la duración de
su actividad judicial, se les adjudicaba una propiedad estatal, de cuyo
rendimiento vivían. Como eran independientes, no existía la corrupción. Si
alguna vez se presentaba un intento de corrupción, el juez era castigado con la
muerte.
Los
miembros de las familias reales y nobles debían someterse al juez igual que el
humilde campesino. Para delitos que un simple soldado pagó con dos años de
esclavitud, dos hijos de un rey fueron castigados con la muerte con la
justificación de que reyes y nobles, para ser tales, deben conocer mejor que el
hombre humilde lo que es lícito y lo que no.
Tales sentencias demuestran un
criterio fundamentalmente distinto del nuestro. Se trata de un rechazo profundo
de toda forma de autoridad, un rehusamiento a reconocer una autoridad y un
idéntico rehusamiento a ejercer la autoridad.
Para
demostrar que esta falta de leyes, para nosotros incomprensible, sigue vigente
entre los indios, quiero contar una pequeña aventura. En la Escuela Francisco
Madero, de la cual hablaré más tarde, frecuentada y dirigida exclusivamente por
niños indios, un día se comprobó un pequeño robo dentro de la comunidad escolar,
donde los niños viven, comen y duermen. El pequeño ladrón fue llevado ante el
tribunal, compuesto exclusivamente por niños indios. Después de largos días de
consultas, la sentencia fue emitida: el ladrón fue hecho cajero del banco, en el
que los niños tienen los centavos de ahorro que se ganan duramente como
vendedores de periódicos o en otras actividades. ¿Hay alguna sentencia dictada
por un europeo, en todos estos siglos, comparable a la que estos niños indios
dictaron para un congénere que había tropezado?
El
europeo, apenas se ha sacudido un yugo, busca a otro más débil que él para
sojuzgarlo. Las mismas naciones europeas, que hasta hace poco eran sometidas
como minorías nacionales, ahora, que son libres, están muy apuradas por someter
a las minorías nacionales que se encuentran dentro de sus fronteras. Las mismas
naciones que apenas se han independizado, se esfuerzan por arrancar un pedazo de
tierra a sus vecinos.
Los
indios nunca pudieron ser sometidos. Estaban permanentemente en estado de
rebelión, siempre furiosos, siempre sublevados. Los negros, aunque fueran mucho
más numerosos que los blancos, el triple o el quíntuplo, raramente organizaron
sublevaciones contra sus señores y cuando lo hacían, era sólo para defenderse de
brutalidades insoportables. Por supuesto que hay naciones negras que no se dejan
someter tan fácilmente. Estas naciones no pudieron nunca ser esclavizadas. Pero
son excepciones.
Aun
cuando los indios sacudieron frecuentemente el yugo español, nunca intentaron utilizar la posición ganada
para someter a los españoles. Por eso éstos siempre consiguieron dominarlos
nuevamente. Los españoles no son ni lejos tan ávidos de poder y dominio como los
pueblos del norte de Europa. Por eso se las arreglaron mucho mejor con los
indios que los ingleses y los americanos. En el gran territorio norteamericano,
dominado por la raza inglesa, los indios, salvo unos pocos miles
(aproximadamente 380.000) han desaparecido. En cambio, en México viven diez
millones de indios puros, y la cantidad de indios de todas las restantes
repúblicas latinoamericanas supera los cuarenta millones.
Nosotros
siempre consideramos la fuerza de una raza o de un pueblo según el hecho de que esta raza domine o
por lo menos controle a otros, o tenga más tierra y riquezas de lo que le
corresponde de acuerdo a la cantidad de población.
Si
quisiéramos evaluar la fuerza de la raza india según este parámetro, esta raza
seguramente no podría ser contada nunca entre las razas dominantes, porque le es
completamente ajena la ambición de demostrar su fuerza sometiendo a otros
pueblos. Para hacer esto hace falta la ambición individual. La ambición nacional
es asimismo ambición
individual.
El
indio carece de ambición individual; su ambición es puramente social. Es difícil
describir cómo se manifiesta, porque en nuestro fuero íntimo no logramos
comprenderlo.
Quiero
contar un ejemplo muy tosco. Conozco a una joven maestra india que trabaja en
una escuela en México, en donde son educados los niños de la calle, huérfanos y
sin hogar. En Europa Central la policía recogería a los niños que de noche se
acurrucan en los ángulos de las calles y los metería por la fuerza en un
orfelinato. Al mexicano esto le repugna profundamente, porque es contrario a su
sentimiento de libertad. El europeo por supuesto dice: he aquí el auténtico
desorden mexicano. Pero basta esta frase para demostrar cuan poco el europeo
entiende al mexicano. Y el mexicano es en gran parte de sangre india. Son los
niños que ya van a esa escuela los que salen a buscar a los otros que están en
la calle y les cuentan de una escuela, en la que pueden aprender a leer y
escribir, donde encuentran un colchón para dormir y donde comen lo que las niñas
de la escuela preparan. Porque en la escuela se trabaja además de estudiar. Los
niños imprimen su propio diario, construyen su edificio, tienen su propio banco,
adonde cada uno puede llevar su centavo. Zapatos, muebles, vestidos, todo lo
hacen los mismos niños. Muchos de ellos trabajan de noche o de mañana como
vendedores de periódicos o de billetes de lotería.
Cada
taller tiene como jefe a un trabajador adulto. Pero todos los pedidos son
recibidos y ejecutados por el secretario del taller, porque también trabajan
para clientela externa. El secretario es un muchacho. Ni el jefe, ni ningún
maestro tiene nada que decir. Nadie manda. La escuela tiene su propio tribunal,
en el que se trata todo lo que interesa a los miembros de la escuela. Si
sucediera que un miembro de la escuela es apresado fuera de ella a causa de
algún delito, la policía lo entrega al tribunal escolar, que está formado
exclusivamente por niños.
Los
maestros y los jefes de los talleres sólo pueden meterse en los asuntos de los
niños si éstos les piden expresamente un consejo, cosa que sucede
raramente.
La
mayoría de los niños son indios o mexicanos que tienen más sangre india que
blanca. No tienen la menor idea de lo que nosotros llamamos disciplina. En
cambio se observa una cooperación entre los niños, que nos sería inimaginable en
cualquier institución europea de este tipo, bajo las mismas condiciones. Conozco
colonias de comunistas americanos que tratan con devoción religiosa de realizar
el comunismo. Y allí he visto, cómo la gente, hombres y mujeres se obligan a
imponer sus ideales. Y, sin embargo, la colonia se tambalea de una desilusión a
la otra. Una y otra vez vuelven a aparecer guías, autoridades, sabelotodos, una
y otra vez deben ser creadas leyes, ordenanzas, programas, estatutos,
propuestas, para mantener en vida a la colonia. Porque está constantemente
amenazada por el individualismo que lozanea en todo
europeo.
En
aquella escuela, se trata de la Escuela Francisco Madero en Ciudad de México,
también sucede que haya discordancias, que se deben siempre a la influencia de los niños que no son
indios, de los cuales la escuela acoge un buen porcentaje, dado que está abierta
a todos los niños de la calle. Son estos niños no indios los que quieren
destacarse. Quieren destacarse como si fueran lo mejor de la escuela. Y es su
sincero convencimiento. Pero la consecuencia final de este deseo, son rupturas y
confusiones en la escuela. Porque los niños, que no pueden seguirle el paso al
ambicioso niño europeo, se sienten presos de un extraño sentimiento de
inseguridad y desaliento. Y en general son los niños indios. De ninguna manera
es que sean menos inteligentes que el ambicioso, en muchos casos son más
talentosos, pero se ven confrontados a un proceso intelectual que ellos no
entienden y que interiormente los aparta de aquellos otros muchachos. Como
indios que son, lo social es tan fuerte, lo individual cuenta tan poco, que este
alejamiento de un semejante los confunde profundamente. No saben siquiera qué es
lo que pasa. No lo pueden explicar, porque no pueden meterse en el otro mundo.
Es la tragedia de las diferencias raciales.
Esta
maestra que tiene un sueldo irrisorio, junta centavo a centavo para ir a los
Estados Unidos y frecuentar allí una escuela de previsión social. Estos
institutos en los EE.UU. están muy bien dirigidos y superan en todo sentido a
todas las instituciones semejantes en Europa. Le pregunté, si quería quedarse en
EE.UU., una vez obtenido el diploma, porque sabiendo muy bien el inglés, además
del español podría obtener un excelente puesto en una escuela así. No pudo
entender mi pregunta, porque nunca había pensado en una cosa así. No se le
ocurría que podría ganar más dinero, y ni siquiera que en el mismo México
ganaría más. Sólo dijo humildemente: "Haré ese curso lo más rápido que pueda. Le
dedicaré todo el tiempo que estaré en EE.UU.. Pero tengo que hacer ese curso,
porque entonces podré rendir más y mejor en la escuela aquí. Es necesario, por
los chicos." Cuando tenga su diploma volverá a esta escuela, donde tendrá el
mismo magro sueldo que antes. No tiene ninguna ambición personal. Su ambición es
social. No quiere servir a la causa, no quiere servir a la escuela, no quiere
servir a nadie. Sólo quiere hacer, cooperar, obrar colectivamente. Sólo se
siente bien cooperando en sociedad con semejantes.
No
hay que confundir esto con altruismo, amor al prójimo o filantropía. No tiene
nada que ver con todo esto. Porque el altruismo es sólo un remedio para el
egoísmo. Pero altruismo o amor al prójimo, así como los entendemos nosotros, son
completamente desconocidos para el indio, porque, en realidad, sólo pueden
surgir del individualismo y del egoísmo, porque no son más que una fuga de
nuestro individualismo. Pero como ningún indio tiende al individualismo, tampoco
puede ser altruista. En nuestra raza surge el altruismo, cuando los sufrimientos
de nuestros semejantes nos hacen sentir incómodos, cuando disturban nuestra paz
y nuestro contento. El indio compadece a su hermano, no porque las penas de
aquél lo hacen sentir incómodo, sino porque esas penas y fatigas son las suyas
propias. Nosotros recién gozamos nuestra cena de dólares después de haber dado
diez céntimos a un pobre diablo medio muerto de hambre, para que se pueda pagar
una taza de café. Y muchas veces necesitamos de esos seres hambrientos pegados a
las ventanas del restaurante elegante, para alegrarnos tanto más de nuestra
buena comida y de nuestra posición social más elevada. Basta no olvidar la
monedita, la monedita que se desliza en la mano consumida del muerto de hambre.
Nosotros tenemos compasión, el indio no. No padece con, padece él mismo. No
acompaña con el sufrimiento, es él mismo quien sufre. Nosotros no podemos
entender este sufrimiento en carne propia. No está en nuestro ser, no está en
nuestra alma. No tiene nada que ver con compasión. Y no lo entenderemos nunca,
jamás en la vida. No hay forma para nosotros de acercarnos con el sentimiento a
esta concepción mental. Por eso el comunismo que un día creará la raza india, no
tendrá nada que ver con el comunismo europeo. No hay teoría europea o asiática
que pueda comprender o explicar el comunismo indio. Para nosotros será siempre
un misterio.
Hay
que tratar de entender las leyes mexicanas contra la propiedad y la iglesia
partiendo de estos sentimientos indios. Para el europeo, y mucho más para el
americano, estas leyes parecen una brutal injusticia, porque no corresponden a
la concepción europea de la propiedad privada y de los privilegios. Estas leyes
tienen aún menos que ver con el bolchevismo, aunque los capitalistas americanos
les adjudiquen influencias bolcheviques para despertar así la furia de los
buenos ciudadanos. Pero ninguna de estas leyes está influenciada por ideas
bolcheviques, sino por las ideas indias acerca del derecho. La sangre india se
fortalece, aun en aquellas capas de la población mexicana, que más se ocupa de
política. El europeo y el americano consideran bolchevique todo lo que trata de
sacudir sus ideas anquilosadas o lo que le empiece a hacer cosquillas en el
bolsillo. Y algunos mexicanos distraídos, que buscan demostrar su civilización
de mentirita, imitando fielmente todo lo que hace y piensa el americano, bailan
al ritmo que les marcan los americanos y los europeos. El noventa y cinco,
quizás el noventa y nueve por ciento de la población mexicana es católica.
¿Acaso sería posible que una pequeña minoría pudiese imponer leyes a esta
iglesia, como andan diciendo los santones de todos los países? Seguramente no. En realidad es la amplia
mayoría en México quien aplaude la ley contra la iglesia, de lo contrario, un
gobierno que impone una ley semejante, no podría quedar en pie ni un solo día,
ni siquiera con todos los medios de una dictadura despiadada. El ochenta y cinco
por ciento de la población adulta de México no vive en íntima comunidad
espiritual con la iglesia. La mayoría del pueblo mexicano tiene sangre india en
sus venas y la iglesia católica nunca le llegó al alma al indio. Lo que no logró
en cuatrocientos años, lo logrará mucho menos ahora, en estos tiempos de
apartamiento general de la iglesia. La ley contra la iglesia es de inspiración
india. Esto se olvida siempre. Y se olvida también que quien combatió con mayor
ahínco a la iglesia fue el presidente Benito Juárez, que era un indio puro.
Combatió contra la iglesia en un tiempo en que ésta todavía se lucía con toda su
gloria intacta, a mediados del siglo pasado. Porfirio Díaz necesitaba a la
iglesia para mantener en pie su dictadura. Si no la hubiera necesitado tanto, la
habría tratado mucho peor que su maestro Juárez.
Del
hecho que el indio no tiene ambición individual, se quiere deducir que no tendrá
futuro. Porque nosotros vivimos creyendo que la ambición es indispensable para
realizar grandes cosas. Nadie de nosotros va a una escuela de comercio o a una
facultad de ingeniería con la idea de servir a la humanidad. Y si alguien afirma
que estudia para servir mejor a la patria, miente a los demás y a sí mismo.
Porque si realmente quisiera servir a la patria, tendría que elegir los trabajos
más duros y no los cómodos, los bien considerados, los bien pagados. El instinto
mueve siempre a querer superar a los otros para ocupar una posición mejor y más
respetada. Pero nadie puede estar arriba, sin alguien que esté abajo y nadie
puede tener una posición bien pagada, sin que muchos otros estén mal pagados. La
posición del gobernador se respeta, sólo porque la del picapedrero se desprecia.
Por supuesto que nadie quiere reconocer esta cosa y por eso se finge tanto: toda
posición es honorable, el trabajo no deshonra. El picapedrero tendría algo que
añadir sobre la falsedad de estas palabras.
No
es tan fácil decir en una frase, si la ambición del europeo dio lugar a su
civilización o si esta hubiera surgido igualmente, si el europeo no hubiera
tenido ambición, codicia o ansia de dominio.
Si
lo que hemos alcanzado se puede llamar civilización presupone esta otra
pregunta: ¿qué es civilización? Pienso que civilización es aquello que le
facilita la vida al hombre y cultura lo que se la embellece y le enriquece el
espíritu. Dado que la vida es actualmente para una amplia mayoría de personas
efectivamente más fácil que hace tres mil años, sin lugar a dudas tenemos
civilización. Con la ayuda de esta civilización hoy podemos conjurar muchos
padecimientos de los hombres, que antes llevaban a catástrofes. Si no hubiera
algunos interesados codiciosos, podríamos evitar toda hambruna gracias a
nuestros medios de transporte. Eso sería irrealizable sin nuestra
civilización.
Ahora
cabe preguntar si esta civilización, por el hecho de manifestarse facilitando la
vida de los hombres, hubiera sido posible sin la ambición de ciertos hombres,
sin individualismo. La pregunta no se puede contestar, porque falta el ejemplo.
Y la pregunta no me parece lo suficientemente importante como para gastar mucho
esfuerzo en encontrar la respuesta. Nosotros no hemos creado nada con la
exclusiva intención de servir a la humanidad. Hubo estudiosos que sacrificaron
toda la vida para encontrar un medicamento que curara una enfermedad. A primera
vista parece que se haya hecho para servir a la humanidad. Pero yo no creo que
haya ni un solo estudioso que no haya sido guiado por la motivación de recibir
honores, es decir, que se trataba más del honor que del servicio y de la entrega
a la humanidad. Se puede admitir que mucho trabajo haya sido realizado por el
trabajo mismo, porque el trabajo mismo daba placer o porque el trabajo debía
servir para mitigar un dolor espiritual o corporal de quien trabajaba. Pero
todas estas son motivaciones egoístas, que no manifiestan un sentido social,
sino que radican en el individualismo.
No
sé de ningún estudioso que haya hecho grandes cosas y haya permanecido
voluntariamente en el anonimato para sus contemporáneos y la posteridad. Todos
dieron mucho valor al hecho de ser festejados, aun cuando quizás no creían en
los valores materiales. Y ninguno merece reproches por esto. Es humano. Yo sólo
quiero demostrar que nuestras acciones son guiadas por la ambición, por la
codicia o por el ansia de dominar.
Y
como nuestra civilización tiene sus raíces en estos motivos, los europeos dicen
que los indios no pueden alcanzar una civilización semejante. Sin embargo, vemos
que el indio creó grandes civilizaciones. Conocemos bien a dos de ellas: la
civilización de los mayas y la de los toltecas. La de los aztecas era una
versión grosera de la civilización tolteca por ellos adoptada, que se encontraba
en los inicios de su desarrollo cuando fue destruida por los invasores
españoles. Estas civilizaciones y culturas indias que nosotros conocemos,
tenían, tal como nuestra civilización, el objeto de facilitar la vida de los
hombres, embellecerla y darle un contenido espiritual. Y lo cumplieron con
creces. Incluso los españoles, que hicieron de todo para dejar la impresión de
que los indios fueran bárbaros paganos a quienes había que quitar tierra y
riquezas para cumplir con una cristiana obligación, debieron
reconocerlo.
Como
los indios no son individualistas, y no es la ambición lo que guía sus acciones,
he aquí un ejemplo de que se puede crear una civilización a partir de un instinto social completamente
puro, muy extraño para nosotros; que se puede alcanzar un alto grado de
civilización sin aquella fuerza propulsora, que llamamos capitalismo o
materialismo individual. Todavía queda por demostrar que el socialismo o el
comunismo europeos o el bolchevismo estén en condiciones de crear una
civilización y una cultura propias o si sólo podrán desarrollar la actual. Por
ahora tenemos que tomarlo como creyentes, se trata sólo de una teoría. Es dudoso
que el europeo o el asiático puedan desarrollar alguna vez el sentido social que
el indio lleva en su naturaleza como patrimonio hereditario. Quizás, si el
europeo no encuentra otra salida para mantener su raza y para ordenar sus
condiciones económicas, quizás sólo la miseria y la desesperación lo puedan
llevar a desarrollar otro sentido social, que no se le encarnará verdaderamente.
No hay duda de que los indios, en los próximos siglos, construirán una
civilización propia en México, en Perú y en las repúblicas centroamericanas. No
serán puramente indias, porque tendrán que arrastrar por un largo tiempo las
influencias europeas. Pero con cada indio puro que entre en el círculo de una
nueva civilización, se fortalecerá la influencia del mundo afectivo e ideal de
los indios. Como el español es
mucho menos autócrata y despótico que los europeos del norte, como deja mucha
más libertad a cada hombre para vivir como le parece, así es que el indio está
mucho menos sometido a la influencia europea de lo que se cree comúnmente. A su
civilización le faltan todas los obstáculos que acompañaron y acompañan el
camino de la nuestra. Estos obstáculos son las guerras y las influencias de
particulares, cuyos intereses se apartan del interés común por intereses
capitalistas o ambiciones. Los intereses del indio nunca se apartan de los
intereses de todos; son, sin que ellos sean plenamente consciente de ello,
siempre idénticos al interés común.
Mucho
de lo que se nos cuenta sobre la civilización de los indios que encontraron los
blancos, fue malentendido, porque era visto con los ojos de los europeos, porque
era captado con sentimientos de extraños. Estos extraños sólo podían justificar
su robo, invasión, la destrucción de aquella civilización calificándola de
Bárbara para darle la bendición y salvación de la civilización europea y
cristiana.
Aquí
cabe un ejemplo. Los aztecas tenían esclavos, los toltecas y mayas por lo visto
también. Es decir, que los indios estaban acostumbrados a los esclavos, así
pensaron los españoles y trataron de mantener la esclavitud. Pero los indios no
se dejaron esclavizar, ni con regalos ni con brutalidad. Se dejaron castigar a
latigazos, se dejaron morir de hambre voluntariamente, huyeron a la jungla o a
las montañas y reunieron a los rebeldes. En las grandes islas de Cuba y Sto.
Domingo todos los indios fueron exterminados por la brutalidad de los
plantadores españoles, que quisieron esclavizar a los indios. Finalmente fue
necesario introducir esclavos negros para mantener y cultivar las plantaciones.
Esta imposibilidad de esclavizar a los indios posibilitó que hasta hoy
existieran algunas comunas indias. Para el europeo, por el contrario, fue fácil
someter a los miembros de su propio pueblo durante siglos, como esclavos, como
siervos, como reclutas mansos hasta el día de hoy. Hasta hace poco las tierras
no se valuaban por su fertilidad, sino por la cantidad de siervos, por la
cantidad de almas que pertenecían a la tierra como bien
inmueble.
¿Porqué
no fue posible esclavizar a los indios, a pesar de que entre ellos mismos
existía la esclavitud? Simplemente porque la esclavitud entre los indios se
basaba en su concepción social, mientras que los españoles la necesitaban para
satisfacer intereses personales e individuales. A menudo los historiadores
españoles admitieron abiertamente que no habían conocido pueblo asiático ni
europeo en el que la esclavitud tuviera características tan humanas como entre
los aztecas. En realidad no podemos llamar a los esclavos aztecas, esclavos en
el sentido de los nuestros. Un esclavo hombre podía casarse con la hija de su
amo y una esclava con el hijo de su señor. Ningún esclavo podía ser vendido sin su consentimiento a un amo con el
que no quería estar. Podía manifestarse en desacuerdo con su venta; y si su amo
no podía mantenerlo más, lo tenía que dejar en libertad, si el hombre no quería
ser vendido. Si el amo no vestía y alimentaba al esclavo como se había convenido
en el momento de la venta, éste se quejaba ante el juez, quien lo dejaba
inmediatamente en libertad. Ningún amo tenía derecho de castigar a latigazos a
su esclavo; si había cometido un delito, el amo lo tenía que llevar ante el juez
oficial, quien aumentaba su tiempo de esclavitud si lo encontraba culpable. Pero
en este caso tampoco lo flagelaban. Un amo que mataba a su esclavo era siempre
castigado con la muerte. Salvo durante su tiempo de trabajo preestablecido, el
esclavo podía hacer lo que quería. En ese tiempo podía trabajar para sí mismo
para reunir la suma que le permitiera comprar su libertad. Si traía esta suma,
el amo tenía que dejarlo en libertad. Los hijos nacidos durante la esclavitud
eran libres; también su mujer era libre, salvo que ella misma se hubiera vendido
junto a su esposo. El sistema en realidad no se puede llamar esclavitud. Como en
ninguna parte de la tierra, en ningún pueblo, en ningún momento se encontró esta
forma y dado que incluso la vida del moderno esclavo del salario es mucho menos
libre y más esclavizada, este sistema sólo puede ser puramente indio. Un europeo
no podría ni siquiera imitarlo. Por un lado los esclavistas europeos son
demasiado codiciosos como para no exprimir hasta la última gota de fuerza del
esclavo y como para no darle la peor comida; y por otro lado, dicen que los
esclavos escapan, hay que marcarlos a fuego y sin el látigo difícilmente
trabajan. El hecho de que el esclavo se puede casar con un miembro de la familia
del señor, demuestra mejor que ningún otro, que para el indio el espíritu de
casta y la segregación fueron y son cosas desconocidas. El siente que en la
sociedad no hay arriba y abajo, ninguno es mejor que otro, ninguno es más noble,
ninguno es privilegiado por su nacimiento. Porque lo que le falta a uno, lo
tiene otro, y allí donde a uno le falta tal o cual habilidad, seguramente tiene
alguna que a su vez falta a otro. El indio siente instintivamente esta
distribución de dones y capacidades entre los hombres, por eso nadie puede
dominar, por eso no quiere dominar a nadie.
A
través y dentro del pueblo mexicano el indio aparece por primera vez como factor
que interviene en el destino del pueblo. Y esto desde la última revolución,
desde la que la clase obrera mexicana ejerce una influencia sobre el gobierno
mexicano, como en ningún otro país. Rusia no es un ejemplo válido. Porque México
sigue siendo un estado capitalista con predominio de intereses
capitalistas.
Pero
se da el caso de que los trabajadores en México estén constituidos por cuatro
quintos de indios puros y el resto, mestizos. Trabajadores, que tengan solamente
sangre europea, se pueden contar con los dedos de la mano. Los hombres que hoy
gobiernan en México, ya no son los españoles y ya no son blancos, sino que todos
tienen sangre india en sus venas.
Es
natural que una política dirigida y llevada por personas así tiene que chocar
con la política europea, especialmente tal como los EE.UU. la practican contra
México. De hecho hoy ya se ha creado una situación de diálogo de sordos entre ambos
gobiernos. Ambos hablan de cosas que el otro ya no entiende. Porque las ideas
sobre aquellas cosas radican en mundos distintos, que no se acercarán jamás.
Ambos gobiernos tienen razón, si se ve desde el mundo afectivo de cada uno de
ellos. El americano dice: Uds. confiscan la propiedad de mis conciudadanos; el
mexicano dice: nosotros no confiscamos, simplemente servimos a la justicia
humana. Pero sobre el tema de la justicia, las opiniones divergen y es así por
fuerza, porque lo que es justo y verdadero para el indio no tiene nada que ver
con lo que el europeo considera tal. El europeo es siempre un particular, el
indio, parte de la sociedad.
A
este conflicto entre dos mundos o entre dos razas se agrega otro. La influencia
mexicana en Centroamérica se hace cada vez más fuerte. Esto es una amenaza para
los intereses estratégicos que los EE.UU. tienen en el Canal de Panamá y para el
capital americano invertido en Centroamérica, que llega a miles de millones de
dólares. Cuando se trata del dólar, el americano se pone nervioso. Los
trabajadores de las repúblicas de Centroamérica, quizás con mayor proporción de
indios que los mexicanos, se encuentran en una situación de servidumbre
lamentable respecto del capital americano. Y es comprensible que vean en México
a su libertador; porque en México se encuentra el primer pueblo del continente
que se rebela al capitalismo americano y a su incultura - que aquí se percibe
claramente.
¿Cómo
tratan estos dos pueblos, es decir, EE.UU. y México, de conquistar y ganar las
repúblicas centroamericanas? Un señor que yo conozco lo formuló con acierto hace
poco en la "Current History" (Nueva York): los EE.UU. tratan de conquistar
Centroamérica con acorazados, armas pesadas, tropas de marines y con el dólar
todopoderoso; México, en cambio, trata de conquistarla con flores, cantos y
cordiales gestos de amistad; los EE.UU ordenan a sus acorazados que disparen
tremendos cañonazos en los puertos centroamericanos para mostrar su poder,
mientras las delegaciones de amistad mexicanas recorren las ciudades
centroamericanas cantando, adornados con flores y con las banderas
desplegadas.
Aquí
se ve la diferencia.
Y
hay más. México manda miles de libros de texto, en las ciudades de las pequeñas
repúblicas hermanas se reparten millones de ejemplares de canciones mexicanas.
México le regala a Guatemala un avión para su servicio postal. Los periódicos
americanos se mueren de risa, porque a México mismo le hace tanta falta cada uno
de esos libros de texto, a mayor razón los avioncitos, ya que tiene poquísimos.
¿Y por qué el americano se burla de los regalos que hace el mexicano, que
realmente no debería hacer para no ser considerado un idiota? Porque es otro
mundo. Podrá llegarse a un acuerdo, pero nunca a una comprensión. El americano
enseguida acusa al mexicano de tendencias imperialistas cuando éste se acerca a
su hermano centroamericano, pero el sentimiento que guía las acciones del
mexicano no tiene nada que ver con tendencias imperialistas. Tampoco le hace
falta ser imperialista, ni aunque tuviera la predisposición. El gran imperio
indio, "la federación de las poblaciones indias de América", se forma sola, se
forma siguiendo y obedeciendo a condiciones económicas, no políticas.
Necesariamente se forma como contrapeso a la excesiva presión económica
norteamericana. A la larga lo que se forma sobre base económica supera
ampliamente a todo lo demás. Cuánto más fuerte se haga la influencia de los
indios, tanto más la forma, la repercusión y la organización de esta federación
india se alejará de las de todos los otros estados. En el curso de su evolución
esta federación irá adquiriendo un carácter completamente distinto del europeo y
manifestará una forma única y sin precedentes. No tendrá puntos de contacto con
el bolchevismo europeo.
Quien
hoy afirma que los procesos en México sean bolcheviques o que tengan influencia
bolchevique, se equivoca de cabo a rabo. Dado que no se encuentra cómo explicar
por qué el pueblo mexicano se ha movilizado tanto de golpe y le está creando
inconvenientes al capitalismo, al que antes veía con tan buenos ojos, se echa
mano a una respuesta barata, se trata de bolchevismo. Porque ninguno tiene ganas
de tomarse el trabajo de observar detenidamente y analizar las cosas un poco más
de cerca. Cada vez que el capitalismo se siente en peligro, agita el fantasma
del bolchevismo. Todos entienden de qué se trata y todos saben inmediatamente de
qué lado tienen que ponerse, según cuánto contenga su
monedero.
Ni
bien uno observa un poco más detenidamente los acontecimientos en China, que
también son calificados de bolcheviques, y por ese desvío se examinan los
acontecimientos en México, la verdad empieza a quedar bastante más cerca.
También en China se ataca el capital extranjero, se ataca el arrogante
despotismo del europeo, se ataca la religión cristiana, y, sobre todo, se ataca
la despiadada y brutal civilización europea. Las razas, que íntimamente siempre
se encontraron en oposición a una civilización semejante, se quieren proteger,
porque amenaza su alma.
Hay
que llamar la atención sobre el hecho de que la revolución mexicana, que liberó
al trabajador, pero en realidad al indio, comenzó en 1910. En ese momento no se
sabía nada del bolchevismo. El líder intelectual de aquella revolución,
Francisco Madero, no era ni socialista ni comunista, así como los entendemos
nosotros. Murió -fue asesinado- mucho antes de la revolución rusa, pero sus
ideas tomaron cuerpo en la constitución mexicana. Esta constitución fue votada
el 5 de febrero de 1917 y entró en vigor el primero de mayo 1917, en un momento
en que el programa de los bolcheviques rusos apenas lo conocían en sus círculos
más íntimos, seguramente no en México.
Lo
que hoy sucede en México y se acrecentará en el futuro puede parecerse en sus
efectos, tal como se manifiestan, al bolchevismo; pero en sustancia no tienen ningún punto
de contacto con el bolchevismo. El bolchevismo, por lo menos así como se lo
enseña hoy en Europa, es tan ajeno a los indios como el cristianismo. Si los
hombres que hoy dirigen los destinos del pueblo en México no tuvieran una
escolarización tan europea, no estarían obligados a expresarse en modo europeo
para ser comprendidos al menos parcialmente, se comprendería inmediatamente que
los acontecimientos en México sólo se pueden explicar desde el punto de vista
mexicano-indio y no se pueden comparar con acontecimientos en apariencia símiles
que se dan en Europa.
En
resumidas cuentas: se trata de la rebelión de una raza no-europea contra la
europea; más exactamente: es la rebelión de la naciente cultura india contra la
civilización europea. Esta propia cultura sólo se puede desarrollar sobre una
base económica que le es propia. Y lo que el mexicano está haciendo ahora, es
crear esa base económica.
18
Los
indios tzotziles viven dispersos en los aproximadamente dos mil quinientos
kilómetros cuadrados, que abarca su hábitat. Pero una vez al año se reúnen todos
en una localidad. Este día en común con todo el pueblo, es el único día de
fiesta que tienen y se permiten estos indios. Por el resto, un día transcurre
como el otro, porque no sienten la necesidad de reposar. Sus nervios no están
agotados. El descanso los impacientaría. No necesitan de más descanso que del
sueño. El indio no sabe cuándo es domingo. Despreocupado viene el domingo a las
ciudades mexicanas para vender o comprar y el comerciante que quiere hacer
negocios con él tiene que tener abierto también el domingo. Como día de fiesta
de la comunidad eligen el día de San Juan, el día de su santo patrono. Ya hemos
dicho antes que este día del solsticio coincide con una vieja fiesta india, en
honor a los dioses del sol. Esta fiesta se festeja una semana antes de la fiesta
de San Juan. Para conservar las buenas relaciones con su propio dios y con el de
los blancos, la mayoría participa en las dos fiestas. Como algunas tribus tienen
dos días de viaje, durante toda la semana hay un ir y venir constante y los
caminos que conducen al punto de reunión están llenos de familias y tribus
indias en marcha. Todo lo que forma parte de la familia, sin olvidar al perro,
va a la reunión.
Esta
gran fiesta popular se desarrolla en la capital de los indios tzotziles, en
Chamula. Esta ciudad es una ciudad enteramente india, sin población blanca. Está
prácticamente en el centro del hábitat de la nación. Los únicos blancos del
poblado son el secretario municipal y el maestro, que tampoco carecen
completamente de sangre india.
La
ciudad queda bastante lejos de las grandes carreteras del estado y quien no
conoce el camino, no sospecharía que allí se encuentra una ciudad tan importante
para los indios. El camino es angosto y desparejo; se puede hacer sólo a pie o
cabalgando, pero no con un vehículo. El poblado queda escondido y completamente
rodeado de montañas. Son horas cabalgando, un recodo tras otro. Nada hace
sospechar que uno se esté aproximando a la ciudad, hasta que de golpe la ciudad
está allí abajo. Nadie se puede acercar, ni cabalgando ni a pie, sin ser visto
inmediatamente, porque todo aquél que llega se dibuja nítidamente contra el
cielo antes de poder descender hacia la ciudad.
La
ciudad misma consta de las habituales casas de barro de los indios de la alta
montaña. Las casas están dispuestas en hileras formando calles y cuadrados. Los
indios desde siempre construyeron sus ciudades sólo con calles rectas y
divisiones en cuadrados. Cada casa tiene una pequeña porción de terreno
alrededor. La ciudad entera está, tal como la mayoría de las ciudades indias,
cercada por setos espinosos o de plantas de maguey. Fuera de la ciudad, en un
lugar especial, está la iglesia y en otra plaza, lejos de la iglesia, está la
municipalidad, en cuyo piso superior se encuentra la escuela. En su planta baja
se encuentran la oficina de correos y telégrafos, que aquí sirve solamente al
secretario, porque el indio no tiene nada que telegrafiar y difícilmente le
mande una carta a alguien.
El
cacique vive en la ciudad, rodeado de sus compatriotas, a pesar de tener su
residencia oficial en la municipalidad, dado que él es el alcalde. Sin él y sin
su consentimiento, el secretario no puede proceder a ningún acto oficial. Cada
uno de estos actos debe ser confirmado por el cacique para adquirir validez. Aun
cuando el cacique no sepa leer ni escribir, y aunque no conozca la lengua
española, sino sólo su antigua lengua india, es difícil que el secretario pueda hacer algo sin que
el cacique lo sepa. Lo que al cacique le falta en materia de lectura y escritura
lo suple con la memoria y con los medios auxiliares que emplea para recordar
detalles exactos, cifras, cantidades, circunstancias. Al secretario le sería muy
difícil convencerlo de haber dado el consentimiento a tal o cual cosa, si no ha
sido realmente así. Cuando se trata de cosas importantes el cacique siempre
tiene a uno o dos ancianos a su lado, para tener testigos. Pero como de parte
del gobierno, en este caso, del gobernador, todo lo que llega desde las comunas
indias es rigurosamente controlado, el secretario prácticamente no tiene
posibilidades de emprender algo en su propio favor. No puede mover un dedo sin
que lo sepa un miembro indio de la comuna.
Un
solo camino lleva a la ciudad. Enfrente de este camino, que deja ver a todo
aquél que se acerca, detrás de la ciudad, está el monte espeso. Apenas un
peligro cualquiera amenaza a la población, todos desaparecen instantáneamente en
ese monte, desde el cual pueden ver todo el recinto de la ciudad, mientras los
invasores no pueden ver nada de los indios.
En
el amplio espacio que queda entre
la ciudad y la iglesia por un lado y la iglesia y la municipalidad por el otro,
se reúnen los que participan en la fiesta. Más de tres mil indios se encuentran
diariamente durante la semana de la reunión. Como esta masa cambia día a día, se
encuentran en el curso de la semana unos quince mil a dieciocho mil indios,
hombres, mujeres y niños. Todos los caciques de las distintas tribus de la
nación se encuentran aquí, comentan los acontecimientos de sus tribus y familias
y discuten las cuestiones que han surgido entre ellos en el curso del año
pasado.
Todas
las familias se encuentran, intercambian saludos y noticias, presentan a los
nuevos miembros de la familia, los nuevos matrimonios, los niños nacidos. Se
intercambian informaciones sobre los amigos y familiares comunes que ese día no
están y que quizás recién lleguen al día siguiente, cuando estas familias ya
esté regresando.
Parece
que algún viejo amigo ya está en el más allá, dado que no está aquí. No se habla
de los muertos, los que saben que están muertos no pronuncian esos nombres. Si
alguien pregunta por una persona que ha muerto, se contesta que se ha ido para
no volver. Esto es todo; quien preguntó sabe ahora que el amigo mencionado está
muerto y ya no lo vuelve a nombrar. No existe el culto a los muertos. Quien
murió está muerto y no tiene más nada que hacer aquí sobre la tierra. Que ni
siquiera su recuerdo disturbe a los vivos. Pertenece a otro mundo, y los vivos
no quieren tener más nada que ver con él. Ya bastante el trabajo que dan los
vivos. Esta reunión de los indios es el único periódico que poseen, un periódico
que se publica una vez al año. Cada uno es al mismo tiempo director editorial,
impresor, distribuidor, lector y abonado. No necesitan de otro periódico.
La
semana de reunión es una semana de muchísimo trabajo para el secretario. Es la
única ocasión en todo el año, en que ve a todos los miembros de la nación;
porque la mayoría de esta gente vive tan escondida en los montes y en las
montañas, que quien no conoce los caminos y las moradas no los alcanza jamás.
Por eso el secretario tiene que aprovechar esa semana para recoger todo el
material que el gobierno necesita para fines estadísticos. Se registran los
matrimonios, los nacimientos, las muertes, los tipos de enfermedades, las
cosechas, el tipo de frutos cultivados, la cantidad de animales domésticos.
Además pregunta sobre la plaga de langostas, sobre los daños causados por
animales salvajes, recibe quejas sobre comerciantes y explotadores no-indios y
muchas cosas más. Las informaciones son incompletas porque muchos no quieren que
se les hagan preguntas o dan a propósito respuestas incorrectas, o no responden
correctamente porque no han entendido el sentido de la pregunta. Pero es la
única posibilidad para el gobierno de mantener un contacto directo con estos
indios. Cada año la información se hace más exacta. Los métodos de los
funcionarios centroeuropeos para obtener respuestas burocráticamente exactas a
todas sus preguntas aquí fracasarían. La gente no regresaría al año siguiente y
desaparecería completamente del radio de acción del gobierno. Lo peor sería
perseguirlos con todas estas preguntas hasta sus propias casas. Si el
funcionario se pone apenas nervioso, dejan de hablar o dan la vuelta y abandonan
la casa. Si el funcionario amenaza con volverse grosero, se incomodan y lo
matan. Si los funcionarios se acercan con soldados, desaparecen en el monte y en
las zonas montañosas inaccesibles. No es posible tratarlos empleando los métodos
europeos, porque ellos no le otorgan a nadie el derecho de interrogarlos. El
secretario, ayudado por los caciques, se las arregla perfectamente para tratar a
la gente. Todo se hace riendo y con gran alegría. En la mesa se tratan las cuestiones serias y en el
mismo recinto se baila, se canta, se silba, se saluda a lo grande, los chicos
gritan y chillan, en el suelo las mujeres amamantan a sus pequeños, en la puerta
y delante de la puerta hay cientos apretujados charlando, riendo, abrazándose o
saltando de alegría por haber encontrado a un viejo amigo. Ay, ay, mi madre,
¿qué haría aquí un pobre funcionarito prusiano? ¿Es que alguien se puede
imaginar a un funcionario prusiano de la vieja escuela eternamente irascible y
refunfuñón en semejante entorno? ¿Qué cree que podría ocurrir si se animara a
gritar: "¡Silencio, caramba!", tal como está acostumbrado a hacer con sus
compatriotas? El indio no se deja impresionar por reprimendas ni órdenes. Muy
por el contrario, perdería el poco respeto que quizás haya tenido por el
funcionario, si lo viera nervioso chillando a la redonda. Desde ese instante no
lo tendría en la más mínima consideración, aunque fuera el mismo
gobernador.
La
mañana del día central de los festejos corresponde que los participantes vayan a
la iglesia. Pero aquí tampoco se ve nada que se parezca a la disciplina como la
conocemos nosotros. Entran y salen de la iglesia cuando les da la gana, sin que
ese ir y venir se adecúe de alguna forma al acto religioso. Para eso el indio es
demasiado vivaz e inquieto. Es católico y por eso va a la iglesia. Grupos
aislados entran a la iglesia con banderas haciendo mucho ruido, mientras se
sigue dando misa como si nada sucediera. El religioso conoce a su gente y no
suelta palabra, se concentra en su sacra labor y deja que la gente haga lo que quiera en la
iglesia. Y los grupos y las familias siguen entrando y saliendo
ininterrumpidamente, bajan un poco el tono de voz al entrar, están parados o
arrodillados un ratito y después se vuelven a ir. Algunos aguantan toda la misa,
pero una vez terminada están bien contentos de poder salir al aire
libre.
En
la plaza hay muchos puestos de venta, donde los mestizos ofrecen su mercancía y
donde los visitantes de la fiesta pueden perder sus pocos centavos comprando el
mismo cambalache inútil y de mal gusto que apesta las ferias europeas y envenena
el gusto incontaminado,
sencillo de los seres puros y naturales en todos los países. También aquí son
los puestos de golosinas los que atraen mayor cantidad de público, sobre todo
infantil. También entre los indios, para los niños la verdadera fiesta empieza
chupando golosinas.
Muchos
puestos venden comida. Hay tortillas, frijoles, café caliente, tamales
calientes, frutas de todo tipo. Nadie se muere de hambre. Por cuatro centavos
uno se puede comprar un almuerzo completo compuesto de tortillas, frijoles,
medio huevo o un pedacito de carne y café.
Casi
todo se vende por centavos; practicamente no hay cosas que valgan más de diez
centavos. Algunas familias que vienen hasta aquí, no tienen en total más de doce
o quince centavos. Y con esos pocos centavos hacen un viaje de dos días enteros
con toda la familia a cuestas, sin contar la estadía. Claro que se traen una
buena cantidad de tortillas y un trozo de carne seca desde la casa. Pero es que
necesitan increíblemente poco para sus comidas, su sobriedad es asombrosa. De lo
que nosotros tragamos en un almuerzo, un indio vive dos días por lo menos y
sintiéndose plenamente satisfecho.
Los
vendedores de sal tienen un puesto propio, estrictamente separado de todos los
otros. La venta de sal es comercio noble. Los únicos vendedores de sal entre los
indios tzotziles son los de la tribu de los zinacantanes.
La
sal se obtiene de una mina en Salina, una localidad cercana a Zinacantan. La
mina de sal pertenece a los indios zinacantanes desde hace siglos. La sal es
blanca como la nieve. Le dan forma cilíndrica. Cada cilindro de sal tiene unos
cincuenta centímetros de largo y unos doce centímetros de espesor. Estos bloques
están expuestos sobre limpias esteras de junco dispuestas sobre el suelo. El
vendedor está acuclillado al lado, a la espera de clientes. Cada vendedor tiene
una corta sierra manual. El comprador indica cuántos dedos de sal quiere y el
comerciante le siega una rebanada del ancho deseado.
Pero
no hay que creer que la india que quiere comprar sal sacrifique así nomás sus
centavos por la mercancía. Para nosotros sal es sal. Pero dista de serlo para
los indios. Antes de comprar definitivamente una rodaja de sal, hay largos
preliminares de consejos y exámenes. Examina la sal que va a comprar con mucha
mayor dedicación de la que empleamos nosotros en examinar un coche que
entendemos comprar. El indio conoce la sal y si esa sal no corresponde a sus
exigencias, no la compra y va a lo del comerciante de al lado a estudiar su
mercancía.
En
estas fiestas también hay algunos muchachos de las ciudades mexicanas que venden
a los indios aguardientes fuertes traídos en botellas que esconden en las
cercanías. Así es que se pueden ver indios borrachos tambaleándose. Pero son
pacíficos. Ni bien están borrachos se balancean gesticulando y charlando hacia
donde están sus mujeres para acostarse y dormir la mona. Viajando por el país es
prudente evitar a los indios borrachos que aún están en pie. En un fiesta como
ésta, donde la gran mayoría de los participantes está sobria y lo permanecerá,
no hay borracho que pueda armar lío, porque sus compañeros de tribu se
encargarían de aislarlo y, en caso de necesidad, tranquilizarlo eficazmente en
modo más o menos fraternal.
Es
asombroso lo tranquila que transcurre una fiesta de esta magnitud. No hay
peleas, ni altercados, ni litigios. El indio es extraordinariamente sociable y
es poco amigo de peleas. Ni bien amenaza armarse camorra, en general a causa de
un borracho, los compañeros de tribu rodean a los gallitos de pelea y todo el
grupo se dirige al cacique de la comuna. Con pocas palabras éste decide quién ha
sido el instigador y le ordena estar tranquilo. Y tras su orden todos se alejan
reconciliados y en paz, sin que quede rencor. La ciudad de Chamula, donde se
desarrolla la fiesta tiene un solo policía, un indio. Salvo que lo señalen, es
imposible saber quién es porque no se le nota. Pero ninguno de los tres o cuatro
mil presentes pide por él. Nadie lo necesita. Y él está sentado inadvertidamente
con su familia o con una familia amiga.
Puede
suceder, como yo mismo he
visto, que también el cacique de una tribu -hay que tener en cuenta que hay más
de doce tribus- empine un poco el codo y termine entre los borrachos. Pero es
notable como no pierde su actitud digna ni por un momento. E igualmente notable
es cómo sus compañeros de tribu no pierden nada de la consideración en que lo
tienen. Llegan a él con sus asuntos, tal como si estuviera sobrio, su palabra
tiene el mismo valor determinante como en cualquier otro
caso.
El
indio tiene mucho mayor comprensión por las debilidades de su semejante que
nosotros. En un poblado un sacerdote tiene a su amante, a la que visita casi
todas las semanas y con la que pasa siempre la noche. El noventa por ciento de
la población es india. Cada hombre, cada mujer, cada niño del poblado sabe que
esa mujer sola es la amante del sacerdote de la vecina ciudad. Sería imposible
convencer al indio de que el religioso pasa la noche con la mujer para rezar con
ella y prepararla a una posición particularmente privilegiada en los cielos. Si
uno intentara hacerle tragar una historia que presentara al sacerdote y a esa
mujer como eunucos, creería seriamente que andamos mal de la cabeza o que nos
burlamos de él. Es decir, que sabe lo que pasa. ¿Y cuál es la consecuencia?
Tiene por el sacerdote la misma consideración y respeto como si fuera un modelo
de castidad. Yo mismo me pude convencer de que es así. Ni se habla de los
asuntos del sacerdote, tal como tampoco se habla de la vida marital de una
pareja de esposos. Y la mujer es respetada en el poblado como cualquier otra
mujer. El chismorreo existe también en las ciudades indias, como en cualquier
parte donde conviven seres humanos; pero asuntos sexuales no son nunca objeto de
chismerío, como tampoco en Europa a nadie se le ocurriría chismear de alguien
que usa un paraguas cuando llueve.
La
sencillez y la pureza de sus conversaciones y diversiones durante una fiesta
popular así son algo que nosotros difícilmente podemos comprender. Nosotros
necesitamos mucha música, bochinche y chinpún para divertirnos. En esta fiesta
toda la música que se oye son tres indios con toscas guitarras que se pasean
entre la muchedumbre, tocando como pueden y cantando ocasionalmente. Nadie les
da nada por eso. Para el músico el pago es poder tocar y ser escuchado, que la
gente le sonría, le diga algo o que acompañe su música batiendo las palmas. Con
eso se da por contento.
Los
participantes de la fiesta encuentran la suprema dicha estando sentados en el
pasto, en medio de toda su nación y todas sus tribus alegres y contentos. Este
tranquilo bienestar, que a veces se puede encontrar en una familia europea,
cuando a la noche toda la familia se reúne en la intimidad alrededor de la mesa,
en torno a la lámpara, y cada uno se siente feliz viendo felices a todos los
otros miembros de la familia, aquí se extiende a toda una nación. Ninguno se
siente individuo, toda conciencia de la personalidad se borra. Todos se sienten
tan íntimamente unidos como el agua en el mar. Se puede pescar una gota del mar
y considerarla como individuo; pero separada de su unidad pierde fuerzas, se
deshincha, se debilita cada vez más y se evapora desapareciendo. Su fuerza y su
dicha residen solamente en la íntima unión con todos sus hermanos. De entre una
muchedumbre europea un individuo se puede separar, se puede desarrollar
autónomamente, puede andar su propio camino, conquistar o crear un mundo a
fuerza de puño o de cerebro. El individuo sacado de una muchedumbre india
marchita como la hoja arrancada del árbol que deja de formar una unidad
armoniosa con el tronco y la raíz.
Todos
forman una alegre comunidad. Risas, voces, aclamaciones, señas, charlas y
gesticulaciones. Algunas familias dan vueltas, encuentran y saludan a otras
familias que no han visto por mucho tiempo, o que han llegado a formar parte de
la tribu por algún tipo de lazo. Se pueden ver otros que han cambiado vivienda y
de los que se viene a saber qué tal se encuentran en el nuevo ambiente. Otros
intercambian experiencias sobre precios, o sobre comerciantes o enganchadores de
las plantaciones de café. Caciques recién electos se presentan unos a otros.
Propuestas u órdenes del gobierno o del gobernador se comentan, se critican, se
aprueban o se juzgan con desprecio. Es en general aquí que se toman las
decisiones por las que una delegación de caciques va a lo del gobernador en
Tuxtla Gutiérrez o a lo del alcalde de San Cristóbal para presentarles
especiales requerimientos de la nación. Si no encuentran la respuesta esperada,
la delegación puede llegar a ir a la capital del país para hablar personalmente
con el presidente de la República. Estas delegaciones son siempre recibidas por
el presidente y respetadas como corresponde a representantes de una nación. Es
asombroso ver con cuál tranquila seguridad estas delegaciones se mueven en medio
del gentío de una ciudad de millones de habitantes y lo bien que se las arreglan
para encontrar aquellas entidades y aquellas personas con quienes tienen que
negociar.
Entre
los adultos que participan en la fiesta corretea un enjambre de niños, porque
traen a todos los niños para
presentarlos a las tribus y para enraizar en sus jóvenes corazones el
sentimiento de pertenencia a su pueblo. Esto se hace inconscientemente o sin
intención premeditada. Les parecería innatural excluir a los niños de esta
asamblea nacional. Aquí se siembran en los niños las semillas de futuras
amistades y parentescos y en su innato sentido social se graban con fuerza las
primeras impresiones de la
conciencia de comunión con la colectividad, impresiones que no podrá
olvidar nunca en su vida, que acompañarán toda su vida futura y dominarán sus
pensamientos. Desde ese instante ya no está solo, ya no es sólo hijo de sus
padres, es una gota que se pierde, una gota que se ha disuelto en el mar.
Una
semejante conciencia de la
unidad se manifiesta en todas las fiestas populares en las que, dada la
composición racial de la población mexicana, el indio constituye la amplia
mayoría. En las fiestas populares de los europeos, aun en las de trabajadores
organizados, se trata siempre de reuniones de individuos. Cada cual tiene su
interés personal, cada uno persigue su diversión personal. Para satisfacer estos
intereses individuales, en las fiestas europeas se presentan cientos de
manifestaciones distintas. Para unos hay carpas para bailar, para otros canchas
de bowling, para éstos espectáculos de varieté, para aquéllos un concierto
instrumental y para estos otros una asociación coral. Si no incluye todas estas
fiestas particulares, muchos consideran que la fiesta es un fracaso. En las
fiestas populares mexicanas, entre ellas el día de la independencia, el 16 de
septiembre, el día de la liberación del poder francés, el 5 de mayo, y carnaval,
es la autoridad quien da la fiesta. La autoridad invita públicamente al
respetado pueblo. En estas fiestas no hay dos manifestaciones al mismo tiempo.
Cada manifestación está prevista para que cada participante de la fiesta pueda
participar en todas. Cuando se desarrollan en lugares cerrados o en espacios
limitados, hay poquísimos asientos reservados para los invitados de honor, todos
los demás puestos son gratuitos y están a disposición de todo aquél que quiera
venir. Y pobre del que moleste durante la fiesta. Nadie se preocupa del
carterista en días normales. Pero pobre de aquél que durante una fiesta pública
popular comete un robo
entre la muchedumbre. Si la policía no lo toma enseguida bajo su protección, lo
matan sin piedad y mientras lo llevan preso tiene que pasar un calvario.
Ilustres y humildes le gritan al hombre: "¡La peste del infierno al
aguafiestas!" La rabia de la gente no va dirigida al delincuente, sino a quien
arruina la alegría de la fiesta. Generalmente los muchachos que hacen estas
tonterías son canallas
extranjeros. Para evitar tales molestias en las fiestas en todo México, unos
días antes, encarcelan
preventivamente a todos aquéllos que son conocidos como carteristas o se hacen
sospechosos y se los vuelve a poner en libertad cuando la fiesta ha pasado. En
las fiestas puramente indias no hay disturbios. No hay pícaros entre ellos y los
únicos que pueden arruinar la alegría de la fiesta son los borrachos. Pero antes
de que todos los noten, sus propios amigos se encargan de
apartarlos.
Mientras
los muchachos corren como desatados y no se pierden ni un soplo del placer de la
fiesta, las niñas están sentadas recatadamente cerca de sus madres y ponen una
expresión tan solemne como si todas ellas hubieran sido llamadas a ser la reina
de España. Con aire de superioridad sonríen ante el juego salvaje y desenfrenado
de los varones, como si estuvieran observando el juego de cachorros. Es
imposible saber si preferirían jugar por ahí con los varones a estar sentadas al
lado de sus madres; de todas formas sus rostros no muestran nada de lo que sus
corazones desean. La seriedad de las muchachas indias frente a la desenfrenada
alegría y la desbordante vivacidad de los muchachos, llama la atención una y
otra vez. No se puede decir si es cuestión de la raza o si es una consecuencia
de la educación. Para saberlo habría que conocer mucho mejor la vida íntima de
los indios. La expresión algo melancólica de las muchachas y mujeres indias ya
llamó la atención a los primeros españoles que llegaron aquí. Esta expresión
seria de la mujer india, que muchas veces la hace parecer la depositaria de misterios
milenarios de su raza, confiere a sus rostros una belleza profunda y densa, una
belleza que, considerando sólo las formas y rasgos de la cara, las mujeres
indias raramente tienen. Pero esta melancolía meditabunda se extiende como un
velo que suaviza los rostros severos y poco simétricos de las
mujeres.
El
espectáculo del día es la aparición de los jinetes disfrazados. Ningún europeo
le encontraría nada particularmente llamativo o interesante a este espectáculo.
No lo consideraría ni lo creería siquiera un espectáculo. No tiene comienzo ni
fin claramente determinados. Ni asomo de disciplina o sucesión ordenada. Para
los indios significa el broche de oro de la fiesta.
Cuatro
o cinco hombres, tantos como hayan tenido la posibilidad de hacerse prestar un
caballo de un simpático hacendado -porque es raro que uno de estos hombres posea
un caballo- dan el espectáculo. El jinete se disfraza un poco, tan poco de
hecho, que nosotros ni nos damos cuenta. Pero el indio advierte enseguida el
disfraz, si el sombrero está puesto en manera ligeramente distinta a cuanto
prescripto por las reglas. Estos hombres cabalgan durante una hora o dos por el
lugar de la fiesta, persiguiéndose unos a otros y bromeando, haciendo ruido,
riendo y gritando. Y cuando se cansan de cabalgar, a lo que no están
acostumbrados, el espectáculo se da por concluido. Pero habrá sido un
acontecimiento tan importante que les dará tema de conversación para semanas y
meses. Nosotros nos aburriríamos muchísimo, pero el indio ve cientos de cosas
que nosotros no notamos, cosas que lo excitan, entusiasman y alegran tanto como
a nosotros una pieza de circunstancia bien hechita. Los presentes que, en
general, son muy cautos y tímidos para manifestar sus emociones, se abandonan
completamente durante este espectáculo. Gritan y aclaman, algunos se excitan
tanto que se abalanzan sobre el jinete, toman al caballo por las riendas y
tratan de sujetarlo, otros forman grupos e intentan rodear a los jinetes. Pero
cada acción, tanto la de los jinetes como mucho más la de los presentes que
participan activamente es completamente espontánea y surge en el instante. Esto
hace que el espectáculo sea extraordinariamente movido, sus imágenes cambien
constantemente a cada minuto y siempre pase algo totalmente inesperado. Dado que
casi cada escena, por sencilla e insignificante que nos parezca, resulta
diferente de cuanto esperan los espectadores y es obvio que así sea, porque no
existen ni la disciplina ni la previsión, porque jinete y caballo,
desacostumbrados el uno al otro, nunca actúan al unísono y aquí también cada
movimiento se presenta distinto a lo que esperan jinete o caballo, el espectáculo se desarrolla con una tal
abundancia de situaciones cómicas o tragicómicas, que quedan satisfechas
ampliamente todas las espectativas que un indio puede tener cuando quiere un
buen espectáculo. Y goza a sus anchas porque todo sucede naturalmente, nada ha
sido estudiado, ensayado, planeado
o discutido antes. Los actores no tienen un plan y visto de cerca, todos los
presentes son contemporáneamente actores y espectadores. Esta gente no es capaz
de estar dos o tres horas sentada en los bancos a mirar un espectáculo bien
ordenado. Les parecería indeciblemente fútil y sin significado; no sabrían qué
es lo que esa gente pretende de ellos y cuál es su intención, aun cuando
entendieran cada palabra y todo el sentido del juego. Pero no comprenderían el
objetivo. No podrían creer nada a esa gente delante de ellos, porque ellos ven y
sienten que se lo han estudiado. Y porque no les creerían, es que estos actores
no podrían despertar en ellos alegría, pena o compasión y el juego no tendría
ningún efecto sobre ellos. Pero un buen narrador de cuentos sí que los puede
fascinar.
El
personaje principal este año era un jinete que llevaba un casco hecho de piel de
mono. Había encontrado algo especial, que lo convertía en objeto digno de
admiración por parte de todos. De su casco colgaba un hilo, en cuyo extremo
inferior había sujetado un pequeño espejo ovalado. Cuando el hombre cabalgaba o,
incluso, cuando sólo movía la cabeza, el espejo bailaba para un lado y para el
otro. El sol daba en el espejo, que reflejaba la mancha brillante en todas
direcciones. Sobre la muchedumbre reunida, sobre las personas cercanas, sobre el
campo lejano. El bailoteo de esta mancha brillante reflejada ponía a la gente de
un ánimo alegre indescriptible. Era algo nuevo, y como esta mancha era la cosa
más movediza, que daba los saltos menos esperados y nadie podía predecir dónde
estaría la mancha un segundo después, que seguramente se encontraría muy lejos
de donde se la esperaba, el jinete
con la piel de mono fue quien más contribuyó para hacer de esta fiesta algo
inolvidable.
Quizás
nos parezca que los indios son bien pueriles e infantiles para divertirse con
cosas tan insignificantes. Pero es que estas cosas para ellos no son
insignificantes. Nosotros necesitamos un gran aparato complicado y costoso para
divertirnos seguro. Porque estamos saturados y aún más que eso. El indio es
joven y hambriento, pero no es ni infantil, ni un niño. Sólo que es sincero como
un niño, éste es el punto. No se miente, no se convence de que tal ópera es
buena, porque un famoso crítico la llamó lo "máximo". Si la ópera no le gusta,
lo dice y sin tantas vueltas la califica de ópera de porquería. Le importa bien
poco que por eso un crítico u otras personas lo consideren filisteo. Necesita
ser sincero consigo mismo para mantener su equilibrio interior. Nosotros
queremos pasar por personas instruidas y cultas y nos obligamos a considerar
bellas cosas que nos dejan sin cuidado, porque no nos tocan íntimamente. Si
tampoco podemos entender a la pequeña que prefiere jugar con una tosca muñeca, a
la que quizás le falta una pierna y cuya mano no es más que un trapito de cuero,
que con la muñeca grande, elegante, a imitación del natural que le acaban de
regalar. Y si fuéramos sinceros con nosotros mismos y si no temiéramos la
opinión que de nosotros se forman nuestros papas del arte que andan torciendo la
nariz, la mayoría de nosotros preferiría una representación circense bien
hechita o una opereta vacía pero entretenida al "Ocaso de los dioses". Quien de
nosotros sinceramente prefiere la
opereta "La morcilla reventada" al "Parsifal", porque en "Parsifal" se aburre,
mientras se divierte a lo grande en "La morcilla reventada" es censurado por
infantil o hasta pueril. Lo mismo
hacemos con el indio que encuentra toda su sana alegría en cosas sencillas, no
artificiosas, naturales. Actualmente todavía no soy capaz de explicarles a los
indios, lo que no logro aclarar a los europeos, que "Parsifal" y el "Ocaso de
los dioses" y miles de otros productos artísticos son pura mentira, mientras "la
morcilla reventada" también es pura mentira, pero por lo menos es auténtica y
natural en su vacía frivolidad. Pero ya vamos a lograr que los indios repitan
como loros nuestras consideraciones sobre lo divino y sublime de nuestras obras
de arte tildadas de tales, a las que nos acercamos de rodillas. Repetirá como
loro, así como hoy ya repite muchas cosas e imita distraídamente muchas otras más, pero no
nos va a creer. El indio no cree en la superioridad de las cosas que nosotros
adoptamos sin reflexión como creyentes, porque hábiles engañadores les han
puesto un sello para nosotros. Esto nos permite esperar que del alma del indio,
que nosotros consideramos infantil, surja un nuevo mundo, en el cual la mayoría
de los valores sean juzgados de un modo distinto del que nos fue enseñado a
nosotros.
Hacia
la nochecita se baila un poco en algunas partes de la plaza. Los pocos músicos
no pueden estar en todos lados. Por eso la danza se acompaña solamente con
palmas o con un canturreo monótono, rítmico.
Después
cae la noche, casi de golpe. En algunos puestos de venta arden velas o
lamparitas de lata que echan mucho humo. Salvo estos puntitos de luz la noche
yace oscura sobre la tierra. La noche es muy fresca. Casi no hay brisa. Y
entonces es como si de golpe todo el mundo se llenara de romanticismo, de
belleza, de amor. No se sabe de dónde viene y no se sabe cómo sucedió. Se
escucha hablar. Aquí bajito, allí un poco más alto. Y otra vez murmullos y por
allí una risa contenida. Un niño empieza a llorar y se lo calla susurrando. Un
perro ladra. Dos o tres le responden y vuelven a callar. Un suspiro suspendido
sobre el amplio campo, quizás de uno, quizás de muchos, para fundirse en uno
solo. Un gallo canta, otro más, aún otro y pronto una docena. Y una vez que cada
uno ha dado el presente, se vuelven a dormir. Hacia cualquier punto del
horizonte, que se destaca claramente de la tierra oscura, se ven oscuros
montoncitos de cuerpos humanos. Arriba las estrellas claras, refulgentes y
brillantes y abajo, sobre la tierra, una marea densa e incansable de miles y
miles de luciérnagas, grandes como nueces doradas y refulgentes. Cuanto más
profunda se hace la noche, cuanto más se ensancha, más grandioso es su
esplendor. Y finalmente se muestra en toda su plena, incomparable belleza. Una
sala negra azulada, brillante, inconmensurablemente ancha y alta, cuya bóveda
majestuosa no necesita de columnas. Bienhechora y plena de silencioso
recogimiento vuela suspendida sobre la tierra como la mano bendiciente de la
eternidad. No es el día, sino la noche lo que nos une con lo que fuimos antes de
ser y con lo que seremos cuando ya no seamos.
Cada
vez está más fresco. El viento se levanta titubeante. La pesada carga de la
noche comienza a aligerarse, empieza a moverse y a mezclarse. Una temprana luz
gris verdosa penetra la fluctuante oscuridad. Gruesos, abultados bancos de
niebla aún se deslizan, empujándose pesadamente sobre la vasta altiplanicie.
Pero el campo ya está despierto. Ahora parece un negro lago ondulante. Hay pocos
ruidos. Pero voces y retazos de frases flotan en el aire. Pronto las voces se
hacen más frecuentes y pasan a un murmullo y luego a una llameante confusión.
Niños lloran y llaman. Madres y padres responden. Las familias y las tribus
comienzan a agruparse. Las columnas de marcha se forman para el regreso.
Todavía
hay una luz pálida extendida por todo el ancho del cielo, que fluctúa insegura.
Y entonces, de golpe, se hace de día. Y ya nomás se ve el sol grande y poderoso
sobre el horizonte. En estas alturas, rodeadas por montañas, no hay ni alba ni
ocaso. El sol, que poco antes parecía grande y poderoso, de golpe desaparece y
cuando recién todavía era de noche, de golpe está nuevamente allí, en todo su
esplendor.
Numerosas
familias y grupos ya están en
camino y ya han abandonado el lugar. Aquí se ven familias que se despiden. Se
abrazan, aprietan mejilla contra mejilla, alzan una vez más a los niños para
mostrarlos a las personas de las que hay que separarse. Se prometen
mutuamente volverse a ver al año
siguiente y esperan poder volverse a saludar en buena salud. Son cada vez más
los grupos que se ponen en movimiento dando voces, hablando, riendo, juntando a
los niños y saludando con la mano a quienes quedan atrás.
La
calle, la única que lleva al lugar, desborda de grupos hormigueantes. En el
primer recodo del camino hay familias sentadas que esperan a otras para caminar
juntas, porque son del mismo poblado o de las vecindades. A las familias les
gusta caminar en grupos grandes. Estos grupos no van pegados, durante toda la
marcha se mantienen en contacto y descansan juntos.
Las
familias a veces tienen que caminar veinte, treinta, cuarenta kilómetros y todas
tienen lactantes y niños pequeños, que todavía no pueden caminar solos. Los
niños son llevados por las mujeres. Es muy raro que un hombre lleve a un niño.
Pero siempre hay suficientes mujeres en el grupo que no tienen niños pequeños y
que ayudan solícitamente a las otras madres. Los niños se llevan en la espalda,
en un paño anudado. Hay madres que llevan a uno en la espalda y a otro delante,
en el pecho. Los hombres llevan las bolsas con comida, los sarapes, los petates
y los impermeables.
Ni
bien un grupo de marcha está completo y ya no falta más nadie, se sale caminando
a buen ritmo. El camino no se hace aburrido porque hay mucho que contar. Unos
dicen que ésta ha sido la fiesta más linda que se vista hasta entonces, mientras
otro afirma que la del año anterior había sido mucho mejor y no falta quien
opine que fiestas tan lindas como las de los viejos tiempos hoy ya no existen,
porque los indios son cada vez menos verdaderos indios. Y esto ha llegado al
colmo que había allí un joven indio que tocaba una especie de piano de boca, lo
cual es tremendo disparate y esa cosa de chapa cuesta además dos pesos y si
entra un poco de arena, no saca más sonido y ya no sirve para
nada.
Después
se pasa revista a las familias encontradas y a todas las personas vistas. Este
recuento de la gente encontrada se hace con un inexorable amor por la verdad y
con una precisión implacable; porque todos ellos son excelentes, agudísimos
observadores. No se les escapa ni la más mínima debilidad de un miembro de la
tribu y no hay quien los iguale en meter el dedo en la llaga. Por si acaso no
hubiera nadie para encontrar una llaga, pues para eso están los queridos
parientes que seguramente la encontrarán y sabrán trabajarla con la lengua. Y
las lenguas de las mujeres indias no tienen nada que envidiar a las de sus
hermanas blancas. Entre las mujeres hay un tal charloteo excitado durante el
camino y en los lugares de descanso, que ya se las escucha mucho antes de poder
verlas. A veces están tan metidas en su chismerío que no se molestan si uno pasa
cabalgando a su lado. Es que podrían perder el hilo tan bellamente hilado o aun
dejar que otra tome la voz cantante.
¿Y
porqué habría de ser de otra manera? Son criaturas humanas y deben por lo tanto
actuar como tales. Los dichos del indio que se refieren a la charlatanería o a
otras características de sus mujeres pueden encontrar perfectamente lugar entre
los dichos de los pueblos europeos. No se advertiría su origen indio, porque
podrían pasar perfectamente por surgidos en suelo europeo. Los hombres de las
distintas razas pueden ser distintos, las mujeres, en lo esencial de su
carácter, no lo son. En cualquier parte son siempre las mismas. Cuando se
escucha y se lee qué es lo que las mujeres más libres de todas, las mujeres
americanas dicen, deciden, condenan en sus conferencias y en sus reuniones de
delegadas, qué resoluciones toman,
cuánta mezquindad, mala lengua y furor condenatorio manifiestan, entonces
encuentran mayor justificación todos los dichos referidos a la mujer. Por
supuesto: aquellas veinte mujeres superinteligentes, que tienen una mirada
amplia y a las que las debilidades personales de los semejantes les parecen
demasiado poco importantes como para ocuparse de ellas, no están presentes en
aquellas conferencias y reuniones. Estas mujeres no tienen tiempo para eso. Pero
esas veinte mujeres inteligentes las hubo en todos los tiempos, desde que hay
pueblos y mucho antes de que se hablara de los derechos de la mujer. Esas
mujeres son la excepción que confirma la regla. Y estas veinte mujeres que
seguramente son capaces de guiar los destinos de un pueblo, existen también
entre los indios. Estoy seguro. Entre los aztecas, las mujeres eran ciudadanas
con plenos derechos, que en los últimos días de la desesperada lucha de los
indios por su libertad hicieron imposible la vida a los españoles, no sólo con
sus lenguas, sino también con las armas de sus hombres caídos. Cuando uno ve a
estas mujeres tan menudas regresando a sus casas, descalzas, después de varias
noches pasadas a cielo abierto, tras haber comido en todo el día algunas
tortillas y unas cucharadas de frijoles con uno o dos niños colgados del cuello
y caminando a un ritmo que le cuesta seguir a un hombre europeo, uno tiene la
impresión que a una raza semejante le tiene que estar reservado un destino sobre
la tierra. Porque esa raza es depositaria de fuerzas inagotadas, que algún día
se descargarán con prudencia y tenacidad o violenta y
explosivamente.
Los
primeros grupos no alcanzan a caminar mucho que ya encuentran grupos que quieren
llegar al lugar de la fiesta y para los que, quienes parten, dejan el puesto
libre. El camino ha sido largo y han pasado la noche en el último pueblo o en un
prado del camino o en un refugio abierto del gobierno.
Los
grupos que se cruzan no pasan uno al lado del otro limitándose a un saludo o un
gesto con la mano. Todos, los que vienen y los que se van, se sientan tras
haberse saludado como corresponde y con gran alharaca. Y entonces comienzan a
conversar largamente. Los recién llegados quieren saber quién estaba allí, cómo
se encuentran los conocidos, cómo han transcurrido la jornada anterior, y todo
lo que había para escuchar y ver. Los que se van no soportan guardar para sí sus
experiencias. Comienzan a informar y a contar con gran entusiasmo lo que de esta
manera pueden revivir. Todos charlan excitados a la vez. Y aun si uno no
entendiera lo que dicen y de qué están hablando, pronto lo sabría. Porque los
narradores, que por el entusiasmo a
veces se quedan a corto de palabras, sustituyen con la mímica todo lo que no
alcanzan a expresar bastante claramente con palabras. Con la mímica se repiten
todo lo ocurrido durante el juego de los jinetes disfrazados y algunas cosas de
las que uno ni se ha dado cuenta o que ha olvidado por completo; todo aquí se
reproduce fielmente. Los indios han visto todo, yo sólo un cuarto, aunque
estuviéramos presentes al mismo tiempo. Habría cientos de cosas que yo no sabría
relatar y otros cien detalles los contaría en forma errada si no me hubiera
ayudado mi cámara fotográfica. Pero comprobé por experiencia que el indio veía
mucho más de lo que mi cámara podía ver. Es que la cámara sólo ve recortes y ve
sólo durante un décimo o un centésimo de segundos, mientras el indio ve todo en
el contexto y durante días y retiene todo tan fielmente en su cerebro, como si
tuviera una película que se desarrolla eternamente que registra todo y lo
conserva. Me ha sucedido frecuentemente que se me cruzara un hombre a pie o a
caballo por el camino. Si después de un rato alguno me hubiese preguntado qué
tipo de pantalones tenía el hombre, si marrones, o blancos, largos o cortos, si
tenía botas de montar o
rollos de cuero, yo no hubiera podido contestar, porque sólo hubiera
prestado atención al sombrero, a la montura o a la barba del hombre. Pero mi
changador indio me podía indicar la yerra del caballo, el tipo de espuela, el
color de los ojos, la forma de la montura, el tipo de saco, de todos modos, diez
veces más detalles de los que yo habría captado al pasar. Por eso es que la
gente de aquí sabe informar y contar con tanta exactitud.
Mientras
están aquí sentados charlando, pasan otros, que van y que vienen. Y también
éstos se sientan y la conversación se vuelve a animar. Todos los caminos que
conducen hasta aquí están llenos de gente que viene y que va y por todas partes
saludos y cuentos. Por eso es que el viaje de regreso al pueblo de origen dura
tanto tiempo. Pero estos encuentros y saludos por los caminos constituyen una
parte considerable de la alegría y del objetivo de la fiesta. Porque la mayoría
de los compaisanos que no se encuentran en el lugar de la fiesta, se encuentran
en el camino de ida o en el de vuelta, de manera que cuando la familia llega
finalmente al jacal habrá visto a todos y a cada uno de los que quería ver al
salir hacia la fiesta. Es imposible ver a todas las familias al mismo tiempo,
porque no se pueden dejar los poblados sin vigilancia y porque alguien se tiene
que ocupar de las gallinas, de los cerdos, de las ovejas y de las cabras. En
esto las familias se ayudan mutuamente.
Una
vez llegados a casa, enseguida un niño o una niña sale corriendo a lo del vecino
para buscar fuego, una rama ardiente, para encender el fuego del hogar. A la
mujer, a pesar de haber hecho treinta kilómetros con el niño a cuestas, ni se le
ocurre estar cansada. Ahí nomás se ponen las ollas con los frijoles sobre el
fuego, se cuece el maíz, se lo muele en el mortero, se golpean las tortillas, el
hombre junta el ganado y los niños se las deben arreglar solos y con los más
pequeños.
Después
todos se sientan alrededor del fuego a comer. Y todos sienten como si hubieran
regresado de una larga vacación, de un lejano país con las mismas ganancias y
las mismas pérdidas con las que nosotros regresamos de un viaje de placer. En un
punto su viaje de placer ha tenido el mismo resultado que los nuestros tienen
siempre. Todos los bolsillos están vacíos, ni el dedo más ferviente podría
encontrar en un pliegue un centavo escondido.
Pero
aun así, ha sido extraordinario. Tan extraordinario que tendrán para contar
hasta entrada la noche y tema de conversación para todo el año hasta que
nuevamente llegue el gran día en que toda la familia se pondrá en camino hacia
el Campo de fiesta.
19
La
temporada de lluvias dura aquí desde principios de junio hasta fines de
septiembre. Generalmente llueve todos los días. Empieza a llover siempre a la
misma hora. Esa hora se mantiene igual por una semana. La semana siguiente el
inicio se adelanta o se atrasa una hora. No es que se dé con precisión
matemática, pero uno puede regularse, aunque hay que contar con algún que otro
cambio imprevisto. Digamos que la lluvia empieza a las once. Durante tres horas
se abate ininterrumpidamente una lluvia violenta. A veces cae otro violento
chaparrón hacia la noche. Al día siguiente hay un sol claro y brillante y poco
antes de las once aparecen las nubes y ya está lloviendo a cántaros. Toda lluvia
torrencial se anuncia una media hora antes con un ligero gotear que cesa después
de cinco minutos. Después de algunos días, la lluvia comienza con igual
regularidad pero recién a la una, y el segundo chaparrón cae a las once de la
noche. A veces la lluvia llega tan puntualmente durante varios días que puede
servir de punto de referencia para poner el reloj. Una vez observé durante dos
semanas enteras que la lluvia comenzaba siempre exactamente a las tres y cuarto,
la variación nunca superó los cuatro minutos.
Claro
que hay también días en que no llueve para nada y períodos enteros en que cae
poca lluvia. Son las temidas sequías. La naturaleza previene con sabiduría,
haciendo que se forme rápidamente una costra en la superficie de la tierra. La
humedad, que ya no puede evaporarse tan fácilmente hacia arriba, penetra en el
suelo y la siguen las raíces de las plantas jóvenes. Cuando el sol tropical se
levanta con toda su potencia, a eso de fines de enero e inicios de febrero, las
raíces han llegado a tal profundidad que pueden conservar la suficiente humedad
y frescura como para poder madurar completamente, aun bajo el más ardiente calor
tropical. Porque las plantas no pueden contar con ninguna ayuda externa. Una vez
pasada la temporada de lluvias, ya no cae una gota hasta junio. Salvo raras
excepciones. En cambio, durante las noches cae abundante rocío en la época de secas. El riego
artificial convierte esta tierra en paraíso. En ocasiones de años favorables,
cuando caía alguna lluvia fuera de la estación, he visto cinco cosechas de maíz
en el arco de trece meses y en el mismo terreno. Si todo el país tuviera riego
artificial, siempre que hubiera agua suficiente a disposición, México podría
abastecer de maíz y cereales a todo el continente americano. Ahora hay años en
que se debe importar el maíz desde los EE.UU.. He visto fincas en Chiapas, donde
sin abono y sin riego artificial el maíz alcanzaba seis y siete metros de altura
y cada grano que llegaba a echar raíz, aportaba trescientos veinte a
cuatrocientos setenta granos. La fertilidad de este país, donde no hay ni nieve
ni hielo, donde el sol brilla a lo largo de todo el año y el cielo es azul,
donde las rosas florecen fuera en Navidad y en enero se cosechan los tomates y
las judías verdes, esta fertilidad, potenciada por la inteligencia de los
hombres, es tan impresionante que supera cien veces la fantasía más desenfrenada
de un agricultor europeo.
Pero
la misma fertilidad que ayuda a las cosas que nos son útiles, sirve en la misma
medida a las que no utilizamos. Porque la naturaleza no conoce la diferencia que
hacemos nosotros entre productos útiles e inútiles. Los yuyos prosperan tanto
como el maíz y los tomates. Y no sólo los hombres viven de maíz, tabaco y
algodón.
Había
plantado tomates y estaban tan lindos que podía contar fácilmente con ganar mil
pesos por hectárea. Estaban listos para cosechar, eran gordos y ricos y a punto
de ponerse rojos. Hay que cosecharlos verdes para que aguanten el transporte.
Todos los canastos estaban apilados, los ayudantes prontos para empezar. A la
mañana salgo para dividir los campos para la cosecha. En eso veo que las hojas y
los frutos se habían llenado de manchas gris verdosas durante la noche, una
especie de liquen del tomate. Los tomates cubiertos de este liquen no pueden ser
expedidos porque se pudren y nadie los compra. De dónde había salido este
liquen, cuáles eran las causas, nadie lo sabe. Lo único que se podía hacer era
salir rápidamente con algunos canastos y recoger los frutos aún
indemnes.
Se
planta algodón y está que es una maravilla. Una mañana se sale y el boll-weevil,
el gusano del algodón, se habrá encargado de la cosecha y tan prolijamente, que
no queda otra cosa por hacer que sembrar maíz en las hileras intermedias para
disminuir la pérdida del año.
En
el sur de México había un campo de tabaco de cincuenta hectáreas. Estaba en su
máximo esplendor. Vino la langosta y en cuarenta segundos (¡cuarenta segundos!)
el campo fue rasurado de tal manera que sólo quedaron algunos rastrojos. La
langosta ya se había marchado porque no había quedado satisfecha, necesita comer
ininterrumpidamente para no morir de hambre. Tiene que comer día y noche. Y sólo
acaba cuando llega el tiempo del apareamiento.
En
México, el gobierno busca terminar con la langosta con incansables esfuerzos y
grandes costos. No viene todos los años, sino que tiene sus años de migraciones,
cuando se multiplica en grado tal que los sitios de origen ya no les pueden
ofrecer suficiente alimento. Es posible destruir la langosta, o por lo
menos dominarla de modo que sólo
ocasione daños leves. Pero hay otras fuerzas, que tienen que ver con nuestro
anárquico sistema económico, que trabajan en contra. Un buen año de langostas
lleva los precios de los productos agrícolas a tales alturas que los finqueros
de las zonas poco o nada visitadas por las langostas, no saben qué hacer con sus
ganancias. En México circula un buen chiste, que destapa otro lado de la
economía. Para entenderlo hay que explicar antes algunas
cosas.
El
gobierno tiene destacados en todos aquellos distritos, en donde suele aparecer
la langosta, comisarios y comisiones que deben observar los desplazamientos de
las langostas, registrarlos y comunicarlos telegráficamente a los puestos
centrales, para que los finqueros se puedan defender. Porque cuando la langosta
y el camino que toma se conocen con anticipación suficiente, se la puede
ahuyentar y destruir en buena parte usando gas, lanzallamas y otros medios.
Un
buen día el gobierno anunció una batalla de destrucción decisiva contra la
langosta, llamada a tener éxito, porque con los medios modernos se puede
eliminar esa plaga.
Un
ciudadano que había leído la noticia en los diarios encontró a un comisario de
langostas y le dijo: "¿Ud. leyó que el gobierno liquidará definitivamente las
langostas?"
El
comisario empalideció y le contestó: "Por dios, buen hombre, ruegue conmigo que
el gobierno no lo consiga."
"Pero,
¿y porqué no?" preguntó el ciudadano asombrado."Justamente Ud., siendo comisario
de langostas debería interesarse. Debería alegrarse de que el gobierno termine
el trabajo."
"¿Alegrarme?"
respondió el comisario."Pero todo lo contrario."
"Pero,
dígame, Ud. no está aquí para ayudar a combatir las
langostas?"
"Dios
me libre", conjuró el comisario, "de combatir las langostas. Si yo las crío y
las cuido y hago de todo para que se multipliquen y estén
contentas."
"No
entiendo nada", respondió el ciudadano.
"Pero
hombre, no se da cuenta de que yo perdería mi buen puesto si el gobierno
aniquilara las langostas. Nunca más obtendría un puesto tan bien
pagado."
Esto
es sólo un chiste mexicano. Pero todos los buenos chistes contienen su cruel
verdad. Y chistes parecidos se escuchan con mucha mayor frecuencia en los
EE.UU., porque allí hay mil veces más funcionarios, que perderían su buen
puestito si realmente previnieran lo que deberían prevenir. ¿Que sería de los
jueces, de los guardiacárceles, de los verdugos, de los policías, ni qué hablar
de las grandes compañías de seguros, si todos los delincuentes se convirtieran
en respetables ciudadanos? Toda esta gente vive de los defectos del carácter
humano. No tienen ningún interés en remediar estos defectos, tan poco interés
como el que puede tener el médico en que los hombres tengan buena
salud.
"Han
descubierto un suero que inmuniza contra la sífilis, he escuchado", dijo un
hombre a un médico americano.
"Es
verdad", respondió el médico.
"¿Entonces
seguramente pronto será introducido en todas partes?"
"¿Pero
Ud. cree que yo no tenga conciencia?" retrucó el médico.
"¿Conciencia?
No entiendo qué quiere decir", dijo el hombre
inocentemente.
"¿No
pensará de mí que yo sea capaz de condenar a muerte por hambre a todos mis
colegas, a los especialistas de enfermedades venéreas?", respondió frío y
profesional el médico. "No puedo cargar mi conciencia con una responsabilidad
semejante."
Y
ahora observemos un poco el costado político económico de la aniquilación del
boll-weevil, del destructor del algodón. El asunto marcha como en el caso de la
langosta y del médico.
En
el año 1914 los plantadores de algodón americanos produjeron dieciséis millones
de fardos de algodón. El boll-weevill no había aparecido. Por estos dieciséis
millones de fardos los finqueros percibieron quinientos cuarenta y nueve
millones de dólares.
Como
consecuencia del mantenimiento de los buenos precios, en 1923 se volvió a plantar algodón. En ese
año el boll-weevill causó estragos. Se cosecharon sólo nueve millones
setecientos cincuenta mil fardos. Por esta cantidad, casi la mitad que en 1914, los finqueros recibieron
mil quinientos millones de dólares. Dos años más tarde, en 1925, el boll-weevil
no apareció y se cosecharon trece millones de fardos. Pero por esta cantidad,
tres millones doscientos cincuenta mil fardos más, obtuvieron cien millones de
dólares menos que por una cantidad mucho menor en 1923. Esto funciona según un
engranaje perfectamente aceitado. Cuánto más algodón es destruido por el gusano
o por otras circunstancias desfavorables, tanto menos llega al mercado; y cuánto
menos llega al mercado, tanto mayor es el precio. Ha habido cosechas tan buenas,
que el precio caía tan bajo que los agricultores no lo hacían cosechar porque no
hubieran recuperado los sueldos pagados. Realmente es un sistema económico
maravilloso, en el que una bendición de la naturaleza lleva a la bancarrota al
finquero hacendoso; un sistema glorioso, digno de la inteligencia del hombre
civilizado, cuando un insecto dañino para el hombre regala a media docena de
especuladores, que tienen intereses puramente personales, algunos millones de
dólares, sin que tengan que hacer más trabajo que mandar algunos telegramas y
leer otros tantos. ¿Quién aniquilará la amada langosta, el tan deseado
boll-weevil, si son capaces de tales milagros? Hay que cuidarlos y mimarlos para
que no le amarguen la vida a una media docena de astutos
comerciantes.
Pero
aquí está la explicación de cómo es posible que tantas cosas que dificultan la
vida de toda la humanidad en su conjunto sigan proliferando alegremente, aunque
se las pueda eliminar con un único gesto enérgico.
Cosas
que sirven a la mayoría y contemporáneamente no aportan nada o poco a
particulares, difícilmente se adoptan y aún más difícilmente se realizan dentro
de nuestro sistema económico
que radica en la individualidad, en la ambición, en el afán del particular, en
puros intereses particulares. Ni bien alguna cosa promete ventajas a hombres
ávidos de dinero o de poder, se la persigue con extraordinario empeño y con
asombrosa rapidez y se la lleva a cabo con aún más asombrosa habilidad. Quiero
explicar esta curiosidad con un excelente ejemplo.
El
pueblo japonés tiene como único pan cotidiano el arroz. El arroz se consume allí
y en otros países asiáticos en cantidades mucho mayores de lo que en Europa las
papas, el trigo y el centeno. Algunos millones de pequeños cultivadores
encuentran su sustento cultivando arroz. Todos saben por cuán poco trabaja el
pobre peón japonés, chino o coreano. Esto hace que el arroz sea muy barato. Y de
golpe el arroz se abarató mucho en Japón, se abarató tanto que los cultivadores
japoneses ya no podían vender el propio o debían disminuir tanto los precios que
ya no llegaban a cubrir los sueldos pagados a los culíes.
¿Cuál
era la razón? Los EE.UU. habían empezado a cultivar arroz y lo producía a tan
bajo costo que, a pesar del costo del flete, se podía vender en Japón a un
precio inferior al del arroz producido en el mismo Japón. A esto había que
agregar que el arroz americano era mucho mejor que el japonés. Este hecho llevó
a una especie de pánico entre los cultivadores de arroz japoneses y el gobierno
japonés empezó a estudiar el caso. Primero se creyó que detrás de todo esto
había una maniobra de grandes capitalistas americanos, con la intención de crear
un monopolio del arroz. Pero la comisión investigadora japonesa enviada a los
EE.UU., descubrió pronto que no había tal maniobra financiera, sino que todo
sucedía muy naturalmente. Y para su mayor asombro descubrieron que los
trabajadores americanos en los campos de arroz de California, percibían, según
su actividad y según su productividad, entre tres y diez dólares por día, cuando
los culíes japoneses reciben sólo veinticinco a treinta centavos por día. ¿Cómo
era posible?
Los
arroceros americanos tenían aproximadamente cien mil hectáreas de tierra
cultivadas con arroz. La tierra había sido un desierto, completamente inservible
y el agricultor la había comprado por un reverendo cacahuete. La tierra fue
irrigada artificialmente según sistemas modernísimos -porque el arroz requiere
muchísima agua- y después fue labrada con potentes tractores. La idea no había
surgido de la mente de un capitalista, lo que, dicho sea de paso, hubiera sido
de extrañar, porque los verdaderos capitalistas no suelen tener mucho seso. La
idea había sido cuidadosamente desarrollada por el Profesor Mackie del Centro
Experimental para la Agricultura de California. No hace falta subrayar
particularmente que al profesor, tal como a la mayoría de los trabajadores
intelectuales, no le tocó mucho de la lluvia de millones y tuvo que saciarse con
la fama.
Un
trabajo, que debe ser hecho por miles de pobres culíes japoneses, lo hacen aquí
en un solo día los gigantescos tractores y mucho mejor de lo que lo haría el más
hábil y hacendoso de los culíes. El culí tiene que trabajar como una bestia,
mientras el trabajador americano
está cómodamente sentado en su tractor fumando un cigarrillo o cantando una
cancioncita.
Poderosas
máquinas se encargan de la cosecha y de la trilla. Poderosas máquinas limpian el
arroz cosechado a una velocidad increíble. Otras máquinas llenan saquitos de
exactamente un cuarto kilo de arroz. Un poderoso tractor tira, a velocidad de
automóvil un largo camión cargado hacia la costa y, sin que mano humana toque un
solo saco, la nave queda cargada en pocas horas. Todo esto lo vio la comisión
gubernamental japonesa y se enteró también de que ya hoy en EE.UU. se producen
doscientos millones de kilogramos de arroz, que no sólo es más barato, sino como
consecuencia de cuidadosa selección de la simiente, es mucho mejor que el arroz
japonés. La comisión regresó al Japón y presentó un informe completo acerca de
lo visto. Pero el sistema no es aplicable en Japón, porque también aquí el individualismo se le contrapone.
Los pequeños cultivadores de arroz no quieren juntar sus pedacitos de tierra
para formar una gran tierra comunitaria. Quieren mantener su autonomía e
independencia. Y el sistema sólo es realizable cultivando tierras de miles de
hectáreas siguiendo un mismo plan uniforme.
Pero
hay otras lecciones que extraer de este hecho. Si algunos capitalistas
emprendedores llevan a cabo un plan semejante, se los alaba como hombres
trabajadores, que pueden y deben ser el orgullo de todo el pueblo. Pero si son
los trabajadores los que recomiendan un plan semejante en el interés de la comunidad, para
abastecer a todos de pan barato con menos esfuerzo, entonces en vez de
alabarlos, se los tilda de subversivos, de revolucionarios, de bolcheviques, de
anarquistas y quien sabe cuántas otras cosas. Y hasta hay personas que se hacen
llamar jefes obreros que afirman que la propiedad privada de cosas que la
humanidad necesita para su existencia es sagrada y no puede ser
tocada.
No
hará falta que aclare a quienes están convencidos de la necesidad de la acción
conjunta de la humanidad, lo que podría hacerse de un país tan fértil como
México, si el verdadero sentido social sustituyera al individualismo egoísta.
Porque todos los privilegios naturales que tiene California, México los tiene cien veces
más. Bajo el sistema económico
individualista-anárquico actualmente vigente, la indescriptible riqueza de
México constituye una maldición para el país y para la población. Los productos
mundiales por los que se pelea en este siglo son oro, petróleo y caucho. México
está en el segundo puesto en lo que respecta a la producción de petróleo y puede
estar pronto en el primer lugar. El año pasado produjo 25.400 kilogramos de oro.
La producción de café llegó a treinta millones de kilogramos. Y el caucho lo
puede producir en cualquier lugar donde haya alguien que plante un gomero o
donde alguien se ocupe de cultivar otras plantas productoras de
caucho.
Por
estas razones nadie debería asombrarse en Europa que México se vuelva cada vez
más un punto central de los acontecimientos mundiales. Pero hay que tener
cuidado de no dejarse llenar la cabeza. Se habla de "amenaza de la libertad de
conciencia religiosa", se habla de "confiscación de la propiedad privada
extranjera", se habla de "tendencias bolcheviques del gobierno", se habla de
"intenciones anexionistas de los mexicanos en Centroamérica". Pero en general se
está hablando en casi todos los casos del petróleo, del oro y de la plata de
México.
Los
hombres olvidan demasiado rápido y desaprenden demasiado fácilmente. Durante la
última guerra se decía "democracia y derecho a la autodeterminación de los
pueblos" cuando se pensaba realmente en "camino por tierra sin obstáculos para
Inglaterra hacia India", o "control inglés del estrecho de los Dardanelos", o
"posesión inglesa de las colonias alemanas", o "conquista de mercados alemanes
para Inglaterra". Si Alemania no hubiera cometido el error de comenzar el
conflicto bélico con su declaración de guerra y el segundo error, de pasarle por
encima a Bélgica, hoy todo niño sabría que los eslóganes democracia y
autodeterminación de los pueblos sólo se usan para velar las verdaderas
intenciones. Pero los hombres no aprenden. Y los más peligrosos son los que no
quieren aprender. Si México cometiera hoy un solo error diplomático todo el
mundo se volvería loco al grito de: el noble y honorable pueblo mexicano debe
ser liberado de la tiranía de la ínfima y brutal minoría bolchevique, de
los políticos estafadores. Todo el
mundo caería en la trampa, así como cayó en 1914 en Europa (y 1917 en América)
en trampas parecidas. Pero espero, sin embargo, que haya gente que se mantenga
lúcida y que comprenda que a los hombres que se ocupan de política en EE.UU., en
Inglaterra y en algunos otros países europeos les importa un rábano la "libertad
de conciencia del noble pueblo mexicano" o
algún otro aspecto que hace al bienestar de los mexicanos. Se trata sólo
del petróleo, de las minas de oro y plata. El actual gobierno mexicano es odiado
en todo el mundo sólo porque es el primer gobierno que coloca al mexicano al
mismo nivel que al capitalista extranjero y porque ha empezado a controlar el
origen legítimo de todos los títulos de propiedad de los capitalistas
extranjeros sobre la tierra y las riquezas naturales mexicanas. Los anteriores
gobiernos de México no lo hicieron nunca, por eso podían convivir en paz con los
imperialistas extranjeros.
Así
sucede que hoy la riqueza natural de un país que debería constituir la bendición
para sus habitantes, se convierte en maldición para el país y en ruina de sus
hijos.
20
Hace
algunos años encontré en un periódico comunista un artículo bastante largo sobre
la comuna india. El artículo se atenía tan precisamente a los hechos, como es
dable esperar de un artículo de periódico. Todo lo que en él se decía sobre la
comuna india era correcto. No contenía ninguna exageración puesta para servir a
las ideas o a la propaganda comunista. Pero la lectura del artículo despertaba
las ganas de vender todas las pertenencias para ir a México e unirse a una
comuna de este tipo. Si un trabajador u otra persona lo ha hecho, no lo sé.
Puedo decir que conozco al trabajador. Por esto digo a todo trabajador y a todo
aquél, que esté lleno hasta la coronilla de ideales comunistas, cuidado con
presentar a la comunidad india como ejemplo de comunismo o socialismo. Con mayor
insistencia aún le advierto que no emigre para inmigrar en una comuna india con
la esperanza de ver allí realizados sus ideales comunistas. Conozco a un buen
número de trabajadores comunistas de los EE.UU. que han ido a Rusia y regresaron
desilusionados. Seguían siendo comunistas, a pesar de todos los defectos
encontrados y vistos. Pero no podían vivir allí, no podían soportar esa vida.
Por mil motivos el comunismo en EE.UU. será distinto del de Rusia; quizás aquí
los trabajadores que regresaron desilusionados de Rusia podrían encontrar lo que
buscan. Quizás. ¿Quién sabe?
Pero
si para un trabajador perteneciente a la cultura europea occidental o
norteamericana el comunismo ruso es difícil de soportar, cuánto más lo será el
comunismo indio. Un trabajador europeo, que quisiera presentar el comunismo
indio como un ideal, o que recomendara como meta el comunismo indio, sólo lo
puede hacer con total desconocimiento de causa. Recomiendo sinceramente a todo
comunista que tenga en mente vivir imitando el comunismo indio, seguir siendo
esclavo del salario en la civilización capitalista.
La
condición preliminar para vivir en una comuna india y sentirse bien y feliz
allí, es haber nacido indio en una comuna y haberse criado en su seno. Aun el
trabajador industrial indio de México no encontraría en su comuna india los
bienes que hoy posee o puede poseer como trabajador asalariado en una ciudad. El
primitivismo de la vida en una comuna india parece bastante idílico cuando se
escucha hablar de él. Pero si se tiene que vivir tan primitivamente, la vida se
vuelve tan pobre, insulsa, áspera, descolorida para una persona civilizada, que
no le parecerá que merezca la pena de ser vivida.
El
trabajo que pasa un indio en su comunidad para sobrevivir y mantener a su
familia es mucho más duro que la vida de un obrero industrial que trabaje
duramente. Todas las posibilidades de instruirse, los recreos y los
entretenimientos que se puede permitir hoy en día, por poca plata o gratis y que
enriquecen y embellecen su vida, no existen en una comuna de este tipo. Y
tampoco son posibles, porque no sobra mano de obra. No hay domingo ni día de
descanso. El indio debe trabajar de sol a sol. Sólo exteriormente su vida parece
libre e independiente y él mismo cree ser libre e independiente. Pero el obrero
industrial lo es mucho más. El indio no tiene un capataz que lo empuja. Y sin
embargo es un esclavo, un esclavo de su trabajo, una carga que deberá soportar
durante toda la vida y que no le dejará ni una hora de libertad. El primitivismo
de sus herramientas y su conservadurismo, que lo llevan a hacer todo tal como lo
hacían sus padres hace mil años, dificultan aún más su trabajo y le dejan menos
libertad. Es sólo gracias a su robustez, a la admirable resistencia de su
físico, que tiene la fuerza interior como para encontrar bella esta vida y
encontrar en ella toda la felicidad que espera de la vida. Porque sus
aspiraciones son tan sencillas y primitivas como su vida. No quiere más, porque
no conoce más, porque no sabe cuán bella y rica puede ser la vida. El trabajador
civilizado, en cambio, que ve lo que los pudientes saben hacer de la vida y qué
caudal de belleza puede esconder, aquí se atrofiaría e intentaría por todos los
medios volver a la oscuridad de la mina o a la maloliente refinería de petróleo
del explotador americano. Si el comunismo no es capaz de hacer más bella, rica,
vivible, cómoda, soportable, segura la vida de cada uno y de todos, de lo que es
actualmente la vida de un obrero industrial bien pagado en una gran ciudad,
entonces el capitalismo con todos sus pecados es preferible al comunismo.
Son
los capitalistas y no los agitadores comunistas, quienes enseñan a los
trabajadores que un comunismo ideal es posible. Si un par de tractores
gigantescos, en los que el trabajador está cómodamente sentado sin tener otra cosa que hacer sino mover
palancas y hacer girar perillas, en un día producen más y mejor que miles de
peones trabajando duramente, que apenas llegan a saciar su hambre, entonces el
comunismo tiene que ser posible. Sólo que no debe nacer en una comuna india,
sino en medio de la más rica de las civilizaciones. Los comunistas quieren creer
y proclaman entusiastas que en un sistema económico comunista existe la misma
posibilidad de inventar y construir estos tractores gigantescos y máquinas aún
mejores y más útiles. Pero todavía nos faltan las pruebas de que esto ocurra
realmente. Porque la naturaleza del hombre es un factor importante en todas las
cosas. No se puede saber hoy, si el hombre europeo tendrá el mismo interés por
las invenciones y creaciones cuando codicia, ambición, riesgo, ganancia,
posición privilegiada del individuo no cuenten más. Me parece difícil que el hombre europeo
o el asiático demuestren una sentido social tan desinteresado y tampoco creo que
este sentido social se desarrolle en estas dos razas. Quizás sólo frente a una
catástrofe, que amenace la existencia de estas dos razas y que sólo el comunismo
pueda evitar. Pronto el capitalismo habrá llevado a la humanidad a esa
catástrofe que está al acecho. Pero en mi opinión personal, el comunismo debe
ser llevado adelante de todas formas, con o sin violencia, con dictadura o con
armónica colaboración de todos. Aunque más no sea para demostrar que el
comunismo es un gran bluff, una absurda y estúpida locura. En una de esas se
demuestra que es un sistema más bien sensato. Pero hay que imponerlo, sea para
salvación o condena de la humanidad. Al menos, para cambiar un poco después de
tanto tiempo de hacer las cosas del mismo modo. Porque, tal como es ahora, es
insoportable y difícilmente el comunismo represente una estupidez mayor que el
sistema actualmente reinante con sus eternas guerras, con sus constantes
amenazas de guerra, con su miedo paralizante ante posibles crisis económicas. El
actual sistema económico, con sus caóticos fenómenos concomitantes, que amenazan
cotidianamente la existencia hasta del más diligente de los trabajadores, no
nació de la inteligencia, de la razón humanas, sino del más bajo de los
instintos, de los instintos del rudo cavernícola.
Cuando
los comunistas empiecen seriamente a tirar a la basura sus doctrinas dogmáticas,
para en cambio considerarlas como el hombre inteligente lee actualmente la
Biblia, es decir, como una doctrina que se lee, pero según la cual ni se vive ni
se construye, entonces puede ser que los comunistas encuentren la buena solución
para hacer las cosas.
Estas
ideas me vinieron estando sentado
en el soportal de una solitaria hacienda*
en Chiapas, ya que no podía avanzar ni retroceder a causa del
estado de los caminos, después de fuertes chaparrones. Hombres y mujeres indios
pasaban, pesadamente cargados con los productos de su diligente trabajo. Ellos,
generalmente tan veloces, sólo avanzaban afanosamente. Se hundían hasta las
pantorrillas en la densa arcilla del camino y frecuentemente uno de ellos tenía
que descargar para ir en ayuda de un hermano, que ya no podía salir solo del
barro. ¡Cuánto trabajo, cuánto vigor, cuánto tiempo de vida tenía que invertir
esta gente para acarrear su carga a la ciudad y recibir en cambio cuarenta o
sesenta centavos! Para producir la carga que llevaban sobre sus espaldas,
primero debieron desmalezar su terreno, después ararlo, después sembrar, después
volver a desmalezar, después proteger el fruto de insectos y pájaros, después
rogar a dioses blancos y propios que mandaran lluvia. Recién entonces pudieron
cosechar, tras lo cual tuvieron que desgranar con increíble paciencia las
mazorcas de maíz, grano por grano con sus primitivos utensilios de trabajo. Y
una vez hecho todo este trabajo cansador, tienen que llevar la cosecha sobre las
espaldas hasta la ciudad, donde deben estar horas y horas sentados en el mercado
o ir de casa en casa en busca de compradores. Cuando uno ve todo esto y está
obligado a observarlo pacientemente, porque otra cosa no se puede hacer más que
estarse quieto, no es de extrañarse que a uno le vengan ciertas ideas sobre los
sistemas económicos.
*
Yo
había querido llegar rápidamente desde la estación de trenes al interior del
país. Alquilé un auto porque me habían dicho que el camino era bueno y que podía
avanzar unos doscientos kilómetros con él. En la estación seca puede ser. En
este momento estábamos en el intervalo de la temporada de lluvias, donde uno
puede contar con algunas semanas de seca.
Indudablemente
un viaje en coche por este país tiene sus encantos. Pero es aconsejable mantener
la vista dirigida hacia el interior del vehículo y no preocuparse demasiado por
el conductor. Durante el viaje uno se consuela pensando que el conductor expone
su pescuezo tanto como uno el propio y que, dado que el conductor esto lo sabe
mejor que nadie, tendrá cuidado en no arriesgar ni su pescuezo ni el
mío.
El
viaje inicia en una ciudad que está a seis metros o poco más del nivel del mar
para llegar a una altura de dos mil o más metros sobre el nivel del mar. Y
siempre al borde. Al borde del precipicio y al borde de la eternidad. El auto va
y de golpe todo el camino empieza a desmoronarse y claro que se desmorona hacia
aquel borde donde hay un precipicio de 200 metros, no hay de dónde agarrarse, ya
las ruedas en el aire, pronto el techo, ya el radiador, pronto la ventanilla
posterior. Pero antes de llegar a tanto, el conductor atrapa al milímetro el
carro y las ruedas delanteras llegan a morder aquella parte del camino que hoy
todavía no se desmorona, sino que espera a mañana o quizás al lunes de la semana
que viene. El conductor se da vuelta cuidadosamente y dice: "Señor (N.d.T.:
escrito en español con grafía alemana en el original, "senjor") , venga
despacito hacia adelante, para que tengamos sobrepeso delante, pero no mueva
nada al cambiar de lugar, sino terminamos en el precipicio, serán unos ciento
ochenta metros, y yo quisiera salvar mi coche."
Así
es que uno llega adelante, al lado del conductor. Uno se baja y trata de
conseguir que por lo menos una de las ruedas traseras vuelva a la parte del
camino que parece todavía firme. Se logra y con rápido envión del motor, el
carro salta hacia adelante y está a salvo. El conductor tiene que mantener la
sangre fría, porque si se confunde y toca sin querer la palanca de marcha atrás,
todo habrá sido en vano y ni siquiera se encontrarán los cadáveres, porque los
buitres habrán terminado la comida antes de que alguien pase por allí y se tome
el trabajo de bajar por el escarpado precipicio para ver si en el coche
destruido ha quedado algún martillo utilizable.
En
cien kilómetros pueden ocurrir unos cuatro o cinco desmoronamientos en este
período. Pero también el camino ya puede haberse desmoronado antes y el auto
toma una curva, detrás de la cual no hay más camino, sólo un gran vacío. Este
conductor quizás no podría obtener una licencia en una gran ciudad, pero a quien
tiene una licencia para la ciudad, aquí le sobran veinte kilómetros para que no se lo
vuelva a ver con sus acompañantes. Al menos no en esta vida y en la otra,
depende de cuánto haya quedado de la gente y en qué medida se hayan mezclado
huesos y trozos de carne.
Las
curvas son tan cerradas que frecuentemente no es posible tomarlas de una vez.
Hay que dar un primer envión, luego retroceder un pedacito, para dar vuelta el
volante. Pero la curva es tan estrecha, que al retroceder, una de las ruedas
queda colgando sobre el precipicio y si el conductor no conoce con la precisión
de diez centímetros la reacción de las palancas, por medio segundo las cuatro
ruedas se encuentran sobre el abismo. A este punto sólo sirve un paracaídas, que
no suele ser parte del equipamiento de estos coches.
Pero
estos conductores conocen el camino
al dedillo, le conocen todas las mañas, y si se les paga en consecuencia, son
capaces de conducir en plena noche con una seguridad y con un dominio de la
máquina, dignos de asombro. Les sobra sangre india en las venas como para no
ponerse nunca nerviosos o perder la presencia de ánimo. De puro gusto por los
peligros acechantes suelen hacer los saltos más osados con el auto, aun cuando
no son necesarios y podrían viajar cómodamente.
Durante
la larga estación seca, una vez arreglados los inmensos daños causados por la
lluvia tropical, el camino es perfectamente transitable para los autos, a pesar
de los abismos que no cuentan con ninguna barandilla de protección. Un conductor
entrenado y prudente, aun sin conocer el camino, es capaz de salir adelante. Y
cada año la situación mejora. Sólo que aquí no hay ninguna autoridad que tenga a
la gente con andadores como en Europa. En todas partes y en todas las cosas es
uno mismo quien debe protegerse. Si uno ve un puente, no quiere decir que
realmente aguante. Es seguro que alguna vez fue transitable. Pero eso no quiere
decir que ahora, cuando yo quiero usarlo con el auto o a caballo, no se venga
abajo. Yo mismo me tengo que cerciorar de ello. Y el mejor modo de probarlo es
cruzándolo a caballo. Si se viene abajo, uno sabe que hubiera sido mejor no
cruzarlo. Pero en todo el continente es así y contribuye en gran medida a dar a
la gente un carácter completamente distinto del de los
europeos.
Avanzamos
un buen trecho con el auto. Pero de golpe empezó otra vez la lluvia, una lluvia
torrencial. Y pronto nos encontramos en un pozo de barro. No había forma de
mover el coche.
Así
fue que consideré que lo mejor era bajarse y buscar un techo, bajo el cual pasar
los próximos días. Porque la lluvia duraba y se hizo tan violenta que no se
podía ni soñar con seguir el viaje antes de dos o tres
días.
El
conductor me dijo que a unas dos leguas, aproximadamente ocho kilómetros más
adelante, cerca del camino había una hacienda* solitaria, en donde podría
alojarme. Desde allí podría mandar unos muchachos con mulas a buscar el
equipaje. El entonces vendría con las mulas. Una vez cerrado, podía dejar
tranquilamente el coche donde estaba, porque nadie podría robarlo. Tampoco sería
fácil robar inadvertidamente asientos o ruedas. El ladrón podría encontrar
siempre a alguien por el camino y tampoco podría vender estas cosas, porque
enseguida se sospecharía del robo. Cuando a causa de cualquier circunstancia uno
se ve obligado a dejar el coche u otro vehículo, el propietario pega un papelito
en el que explica que el vehículo es suyo y que vendrá a buscarlo ni bien lo
permitan las condiciones del camino. Entonces todos saben que el auto no fue
abandonado y que el propietario quiere conservarlo. Una tal declaración de
propiedad se respeta siempre y también se aplica a fuentes de petróleo y minas
abandonadas.
La
marcha hacia la hacienda* , una vez pasados los trechos fangosos, fue bastante
fácil; porque la lluvia recién había empezado y sus efectos negativos recién se
manifiestan después de un cierto tiempo de lluvia continua. Los trechos
intransitables a veces sólo alcanzan a unos cien metros, después hay nuevamente
roca firme, puede suceder, sin embargo, que se prolongue por varios kilómetros.
Todos los años los caminos son rellenados y mejorados, pero hasta que no se
construyan diques de piedra del costo de millones de pesos, cada año se repetirá
el peligro de que desmoronamientos de montañas, dislocaciones y corrimientos de
rocas barran las calles rellenadas hacia abajo.
Y
así llegué a la hacienda*. La administraban dos mexicanos que parecían ser
hermanos o primos. Una hacienda*, también llamada finca en esta parte del país
es, tal como en Europa central, un latifundio; sólo que una hacienda* es mucho
más grande que un latifundio normal. Una hacienda* con veinte mil hectáreas no
se considera una hacienda* grande. Sólo una parte de la tierra se cultiva, la
mayor extensión se destina a pastizal para los bovinos y los caballos o a monte.
Pero hacienda* puede ser frecuentemente el nombre con que se designa una fábrica
en el campo, que elabora productos agropecuarios, porque la palabra hacienda*
deriva del verbo hacer. Una propiedad pequeña se llama rancho en México. Pero
incluso un rancho puede alcanzar
diez mil hectáreas y más; una propiedad más pequeña, que corresponde
aproximadamente a una granja europea, se llama ranchito.
A
veces pueden pasar varios días de marcha sin que se encuentre un albergue. En
trechos más largos se puede encontrar algún refugio abierto, en donde dejar los animales y el equipaje durante la
noche o cuando el sol calcina al mediodía y prepararse para uno mismo un lugar
donde descansar. Los viajeros pobres pasan la noche sólo en este tipo de
refugios o al aire libre, generalmente en las cercanías de un poblado o de un
rancho. Los viajeros que tienen algo de dinero, siempre pueden encontrar
alojamiento en una hacienda*. Porque las haciendas* y los ranchos hacen las
veces de albergues. Aunque la hacienda* lo aproveche como negocio, el
alojamiento del viajero se considera más bien un gesto de gentileza personal del
propietario de la hacienda*. No hay que tener exigencias como en un hotel, no
hay que quejarse ni dar órdenes, no hay que protestar por la comida o por la
cama. Y nadie lo hace tampoco, ni siquiera cuando se ha dejado la hacienda* a
las espaldas. Uno se conforma con lo que la hacienda* tiene para ofrecer y queda
agradecido por todo favor especial que se le haga. Asimismo los precios son
inferiores a los de un hotel y también se estipulan en modo familiar. Se pide
más a quien parece tenerlo, un poco menos a quien tiene que andar contando el
centavo. El extranjero siempre tiene que pagar más que el mexicano y gente del
gobierno mexicano, funcionarios controladores, ingenieros de caminos, geólogos y
por el estilo, también tienen que pagar más que el simple ciudadano mexicano. Si
a uno el precio le parece muy alto, se puede negociar tranquilamente, sin que el
propietario de la hacienda* se sienta ofendido por esto. Hasta se puede regatear
y llegar a pagar el cincuenta por ciento del precio y, sin embargo, despedirse
con la mayor amabilidad del propietario. En México se pagan en un hotel tres a
cinco pesos por una habitación y tres comidas, salvo en las grandes ciudades y
en las ciudades que están en el centro de la zona de producción de petróleo o de
las ricas minas. Las comidas son abundantes, el desayuno es más abundante y
variado que un almuerzo en una casa de clase media centroeuropea. Pero las
habitaciones son otro cantar. Frecuentemente duermen también otras personas en
la misma pieza. Personas que uno nunca ha visto antes y que, a menudo, espera
nunca volver a ver. Mejor ni hablar de las camas, pero por lo menos son limpias
y entonces se perdona. A menudo la cama no es más que una hamaca. En los estados
del sur de México y en Yucatán la mayoría de la gente duerme sólo en hamacas,
aun los más ricos. Casi no se conocen las camas. Las hamacas que utiliza la
clase alta en aquellos estados es quizás el tejido más fino para hamacas que se
pueda encontrar en la tierra. Uno se puede llevar cómodamente la hamaca en el
bolsillo y ,sin embargo, cabe en ella toda la familia, marido, mujer y tres
niños. Y no es raro que toda una familia, si es pobre, duerma en una hamaca. Las
hamacas más sencillas se consiguen por un peso, las hamacas de los pudientes
pueden costar doscientos y hasta trescientos pesos cada una. Por este dinero un
hombre podría comprarse no sólo una, sino dos o tres de las más bellas camas, si
así lo quisiera. Pero prefiere dormir en su hamaca.
Una
hacienda* cuenta, por lo general, con suficientes habitaciones como para
hospedar a los viajeros. Pero faltan camas. A veces hay catres con un delgado
colchón, dos sábanas limpias y una o dos frazadas de lana. Pero a veces no hay
ni los catres. Y el viajero, sea éste un mexicano distinguido o un hombre común,
se acuesta como si nada en el suelo envuelto en sus cobijas. Ni se enoja, ni
protesta. Esta es una característica maravillosa de los mexicanos; aunque les
gusten la comodidad, el lujo y el bienestar por sobre todas las cosas, se
adaptan perfectamente a las condiciones más primitivas cuando no queda más
remedio. No pierde palabra, ni habla de eso. En el mexicano se juntan la
sobriedad del indio, el amor por el lujo y el bienestar de los españoles y la
jovial capacidad de adaptación a condiciones miserables de los conquistadores
del siglo dieciséis y de los primeros colonizadores. En cualquier circunstancia
es capaz de convencerse de que la está pasando bien, pero ni por un segundo
abandona el deseo de mejorar su situación lo más rápidamente posible. Quisiera
ver cómo queda un pueblo europeo después de cien años de revolución, avatares
políticos, sublevaciones, luchas partidarias, invasión armada y violación sin
escrúpulos por parte de franceses, americanos, ingleses, imposición de un
emperador de una raza extranjera y un constante juego de intrigas de la iglesia
romana, tal como le sucede al pueblo mexicano. Pasar por todo esto y volverse a
levantar una y otra vez, no cejar nunca, no renunciar nunca a la independencia,
todo esto demuestra una tal tenacidad, unas inquebrantables ganas de vivir, que
seguramente no se encuentran con facilidad entre muchos
pueblos.
Para
salir del paso a todas las incomodidades, hasta donde esto es posible durante un viaje por un país tan
escasamente poblado, es aconsejable no fiarse de ninguna cama de hotel, sino
llevarse siempre el propio catre o la propia hamaca. Yo lo hice siempre y me las
arreglé muy bien. Pero también puede suceder que en la hacienda* no haya
habitación libre y entonces se duerme en el pórtico que rodea la casa y que
durante el día es el único lugar de estar para todos los miembros de la familia
del propietario de la hacienda*. Porque en las verdaderas habitaciones el
mexicano pasa sólo la noche. Generalmente también se come en el pórtico. Si se
pasa la noche en el pórtico, es aconsejable instalar el mosquitero, si uno se
encuentra a menos de mil metros sobre el nivel del mar.
Algunas
de estas haciendas* solitarias no
gozan de buena fama, y la que tenía buen nombre puede perderlo al cambiar de
propietario o si éste ha perdido fortuna. Porque hay haciendas*, de las que se
dice que se ha visto entrar a un viajero, pero que después no se lo volvió a
ver. De una hacienda* en el este de Chiapas, no lejos de la frontera con
Guatemala, se cuenta que su propietario tiene más de ochenta viajeros asesinados
sobre su conciencia. La mayoría de estos asesinatos no fueron cometidos dentro de la hacienda*, sino en el
camino que pasa por delante, y que ésta controla completamente a largos trechos.
A los propietarios de la hacienda* no se les puede probar nada. Nadie ha visto
entrar a un viajero que no haya vuelto a salir. Claro que uno se puede preguntar
si es que ha sido visto entrar cada viajero que se ha hospedado en la hacienda*.
No se puede responsabilizar a la hacienda* por lo que sucede en la vía pública.
Y no se puede demostrar hasta qué punto la mala fama de la hacienda* está
justificada. Es una habladuría que corre por el país. Todos evitan pasar de a
uno o de a dos por allí. Es un hecho cierto, que muchos viajeros que tenían que
hacer ese camino, no han llegado a destino y se desconoce su paradero desde que
pasaron por allí. Además se dice que esos hacendados tienen mucho dinero de
dudoso origen, que no podrían haber obtenido con la administración de la
hacienda*. Pero tampoco ninguno ha visto con sus propios ojos el dinero de estos
propietarios y, en general, es raro que un viajero lleve dinero consigo, porque
sabe que es peligroso. Por ley, las autoridades no tienen derecho de allanar una
casa, salvo que haya una sospecha tan bien fundada, que ya sea casi un
convencimiento. Porque también se sabe de gente que pasa sola o con un solo
changador y llega sana y salva al siguiente poblado. Pero, cuando un viajero
desaparece en las cercanías o en el ámbito controlado por una hacienda*
semejante, alguno de los que viven dentro de ella tiene algo que ver con la
desaparición, ya sea como reo o como su encubridor. Habría un medio para volver
esta zona realmente segura. Bastaría que el gobernador decretara que los
propietarios de la hacienda* sean responsabilizados de todo asesinato que
sucediera dentro de ella. Pero si el viajero desaparece y no se encuentra su
cadáver, ¿cómo hacen las autoridades para demostrar que fue asesinado? Por algún
motivo podría haberse ido a Guatemala o a algún otro lugar sin avisar a sus
parientes. Hoy en día la situación es la siguiente: si sucede un crimen, se
mandan soldados, que se esconden bien para pescar al criminal con las manos en
la masa. Los militares se quedan durante algunas semanas, y durante ese tiempo
no sucede nada; todo viajero está seguro. Pasado un tiempo del retiro de los
soldados desaparece nuevamente un
viajero y se vuelven a enviar soldados.
Bueno,
no es para tanto, no es tan peligroso como parece. Cientos de personas viajan y
deben viajar, llevan dinero consigo, mercancías y joyas y regresan sin que les
suceda nada. No hay que olvidar que las haciendas* tienen personal de servicio,
que en las cercanías de la hacienda* viven muchas familias en sus chozas,
familias, cuyos hombres trabajan en la hacienda*. Cada viajero es un
acontecimiento, todos saben cuándo hay un viajero huésped de la casa. Pero como
es posible que se marche al alba, cuando todos están trabajando, el asesino
puede contar que el hombre se ha ido temprano. Tras lo cual aleja al caballo con la montura. El
caballo se va solo y trata de encontrar el camino de
regreso.
Hay
una serie de métodos para protegerse. Primeramente uno viaja con dos o tres
changadores. Claro que éstos pueden ser hechos cómplices del robo. Además, se
puede dejar dicho a un conocido cuál camino se piensa hacer y en cuál hacienda*
se piensa pasar la noche. Generalmente uno toma el changador por el día. Esto
tiene la ventaja de que el hombre conoce mejor el terreno, pero tiene la
desventaja de que el hombre puede ser un bandido, puede estar en relación con
bandidos o que esté esperando la buena oportunidad para llegar a serlo, porque
en aquella región sabe encontrar amigos y asistentes. Pero si uno toma un
changador para todo el viaje, uno que esté dispuesto a dejar a su familia por
tanto tiempo y hacer el largo viaje de regreso, entonces uno puede ir con él a
lo del alcalde, y depositar una pequeña suma como gratificación que será pagada
al changador cuando regrese con una carta del viajero, en la que éste declara
haber llegado a la estación de trenes y pide que se le pague la gratificación o
quizás la mitad del sueldo al changador. Si dentro de un cierto lapso no trae la
carta, el alcalde sabe que algo raro está pasando. El muchacho mismo se encarga
de ir contando por todas partes lo sucedido, no hace falta preocuparse por esto.
Y en todas partes, en donde lo cuenta, se comprende enseguida, que la cuestión
es peliaguda, que no tiene buenas perspectivas, salvo que se elimine también al
muchacho.
Lo
más seguro me pareció siempre, abrir el equipaje inmediatamente después de
llegar y dejarlo abierto para que todos puedan ver lo que contiene y para
demostrar que de ninguna manera uno lleva más dinero del estrictamente necesario
para el viaje. Claro que unas lindas mantas de lana, unas buenas camisas,
pantalones y botas pueden tener tanto valor para alguien, que valga la pena
matar al propietario para quedarse con las cosas.
Pero
cabe subrayar una y otra vez que el asalto y el asesinato de viajeros, hasta en
las zonas más salvajes de México, son casos excepcionales, que, calculando bien,
no son más frecuentes que las desgracias que a uno le puedan ocurrir. Ningún
hombre en la Europa Central, densamente poblada y altamente civilizada está
seguro de no ser víctima de un asesinato por robo o de un asalto por la calle.
En Chicago y sus zonas periféricas, los asesinatos por robo son más frecuentes
que en México.
La
hacienda*, en la que estaba entrando, chorreando agua, era tan segura como el
mejor hotel de una gran ciudad.
Hacienda*
: N.d.T.,"Hazienda" en el original
21
Uno
de los propietarios me vino enseguida amablemente al encuentro, apresurándose a
expresar su compasión por mi desventura.
"Seguramente
tendremos suficiente tiempo para conocernos bien", dijo. "La lluvia no va a
parar así nomás y si sigue unos días así, no puede seguir ni siquiera con las
mulas."
Y
tenía toda la razón. Porque cuando las mulas se dan cuenta de que se están
hundiendo profundamente en el fango y que les cuesta cada vez más sacar sus
patas, temen hundirse del todo y no se mueven del lugar. Ni siquiera se dejan
llevar unos cien metros más allá, donde el camino vuelve a ser firme y rocoso.
Si pudiera reemprender el viaje enseguida, quizás habría alguna posibilidad,
porque el camino todavía no está tan malo. Pero ya es tarde y puede ocurrir que
me quede atascado al día siguiente y quizás en un lugar en donde no haya ningún
jacal cerca. Así que es mejor quedarse donde uno está.
El
propietario ordenó enseguida que dos muchachos fueran con las mulas hacia el
coche para traer el equipaje antes de la noche. Y así fue que equipaje y
conductor del coche llegaron, cuando ya hacía rato que había anochecido. Todos
los pequeños objetos del coche que podrían haber sido robados al pasar, por
precaución los había puesto en el
equipaje de una de las mulas y traído consigo. Unas semanas más tarde, al volver
a pasar por aquella estación del ferrocarril, oí que el coche había quedado
atascado en ese lugar durante tres semanas y que recién había sido posible
sacarlo cuando por más de una semana no había caído una gota de lluvia y la
tierra estaba dura como piedra. No se había arruinado mucho. Al día siguiente el
conductor había ido con un muchacho y había cubierto el coche con ramas, con
tanta habilidad que quedó bastante bien protegido de la
lluvia.
Como
durante una lluvia semejante no se puede trabajar mucho en la hacienda* y todo
trabajo que se hace afuera se aplaza para cuando deje de llover, tuve suficiente
tiempo para conversar con la gente. Y muchas, muchísimas cosas no las habría
sabido y aprendido si la lluvia no me hubiese enclaustrado allí. La gente que
desde generaciones vive allí y que desde generaciones vive en estrecho contacto
con sus pobladores y especialmente con sus pobladores indígenas, percibe y
comprende las cosas de forma completamente distinta de como las ven quienes
viven principalmente en las ciudades del estado. Mucho de lo que atañe a la vida
de los indios me lo contaron aquí de manera bien distinta de como me lo habían
contado en las ciudades. Y comparando los relatos de esta gente de la hacienda*
con los cuentos de los habitantes de la ciudad, uno se puede acercar un pasito
más a la verdad. Porque si es difícil comprender los sentimientos, pensamientos
y acciones de amplios círculos de nuestra propia raza, tanto más difícil es
comprender a los miembros de una raza completamente extraña a nosotros, con la
cual tenemos en parte todavía dificultades para comunicarnos por medio de la
lengua. A pesar de todas estas consideraciones, es demasiado fácil caer una y
otra vez en el error de ver los
modos de actuar de los miembros de una raza extraña desde nuestro propio punto
de vista, y juzgarlos desde nuestra propia moral y desde nuestro modo de
pensar.
En
este país del sol, la lluvia no es nunca tan deprimente como lo es
frecuentemente en Europa. Los días de lluvia en Europa suelen hacer perder toda
alegría de vivir. Aquí es completamente distinto. La lluvia crea aquí una
atmósfera alegre, que ni siquiera desvanece cuando uno está completamente pasado
por agua. Las causas son muchas. Por un lado la lluvia es siempre cálida, por
otro lado, no llueve ininterrumpidamente, ni siquiera en lo peor de la temporada
de lluvias. Llueve torrencialmente durante tres o cuatro horas. Pero ni bien
cesa, desaparece toda atmósfera turbia de la naturaleza. Los pájaros cantan
alegremente, las mariposas revolotean divertidas en derredor, los pastizales,
las flores y los árboles ríen como un niño sano después del baño, las nubes ya
no están y el sol vuelve a brillar enseguida en todo su esplendor y con todo su
opulento ardor tropical. Uno realmente no tiene ni tiempo de caer en
pensamientos tristes y deprimentes. Hay hoteles para turistas y personas
necesitadas de descanso que prometen en sus prospectos no cobrar las comidas en
los días en que no brilla el sol. El huésped que quizás espera obtener así
comidas baratas o gratuitas, se lleva feas sorpresas, porque aun en los días de
lluvias torrenciales en el momento culminante de la estación, no hay día en que
el sol no aparezca completamente por lo menos dos veces, aunque más no sea por
el espacio de unos minutos. En realidad la época de lluvias no se hace sentir
tanto por la lluvia misma, como por el ablandamiento del suelo y de los caminos
que provoca. La época de lluvias en México me parece siempre como risa con
rostro lloroso o llanto en un rostro risueño. Porque cuando uno observa
detenidamente a la naturaleza llorosa, se ve que bajo el llanto está del humor
más alegre. Es raro ver al indio de tan buen humor como durante la época en que
cae la lluvia torrencial. Protegidos por sus impermeables hechos por ellos
mismos con fibras naturales se sienten estupendamente bien; mientras nosotros
nos torturamos con nuestros elegantes impermeables, como si nos encontráramos
oprimidos y estrangulados en un horno encendido. Para no ahogarnos, nos quitamos
el tapado después de una hora y nos dejamos mojar, lo cual es mucho más
agradable que seguir soportando esa escafandra engomada.
Después
la lluvia comenzó a aflojar y pronto se empezó a formar la costra nuevamente.
Cada día la lluvia duraba menos y parecía que el período de seca intermedio iría
a proseguir. Siempre puede suceder que dicho período intermedio sea interrumpido
por dos o tres semanas de lluvia.
Pero
ahora sí que tenía que tratar de seguir camino; sino me podía suceder que
entrara en el período de lluvias de septiembre. Corresponde a las últimas
semanas de lluvia, que son las peores. Una vez pasadas, los caminos quedan
intransitables por seis semanas. Tal como las primeras semanas de lluvia en
junio, también las últimas semanas a fines de agosto o principios de septiembre
inician con tormentas de inusitada violencia. Aquí los truenos no redoblan, sino
que retumban, como si se golpeara con un poderoso martillo una gigantesca
campana de acero que parece cubrir el universo entero.
Si
no me iba en ese preciso momento, me podía encontrar allí aún en el mes de
octubre. Le compré tres mulas al propietario, una para cabalgar, dos para el
equipaje. Sólo me faltaba un hombre. Y ese hombre pasó a la tarde del día
siguiente. Le pregunté si me quería acompañar. Pero me dijo que ni soñando, que
él era un indio de los zinacantanes que quería regresar a su casa y que no tenía
ninguna intención de ganar dinero, aunque no le viniera nada mal. Hubiera podido
convencerlo, por pura cortesía habría aceptado; pero en el próximo rancho, en donde hubiéramos pernoctado, habría
desaparecido al amanecer, y yo me hubiera quedado sin
muchacho.
Al
día siguiente pasó otro indio. Era un comerciante de vasijas, que traía vasijas
de Amatenango y las vendía en el campo. Una profesión dura, con la que no se
gana mucho y que recién empieza a valer la pena cuando quien la ejerce puede
comprar algunos burros para cargarlos con las vasijas. Claro que si no es un
mulero atento y hábil, los burros terminan rompiendo los cacharros contra un
árbol o contra las rocas o se tiran al suelo y aplastan las ollas. Y en los
caminos que tiene que recorrer no hay coches ni otro tipo de vehículo que
sirva.
El
indio había entrado en uno de los jacales indios que estaban cerca de la
hacienda* y en los cuales vivían los peones, los trabajadores indios de la hacienda,
con sus familias. Por dos centavos comió tortillas y frijoles, le dieron además
una taza de café y le permitieron pernoctar acostado en el suelo de la choza. El
sarape y el petate los llevaba consigo.
La
hacienda* es el hotel para el viajero pudiente y el jacal de los peones es el hotel para el indio
ambulante y para los mexicanos más pobres. También los soldados que son mandados
de a uno o de a dos a recorrer cientos de kilómetros para reemplazar o dar el
cambio a los soldados enfermos, muertos, despedidos o desertores, pasan las
noches en los jacales de los peones, aunque reciban viáticos nada despreciables.
Pero se sienten más a gusto entre los indios que en la hacienda*, porque ellos
mismos son indios en la mayoría de los casos.
En
la choza, en la que el comerciante de vasijas cenó, oyó que yo necesitaba un
mozo, un muchacho. Apenas escuchado esto, pasó por la hacienda* a ofrecerse como
mozo para mí. Me explicó que ya había hecho muchos viajes como mulero y que
sabía cargar bien y que como vendedor de vasijas viajaba mucho por el país y que
así conocía muy bien los caminos.
La
cosa me gustó, no podría encontrar allí un hombre mejor. Si hasta hablaba
corrientemente el castellano y comprendía una de las lenguas indias, su lengua
materna, lo cual le era muy útil en su oficio. Nos pusimos de acuerdo, él
pareció muy satisfecho, porque se retiró riendo. De todas formas ganaba conmigo
mucho más que con su comercio y seguramente se acercaba inesperadamente con un
gran salto a su objetivo de comprarse burros.
Esa
misma noche entró en servicio. Siendo mozo mío se le permitía extender su petate
en el pórtico de la hacienda*, bien cerca de mi catre. Y a cuenta mía comía en
la cocina de la hacienda*.
Su
nombre era Felipe. Lo sabía escribir y esto lo llenaba de orgullo. Una vez me
dijo que no podía comprender por qué un hombre debía escribir algo más que su
nombre; todas las cosas que se escribieran, además del nombre, eran
completamente superfluas, pura pérdida de tiempo y que no tenía ningún sentido.
No recuerdo qué otro nombre tenía. Puede ser que yo no haya conocido nunca la
segunda parte de su nombre. En todo caso, él no sabía escribir esta segunda
parte y decía que Felipe era más que suficiente, que el otro nombre era un
agregado, que en realidad no tenía nada que ver con su persona, que él no lo
necesitaba, que lo tenía solamente porque así se usaba y porque no quería ser
menos que los demás.
En
Chiapas se da con mayor frecuencia que en el norte o en el centro, la costumbre
de llamar a la gente sólo por su nombre. Se considera más cortés. El apellido
muchas veces se olvida por completo en estos estados del sur y muchos
conciudadanos ni lo conocen. Y esta costumbre está aún más fuertemente arraigada
en las familias distinguidas. Si uno pregunta en una ciudad por la señora
Ramírez (N.d.T.: escrito con grafía alemana "Senjora" en el original), nadie la
conoce y la respuesta puede ser que esa gente no vive allí, aunque pertenezca a
las familias más distinguidas de la ciudad. Pero si uno dice doña Dolores
(N.d.T.: escrito con grafía alemana "Donja" en el original), o Don Carlos o
señorita Sofía (N.d.T.: escrito con grafía alemana "Senjorita" en el original),
la hija de don Manuel, entonces enseguida indican el camino. Es posible
encontrar pueblos en donde todos se llaman González, uno de los apellidos más
comunes en México. Todos estos González de aquella localidad no están
emparentados. Yendo al fondo de la cuestión, se puede descubrir que quizás sólo
tres o cuatro familias se llaman González. Pero como durante mucho tiempo no se
han usado los apellidos, éstos caen en el olvido y la gente dice llamarse
González, nombre que por su frecuencia es el primero que se le ocurre. Los
nombres suelen ser curiosos. Jesús es muy frecuente. Pero también Concepción -se
entiende la concepción de María- Purificación, Asunción, Natividad, Bautizo son
nombres frecuentes, cosa que seguramente asombra en Europa. Claro que los
protestantes aventajan ampliamente a los católicos en esto; porque en los EE.UU,
pero también en Australia es posible encontrar nombres que rezan todo una
profesión de fe, y que empiezan así: creo en Jesucristo, único hijo de Dios,
etc. Cada vez que el niño, porque como adulto seguramente se limitará a dos
palabras, debe decir su nombre está obligado a rezar el credo. Lo cual era
justamente la intención de sus padres puritanos para que no se le olvidara nunca
más el credo. De hecho es así que cuando a un protestante le da por la obsesión
religiosa, por la moralina o por la manía persecutoria, se vuelve cien veces más
peligroso y malvado que el más piadoso de los católicos.
Una
vez le pregunté a Felipe si iba a la iglesia. Me dijo que alguna que otra vez,
cuando no sabía qué hacer. Y agregó que iba sobre todo porque se podía oír
música. Tras lo cual le pregunté si él creía en todo lo que contaba el cura, lo
de la extraña concepción, de la resurrección de los muertos y todos los otros
cuentos. Y él me dijo que lo creía. ¿Por qué?, pregunté. El señor cura lo dice y
el señor cura sabe mucho, me contestó Felipe. Entonces le dije:"Oiga, Felipe,
escúcheme, y si yo le dijera que no creo en nada de lo que cuenta el señor cura,
que no creo que un muerto pueda resucitar simplemente porque lo llaman, que no
creo que una virgen -utilizaba palabras inequívocas- pueda traer al mundo un
niño y seguir siendo virgen, qué me dice?" Felipe me miró, pero no respondió.
Durante los próximos dos días observé que varias veces se quedaba mirándome con
la misma mirada escudriñadora. Si yo no hubiera sabido desde el primer día de
viaje con él, cuán bueno y manso era, me hubiera sentido un poco incómodo.
Quizás se sintiera llamado a exterminar herejes, para asegurarse un lugarcito en
el cielo. Pero al tercer día, durante un alto en el camino, mientras fumaba un
cigarrillo sentado al lado mío, me dijo en la cara:"Oiga, patrón, yo tampoco lo
puedo creer. Estuve pensando tanto en eso, que ayer casi no pude dormir. Y creo
que Ud. tiene razón, que eso es increíble, que eso es imposible. Yo ahora creo
que Ud. es mucho más sensato que el señor cura; porque si el señor cura puede
creer en semejantes cosas, no es que sea muy sensato. Y justo él lo tendría que
saber bien, teniendo dos chicos, dos niños pequeños, con la Filomena. No parece
ser muy sensato este señor cura, si puede creer en esas cosas." Si en otro país
un muchacho, al que yo pago por su trabajo, me cuenta esto, puedo interpretarlo
como que me quiere dar la razón a cambio de una buena propina. En cambio, si un
muchacho indio me dice algo así o parecido, no piensa en su propina y tampoco
espera recompensa. No siente la obligación servil de halagarme o de darme la
razón contra su convicción. Si es de la opinión contraria, no dirá nada, o, si
se le pregunta, responderá: "Ud. lo tiene que saber mucho mejor que yo, patrón,
yo no soy muy leído." Felipe no se guarda la duda para sí. De regreso, planta
esta duda en los sesos de sus
compadres y amigos, y considerando la desconfianza hacia la iglesia católica,
que todos los indios llevan en la sangre, la iglesia se verá con algunas
gruesas, caras velas menos.
Yo
había podido comprarle una vieja silla de montar mexicana al propietario de la
hacienda*, pero no tenía albardas. Felipe ya había visto a la noche que no las
tenía. A la mañana siguiente en seguida se puso a hacer él mismo esas albardas.
Compré petates y sacos, que Felipe rellenó con pasto seco y cosió. Después fue
al bosque y buscó la madera adecuada para el armazón de las albardas. Estuvo
ocupado todo el día, y a la noche estaba en condiciones de informarme que las
albardas estaban listas. Después compré las cinchas necesarias en la
hacienda*.
Cada
hacienda* mantiene una pequeña tienda, en la que los viajeros de paso pueden
comprar los objetos más indispensables, que se pueden llegar a necesitar en el
camino. Esta tienda sirve además para hacer trabajar al peón aún por menos
dinero del que ya recibe. Porque generalmente la gente no recibe el sueldo en
dinero líquido, sino en bonos para la tienda. Así el hombre gana doblemente con
su gente, y no sólo con su gente, sino
con todos los que viven en el ámbito de la hacienda*. Los precios son
mucho más altos que en la ciudad más cercana, hecho que el hombre justifica con
los costos de transporte. Es cierto que existen. Pero si los costos de
transporte corresponden aproximadamente a un diez por ciento del precio, él por
lo menos le suma un tercio o la mitad de su valor. En miles de casos, es por eso
que los peones no llegan a ver nunca en la vida ni un solo centavo de su
sueldo. Peor todavía, en la mayoría
de los casos están profundamente endeudados con el patrón por las mercancías
prestadas.
Conozco
un caso, en que un peón tenía que seguir trabajando para pagar las deudas que
dos generaciones antes su abuelo, que había trabajado en la misma hacienda*,
había contraído con el patrón a causa de una emergencia en su familia. En su
origen, la deuda había sido de diez pesos; pero el señor aplicaba a cada peso no
devuelto un interés del ciento veinte por ciento. Cada mes el importe de diez
pesos aumentaba de un peso. Este peso correspondía a los intereses. Si los
intereses, es decir, este peso cada mes, no eran pagados a fin de mes, el indio
iba a tener que pagar cincuenta por ciento más a finales del mes siguiente, es
decir un peso y cincuenta centavos. A este punto ya se agregaba el nuevo mes de
intereses, con su peso. Después de dos meses, la deuda ya había alcanzado doce
pesos y cincuenta centavos. Si los intereses llegados a dos pesos y cincuenta
centavos no eran pagados, se agregaba nuevamente un cincuenta por ciento por
intereses no pagados. Y cada vez que los intereses no eran pagados, el importe
de los intereses a pagar aumentaba en un cincuenta por ciento por mora. El
deudor no podía escapar; si lo hacía, los militares se encargaban de atraparlo y
llevarlo nuevamente a lo del patrón de la hacienda*. Así es fácil entender cómo
se había creado un estado de esclavitud, que según nuestros conceptos jurídicos
no lo es, aunque de hecho sí. El truco consiste en que el peón se considera un
hombre libre e independiente, y no comprende que es un esclavo. Por la
revolución el indio fue liberado de esta refinada forma de esclavitud por
deudas, en la medida en que puede abandonar el lugar de trabajo cada vez que
quiere, sin que la policía o los militares lo lleven de regreso. En ese caso el
patrón de la hacienda* tiene que ver cómo se las arregla para recuperar su
dinero. Este sistema esclavista persiste firmemente en todas aquellas zonas
adónde el poder del actual gobierno no ha llegado completamente y en donde los
indios son tan ignorantes que ni entienden lo que les están haciendo. Aun cuando
el indio llegara a abandonar secretamente al amo para quien debe trabajar para
saldar su deuda, no llega lejos. Por un lado no entiende siquiera la lengua que
se habla a diez kilómetros de su terruño, porque allí vive otra nación india. El
indio, que en su ser más íntimo depende totalmente de los miembros de su pueblo,
se marchita estando solo y su
sentido social lo empuja de regreso a su pueblo. Así vuelve a caer en las
manos de su señor. Tal como en el caso de los proletarios de todos los países
del mundo, la verdadera y duradera liberación del peón agrícola indio comienza
con su instrucción. También aquí se hace evidente lo importante que es que
desaparezcan las lenguas indias para ser reemplazadas por la española. Con
métodos parecidos -y perfectamente legales- se quitó la tierra al indio y a
enteras comunidades indias. Cuando el indio, a causa de enfermedades o malas
cosechas, se encontraba en apuros, no faltaba en las cercanías el ladrón de
tierra que le prestaba treinta o cincuenta pesos hipotecándole la tierra, que,
en realidad, valía tres mil pesos o más. Claro que a finales del primer mes el
indio no podía devolver los intereses, ciento veinte por ciento, porque en tan
breve lapso no había mejorado su situación. Los intereses pendientes, no
pagados, aumentaban en un cincuenta por ciento cada mes. A continuación se
demostrará con qué increíble velocidad aumenta una deuda, cuando los intereses
pendientes cada mes y que no se pueden pagar, aumentan cada vez en un cincuenta
por ciento.
Una
deuda de cincuenta pesos con interés del ciento veinte por ciento y con un
aumento del cincuenta por ciento cada mes por los intereses pendientes no
pagados, alcanza a fines del quinto mes ya - redondeando - 115 pesos; a fines
del sexto mes: 152 pesos, es decir ya el triple de la suma inicial; a fines del
séptimo mes, 208 pesos; octavo mes: 292 pesos; noveno mes: 418 pesos; décimo
mes: 607 pesos; undécimo mes: 890 pesos; a fines del duodécimo mes: 1315 pesos,
es decir veintiséis veces más que la deuda inicial de cincuenta pesos.
Cuando
la deuda alcanzaba digamos ciento cincuenta pesos, el prestamista remataba la
tierra. Claro que se aseguraba de que era el único postor. Así se quedaba con
una tierra que valía dos mil o tres mil pesos, por cincuenta pesos, es decir por
la suma que le había prestado al indio. Tras calcular los gastos, al indio no le
quedaba ni siquiera un peso. Y todavía tenía que dar las gracias al señor, si le
permitía seguir viviendo en esa tierra, en la que, de ahora en más, tenía que
trabajar para el señor. Y solía suceder que el señor, en el remate, ofreciera
menos de la suma correspondiente a la deuda. En ese caso quedaba un importe a
pagar, por el que el indio debía trabajar en la hacienda*, con lo cual el señor
terminaba contando además con el trabajo gratis del indio y de su familia. Y a
veces por el resto de la vida de esa familia. Porque, dado que el hombre sólo
ganaba doce a trece centavos al día, con los que tenía que dar de comer a su
familia, hacían falta siglos para poder pagar los pocos pesos de deuda, que
quedaban pendientes. Y la deuda crecía continuamente según el sistema del
aumento de los intereses no pagados.
Este
tipo de contratos, que estipulaban todas estas cosas, como tasa de interés,
aumento del interés en caso de mora, derecho a rematar por parte del acreedor,
eran perfectamente legales y eran legalizados oficialmente por el jefe del
pueblo, que frecuentemente era un buen amigo del prestamista o quizás un
pariente. Era la época dorada de México bajo Porfirio
Díaz.
En
muchos casos los ladrones de tierra no actúan para sí mismos, sino como
testaferros de capitalistas y compañías americanas y europeas. Porque los
americanos, los ingleses y los otros extranjeros son demasiado decentes para
cometer semejantes infamias. Compraban la tierra que ambicionaban de segunda
mano al mexicano o al español. El americano o el europeo quedaba siempre con las
manos limpias y por eso es que hoy hablan de títulos legales y de
confiscaciones. Pero yo conozco personalmente casos, de extranjeros que no
querían pagar las comisiones a los intermediarios y hacían todo solos igual que los
mexicanos.
*
Dos
días más tarde, por la mañana, partí. Felipe había cargado el equipaje con ayuda
de un muchacho de la hacienda*. Parecía ser hábil en eso. Cargar las mulas es
uno de esos oficios que hay que aprender. La fusta del mulero, una corta fusta
de cuero, tiene un pasador de cuero con ojales. El pasador se coloca sobre los
ojos y las orejas se meten por los ojales. Si uno no le cubre los ojos a la
mula, no se queda quieta, patea para todos lados y trata de tirar lo que se le
va poniendo. Se necesitan dos hombres para cargar una mula, porque hay que poner
la carga de ambos lados contemporáneamente, sino la albarda se desliza. Los
cargadores soportan la carga con un brazo y la rodilla en alto, pasan las
cinchas por arriba y las ajustan.
Si las cargas no están en perfecto equilibrio, se agrega una pequeña
carga del lado donde hace falta. Arriba, entre las dos cargas principales
laterales, también se puede cargar. Las mulas cargan cien y hasta ciento veinte
kilos, con los que caminan desde las cinco de la mañana hasta las cinco de la
tarde. Si se hace un alto en el camino, es raro que se las descargue, porque el
trabajo de descargar y volver a cargar roba demasiado tiempo. Lo único que se
hace es ajustar nuevamente ronzales y cinchas y se acomodan las cargas que están
en desequilibrio.
Proporcionalmente,
las grandes caravanas de mulas dan menos trabajo que una de dos o tres animales.
A las mulas les gusta andar en compañía. Y si la compañía es de su agrado,
avanzan a buen ritmo. Un animal más viejo va delante, mantiene la punta durante
todo el viaje y marca el paso.
El
primer día de una caravana de nueva formación está lleno de maldiciones de los
muleros, que reniegan de su alma y de su madre por el maldito día en que el
infierno les dio la idea de ganarse el pan como muleros. Ya la operación de
carga de una nueva caravana tiene su encanto.
Los
bultos, cajas, maletas y barras se deben ordenar según el peso. No se sabe
cuánta carga aguanta cada animal sin encabritarse. Los muleros saben mucho menos
aún cuál es el animal que hay que cargar primero y cuál después. Los animales no
son simplemente una manada, cada uno tiene su personalidad. Está el animal que
quiere salir, apenas han terminado de cargarlo y no hay forma de tranquilizarlo.
Este animal debe ser cargado por último, porque hay otros que pueden esperar dos
horas cargados antes de salir y se están quietos o comen la hierba que
encuentran cerca. Cuando finalmente y con todo el acompañamiento de maldiciones
y blasfemias todos los animales están cargados y uno puede ponerse en camino,
una mula se ha puesto impaciente, se ha arrojado al suelo, ha tratado de sacarse
la carga de encima corriéndola tanto, que hay que descargarla y volver a cargar.
Entretanto dos de las mulas cargadas salieron trotando despacito. Ninguno de los
muleros, que están trabajando quejándose e insultando, ha visto que dos de las
mulas habían emprendido el viaje. Un niño indio viene corriendo para avisar que
dos de las mulas ya están bastante lejos y, generalmente, no en la dirección de
marcha. Es decir que uno de los muleros tiene que salir corriendo, buscar los
animales y regresarlos. Puede suceder que los animales se hayan ido por el
bosque. En ese caso, todos los muleros tienen que salir a buscarlos.
Después
de un rato vuelven con las mulas escapadas. Pero mientras tanto, han sucedido
otras cosas delante de la hacienda*, que llevan a los muleros a un tal grado de
desesperación, que se sientan y empiezan por liarse un cigarrillo para volver a
encontrar la paz del espíritu y armarse en vistas de la lucha con los caprichos
de estos objetos imprevisibles.
Los
ronzales y las cinchas nuevas han cedido, porque aún no han sido bien tendidas.
Y las cargas se han ido deslizando hasta quedarle colgando a la mula debajo de la panza, donde las
cargas de ambos lados han terminado por reencontrarse y unirse. Es decir, nueva
descarga y vuelta a cargar. Entretanto, otro animal aburrido de esperar se
revuelca, las cargas de una tercera y de una cuarta mula ceden y se deslizan,
una quinta mula se fue por el camino y un sexto animal se acostó y se niega
rotundamente a levantarse. Como señor, como patrón, uno no debe de ninguna
manera ofrecer ayuda, querer dar una mano o aconsejar. Sería una ofensa para la
gente. Hay que mantenerse neutral y hacer como si a uno no le importara nada del
equipaje. La gente conoce su oficio, aunque de a ratos parezca que no se las
pudieran arreglar.
Lo
admirable y entrañable de toda esta operación de carga y del transporte es la
inquebrantable paciencia de la gente. Insultan, maldicen y gritan a los
animales, que parece que se viene el infierno, porque el enriquecimiento del
léxico español de los trabajadores y muleros indios empieza por las peores
maldiciones y blasfemias, por expresiones de una tal vulgaridad, que si bien
deriven de procesos humanos, harían desmayarse de susto hasta a un vagabundo de
los suburbios de Chicago. Pero todas estas imprecaciones y blasfemias son de la
boca para afuera. ¿Para qué otra cosa debería servir la lengua, si no es para
desahogarse? A pesar de las horrendas imprecaciones, no les pegan a los
animales. Puede suceder que cada tanto liguen una patada en los jamones o un
golpe cruzado por el lomo, si realmente no hay forma de tenerlos quietos o si
llegan a dar coces, pero eso es todo. Sólo raramente he visto lo que
innumerables veces entre los europeos, que se consideran formar parte de los
pueblos civilizados y cristianos: esos interminables latigazos a los caballos,
los bastonazos en la cabeza, en el hocico, en el huesudo dorso de las vacas que
tiran de un carro. Y las raras excepciones que observé aquí, eran cometidas por
inmigrantes europeos. Pero los europeos se sienten ampliamente autorizados a
denominar pueblos salvajes y bárbaros a los pueblos más primitivos,
semicivilizados. El indio sabe que a golpes no mejora la mula, sino que la
empeora. Quizás no sea guiado por ningún tipo de compasión por el dolor del
animal. Pero yo quisiera suponer que se trata de compasión. Porque si no pudiera
aceptar esto, debería reconocer que el indio incivilizado posee más raciocinio e
inteligencia que el europeo altamente civilizado. Claro, el europeo también da
latigazos a sus hijos, si cometen errores cuao e inteligencia que el europeo
altamente civilizado. Claro, el europeo tambiØn da latigazos a sus hijos, si
cometen errores cuao e inteligencia que el europeo altamente civilizado. Claro,
el europeo tambiØn da latigazos a sus hijos, si cometen errores cuao e
inteligencia que el europeo altamente civilizado. Claro, el europeo tambiØn da
latigazos a sus hijos, si cometen errores cuao e inteligencia que el europeo
altamente civilizado. Claro, el europeo tambiØn da latigazos a sus hijos, si
cometen errores cuao e inteligencia que el europeo altamente civilizado. Claro,
el europeo tambiØn da latigazos a sus hijos, si cometen errores cuao e
inteligencia que el europeo altamente civilizado. Claro, el europeo tambiØn da
latigazos a sus hijos, si cometen errores cuane una autoestima propia, íntima,
necesita sentir a alguien por debajo, para no perder la conciencia de existir.
El indio nunca siente la necesidad de confirmarse a sí mismo de que está vivo,
así como tampoco cada azahar de un naranjo en flor se vería necesitada a
confirmarse a sí mismo o a las otras flores de que está vivo. ¿Y por qué no
necesita una confirmación propia o externa de su vida? Porque no le quiere
quitar ni robar nada a nadie. Sólo quiere donar, belleza, perfume, miel, alegría
de vivir y tras su muerte, el fruto rojo dorado. He aquí toda la razón de la
vida.
Finalmente
ha llegado el momento en que la caravana se puede poner en marcha. Un arriero
por cada tres o cuatro animales de carga. El primer día de marcha cada animal
requeriría dos muleros. No tanto para arrear, sino para otros
trabajos.
La
caravana se pone prolijamente en movimiento y durante el primer cuarto de hora
la marcha parece ser un paseo. Pero los animales no se conocen y no se mantienen
unidos. Uno va lento, el otro va rápido. Uno, apenas deja de ser controlado, se
aparta para pastar. Y no faltan aquellos animales que hace mucho ya que no van
llevando una carga en una caravana, que quizás en los últimos ocho meses o más
estuvieron en la dehesa. Ni bien la carga empieza a apretar, tratan de sacársela
de encima. En esos casos el arriero tiene que prestar mucha atención y evitar
que los animales se acuesten. Pero también hay animales más viejos y con más
experiencia, que por algún motivo no soportan la carga. Estos animales corren a
propósito contra un árbol para sacarse de encima la carga y concederse así una
pausa de descanso. Tras lo cual hay que vadear un río. El agua no es profunda y
les llega sólo a la rodilla. Algunos se obstinan, pero se los llega a cruzar.
Otros llegan hasta la mitad, se tiran y tratan de revolcarse para refrescarse.
Toda la carga se ablanda, salvo que esté en maletas de lata que no dejan entrar
el agua.
Delante,
en la punta, un hombre arrea cuatro o cinco animales. En la mitad de la caravana
quizás haya otro hombre. Pero el camino es estrecho y el paso de los animales no
es parejo, la caravana se alarga cada vez más y se pierde el contacto. Dos o
tres hombres están en la retaguardia. Y ya sucede que un animal empieza a perder
la carga, porque las cinchas se han aflojado, lo mismo sucede con un segundo.
Los hombres tienen que descargar y volver a cargar, y se necesita un cierto
tiempo hasta que todo esté bien cargado, ajustado y cinchado. El hombre de la
punta está demasiado adelante como para ver que atrás hay que cargar. Sigue
marchando. Con lo cual la caravana se alarga y algunos animales van sin
vigilancia porque los contactos se han perdido. Es el momento en que aprovechan
la ocasión para escapar al monte o a la espesura. Para peor el camino se
bifurca. Está bien que las dos ramas de la bifurcación, después de un cierto
trecho vuelve a confluir. Pero la punta toma la izquierda, el hombre del segundo
grupo no lo ha visto, y toma la derecha. Atrás todavía están cargando. Pero los
animales que no necesitan ser cargados, que tenían que ser custodiados por los
arrieros de atrás, siguen trotando, mientras los hombres tienen que concentrar
toda su atención en la operación de carga. El camino que toman estos animales,
sin contacto y sin gritos, depende de dónde llegue el mejor aroma a pasto
jugoso.
Finalmente
estos hombres han terminado de cargar y se apuran para alcanzar la caravana.
Después de una hora quizás llegan al grueso. Por un rato la marcha sigue. De
golpe el guía de la caravana dice: "pero, hay dos que faltan. ¿Se adelantaron,
Juan?" El aludido se queda parado y se da vuelta y dice: "No, no se pueden haber
adelantado. Yo tenía la punta. Tienen que haber escapado por el
camino."
Entonces
toda la caravana se para y se reúne. Uno se queda con la caravana parada y los
demás salen a buscar a los animales escapados. Buscan en la espesura a ambos
lados del camino donde está lo suficientemente despejada como para que entren
las mulas. Se encuentra una mula. No podía seguir. Había embestido un árbol con
la carga, el equipaje se había corrido y colgaba de un lado, mientras la otra
mitad estaba en el medio del lomo. El animal ya no podía caminar, por más que
tirara y estaba bien contento de ser cargado correctamente, porque por
experiencia, francamente era más cómodo.
La
otra mula no se ve por ninguna parte. No parece estar en la espesura. Tampoco se
la ve en ninguna bifurcación. No queda ningún otro camino abierto que el de
regreso. Simplemente se había cansado y había emprendido el regreso a la dehesa
de origen, en donde la había pasado mucho mejor. Y efectivamente, se la
encuentra en el camino de regreso. Había encontrado un lindo pastizal, donde
esperaba llenarse la panza. Así fue que los hombres sólo necesitaran regresar
unos pocos kilómetros. Pero en esa
jornada de marcha se habrán perdido por lo menos dieciocho kilómetros, que ya no
se pueden recuperar.
Al
día siguiente ya va mejor. Los ronzales y las cinchas ya están bien tendidas y no ceden tan
fácilmente. Un animal ya se ubicó en la punta para guiar a los otros y los
animales ya se mantienen más en contacto, porque han pastado juntos durante dos
noches y se les da de comer a todos juntos. Después de algunos días la caravana
va como por encanto. Sólo hace falta de tanto en tanto un llamado, ajustar las
cinchas de un animal o acomodar la carga para volverla a equilibrar. Pero
entonces se añade otra cosa desagradable. Los animales se lastiman. Durante
horas la punta de un cajón pega en la carne y abre una fea herida. Después son
las cinchas que raspan o las cargas que producen llagas en la piel, tan grandes
que no se llegan a cubrir con la mano. Durante la marcha se observa atentamente
cada llaga y los arrieros ponen pequeñas ramitas cubiertas de hojas o pasto y
jirones de viejos petates entre las puntas y superficies que frotan, así como
sobre las partes magulladas de la piel de los animales. A pesar de esto las
partes heridas y sangrantes aumentan. Debajo del rabo del animal se pasa una
cincha que sujeta la carga cuando se va pendiente abajo. Si no se colocara esta
cincha, la carga se deslizaría por sobre la cabeza del animal y animal y carga
terminarían en el precipicio. Y
sobre todo aquí en las zonas de alta montaña, donde hay pendientes
abruptas, donde esta cincha frota constantemente, debajo del rabo, corta
profundamente la carne. Todo se trata de aliviar, en la medida en que hay medios
paliativos y se pueden aplicar. Al ver los animales al final de un día de marcha
o después de llegar a destino, sin carga y sin montura, con las llagas y heridas
a la vista, el hombre que siempre viaja en tren y que desde su hotel de la
capital juzga y describe el país: "Los muleros son muchachos rudos y terribles
torturadores de animales." Yo me había hecho hacer por un talabartero un cuero
de protección especial para cubrir la raíz del rabo, coloqué cuidadosamente la
cincha sobre el cuero de protección, pero igual no pude evitar que la raíz del
rabo de mi mula se llagara feo. No lo pude evitar ni siquiera bajándome y
arrastrando el animal tras de mí en las pendientes muy abruptas. Y no es ningún
chiste, porque en esas partes abruptas animal y jinete están más seguros si el
hombre se queda montado sobre el animal. Claro que con finos acolchados y quién
sabe cuántas cosas más se podrían limitar aún más las lastimaduras de los
animales, pero, por un lado esos acolchados cuestan un dineral, por otro no se
consiguen en todas partes y por
último, igualmente no resisten un transporte prolongado, así que el resultado
final sería el mismo. Los animales más viejos y expertos se lastiman menos,
porque han aprendido a caminar acompañando los movimientos de la carga. Saben
caminar tan bien, que la carga casi no se mueve y, por lo tanto, no frota. Si
están ante una pendiente, dan un enérgico empujón con las nalgas, de manera que
la carga queda bien adelante y ya no puede correrse. Así ya no se desliza hacia
adelante y atrás. A ese punto el animal camina muy despacito y tanteando. Y
como, por el empujón, la cincha debajo del rabo, está bien tensa y firme,
también aquí consigue evitar las llagas. Los animales más viejos tienen además
un cuero tan resistente, que la
cosa tiene que ponerse bien dura para que se lastimen.
Todas
las noches se las cura. Las heridas se enfrían y se les pone una buena capa de
pomada. Cuando a la mañana siguiente se vuelven a cargar, se tienen en cuenta
las lastimaduras, ya sea, cambiando la disposición de las cargas o colocando
gruesos ovillos de pasto encima de las heridas. Es cuestión de orgullo para todo
arriero que sus animales lleguen a la estación final lo menos lastimados
posible. Si todas las noches se lava y se refresca el lomo de los animales, la
piel se vuelve también más resistente. A veces falta agua. Pero generalmente,
por la noche, una vez descargados y alimentados los animales, los arrieros
tienen otras cosas que hacer. El poco tiempo que les queda, lo tienen que
utilizar en reordenar el equipaje para el día siguiente y recomponer las
monturas y cinchas que se han estropeado durante el día.
*
En
este país, en donde los animales no están en establos, sino que viven siempre
afuera, uno puede conocer mejor sus aptitudes. Donde los animales viven en
establos, es decir, especialmente en Europa Central y del Norte, posiblemente no
puedan ni siquiera desarrollarse. A esto se agrega que estos animales
constantemente reciben órdenes. Hacen solamente lo que se les ordena y pierden
toda capacidad de pensar por sí mismos y hacer cualquier cosa en forma autónoma.
Tal como en el caso del soldado europeo, al que se celebra como buen soldado
cuando ha perdido la capacidad de pensar.
Aquí
no se atan los animales y, sin embargo, permanecen toda la noche cerca del amo,
aun en los viajes y aun en zonas desconocidas. Si el pastizal es grande, puede
suceder que la mañana siguiente haya que ir a buscarlos, porque se pasan la
noche trotando y pastando y sólo en algunos momentos se recuestan por una media
horita.
La
mula es mucho más resistente que el caballo. El caballo es más veloz, pero se
cansa antes. El caballo es mejor en húmedos suelos pantanosos y arcillosos,
porque tiene cascos más anchos. Es raro que aquí se hierren los caballos y las
mulas, y si se hace, sólo en las ciudades. En la montaña, la mula es más útil.
La mula va segura y tranquila por los angostos senderos que bordean los
precipicios. El caballo se pone nervioso e incluso se puede marear en el borde
de los precipicios, le tiene miedo a los caminos de herradura, olvida toda
prudencia y escapa. También las mulas a veces tienen miedo, pero nunca pierden
el cuidado; por más temor, por más miedo que tengan, no dan nunca un paso en
falso que las haga terminar en el precipicio. Me sucedió que, yendo montado en
una mula la parte del camino que quedaba bajo sus patas traseras se desmoronara
y que, por lo tanto, sólo con las patas delanteras pisara terreno firme. Un
caballo hubiera hecho tonterías, hubiera pataleado, y tratado de llegar al
camino entero con un salto. Con lo cual, también la parte del camino en la que
apoyaban sus patas delanteras, hubiera terminado abajo y del caballo y su jinete
no se hubieran encontrado más que los huesos blanqueados. Pero la mula en ningún
momento perdió la tranquilidad y la presencia de ánimo. Se quedó bien quieta,
hasta que el suelo bajo sus patas traseras no se moviera más. Instintivamente yo
me había recostado hacia adelante para trasladar el peso. Una vez que el camino
estaba quieto, y el animal podía ver cómo tenía que poner los cascos, con mucho
cuidado volvió al camino, tanteando siempre con las patas traseras en busca de
apoyos seguros, sin perder la conciencia de que el camino podía desmoronarse
nuevamente . En los caminos
de herradura en que uno se puede poner verde de sólo mirar al precipicio, uno
puede cerrar los ojos tranquilamente, porque montando una mula uno está mucho
más seguro que yendo a pie y es mejor encomendar su alma y su cuerpo a la mula
que al buen Dios. Si la cosa se pone fea, no hay Dios que ayude, pero sí, una
buena mula vieja.
Mientras
la mula supera al caballo en resistencia e inteligencia, el burro es mejor que
los dos juntos. Cuando el caballo y la mula ya hace rato que quedaron por el
camino, tan exhaustos que no se pueden mover, ha llegado el momento para el
burro de empezar en serio. Claro que el burro no puede llevar una carga tan
pesada como la mula; porque es mucho más pequeño y su estructura ósea, más
débil.
También
en inteligencia el burro supera al caballo y a la mula. Sería mejor no calificar de burro a un
hombre duro de entendederas. Si uno realmente siente la necesidad de usar
comparaciones con animales, sería mejor hablar de caballo tonto. El caballo
parece inteligente sólo porque demuestra más temor a los latigazos que el burro,
y porque, en razón de ese temor, hace como un esclavo, todo lo que su amo le
manda. El burro prefiere que lo maten a latigazos antes de hacer algo que
considera tonto o que no quiere hacer. Tiene su propia voluntad que es una
voluntad muy inteligente, que trata de imponer. Y porque tiene su propia
voluntad, lo llamanos estúpido, obstinado, cabezudo. Tal cual nos comportamos
también con los niños que tienen su propia voluntad. El europeo no deja valer
ninguna voluntad propia, la doblega, tanto en los burros como en los niños. Por
eso es que un europeo no se las arregla jamás con un burro, un indio en cambio
sí. Este sabe cómo tratar a un burro y con él el burro trabaja en un modo como
no lo hace ningún caballo para un europeo.
Yo
mismo todavía ahora poseo tres burros
y tuve mucho que ver con burros en las haciendas y en los caminos. Lo que
en pocos días podía enseñarle, sin necesidad de palos, a un burro, no lo hubiera
logrado ni en tres años, con un caballo. El caballo tiene que tener siempre el
látigo ante los ojos, ya sea en el trabajo normal o en el circo. El burro no
necesita ver ningún látigo e igualmente hace el trabajo. Si necesito ir a un
pueblo, al cual puedo llegar por dos caminos, al llegar a la bifurcación, no
obligo al burro a tomar el camino que yo decido. Si conoce el camino, será el
mismo quien elegirá. Y tendrá sus buenas razones para preferir ir a mano
izquierda, aunque este camino quizás tenga dos kilómetros más que el de la
derecha. Si yo dejo ir al burro por el camino que prefiere, llego antes que si
cabalgo por el otro camino. Porque por el camino que yo elegiría el burro haría
todo tipo de tonterías, podría incluso escapar y tratar de volver al camino que
prefiere. ¿Y porqué lo prefiere? Quizás sepa que en el otro hay un jaguar
haciendo de las suyas, o porque hay partes, en que a través de una delgada
costra de tierra se hunde y se puede quebrar la articulación del casco, o porque
en este camino hay partes, en donde crece pasto jugoso, o quién sabe cuáles
otras razones. Pero es seguro que las tiene, el burro sabe lo que
quiere.
Es
posible llevar un caballo al corral*
y tenerlo ahí. Puedo dejar
el portal entreabierto, puede ser que el alambre más bajo del alambrado de púa
le llegue solamente a la mitad de la panza, que el caballo no hará ni un solo
intento por abandonar el corral*, aunque esté por morirse de hambre y vea el
pastizal más lindo a veinte metros, o si en las cercanías relincha un semental en celo. El caballo
es demasiado estúpido como para encontrar la salida del
corral*.
El
burro es completamente distinto. No se queda sin saber qué hacer delante del
portal, como lo hace el caballo supuestamente inteligente. El burro desenlaza la
soga, o corre la viga o abre el portal a patadas y con el hocico. Tuve un burro
en un corral*, cuyo alambre más alto estaba a escasos cuarenta centímetros
encima del suelo, lo que yo consideraba seguro. Pero escapaba y volvía
sigilosamente al corral* hacia la noche, cuando le tocaba su ración de maíz. Se
acercaba al alambrado, se acostaba de lado y se deslizaba por debajo. A la noche
hacía lo mismo para entrar, sin lastimarse ni un poquito. Yo quisiera ver al
caballo capaz de hacer esto. El caballo permite que un chancho u otro animal le
robe el maíz que tiene delante. Por eso lo llamamos animal noble y
aristocrático. Pero la verdad es que se deja robar el maíz por pura estupidez y
porque le da miedo el salvaje gruñido del chancho. Que prueben el chancho o una
mula, que es mucho más fuerte, robarle el maíz a un burro sano y normal. El
chancho prueba una vez y después se va gimiendo y quejándose y no vuelve a osar
acercarse siquiera. Para patear y morder el burro es mucho más hábil que el
caballo y no patea a lo loco, sino que antes piensa muy bien dónde es que quiere
golpear. Y, sin duda dará en el blanco.
Así
como en Europa se disminuye la inteligencia del burro, lamentablemente, como en
muchos otros casos, sólo por esclavo apego a la frase:"burro sonso y estúpido",
así tampoco se considere la inteligencia del cerdo. Desde hace siglos el cerdo
se ve solamente como animal de matadero y nunca se le da una oportunidad de
desarrollar su inteligencia. Si uno le acordara al cerdo los mismos años de vida
que a un caballo, a un gato, o al perro, descubriríamos cosas bien curiosas. Por
experiencia sé que la inteligencia natural del cerdo está perfectamente a la
altura de la de un perro. Y estoy convencido de que, si durante algunas
generaciones se le dieran al cerdo las mismas posibilidades de evolucionar que
al perro, lo superaría en
inteligencia.
Si
el cerdo se revuelca por el lodo, no es por amor a la suciedad, sino por amor a
la limpieza. Claro que el barro de un chiquero sucio de un campesino europeo no
cumple con ese objetivo. Pero eso no es culpa del chancho, sino del sucio
campesino. Aquí, donde los chanchos andan libres, pronto uno se da cuenta,
porqué el cerdo se revuelca en el barro. Ni bien tiene una buena capa de lodo
encima, se acuesta o se para al sol. No por pereza, sino para que el barro se
vuelva una costra. Una vez que la costra está tan seca y dura como barro cocido,
el chancho se acerca a un tronco de árbol y se la quita frotándose. Tras lo cual gruñe satisfecho, pero no
por chancha y perezosa voluptuosidad, sino con el mismo placer que sentiríamos
nosotros tras habernos liberado con éxito de los piojos que durante semanas nos
han estado molestando. Porque el cerdo está lleno de parásitos de todo tipo,
garrapatas e insectos que se meten en la piel y provocan una fuerte picazón. En
la piel están sólo las cabezas de los insectos, los cuerpos sobresalen. En el
barro los insectos quedan atrapados y cuando se forma la costra quedan tan
presos que, al frotarse el chancho contra el árbol, los insectos son extraídos
de la piel. Basta observar una de estas costras para asombrarse de la cantidad
de bichos que hay.
Nunca
oí que un jaguar o un puma hubiera atacado a un cerdo. No porque al jaguar no le
guste la carne de cerdo. Todo lo contrario. Le encantaría poderla conseguir. El
jaguar sabe demasiado bien que no sale muy bien parado de la lucha con un
chancho. Si uno se topa con un jaguar o con un león en la jungla o en el bosque,
no hay que darse por vencido, aun si uno no tiene armas consigo. Porque tanto el
jaguar como el león son miedosos y no son de naturaleza heroica. Es posible
engañarlos. Finalmente, algún árbol habrá cerca. Pero si uno se topa con unos
cerdos salvajes belicosos, uno puede dar tranquilamente por concluido el curso
de esta bella vida. Y ahí sí que no hay árbol que valga, por más bello y alto
que sea. Los chanchos se echan y esperan. O atacan sin escrúpulos y trabajan
según un plan de guerra que incluso prevé el cambio de guardia. No hay forma de
ahuyentarlos, ni con gritos, ni con pedradas, ni con gestos amenazadores con un
bastón. Saben muy bien evitar los golpes. Si uno golpea hacia adelante, por
atrás viene una embestida y uno termina por tierra. Si la cosa se prolonga, se
agregan más chanchos y el asunto se pone divertido.
El
burro y el chancho me parecen excelentes ejemplos del dominio tiránico y del
poder autocrático que ciertas irreflexivas frases hechas e ideas conservadoras
enraizadas ponen de manifiesto, esclavizando nuestro pensamiento libre e
independiente. El chancho sucio, comilón y perezoso, el burro tonto, terco y
lento son imágenes tan firmemente enraizadas en nuestro imaginario, que ni
siquiera nos tomamos el trabajo de comprobar si se trata de la verdad. Un pueblo
que intentara incorporar en su escudo nacional al burro o al chancho, provocaría
la hilaridad de todo el mundo. Sólo porque somos esclavos de palabras y frases
que repetimos sin pensar.
hacienda*=
N.d.T., "Hazienda" en el original.
corral*=
N.d.T.: con grafía alemana en el original: Korral
22
Nuestra
caravana de dos animales no nos daba demasiado trabajo. Es cierto que en los
primeros días tuvimos que descargar y volver a cargar varias veces, porque
teníamos ronzales y cinchas nuevas.
Pero después la marcha siguió día a día con el mismo ritmo. Generalmente yo
cabalgaba completamente solo. Porque aquí o allí desmontaba para mirar algo de
cerca o para bañarme o para penetrar en el monte, adonde no podía llevar mi
mula, porque era demasiado espeso.
De
esa manera me quedaba atrás, mientras Felipe seguía marchando parejo con las dos
mulas de carga. Cuando un arriero o changador está solo y no puede ir al lado de
su patrón, evita quedarse a sus espaldas. Si va delante, se siente más
tranquilo, porque, si llegara a suceder algo, tarde o temprano el patrón lo
verá. También si uno de los animales se escapara para regresar, el patrón lo
atajaría, porque el animal generalmente toma el camino por el que ha venido. Un
changador indio, aunque tenga veinticinco a cuarenta kilogramos que cargar, va
parejo con el jinete, con la condición, claro está, que éste no vaya siempre al
trote. La mula, incluso cuando es una mula de montar, no va mucho al trote, sino
siempre al mismo paso. Pero, si hace falta, sabe salir disparada. Claro que en
esos casos patea con violencia y a uno los huesos se le sacuden tanto, que a la
noche no es fácil volverlos a su lugar.
Llegamos
a Amatenango. Y llegar allí, era la mayor felicidad que se le pudiera brindar a
Felipe. En primer lugar porque podía ir a ver a su familia para decirle que
estaría de viaje por unas semanas y que no debían preocuparse. Y también podía
contarle que había encontrado una estupenda oportunidad para ganarse unos buenos
pesitos. Yo le había dado un anticipo y él le podía dejar dinero a su familia,
de manera que estuviera bien aprovisionada durante su ausencia. Pero quizás lo
que más gozo le daba era el hecho de entrar en su pueblo como mozo de un viajero
blanco, que no era ni comerciante ni agente de contratación de las plantaciones
de café, sino un estudioso, seguramente de un periódico, de un diario, un hombre
inteligente, que quería observar todo, para después contarlo a los blancos que
vivían en otro mundo. Dado que Felipe era responsable de mi equipaje y de mis
aparatos fotográficos y había sido elegido para mostrarme el camino a través del
territorio y hacer de guía, su estima entre sus conciudadanos creció
considerablemente. Porque vendedores de cacharros había muchos, cualquiera podía
serlo, pero guía y único arriero responsable de un viajero blanco, ya era otra
cuestión. Para darse más aires, contaba cosas tan impresionantes de mí, de mis
capacidades, de mi inteligencia, que todos me observaban con tímida
admiración.
Ya
al día siguiente temprano estábamos en Teopixca, una pequeña ciudad mexicana, a
no más de tres kilómetros de Amatenango. Da una impresión de extraordinaria
limpieza y simpatía. Todas las casas son blancas. Uno de los lados de la amplia
plaza del mercado está embellecido por recovas, al amparo de las cuales se
encuentra, al lado de numerosas tiendas, la municipalidad. Todas las casas, que
no están en las dos calles principales, están rodeadas de jardines bien
cuidados. La ciudad es el centro de un altiplano fertilísimo, situado en las
alturas de un brazo de la Sierra Madre. La ciudad tiene aproximadamente mil
habitantes, de los cuales, la mayoría son indios, pero todos hablan
español.
Todavía
nos queda un buen trecho de camino por delante, si hoy mismo queremos llegar a
San Cristóbal Las Casas. Son cuarenta kilómetros y siempre por alta montaña,
siempre subiendo trescientos o cuatrocientos metros para después bajarlos y
volverlos a subir, y así todo el camino. En todo el trayecto sólo una choza
derrumbada y el rancho Nuevo León, por lo demás, ni un poblado, ni una
casa.
Felipe
se queda con las mulas de carga en el camino principal. Yo desvío y me interno
en el bosque. No hay un camino preciso que atraviese el bosque, pero uno puede
seguir a lomo de mula, porque los árboles están a una distancia suficiente.
Ahora cabalgo siguiendo la brújula solamente. Pronto siento estar en uno de los
bosques más fabulosos que uno se pueda imaginar. Es un bosque de una belleza tan
escalofriante, con su esplendor semitropical, con su ocaso caluroso, sus luces y sombras juguetonas, con sus
gritos misteriosos, sus extrañas voces, que se dilatan y de golpe se ahogan, que
podría ser el escenario de todos los cuentos alemanes. Detrás de cualquier
colina, árbol, arbusto o yuyo uno cree que podrían aparecer y desaparecer
animales fantásticos, osos, lobos, linces, zorros, gatos salvajes. En el ocaso y
en el juego de los hilos y manchas de luz unos troncos de árboles que se pudren
y rocas recubiertas de vegetación parecen gigantes, enanos, gnomos, ladrones. En
los trechos más apacibles, parecen hadas y ninfas. Un bosque, como habrá cientos
en este país, que hasta ahora no han oído nunca el hacha de un leñador, un
bosque virgen, intacto desde hace dos o tres mil años.
Pero
no podría ser nunca un bosque alemán. Porque cada árbol está recargado de miles,
de cientos de miles, de millones de orquídeas. Orquídeas de todo tipo y forma.
Una tal abundancia de orquídeas que una sensación angustiosa se apodera de mi
alma y siento una rara opresión, que de hecho, me corta la respiración. Me
invade el deseo de escapar de este impresionante derroche tropical de orquídeas.
Pero, ¿escapar adónde? Me puedo girar hacia cualquier parte, que por todos lados
hay cientos de miles de orquídeas que se abalanzan sobre mí, como si quisieran
ahogarme con su opulencia y su
esplendor.
Aquí
hay sitios en donde los recolectores de orquídeas buscan los ejemplares raros,
cuyas formas fantásticas pueden turbar los sentidos humanos y a menudo los han
turbado tanto, que ningún médico los pudo volver a acomodar. Aquí se buscan
aquellos ejemplares por los que los amantes de esta flor pagan tres mil,
cinco mil, ocho mil dólares, si
corresponde exactamente a sus deseos.
Es
aquí el lugar en donde las orquídeas son de una tal vitalidad, que cada una se
puede elegir el lugar más propicio para desarrollar las potencialidades que ese
ejemplar siente en sí. Se encuentran en árboles altos y bajos, en árboles viejos
y jóvenes, en troncos podridos y ramas moribundas, en el pasto, en la hendidura
de una roca. Sus formas y flores son tan variadas como los lugares que eligen
para llegar a la perfección que corresponde a sus
potencialidades.
No
hay fotografía, ni dibujo, ni pintura al óleo, ni descripción que permita captar
y trasmitir esta impresión fantástica y delirante. Es la impresión de un total
delirio de los sentidos, de un sueño de hachís. Cuando después de un cierto
tiempo había dejado atrás el bosque y había retomado el camino principal,
alguien me habría podido decir:"Ud. no cabalgó por el bosque, Ud. anduvo durante
todo el tiempo pensativo al lado mío." Y yo hubiera creído ciegamente, hubiera
jurado por mi alma, que no había cabalgado por el bosque.
A
la tardecita, a eso de las cinco, vi en la lejanía el símbolo de la ciudad San Cristóbal Las
Casas1 ante mí, recortándose netamente contra el sol: la iglesia San Cristóbal en la cima de
la montaña que domina la ciudad y alrededor de la cual, la ciudad está dispuesta
en semicírculo. Esta iglesia, que
seguramente dio el nombre a la ciudad, aunque quizás haya sido el caso inverso,
hoy ya no se usa. Está como otras miles de iglesias de México en ruinas. El
techo en gran parte ya está roto, y allí, donde antes se reunía una comunidad
piadosa a rezar y cantar, hay hoy caballos, mulas y burros pastando libremente,
cuando buscan refugiarse de la lluvia. Unos pasos delante de la iglesia, frente
a la ciudad todavía se ve una profunda trinchea, probablemente de la época de la
revolución. Un pequeño cañón de campo y una o dos ametralladoras colocadas en
esta montaña, mantienen la ciudad bajo control total, de manera que ni un solo
ratón puede escapar.
Cristóbal
es la palabra española para Christoph, y cabe acotar aquí que el hombre que
nosotros llamamos Christoph Kolumbus, lleva en España su verdadero nombre:
Cristóbal Colón. La ciudad de Colón, en el ingreso del Canal de Panamá desde el
lado atlántico lleva el nombre del descubridor de América, así como una gran
cantidad de otras ciudades en México y en el resto de
Latinoamérica.
Las
Casas, que ha dado el nombre a todo el departamento, era un obispo español de
principios del siglo dieciséis, un hombre que llegó a ser tan amigo de los
indios, que estuvo constantemente en conflicto con la corona española y con el
clero. Recorrió a pie todo México, vivió con los indios en sus jacales y
aprendió su lengua. Este hombre valiente y sincero, que supo decir la verdad sin
pelos en la lengua a los poderosos de aquel tiempo, fue responsable de la
introducción de esclavos negros en América. Cuando vio que los indios no podían
ser esclavizados, cuando vio que se dejaban matar a latigazos en silencio o que
voluntariamente se dejaban morir de hambre o perecían en las montañas, propuso
que fueran traídos esclavos negros del Africa. Porque de esa manera podía
proteger a la raza india de la
extinción completa. Los cristianos europeos no conocían la compasión con los
seres humanos. Sólo querían la riqueza. Pero sin esclavos era imposible acumular
riqueza, ni en las plantaciones de café, caña de azúcar o cacao, ni en las minas
de oro o de plata. Las Casas sacrificó al negro, para salvar al indio. No había
otra salida. Y así el mismo hombre se hizo depositario de la maldición de los
negros y de la bendición del indio.
También
uno de los monjes que acompañó a Cortés en sus expediciones de conquista evitó
innumerables crueldades a los indios. Pero lamentablemente hay que decir, que a
causa de la tarea de estos grandes sacerdotes, el poder de la iglesia se reforzó
y se profundizó su desdichada influencia, en tanto institución enemiga de la
instrucción. Los indios se hubieran sacudido el dominio de la iglesia antes y
con mayor energía, si el comportamiento humanitario de muchos de sus
representantes no hubiera velado el verdadero carácter de la
iglesia.
El
monumento a Bartolomé de Las Casas en San Cristóbal es bien modesto; pero es que
un hombre que por sus obras vivirá siempre en el corazón de los indios, no
necesita un gran monumento. Sólo la gente que no tiene más mérito que haber
vivido y causado desgracias necesita grandes monumentos. A éstos no hay
monumento que les parezca suficientemente grande y a veces tienen tanto apuro
que ya lo hacen empezar a construir en vida, porque ellos mismos sienten que,
apenas enterrados, caerán en el olvido.
San
Cristóbal Las Casas es una de las más antiguas ciudades europeas en continente
americano. Conserva plenamente el carácter de los primeros tiempos españoles.
Tiene viejas iglesias, un viejo palacio obispal y muchas construcciones antiguas
de la época colonial. Desde la temprana época de su fundación fue sede obispal y
lo es aún hoy, aunque el señor obispo hoy vive bastante modestamente, porque ya
pasaron las antiguas magnificencias, especialmente los caudalosos ingresos, y
dentro de poco de todo esto no quedará más nada. Lo que debería causar asombro
en todas partes no es la decadencia de la iglesia, sino que siquiera siga
respirando. Porque la última guerra, durante la cual la iglesia se comportó tan
cristianamente, hubiera tenido que quebrarle el pescuezo en todo el
mundo.
*
La
fertilidad y la incomparable belleza del altiplano, en cuyo centro se encuentra
San Cristóbal Las Casas, indujo a Diego de Mazariego, general del ejército de
Cortés, conquistador de Chiapas, a fundar en este altiplano la capital del
estado. Esto fue en el año 1528, el 31 de marzo. La ciudad fue bautizada con el
nombre de Villa Real, es
decir: ciudad regia. Mazariego supo infundir a la ciudad un temperamento tal,
que en pocos años se convirtió en la ciudad más floreciente del sur del
México.
Después
de Mazariego vino Juan Enrique de Guzmán como general a San Cristóbal Las Casas.
Guzmán, que odiaba a Mazariego, buscaba denigrar cuanto creado por Mazariego y
cambió el nombre de la ciudad por el de Villa Viciosa, ciudad de los vicios.
Contemporáneamente estableció una multa de cincuenta doblones de oro, una suma
enorme para aquella época, para quien osara llamar a la ciudad con otro nombre.
Para un ciudadano bueno y honrado es un poco duro confesar haber nacido y vivir
en una ciudad viciosa. Así fue que
el desarrollo de la ciudad se vio interrumpido. Pero ni bien Guzmán fue
transferido y se alzó este entredicho, volvió a florecer y
se convirtió en una de las ciudades más grandes y vivaces del sur. Cuando
se construyeron los ferrocarriles en México, la ciudad perdió importancia, y
otras, que antes habían sido ciudades pequeñas, pero que quedaron situadas cerca
del ferrocarril, la superaron. Poco a poco todas las industrias desaparecieron
de la ciudad y hoy, con sus cuarenta mil habitantes, es una tranquila ciudad de
provincia, el lugar ideal para personas nerviosas, que tienen necesidad de
descanso. Como está a una distancia de aproximadamente doscientos cuarenta
kilómetros de la estación de trenes más próxima, en la costa del Pacífico, y
porque su acceso es difícil, dado que hay que atravesar dos veces las partes más
altas de la escarpada cordillera de la Sierra Madre, el carácter de la ciudad se
mantuvo tal como lo debe haber sido doscientos años atrás.
Toda
la tierra que rodea la ciudad está habitada por indios, que viven en el mismo
estadio de civilización que hace trescientos años. Todas las mañanas la ciudad
es literalmente inundada por estos indios que traen sus mercancías al mercado.
En todas las calles que llevan a la ciudad, hay un hormigueo de indios
caminando. Hay días, en que habrá en la ciudad unos ocho mil a diez mil indios
entre las ocho de la mañana y las tres de la tarde.
La
ciudad depende totalmente de los indios. Si el indio no trajera alimentos a la
ciudad, perecería de hambre. Los habitantes, sólo treinta europeos, todos los
demás mexicanos, y unos dos mil indios urbanizados, viven en un constante,
callado estado de zozobra ante los indios. Nadie lo reconoce, pero en las
conversaciones y en los relatos aparece constantemente ese temor. Desde que el
gobierno fue transferido a Tuxtla Gutiérrez, la ciudad cuenta solamente con un
oficial, doce soldados y unos cuatro o seis policías. La ciudad no se puede
defender de los sesenta mil indios que viven en campo abierto, en torno a la
ciudad. Los indios no necesitan atacar la ciudad. Basta que ocupen las alturas y
las vías de acceso externas, los cañadones estrechos y los intrincados caminos
de la selva y del bosque. No hay ejército ni compañía que pueda venir en ayuda.
Nadie puede salir de la ciudad. Los indios no necesitan hacer otra cosa que
estarse quietos, no traer ni dejar pasar más alimentos. Quizás ni siquiera con
aviones se pueda hacer algo.
En
la época en que la ciudad era todavía sede del gobierno, una vez los indios la
sitiaron de esta manera. Esto fue en los años sesenta del siglo pasado. Las
opiniones todavía divergen sobre la causa que motivó el sitio. Una cantidad de
causas se juntaron. Los industriales de la ciudad obligaban a los indios a
trabajar gratuitamente. Los indios que se acercaban a la ciudad con mercancía
para vender, eran apresados y arrastrados a los talleres y a las fábricas, el
precio que se pagaba por sus mercancías era reducido a nada y contemporáneamente
los precios de los comerciantes de la ciudad aumentaban tanto, que el indio
terminaba por tener que dar tres o cuatro cabras para poder comprar un machete o
un hacha. Afuera se les quitaba la tierra y se les negaba el derecho de hacer
leña. Si luego venían, como habitualmente, con leña de quemar o con carbón de
leña a la ciudad, se les confiscaba y ellos mismos eran obligados a trabajos
forzados.
Cualesquiera
que hayan sido las verdaderas causas, de todas formas un día los indios
decidieron que no podían seguir soportando ese estado de cosas. De a diez mil
llegaron como enjambre y ocuparon las alturas y los caminos que rodean la
ciudad. Desde afuera no se podía quebrar el sitio, y tentar un asalto desde el
interior, hubiera sido un suicidio. Los indios no le hacían mal a nadie, sólo
que no dejaban entrar ni salir a nadie. Dejaron de traer mercancías, para demostrar a la ciudad,
en qué medida dependía de ellos. El sitio en realidad no era más que una huelga,
reforzada por el boicot y la completa exclusión de
rompehuelgas.
El
general o el gobernador de la ciudad se vio obligado finalmente a entablar
negociaciones con los caciques de los indios. Mandó un plenipotenciario a hablar
con los indios, con la invitación de mandar a sus jefes máximos a la ciudad para
firmar un acuerdo, que permitiera evitar en el futuro todas las injusticias que
hasta ese momento habían padecido los indios.
Los
indios en seguida se declararon dispuestos a negociar y enviaron a sus jefes,
cinco o seis eran. En calidad de embajadores se les había asegurado expresamente
un salvoconducto. Pero apenas llegaron a la ciudad fueron apresados y colgados.
Tras lo cual se mandó a decir a los indios que el acuerdo había sido aprobado,
que los jefes estaban participando del banquete y que estaban borrachos, por lo
cual no podían venir en persona, que se fueran nomás a sus casas y que a la
mañana siguiente vinieran con sus mercancías que obtendrían buenos precios por ella. Los indios creyeron en estas palabras y
estaban bien contentos, porque ellos tenían interés en vender sus mercancías
para comprarse cosas útiles con el producto de la venta. No se hizo otro intento
de engañarlos, el general no quiso arriesgarse a tanto. Los indios,
efectivamente obtuvieron buenos precios y compraron a precios aceptables
aquellas cosas que necesitaban. Los comerciantes tenían el mismo interés que
ellos en vender sus cosas y se creó así una relación de respectiva tolerancia
comercial, un vivir y dejar vivir, que todavía hoy subsiste en la ciudad. Se
comprobó que era el mejor negocio para todos.
Cuando
los indios empezaron a buscar a sus jefes, les fue dicho que se habían
emborrachado tanto que se habían muerto y que habían sido enterrados. Pero con
el correr del tiempo la verdad se supo, porque hay bastantes indios en la ciudad
emparentados con los de las comunas. A causa de la asombrosa longevidad de los
indios en este país aún hoy viven cientos de hombres de aquel tiempo que no
olvidan ni olvidarán jamás el
asesinato de sus jefes. Y como los
habitantes de la ciudad lo saben, esto determina el modo que tienen de tratar a
los indios. Llama la atención cómo se respeta al indio aquí, aunque ande
harapiento. Cuidadosamente se evita engañarlo o sacarle ventaja, se prefiere
darle dos centavos de más que uno de menos. Se lo deja tranquilo y se lo trata
como a un perro grande y buenazo, que no le hace nada a nadie, pero del que se
sabe, que si se lo provoca, es capaz de despedazarlo a
uno.
Se
ven muchas casas que no tienen ventanas hacia la calle, sino sólo una puerta
estrecha. La pared externa de la casa es completamente lisa, sin ningún adorno.
Hubo un tiempo en que la ciudad no sabía ya a qué más aplicar un impuesto. Así
se le ocurrió la genial idea de aplicar un elevado impuesto a todas las ventanas
que daban a la calle. Este impuesto tuvo como consecuencia que todas las casas
construidas en aquel tiempo carecieran de ventanas hacia la calle.
La
mayoría de las casas en México, especialmente en el sur, están construidas
alrededor de un espacio abierto cuadrado, llamado patio. En el centro del
patio está el pozo. Las cuatro
partes de la casa, presentan galerías hacia el patio. Esas galerías son del tipo
que en Europa Central se ven en los claustros. Todas las ventana y puertas de la
casa conducen a esas galerías que rodean el patio. El patio cuenta con palmeras
y flores, que según el tamaño del patio están en macetas o directamente
plantadas en la tierra. Algunas casas más grandes tienen dos patios, uno
delantero y otro atrás. En el primer patio son recibidos los comerciantes, el
patio de atrás se reserva a la familia y a los invitados especiales. Entre las
familias mexicanas distinguidas sólo se llega a conocer a la señora de la casa
si uno está entre esos invitados especiales. Se considera descortés decirle a un
señor que su mujer es bonita; los señores conservadores lo llegan a considerar
una ofensa para la señora de la casa y la consecuencia es que uno nunca más será
invitado. Para entender esto, hay que decir que la observación "mujer bonita" se
considera como velada expresión del deseo de poseerla y con ello una ofensa de
la dama. Se siente como una total falta de tacto hablar de las mujeres de los
señores presentes o siquiera hablar de la propia en presencia de otros hombres,
ni siquiera si se trata de amigos íntimos. Ni siquiera lo hacen los trabajadores
mexicanos y tampoco si sólo están unidos por un vínculo natural con su mujer. Si
uno quiere saber cómo está la señora, se pregunta por la familia, tanto como
para no tener que mencionar a la mujer. Un señor de San Cristóbal Las Casas
estaba dispuesto a apostar mil dólares a que nadie podría acusar de infidelidad
a una mujer, a que ni siquiera se podría sospechar que una mujer fuera infiel.
Una mujer, a quien le importa su reputación, no saldrá nunca a la calle sin su
muchacha, su amiga o una pariente y, después de las seis de la tarde no saldrá
nunca si no es acompañada por su marido, su padre o su hermano. Todo señor se
cuida de ligar con una mujer casada mexicana; la sola sospecha de que lo haya
hecho, le cuesta la vida. De esto el europeo saca conclusiones equivocadas sobre
la posición de la mujer en el seno de la familia. No es de ninguna manera la
esclava o la mucama del hombre. No es ni siquiera objeto de propiedad del
hombre, en una medida tan denigrante como lo es frecuentemente en familias
europeas de todas las clases y estados. Porque el ansia de posesión enraizada en
el hombre europeo, su inextinguible ansia de poder, su creencia estúpida en la
sacralidad de su autoridad, el europeo la hace valer también con su mujer. Y la
mujer, carne y sangre de su raza, se venga con las mismas armas. La estructura
espiritual de una familia mexicana, tanto si pertenece a la clase superior como
a la de un trabajador, se diferencia de la estructura de una familia del centro
o del norte de Europa en puntos fundamentales. Claro que en las grandes
ciudades, donde también aquí la mujer y la muchacha comienzan a participar cada
vez más activamente en la vida económica, las relaciones comienzan a desplazarse
acercándose a las costumbres americanas.
La
vida familiar no se desarrolla en las habitaciones, sino enteramente en las
galerías y en el patio. Por eso es raro ver mujeres por la calle, charlando
durante horas; porque si tienen ganas de charlar, se visitan y se reúnen en el
patio para llevar adelante el importante negocio de criticar al
vecindario.
Los
médicos y boticarios de San Cristóbal Las Casas apenas ganan lo suficiente para
no morirse de hambre. Le dan la culpa a todo tipo de gente, cosas, sucesos,
guerras, revoluciones y sistemas de gobierno. Y menos mal para ellos que de
tanto en tanto algunos jovencitos u hombres de sangre caliente por pura amistad se tiran unos tiros y
después van tomados del brazo a lo del médico o se dejan llevar en bella
armonía, menos mal que de tanto en tanto alguno se cae del caballo o de un muro
-por razones misteriosas, cerca de la casa de una bella viuda-, menos mal que
cada tanto un chico se quiebra una pierna, un niño tiene difteria o una mujer
mexicana tiene un parto difícil, que de lo contrario los médicos la pasarían
peor.
Pero
es que, en una ciudad semejante, ¿cómo hace uno para enfermarse? En estas
alturas de más de dos mil metros, el aire es tan puro, tan claro, que nada lo
iguala en pureza. El sol tropical en estas alturas desborda de aquellos rayos,
que en otras latitudes hay que producir con aparatos complicados y costos
enormes, para no conseguir los efectos de aquí. Toda la tierra que se puede
recorrer durante horas a la redonda está cubierta de bosques de pinos y abetos,
y cargan el aire de tanto ozono, como en pocas regiones de la tierra. Una sola
chimenea echa humo, la de la central eléctrica y se trata de humo de leña. Pocas
casas tienen chimenea, porque en las cocinas no se produce humo. Para cocinar se
usa sólo carbón de leña que no da humo o leña, cuyo humo se ve apenas. No hay
tranvía, ni tren que llene de ruido la calle, tensando y rompiendo los nervios.
Durante toda la semana se oyen quizás uno, dos, o al máximo tres autos
chirriando y tocando bocina. A medianoche se apaga la luz eléctrica para toda la
ciudad, porque los consumidores pagan la luz por lámpara y por mes a destajo y
no según el consumo por hora. Ni siquiera hay teléfono, que asusta a la gente y
la molesta. Los hombres que viven aquí, no tienen razón para morir y ninguna
disculpa por morirse igual un día. De hecho se mueren por la única razón que
durante toda la vida se metieron en la cabeza, que un día se deben morir, sin
poder escapar a este destino. Sólo por eso, porque no creen que un hombre no
tiene por qué morir si no quiere, se acuestan un buen día y dicen: "Bueno, ahora
me muero." Y efectivamente, al cabo de diez minutos han
fallecido.
Unos
días encontré a un señor, cuando estaba sacando una fotografía por la calle. Se
acercó y dijo: "yo ya hace rato que ando con la intención de hacerme sacar una
foto algún día. Pero nunca lo consigo. Quería sacarme una fotografía con mi
familia cuando se casó mi hija mayor, pero en aquel entonces todavía no se había
inventado y las siluetas recortadas no me interesaban. Ahora nos pusimos de
acuerdo en no fotografiarnos antes de que se case mi hijo
menor."
"¿Y
cuántos años tiene?" le pregunté.
"Eso
no lo sé", dijo el señor."Si ni sé cuándo nacerá mi hijo menor. Anteayer mi
mujer volvió a dar a luz a una niña. ¿Cómo quiere que sepa ahora ya, cuándo se
va a casar mi hijo menor?"
Y
otro día encontré a un señor, con el que varias veces había salido a cabalgar.
Nos saludamos y él me dijo: "Esta mañana me desperté, miré hacia la cama de mi
mujer, para ver si ya estaba despierta. En eso ella me dice: 'Oye tú, tuve otro,
es un varoncito'. 'Aha', dije yo,'qué bueno', y me di vuelta para dormir una
horita más."
"Felicitaciones.
¿A qué hora nació el muchachito?"
"A
las cuatro, me dijo mi mujer."
"¿Y
Ud. duerme en la misma habitación con su mujer y no escuchó nada de
nada?"
"Pero
ni un pepino. Dormí sin despertarme. Todo procede lisa y llanamente. Nadie
escucha nada. La comadrona había pasado ayer, pero yo pensaba que todavía no
había llegado el momento. Y además a esta altura estoy tan acostumbrado, que ya
no lo oigo y ya no me molesta.
Recién vamos por el número diecinueve y cada año sucede con menos ruido y menos
agitación."
Sí,
así es la gente allí. Ni siquiera se pueden poner nerviosos por los periódicos,
incluso a ese placer tienen que renunciar. El periódico proveniente de la
capital llega doce a catorce días después de la publicación. ¿Cómo pueden
ponerse nerviosos por alguna información? Tanto, ya habrán pasado dos semanas, y
la gente que habrá escrito ese informe inquietante, a ese punto ni se acuerda de
haberlo escrito. ¿A cuento de qué ponerse nervioso aquí por
eso?
La
filosofía, según la cual viven las personas en esa idílica ciudad encuentra su
cabal expresión en un proverbio de un señor europeo: "piensa en el agua el pez,
¡si llueve, a mí, más mojado no me ves!" Y se complementa, para que esta
sabiduría no se desequilibre hacia ninguna lado, con un proverbio
español-mexicano que dice más o menos así:"Dos tetas tiran más que cien bueyes."
Cuánto son capaces de tirar cien bueyes se sabe muy bien en una ciudad a la que
todas las mercancías se traen en carretas tiradas por bueyes. Para no dejarse
enturbiar la plenitud del gozo por eventuales escrúpulos de conciencia, los
sabios de la ciudad tienen a mano, como tranquilizante, un buen proverbio
mexicano :"Los santos son de madera." Nunca se intenta explicarle este dicho sensato a un novato, para que cada uno elija en libertad,
cómo interpretarlo, según el nivel de filosofía práctica alcanzado. Si en medio
de la noche, a las doce o a las dos, en algún punto de la ciudad, que
aparentemente se encuentra en el más profundo sueño, la marimba empieza a cantar
sus canciones llenas de suspiros, lamentos y nostalgia, uno puede pensar lo que
quiere. Y uno piensa con bastante acierto, si uno se dice que delante de la casa
donde se oye la marimba, o por lo menos cerca, una graciosa pareja no dejará
pasar esas horas sin belleza, esas horas en las que el ruiseñor ya no canta y la
alondra aún no se oye. En otro rincón de la ciudad, un caballero canta con tonos
radiantes y pastosos la gran aria de "Aída", y en otras esquinas sombras
fantasmales cantan canciones de amor mexicanas y españolas acompañándose con la
guitarra.
23
San
Cristóbal Las Casas se encuentra en un valle, que hacia todas las direcciones tiene unos cinco
kilómetros de largo. Este valle es un cráter apagado. El valle está rodeado por
altas rocas cubiertas de vegetación tupida, que en algunos casos alcanzan unos
quinientos metros por sobre el nivel del valle. Casi en el centro del valle se
encuentra una montaña de forma cónica, alrededor de la cual la ciudad está
dispuesta en semicírculo. Un río penetra hasta aproximadamente la mitad del
valle. Después desaparece de golpe en la tierra y posiblemente continúe en forma
subterránea. Es posible que debajo de la costra terrestre del valle haya
antiguos canales volcánicos apagados, quizás incluso un lago subterráneo. Las
montañas rocosas de los alrededores presentan numerosas cavernas, algunas son
enormes salas. Sólo una de las cavernas ha sido explorada. Con esto quiero decir
que han sido explorados todos los pasajes en los que puede entrar un ser humano,
sin necesidad de ampliar las entradas con dinamita. De a trechos hay que reptar
sobre la panza a través de agujeros y pasajes, para llegar a las grandes salas.
Las restantes cavernas no están exploradas en absoluto; se conocen sólo las
entradas. Estas frecuentemente no son más que profundos pozos verticales. Se
puede suponer que todo el subsuelo del valle, así como todo el interior de las
rocas circundantes esté formado por cavernas, ya sea todas de alguna manera
comunicadas entre sí, o que puedan ser puestas en comunicación con pequeñas
voladuras y ampliaciones.
Toda
la naturaleza que circunda la ciudad es de una belleza indescriptible. Durante
semanas y semanas se puede hacer cada día una cabalgata y ver cada vez cosas
nuevas y paisajes diferentes.
Las
tres cumbres más altas son el cerro Hueitepec, el cerro Ecatepec y el
Tzontehuitz. Cada uno de ellos requiere una jornada a caballo para ascenderlo.
Saliendo a las cinco de la mañana, se puede regresar en el día. El más alto es
el Tzontehuitz. El Hueitepec es el que queda más cerca de la ciudad y desde el
cual se tiene la vista más linda. De hecho ofrece una de las vistas más
maravillosas que se puedan encontrar. La vista alcanza hasta las montañas y los
paisajes de Guatemala, se puede ver el río de Grijalva, serpenteando leguas y
leguas a través del terreno, se ve la ciudad abajo, como si fuera una ciudad de
cuento de hadas.
Cerca
del cerro Ecatepec, en realidad, ya en su ladera, se puede ver en un lugar,
exactamente en frente de una caverna con una entrada muy profunda y vertical, un
curiosísimo encuentro de tres plantas, cada una de las cuales corresponde a otro tipo de clima. Estas
tres plantas se encuentran a sólo diez metros de distancia, una sobre la otra.
Abajo está el maguey, un agave presente en el centro de México y que corresponde
al clima subtropical; arriba hay una palmera, que corresponde a las plantas
tropicales y por encima un pino gigante, que es de clima templado. Lo más
curioso en este caso, es sin duda, la presencia de la palmera, a dos mil
quinientos metros sobre el nivel del mar.
La
cumbre del Tzontehuitz tiene una altura de 2850 metros, la del Hueitepec, 2700
metros.
A
pesar de que la zona está en el trópico, en las tierras altas se encuentran cantidades de árboles que pertenecen a otras zonas.
Habrá aquí un centenar de distintas especies de encinas; pero no la encina de
Europa Central. Los pinos alcanzan alturas de cincuenta e incluso ochenta
metros, y todos son derechísimos, como trazados con plomada.
En
esta rica zona maderera hay un solo aserradero en doscientos kilómetros a la
redonda. Pertenece a un europeo, pero en ella trabajan exclusivamente indios.
También los vehículos son manejados por maquinistas indios. Es difícil que
puedan subsistir otros aserraderos. El transporte de la madera desde esta zona a
la estación de trenes lleva más o menos el mismo tiempo que el transporte de
madera desde Suecia hasta México. Pero el país tiene otras zonas ricas en
madera, que están mejor situadas para el transporte. Por eso puede dejar
intactos por unos cuantos decenios más los tesoros que aquí descansan. Todos
estos estados del sur y del sureste de México, que hoy siguen sin contar con
medios de transporte, tienen una increíble riqueza en maderas finas y valiosas
de todo tipo, maderas para construcción y maderas nobles.
Cualquiera
que sea la dirección que se toma desde San Cristóbal Las Casas, la tierra y los
caminos son rojos, como si la tierra fuera de polvo de ladrillo. Esta tierra
contiene todo tipo de minerales y metales y nadie ha explorado todavía lo que
contienen las montañas de los alrededores. He visto grandes cantidades de carbón
fósil y lignito juntas. No está dicho que valga la pena la extracción. Habría
que encontrar rocas minerales con un contenido metalífero suficiente como para
hacer trabajar un alto horno en la misma localidad. También encontré mineral
plomífero, pero tampoco en este caso sé si valdría la pena construir una mina.
Donde hay plomo, frecuentemente hay plata e incluso oro en las cercanías. Pero
todo esto no lo digo para tentar a alguno, sino para dibujar el carácter del
paisaje. Porque un paisaje, en general, tiene el carácter que le da lo que lleva
en su seno. Si todo este valle rocoso junto con la ciudad un día fuera tragado
por la tierra, si un día de golpe surgiera en el centro un volcán que inundara
este valle encantador con lava incandescente, no creo, que me asombraría
mucho.
*
Una
tarde, al cruzar la plaza para llegar al correo, me llamó un señor, a quien la
noche anterior había exhaustiva y convenientemente - bueno, digamos nomás:
llegado a conocer, y me dijo: "Ud. se interesa por todo lo de aquí, no importa
de qué se trate."
"Sí",
le dije, "eso es cierto. Todo me interesa, sea ello interesante o
no."
"Bueno.
Muy bien. ¿Ha visto alguna vez vampiros?"
"¿De
cuáles me está hablando? ¿Bípedos, con falda y labios
pintados?"
"Ud.
parece realmente no pensar en ninguna otra cosa", dijo muy injustamente."No,
hablo de verdaderos vampiros, de esos que le chupan la sangre a los
hombres."
"Y
si de esos estaba hablando yo", le contesté.
"No,
chiste aparte. Yo hablo de vampiros, que parecen murciélagos. Se posan sobre el
cuello de los hombres cuando duermen y les chupan la sangre. Naturalmente no
toda, pero sí una buena cantidad."
"¿Y
de esos hay aquí?", pregunté.
"No
precisamente aquí en la ciudad, pero en los ranchos, allí puede verlos en
grandes cantidades, especialmente donde hay mucho ganado. Si a Ud. le interesa,
le puedo dar la ocasión de verlos. Mi hermano tiene un rancho hacia el lado de
San Bartolomé. Yo le doy una carta. Y él se alegrará de tener un huésped. Ud. se
podría quedar unos días y adquirir experiencia."
Cabalgamos
durante un día para llegar al rancho. Felipe me
acompañaba.
"Los
vampiros, de los cuales escribe mi hermano", dijo Don Rodríguez tras haber leído
la carta, "Ud. los verá en grandes cantidades."
A
la noche, estando sentados en la veranda delante de un buen Comiteco, Don
Rodríguez dijo: "Ahí, ahí, ya empieza."
A
unos veinte pasos de distancia estaba el corral , en el cual las bestias pasaban
la noche, para tenerlas a mano para ordeñarlas por la mañana. Y por encima del
ganado volaban los vampiros.
"Ve
Ud.", dijo el señor,"ahora le caen encima al ganado, mañana por la mañana podrá
ver dónde han chupado."
Yo
me he ocupado mucho de ganado y he visto muchas veces murciélagos, o, como la
gente dice aquí, vampiros, volando de noche sobre las bestias, pero nunca he
notado que estos vampiros le chuparan la sangre a las vacas. Pero es posible que
algo así sucediera aquí en Chiapas.
Mientras
cenábamos en una habitación grande del rancho con las puertas y ventanas
naturalmente abiertas, los vampiros volaban descaradamente por encima de
nuestras cabezas sin molestarse en lo más mínimo por nuestras
presencias.
Mi
anfitrión era soltero. El rancho tenía sólo dos habitaciones internas. Pero
alrededor de la casa había una gran veranda, que ofrecía suficiente espacio para
estar durante el día. La gente que trabajaba en el rancho, como así también la
cocinera india, dormían en chozas cercanas al rancho.
En
la habitación grande, en donde comíamos, había tres camas sencillas, en una
dormía Don Rodríguez y la otra, me la ofreció a mí. Yo había traído suficientes
sarapes. Felipe dormía en la segunda habitación.
En
la habitación en la cual dormíamos, en un rincón había un montón de maíz y en la
otra unos cien manojos de cebada sin trillar. Seguramente para que se secara,
pero no sé la razón. La puerta que conducía de la habitación en donde dormíamos
nosotros a la otra, era sólo un marco de puerta. Sin puerta. Y como la puerta
estaba exactamente en el centro de la pared, se formaba un largo corredor, de la
longitud de toda la casa. Mientras estábamos sentados a la mesa, los vampiros
volaban por este corredor.
Cuando
nos acostamos, Don Rodríguez me aconsejó que me cubriera bien la cabeza con el
sarape y que me envolviese en él, como lo hacen los indios, para que los
vampiros, cuando yo durmiera, no pudieran acceder a mi
cuello.
Le
pregunté si alguna vez había visto a un hombre, a quien un vampiro alado le
hubiera chupado la sangre. Me explicó que ver, no había visto a nadie, porque
todos se cuidaban mucho; pero que se sabía muy bien que los vampiros hacían
estas cosas, que toda la gente lo sabía y que muchas veces había oído de gente,
cuyo padre o madre había sido
atacado por vampiros. Y agregó, el hecho de que los vampiros se
prendieran del pescuezo de las vacas era la mejor demostración de que lo
hicieran también con los seres humanos, si encontraban la ocasión. Entonces
quise saber porqué toleraba los vampiros dentro de casa. Me dijo que no podía
espantarlos, que siempre encontraban agujeros por donde entrar y apenas se abría
la puerta por la noche, todos estaban adentro. Era en vano tratar de hacer algo,
no quedaba más remedio que protegerse con el sarape.
Una
vez apagada la luz, me quedé quieto, sin cubrirme la cabeza. Los vampiros
volaban en mayor número, ahora que la luz estaba apagada. Era una batalla
campal. Algunos animales volaban tan cerca de mi cara, que llegaba a percibir su
aleteo por el viento que me daba y, por supuesto, por el ruido. Pasaban cada vez
más cerca de mi cara y algunas
veces creí sentir un ala rozándome la frente. A ese punto me pareció prudente
cubrirme la cabeza con el sarape. Pero durante la noche me desperté y sentí que
el sarape se me había bajado hasta el pecho, porque evidentemente había sentido
necesidad de aire fresco. Enseguida me toqué el cuello, encendí un fósforo, pero
no vi sangre ni toqué ninguna herida.
A
la mañana fui con mi anfitrión a ver las vacas y me hizo ver tres animales que tenían pequeñas
heridas en el cuello, de las cuales salía sangre. Eran heridas de
mordedura.
"Ahí
lo tiene", dijo Don Rodríguez, "convénzase Ud. mismo, ahora terminará por
creerlo, ¿no?"
"Sin
embargo, sigo sin creerlo," contesté, "y antes de partir le demostraré que los
vampiros no chupan sangre de mamíferos, mucho menos de seres humanos. Sólo me
hace falta atar algunos cabos."
Don
Rodríguez tenía que hacer con la gente y yo aproveché para observar más
detenidamente la casa. Examiné la cebada que colgaba para entender para qué
estaba ahí y al golpear un manojo, salieron volando cientos de pequeñas
polillas, polillas de las larvas que se meten en los cereales. Después fui a
donde estaba el maíz, tomé un puñado y vi que estaba lleno de gorgojos. Los
vampiros no se habían alimentado de mi sangre durante la noche, de Don
Rodríguez, cubierto con la manta, tampoco habían chupado sangre hasta ahora. En
consecuencia, los vampiros se deberían haber muerto de hambre. Pero si aún
siguen vivos, y aumentan noche a noche, tal como lo afirmaba Don Rodríguez, es
que encuentran un alimento que prefieren a la sangre humana. Y este alimento son
las polillas y los otros insectos que había en cantidades industriales en estas
habitaciones. Pero si los vampiros cazan insectos, no tienen ningún interés en
morder un cuello, y un animal que se alimenta de insectos, ni siquiera tiene con
qué morder un cuello, mucho menos el pescuezo de una vaca, que tiene una piel
mucho más gruesa que el hombre.
Más
tarde esa mañana le dije a Don Rodríguez: "Ni bien haya sacado de la casa todo
el cereal y los otros productos que tiene para ponerlos en el granero y haya
fumigado bien la casa, para que desaparezcan las polillas, verá que no tiene más
vampiros dentro, créame."
"Puede
ser cierto", respondió pensativo, "pero los pescuezos mordidos de las vacas
demuestran que afuera seguramente tenemos vampiros, aunque quizás no en la
casa."
A
la noche, al entrar las vacas en el establo, las observé. Y muchas tenían
heridas de mordeduras en el pescuezo. Más que a la mañana.
"¿Ud.
sabe de qué tipo de mordeduras se trata?" le pregunté al propietario. "Son
moscas del café, nada más. Las conozco bien por propia experiencia. Son capaces
de abrirle un brazo. Y aquí en el pescuezo, es donde el animal menos se puede
defender. Aquí la mosca puede dar un buen mordisco y cuando se ha saciado, se
acerca otra y abre más la herida. No creo que muerdan también de noche. Pero la
herida está desde por el día, sólo que de noche otros insectos se acercan y la
vuelven a hacer sangrar. "
"Pero
mire ahí", dijo Don Rodríguez,"vea, apenas oscurece ya están los vampiros
volando por sobre los animales".
"Claro
que los veo. Pero no vienen por las vacas, sino por los mosquitos, por las
moscas y por los otros insectos que se prenden del ganado y que los vampiros
atrapan cuando levantan vuelo. Estos insectos son el mejor banquete para los
vampiros, porque están bien repletos de la sangre de las vacas. No se lo puede
tomar a mal a los vampiros que prefieran estos mosquitos gordos a los mosquitos
flacos y secos que no anduvieron sobre las vacas. Y observe bien las vacas. Si
verdaderamente los vampiros les chuparan la sangre, se comportarían de otro modo
con ellos; porque un animal conoce mucho mejor a sus amigos y enemigos que
nosotros." Don Rodríguez había escuchado todo en silencio, mientras una y otra
vez volvía la mirada hacia las vacas y los vampiros que las sobrevolaban.
Finalmente dijo: "Estoy por creer que Ud. tiene razón. Yo ya había notado que la
mosca provoca grandes heridas cuando muerde en el pescuezo, y creo, en efecto,
que sean sólo estas indignas moscas grandes las culpables. Entonces, si las
cosas son como Ud. dice, habría que ver a los vampiros como
amigos."
"Ud.
ha dicho lo justo", contesté, "y ahora le aconsejo además que no se cubra ya la
cabeza, tanto como para descubrir la verdad. Y llámeme mentiroso si quiere, si
alguna vez se despierta a la mañana con un mordisco en el cuello. Y si esto
alguna vez fuera a suceder realmente, uno nunca sabe qué es lo que puede entrar
sigilosamente en la casa, no busque un vampiro si quiere encontrar un mordedor
de cuellos. "
Y
así fue que a la mañana siguiente bien temprano me fui, sin haber podido ver
auténticos vampiros. Yo no creo que los haya. Pero muchos viajeros pudieron
condimentar de lo lindo sus relatos gracias a las largas y truculentas historias
de vampiros chupadores de sangre.
*
En
México existe una araña grande. Su tamaño es aproximadamente el de la mano de un
hombre, la cabeza tan gorda como la yema del pulgar. Su cuerpo está densamente
cubierto de pelos marrones. El animal vive bajo los cantos rodados y en la
tierra en corredores cavernosos. En realidad es una tarántula. Se alimenta de
insectos, a los que acecha y atrapa de un salto. Salta muy bien y a gran
distancia y es admirable como trepa
a los árboles. Cuando trepa hace un ruido como un crujido, seguramente
debido a que engancha y desengancha velozmente sus patas en la corteza del
árbol. El animal tiene realmente un aspecto impresionante y, siendo así, ideal
para asustar y horrorizar a los hombres.
Toda
la gente a la que pregunté, europeos y mexicanos, declaraban abiertamente
tenerle mucho miedo al animal. Un finquero americano me dijo que esta araña es
capaz de matar a un caballo. Cuando le pregunté si también es dañina para el
humano, me respondió: "¡Pero si le dije que es capaz de matar a un caballo!" Con
esto quería aludir a que conocía este hecho, y que, si esta araña mata a un
caballo, seguramente podría causar daño físico a un hombre. Pero no podía
citarme ningún caso preciso, y hasta ahora yo no he encontrado a nadie que me
pudiera confirmar, por saberlo o por haberlo observado, que esta araña o
tarántula hubiera matado a un caballo. Una vez he encontrado a un americano, al
que esta araña supuestamente había mordido en la muñeca, mientras estaba
hachando leña. Enseguida se vendó el brazo, fue rápido a su casa y empapó la
herida con alcohol. Dice que el punto, donde supuestamente la araña lo picó, se
hinchó un poco, pero que no tuvo ninguna otra reacción.
No
está dicho que esta araña pueda traspasar la piel del hombre, pero es posible.
Varias veces conseguí atrapar una araña de éstas viva y tenerla viva varios
días. El primer día le daba arañas que viven en la corteza, que devoraba
ávidamente. Después de varios días dejaba de comer. Un gran escorpión negro que
le puse al lado se interesó tan poco por ella, como ella por él. Como vivía
completamente solo en la selva en un rancho abandonado, no quería hacer el
experimento de dejarme morder por la araña para ver qué pasaba, ni tampoco de
colocarla sobre mi piel para ver si mordía o no, o si mordiendo lograba herir mi
piel.
A
veces, en los pastizales, se pueden ver caballos o mulas, que presentan, sobre
el casco, una herida en forma de anillo estrecho, que rodea todo el pie. El pelo
está como rasurado, la herida es del ancho de un dedo, después de un rato se
vuelve purulenta y en muchos casos el caballo o la mula pierden el casco, que se
pela, pero que, si uno cura al animal, pronto vuelve a crecer. Mientras dura la
enfermedad, el animal no puede trabajar.
Toda
la gente que en México trabaja en la agricultura, afirma sin excepción, que es
esa araña grande marrón, la que provoca la enfermedad del casco. Todas las veces
que alguien me contaba esto, yo lo discutí. Pero nunca pude hacer aceptar mi
opinión. La culpable era la araña y no había nada que
hacer.
Así
fue que intenté llegar a conocer el origen de la enfermedad del casco, porque
sospecho que de esto haya nacido la idea de que la araña pueda matar a un
caballo. Porque hay casos en que un caballo se muere de esta enfermedad, porque
ya no puede ir a beber o porque no puede pastar. Quizás también a causa de
complicaciones en la evolución de la enfermedad.
Me
han dicho que la araña se prende del casco del caballo o de la mula y que come
ese anillo alrededor del pie. La prueba sería que cuando se excavan las cavernas
de esa araña se encuentran los pelos rasurados del pie del caballo. Reconozco
que en las cavernas de esa araña se encuentran pelos, pero dudo que sean los del
caballo. Los pelos que cubren el cuerpo de la araña, son, observando
superficialmente, muy parecidos a los pelos cortos de una pata de caballo. Antes
de creer que esos pelos encontrados en la caverna de una araña sean de caballo,
los examinaría muy bien.
¿Y
por qué la araña habría de rasurar los pelos del caballo? Dudo que un insecto
necesite acolchar su caverna. El insecto no lo necesita. Los pelos que se
encuentran en la caverna son seguramente -y un esmerado examen lo confirmaría-
los pelos que la misma araña pierde o cambia.
Es
posible que una araña tan grande con sus tenazas pueda arrancarle pelos a un
caballo, pero dudo que lo haga. Se plantea la cuestión: ¿cómo hace la araña para
llevar los pelos a su caverna? No tiene bolsillos y sólo puede llevar los pelos
entre sus dos tenazas. Aun cuando se llevara los pelos, sólo podría llevar
pocos. Tendría que volver, para cortar los restantes y volverlos a llevar. Y
ningún caballo o mula se queda quieto esperando el regreso de la araña. El
caballo se aleja, quizás trotando y cuando la araña regresa posiblemente esté a
cien metros o más. La araña tendría que estar provista de fuerzas misteriosas
para encontrar rápidamente al caballo. Y como sólo puede transportar el pelo de
a mechones, debería regresar unas veinte o quizás cincuenta veces a lo del mismo
caballo. Es cierto que puede ser que la araña corte sólo un mechón y que luego
instile algún tipo de sustancia venenosa, como consecuencia de la cual se
formara el anillo. Pero no creo que en ese caso el anillo pudiera formarse en
forma tan perfecta alrededor del casco.
Y
algo más. Los caballos, las mulas y los burros son extraordinariamente sensibles
en las patas y en las articulaciones. Apenas el animal siente en sus
articulaciones algo extraño o un dolor, empiezan a patear y a golpear con el
miembro afectado. La araña soltaría enseguida ante la fuerza del golpe y sería
pisada. Si la araña no se cayera por estar fuertemente prendida, el caballo se
pondría más nervioso; se revolcaría pateando fuerte contra el suelo, con lo cual
la araña, que es muy grande, terminaría seguramente aplastada. El caballo siente
la más leve cosquilla en la articulación, así que, aun si la araña no provocara
ningún dolor al morder, bastaría solamente la cosquilla para que el caballo
empezara a patear y a dar coces. Pero aparte de todo esto, no creo que la araña
sea capaz de arrancar a mordiscos los pelos del caballo, no creo que se los
pueda llevar y que tenga algún interés particular en pelos de caballo o de mula.
Si realmente le sirvieran para algo los podría juntar del pastizal con menos
trabajo y menos riesgo para su vida.
Tal
como en el caso de los murciélagos, es sólo el horror que produce el
impresionante aspecto del animal, lo que lleva a la gente a endilgarle acciones
horrendas. Porque el hombre tiende a derivar hechos impresionantes de aspectos
impresionantes. Puede ser que esto sea así entre los humanos, que quien tiene un
rostro rudo y salvaje realmente tenga intenciones crueles y pérfidas. Pero no
podemos medir a los animales con la misma vara, porque el animal tiene el
aspecto más adecuado a la supervivencia de la especie. Así como hasta el día de
hoy no he encontrado a nadie que haya visto con sus dos ojos a un vampiro en el
cuello de un hombre o en el pescuezo de una vaca, tampoco he encontrado a nadie
que haya visto a un araña prendida de la pata de un caballo o de una mula. Y aun
si así fuera, la razón sería otra. Seguramente la herida habría atraído moscas y
otros insectos, objetos de interés de la araña. Durante el día hay bandadas de
pájaros sobre las vacas, sentados en sus lomos, prendidos de sus patas o incluso
trepándose por el rabo. Lo hacen para sacar las gordas garrapatas, metidas en la
piel de las vacas. Estas garrapatas pueden tener el tamaño de una avellana. Las
vacas están bien contentas del servicio y se quedan quietas, ni siquiera mueven
el rabo y cuando un pájaro anda por sus patas, no mueven ni un músculo para no
espantarlo. Si uno llega a ver en la articulación del pie de un caballo esa
araña enorme e impresionante, sin que el caballo patee o dé coces, uno puede
estar seguro de que la araña está haciendo algo que al caballo no le hace
daño.
Es
posible que esta araña grande sea un insecto venenoso, pero no es la culpable de
la herida anular, purulenta en la articulación del pie de un caballo. Su causa
es bien otra. Pude observar la evolución de la enfermedad en mis propios
animales y en los de un vecino indio. El indio no mencionó ni una vez que fuera
la araña la causante, aunque, justo ahí, donde solía estar su caballo, yo cacé
un ejemplar.
Esta
herida anular se ve sólo durante el período de lluvias, no la he visto nunca en
otros momentos. Además se presenta sólo en el caso de caballos o mulas que
trabajan durante dicho período. Después de un fuerte chaparrón tropical, el
suelo queda totalmente reblandecido y se convierte en una arcilla
extraordinariamente espesa. Es como si estuviera mezclada con cemento. Esto es
debido a la cal, que en algunas zonas es abundantísima y mezclada con la arcilla
mojada se vuelve sumamente dura y pegajosa. Si uno tiene que transitar por un
camino así, no es raro hundirse hasta las rodillas. Se requiere una gran fuerza
para volver a extraer el pie, porque entretanto también el otro pie se ha
hundido. Por eso es muy peligroso andar solo por esos caminos, porque uno se
puede quedar atascado. Es preferible sacarse las botas y andar descalzo, que así
es más fácil sacar los pies del barro.
Habitualmente,
llevando botas anchas y resistentes para ir por caminos conocidos uno se hunde
con cada paso sólo hasta un poco más arriba del tobillo. Tras pocos pasos uno
tiene pesados terrones en los pies, que impiden continuar la marcha. Para evitar
quebrarse los pies, hay que quitar los terrones. Pero son tan duros y están tan
pegados, que uno no los puede sacudir o limpiar fácilmente, sino que hay que
emplear un machete o un cortaplumas fuerte para cortar ese terrón duro y
pegajoso que está debajo de la suela de la bota. Yendo a pie uno puede elegirse
un poco el camino, saltando de piedra en piedra o buscando partes menos
arcillosas.
¿Y
el caballo que tiene que andar por estos caminos con un jinete en el lomo? Si el
hombre se hunde con sus anchas botas en el lodo, ¡ cuánto más un caballo! La
mula se hunde aún más fácilmente porque tiene los cascos más pequeños; y peor el
burrito con sus cascos delicados. Por eso es que es imposible hacer caminar aquí
un burro. Se niega, porque sabe lo que significa. La mula es más voluntariosa.
El caballo no tiene ninguna opinión propia, se larga y
listo.
Tras
varias marchas por estos caminos, se puede observar que el caballo o la mula no
tienen más pelos en la parte que queda inmediatamente sobre el casco. Rodeando
el casco hay una herida anular del ancho de un dedo. Cada día que el caballo
tiene que trabajar por estos caminos, la herida empeora y se ensancha. Pero no
más de dos dedos, porque más arriba la articulación se adelgaza y allí la
arcilla no toca, porque el agujero ha sido hecho con el casco, que es mucho más
ancho. Pero es justamente en el borde del casco, donde la piel, para recubrirlo,
sobresale más. Es este reborde de piel el que se gasta cuando el animal hunde su
pata en el lodo. Esta arcilla contiene arena, pequeñas piedritas, costras
endurecidas y así es lógico que a cada paso, la piel se gaste más y más, pero
sólo en ese anillo del ancho de un dedo.
Cuando
el animal llega a la casa, se lo desmonta y va a pastar. Las patas, el casco y
las articulaciones están llenos de arcilla, pero nadie piensa en lavarlo o en
examinar el estado del casco.
Al
día siguiente el animal tiene que volver a trabajar en caminos iguales o
parecidos. A la noche otra vez las patas se quedan llenas de arcilla, sin que
nadie las revise. Hasta que una mañana, si el animal por la noche ha raspado la
costra de arcilla o si la lluvia la ha lavado, el propietario ve la herida
anular. Y como él no revisó el animal la noche anterior, la culpa es de la gran
tarántula que por la noche lo mordió. Porque alguna causa tiene que tener esta
extraña herida. Como no hay forma de tomarle declaraciones a la araña, se la
condena en contumacia.
Estas
dos cosas, la acusación de los murciélagos y la de la tarántula, las conté para
mostrar con estos dos ejemplos, que los finqueros de un gran país tropical son
tan supersticiosos como los campesinos de la Europa Central, que sin pensar dos
veces creen toda tontería y prejuicio, tal como la mayoría de los hombres, por
pura comodidad y pereza mental, prefieren apoyarse en prejuicios que en hechos
objetivos. Por palpable que sea una tontería o una mentira, se la cree, basta
que se la envuelva en misticismo. Y, de hecho, parece ser un defecto del cerebro
humano el que lleva a los hombres a lanzarse con más ánimo y valor unos contra
otros cuando se trata de defender tonterías evidentes pero envueltas en un halo
de misterio que por verdades crudas y llanas.
24
En
una auténtica tierra del sol todo prospera y vive sin cesar. Morir y fenecer no
cuentan. La tierra nunca tiene la blanca mortaja del norte, ni los árboles
pelados, desolados del invierno dominando el paisaje como escobas enhiestas. La
sublime sencillez de este blanco silencio del norte con su belleza calma y
simple y su poesía tantas veces bienhechora, le falta a la tierra del sol. En el
norte, esas dos o tres semanas cuando el invierno empieza a ceder ante los
primeros, suaves soplos de la primavera, cuando las pequeñas hojitas verdes por
la noche hacen estallar los capullos, las primeras campanillas de nieve levantan
temerosas sus cabecitas y resuena en el aire el primer alborozo de los pájaros
que regresan, todo eso falta aquí, en la tierra del sol. Y sin embargo: no se
añora. Lo añora en un momento de melancolía sólo quien se ha criado en el norte,
en el campo. Quien ha pasado su juventud en las callejas del proletariado de
Chicago, de Detroit, de Pittsburg, no conoce la primavera boreal, no la puede
añorar. Los sentimientos hacia la primavera y hacia los silenciosos paisajes
invernales, no son sentimientos auténticos, están enraizados en un
sentimentalismo, que durante generaciones fue insuflado al hombre nórdico, con
la ayuda del aflautado gimoteo de los minnesínger que, en realidad, eran bien
robustos y nada sentimentales, con ayuda del floripondioso clarinete del
pastorcito del Tannhäuser y todos sus compañeros de arte en óperas, novelas y
poemas. Quien ha nacido en esta tierra, siente horror del invierno nórdico, que
lo persigue como una pesadilla espantosa. El hijo de la tierra del sol no ve en
la primavera nórdica la poesía sentimental del nórdico, quien en la primavera no
hace más que saludar el próximo verano. Una criatura humana de estas latitudes
sólo ve los cambios de temperatura imprevisibles, las amenazadoras heladas
nocturnas, los gélidos días de lluvia de la primavera nórdica. Tiene una actitud
completamente distinta frente a la naturaleza, enraizada en la estabilidad de
las estaciones, que sólo varían muy poco en sus manifestaciones externas
.
Durante
todo el año cantan los pájaros, aunque las especies que cantan cambian casi de
mes a mes. Siempre hay algún tipo de flor, arbusto o árbol floreciendo, pero
cada mes es otro. También aquí los árboles pierden sus hojas, pero nunca quedan
pelados, porque mientras una parte de las hojas se seca, otra está saliendo de
los brotes y otra más está en su esplendor. Algunos árboles no cambian las
hojas, sino la corteza. Conozco un solo árbol que pierde todas las hojas, pero
entonces está tan cubierto de manojos de flores rojas, que parece un enorme
ramo. En los limoneros se pueden ver, contemporáneamente, flores, frutos a medio
madurar y otros ya bien maduros. Una de las flores más lindas, una estrella
blanca de cinco pétalos, de unos doce centímetros de diámetro, florece sólo
después del anochecer. La flor florece durante toda la noche, espléndida y
radiante, que aunque la luna no haya salido, se la ve descansando en el suelo
como una brillante estrella blanca que hiende la densa oscuridad de la noche.
Poco antes del amanecer muere, se retrae en un pequeño nudo. Florece una sola
noche y después muere para siempre.
Aun
cuando en este país los mamíferos y las aves presenten una gran riqueza y
variedad de especies, una belleza y características particulares, no hay
comparación con los insectos.
Entre
todos los seres que pueblan esta tierra, los insectos son los más antiguos y los
más desarrollados. Los insectos presentan un grado de desarrollo mucho más
avanzado que un ser humano o
cualquier mamífero. El hombre supera a los animales solamente en razón de
su cerebro. Pero aquellas tareas que el hombre realiza gracias al cerebro, el
insecto las cumple con otros medios, cuyo efecto y eficacia en la vida superan
ampliamente al cerebro humano. El hombre inventó y construyó el ferrocarril, el
auto, el telégrafo, el avión, no porque tiene un cerebro o tal vez, por ser un
muchacho tan astuto, sino porque los necesitaba. El ferrocarril no fue inventado
por un hombre, sino por cien mil hombres, de los cuales cada uno contribuyó con
una pequeña parte. La idea básica del ferrocarril es el primer tronco de árbol,
sobre el cual se transportó rodando una carga. Una vez descubierto que se podía
desplazar rodando una carga sobre un tronco de árbol, lógicamente tenía que
seguir el tren, era sólo cuestión de tiempo. A partir del antiquísimo barrilete
de papel, que sube por los aires sujeto de un piolín se tenía que llegar, a
través de la acción combinada de las ideas y trabajos preparatorios de cien mil
hombres, lógicamente al avión. No es que
hoy la técnica avance tan rápidamente porque nosotros seamos gente muy
inteligente, sino porque a través de periódicos, libros y la rápida trasmisión
de ideas y pensamientos, somos más veloces y reunimos más rápidamente nuestras
ideas con las de otros. El primero que logra reunir estas cien mil ideas
distintas, es festejado como inventor. Todo hombre vivo, todo hombre que ha
vivido contribuye con algo a lo que crea un genio. Un hombre solo puede
descubrir por casualidad o jugando cómo se puede obtener hierro maleable a
partir de un trozo de mineral de hierro. Pero para construir una máquina de
vapor, se necesita el concurso de las ideas de varios millones de personas. Cada
una aporta una pequeñísima idea, que también puede surgir del cerebro de una
abeja o de una hormiga. Quien haya tenido la primera idea de hacer un tornillo
no es el mismo a quien se le habrá ocurrido por primera vez hacer una tuerca,
quien tuvo la primera idea de un cilindro de vapor, no es el mismo que pensó en
cerrarlo bien para que el vapor se quedara dentro. Quien viviera completamente
fuera de la humanidad, corporal y espiritualmente, no vería en la humanidad más
de lo que nosotros vemos en un hormiguero. Visto objetivamente -si es que se
puede- no hay ninguna diferencia entre la hormiga y el ser humano. La diferencia
que vemos, o que creemos ver, es puramente subjetiva. La mayoría de los insectos
ha alcanzado el estado de
desarrollo más avanzado, un estado de desarrollo y de perfección, que el hombre no
alcanzará nunca o, recién dentro de billones de años. Lógico, porque el insecto
tiene un billón de años más que el hombre.
En
ninguna otra parte se pueden observar tan bien los insectos como en un país en
el que no descansan nunca, porque no hay invierno. La abeja laboriosa es más
perezosa que el más indolente de los hombres que jamás haya conocido. Como
consecuencia de una división del trabajo perfectamente organizada puede
permitirse una vida con poco trabajo y esfuerzos. En comparación, la empresa
industrial mejor organizada de una sociedad capitalista moderna parece tan torpe
y grosera como si hubiera sido creada por criaturas con una sola célula
cerebral. No tiene sentido llamar reina a la reina de las abejas; porque no
tiene nada que mandar y nada sobre lo cual reinar. La reina no es otra cosa que
una incubadora criada con habilidad, que no posee ni capacidad para pensar ni
para trabajar. No es ella quien ordena el pavordeo, sino que es arrojada del
panal y dirigida por las obreras, porque ella no tiene ninguna iniciativa. Las
abejas que se crían aquí, se multiplican en tal medida que el apicultor no puede
mantener los panales. Si se empieza con 10, después de dos años de cuidados, uno
se encuentra con ciento veinte. Hay años en que uno puede sacar en sólo catorce
meses ciento veinte panales de los diez iniciales. En cuatro años se pueden
llegar a tener dos mil panales. Los pequeños finqueros de aquí matan a todas las
abejas de un panal para extraer la miel, e igual se quedan con suficientes
panales.
He
observado hormigas que en sus hormigueros están criando una especie particular.
Esta especie es un poco más grande que la hormiga del hormiguero, pero tiene
tenazas enormemente desarrolladas. Si una hormiga común ha encontrado algo que
todavía vive y se puede defender contra las hormigas comunes, vuelve al
hormiguero y poco después aparecen las hormigas criadas con las grandes tenazas
que dominan la presa. Estas hormigas de cría también son llamadas al trabajo
cuando hay que cortar pequeñas hojas duras o ramitas duras o para cargar con
cosas que sólo pueden ser sujetadas con las tenazas. Esta hormiga es capaz de
apresar grandes cargas con sus pinzas, pero no tiene suficiente fuerza para
transportarlas. Yo había observado que, cuando había maderitas o animalitos
gruesos que llevar al hormiguero, esta hormiga de grandes tenazas, lo levanta
mientras las hormigas comunes se apretujan debajo de la carga para llevarla al
hormiguero empujando, levantando, tirando. Sin esas tenazas que levantan y
dirigen la maderita, las hormigas más pequeñas no hubieran podido llevarla al
hormiguero. Por alguna razón necesitaban esa maderita, de ese tamaño, porque de
lo contrario habrían usado muchas maderitas pequeñas. La hormiga grande no hace
otros trabajos. Descansa en el hormiguero o pasea cerca, sin tocar el trabajo.
Sólo se la convoca para trabajos especiales. El hombre tuvo que inventar y
construir grandes grúas, la hormiga las construyó de otro modo, he ahí toda la
diferencia. Nosotros aún no hemos aprendido a criar personas con un cuerpo o
brazos largos o con patas grandes y duras como el hierro, que puedan ser usados
en lugar de las grúas. Si bien ya hemos logrado hacer de las vacas máquinas de
producir leche que respiran, quedamos muy por debajo del nivel de las hormigas
en este aspecto, que han criado animales de los que pueden ordeñar azúcar, leche
y alcohol. He visto poblaciones de hormigas, en las cuales hay cinco especies
que viven en el mismo hormiguero. No se trata de ejemplares altamente
desarrollados de la misma especie, sino que son especies completamente
distintas, que se han unido
formando una confederación del trabajo, para facilitarse la vida. Cada
una de estas especies tiene su aspecto, sus características, cada una un modo de
vivir. Con esta confederación del trabajo o con la sociedad de naciones
económica, el hormiguero común se beneficia de las particulares capacidades de
cada una de las cinco naciones. Porque cada una de las naciones sabe hacer algo,
que la otra no sabe. A través de esta confederación, el pueblo así reunido, es
cinco veces más fuerte económicamente que cualquier otro pueblo no federado.
Unos tienen la capacidad de morder las pequeñas hojas verdes de los arbustos y
de transportarlas frescas sobre sus cabezas al hormiguero. Después se las
prepara como alimentos por putrefacción, fermentación y tratamiento con jugos.
De esto se ocupa otra especie. Una especie se ocupa sólo de la construcción,
mientras otra trae el alimento. En el hormiguero cada especie vive por cuenta
propia y cada una tiene guarderías independientes. Cada una de estas especies se
ven viviendo también en sus propias poblaciones. Pero esta unión confederada
parece ser una nuevo estadio de la evolución, que, por ahora, se da en casos
aislados.
Ciertas
hormigas migran frecuentemente y emprenden grandes migraciones hacia nuevos
sitios. Las migraciones comienzan poco antes del ocaso, duran una o dos horas,
tras lo cual se descansa hasta la noche siguiente. Antes de que llegue la
caravana, vienen las tropas de vanguardia, generalmente compuestas por grandes
ejemplares. La caravana generalmente tiene el ancho de treinta a cincuenta
centímetros. A los lados va acompañada por ejemplares fuertes que caminan muy
rápido, que corren hacia adelante y
hacia atrás ordenando la caravana. A veces uno encuentra otra especie en medio
de la caravana. A veces es escuchan opiniones, según las cuales, las hormigas
tendrían poblaciones esclavizadas que usan para trabajar a sus órdenes. Pero se
trata seguramente de excepciones. Estas poblaciones se unen por simples motivos
de oportunidad, porque se necesitan mutuamente. Siempre me ha parecido necio
transferir a los animales las formas de gobierno humanas y las opiniones humanas
sobre dominadores y dominados. Que entre los hombres haya dominadores y
dominados, opresores y oprimidos, ricos y pobres, sólo demuestra que la
humanidad se encuentra en el estadio inicial de su evolución civilizadora.
Porque el estadio superior de la civilización es una colaboración cooperativa de
todos los individuos con la finalidad común de mantener y perfeccionar la raza
humana.
Esas
migraciones de las hormigas a veces
atraviesan la casa. Me sucedió varias veces en mi rancho. Nada detiene a estos
animalitos, ni matarlos ni regar el camino de petróleo. No hacen más que un
pequeño desvío, pero a mayor razón pasan por la casa. Pasan sin tocar nada
generalmente. Uno se puede sentar al lado de la caravana, es raro que un
animalito se pierda. Según la cantidad de población, la caravana tarda una a dos
horas, a veces sólo media hora. Hay siempre algunos retrasados que parecen tener
dificultades para seguir. Puede suceder que al día siguiente o tras varios días
sigan otras migraciones, que generalmente eligen el mismo camino que tomó el
primer grupo. Afuera es fácil seguir el camino que ha tomado la migración, si el
suelo es arenoso, porque estos
millones de animales se hacen una verdadera calle, fácilmente distinguible del
terreno circundante.
La
cantidad y variedad de arañas es impresionante. Sólo pocas especies tejen telas,
la mayoría de las arañas saltan, esperan la presa al acecho y luego la asaltan.
Estas arañas son animales extraordinariamente valientes. Si uno las provoca por
un largo rato son capaces de saltar directamente a la cara. Asaltan insectos
tres a cinco veces más grandes que ellas.
Estas
salticidas son generalmente animales diurnos, porque necesitan ver. He observado
que tienen una vista excelente y muy aguda; fácilmente ven un pequeño insecto a
más de dos metros de distancia. Quizás puedan ver a distancias
mayores.
Las
arañas que tejen su tela de día,
son muy bonitas. De hecho, a veces parecen elfos de cuentos de hadas. Las
hay doradas, verde brillantes, azules, rojas y multicolores. Todas estas arañas
tejedoras diurnas tienen un color metalizado brillante, que posiblemente sea un
buen color de protección contra el ardiente sol tropical. En general son de
estructura grácil, pero las hay también más robustas. Pero ninguna es
verdaderamente grande. Las telas que tejen son extraordinariamente finas y
parejas. Algunas especies bordan una forma de cuatro rayos, creando telas muy
bellas. Claro que no lo hacen por razones estéticas, sino para dar una mayor
resistencia a la red que de por sí es muy delicada.
Las
arañas que tejen sus telas de noche, constituyen la mayoría. Comienzan a tejer
cuando oscurece completamente. Frecuentemente las redes son muy grandes. He
medido telas de un metro y medio de diámetro. Son telas muy fuertes. Si uno se
topa con una tela apenas tejida, rebota de tan fuerte y elástica que es. Los
hilos son fuertes como delgados hilos de seda. Las telas resisten la tormenta
más fuerte. Antes del amanecer, frecuentemente ya a las dos de la mañana,
especialmente cuando hay mucho rocío y la caza ha sido buena, la araña lleva un
considerable insecto cazado a su rincón, vuelve y enrolla la tela. Deja el rollo
de hilo colgando y se oculta en su rincón, donde pasa el día inmóvil. Durante el
día está como rígida. Si uno la saca de su rinconcito y la pone al sol, se queda
inmóvil hasta que llega la noche. En el lugar, en el que tenía su tela, deja un
hilo maestro, el hilo principal para, a partir de éste, poder reconstruirla
fácilmente .
En
la estación de los amores algunas arañas le llevan a la hembrita que cortejan
todas las mañanas un insecto de
regalo, que la hembra acepta. En la mayoría de las salticidas el macho es más
pequeño que la hembra. Como he observado, en muchas especies la hembra devora
-de pura pasión- al macho
inmediatamente después del apareamiento. Creo que la concepción quizás recién se
complete tras ese pequeño desayuno.
Entre
los insectos más interesantes que pude observar, seguramente se encuentran dos
avispas, una azul y una amarilla. Tienen un modo de vida similar. Estas avispas,
tanto la azul como la amarilla, miden unos cuarenta milímetros de largo. Con una
mezcla de arcilla húmeda y cal forma una masa que pegan a las paredes y al techo
dentro de las casas. Pegan esta masa en todas aquellas partes que le ofrecen
protección. La he encontrado tanto en un pantalón colgado como en una toalla que
no había usado por varios días.
Esta
masa está formada por tubos, uno puesto junto al otro. Cada uno tiene unos
treinta y cinco milímetros de largo y un diámetro interior de aproximadamente
nueve milímetros. La avispa canta alto y alegre mientras construye estos tubos.
Pero en otras ocasiones no se la escucha. Estos conductos y la entera masa son
duros como el más duro de los cementos armados. Si durante la construcción uno
rompe una y otra vez un pedacito apenas construido, cuando la avispa regresa con
más mezcla hace un escándalo bárbaro, anda como loca por la habitación como
buscando al malhechor. Es extraordinariamente laboriosa y la construcción
procede a gran velocidad. A veces tiene que volar unos cientos de metros hasta
el lugar en donde prepara la mezcla.
Ni
bien ha terminado un tubo, caza pequeñas arañas, que sabe encontrar y atrapar
con gran habilidad. Pincha a cada araña, pero no la mata. La araña se mantiene
viva, aunque inconsciente e inmóvil. Después, la avispa la mete en el cañito.
Una y otra vez vuelve con una araña. Y cada una va a parar dentro del tubo. En
la araña más gorda, la avispa pone el huevo, y esta araña es colocada abajo de
todo o en el centro. Cuando el cañito está lleno de arañas, lo cierra y la
avispa emprende la construcción de otro tubo, donde repetirá la
acción.
Cuando
la masa tiene suficientes cañitos y la avispa ha puesto todos sus huevos, cada
uno en un cañito, sale a divertirse. Innumerables veces he examinado y abierto
estas construcciones. En cada tubo había unas veinte a veinticuatro arañas
amontonadas. Todas estaban vivas, porque eran carnosas y no estaban secas, y si
les hacía cosquillas durante un buen rato, reaccionaban levemente; sus patas se
movían con soltura. Estaban sólo en estado inconsciente. Nunca logré, ni
siquiera con grandes cuidados, que una araña volviera a la vida. Ni bien sacaba
la araña del tubo y la dejaba al contacto con el aire, quedaba unos dos o tres
días en estado inconsciente, tras lo cual empezaba a
secarse.
El
huevo puesto en la araña más gorda, colocada en el centro del cañito, se
desarrolla en unos días hasta convertirse en gusano. Este gusano se come a la
araña. Una vez que ha comido la araña, en la cual había sido puesto, ataca a la
siguiente araña y la devora. Así pasa de una araña a la otra, hasta haber comido
las veinte o veinticuatro, que su previsora y laboriosa madre ha metido en el
cañito. Una vez devorada la última, el gusano se habrá convertido en avispa casi
adulta. Roe la tapa del conducto, cantando tan alegremente como su madre durante
la construcción, se alisa las alas en el delgado borde, se limpia las antenas y
la cabecita con las patas delanteras, como para presentarse al mundo prolijita y
sale volando. Hasta ahora no he podido comprobar de qué se alimenta la avispa
adulta, es posible que se trate, como en el caso de las otras avispas, de miel y
néctar.
¿Cuántos
millones de años habrán cooperado en la evolución de esta avispa? ¿Qué
importancia le otorga la naturaleza a esta avispa, para desarrollar en ella
tantas capacidades hasta una tal perfección?
25
Una
tarde regresando de una cabalgata por las montañas, Felipe, que iba al lado mío
con la cámara, dijo: "Oiga Ud., patrón, creo que hacia fines de la semana que
viene, comenzarán las grandes lluvias. Si Ud. quiere ir a la estación, va siendo
hora, sino tendremos que quedarnos aquí unas semanas más, porque durante la gran
lluvia y después, los caminos son intransitables. Y podría quedarse atascado en
medio del camino."
El
consejo de Felipe me venía bien en todo sentido. En realidad yo ya tenía la
intención de partir, porque ya no había casi nada nuevo para ver. No es que
quiera decir que no quedara más nada. Porque donde la naturaleza es tan rica
como aquí, cada día hay algo nuevo, que nunca antes se ha visto u observado. En
este país he recorrido ciertos caminos diez o aun cincuenta veces, y cada vez
veía algo que nunca había visto
antes.
Pero
las historias, que me contaban todas las noches, ya las podía repetir de
adelante para atrás. Las risas, siempre en el mismo pasaje y siempre en el mismo
pasaje la exclamación: "¡Horroroso! ¡Espantoso!" Y siempre asociando las mismas
ideas, se decía: "¡Este país va cuesta abajo!" Y cada noche, cuando me topaba
con algún señor, me sofocaba
exclamando: "¿Ud. ya conoce la aventura de Don Pacino. Se la tiene que contar él
mismo. Nadie la sabe contar como él." Pero la aventura ya la había escuchado
unas dos docenas de veces, contada por todas las personas que encontraba, y el
mismo Don Pacino ya me la había contado seis veces. ¿Se habría olvidado de que
ya me la había contado tantas veces,
o creería que yo me la había olvidado? No lo sé.
Y
algo así tiene un efecto demoledor para el bienestar de una persona no
perfectamente integrada en este círculo.
Lo
que se encuentra en todas partes, también en los países europeos, también lo
encontré aquí. Las familias asentadas apenas habían echado un vistazo a la
grandiosa belleza de los alrededores de su ciudad. Mucho menos habían visto algo
de las increíbles bellezas del estado de Chiapas. No abandonaban nunca los muros
de la ciudad, apenas si iban a hacer alguna excursión al valle. Conocí hijas
bien educadas y cultas y mujeres de
las antiguas familias distinguidas, que nunca habían salido de la ciudad, y que
nunca habían visto un tren con sus propios ojos, si bien estuvieran muy bien
informadas sobre la moda y la vida artística de Ciudad de México, París, Madrid,
Nueva York, San Francisco y sabían muy bien qué andaba pasando en el mundo. De
ninguna manera se habían vuelto pequeño burguesas o provincianas. Pero un viaje
a Ciudad de México cuesta una fortuna y si los autos no pueden llegar a la
estación, las damas tienen que cabalgar unos doscientos cincuenta
kilómetros o hacerse llevar en
literas por los indios. Para damas cultas seguramente es una tortura pernoctar
en una primitiva hacienda (N.d.T. en el original "Hazienda") del camino, aunque
estas damas, si hace falta, lo cual sucede a menudo, saben resistir como las
robustas mujeres de los pioneros españoles del siglo XVI. Pero si no es
indispensable, no ven por qué someterse a las incomodidades de un viaje
semejante. Así, la mayoría de los habitantes de la ciudad sabía de los
alrededores mucho menos que yo. Como además, no habían visitado nunca una ciudad
india, no era de asombrarse que supieran contar historias tan monstruosas sobre
los indios. Porque las fuentes de sus historias eran las mismas que utilizan los
europeos para tal fin: aventuras, frecuentemente escritas por gente que no vio
nunca el país y que sacaban sus conocimientos de otras aventuras, publicadas con
anterioridad. Aquí la única diferencia es que se elaboran los acontecimientos
aislados realmente ocurridos hasta hacerlos encajar nuevamente en la vieja
historia acreditada para que sirvan como confirmación de estos relatos salvajes.
Por eso, en muchos casos se agrega a las temidas incomodidades durante el viaje,
el temor ante los indios salvajes y los bandidos. Aquí pasa lo mismo que en las
ciudades apartadas de Europa y de los EE.UU.: todos tienen la intención de
viajar, con toda seguridad, el año próximo, para conocer la capital. Y es
siempre el año próximo, hasta que se pasa la vida. A decir verdad, una familia o
una dama viaja con mayor comodidad de Ciudad de México a Madrid o a París, que
de San Cristóbal Las Casas a Ciudad de México. Pero como no conozco ningún país
en el cual el desarrollo avance tan rápido y seguro como en México, seguramente
no pasarán muchos años hasta que también este poblado, que parece vivir en la
Edad Media, se encuentre en medio del gran torbellino.
Dos
días después, partí bien temprano para bajar a la estación. Evité el camino
principal, trepando con mi mula por el antiquísimo sendero indio, subiendo y
bajando, pero quedándome siempre en
la cresta de la cordillera.
Cuando
llegamos a la altura de Zinacantan, bajé a la ciudad. La iglesia está en ruinas
desde hace años, las campanas cuelgan en medio de una glorieta de pasto. Las
piedras de la iglesia desaparecen una tras otra, la gente necesita material de
construcción. Y como descendientes de la gente que una vez tuvo que extraer las
piedras de la roca, transportarlas con grandes esfuerzos y dolores, después
construir aquí la iglesia y finalmente mantener a la iglesia y al cura con el
sudor de la frente, hoy no hacen más que volver a su lugar los derechos y
propiedades naturales, que una vez fueron descolocados con violencia y
brutalidad.
El
maestro y los escolares, que me conocen de anteriores visitas, me saludan. También el cacique me saluda con sus
modales distinguidos y calmos.
Es
como un símbolo. Ahí, del otro lado, frente a la municipalidad, está la iglesia
en ruinas y aquí, de este lado, la escuela bien arreglada, con niños vivaces,
rientes y chillones, todos con los manuales de lectura en las manos, silabeando
alegremente e-l, el; s-o-m, som; b-r-e, bre; r-o, ro; y luego el maestro:
"¡Ahora, todos!" Y los chicos alborozados de entusiasmo: "¡El sombrero!" En la
época en que la iglesia de enfrente resplandecía magnífica y el tedéum resonaba,
aquí no se deletreaba. Porque donde se dice:"Buscad primero el reino divino, que
todo lo demás seguirá", todo le toca a la iglesia y leer y escribir sólo
despejan el camino al infierno. Es por eso que el cacique y todos los consejeros
y nobles de la tribu no saben leer ni escribir.
Entre
todos los indios de Chiapas que todavía no se integraron en la civilización mexicana, en cuanto a
lengua y costumbres, no he conocido ninguna tribu que prometa tanto para el
futuro como los zinacantanes. Esta tribu
supera en inteligencia a todas las otras tribus tzotziles. Ya por su
aspecto se diferencian de todos los otros indios tzotziles. Llevan el cuerpo más
erguido, van con mayor seguridad, tienen un aspecto más inteligente, una
expresión más culta en sus rostros. Los restantes tzotziles suelen tener una
mirada temerosa, frecuentemente son asustadizos. Los indios zinacantanes no son
así. En el estado se suele contar que los zinacantanes son descendientes de
colonos mexicanos, es decir aztecas, instalados aquí por los españoles en el
siglo XVI. Pero se trata sólo de una confusión con los indios nahoas. Los nahoas
hablan español y los que no, hablan una mezcla de náhuatl, la vieja lengua
mexicana, con tzotzil y español. Los zinacantanes, en cambio, hablan puro
tzotzil, la misma lengua que hablaban estos indios de Chiapas antes de la
llegada de Colón. A pesar de que los indios zinacantanes vivieran a la vera de
esta ruta principal del estado desde hace siglos, en uno de los puntos
estratégicos más importantes entre la costa pacífica y la antigua sede obispal,
San Cristóbal Las Casas, no adoptaron la lengua española, mientras los colonos
aztecas la adoptaron todos, salvo aquellas pequeñas tribus, apartadas de los
caminos.
Es
muy probable que los indios zinacantanes, por ser propietarios de la única
fuente de sal de la región y tener así un oficio liviano -el del comercio de la
sal- hubieran tenido más tiempo para desarrollar su inteligencia que las otras
tribus de la nación.
Zinacantan
parece ser un punto estratégico de importancia, y no sólo desde los tiempos de
los españoles, sino probablemente desde hace mil años y más aún. La ciudad sigue
siendo hoy una ciudad habitada exclusivamente por indios. Está casi en el medio
de un viejo camino, que va de la costa pacífica a la del océano Atlántico. El
camino comunica además dos antiquísimas ciudades indias, la antigua ciudad
fortificada cerca de Tonalá y la antigua ciudad de Palenque. La antigua ciudad
india fortificada en las alturas cerca de Tonalá tiene una considerable
extensión. Desde su orgullosa altura domina completamente la región. Hay ruinas
y esculturas dispersas en una vasta superficie. Las ruinas todavía no han sido
exploradas; sólo se conoce lo que aflora a la superficie. La ciudad dominaba
también el camino que bordea toda la costa pacífica. Cabe suponer que la ciudad
fuera un eslabón entre la civilización de los antiguos mexicanos y la de los
antiguos peruanos, porque las esculturas y las construcciones presentan
semejanzas con ambas civilizaciones.
Desde
esa antigua ciudad cerca de Tonalá un camino conduce, atravesando la Sierra
Madre, hacia la antigua Palenque, aquella antigua ciudad de una majestuosidad
fabulosa, perteneciente a una raza desaparecida o a los mayas. Desde esta ciudad
una antigua calle prosigue hacia el río Usumacinta, que desemboca en el océano
Atlántico.
Y
en el medio de este antiquísimo camino indio queda Zinacantan como fusible
estratégico. Es probable que aquí los españoles hubieran traído a los colonos
desde México Central. Pero hoy no queda huella de éstos. Los habitantes
pertenecen a la nación tzotzil. Como los indios tzotziles pertenecen a la raza
maya, pero los indios zinacantanes superan a todos los otros indios tzotziles en
inteligencia y dan la impresión, en comparación con los otros tzotziles, de ser
una tribu de príncipes, pienso que los indios zinacantanes bien podrían ser los
descendientes de los misteriosos constructores de las antiguas ciudades cerca de
Palenque y Tonalá. Dan totalmente la impresión de volver a ser capaces de hacer
lo que ya una vez han hecho, como si sólo esperaran la ocasión para demostrar
las fuerzas creadoras latentes en ellos. Son esencialmente urbanos, a diferencia
de los otros indios tzotziles, que son prevalentemente campesinos. Algún día les
tocará un papel de importancia en el desarrollo del estado de Chiapas. Lo único
que les falta, como a todos los indios de México y América Central, es la
conciencia de su propia fuerza y de sus originales capacidades. Esta conciencia
fue sistemáticamente sofocada en los últimos cuatrocientos años. Durante los
cuales les fue inoculada la idea de que la raza blanca es muy superior en todo,
tan superior que mismo el creador del cielo y de la tierra es blanco y actúa,
opina y piensa como un europeo. Así perdieron la confianza en sí mismos. Y quien
no cree en sí mismo, se considera inferior y no es capaz de crear algo propio.
No tiene el coraje de imponer sus ideas. Sólo imita lo que crea aquél que
constantemente le es propuesto como superior, como inalcanzable. Pero, desde
que durante la última gran guerra
se evidenciaron la falsedad de la religión europea y la insuficiencia de las
ideas europeas, así como hoy despiertan todos los pueblos y todas las razas de
la tierra y reconocen que el
europeo es vulnerable y mortal, en todo sentido, así también despiertan los
indios. La cuestión mexicana, no es una cuestión europea, sino una cuestión
racial, una cuestión india, así como la china, la egipcia, la hindú, la
marrueca, la siria, en todos los casos son cuestiones raciales. En México se
lucha por el petróleo, por el oro y por la plata y por la propiedad privada de
los americanos, pero más aún se trata del rechazo de la idea europea, independientemente
de lo que se quiera entender por idea europea. Sólo hace falta profundizar un
poco más en las capas inteligentes de las razas no-europeas, en este caso de los
indios zinacantanes, para percibir subconscientemente, lo que en este momento
está pasando en el mundo. No es nada fácil explicarlo ni expresarlo en fórmulas.
Los indios aquí tienen una extraña actitud expectante, como si estuvieran listos
para emprender su gran tarea, tal como yo imagino que los trabajadores
inteligentes se tengan listos al sentir que el edificio del sistema económico
capitalista se está tambaleando tanto.
en sus cimientos que una buena patada lo puede hacer pedazos. Todos los
indios sienten hoy que el dominio
todopoderoso de la raza europea se está desmigajando desde 1914 y decenas de
miles de indios de México ya han dejado de ocultar sus
sentimientos.
*
Poco
antes del mediodía llegamos a Tierra Colorada. Se llama así debido al color rojo
de su suelo. A mano izquierda de la calle, llegando por el este, hay un refugio
abierto para pernoctar. Del lado opuesto está la localidad Tierra Colorada.
Cuenta sólo con dos casas, el hotel y la fonda india. La fonda es un simple
refugio y casa de comidas para la población india. No es más que un jacal indio
y también el hotel se parece mucho más a una choza que a un hotel de una pequeña
ciudad del centro de Europa. Pero el hotelero, un mexicano, me prepara una
comida excepcional, con ocho platos, por un peso. También la cerveza cuesta
menos aquí. Mientras en San Cristóbal hay que pagar un peso por una botella de
un tercio de litro, aquí sólo cuesta noventa centavos, porque la distancia al
ferrocarril es menor. Si la cerveza viene de Monterrey, habrá hecho un viaje de
más de dos mil kilómetros antes de llegar al interior de Chiapas. Pero si llega
de Orizaba o de Toluca, el viaje se acorta en algunos cientos de kilómetros, sin
que por eso se modifique el precio. Así lo arreglaron entre sí los fabricantes
de cerveza. Por supuesto que las fábricas de cerveza están en manos de alemanes,
o fueron fundadas por alemanes.
La
localidad se halla a sólo seiscientos metros más abajo que San Cristóbal Las
Casas, pero el clima ya es subtropical. Hay grandes plantaciones de caña de
azúcar, se plantan bananas, mangos y papayas. El poblado cuenta también con
considerables cafetales. Entre dos plantas de café se planta siempre un naranjo,
que les brinda la sombra necesaria.
Tierra
Colorada tiene una industria. Es un trapiche. Es la tercera casa del poblado.
Abastece de azúcar a toda la comarca de los tzotziles.
La
trapiche funciona con agua. La caña de azúcar se hacha en trozos del largo de un
brazo y se empuja hasta quedar entre dos rodillos, que exprimen el jugo. El jugo
es un líquido turbio, extremadamente dulce. Se escurre en un gran tonel, del
cual pasa a otro, donde se lo hierve. A este punto la masa es marrón, densa y
pegajosa. Se le da la forma de pequeños conos de aproximadamente quince
centímetros de longitud. El azúcar no está refinado, es marrón y tiene un gusto
un poco repugnante, pero dulcísimo. Se comercia en estas pequeñas formas cónicas
marrones. Los indios sólo compran éste tipo y rechazan decididamente el azúcar
blanco, refinado. El trapiche es atendido exclusivamente por indios de la tribu
de los chamulas. El propietario es un mexicano, el dueño del
hotel.
A
pesar de que la localidad es tan pequeña, que ni siquiera merece ese nombre,
tiene bastante vida. Siempre hay indios de paso o arrieros que paran en la fonda
para comprarse unas tortillas y unas cucharadas de frijoles. Delante de la fonda
hay tres soldados sentados, la guardia del camino. Pero no se aburren, porque
también aquí tienen sus manuales de lectura sobre las rodillas y
deletrean.
Felipe
ha dado maíz a los animales, sin
descargarlos. Eso cuesta demasiado trabajo. Están del otro lado, en la
municipalidad y él alquiló un niño indio por un centavo para que le cuide los
animales, no vaya a ser que alguien robe una cincha u otra cosa. Porque desde el
hotel y desde la fonda, ocultos en la espesura, no se pueden observar los
animales. A Felipe le sirven de comer más o menos lo mismo que a mí, pero para
él tengo que pagar mucho menos que para mí, porque él es el mozo, el muchacho.
Lo podría hacer comer en la fonda, donde entre su propia gente, quizás se
sentiría mucho mejor que en el hotel, y a mí me costaría aún
menos.
Vago
por ahí, examino el trapiche. Pequeños indiecitos desnudos rodean el tonel y
lamen azúcar hasta hartarse. Hay montañas de caña de azúcar exprimida. Podrían
proporcionar un excelente forraje para los animales. Pero ahí nomás están los
grandes pastizales con el mejor pasto, y ni siquiera allí hay animales. Aquí las
montañas de caña exprimida se usan para alimentar el fuego sobre el que se hace
hervir el azúcar. ¡Qué tierra tan rica, que se puede permitir derrochar tanto!
Solamente con las cosas que aquí se desechan, como caña a medio exprimir,
mazorcas de maíz a medio desgranar, los tallos y las hojas del maíz, cereal
trillado en forma incompleta, zapallos sin cosechar, frutas de las mejores
especies pero no aptas para el transporte, cientos de miles de cocos, de los que
se bebe sólo la leche y se desecha el resto, podrían engordarse fácilmente cinco
millones de cabezas de ganado. Si se juntaran y utilizaran las pieles, los
huesos, los pelos, los cascos, los cuernos, la carne del medio millón de
animales y más que todos los años revientan o son embestidos a lo largo del
ferrocarril, algunos miles de personas podrían encontrar trabajo.
Felipe
viene y me anuncia que todo está listo, que podemos seguir. Hago llenar mi
cantimplora con café, le compro una media docena de naranjas a la india, le pago
al hotelero y me balanceo sobre los troncos vacilantes que se llaman puente para
llegar al otro lado del río, al camino, donde está la municipalidad. Felipe
ajusta las cinchas de la montura y después se ocupa de los animales de carga. El
niño indio recibe su sueldo de un centavo por la guardia y nos vamos. Felipe pronto queda
adelante, porque yo me apeo varias veces para observar
algo.
Llega
el correo. El correo de Chiapas se diferencia mucho de cualquier correo europeo.
Es una caravana de mulas, acompañada por dos soldados, que llevan sus fusiles al
hombro, como si fueran bastones. De la cantidad de soldados se puede deducir la
peligrosidad del camino o la turbulencia de la época. En tiempos tranquilos,
cuando no hay ni rebeldes ni bandidos en el país, la caravana postal puede ir
sin soldados, o sólo con un militar. He encontrado el correo entre Comitán,
Teopixca y San Cristóbal Las Casas con un solo arriero a pie y otro a caballo.
Es una señal de que en ese momento viajar por este camino, cruzando bosques y
rocas es tan seguro como en un tren de pasajeros en Suiza. Pero si el correo va
acompañado por seis soldados y un sargento, es oportuno alcanzar la siguiente
localidad lo antes posible y esperar hasta encontrar acompañantes de viaje
dignos de confianza para emprender el camino juntos. El correo sólo está
verdaderamente en peligro si se llega a saber que lleva paquetes valiosos o
dinero. Es tarea de los jefes de correo, mantener estas cosas en secreto o
disimular diplomáticamente el verdadero despacho del envío valioso. Las
caravanas postales se reconocen siempre por los sacos postales, rayados con los
colores del país rojo-blanco-verde.
El
camino, que cabalgo ahora, es de los más bellos y románticos de Chiapas. A
izquierda un turbulento arroyo de montaña con cientos y cientos de cascadas. Un
arroyo en la selva, sobre el que han caído
árboles gigantes que, pudriéndose, colman la tierra de nueva potencia
generadora. A derecha se extiende la alta pared rocosa, tan alta y escarpada que
apenas se ve el borde superior. Toda esta pared está densamente cubierta de
arbustos y árboles; sólo el trópico puede engendrar una tal abundancia. Sólo de
a ratos se ve el cielo, porque todo el camino está techado. Frecuentemente el
verde techo de troncos, ramas y hojas está a cien metros por encima de las
cabezas. El arroyo, ya está a la misma altura, ya al lado de uno en una profunda
quebrada, que cae unos veinte metros a pico; ya está a gran altura por encima de
uno bajando en catarata. Si uno hace una pausa y se mantiene quieto, animales
fantásticos de las especies más extrañas se escabullen atravesando el camino o a
lo largo del arroyo. Mariposas grandes como sombreros, magníficas lagartijas
tornasoladas con colas increíblemente largas y finas llenan de vida infatigable
el cuadro. Algunas lagartijas
parecen gnomos del bosque, sobre todo, las especies con cabezas grandes y
cuadradas. Cuando se sientan, se yerguen sobre sus patitas flacas y estiran la
cabeza en el aire. Así cada vez se tiene la impresión de estar viendo enanos
selváticos de la lejana prehistoria, criaturas, que podrían haber sido
antepasados de los hombres. Helechos y colas de caballo de dimensiones
gigantescas y formas de ensueño, como se las suele percibir en el inconsciente
más profundo cuando uno trata de imaginar un paisaje del período carbonífero,
envuelven y recubren la angosta zona del arroyo. La otra orilla también es una
abrupta pared rocosa, con vegetación más espesa, más silvestre y tropical que de
este lado, a la vera del camino. El imponente silencio se profundiza por el
murmullo, el goteo y el ferviente espumar del arroyo. El canto de los pájaros,
el chillido y el prolongado aullido de otras aves, el zumbido y el chirrido de millones de insectos no
logran atravesarlo. Este extraño silencio se los traga, ese silencio que, bien
mirado, no es silencio, sino torbellino de vida. Pero a esta vida le falta el
sonido cristalino que nosotros inconscientemente relacionamos con la vida,
cuando nos imaginamos la vida en cuanto tal. Seguramente es sólo esta opulencia
desbordante, que de todas partes se adentra en el hombre con tanta fuerza que ya
no logra diferenciar los distintos elementos, lo que le despierta una sensación
tan rara, como si todo fuera profundo silencio, el silencio de los paisajes que
encontramos en nuestros sueños, aquellos paisajes que estamos seguros de haber
visto y vivido alguna vez, en algún lugar, pero sin saber dónde. En alguna
célula cerebral ha quedado un soplo de aquellos antepasados que vivieron hace
diez millones de años. Y lo que ahora vemos claramente delante de nosotros es la
imagen que durante millones de años descansó en una olvidada célula cerebral,
que sólo ocasionalmente buscó abrirse camino hacia nuestra conciencia a través
de un sueño. Y, sin embargo, uno no olvida que mil kilómetros más al norte pasan
trenes a toda velocidad, aviones sobrevuelan las ciudades y los periódicos salen
volando a increíble velocidad de las máquinas rotativas. Uno no puede absorber y
elaborar toda la abundancia del entorno. Uno ve la abrumadora riqueza de un
paisaje tropical en un arroyo selvático; y para no ser trastornado, para no
dejar que las circunvoluciones cerebrales se confundan formando un ovillo loco,
del cual uno no pueda encontrar el camino de regreso a la conciencia, uno
inconscientemente vela el oído. Uno no oye más nada, porque ya los ojos
sobrecargan el cerebro. Así uno cabalga en medio de un extraño y pesado
silencio.
Hay
otra circunstancia que contribuye a cancelar el oído. Es que, cuando tras haber
pasado algunas semanas a más de dos mil metros de altura uno baja, el aire
ejerce mayor presión en los oídos.
Uno
cabalga como en ensueño. No percibe más nada. Uno deja incluso de ver. Sólo
cuando de golpe aparecen delante papagayos u otros pájaros extraordinariamente
multicolores o mariposas muy grandes, o si del otro lado se ven monos que,
chillando, se persiguen entre las ramas, uno se acuerda de que tiene los ojos
abiertos, que uno está cabalgando para llegar a una determinada
meta.
Y
en eso uno se cruza en el camino con dos indios semidesnudos, pasan trotando con
un "Adiós, patrón", se quedan parados detrás de uno, se dan vuelta y se quedan
observando hasta que la siguiente curva del camino nos haya tragado. Un
encuentro así, el sonido de dos voces nos vuelve a animar por un rato, uno hace
un esfuerzo por salir de la ensoñada confusión de pensamientos y visiones, uno
se obliga a pensar en la cena, en el aspecto del hotel de la siguiente
localidad, en donde pernoctar. Tanto como para pensar en algo, como para sentir
que uno está vivo, que respira y que uno no es una criatura que vegeta en los
primeros milenios de la era terciaria. Los indios encontrados reforzarían aún más la impresión
de encontrarse en la prehistoria; porque con sus cuerpos semidesnudos se
integran perfectamente bien en esta cálida, pletórica naturaleza circundante.
Pero uno de los indios tiene una armónica bastante nueva en sus manos, un
producto americano, modernísimo. Y esta armónica, que brilla en sus manos,
rápidamente lo vuelve a uno a la vida prosaica.
Antes
de poder caer nuevamente en el sopor, el bosque se abre. Las paredes rocosas se
retiran y se achatan. El arroyo selvático se hace más ancho. Su violento
espumar, hervir y saltar se calma. Se integra de buena gana en el nuevo paisaje,
convirtiéndose en un pacífico, inocuo, perezoso y satisfecho arroyo de prado, en
el que las vacas se refrescan y se bañan.
Las
rocas se alejan cada vez más y también ellas se vuelven suaves colinas. Se llega
a una planicie amplia, muy abierta, que sólo a gran distancia se ve bordeada por
una alta cadena montañosa verde violácea, que debo atravesar
mañana.
Se
ha hecho de noche. Del lado derecho hay un rancho. Delante, sobre el pasto, hay
cuatro fogones, de los arrieros e indios de paso que pernoctan cerca del
rancho.
Felipe
no anda por aquí. No hace falta que pregunte. Pero para no pasar delante de la
gente sin observarlos, como si no valieran nada, pregunto: "Hombres, ¿alguno de
Uds. ha visto a mi muchacho con dos mulas de carga?"
"Sí,
lo hemos visto. Está en Ixtapa. Casa de la plaza."
"Gracias.
¿Muy lejos?"
"No
es lejos, señor (N.d.T. con grafía alemana en el original "Senjor"). Hay que
pasar la colina, después está el cementerio a la derecha, y un poquito más
adelante está la ciudad. El camino es bueno, no se puede perder, señor (N.d.T.
con grafía alemana en el original "Senjor").
Pero
se ha hecho completamente de noche, noche negrísima. Apenas llego a reconocer el
camino por el hecho de ser un poco
más claro que los pastizales a ambos lados. Y uno podría perderse, porque en
esta planicie el camino empieza a desovillarse en innumerables brazos. Uno se
puede perder caminando, pero no cabalgando. La mula tiene los ojos mucho más
cerca del suelo que nosotros y en la oscuridad ve mucho mejor que yo. Y no sólo
eso. Las otras dos mulas, sus compañeros, ya han hecho el camino. Cada cincuenta
pasos mi mula olfatea el suelo, o un arbusto a la vera, trota hacia allí para
olerlo. No tarda mucho y brama vivamente en la noche. Ha percibido el olor de
sus compañeros de viaje y acelera la marcha.
Y
en eso veo las luces de la ciudad. Pero es raro, se apagan, vuelven a encenderse
y cada vez en otra parte. Una y otra vez la confusión, hasta que uno se da
cuenta que son las luciérnagas. Por más tiempo que uno haya pasado en el
trópico, cada noche, de viaje por zonas desconocidas, cae en la
trampa.
Y
ahora sucede algo extraño en la naturaleza. La pesada, oprimente oscuridad
empieza a agitarse. Es como si comenzara a irse reptando sobre la superficie de
la tierra, como empujada por una potencia temida, a la que no puede resistir.
Después boga tambaleante y vacilante y empieza a aletear. Finalmente se alza, se
vuelve más y más ligera y pasa a un rojo marrón-dorado. Pienso que empiezo a
reconocer un poco mejor la zona, sólo porque entretanto me he habituado a la
oscuridad. Me doy vuelta para comprobar si aún se ven los fogones de los indios
y veo un enorme disco rojo brillante en el horizonte. En realidad, no en el
horizonte bajo, sino el que forman las montañas a mis espaldas. Un segundo, dos,
quizás tres me quedo admirando lo que mis ojos ven, antes de llegar a tomar
conciencia de que se trata de la buena, vieja luna. Aquí, cabalgando solitario por una
planicie, en un país lejano y misterioso, de golpe uno se siente protegido, como
en casa, sólo por haber visto la cara redonda, gorda y archiconocida que uno
tutea desde cuando dice las primeras palabras.
Finalmente
veo las luces que ya no desaparecen, sino que se quedan firmes donde las he
visto por primera vez. Es Ixtapa. Mi mula vuelve a bramar y de hecho empieza a
trotar. Quizás tema llegar tarde a la cena.
Todavía
tengo que cabalgar un buen pedazo atravesando la ciudad, antes de llegar a la
plaza. A la izquierda, casi en el medio de este lado de la plaza, veo una
especie de portal de entrada. Cuando me acerco, oigo a Felipe: "Hola patrón,
aquí estamos."
Desmonto
y entro en el amplio patio, saludo a los hosteleros, pido mi cena y me indican
una alta habitación recién pintada de cal para pernoctar. Incluso hay catres y
mantas.
Felipe
ha aflojado la cincha y levantado ligeramente la montura. Pero todavía no la
puede quitar. La noche está fresca y la mula caliente. Felipe me dice que hay
que tener mucho cuidado con los animales, porque todavía estamos a una altura
considerable. Las otras dos mulas pastan en la plaza. Felipe ya se ha preparado
su lecho en el pórtico, un petate, un pequeño bulto como almohada y un sarape.
La
cena vuelve a ser abundantísima, y una y otra vez me preguntan si no quiero unos
huevos más u otra jarra de leche. Tanto, no cambia nada. No es por eso que el
precio va a aumentar. Y si duermo en la habitación recién pintada, sin ventanas,
cuya única abertura es una ancha puerta o si duermo en el pórtico, si uso el
catre del hotel o mi cama de campo americana, en cuanto al precio, no cambia
nada.
De
todas formas en el pórtico duermo más aireado, y Felipe ya se lo habrá
imaginado. Ya ha abierto mi cama de campo, extendido las sábanas, desenrollado el sarape y puesto encima.
Ahora está ocupado en buscar clavos en las paredes de los cuales poder colgar el
mosquitero. De hecho, yo me había olvidado completamente del mosquitero; en San
Cristóbal Las Casas y en los alrededores se desconocen y no son necesarios. No
hay mosquitos que molesten, pero sí pulgas. Y las pulgas mexicanas son
conciudadanos mordaces y desagradables. Ciudad de México está apestada de
pulgas. Los cines y teatros albergan una tal cantidad, que la visita de esas
casas se convierte en una dudosa diversión. Bastaría lavar los pisos
cotidianamente con solución de creolina para paliar el mal. Pero hasta tanto la
autoridad sanitaria no intervenga, ningún empresario se tomará la molestia. Lo
malo es que estas pulgas son venenosas; donde pican se hincha, y durante horas
duele y pica mucho.
Pero
aquí, los mosquitos. Ya están empezando a picar de lo lindo. Hay de todas las
especies. Algunos cantan antes de picar. Otros, después de picar. Otros se
acercan con sigilo y silenciosamente. Son los peores. El pinchazo se siente
recién cuando ya hace rato que se han ido. Otros reparten pinchazos que sólo se
sienten unas diez horas después. Pero entonces se forma una ampollita en el
lugar del pinchazo. Y esta ampollita pica espantosamente durante dos semanas.
Dos docenas de estos pinchazos no son ningún chiste. Hay otro mosquito que es
tan pequeño, que uno no lo ve. Es tan pequeño, que sólo un mosquitero de tejido
bien apretado, protege de él. Provoca pequeñas ampollitas de sangre que durante
dos días hacen desesperar. Hay pomadas malolientes para alejar a los mosquitos.
¿Pero a cuál sabio o imbécil le puede gustar embalsamarse el cadáver con ese
ungüento asqueroso y hediondo? Generalmente uno tampoco se deja cloroformar para
hacerse dar una vacuna. Los indios lo padecen mucho menos que los blancos. Pero
sí sufren mucho de malaria y calentura. El mosquito no provoca la malaria, según
mi opinión, sino que la trasmite de un enfermo a un sano predispuesto. Desde
hace decenas de miles de años el indio usa la quinina. De él los médicos han
aprendido la utilidad de la quinina. La quinina baja la fiebre, pero no combate
los focos de fiebre. Yo, personalmente, no creo en su eficacia. He visto y he
convivido con muchísimas personas que tragaban quinina de a kilos e igualmente
pasaban por dos o tres graves ataques de malaria al año. El indio tiene otro
buen método contra las picaduras de mosquito, evita rascarse. Se necesita una
gran fuerza de voluntad para no hacerlo. Porque aún cuando uno se propone no
tocar la zona, puede suceder en momentos de descuido. A veces basta tocar apenas
la zona distraídamente, que la picazón se hace tan violenta que uno cree enloquecer si no se rasca.
Pero rascándose la sangre se agolpa en esa zona, absorbe el veneno y con el
reflujo lo introduce en el cuerpo. Si uno no se rasca el veneno queda sólo en la
piel y sólo ínfimas cantidades pasan a la circulación. Aun cuando el indio
seguramente no conoce este proceso, actúa correctamente por experiencia, cuando
evita rascarse y se lo aconseja al blanco. Cientos de años antes de la llegada
de los blancos, los indios ya usaban mosquiteros. Se hacían de algodón, los de
los personajes distinguidos, de fibra de maguey, que elaborada con esmero, casi
no puede diferenciarse de la seda.
26
Las
plazas de las ciudades mexicanas son todas casi iguales. Siempre cuadradas y de
dimensiones impresionantes. Frecuentemente alcanzan una longitud de doscientos,
hasta trescientos metros de lado. Dan siempre la impresión de aquellos enormes
espacios de que este país puede disponer en abundancia. Si, en cambio, nos
ponemos a pensar en las plazas de mercado europeas, estrechas, pequeñas,
enmohecidas, se nos hace tanto más evidente la riqueza de este país, en donde no
hace falta tacañear con el suelo.
También
aquí en Ixtapa la plaza alcanza dimensiones increíbles. Uno se puede hacer una
idea del ancho, sabiendo que las mulas pueden pastar en la plaza y encuentran
suficiente pasto, a pesar de que cada noche pernoctan una o varias caravanas.
Claro que aquí el pasto crece mucho más rápidamente que en los países nórdicos.
Aun en este poblado perdido, tan apartado del ferrocarril, rodeado de la selva y
la cordillera, se encuentra un local de la organización de los trabajadores,
donde cada noche hay conferencias y se enseña a leer y escribir. Antes de la
revolución, ¿alguien alguna vez se ocupó de los obreros, de los peones indios en
estos poblados, de su formación, de su salud, de su instrucción acerca de las
cosas que pasan afuera en el mundo? ¿Acaso es asombroso si los obreros prefieren
estas veladas instructivas a la frecuentación de la iglesia? Ni siquiera el
obrero del más oscuro rincón de México es hoy tan estúpido como para no darse
cuenta, quién le brinda más para la vida, si la iglesia o la organización de los
trabajadores. Lo que predican y enseñan los rojos le parece mucho más importante
y útil de lo que el cura le está contando desde hace siglos. Además, el consejo
directivo de la organización obrera cobra mucho menos que el cura y no lo marea
con el incienso. Por ignorante que sea el peón, por lento que sea su cerebro, se
da cuenta de la gran diferencia entre las dos doctrinas. Cuando salía de la
iglesia, no pensaba en nada, se sentía ahumado y mareado. Cuando regresa a su
casa saliendo del local obrero, siempre tiene algo en que pensar y no ve la hora
de contárselo enseguida a su mujer. Tiene siempre la sensación de que le dicen
la pura verdad sobre las cosas de la vida y que nadie está intentando volverlo
más tonto para convencerlo de algo que le cuesta creer. No necesito preguntar a
ningún trabajador aquí sobre lo que piensa y dónde cree encontrarse en mejor
compañía. Porque lo veo, veo la gran iglesia del lado oriental de la plaza, veo
que es un montón de piedras, que se desmorona, tanto que hay que tener cuidado
al entrar, de que a uno no se le caiga una piedra o medio arco gótico en la
cabeza. En todas aquellas partes de México donde veo una iglesia en este estado,
sé que ha llegado la hora. El obrero ya no lleva su dinero a lo del cura, sabe
cómo invertirlo mejor, y se ven menos borrachos, porque en el local obrero hay
grandes cuadros que muestran las vísceras de un borracho y las de un hombre
sano. El cura no le había mostrado nunca estas cosas porque el piadoso señor no
quería aguarle el negocio al fabricante de pulque o de
aguardiente.
Durante
la cabalgata del día anterior largos trechos llevaban a través de la selva, a lo
largo de un romántico arroyo selvático. Hoy, en cambio, la cabalgata lleva de
nuevo a las alturas de un brazo de la Sierra Madre. Aquí, a izquierda tenemos
siempre una alta pared rocosa escarpada, completamente cubierta de vegetación
tropical con plantas fantásticas. Atravesando el camino o a lo largo de la pared
rocosa corre y se escabulle la fauna tropical. A derecha, el profundo abismo,
cientos de metros a pico.
Entonces
llego al punto más alto de este camino, al Calvario. El camino sigue reptando.
Desde aquí se tiene una vista, cuya belleza queda ahogada por la subyugante
fuerza de lo que se ve extendido delante de los ojos.
Abajo,
a una gran profundidad, yace la ardiente tierra tropical. Y aquí arriba uno se
halla en un ambiente semitropical, entre rocas y el espeso verde de la selva
virgen. Abajo se ven los meandros plateados del río Grijalva en la planicie que
parece infinita. Abajo está la vieja ciudad Chiapa de Corzo. En el fondo se ve
la gran ciudad de Tuxtla Gutiérrez con sus casas blancas y los techos chatos,
achicharrada y cansada bajo el calor abrasador. Pero sólo desde aquí arriba
parece cansada y achicharrada; porque abajo es vivaz y diligente y no le da
demasiada importancia al sol tropical. No tiene tiempo para eso.
La
impresionante vista desde El Calvario hacia la vasta planicie tropical, con su
riqueza de imágenes es tan imponente que uno no cree poder soportar vivir aquí,
teniendo cotidianamente esta imagen ante los ojos. Uno desea estar allí, cuando
todavía está aquí; desea tomar entre las manos y ver bien de cerca eso que hay
allí abajo, el fino hilo sedoso del Río Grijalva, las ciudades aparentemente
minúsculas y, sin embargo, tan grandes con sus casas que parecen de un blanco
artificial. Así como en una noche de luna los sentidos se pueden turbar y se
desea tomar la luna entre las manos, así también aquí los sentidos se pueden
turbar, si uno se queda demasiado tiempo ensimismado en los pensamientos que
nacen cuando miramos hacia abajo.
El
Calvario no tiene buena fama. Es un punto que favorece a los bandidos que
acechan a los viajeros, como ya ha sucedido frecuentemente. No es necesario
seguir la ruta estatal, en distintas partes se puede ir abajo cabalgando por
pendientes bastante abruptas para llegar más rápidamente a Chiapa de Corzo.
Todos estos senderos para mulas atraviesan el monte
tupido.
Elijo
uno de estos senderos escarpados. Son tan empinados que en dos partes tengo que
desmontar, porque los jamones de mi mula están casi perpendiculares sobre su
cabeza. Son tan empinados que en veinte minutos me encuentro a más de doscientos
metros más abajo, como me lo indica mi altímetro.
Me
topo con numerosos indios que caminan hacia arriba por este sendero; y como no
les hace mella trepar por caminos tan empinados, prefieren este sendero a la
ruta. La ruta hace treinta o cuarenta curvas para bajar unos doscientos metros.
Pero ni siquiera ahora me encuentro a la altura de la ciudad. He dejado muy
atrás a Felipe con los animales de carga. Pero cuando vuelvo a la ruta, creyendo
haber adelantado mucho, ya lo veo caminando pausadamente delante de mí por la ruta. Por más que elijamos el
sendero más corto o más empinado, estos muchachos siempre conocen otro sendero
más corto todavía.
Unos
cientos de metros antes de las primeras casas del suburbio, me saluda un extraño
silbido prolongado, que proviene de las bajas matas a la vera del camino. Parece
que me sigue o que cada vez es otro individuo el que entona ese extraño silbido
apenas yo me acerco. Es un silbido resonante que no se puede comparar con ningún
sonido conocido. No sé si se trata de un insecto, o de un reptil, de un pájaro o
de un pequeño mamífero o, quizás, de una planta. Porque aquí hasta las plantas
emiten sonidos extraños. Y en el caso de muchas plantas uno realmente no sabe si
se trata de una planta o de un animal, como a veces se puede confundir un cactus
con una piedra.
Ni
bien entro cabalgando en la ciudad, me llaman de todas las casas: "¡Pastizal
para su mula, diez centavos!". Otros ofrecen el "pastizal que más engorda en el
mundo" por veinte centavos al día. Hay otros que bajan a ocho o siete
centavos porque sólo tienen "el
pastizal que más engorda del estado". Los niños me siguen corriendo, me rodean
en bandadas, ofrecen forraje, maíz, hospedaje y todos los servicios
imaginables.
Chiapa
de Corzo es posiblemente la ciudad más antigua de Chiapas. Chiapa deriva de la
palabra india Tepetchia. Tepetchia quiere decir montaña de la batalla. Aquí
cerca de Chiapa de Corzo se encuentra aquella montaña que fue el último baluarte
de los indios contra los españoles, desde el cual, viendo que todo estaba
perdido, arrojaron a sus mujeres y niños y por último se tiraron ellos mismos al
abismo, porque no creían poder soportar la pérdida de libertad. Aquellos
guerreros indios que ya no pudieron alcanzar la montaña y fueron atajados
primero, cayeron en manos de los españoles y tuvieron que
rendirse.
Este
rico estado de Chiapas fue arrasado por los olmecas en el siglo ocho o nueve.
Los olmecas tomaron posesión de la tierra y expulsaron a sus primitivos
pobladores vencidos hacia Guatemala. Los habitantes de aquella antigua ciudad de
Palenque, cuya grandeza se puede deducir de la longitud de varios kilómetros que
mide el campo de ruinas, hasta donde se lo conoce hoy, fueron alejados de sus
fuentes productivas por la invasión de estos indios. Emigraron y la ciudad cayó
en ruinas.
Para
ese tiempo llegaron a Centroamérica los aztecas y los texcocanos desde el norte,
conquistaron bajo su emperador Ahuizotl el valle de México, tomaron la ciudad de
Tula, se dirigieron más tarde hacia el lago de Texcoco y fundaron allí las dos
ciudades de México y Texcoco. Esto sucedió en el año 1325. Los constructores de
la gigantesca ciudad de Tula, los toltecas, un pueblo altamente civilizado,
fueron empujados hacia el sur por los aztecas que eran mucho más rudos que
ellos. Así fue que los toltecas llegaron a Chiapas. Grandes grupos del pueblo de
los toltecas ya habían emigrado antes al sur. Los toltecas no eran guerreros. En
Chiapas no se mezclaron con los olmecas que allí reinaban. Y justamente cuando
estas dos naciones, que se complementaban maravillosamente, los toltecas
constructores de ciudades, organizadores y artistas y los olmecas, guerreros,
agricultores y pequeños artesanos, empezaban a crear en Chiapas una nueva
cultura, una civilización tolteca-olmeca, llegaron los españoles e impusieron a
este pueblo en formación la civilización europea. Los pocos indios
sobrevivientes fundaron bajo el yugo español la actual ciudad de Chiapa de Corzo
en el mismo lugar, donde antes ya había habido una ciudad
india.
También
esta ciudad está repleta de iglesias. Y el tamaño y el lujo de estas iglesias
son más elocuentes que las palabras para contar cómo fueron explotados los
indios para poder construir estas iglesias. Pero también aquí, como en todos
lados adonde se llega en este maravilloso país, ha llegado el momento del desquite. También
aquí las iglesias están en ruinas.
Un
edificio notable en esta ciudad es la Fuente Monumental. Esta fuente fue
construida a mediados del siglo XVI por el monje dominicano Rodrigo de León. La
obra es un edificio de ladrillos de un tipo especial, en parte de formas
bastante particulares. Es de un extraño estilo románico-morisco-español. Si de
golpe uno llega a la ciudad, a la plaza increíblemente espaciosa y se encuentra
con esa particular construcción, bajo la sombra de palmeras y otros árboles, en
esta lejana ciudad, de sorpresa, uno cree al principio no haber visto bien o que
se trate de un sueño. Porque la visión depara una sorpresa inaudita, tanto más
sorprendente por lo inesperada. Detrás de esta fuente hay un cedro gigantesco,
que dicen sea milenario. A juzgar por su tamaño gigantesco y su enorme
circunferencia podría llegar tranquilamente a dos mil
años.
La
ciudad tenía una rica industria de producción de colorantes naturales. La
cochinilla se criaba en cantidades enormes, así como también otro insecto que
sirve para teñir. Hoy esta industria está en decadencia. Pero se tejen lindas
alfombras, se confeccionan buenas hamacas, se produce alfarería de buen gusto y
objetos laqueados, que mucha gente de buena cultura prefiere a los productos
laqueados chinos o japoneses. La laca aquí es mucho mejor de la que se usa en
Japón. Se obtiene a partir de productos naturales, su composición es un secreto
severamente custodiado por las tribus indias. La mayor parte de la población
tiene pura sangre india, pero está civilizada y urbanizada y sometida a las
costumbres ciudadanas. La ciudad cuenta con siete mil habitantes. Como todas las
ciudades mexicanas parece que tuviera el quíntuplo de habitantes. Por lo menos,
esta ciudad tiene más casas que una ciudad centroeuropea de treinta mil
habitantes.
Una
peculiaridad notable de la ciudad son los geófagos. Para la gente un tipo de
tierra arcillosa, que aquí se encuentra en grandes cantidades, es como un
manjar. Para los indios de esta
ciudad comer esta tierra sabrosa, que dicen sea muy nutritiva, constituye una
agradable alternativa a sus sencillos platos de tortillas y
frijoles.
Chiapa
de Corzo se encuentra a orillas del Río Grijalva, y dado que un buen trecho del
río aquí es navegable, la ciudad está mejor comunicada que la misma capital
Tuxtla Gutiérrez o aún que San Cristóbal Las Casas. Botes de motor y buques de
vapor navegan por este río. En el período de sequía los transportes no pueden
recorrer distancias tan grandes como en el restante arco del año, de manera que
también esta ciudad depende de un ferrocarril para
desarrollarse.
El
clima es muy cálido, porque la ciudad está a sólo cuatrocientos metros sobre el
nivel del mar; pero es perfectamente soportable porque lo favorece la forma de
las cordilleras, en cuyas cercanías se encuentra la
ciudad.
De
Chiapa de Corzo a Tuxtla Gutiérrez, la capital, no hay más que tres horas a
caballo. Encontré un camino que me pareció más corto y más romántico que el
habitual. Lo recorrí a caballo y cuando ya creía encontrarme cerca de Tuxtla
Gutiérrez me encontré de nuevo ante las puertas de Chiapa de Corzo. Por eso
necesité dos horas más que los otros viajeros. Yendo por estos angostos senderos
de mulas, que atraviesan el monte, mitad selva, mitad jungla, uno no se da
cuenta de andar en círculos. La brújula no dice nada, porque los caminos, a
causa del terreno rocoso o del
suelo pantanoso, hacen las curvas más extrañas. Aun cuando se sabe que
hay que ir siempre hacia el oeste y mantener esa dirección, el camino puede
llevar, a veces durante media hora, en dirección norte o sur, o quizás nordeste
o sudeste, y sabiendo esto, se sigue cabalgando sin temor, aunque según la
brújula, sea un camino equivocado. Justamente, por haberme dejado guiar por la
brújula, justamente porque en una parte del monte mantuve la dirección oeste,
cuando en realidad hubiera tenido que ir hacia el este, me
extravié.
Cada
vez son menos los indios semidesnudos, semicivilizados de las comunas. Por las
calles ya se ven indios e indias, que no se diferencian en nada de los mexicanos
por lo que se refiere a la vestimenta. También han perdido la timidez, nos miran
sin vergüenza, riendo o nos dicen alguna palabra chistosa. Se puede hablar con
ellos, se quedan parados y aceptan conversar. Son completamente civilizados y
uno se olvida de que son indios; podría tratarse perfectamente de gente de
Sicilia, del Sur de España que cruza nuestro camino. Al lado de éstos se
encuentran con cierta frecuencia hombres que forman parte del basural de las
grandes ciudades, que andan vagando cerca de la gran ciudad, esperando la
oportunidad. No tiene por qué tratarse siempre de un asesinato. Pero un viajero
puede perder algo, o una mula puede escapar y ésa es entonces la ocasión para
atraparla, y aligerar la carga velozmente antes de que el mulero se acerque.
Pero estas oportunidades pueden convertirse, en determinadas circunstancias, en
algo menos trivial, especialmente si se encuentran dos o tres que están
esperando tener una oportunidad. Durante este tipo de viajes es como durante una
travesía por mar. En mar abierto un barco está siempre bien al seguro. Los
peligros de todo tipo llegan recién cerca de los puertos, cerca de las costas.
Aquí es parecido.
La
última parte del camino antes de Tuxtla Gutiérrez es casi una tortura para el
jinete, especialmente bajo el calor del mediodía. La calle está completamente
despejada a ambos lados. No hay árbol que dé sombra, o, si los hay, son
arbolitos recién plantados, no hay roca, no hay montaña. La mula se hunde
profundamente en el polvo blando y finísimo. La mínima brisa levanta el polvo,
que se asienta en los pulmones y arde en los ojos. Si acaso pasa veloz un jinete
sobre un caballo al galope, levanta tales polvaredas de este polvo insoportable,
que durante diez minutos el aire parece estar cargado de densa niebla. Los
arbustos a izquierda y a derecha del camino parecen grises y plúmbeos, a causa
del espeso polvo que los cubre. Y también el suelo de los campos es de esta
arcilla finísima, gris blancuzca y seca. A pesar de este polvo, a pesar de este
gran calor y a pesar de que ya hace varias semanas que no llueve, el maíz en los
campos está alto, verde y prometedor. El maíz, la planta originaria del
continente que resiste todos los embates, se burla del calor tropical y se burla
de la sequía. El maíz pertenece a aquellas pocas plantes, que dejan la tierra
más rica de lo que estaba antes de que las plantas echaran raíz. Cuando el indio
ya no logra hacer crecer nada en su campo extenuado, planta maíz. Y tras haberlo
plantado varias veces, la tierra vuelve a ser tan rica como al
principio.
A
eso de la una se levanta la brisa y como sopla parejo y muy horizontal , me mantengo
bien del lado del camino expuesto al viento, me dejo abanicar por el aire fresco
y no trago polvo. Pero igualmente la cabalgata es cansadora y estoy bien
contento cuando dejo atrás la central hidroeléctrica de la ciudad, que se
encuentra a la izquierda del camino en una altura y parece un pequeño palacio
blanco. La cabalgata desde la primera casa hasta el centro parece no tener fin.
Las ciudades suelen tener extensiones increíbles, y, sin embargo, una casa está
pegada a la otra. Cada familia tiene su casa y cada casa tiene su patio
espacioso, para que sus habitantes se sientan cómodos.
Uno
de los primeros edificios que se ven afuera, al entrar en la ciudad, es la gran
escuela industrial del estado, con sus instalaciones espaciosas y su gran plaza
delante, que es tan grande que veinte circos podrían presentar sus espectáculos
contemporáneamente.
Tuxtla
Gutiérrez es la capital del estado de Chiapas. Un estado mexicano es bastante
independiente y soberano. Una ley de divorcio o una ley de matrimonio válida en
el estado de Chiapas no necesariamente vale en el vecino estado de Oaxaca, pero
lógicamente es respetada, en sus efectos, en toda la república. En Yucatán es
facilísimo divorciarse. Pero un divorcio concluido en Yucatán vale en
Guanajuato, donde el divorcio es mucho más difícil de conseguir, del mismo modo
que si este estado tuviera la misma ley que el de Yucatán.
Durante
el ejercicio de sus funciones el gobernador de un estado mexicano es
independiente como un soberano absoluto. Sus poderes casi no conocen límites,
siempre que se refieran a su propio estado y que se muevan en el ámbito de la
ley federal. Porque naturalmente existen algunas leyes fundamentales,
depositadas en la constitución que tienen fuerza de ley para toda la república.
La constitución y todos los derechos de que el ciudadano goza en base a la
constitución, no pueden ser modificados por ningún gobernador y por ningún
presidente tampoco.
El
gobernador de Chiapas tiene un palacio de gobierno digno de todo respeto, desde
el cual administra los destinos del estado y desde donde trata la cuestión, tan
importante para el estado, de la población india. Porque los indios constituyen
la amplia mayoría de la población del estado. Pero el gobernador vive en una
modesta casa. No tiene ni siquiera un guardia de honor delante de la puerta,
sino un simple vigilante, que pasa desapercibido. Todos los gobernadores de
México, como en general todos los hombres que hoy desempeñan un papel en México,
son en primer lugar mexicanos. Su socialismo es un socialismo puramente
mexicano-indio. Son hombres con garra y son hombres de estado de una época muy
moderna. Han comprendido que el
capitalismo, en su forma actual, debe morir, si la humanidad quiere sobrevivir.
Han comprendido que la riqueza de la tierra o de un país no puede ser propiedad
de un grupo de piratas privilegiados ávidos de dinero, sino que la riqueza de un
país debe ser aprovechada por todos sus habitantes. En el caso de su propia
patria chica, han comprendido que México, el pueblo mexicano y la raza indio-mexicana
sólo pueden vivir y cumplir con su propia misión cultural actuando junto con
toda la humanidad, si al capitalismo se le da una buena cortada de uñas. El
capitalista puede seguir existiendo tranquilamente. Pero no puede seguir
teniendo privilegios que a los restantes ciudadanos que no son capitalistas se
les niegan directa o indirectamente, o se les hacen inaccesibles. Pero estos
hombres aquí tienen tanta garra porque tienen una base revolucionaria. No negocian, no pactan. Lo que
consideren justo en el interés de la mayoría del pueblo, lo imponen, aunque les
duela a los capitalistas. Y como la mayoría del pueblo mexicano está compuesta
por proletarios, proletarios que no tienen un pasado filisteo o pequeño burgués,
que no cargan con las nieblas del parlamentarismo y con las ilusiones del
derecho de voto, así las nuevas leyes actúan modificando radicalmente los viejos
sistemas económicos gastados. La generación hoy viva se crió y creció bajo la
dictadura, bajo una dictadura dirigida contra la gran mayoría del pueblo
mexicano. El derrumbe de la influencia de una dictadura semejante tiene hacia
afuera los mismos efectos que el derrumbe del dominio absoluto de los zares
rusos. Las acciones de los hombres que hoy administran los destinos del pueblo
mexicano, parecen revolucionarias sólo porque proceden a un ritmo tan sorprendentemente rápido, porque apuntan
directamente al corazón del enemigo, y porque todos los estados capitalistas
hasta hace poco habían creído que el pueblo mexicano fuera solo una especie de
colonia suburbana de Nueva York. El hecho de que este pueblo ahora se alce y
manifieste tener su propia voluntad es considerado por aquéllos que creían poder
dormir o robar tranquilamente como un menoscabo de sus derechos. Y justamente
los que con más fuerza gritan: "No podemos permitir, el bolchevismo ante nuestra
puerta", son justamente quienes mejor saben cómo alterar al pequeño burgués e
impedirle que comprenda la verdad.
Antes,
cuando se planeaba un gran robo, se aullaba:"El orgullo nacional ha sido atacado
y debe ser defendido". Esto ahora ya está gastado y no arrastra más, por eso hoy
gritan: "¡El bolchevismo acecha delante de la puerta y nos amenaza!" Esto es más moderno y
tiene un efecto más clásico, suena casi como: "¡Aníbal está ante las puertas!"
Si el mundo un día llega a escuchar - y lo escuchará dentro de no mucho - que en
México o en otro país latinoamericano, donde haya algo que sacar, ha sido
introducida la organización en comunas de la mujer, la rabia de todos los buenos
ciudadanos americanos se despertará y se alzarán desbordantes de entusiasmo para
no seguir tolerando una deshonra semejante en este continente. Porque no se
puede volver a proclamar con bombos y platillos que los hunos les cortan a
machete las manos a los bebés belgas y les cortan los pechos a las enfermeras de
la cruz roja inglesa, ni siquiera cuando, tanto para cambiar, en vez de los
bebés belgas se dice "our sweet
little american boys and girls". Derecho de autodeterminación para países, en
donde no hay nada que extraer, y derecho de autodeterminación para naciones, si
con eso se puede debilitar la Rusia bolchevique. Pero no hay derecho de
autodeterminación para México, donde uno entra con cinco mil dólares en el
bolsillo y se va con cinco millones de dólares. Y en todas partes, donde los
países y los pueblos se alzan contra el gran capitalismo europeo y americano,
donde los pueblos deciden sus propios destinos según el propio parecer, no
importa que se trate de China, India, Egipto, Marruecos, México, Colombia, Nicaragua, Venezuela, siempre se trata
de bolchevismo, siempre es claramente por influencia de Moscú. Se convirtió en
el moderno grito de guerra, porque hoy produce un efecto más fuerte que el honor
nacional amenazado, que hoy en día no goza del favor del mercado
mundial.
Pero
cuán pobres de ideas son quienes utilizan este grito de guerra en sus formas más
retorcidas y en los tonos más bajos. Porque este grito de guerra empapa a toda
la humanidad con la creencia de que la política mundial hoy no se decide en
Washington o en Londres, sino en Moscú y esta creencia puede llegar a ser tan
fuerte en los hombres que, de hecho, la política de todos los países y pueblos
efectivamente dentro de poco se llegue a decidir sólo en Moscú, y así el grito de guerra
terminará teniendo un efecto muy distinto del que los gritones esperaban. Los
gritones saben bien que no es el bolchevismo lo que hoy ha puesto en movimiento
a los pueblos, que otras fuerzas propulsoras están obrando, despertadas por la
última gran guerra y por su hipócrita griterío sobre autodeterminación y
democracia. Todos los sometidos despiertan, los proletarios sometidos, las razas
sometidas, los pueblos sometidos, los países sometidos. Por eso el grito de los
ladrones:"¡bolchevismo ante nuestra
puerta!" es sólo un grito que refleja su empacho, es el último grito que pueden
escupir y el último grito del que se esperan la salvación. Pero como con este
grito le adjudican a Moscú un poder que Moscú no tiene y seguramente ni siquiera
desea, justamente por eso con este grito de guerra los estúpidos gritones se
cavan la fosa.
Hoy
hay sólo dos países, en donde se puede estudiar esta verdad con mucha precisión,
México y China. Junto a Rusia son México y China los países donde en este siglo
y en el próximo acontecen las cosas que previsiblemente determinarán la cultura
de toda la humanidad para los próximos mil años. Para el marxismo europeo, es
decir para el verdadero bolchevismo en su forma pura, estos países no tienen
esperanza. No hay país, contando entre la clase obrera organizada, con tan pocos
bolcheviques como México. Y en China será más o menos igual. Se trata
simplemente del surgimiento de tres nuevas culturas, la eslava-tártara, la china
y la india. Estas tres culturas, hoy de parto, tienen algo en común. El hecho de
que tengan que oponer una fortísima resistencia a la civilización europea
occidental, igual a la instintiva vitalidad de todo recién nacido para
defenderse. La pereza mental y la pobreza de ideas de los representantes de un
sistema económico amenazado, sacudido y moribundo y de un civilización cansada,
harta y vieja se demuestran perfectamente en el hecho de que se den por
contentos con el cómodo slogan del bolchevismo y de que traten de explicar con
el bolchevismo todo lo que no logran entender.
Nunca,
en todos los siglos que podemos repasar, nunca aconteció algo tan grande,
decisivo y poderoso como lo que ahora se atisba en sus comienzos. A partir del
rechazo de la civilización europea occidental por primera vez se forma en la
historia de la humanidad la conciencia de que la unión política y económica de
los hombres de la tierra es posible y realizable. Las razas por ahora seguirán
siendo razas, se mezclarán sólo en las zonas confinantes. Pero en lugar de las
naciones, en lugar de las federaciones de las naciones, entrará la federación de
las razas. Que todas las razas, todos los hombres que se creen sometidos, hoy ya
se sientan mancomunados en la palabra bolchevismo, curiosamente no es mérito del
bolchevismo, sino de los representantes del gran capital que difunden esta
palabra como grito de alarma.
*
El
palacio de gobierno de Tuxtla Gutiérrez lo obliga a uno a reflexionar sobre
problemas que hoy causan desconcierto a la humanidad entera. Problemas que
atañen razas, pueblos, sistemas económicos. Porque en ese palacio de gobierno
cotidianamente se lleva a cabo algo que anuncia perfectamente una nueva fase en
la historia de la humanidad, algo que no sucede en ningún otro lado en este
continente. Ni en Ciudad de México ni en ninguna otra capital de otro estado
mexicano se comprende lo que sucede en México, en forma tan clara, tan sencilla,
tan natural, tan escuetamente primitiva, como en Tuxtla Gutiérrez y como en este
palacio. Ningún otro estado de México tiene un porcentaje tan alto de indios
puros como éste, ningún estado tiene una composición tan extraña de la población
como Chiapas. Mexicanos cultísimos y europeos, al lado de grandes masas de
indios completamente primitivos como los lacandones, junto a todos los grados de
civilización imaginables. Cien mil o más indios que hablan su propia lengua
primitiva, que viven según sus antiquísimos usos y costumbres y que sólo se
integran muy lenta y tímidamente, pasito a pasito en la actual civilización
europea. Cada poblado ha alcanzado un grado de civilización diferente, un poco
más alto con respecto al que ha quedado atrás. Puro antiquísimo comunismo indio al lado de capitalismo
ultramoderno en su forma más despiadada. Agricultura ultramoderna con los
tractores y máquinas más modernas junto al uso de utensilios y herramientas de
madera dura y piedra, tal como se usaban mucho antes de que los toltecas
llegaran trayendo su civilización altamente desarrollada. En el mismo monte,
arco, flecha y lanza al lado de fusiles Winchester, en el mismo río se usan anzuelos de hueso al lado de los
instrumentos de pesca más caros y modernos . Autos pasan a toda velocidad,
llevando damas y caballeros vestidos como en Broadway en Nueva York al lado de
viajeros, que el indio lleva sobre sus espaldas durante días a lo largo de cientos de
kilómetros por unos centavos. Canoas indias hechas de un tronco de árbol ahuecado se
deslizan por el mismo río al lado del más moderno bote a
motor.
Y
todo busca y encuentra su unidad en el palacio de gobierno de Tuxtla Gutiérrez.
En la antesala del gobernador se sientan el americano millonario propietario de
minas, que quiere la confirmación de sus concesiones u otra cosa, al lado del
explorador que piensa pedirle al gobernador un salvoconducto, al lado del
plantador de café, que no está de acuerdo con un impuesto, y en medio de todos
éstos hay caciques o emisarios de docenas de tribus indias, que no se pueden
entender entre ellos , porque cada uno habla otra lengua y cada uno va vestido
de otro modo y algunos de ellos no saben cómo sentarse en la silla que el
funcionario les acerca cortésmente, y en cambio prefieren acuclillarse en el
suelo, porque no saben sentarse de otro modo.
En
qué medida las cosas han cambiado en el mundo, se reconoce aquí con una nitidez
inigualable. No importa quien entre en la sala del gobernador, ya sea el
millonario o el enviado de una tribu india lejana, el gobernador se levanta, le
viene al encuentro al hombre y lo saluda con el mismo gesto de cortesía, y tiene
quizás algo más de tiempo y paciencia para el indio que sólo dificultosamente
llega a expresarse con ayuda de un intérprete que para el propietario de minas.
Lo que hoy en todo el mundo se resuelve a mano armada entre capital y trabajo,
entre una raza y otra, entre naciones, aquí se arregla y decide en una
habitación. No creo que en ninguna otra parte todos los problemas de todos los
hombres actualmente vivientes aparezcan tan concentrados como aquí. Los
problemas complicados, que hoy ocupan grandes costosas conferencias
internacionales, se llevan a este palacio, se discuten aquí, se deciden aquí y
deben ser decididas aquí. Todos los problemas que hoy mueven y excitan los ánimos, aparecen aquí en
su forma simple. Aquí son desnudados de todas las decoraciones, de todos los
rellenos científicos, diplomáticos, políticos y periodísticos. Aquí se presentan
en su forma primitiva, natural y desnuda. Aquí uno se les puede acercar,
inmediatamente y llegar hasta el meollo, sin tener que pasar a través de gruesos
tomos nacional-económicos. Y si uno está convencido del hecho de que en el fondo
los hombres valen todos lo mismo, que todos reaccionan del mismo modo frente a
las mismas causas, que todos los problemas son en su esencia reducibles a
fórmulas sencillísimas, entonces se pueden estudiar aquí todas las cuestiones en
sus raíces.
Como
todo esto se sabe, es imposible pasar por delante de este palacio de gobierno
sin acordarse de los cientos de problemas que constituyen la tarea actual de los
hombres. A veces se afirma, aunque aún no haya sido demostrado hasta ahora, que
Chiapas es la cuna de la humanidad. Pero hay innumerables cuestiones que aquí se
pueden estudiar de una manera y con tanto éxito como si uno se encontrara
realmente en la cuna de la humanidad, o por lo menos, en el jardín de infantes
de la humanidad.
27
Tres
días, tres días de buena cabalgata llevan desde Tuxtla Gutiérrez cuesta abajo
hasta Jalisco, la estación del ferrocarril del Pacífico. Tuxtla Gutiérrez se
encuentra sólo a unos 530 m sobre el nivel del mar. Sin embargo, hay que volver
a subir a las altas cimas de la Sierra Madre, que hay que superar por pasos
estrechos. Durante casi todo el trayecto se ve la cumbre más alta: Los Tres
Picos. Los Tres Picos es una montaña muy alta de la Sierra Madre, cuya altura
aún no fue medida, porque es de difícil acceso y está situada en un terreno
completamente intransitable e inexplorado.
A
los mosquitos se añade una nueva peste, las garrapatas. Son particularmente
numerosas en los ranchos ganaderos. Hay tres especies. Unas minúsculas, casi
invisibles, apenas más grandes que una cabeza de alfiler. Luego hay otra del
tamaño de la chinche. Y después otras, grandes como avellanas. Las minúsculas
son las peores. Las garrapatas se prenden en las vacas. Vacas enfermas y flacas
están llenas de garrapatas, especialmente de las gordas. Se juntan como racimos
en las ubres y en las partes blandas . Los pájaros llegan en bandadas y picotean
las garrapatas de la piel de las vacas. O las vacas se paran durante horas en el
agua, para que las garrapatas mueran. También se las quitan restregándose contra
arbustos y árboles, o cuando se caen al suelo. Desde aquí atacan al hombre que
pasa cabalgando. Se dejan caer sobre él o suben trepando, o pasan de la mula al
hombre. Pasan a través de la ropa y se meten en la piel. Si uno las arranca sin
cuidado, la cabeza queda dentro de la piel y provoca una herida inflamada y
purulenta que tarda semanas en curarse. Aún cuando se quita la garrapata con la
cabeza se forma un bubón envenenado, que pica mucho y provoca molestias durante
varios días. A la noche, tras una jornada a caballo pasando por tierras donde
hay muchas garrapatas, uno tiene que cosechar de su cuerpo unas cuatrocientas a
seiscientas de las garrapatas pequeñas y medio centenar de las más grandes. En
el rancho el remedio es embadurnarse el cuerpo con petróleo, todos los días.
Tanto mujeres como hombres. Es el medio más simple. Uno se acostumbra al olor
del petróleo.
Otra
peste es una especie pequeñísima de nigua, que existe allí donde se crían
cerdos. En los dedos de los pies, cerca de las uñas y en las plantas de los pies
se forma un bubón que pica muchísimo. Hay que abrirlo y exprimirlo bien para
hacer salir una masa blanca, que parece y seguramente es un montón de huevos de
larva. Uno puede llegar a tener veinte a treinta de estas picaduras en los pies,
y no se puede decir que sea algo agradable.
Pero
a veces creo que este asqueroso mundo de insectos es necesario. Si no hubiera
mosquitos, garrapatas, niguas, México sería insoportable, tan insoportable como
a la larga el paraíso. El hombre no puede tener todas las bellezas y maravillas
de la tierra amontonadas, sino se pondría lelo.
A
causa de las últimas lluvias, en ciertas partes el camino se ha desmoronado a
tal punto, que sólo queda un angosto pasaje entre la alta pared rocosa y el
abrupto abismo. Y el jinete tiene que pasar por ahí. El camino volverá a ser
reparado, pero hasta que las cuadrillas de construcción de caminos lleguen a
todos los puntos, pasan semanas. Ni bien ha pasado la estación de las grandes
lluvias, los chóferes de Jalisco salen a los caminos y los arreglan malamente
como para poder pasar con los autos, porque no quieren esperar a las cuadrillas
de obreros. Claro que atravesar con el auto una de estas reparaciones de
emergencia es una cuestión que se califica de manera inmejorable con una
expresión a emplearse frecuentemente en este continente: "¡O pasas o
revientas!"
La
carretera desde Chicomuselo a Huixtla, doscientos kilómetros más al sudeste,
donde también hay pasos para alcanzar el ferrocarril desde el interior del
estado, tiene otras peculiaridades. Aquí el sendero entre la pared rocosa y el
abismo es tan angosto, que la mula apenas consigue caminar. Las partes más
angostas y peligrosas se encuentran siempre bordeando puntas rocosas. Es
imposible ver si alguien llega en sentido contrario, se lo ve cuando ya está
delante de uno. Y no hay forma de esquivarse. Ninguno puede retroceder ni
bajarse del caballo o de la mula, y ni uno ni el otro pueden pegar la vuelta.
Para evitar estas situaciones sin salida, jinete y mulero están obligados a
gritar y dar voces para que uno de los jinetes pueda esperar en un punto donde
el camino sea lo suficientemente ancho como para dejar pasar al otro.
Los
indios y los mexicanos nacidos en el estado usan el grito guatemalteco. Es un
grito que se forma con el registro más agudo de la voz humana, es decir en
falsete. Al dar voces se modula, pero no como el jodler, sino como un aullido
estridente. El grito es bastante impresionante y escalofriante de oír, como si
lo aullara un enorme animal antediluviano, terminando en un prolongado lamento.
Este grito, que los indios usan desde tiempos inmemoriales, se oye a la
distancia como el aullar de una sirena. Sobre todo en las alturas de la sierra,
en el aire puro, el grito se oye a millas de distancia.
Así
como se puede reconocer a todo hombre por el tono de su voz, se reconoce a todo
indio o mexicano por su grito guatemalteco, porque el timbre de su voz se
manifiesta en el grito. Los indios son capaces de trasmitirse mensajes por medio
de estos gritos, según la manera de
modular, impostar y hacerlo terminar y también según el modo de repetirlo en
arranques subdivididos de una determinada forma y con pausas cortas o largas.
Ni
bien se oye el grito de un jinete que viene en sentido contrario, uno se detiene
en el próximo ensanche del sendero rocoso y gritando acuerda con el otro cuál de
los dos ha de proseguir el camino. No se ven y recién llegarán a conocerse
cuando se crucen cabalgando.
Muchos
viajeros que tienen que hacer este camino se tapan los ojos y dejan que la mula
o el caballo se ocupe de todo; porque quien no está a salvo de mareos se pone
tan nervioso en estos caminos, trasmite tal inquietud al animal, que éste puede
llegar a poner en peligro la vida del hombre. Porque el animal tiene que poder
marchar con toda seguridad, tranquilamente y sin ser molestado porque la montaña
tiene pedregales resbaladizos y surcos, hoyos y hondonadas
erosionadas.
Las
mulas raramente, pero los caballos a menudo sufren un ataque de mareo en este
camino. Empiezan a temblar, se cubren de sudor y hacen tonterías. Un señor me
contó que en una de las partes más peligrosas y abruptas del camino su caballo,
que por lo demás era fiable, tuvo un ataque de mareo, se alzó sobre las dos
patas traseras y así se dio vuelta en el sendero que no tenía más de 40 cm de
ancho, para regresar al galope, dominado por el espanto. Durante el giro la
mayor parte del animal quedó colgando sobre el abismo. Todo no duró más de dos
segundos, pero lo que el señor pasó en aquellos segundos, me aseguró, no lo
quisiera volver a pasar nunca más.
No estaba en condiciones de explicar cómo se hubiera presentado la
situación si hubiera tenido uno o aun más jinetes tras de sí. Nadie puede
esquivar, los animales no retroceden cuando van por un camino tan estrecho y
tampoco es posible apearse. Y todavía queda por imaginar todo lo que puede
suceder si el animal se asusta por un tiro que alguien tira por diversión, o por
un gran buitre que pasa volando o por cualquier otra cosa. Numerosos viajeros,
especialmente las damas, se dejan llevar por indios cuando van por estas
carreteras. La silla de manos, que los indios llevan sobre sus espaldas, tiene
el aspecto de un sillón playero. Su parte abierta tiene una cortina que se puede
cerrar para protegerse del sol y del polvo. Donde empiezan los caminos
peligrosos también se cierra porque de lo contrario quien está dentro empieza a
temblar y le hacer perder el equilibrio a los portadores. Claro que a quien no
le importa hacer doscientos o cuatrocientos kilómetros de desvío para llegar a
la ciudad de destino, ése siempre encuentra otra carretera algo menos peligrosa.
Paso
por una región inmensamente fértil. Pero muchos ranchos están deshabitados,
grandes haciendas* se ven
irremediablemente venidas abajo. Los propietarios las han abandonado. En muchos
casos por temor a las revoluciones. Pero no sólo se temen las revoluciones, sino
más bien las hordas de bandidos, que cuando México entra en conflicto con el
gobierno de los EE.UU., enseguida aparecen en el país. Estas hordas se dan el
nombre de rebeldes o revolucionarios, pero en diecinueve de veinte casos son
hordas de asaltantes, que creen que ha llegado la hora, porque el gobierno no
los puede tener tan controlados como en los momentos en que los EE.UU. dejan en
paz al país. Estas hordas de bandidos quieren vivir y también quieren poder
vivir cuando los EE.UU. dejan a México en paz, por eso, en los tiempos que les
parecen propicios, tienen que trabajar para guardar.
Pero
en la mayoría de los casos estas haciendas* están abandonadas porque los peones
se han despertado, porque quieren vivir una vida más humana. Y esto sólo es
posible si la hacienda* les paga salarios más altos y deja de tratarlos como
esclavos. Pero si la gente recibe cincuenta centavos al día en vez de, como
hasta ahora, sólo cuatro o cinco, si trabajan sólo diez horas en vez de, como
hasta ahora, desde el primer rayo de sol hasta bien entrada la noche, entonces
el propietario de la hacienda* no puede seguir llevando la vida señorial a la
que él y su familia están acostumbrados desde hace cuatrocientos años. Bajo
estas nuevas condiciones tiene que arruinarse, porque sólo sabe cultivar la
tierra como desde hace cuatrocientos años. Sólo sabe trabajarla y obtener
ganancias si se rodea por especies de esclavos. En los buenos tiempos no ha
considerado la necesidad de comprar nuevas máquinas. Y ahora, aun si lo
quisiera, ya no tiene el dinero para hacerlo, ya ni siquiera le alcanza para
hacer más fértil la tierra por medio del riego artificial. Así es que abandona
su hacienda* y va a Ciudad de
México, o intenta el camino de la política o se hace jefe de bandidos. Pero los
peones, son de esta tierra. No pueden irse. Y ahora ya ni reciben ni siquiera
los cinco centavos de salario y las semillas que el patrón les daba para su
terrenito. La revolución les ha dado la tierra. Pero acostumbrados desde
generaciones a trabajar siguiendo las órdenes del patrón o del capataz, andan
raspando la superficie de la tierra sin orden y sin objetivos de trabajo
precisos. Ya casi no tienen herramientas, la simiente no se renueva y cae
víctima de enfermedades. Tampoco se renueva la sangre del ganado y degenera. Así
es que los peones en parte llevan hoy una vida más miserable que antes de la
revolución, a pesar de que consiguieron la libertad y a pesar de poseer la
tierra comunal. Este hecho es usado por quienes quieren demostrar que la
revolución ha traído sólo desgracias al país y al pueblo. Pero esta afirmación
la proclaman sólo aquéllos que quisieran devolver el pueblo mejicano a la
condición de ilota en que se encontraba antes de la revolución. Y son siempre
los mismos quienes ven sólo las desventajas; son siempre los mismos, quienes
buscan y destacan estas desventajas para testimoniar así su odio contra todo lo
nuevo y prometedor y que, aquí especialmente, buscan dar sustento a su odio
contra el actual gobierno de México usando estas pruebas, pruebas es una manera
de decir. Pero si se observa un poco más detenidamente, si se observa
comprendiendo la necesidad de las revoluciones, comprendiendo a la clase
proletaria, que quiere tener una participación en la riqueza que produce, el
cuadro toma otro aspecto. Es cierto que miles de peones, no sólo en Chiapas,
sino en todo México, hoy llevan una vida con más hambre y miseria que antes de
la revolución. Pero su número disminuye día a día. Considerándola en su
totalidad, la clase proletaria de
México está hoy desde el punto de vista económico y humano diez veces, quizás
cien veces mejor que antes de la revolución. Y aún el peón más hambriento, abandonado por el
propietario de la hacienda* porque ya no lo podía explotar como antes, se sitúa
por encima del peón de la época prerrevolucionaria por el hecho de que hoy tiene
un futuro como hombre libre, con acceso a todos los tesoros que el mundo tiene
en belleza y saber. Antes de la revolución no era más que un animal de carga,
incapaz de cualquier tipo de articulación, sin individualidad. Hoy el peón ha
llegado a ser un ser humano. Y basta mirar con ojos sin odio, incluso allí, en
los lugares que yo vi, donde el peón parece confrontarse con su joven libertad
sin saber qué hacer, para palpar el nacimiento de un nuevo pueblo y el florecer
de un nuevo país. En todas partes, en el pueblo más perdido, se aprende y se
estudia. Por todas partes estos pobres peones se empeñan en aprender cómo
cultivar la tierra, cómo irrigar el terreno, qué tipo de simiente hay que
emplear. Hacen viajes de días enteros para tomar contacto con las comisiones que
recorren el país para pedirles consejo y ayuda. En numerosas localidades cada
uno aporta un tercio de la cosecha a un lugar de recolección común. Con la
ganancia obtenida se ponen en pie bancos de crédito, se compran maquinarias y
herramientas de uso común. Sin necesidad de orden gubernamental se construyen
los caminos que parecen necesarios, se instalan sistemas de irrigación. Pueden
aparecer organizaciones bancarias y de crédito bastante curiosas, que no tienen
nada que ver con los sistemas habituales, porque sus fundadores no tienen ni
idea de lo que es un banco y de cómo trabaja un banco. Estas organizaciones de
tipo bancario resultan de las necesidades. En algunos casos reemplazan al
propietario de la hacienda*, que hasta ahora pagaba los salarios, daba la
simiente y fiaba la mercancía que tenía en su tienda a cambio de una conspicua
ganancia. Un poblado avanza más rápidamente que otro. Quienes odian y critican
todo lo que ha surgido por la revolución, estas cosas no las ven, adrede o no.
Cada vez que pasan delante de un rancho abandonado, señalan con el dedo y
exclaman:"Mire, mire con sus propios ojos lo que esta revolución ha hecho del
país." La sentencia es precoz. Lo que la revolución ha hecho del país, pero en
particular modo del pueblo, se podrá ver recién en algunos años. Estos ranchos
yermos de los latifundistas desertores ya no podrán testimoniar la irresolución
con que incluso personas inteligentes suelen enfrentarse al surgimiento de
nuevas ideas y sistemas.
La
mayoría de los poblados pequeños de Chiapas en realidad no son más que
haciendas* o ranchos, en cuyos alrededores se han ido asentando los peones, los
trabajadores rurales. Algunos de estos poblados se han desarrollado hasta
alcanzar un tamaño considerable, especialmente cuando el latifundista
incorporaba una industria, una calera, un ladrillar o aserradero. También estas
industrias se encuentran hoy inactivas. Es que los peones en primer lugar se
tienen que ocupar de cultivar la tierra que los alimenta. La manera primitiva en
que se conducían estas industrias requería una tal fuerza de trabajo humano para
obtener tan escasos resultados materiales, que el valor de la fuerza de trabajo
humana quedaba en un escalón indignamente bajo. Y estas industrias sólo se
podían mantener en pie si el obrero solamente recibía dos o tres centavos. Pero
si el hombre tiene que dar tanto de su vigor para producir algo que sólo tiene
un valor de uso escaso en comparación con el derroche de preciosa energía, que
se acabe nomás.
Las
nuevas condiciones políticas del país, que han convertido a los esclavos y
peones en hombres, que han reconocido en el enriquecimiento de sus vidas la
finalidad de su existencia, empiezan lentamente a crear aquellas condiciones
bajo las cuales tanto en la agricultura como en la industria será posible
producir lo útil con un menor consumo de energía humana.
hacienda*:
N.d.T.: en el original con grafía alemana "Hazienda"
28
Mientras
más en el interior del estado las mercancías se transportan preferiblemente
sobre mulas o burros, la carretera estatal entre Jalisco, la estación de
ferrocarril de la costa del Pacífico, y Chiapa de Corzo está dominada por otro
medio de transporte. Se trata del carro tirado por bueyes, aquí llamado
carreta*. La carreta* sigue siendo como lo era hace cuatrocientos años. Un carro
largo y angosto sobre dos ruedas o discos de madera, con un toldo tensado sobre
aros semicirculares. Las aberturas adelante y atrás se tapan con petates para
proteger las mercancías del sol, del polvo y de la lluvia.
El
transporte en las carretas* es más barato que con las mulas. Una carreta* puede
llevar tanto como tres a seis mulas. No se la debe cargar demasiado ni demasiado
en alto, porque frecuentemente queda de cabeza en los caminos. Si fuera
demasiado alta o estuviera demasiado cargada, se volcaría. Y de por sí esto
sucede ya con demasiada frecuencia. En cuanto al tiempo no hay mucha diferencia
entre el transporte con carreta o con mulas. Los pesados bueyes claro que tienen
un andar muy lento y pesado, paso a paso. Pero con este paso cansino marchan día
y noche. Cada seis horas se les concede una pausa para beber y pastar. Su
alimento se lo tienen que buscar en las cercanías del camino porque los lugares
de descanso se distribuyen en correspondencia con los pastizales y los pozos de
agua.
No
sólo las cargas se transportan en estas carretas*, sino también los viajeros,
especialmente familias, que tienen que viajar con niños.
También
el correo aquí se transporta en carretas*.
Un
camino por el que pueden viajar carretas*, aquí se llama carretera* , para
diferenciarlo de aquellos caminos por los que sólo pueden pasar mulas, a los que
llaman sendero.
Una
carga completa de carreta* cuesta para unos doscientos kilómetros cincuenta a
sesenta pesos, a veces más, a veces algo menos. Claro que de este modo aun
mercancías relativamente baratas se vuelven mucho más caras por los gastos de
flete; por eso, a medida que uno se interna en el país, los precios aumentan de
poblado en poblado. La mayoría de las carretas* pertenecen a empresas de fletes
que se hacen cargo de garantías limitadas para la correcta entrega de la
mercancía. Pero también hay carretas* que pertenecen a pequeños empresarios que
sólo poseen uno o dos carros conducidos por ellos mismos o por otro miembro de
la familia. Estos pequeños empresarios se agrupan en cooperativas de transporte,
que frente al público se hacen cargo de las mismas garantías que la gran
empresa. Por algunas razones estas cooperativas son más fiables que el
empresario individual, porque sus miembros son al mismo tiempo quienes conducen
las carretas, y mantienen entre ellos un orden rigurosísimo y se esfuerzan por
todos los medios en conseguir y mantener el buen nombre de la cooperativa. En
cambio, los guías que pone el empresario son obreros asalariados, que sólo hacen
lo indispensable a cambio del salario que reciben y no tienen ningún tipo de
participación personal en las ganancias o en las responsabilidades del
empresario. En la cooperativa, en cambio, cada uno se siente responsable de que
los bienes que han sido entregados a un miembro de la cooperativa sean tratados
con tanto cuidado como si él mismo los transportara en su
carreta*.
Cabe
acotar aquí que los trabajadores portuarios de Tampico, el mayor puerto de carga
de México han excluido a todos los empresarios. La carga y descarga de todos los
buques que entran y salen la lleva a cabo una asociación de trabajadores
portuarios. Ningún empresario privado tiene acceso. Las publicaciones
capitalistas y las agencias navieras capitalistas admitieron voluntariamente a
principios del año 1927 que en el puerto de Tampico nadie antes había tratado la
mercancía con tanto cuidado, ni la
había cargado o descargado con tanta rapidez, ni la había entregado con tanta
rapidez, puntualidad y seguridad como desde cuando la cooperativa de los
trabajadores portuarios ha tomado el control del puerto. Las roturas y los daños
de los embalajes se han reducido al mínimo posible. Aún las roturas de los
paquetes que no han ocurrido en el puerto, sino que se deben a la negligencia de
los remitentes, se arreglan cuidadosamente cuando la mercancía tiene que hacer
algunos miles de kilómetros más por ferrocarril. Antes las agencias navieras
siempre se quejaban de la falta de voluntad de los trabajadores, del descuido,
de la negativa a trabajar por las escalas salariales fijadas, de huelgas
repentinas, de la negativa a hacer horas extras necesarias, y de miles de otras
cosas a causa de las cuales los derechos portuarios que tenían que pagar los
buques crecían enormemente y las compañías de seguros de transporte se veían
ante reclamaciones enormes por robos, pérdidas o depreciación de mercancías.
Todo esto ha terminado. Las naves son cargadas y descargadas con una velocidad y
un celo inusitados. Cada fletero sabe de antemano cuánto cuesta la operación de
carga; puede determinar sus precios y no debe temer que inesperadas exigencias
de aumento de salarios o una huelga vayan a cambiar sus precios y que todos sus
planes comerciales queden patas arriba. En el puerto ya no se roba ni un
alfiler, cuando antes desaparecían cotidianamente valores de unos cientos de
pesos, a pesar de los soldados custodiando el puerto con los fusiles cargados.
Hoy no hay más soldados en el puerto, pero nada se roba, porque el trabajador se
siente personalmente responsable de cada granito de mercancía que ha sido
confiado a su cooperativa. Y aún los trabajadores que desempeñan otras tareas,
apoyan al trabajador portuario en su responsabilidad, movidos por un puro
sentimiento de solidaridad proletario.
Hoy, si quieren robar, van a otro lado, pero no al puerto, que pertenece
a sus camaradas de clase. Los
trabajadores portuarios de Tampico han dejado fuera de juego a los empresarios,
negándoles todo servicio, saboteando todo, rechazando todo pacto, todo contrato,
toda negociación con ellos. Establecieron sus exigencias, diciendo que podían
muy bien trabajar organizados en cooperativa y mantuvieron con firmeza esta
exigencia, sin ceder en lo más mínimo. Es que tienen sangre india en sus venas, han pasado
por una revolución que ha desangrado completamente al adversario y no habían
sido educados y entrenados con la idea de que es indispensable un empresario
para realizar un trabajo necesario. Los trabajadores portuarios de Tampico están
hoy entre los obreros más limpios, mejor alimentados, mejor vestidos, mejor
instruidos de México.
En
el momento en que estoy escribiendo esto, los trabajadores portuarios están
construyendo a expensas propias dos nuevos muelles, para poder albergar más
naves y acelerar aún más las operaciones de carga.
Esa
inclinación al cooperativismo que el indio y el mestizo tienen en la sangre
busca imponerse por todas partes en donde se da la oportunidad. Este impulso
hace surgir en todo el país cooperativas agrícolas. La gente no ha oído nunca
nada de cooperativas de producción, nunca de cooperación. Lo hacen, ni bien deja
de oprimirlos un señor. Nosotros hemos sido deformados por la educación, por la
escuela, por el ejemplo, por las mentiras históricas y por los políticos, y esto
durante generaciones hasta el día de hoy. Por eso nos parece algo especial y
notable, cuando en realidad es lo más natural y
evidente.
Las
carretas* generalmente van en grandes columnas, frecuentemente veinte o aun
cuarenta en una larga columna. Es raro ver una carreta* sola, seguramente sólo,
cuando tiene un camino distinto. Este modo de ir en grandes columnas tiene
muchas ventajas. No son asaltadas por bandidos. Es que, ¿por dónde habrían de
atacar? Siempre tendrían a la mayoría de los atacados a sus espaldas. Tanto si
empiezan por la primera carreta* como por la última, enseguida tendría a todos
los otros conductores de carretas, los así llamados carreteros*, encima. Siempre
hay algunos en la columna que tienen un viejo fusil debajo del asiento. Se
pueden esconder fácilmente dentro y detrás de las carretas* para caer sobre los bandidos,
encerrarlos y matarlos de un garrotazo. Realmente los bandidos tendrían que
venir de a muchos y aun así no tienen la victoria asegurada. Los
carreteros* verían un ataque así
como una bienvenida distracción en su cotidianidad tan aburrida. Todos ellos
saben dar un buen garrotazo saludable. Son muchachos muy alegres. Ni bien se
sientan al fogón, cantan o tocan la guitarra o bailan o se cuentan largas
historias truculentas. Todos sin excepción son indios provenientes de las
ciudades de Chiapas, es decir que no pertenecen a los indios primitivos de las
comunidades. Todos hablan español, van al cine y se diferencian poco de los
proletarios urbanos de otros oficios.
El
trabajo de esta gente es bastante monótono. El camino, por bonito y romántico
que sea, para ellos no tiene mucho encanto, porque le conocen cada piedrecita.
Los carros pasan cansados y lentos bajo el sol abrasador. Las ruedas, que son
tan altas para poder vadear los ríos, muelen chirriando el polvo que suele
cubrir el camino con una capa de treinta a sesenta centímetros. El polvo vuelve
blancos como molineros a hombres y bueyes.
A
los bueyes no se les dan chicotazos, sino que se los aguijonea con un delgado
bastón, en cuyo extremo hay una punta corta, con la cual se pincha a los bueyes.
Algunos animales se ven muy lastimados tras un largo viaje. Se puede evitar y
los carreteros cuidadosos lo hacen, teniendo la punta corta y pinchando apenas,
sin abrir la piel.
Muchas
veces se cree que el ferrocarril destruye la majestad, el romanticismo y la
quieta belleza de estos vastos países. Pero cuando se toma conciencia de que el
ferrocarril alivia los sufrimientos de cientos de miles de atormentados y
martirizados animales de carga y transporte, cuyos sufrimientos son inevitables
bajo las actuales condiciones, entonces se ve la introducción del ferrocarril
con otros ojos, aunque este mismo medio cause, arrollándolos, la mutilación y la
muerte de unos miles de animales por año. En muchos casos, si no en todos, el
romanticismo convive con la pena y el dolor. También la hacienda** del rico latifundista mexicano
culto es algo cuya desaparición deja un vacío, que no podrá ser colmado por
ninguna otra cosa. La vida de los señores y damas en una rica hacienda**
mexicana, con una cultura tan peculiar español-mexicana, con su rara mezcla de
refinadísima civilización muy desarrollada y grotescos usos y costumbres
medievales, que pueden provocar escalofríos al recién llegado al país, toda esta
vida es novelesca. Sin lugar a dudas. Una novela, como sólo existe en libros, en
óperas, en películas. Pero no podemos tenerlo todo. No podemos tener esta
novela y cientos de otras cosas
bellas y al mismo tiempo elevar a dignidad humana a un proletario embrutecido.
El ferrocarril acaba con el romanticismo de las carretas*. El canto alegre, el
sonido de la guitarra y el baile alrededor del fogón de los carreteros* no
soporta el silbido de los trenes. Uno de los dos tiene que desaparecer, para que
el otro viva. Si queremos que cientos de miles de animales dejen de sufrir, es
necesario que el ferrocarril silbe y haga ruido; si queremos considerar al peón
mexicano como ser humano, hay que sacrificar el romanticismo de las haciendas**
y ranchos mexicanos. Pero como el romanticismo depende de lo que nos han
enseñado a ver como romántico, como aprendemos con la misma rapidez y facilidad
a ver como algo romántico la
sala de máquinas de una nave, la torre de perforaciones en un campo petrolífero
o la titubeante búsqueda de conocimiento de un trabajador rural que comienza a
despertar, no sacrificamos nada. En el mejor de los casos sacrificamos la pereza
mental. Lo romántico es siempre lo pasado. Pero la verdadera belleza de la vida,
el único sentido de la vida está en el cambio, en la transformación, en el
movimiento. Bienvenido el tiempo en que no haya más carretas* atravesando
Chiapas y los fogones a la vera del camino ya no iluminen a quienes están
obligados a sentarse allí, sino sólo a aquéllos que quieren beber las bellezas
de este país directamente de la fuente.
Cada
columna lleva algunas ruedas y ejes de reserva; porque no hay herrero en el
camino. El coche, que se derrumba en el camino y no puede ser arreglado, queda
allí tirado, se lo aparta del camino y termina pudriéndose. Como en los
pastizales no es muy fácil orientarse, los bueyes desuncidos llegan a internarse
en el monte o en el bosque mientras van pastando. Entonces los carreteros*
tienen que salir a buscar los animales y atraparlos. Esto puede costar algunas
horas de retraso que hay que recuperar después. Otra vez sucede que los coches
se vuelquen o se deslicen quedando medio colgados sobre el abismo, apenas
sujetos por los poderosos bueyes. Toda la caravana para y todos los cocheros
vienen a ayudar para poner el coche otra vez sobre el camino. Otra vez sucede
que uno de los coches quizás se incendie a causa de mercancías fácilmente
inflamables y mal embaladas. En ese caso hay que quitar el coche de la caravana
para que las llamas no pasen a los otros. Cuando el camino es estrecho no es tan
fácil sacar un coche de entre una larga fila. Generalmente no hay agua a mano
para apagar el incendio. Otra vez sucede que viene una caravana en sentido
contrario. Entonces se busca con un esfuerzo enorme el modo para esquivarse. Eso
sólo puede llevar una hora, porque hay que manejar los coches uno a uno para
hacerlos pasar por las partes más anchas. Hay que empujar el coche hacia
adelante y hacia atrás hasta encontrar el lugar para pasar al otro. Se hace de
todo para evitar esta situación, por ejemplo: llegando a una parte estrecha un
muchacho se adelanta para avisar a las caravanas que se estén acercando. Así es
que los carreteros* tienen con qué divertirse. Pero también se pasan millas y
millas sentados en su carro durmiendo, abandonando los bueyes a su suerte. Hay
que imaginarse lo que significa transportar un piano desde la última estación de
trenes en Jalisco hasta Tuxtla Gutiérrez o hasta Chiapa de Corzo o quizás hasta
San Cristóbal Las Casas y Comitán. Y en esas ciudades se usa mucho el piano.
Casi no hay casa distinguida en que no haya niñas que sean excelentes pianistas.
Los pianos no son transportados a lo largo de esos doscientos cincuenta o
trescientos kilómetros pasando las alturas de la sierra en carretas* ni tampoco
a lomo de mula, sino que se contratan
seis indios para esta tarea. Llevan el piano como se lleva a un muerto al
cementerio. Aunque el piano esté bien embalado, se elige la estación seca con su
temperatura estable. En México no hay fábrica de pianos, es decir que los pianos
vienen de Nueva York o de Boston o incluso de Alemania. Antes de que los indios
se hagan cargo del piano en Jalisco para transportarlo, el instrumento muchas
veces ya ha superado cuatro mil millas marinas y seis mil u ocho mil kilómetros
de viaje en ferrocarril. Sin contar las numerosas operaciones de carga y
descarga. Así es fácil hacerse una idea de lo que puede costar el piano, cuando
la dama mexicana en algún lugar del interior de Chiapas se sienta por primera
vez delante y abre el cuaderno de notas.
El
camino entre Tuxtla Gutiérrez y Jalisco es más variado, grandioso y romántico
que el que lleva de San Cristóbal Las Casas a Tuxtla Gutiérrez. Este último
trayecto es interesante, por un lado, por la cantidad de indios primitivos que
se encuentran, por el arroyo selvático tropical con sus bellezas y la incomparable vista
monumental desde el Cerro de Calvario hacia la llanura tropical abajo.
En
cambio, yendo por este camino el paisaje cambia de hora en hora. Los indios
primitivos ya no están, pero aquí la inmensa riqueza de la montaña tropical y
subtropical sustituye todo lo que uno cree echar de menos de la primera parte
del camino.
El
camino ya atraviesa la sabana abierta, ya pasa por monte más tupido. Y después
se abre de golpe una amplia vista hacia el valle que está abajo. Y el camino
vuelve a serpentear entre altas rocas o las faldea bajo acantilados muy
sobresalientes.
Entre
los más bellos de estos acantilados está el paso que cruza el Cerro de Petapa.
En el nicho más profundo de esta roca burbujea una fuente famosa por su
deliciosa agua, la Agua Bendita. Y al caminante le parece ser realmente agua
bendita, es fresca, refrescante y rica en minerales, mientras en este camino de
ciento cuarenta y más kilómetros sólo se suele encontrar el agua tibia de los
arroyos y los ríos.
El
camino siempre sube, atraviesa los pasos y luego baja. En ciertos días hay que
vadear cuarenta veces los ríos. Puede suceder que al vadear, el agua llegue a la mitad de la panza de la mula
y uno tenga que encoger los pies. Hay que darse por contento si la mula no se
acuesta completamente en medio del río para bañarse. También a las mulas de
carga les gusta hacerlo y si el
equipaje no está en sólidas cajas metálicas, por la noche se ve feo. Por estos
lares mejor no usar caballos o mulas que teman el agua, porque no hay forma de
hacerles cruzar los ríos.
Cuando
se habla de ríos en estos casos, en general, se trata siempre del mismo río, que
baja serpenteando la Sierra Madre hacia el océano Pacífico. Tres o cuatro veces
por día uno elige un lugar adecuado para el baño. En muchos casos hay que bañarse pegado
al camino, porque de ambos lados hay selva o monte
espesos.
En
la época de gran lluvia los ríos traen tanta agua que es imposible cruzarlos
sobre el lomo del animal, hay que nadar junto a la cabalgadura. En estos casos
se descargan los carros de bueyes y los carreteros cruzan la mercancía sobre sus
cabezas o la llevan a la otra orilla a través de un atajo por la selva, mientras aquí las carretas de bueyes
cruzan
el río vacías. Pero ya se empiezan a construir puentes. Algunos de los puentes
más viejos claro que están en un estado tal que hay que descargar la carreta y
mandarla sin carretero dentro. Si se cae, por lo menos se habrán salvado la
mercancía y la vida del carretero. También los pasajeros de los autos prefieren
bajar del coche y cruzar a pie. El chofer conduce el auto desde afuera
manteniéndose cerca de un tablón que le inspire confianza. Pero aún este
romanticismo se va perdiendo mes tras mes. Hay trayectos muy breves donde se
necesitan cientos de puentes. El gobierno mexicano gastó en el año 1927 sólo
para la construcción de nuevas carreteras en campo abierto diez millones de
pesos. No hay que olvidar que la mayoría de las calles, puentes y ferrocarriles
no sólo fueron construidas con la intención de crear mejores condiciones de
tránsito general, sino por razones de orden militar. Pero aquí las razones
militares no cuentan para nada, porque aquí los militares no tienen ninguna
importancia para la existencia del pueblo; se limitan a cumplir la tarea de un
escuadrón policial.
Horas
y horas y medias jornadas cabalgando a través de la sabana o cruzando el monte o
los pasos sin encontrar un alma. A veces desde el camino se ve lejos un rancho,
que parece abandonado y solitario como un fantasma. A veces realmente está
abandonado, frecuentemente la gente se encuentra lejos, afuera en las dehesas o
arriando el ganado hacia el ferrocarril, o es que los habitantes del rancho se
han ido a unos cien kilómetros a un casamiento o para hacer compras o para una
visita familiar.
Fue
cerca de un rancho así de solitario que viví una experiencia excitante. Me había
apeado de mi mula, había observado algunos extraños árboles y arbustos
encontrando un cactus fantástico, que cautivó mi interés y me hizo olvidar el
tiempo. Finalmente instalé mi cámara y saqué una fotografía del
paisaje.
Sin
saberlo y ni siquiera imaginarlo, durante todo el tiempo, había sido observado
por cinco muchachos, habitantes de ese rancho. No sé si eran trabajadores del
rancho o si simplemente se habían apropiado de él tras el abandono por parte del
dueño. De todas formas, ninguno de ellos tenía aspecto de patrón. Los muchachos
se veían bastante maltrechos y sus caras eran de las que en Europa se dice:"No
me gustaría encontrarme con un tipo así por la calle, ni siquiera a plena luz
del día."
En
este vasto país, teniendo cuenta la mezcla de grados de cultura y civilización,
tras estas caras y tras estas vestimentas se pueden ocultar los muchachos más
inofensivos y bonachones. Si uno trabaja afuera, sin tijera para cortar el pelo,
sin navaja para afeitarse, ni jabón para lavarse y apenas o nada de agua, hasta
el más decente termina por parecer un bandolero. Viviendo mucho tiempo en el
país y viajando mucho, se aprende a reconocer de qué calaña es la persona que se
encuentra bajo el envoltorio.
Justo
cuando estaba guardando mi cámara vi, al mirarme en derredor, a estos cinco
muchachos acercarse a tientas y acechantes. No eran sus caras, sino su forma de
acercarse lo que me puso en guardia. En seguida tuve la impresión de que tenían
malas intenciones. Y al mismo tiempo pensé que no se trataba de un robo, sino de
que los guiaba otro motivo.
En
este momento hay cientos de agrimensores del gobierno recorriendo el país para
determinar los terrenos que deberán ser entregados a los peones. Estos
funcionarios son considerados como enemigos personales por los latifundistas,
porque ni bien estos ingenieros aparecen en esos parajes, el latifundista sabe
que su magnificencia y sus poder absoluto y autocrático están seriamente
amenazados, que el gobierno está hablando en serio y está haciendo luz hasta en
los últimos rincones del país. No hay que olvidar que, según las estadísticas
del gobierno mexicano y según las estadísticas de exploradores americanos, aún
hoy en los estados del sur de México, especialmente en Oaxaca, en Chiapas, en
Guerrero, en Campeche, en Quintana Roo, hay más de doscientos cincuenta mil
indios mantenidos en estado de absoluta esclavitud o en un estado de dependencia
e ignorancia, que equivale enteramente al de la esclavitud, aunque no
corresponda exactamente a lo que hoy se entiende bajo ese término. Pero en
muchos casos la situación es mucho peor de lo que fue la situación de los
esclavos negros en América.
Todavía
pasará mucho tiempo antes de que se puedan llevar a tan lejanas tierras los
resultados por los que luchó con tanta valentía, soportó y padeció tanto el pueblo mexicano en los años de la
revolución. Algunas zonas, y pienso particularmente en las regiones orientales
del estado de Oaxaca, hasta ahora no han podido ser visitadas ni controladas por
ningún funcionario del gobierno, ni siquiera por exploradores. Aquí los
latifundistas reinan como reyes. Tienen su propio ejército y sus avanzadas.
Quien penetra en el territorio, cae en manos de las avanzadas y es
inmediatamente procesado y ajusticiado según la ley marcial. Comerciantes y
personas no sospechosas pueden penetrar en estas regiones si tienen una licencia
concedida por los generales, como se llaman los latifundistas. Hasta cuando los
magnates americanos del petróleo y de las minas no dejen en paz por unos años al
gobierno mexicano, éste no podrá hacer nada o sólo podrá hacer poco por estos
desgraciados esclavos indios. No es tan fácil, como puede creer un europeo,
mandar un ejército federal contra estos latifundistas. Estos pequeños reyes
conocen su territorio mejor que las tropas gubernamentales, tienen espías por
todas partes, tienen avanzadas y pequeñas tropas por todos lados, dominando los
pasos de montaña. A esto se agrega que los generales de las tropas
gubernamentales frecuentemente estén emparentados con los latifundistas y suelen
ser compañeros de armas de los tiempos de la revolución. Y los generales,
humanamente comprensible, hacen
algunas maniobras en el terreno durante algunos meses, capturan algunas pequeñas
avanzadas, las fusilan y la tropa se retira porque hace falta en otro lado, dada
la situación política exterior.
La
zona en donde me encontraba parecía estar bajo el dominio de este tipo de
terratenientes. Yo había examinado el suelo, había observado plantas y árboles,
había escrito en algunas hojas de mi libro y hecho apuntes, había instalado mi
aparato en distintas direcciones para obtener la mejor posición para una imagen
característica del paisaje y por todas estas acciones había despertado en la
gente la impresión de ser un comisario del gobierno. Estas gentes no eran
indios; eran mestizos y actuaban según un encargo general dado por el patrón que
más o menos sería del tipo: "Si alguna vez llegan a ver a un extraño dando
vueltas, que examina tierras y sembradíos, mide con aparatos, saca fotografías y
anda escribiendo en libros, lo atrapan y me lo traen. Si yo no estuviera en la
casa, lo eliminan. Todo lo que trae encima se lo quedan, ésa será la paga de
ustedes."
Los
muchachos ahora se me acercaban lentamente, no en un montón, sino hábilmente
repartidos en línea, para cortarme toda salida. Si hubiera sido un viajero
habitual no me hubieran hecho nada,
pero como supuesto agrimensor, pasaba a ser una persona peligrosa que había que
eliminar.
Si
hubiera tenido un buen caballo, habría podido montar rápidamente y escapar.
Todavía hubiera estado a tiempo. Pero una mula no está para estas acciones
repentinas. Salir corriendo en una tal situación es tan estúpido como hacerlo
cuando uno se encuentra en un sendero estrecho de la selva con un tigre o con un
león.
Sólo
con un hábil truco podía liberarme de la soga al cuello antes de que se cerrara,
lo que quizás hubiera ocurrido literalmente.
Dejé
que los muchachos se acercaran. Les di a entender que los había visto, pero que
no me dejaba perturbar en mi trabajo. No guardé la cámara, sino que la apunté
hacia ambas direcciones del camino, primero hacia el lugar de dónde venía, luego
hacia donde debía ir. Luego posé la cámara en el suelo y saqué del bolsillo de
la camisa una lente de reserva. Primero alcé mucho la lente, después la tuve
contra el ojo y miré en una dirección del camino. Luego saqué mi pañuelo del
bolsillo e hice señales, teniendo siempre la lente delante de los ojos. Después
esperé como si tuviera que observar y leer un señal desde allí y volví a
responder con señales. Hecho esto me giré y señalé del mismo modo en la otra
dirección del camino.
Al
dar la primera señal, los muchachos se pararon en el monte y miraron en esa
dirección. No había más que monte, pero también había alturas. Pero lo que no
había para nada era alguien a quien hacer señales o de quien recibirlas. Como
tampoco había nadie en la dirección opuesta. Quién sabe por dónde andaba Felipe
en ese momento y aun cuando de pura
casualidad hubiera visto mi señal, no hubiera imaginado que le estaba
destinada.
Los
muchachos escudriñaban en ambas direcciones. Estoy firmemente convencido de que
veían respuestas a señales de allí. Claro que no las podían ver tan nítidamente
como yo, porque no tenían una lente delante de los ojos. Y de ninguna manera me
tenían por loco; no tenía cara de serlo. Y sólo un loco de remate estaría mirando a través de una lente y
haciendo señales si no hay a quien hacerle señales.
Después
tomé tranquilamente mi cámara, la guardé y agité con el brazo extendido en
semicírculo el pañuelo tres veces en cada dirección en el aire, dando la señal
de haber terminado y marcharme.
Los
muchachos ni siquiera habían esperado la señal, que ya estaban regresando
decididamente. Se habían reunido. Los había oído hablar bastante agitadamente y
había pescado la palabra "otros", que revelaba aproximadamente toda la oración
que decía el susodicho. "Hay otros por el camino, que vienen por este camino,
tienen revólveres, serán en todo por lo menos seis hombres que buscan a éste y
si no lo encuentran, y éste ha dado señales desde aquí, quiere decir que tiene
que andar por aquí, entonces nos pescan enseguida, entonces se sabrá, dónde
habrá quedado."
Para
los muchachos ya no cabía duda de que yo era un agrimensor. Y que yo había
adivinado sus intenciones me lo confirmaba su retirada. Si hubieran sido
muchachos inofensivos, se hubieran acercado tranquilamente, hubieran observado
mi mula, mi equipaje, mi aparato, me habrían preguntado a dónde quería ir, si
había hecho buenos negocios en Tuxtla Gutiérrez, si no les quería sacar una foto
para mandársela después como recuerdo. El hecho de que no hicieran lo que hacen
todos los demás que uno encuentra, de que se retiraran con la cola entre las
piernas como perros apaleados cuando se dieron cuenta de que la cosa se pondría
fea, porque mis compañeros me buscarían, todo esto me demostraba cómo habría
terminado la aventura si no hubiera recurrido al truco.
Viví
una aventura semejante cerca del pueblo indio de Tenejapa, que queda a unos
veinticinco kilómetros a nordeste de San Cristóbal Las Casas. Había salido
cabalgando con cinco señores por la mañana. Tras una hora llegamos a una alta
montaña y los señores querían escalarla. Desmontaron, ataron los animales a
árboles, se los dejaron al muchacho y se encaminaron hacia la montaña. Yo no
tenía interés ni en la montaña ni en la caverna, que aparentemente existía en la
montaña, sino que me interesaba más por el paisaje y por los indios que allí
vivían.
Por
lo tanto, seguí cabalgando horas y horas. Una cabalgata que hoy cambiaría mucho
menos que en aquel entonces por aquella escalada. Era un paisaje solitario. Sólo
encontré a un indio, que llevaba una carga a la ciudad en compañía de dos
mujeres.
Cuando
ya había hecho mucho camino, vi detrás de mí un grupo de diez o doce indios
pertenecientes a la tribu de los tenejapas. En ese instante recordé que muchos
me habían recomendado no ir solo a Tenejapa, porque los indios tenejapas no eran
de fiar. Se decía que eran belicosos y ladrones. Detuve a mi animal, desmonté,
lo tiré de lado hacia una altura y me senté a observar la zona. Mientras tanto
los indios pasaban abajo. Todos ellos me veían sentado allí arriba, hablaban
entre ellos y parecían seguir camino sin interesarse. Uno de ellos llevaba un
largo fusil, un viejísimo modelo de avancarga, algunos llevaban machetes, pero
la mayoría iba desarmada. Sin embargo, algunos parecían haber
bebido.
Cuando
ya estaban bastante lejos y yo ya no los veía, monté y seguí tranquilamente mi
camino. El camino subía y bajaba. Cuando después de una media hora volví a encontrarme en
una altura del camino, vi abajo delante de mí en el camino a esos indios, como
si me estuvieran esperando. Como bien podía ver, me señalaron, tres hombres se
separaron del resto y tomaron un sendero lateral que quizás llevaba a una
población india.
Seguí
cabalgando y finalmente llegué a un lugar, donde a izquierda del camino había
algunas cabañas indias en medio de sus campos de maíz, es decir, una pequeña
población. Pero aquellos tres hombres no se habían dirigido hacia estas chozas,
cuyos habitantes no parecían estar, sino que habían seguido el sendero hacia lo
alto y hacia la derecha. El grupo más grande de indios había seguido el
camino.
Me
encontraba en la mejor trampa que se pudiera armar. Ni siquiera un buen caballo
me hubiera salvado. Habrían asustado al caballo, éste me habría tirado a tierra,
o se hubieran colgado de la montura para tirarme abajo. Si uno le clava con
demasiada fuerza las espuelas a un caballo, va para arriba, pero no para
adelante; y si uno logra moverlo hacia adelante, lo atajan clavándole un machete en la
panza.
Sin
dar la impresión de sentirme prisionero, seguí cabalgando hacia el grupo más
grande. Me acerqué a una distancia de dos largos de brazos. Aquí me paré. Los
tres hombres que tenía a mis espaldas, se acercaron, pero me dejaron en medio de
los dos grupos.
Si
esta gente supiera hablar español, cabría aún la posibilidad de contarles algo.
Teniendo la oportunidad y el tiempo de hablarse, las palabras pueden mejorar una
situación endemoniada. Esto se da frecuentemente y muchas veces resulta. Sé de
un caso en que un viajero solo en una zona completamente solitaria fue detenido
por tres bandidos. No es que el tiroteo empiece enseguida; hasta los más audaces
bandoleros evitan el asesinato si pueden. Los bandidos primero quieren darse
cuenta si la persona en cuestión lleva dinero. Así fue que un bandolero dijo:
"Oiga usted, señor*** , me encuentro en apuros, necesito diez pesos, no es que
me los podría prestar?" A lo cual el viajero respondió:"Yo tengo justo diez
pesos. Pero no se los puedo prestar porque sino no llego a pagar mi hotel esta
noche y me tienen que durar dos días más hasta que encuentre a Don Federico que
me preste dinero para viajar. Pero le voy a decir una cosa, si usted me puede
devolver esta noche, en el hotel donde paro, los cinco pesos, entonces se los
presto. Pero me tiene que dar su palabra de honor de que esta noche me traerá
los cinco pesos al hotel, sino me las veo feas." "Pero, claro que sí", aseguró
el bandido, "claro que le devuelvo el dinero esta noche. Yo soy un hombre
honrado. Y especialmente cuando se trata de dinero prestado, no conozco
retrasos." Con alardes y serias recomendaciones de devolver puntualmente el
dinero, recibió los cinco pesos. Y la gente se separó jurando eterna amistad y
con diez apretones de mano. Claro que el hombre no apareció esa noche. Pero no
es tan claro; porque sé de un caso parecido en que el bandido tras dos días
tenía que devolver tres pesos prestados y realmente los devolvió. Seguramente se
los había quitado a otro, menos hábil en las negociaciones. Pero el hecho de que
el viajero lo tratara como a un hombre honrado en quien confiar religiosamente,
lo apretaba tanto, que no quería pasar por deshonesto ante los ojos de quien
había pensado asaltar.
Durante
la revolución a ambos bandos les sucedió innumerables veces que el general o
capitán del otro bando prisionero que debía ser fusilado y a quien los soldados
estaban ya apuntando, se salvara por no empalidecer o por hacer un buen chiste
antes de la orden de fuego, de manera de ganarse la simpatía del oficial y que
éste lo dejara andar. El gran respeto del indio por el coraje del enemigo ante
la muerte segura se mezcla en el mexicano con la bizarría de los antiguos
caballeros españoles que no humillaban a sus enemigos sometidos, si eran
valientes. Durante la revolución hasta hubo casos en que el oficial victorioso
desafiaba al oficial vencido del bando contrario a un duelo personal, por el que
el oficial vencido escapaba a la pena de muerte por fusilamiento si lograba
matar al oficial victorioso en el duelo. A nadie en México se le va a ocurrir
considerar a los revolucionarios, no importa a cuál grupo pertenezcan, como
apátridas. Son siempre mexicanos.
En
la situación en que me encontraba, atrapado entre indios, que por lo menos
tenían la intención de incomodarme, no podía aplicar el truco del préstamo y
devolución de dinero. Tenía que limitarme a las pocas palabras que yo creía que
los indios, o por lo menos, algunos de ellos podrían
entender.
Primero
me encendí un cigarrillo, con la esperanza de que me viniera alguna buena idea.
Después ofrecí sonriendo cigarrillos a los hombres. No hay nada que hacer, entre
seres humanos es así, sean estos indios, negros o europeos, ni bien uno se
acerca con simpatía, ni bien uno se mira de frente sonriendo, las intenciones
enemigas que podrían abrigarse, se desvanecen con notable rapidez. Cada uno se
da cuenta de que el otro parece ser un ser humano tratable. Hasta se crea un
sutil sentimiento de familiaridad. El enemigo es siempre lo o el
desconocido.
Tras
haberles dado los cigarrillos, la gente se encontró ocupada. Tenían que
encenderlos y como a propósito les di sólo una cerilla, tenían que ir
encendiendo los cigarrillos, uno con el del otro. Así fue que la gente se
distrajo. Y eso era lo que me parecía lo más importante, distraerlos de los
planes que tenían, destruir sus planes metiendo otras actividades, otros
pensamientos de por medio, dispersando así sus propias
ideas.
Los
observaba atentamente, pero siempre sonriendo y asintiendo y me di cuenta de que
la unidad de su plan, que su organización empezaba a disolverse. A esta gente primitiva se la puede
distraer con habilidad como se hace con los niños. Les cuesta perseverar en una
idea. Por haberles hablado y ofrecido cigarrillos había dado por tierra con su
plan de ataque. Tenían que armar otro, para el cual ya no les quedaba capacidad
de concentración.
Y
para terminar de destruir su plan, volví a atacar enseguida para no dejarles
tiempo para pensar.
Con
un poco de español y muchos gestos les pregunté si no habían visto a cinco
señores a caballo, vestidos como yo, con sombreros como yo, con grandes
revólveres y muchos cartuchos en el cinto -yo mismo no llevaba revólver- y uno
con un fusil. Eran los señores con los que había salido a caballo y que, como yo
bien sabía, habían quedado unos doce kilómetros más atrás y que de ningún modo
vendrían hacia aquí, porque tenían la intención de regresar tras bajar de la
montaña.
Los
indios dijeron que no habían visto a esos señores***. Pero ahí fue que empezó
una agitada conversación entre ellos, de la cual no entendí ni una palabra,
porque naturalmente hablaban en su propia lengua. Pero por algunas palabras
españolas y gestos salió que, si bien no habían visto a los señores, habían
visto sus caballos atados a los árboles y al muchacho. También habían visto el
fusil sujeto a una montura.
Entonces
les dije que esos señores eran mis amigos y que los esperaba en ese lugar. Pero
no parecieron creer esto último porque me dijeron que los señores*** habían
quedado muy atrás.
Toda
esta conversación y mis muchos gestos habían excitado tanto a esta gente que
olvidaron todo el resto. Se acaloraron contándome dónde habían visto los
caballos, y cuán lejos estaban y dado que yo los escuchaba como si estuvieran
contando la historia más grande e importante que jamás me hubieran contado, la
gente empezó a sentirse importante. Importante por poder contarle a un blanco
cosas tan interesantes.
Estoy
firmemente convencido de que en aquellos minutos se había apagado en ellos la
mínima intención de asaltarme. Ahora sólo tenía que preocuparme de que ya no se
volviera a encender y les trabajara dentro. Cuando la conversación se estancó
porque ya no me quedaba nada por preguntar, uno de los tres que habían estado a
mis espaldas, pareció acordarse del plan. Lo vi en sus ojos, en su modo de
mirarme, de dirigirse a los demás y hablarles.
Era
el momento decisivo para el fin que pudiera tener la aventura. Inmediatamente,
cuando vi que la gente empezaba a prestar oídos al hombre, lancé un grito de
sorpresa y miré de golpe al monte, del que había salido. Alcé el brazo saludando
en esa dirección. Todos los indios se dieron vuelta en esa misma dirección. Para
ellos era claro que no podían ver lo que yo veía, porque yo me encontraba sobre
mi mula, es decir, a mayor altura.
Hice
volverse a la mula y la espoleé para que subiera de costado a una altura. Y
efectivamente subió. Así ya había salido de la trampa, aunque todavía no de las
manos de esta gente, que de un salto hubiera podido llegar a donde me encontraba
para tironearme de las piernas hacia abajo.
Pero
todavía estaban abajo, se volvían y giraban, estiraban los cuellos para ver lo
que yo había visto. Entre tanto yo ya estaba completamente en la cima. Y
entonces me alcé sobre la montura, agité los brazos y con mi silbato silbé como
dando señales. Volví a saludar con fuerza y les grité a los indios: "¡Adiós,
compadres!" a lo que respondieron, si bien con un cierto estupor. Regresé lo más
rápido que la mula era capaz de andar.
Los
indios todavía se quedaron un rato mirándome, hablando y finalmente se
encaminaron charlando y gesticulando en la dirección
opuesta.
No
necesariamente habrán tenido en mente un robo. Porque en general los indios de
estas regiones no son ladrones. Seguramente tenían otras motivaciones para
querer asaltarme. Yo era un hombre completamente extraño y desconocido en
aquella comarca. Y querían evitar que descubriera su pueblo escondido entre
montañas y espesura y que matara a sus niños con mi mirada malvada. Tenían que
impedirme llegar a su pueblo. Podían lograrlo quitándome la mula o con medidas
más drásticas, esto dependía de las circunstancias.
(*
N.d.T.: en el original con grafía alemana, "Karreta", "Karretera",
"Karretero")
(**
N.d.T.: con grafía alemana en el original, "Hazienda")
(***
N.d.T. en el original con grafía alemana, "Senjor")
29
El
último día de esta marcha se baja de la Sierra Madre del Sur hacia la zona de la
costa pacífica. Durante ese día nos subyuga la rapidez con que cambian los
paisajes. En innumerables ocasiones durante la cabalgata se abren desde las
alturas rocosas vistas hacia abajo, hacia la zona tropical con panoramas de
increíble majestuosidad. Siempre se ve lejos abajo en el horizonte la ancha
superficie del océano Pacífico con sus largas ondas que se acercan coronadas de
espuma para terminar contra la
playa arenosa. El aire es tan límpido y puro que se pueden reconocer las olas
sin anteojos de larga vista, a pesar de que en línea de aire quedan a por lo
menos treinta kilómetros.
De
golpe e inesperadamente, tras haber estado cabalgando por el espeso monte
tropical, uno ya se encuentra con las primeras casas de la ciudad de Jalisco, la
estación de trenes. Jalisco antes se llamaba Arriaga. Por México Central y
también por la costa del océano Pacífico se extiende todo un estado que también
se llama Jalisco, en el que se encuentra una de las más bellas ciudades de
México, la ciudad de Guadalajara.
La
ciudad de Jalisco tiene alguna importancia sólo como estación de trenes y como
punto de partida para los viajes hacia el interior del país. Es una ciudad
netamente tropical con un clima muy cálido y mucho polvo. Hacia fines del
período de sequía el agua es tan escasa, que los habitantes tienen que cavar
profundamente en el río seco para encontrarla; porque algunos metros por debajo
de la capa superior de arena ardiente, el agua del río sigue fluyendo como si
nada gracias a los afluentes que lo alimentan bajando de la Sierra
Madre.
Personalmente
aquí me siento más en casa y mejor que en las frías alturas y en las ciudades
del altiplano. Allí arriba la gente me parece preocupada y triste. Eternamente
se quejan de los malos negocios, no parecen nunca satisfechos, sino siempre
desanimados, en comparación con la gente de aquí abajo. Aquí abajo, ni bien
anochece se oyen música y canto en todas las esquinas y rincones. La gente de
las zonas tropicales es más despreocupada, jovial y alegre. Viven al día y lo
viven bien, toman todo lo que ofrece, siempre con gestos risueños y alegres.
Porque quien sabe si mañana no viene el terremoto que aniquila todo. Arriba, en
el frío altiplano se calcula, se vigila, se prevé, se ahorra. Aquí se
despilfarra, porque también la naturaleza despilfarra. Por todas partes esta
naturaleza opulenta y exuberante canta y exulta, florece y da a luz. Así como la
naturaleza, también los hombres. Por todas partes sólo caras risueñas y alegres,
tanto las mujeres en el mercado, como los muchachitos limpiabotas que corren
detrás de uno, tanto los vendedores de agua helada, como el carretero* que con su carreta espera en el
apartadero para carga y descarga de mercancías, tanto la ayudante en la cocina
del hotel como el chino al que uno le compra los cigarrillos. Delante del cine
tocan la marimba para alegrar con su música también a aquéllos que no pueden
pagar la entrada. E inmediatamente al lado del cine está la biblioteca pública,
con todas las puertas abiertas, llena de trabajadores inclinados sobre los
libros. Tan llena que no alcanzan las sillas y una buena cantidad de
entusiasmados lectores están sentados con sus libros en el suelo. Detrás, el
cuartel de los soldados, donde se canta, se toca música y se baila. ¡Qué
alegría, qué felicidad, encontrarme nuevamente en tierra tropical y no necesitar
envolverme en tres frazadas como en San Cristóbal Las Casas! Lo cambio con gusto
por los hermosos bosques de abetos del altiplano y por las rocas y las montañas;
porque lo que extrañaba tanto arriba, lo que había olvidado, lo que creía
borrado del mundo, lo vuelvo a ver: el ocaso tropical. Arriba no hay ocaso ni
alba, sólo una atmósfera gris y plúmbea antes de que sol se haga ver y después
de haber desaparecido de nuestra vista. ¡Qué diablos me puede importar la peste
de mosquitos! Es el precio de entrada en la tierra de la eterna primavera. En
este mundo imperfecto no hay nada gratis.
Yo
podría bajar a toda velocidad en tren el trayecto de Jalisco hasta Suchiate en
la frontera con Guatemala. Pero si uno quiere conocer la tierra, no hay nada
menos indicado en México que el viaje en tren. Este es el error de todos los
viajeros que visitan México. Van en tren a Ciudad de México. Ciudad de México es
la ciudad menos mexicana de todas. Se ha llegado ahora a prohibir a los indios
entrar en la ciudad con sus trajes típicos por temor a que la gente crea que los
mexicanos se visten como indios. Esta prohibición tiene como consecuencia que
los indios que tienen algo que vender en la ciudad sólo andan con los harapos de
los proletarios metropolitanos, que es la vestimenta que pueden encontrar en
algún montón de andrajos y se los ponen sólo para venir a la ciudad. Porque
estos harapos son vestimenta europea y claro que el indio tiene que presentarse
con traje europeo en la capital. Esta es seguramente la peor cualidad del
carácter de los mexicanos: el puro temor de la opinión del extranjero, el temor
de que el extranjero crea que el mexicano está excluido de la civilización
europea. Por eso aquí los soldados van vestidos siguiendo el modelo europeo o
americano, en gruesos uniformes cerrados, a veces incluso con cuello bien alto.
No es la practicidad lo decisivo, sino el deseo de causar una impresión
favorable en los europeos y americanos. Pero México sería más respetado en el
mundo, atraería a muchos más visitantes extranjeros si subrayara su carácter
mexicano con fuerza y le importara un pepino lo que pueda pensar el visitante
extranjero.
Así
el visitante del país viaja a Ciudad de México. Para en un hotel administrado
exactamente según modelo americano. Va al teatro, y los espectáculos son una
mala copia de los de Nueva York. Va a los cines, que sólo muestran películas
americanas y si pasan una mexicana, es espantosa, porque se ha eliminado todo lo
mexicano y todo lo americano que tiene en pie la película no es más que estúpida
imitación. Después el visitante va al Museo Nacional y ve la piedra calendario.
Todas las otras inconmensurables riquezas del museo las pasa por alto, porque no
las puede entender. Luego sale para Chapultepec, para San Angel, para
Xochimilco, donde todos los indios son emperejilados para el turismo, finalmente
también para Cuernavaca y naturalmente hacia las viejas pirámides indias de
Teotihuacan, pirámides que como obras de arte son mucho más impresionantes y
bellas que las pirámides egipcias. Hecho esto el viajero regresa a casa y afirma
haber visto México. Ha visto tanto como uno que va a Berlín y dice haber visto
Alemania.
*
Decidí
cabalgar a lo largo de la línea del ferrocarril. Esto presenta una gran ventaja.
Porque ni bien comenzó la estación de las grandes lluvias, pude parar en la
estación de trenes más próxima y
dar por finalizado el viaje. El tramo de ferrocarril conduce a lo largo de un
antiquísimo camino, por el que los antiguos pueblos indios de Norteamérica
migraron hacia Centro y Suramérica y de vuelta. Las migraciones de los pueblos
indios fueron mucho más frecuentes y en oleadas más breves que las de las razas
europeas. Todos los pueblos indios vivieron algún tiempo en México. Hasta donde se puede recorrer
en sentido inverso la historia y hasta donde las exploraciones de los geólogos
pudieron comprobar el carácter del país unos mil años atrás, México fue siempre
una tierra que prodigó todos los bienes de la naturaleza a cambio de poco
esfuerzo, en esta tierra nadie podía ser pobre, nadie podía caer en la miseria.
Hoy menos que antes.
Queda
demostrado que todos los pueblos indios alguna vez vivieron en México o incluso
que tuvieron su origen allí, por el hecho de que al tiempo del descubrimiento de
América el maíz cultivado se conocía en todo el continente, en el norte, en el
sur, en las islas de Cuba y Santo Domingo, como en todas las otras islas menores
del continente. Además su fruto era
el principal alimento de todos los pueblos indios. Pero México es el único país
del continente americano en el que crece salvaje la primitiva planta de maíz.
Quiere decir que la cultivación de esta planta se difundió desde aquí. Los especialistas han demostrado
que se necesitaron por lo menos seis mil años, quizás diez mil para obtener del
maíz salvaje aquella planta cultivable que fue encontrada aquí en el momento del
descubrimiento de América. Se supone que con el correr del tiempo ciento sesenta
y cinco mil pueblos indios distintos vivieron sucesiva o contemporáneamente en
México Central. Cada uno de estos pueblos ha dejado algo de su propia cultura y
de su civilización, como lo demuestran los ricos hallazgos.
Entre
las muchas migraciones que atravesaron México, la más conocida es la de los
antiguos mexicanos o aztecas. El nombre México tiene su origen en el nombre del
dios indio Mexitli, mientras aztecas significa: pueblo de Aztlan. Aztlan es
probablemente el antiguo nombre indio de la actual California, de donde
provenían los aztecas antes de inmigrar en México y fundar el reino indio de
Anahuac.
Se
conocerían otras y anteriores migraciones de pueblos indios, especialmente las
de los mayas, de los toltecas y de los peruanos si los convertidores de paganos
no hubieran aniquilado todas las bibliotecas y archivos de los antiguos indios.
La destrucción de las bibliotecas indias por obra de monjes y obispos fanáticos
ocupa un puesto de honor al lado del incendio de la biblioteca de Alejandría en
los primeros siglos de la era cristiana y el incendio de la gran biblioteca
árabe de Granada al comienzo del siglo dieciséis.
No
poseemos una sola obra de escritores romanos, griegos, egipcios o cartagineses
que la iglesia católica no nos quisiera permitir poseer. Durante mil quinientos
años todos los manuscritos y libros estuvieron en manos de los monasterios, de
los monjes, de los obispos, de los papas. En estos mil quinientos años todo fue
censurado o aniquilado, todo lo que hubiera podido menoscabar el poder y la
autoridad de la iglesia. Por esta razón nuestros conocimientos sobre la historia
de nuestra raza, de nuestra civilización y de nuestra religión son tan escasos y
llenos de lagunas. Ni siquiera la religión y la literatura judías se salvaron de
esta censura y destrucción y es muy probable que las atroces persecuciones de
judíos durante la Edad Media sirvieran para tener la oportunidad de destruir la
antigua literatura judía que no armonizara con la cristiana, para obstaculizar
toda posible investigación acerca de los verdaderos orígenes de la religión
cristiana.
La
gran biblioteca de los cultísimos indios maya en Yucatán fue quemada por el
monje español Landa. El nos informa de que los libros abarcaban todos los
sectores de la ciencia, como medicina, astronomía, cronología, geología y
teología. Más allá encontró la completa historia de los mayas y de los pueblos
que estaban en relación con ellos, desde hacía más de dos mil años. Se ve
obligado a reconocer que la lengua maya estaba tan desarrollada que con ella se
podían expresar los matices más sutiles del pensamiento humano en forma clara y
comprensible.
Juan
de Zumárraga, el primer obispo de México, hizo amontonar y quemar toda la
biblioteca de los texcocanos, los cultísimos parientes consanguíneos de los
aztecas, en la plaza del mercado de Tlatelolco. Cuenta que la hoguera era una
alta montaña de manuscritos y dibujos. Entre estos manuscritos se encontraban
todos los poemas del rey texcocano Netzahualcoyotl, un gran poeta, que vivió en
el siglo quince.
En
dos pequeños pueblos indios cerca de Texcoco, donde hace poco participé en
festividades indias, encontré a unos indios viejos que sabían recitar docenas de versos en
lengua azteca de poemas que ellos afirmaban ser del antiguo rey poeta. Aún hoy
la gente sabe contar numerosas historias y anécdotas de dicho rey, que por su
vida aventurera y su gran arte había dejado una impresión indeleble en los
indios. Y uno llega a tener la impresión de que este rey ha muerto hace no más
de cincuenta años. Un investigador americano, que habla bien la lengua azteca,
trabaja intensamente para recoger entre los indios todas las historias y poesías
posibles. Los poemas que yo conozco de ese rey, en general son de carácter
filosófico y reflexivo, semejantes a los poemas que nosotros llamamos
elegías.
Ni
bien la iglesia ganó poder en México, prohibió toda la literatura que no tuviera
carácter religioso. Así fue imposible conservar lo que en los indios se mantenía
vivo en cuanto a historia y poemas. Entre los pocos hombres que tuvieron el
coraje de decir la verdad sobre lo que veían y encontraban, estaba el monje
Bartolomé de Las Casas, que ya ha sido citado antes aquí como protector de los
indios y que en esa época era obispo en Chiapas.
Al
lado de la vasta obra de Bartolomé de Las Casas sobre los indios, tal como los
encontró en aquel tiempo, sobre la conquista de México y sobre el cruel
tratamiento que los indios padecieron por mano de cristianos, al mismo tiempo se
escribió otro libro, de igual valor que el de Bartolomé de Las Casas, pero
quizás aún más significativo porque fue escrito por un indio, nacido y educado
antes de que los españoles llegasen a México.
Este
indio era el príncipe texcocano Ixtlilxochitl, hijo del rey texcocano
Netzahualpilli. Al tiempo de la invasión española de México, tenía aproximadamente veinte
años. Fue reconocido como príncipe por los conquistadores y obtuvo el encargo de
traductor real del virrey español. Como gozaba de la confianza de todos los
príncipes y nobles de su pueblo, era de gran utilidad a los españoles, cuya
lengua aprendió perfectamente y con quienes trataba en plano de igualdad, visto
su alto rango. Escribió la historia de su pueblo, escribió todos los poemas de
sus antepasados reales, que llevaba en su memoria, más allá tradujo todos los
relatos y poemas que le fueron contados oralmente por los ancianos de su pueblo
a la lengua española. Todo lo que hoy sabemos de la historia de los aztecas y
texcocanos, sobre sus instituciones estatales, sobre sus costumbres, su arte,
sus poemas y, especialmente acerca de la última gran migración de los pueblos
indios, se lo debemos a este príncipe. Su libro, sin lugar a dudas, es algo
tendencioso en favor de su pueblo, los texcocanos, y en contra de los aztecas, a
mayor razón, dado que Moctezuma, emperador de los aztecas era un señor muy
conservador y religioso que había declarado perdidos los derechos al trono de
este joven príncipe de ideas modernas y revolucionarias.
En
este lugar se hablará de la última gran migración de los pueblos
indios.
La
migración empezó en el año 1160 partiendo quizás de California. Chichimecas,
tepenacas, colhuanes, chalcas, tlahuicas, tlaxcaltecas, acolhuas o texcocanos y los aztecas o
mexicanos se dirigían hacia el sur. Después de que los mexicanos y texcocanos
alcanzaran el río Gila en el actual estado de Arizona, construyeron la primera
gran ciudad cuyas ruinas se pueden ver aún hoy. Unos años después ya no les
gustaba, la abandonaron y continuaron la marcha. Cerca de Ciudad Juárez en la
frontera mexicano-americana construyeron una nueva ciudad, que hoy es visitada
por miles de turistas cada año. Tampoco aquí aguantaron mucho tiempo y
nuevamente emprendieron la marcha y alcanzaron en el estado de Sinaloa un lugar
que les gustaba y allí construyeron la ciudad de Hueicolhuacan, la misma ciudad
que hoy, bajo el nombre de Culiacan es la floreciente capital del estado de
Sinaloa. Todavía hoy se puede ver en esta ciudad una gigantesca estatua del dios
de la guerra Huitzilopochtli. Aguantaron tres años en esta ciudad que habían
construido con tanto empeño. Siguieron la marcha y llegaron al estado de
Durango, donde sostuvieron una larga lucha contra los habitantes, los zacatecas,
que les negaban el paso. Vencieron a los zacatecas y se asentaron en el
altiplano de Chimalco, donde nuevamente construyeron una gran ciudad. Las ruinas
de esta ciudad Chicomoztoc siguen asombrando hoy a los visitantes por la
arquitectura de estos pueblos indios. Pero tampoco esta vez su carácter inquieto
les permitió volverse sedentarios. Se quedaron sólo nueve años en esta ciudad
que parecía construida para la eternidad.
Entre
tanto los más salvajes y belicosos de estos pueblos nómadas, los chichimecas,
habían alcanzado el altiplano central de México, donde vivían los toltecas, pero
que en parte ya habían emigrado. Tras victoriosas batallas sometieron a lo que
quedaba de los pueblos que todavía vivían allí y se instalaron. Poco a poco,
tras muchas marchas y contramarchas en busca de buenos sitios, tras muchas
luchas con otros pueblos indios que encontraban, también los mexicanos llegaron
al altiplano. Los texcocanos, que iban delante, entre tanto ya habían construido
una ciudad a orillas de un gran lago, la ciudad de Texcoco que todavía hoy
existe. Al continuar la marcha los mexicanos encontraron en la orilla opuesta
del lago un águila majestuosa sobre un nopal, un cactus característico de este
país. El águila tenía una serpiente en sus garras y sus enormes alas estaban
dirigidas al sol. Una antiquísima profecía había indicado a los mexicanos que
tendrían que construir su ciudad donde encontraran un águila en esta actitud. Y
allí construyeron su ciudad lacustre. Esta ciudad es la actual México. El lago
se consumió por evaporación y desagüe en tal modo, que la ciudad actual se
extiende sobre terreno seco, mientras los españoles todavía se habían encontrado
con una ciudad lacustre. El empeño que pusieron los mexicanos en la construcción
de la ciudad queda demostrado por el hecho de que al momento del descubrimiento
por los españoles contaba con sesenta mil palacios y
viviendas.
Todavía
hoy a los mexicanos les gusta construir sus casas y enteras poblaciones en lagos
y lagunas, cada vez que tienen la oportunidad.
Repartidas
por todo el territorio mexicano se pueden encontrar gigantescas ciudades o sus
ruinas. En bosques, junglas, en el monte se encuentran innumerables veces
sorprendentes colinas cubiertas de vegetación. Excavando se descubre que se
trata de viviendas o templos.
Ya
la siguiente ciudad que alcancé en mi cabalgata orillando el tramo de
ferrocarril, la ciudad de Tonalá, un sitio antiquísimo, un campamento de todos
los pueblos indios que marcharon por este camino. Cerca de allí queda una
antigua ciudad india que todavía espera ser explorada. Allí se encuentran
fortificaciones, palacios en ruinas, templos destruidos, viviendas venidas
abajo. El enorme terreno está sembrado de antiguas estatuas indias de aquel
tiempo, hace mil, dos mil o quizás más años atrás. Nadie sabe lo que queda
debajo de esos escombros y nadie sabe cuál fue el pueblo que construyó esa
ciudad. Puede haber sido un pueblo llegado al sur desde el centro de México,
pero también puede haber sido un pueblo llegado desde el sur y que desde aquí se
hubiera dirigido al norte o al oeste o se hubiera extinguido aquí. Pero también
puede ser que un tremendo terremoto hubiera aniquilado esta ciudad y a sus
habitantes.
Pero
como los seres vivos me interesan más que los muertos, las actuales viviendas
más que las derruidas, así no me sentí llamado a explorar más profundamente la
ciudad. Hay que dejar algo que hacer también a los arqueólogos.
Concedí
un día de descanso a Felipe y a la mula, alquilé un caballo y un muchacho que
conocía el camino. Cabalgué hasta la costa del océano Pacífico. Aquí antes había
un puerto, el puerto de Arista. Parecía tener un gran futuro. Un ferrocarril
llevaba desde Tonalá hasta allí. El ferrocarril ha sido quitado, incluso han
sido desmontados los rieles. El edificio del puerto, una gran construcción de
madera, sirve hoy a las alimañas. Las puertas han desaparecido, las ventanas son
agujeros vacíos y siguen volando por ahí los formularios que suelen llenar los
funcionarios de un puerto marino. Ni siquiera ha valido la pena demoler el
edificio. Atrás, escondidos tras palmeras y arbustos hay algunos jacales indios
y algunos simples ranchos de gente que alguna vez tuvo la esperanza de que
Arista se convirtiera en una segunda San Francisco. ¿Y porqué no? Quizás lo
llegue a ser algún día. No sólo en México, sino también en Argentina, en Perú,
en Canadá y a mayor razón en los Estados Unidos, especialmente en el oeste y en
el suroeste se encuentran ciudades enteras abandonadas. Todavía se ven colgando
los cables de las instalaciones eléctricas
para la iluminación, por lo que se ve que quienes habían construido y
luego abandonado aquellas ciudades no eran antiguos indios, sino gente moderna.
Generalmente son ciudades en cuyas cercanías se había encontrado algo de oro o
plata, y donde se sospechaba la existencia de mucho más, donde ya se habían
instalado todos aquellos parásitos que se hacen su fortuna explotando a los
buscadores de oro y a los mineros. Porque es más fácil, cómodo y rentable
explotar a estos buscadores de oro y a los mineros que las
minas.
San
Francisco, fundada por buscadores de oro, donde la justicia se ejercía tal como
en la edad de las cavernas, también habría sido abandonada un día como muchas
otras ciudades semejantes. Pero algunas personas que habían invertido su capital
en sus casas y en los salones de baile y no tenían muchas ganas de perderlo,
descubrieron que el desierto californiano podía convertirse en un paraíso
gracias a la irrigación artificial. El desierto fue convertido en paraíso y hoy
un pequeño huerto rinde más a su propietario que una mina de oro medianamente
grande en los años cuarenta y ocho.
Es
difícil describir cuán rica es la
zona que atravesé a caballo. Una angosta faja entre la costa del océano Pacífico
y la Sierra Madre. En este estado la faja no supera nunca los cuarenta
kilómetros de ancho. En algunas partes la cordillera se acerca tanto a la costa
que sólo quedan veinte kilómetros de terreno llano.
¡Pero
qué tierra! Quién sabe si recorriendo la mitad de la tierra se llega a encontrar
algo de semejante fertilidad. Hay que buscar otra palabra para designar esta
opulencia. Esta faja de tierra muestra lo que se podría hacer del país mexicano
si se empleara la irrigación artificial. Arriba, el sol tropical, y en el suelo
casi a cada tres kilómetros corre un río que baja de la Sierra Madre. Allí donde
el hombre no interviene y no ha intervenido, se encuentran las selvas y junglas
más tupidas. Todo lo que puede nacer en los trópicos en materia de animales y
plantas se puede encontrar aquí.
De
los cinco millones de árboles de café que tiene Chiapas en sus numerosas
plantaciones, aquí se encuentra la mayor cantidad. El café, que en EE.UU. se
vende como el más fino café brasilero, en realidad viene de aquí. Aquí se
encuentran las más grandes plantaciones de cacao del país. Cacao es una palabra
india, derivada de la palabra azteca cacahuatl. Los árboles de cacao
generalmente se plantan junto a los gomeros, porque se compensan muy bien,
favoreciéndose mutuamente. Si bien la mayoría de las plantaciones de gomeros se
encuentran en el norte del estado de Chiapas, en el departamento de Pichucalco,
donde la cantidad de árboles se calcula en cuatro millones, en los últimos años
en esta faja se plantan cada vez más cacao y goma.
Son
enormes las plantaciones de naranjos, mangos, bananas, cocos y ananás. Caña de
azúcar, tabaco, arroz, algodón, agave, vainilla, duraznos, nueces de todo tipo
conforman una parte considerable de los productos locales.
Aquí
se encuentran treinta y seis tipos de maderas colorantes y setenta tipos de
maderas nobles para los más finos trabajos de ebanistería. Cuarenta tipos
distintos de frutos comestibles autóctonos, treinta distintos tipos de plantas
que producen fibras textiles y una incalculable cantidad de diversas plantas
medicinales crecen en forma silvestre o son cultivadas. Innumerables plantas
producen resinas de agradable fragancia y jugos y secreciones para cientos de
usos industriales.
Es
imposible nombrar la cantidad de flores y mucho menos describir la variedad y el
esplendor de sus colores y la arrobadora riqueza de sus perfumes. Bosques
enteros suelen exhalar perfumes que parecen embriagar. Las orquídeas y la
variedad de sus formas aquí son mucho más arrebatadoras que en el interior del
país. Docenas de indios se ganan el sustento buscando ejemplares raros en las
selvas.
Tan
rico como el mundo vegetal, es también el mundo animal. En los tupidos montes y
junglas viven leopardos, tigres, pumas, jabalíes, linces, gatos salvajes; además
serpientes gigantes, grandes lagartos y todos los reptiles que se pueden esperar
encontrar en la Centroamérica tropical. Innumerables monos de todas las especies
viven en los árboles; se ven marmotas y cientos de especies de ardillas. En los
ríos increíblemente llenos de peces pululan aligatores y tortugas grandes y
pequeñas de todas las especies.
Entre
los pájaros el más peculiar es un pájaro zumbador, también llamado colibrí.
Tiene alas parecidas a las de una libélula o de una gran abeja que, cuando
vuela, zumban como las de una abeja.
Este diminuto y delicado pájaro no vive de insectos y granos, sino de la
miel que chupa con su largo y delgado pico de las flores. Por lo demás tiene
todas las características de un pájaro; su cuerpo está cubierto de plumas, salvo
las alas, construye nidos, pone huevos y los empolla.
El
más hermoso de todos los pájaros es el quetzal. Se trata de una antigua palabra
india y quiere decir más o menos "pájaro del paraíso."
Algunos
pájaros son verdaderamente joyas emplumadas.
Es
imposible decir con qué comparar los espléndidos colores de todas las mariposas.
Son flores y florescencias aladas.
Entre
los insectos de Chiapas hay que mencionar en particular uno que no existe en
ningún otro sitio de la tierra. Se encuentra sobre todo en el departamento de
Palenque. Los indios lo llaman cucuji; no sé qué otro nombre tiene. El insecto
es un escarabajo, verde oscuro y de unos treinta milímetros de largo. Cuando
este insecto vuela de noche, nadie lo molesta y tiene toda su energía, brilla
con tal esplendor que se tiene la impresión de que todo el escarabajo estuviera
iluminado y brillara. La luz del pequeño animal es tan fuerte que uno puede leer
fácilmente un diario o un libro, como yo mismo me pude convencer. Varios de
estos escarabajos, cinco, bastan completamente, dan la luz necesaria para ver
claramente el camino.
Los
indios que tienen que caminar de noche, fijan dos escarabajos a sus sandalias
para que les iluminen el camino. Las mujeres indias se meten esos escarabajos en
el pelo y colocan sutiles velos de algodón encima. A veces se construyen
pequeñas jaulas de delgado, transparente bambú. En estas jaulas se meten tres a
cinco escarabajos que las mujeres indias se meten en el pelo. Es difícil
imaginar algo comparable a esta joya. Cuando los indios tienen fiestas y bailan
de noche, estos diamantes azul verdosos brillan en el pelo de las niñas y
mujeres danzantes. Así la imagen no sólo es de una belleza inefable, sino que
esparce una extraña atmósfera misteriosa.
Los
escarabajos viven de pequeños mosquitos y de otros minúsculos insectos.
Generalmente viven amontonados en determinados árboles de las selvas. En este
estado, de golpe se encienden por algún motivo y vuelven a apagarse, siempre al
mismo tiempo. Es un espectáculo incomparable de noche, cuando de golpe se ve un
tronco de árbol que se enciende, arde un momento y se vuelve a apagar. Tras
haberlo hecho algunas veces, los escarabajos salen volando inesperadamente y se
pierden brillando en todas direcciones.
Los
escarabajos también sobreviven un tiempo en cautiverio. Yo tuve varios por unos
diez días, dándoles agua y suficiente pasto tierno. Al soltarlos salieron
volando alegremente como si se los acabara de cazar. Durante el tiempo de
cautiverio su brillo sólo había menguado un poco.
Me
duele tener que decir que estas bellísimas joyas de la naturaleza son mandadas a
carradas a los mercados mexicanos, donde se las vende pinchadas en alfileres. A
nadie le sirven, se las compra por curiosidad por pocos centavos y esta pequeña
maravilla muere una muerte triste y cruel en manos de niños o de adultos
desconsiderados. Es lo más lamentable de este mundo que el ser humano no pueda
ver nada bello sin desear inmediatamente poseerlo para luego, una vez satisfecho
su deseo de posesión, tirarlo con indiferencia a un costado o eliminarlo. Las
lenguas de ruiseñor no son ni un manjar ni pueden saciar a un ser humano. Pero
el hombre las quiere poseer y cree que sólo llega a gozar plenamente la
sensación de posesión, comiéndose las lenguas de risueñor.
En
esta zona es donde se pueden encontrar los así llamados indios azules. Los
indios azules no son una raza particular, sino que son indios como todos los
demás que viven en el país. Por algún motivo, quizás como consecuencia de
ciertos alimentos, su piel color bronce o canela se tiñe de azul. La coloración
en general no es pareja en todo el cuerpo. A veces todo el cuerpo presenta
manchas de este color azulado, como una piel de tigre, otras se ven sólo en
algunas partes del cuerpo. Frecuentemente están completamente cubiertos de
puntos azulados. Otras veces todo el cuerpo, incluyendo el rostro y las manos,
está tan fuertemente teñido, que el nuevo color borra completamente el original,
tanto que parece que fuera el propio de la raza. Es raro que los niños presenten
esta coloración, generalmente sólo los adultos.
Los
médicos afirman que se trata de una enfermedad de la piel, una enfermedad que
sólo afecta el pigmento de la piel. La enfermedad no se acompaña ni de dolores
ni de molestias. El hombre o la mujer afectados por la coloración gozan de la
mejor salud. Como es un fenómeno muy frecuente, ni siquiera pasa por defecto
estético. Los aborígenes, de hecho, no lo consideran como algo
especial.
Hasta
donde pude observar, esta enfermedad se da sólo entre los indios de raza pura.
Quizás esta coloración de la piel no sea un proceso perteneciente al campo
médico, sino más bien una cuestión biológica. Es posible que en estas regiones
se esté generando una nueva raza que corresponda mejor a las características
climáticas de la región. Quizás sea exagerado hablar de una nueva raza. Y
seguramente es más correcto decir que los indígenas que viven aquí desde hace
siglos necesitan un nuevo color de piel para sobrevivir bajo estos cielos. En
todo el mundo vemos los pasajes de la piel negra a la blanca, o de la amarilla a
la blanca, es decir, los grados intermedios. En el caso de estos indios azules
no se trata todavía de un grado intermedio, sino de un cauto tentativo de la
naturaleza, que aún no ha descubierto cuál es el mejor color mimético. Como
consecuencia de las eternas migraciones de los pueblos indios y de las mezclas
resultantes, no fue posible que el color de piel más adecuado en Norteamérica
mutara transformándose en el más indicado para la zona tropical de
Centroamérica. En los últimos quinientos años los pueblos indios dejaron de
migrar, porque los europeos lo impidieron con la construcción de estados y la
instalación de fronteras. Estos quinientos años incluyen cien años, durante los
cuales los antiguos mexicanos habían creado un imperio estable, que frente a las
migraciones provenientes del norte y dirigidas al imperio permitieron la
emigración pero no el pasaje, para no ser atropellados. Durante estas tempranas migraciones
justamente aquí abajo se fueron haciendo sedentarios grupos cada vez mayores de población
autóctona, porque siempre podían huir a los valles de la Sierra Madre,
inaccesibles para extraños, y
volver en tiempos de paz. No es improbable que aquéllos, que presentan estos
cambios de coloración de la piel sean descendientes directos de esta raza más
antigua, que pudo mantenerse sedentaria aquí. Como, particularmente en los
últimos quinientos años, deben haber ocurrido constantes mezclas de sangre de
los habitantes autóctonos más antiguos y los indios que en sucesivas oleadas
inmigraron o pasaron, es lógico que el cambio del color de piel no puede ser
parejo. Una y otra vez este proceso se ve interrumpido por nuevas mezclas de
sangre. En esta época de comunicaciones más fáciles, en que las mezclas de
sangre se hacen más frecuentes, este nuevo color racial no podrá imponerse
nunca. Año tras año las comunicaciones son más fáciles, año tras año las razas
se mezclan más. Los indios, en cuanto trabajadores, se desplazan hacia donde
creen encontrar mejores condiciones de vida. En la medida en que se integran en
la civilización europea se mezclan con mayor frecuencia con hombres que han
incorporado más o menos sangre blanca, mejor dicho, sangre de raza blanca. Por
eso no veremos nunca en la tierra el pleno desarrollo de una nueva raza. Porque
las condiciones principales necesarias e ideales para el desarrollo de una nueva
raza han sido eliminadas para siempre por la civilización y, especialmente, por
las fáciles comunicaciones. Una raza que quiere mutar transformándose en otra,
necesita muchos miles, quizás diez mil o cien mil años de completo aislamiento
de otras razas. Ninguna raza, ningún pueblo puede vivir hoy en un aislamiento
semejante. Por eso es que nunca tendremos una raza pura de indios azules, es
decir una raza que sólo Centroamérica podría generar, como consecuencia de su
clima y de sus particulares alimentos.
N.d.T.:
con grafía alemana en el original "Karretero"
30
Tanto
en el estado de la Baja California, en la costa occidental del estado de
Sinaloa, como en la costa pacífica del estado de Chiapas, la totalidad del
comercio está en manos de chinos. Todo lo que rinde dinero en México está en
manos de extranjeros, mientras el mexicano queda de espectador viendo cómo el
extranjero se enriquece gracias a su fuerza de trabajo y a los tesoros naturales
de su país. Lo lamentable es que los extranjeros extraen millones y millones de
dólares del país, pero salvo raras excepciones no se hacen ciudadanos. Para
robarle, para enriquecerse el pueblo y el país les vienen bien; pero para
hacerse cargo de las pocas obligaciones de un ciudadano mexicano, se sienten
demasiado superiores.
Entre
quienes tienen menos inclinación por adquirir los derechos de ciudadanía de
México, aunque poseen grandes extensiones de tierra, casas, minas y quién sabe
cuántas cosas más, están los americanos. Y es muy interesante observar el
comportamiento del americano frente a sus propios inmigrantes y cómo se comporta
cuando ellos mismos son inmigrantes en un país extraño. El europeo que inmigra
en los EE.UU. debe atenerse estrictamente a las leyes vigentes en los EE.UU., ha
de someterse a esas leyes, le gusten o no. Cuando el gobierno impuso en los
EE.UU. la ley contra el consumo de alcohol, la así llamada ley seca en el año
1920, a todos, americanos o no, les fue confiscado todo lo que contenía alcohol.
Particularmente a los cerveceros alemanes y a los dueños de restaurantes les
quitaron y destruyeron cerveza, vino y aguardientes por valores millonarios. Sus
cervecerías, sus costosos equipos para la producción de la cerveza y la
destilación fueron convertidos en chatarra. Salvo el alcohol que compró el
gobierno, los damnificados no obtuvieron ni un centavo por las pérdidas que
sufrieron por el hecho de que sus instalaciones, edificios y planes comerciales
perdieran valor. Bajo la presidencia de Theodore Roosevelt a los así llamados
reyes del ganado de Texas, que solían poseer millones de hectáreas de praderas,
les fue quitada la tierra para darla a colonos que se comprometían a instalar en
ellas sus fincas. Por el hecho de que a los reyes del ganado se les quitara la
tierra de un día para otro, éstos no sabían adónde ir con sus enormes manadas; y
el precio del ganado cayó tan bajo como consecuencia de la saturación de los
mercados, que los propietarios de ganado sufrieron enormes pérdidas. El gobierno
americano se había visto obligado a quitar la tierra a los reyes del ganado para
darla a los pequeños colonos como homestead, como tierra libre, porque se habían
creado en Texas entre los pequeños colonos y los reyes del ganado situaciones
poco felices.
Si
México crea leyes para provecho del pueblo mexicano, pero que incomodan a los
extranjeros que viven en México y se controla la legitimidad de sus propiedades
privadas, entonces se trata de grave lesión del derecho internacional y los
EE.UU. por puro amor a la justicia, tiene que enviar enérgicas notas a México y
hacer sonar la espada. En este continente es exactamente igual que en Europa.
Tiene razón quien tiene más y mejores cañones.
Cuando
se trata de confiscaciones de propiedad privada territorial en México hay algo
más que no se tiene en cuenta. El gobierno mexicano se siente con pleno derecho de confiscar
tierra cuando la necesitan sus
ciudadanos sin tierra, no sólo en virtud de los antiquísimos derechos
territoriales indios, sino también del antiguo derecho fundamental español. Los
EE.UU. adoptaron el derecho inglés. El derecho inglés es como el alemán y el de
muchos otros pueblos europeos, es derecho romano. El derecho romano reconoce el
derecho a la propiedad privada de todas las cosas, es decir, también de la
tierra, Según el derecho romano la propiedad privada es inviolable. No así según
el antiguo derecho español. El derecho español no conoce la inviolabilidad de la
propiedad privada. El derecho español parte de la premisa que un pueblo o un
estado sin tierra no son ni pueden ser pueblo ni estado. La tierra es la
condición fundamental para la existencia de un estado. Por eso toda la tierra
pertenece al estado o al pueblo. Pero el estado o su administrador, es decir, el
gobierno o el rey puede ceder la tierra a particulares si el pueblo en su
totalidad no la necesita en ese momento, es decir, cuando el pueblo tiene más
tierra de la que necesita para asegurar su existencia. Pero esta tierra es sólo
un feudo cuya devolución puede ser exigida en todo momento por el estado, cuando
la necesita para su pueblo. El derecho de propiedad privada sobre tierra y
valores como minas, maderas y productos similares es sólo temporario. Durante el
dominio alemán-español este viejo derecho español también fue válido en
Alemania, como lo demuestran los dominios feudales en la Alemania de aquel
tiempo. Es este viejo derecho español, unido al antiguo derecho indio lo que se
contrapone aquí al derecho americano, basado en el derecho romano. El americano
no siente la diferencia porque sus conceptos jurídicos radican en leyes
fundamentales diferentes a las que rigen en México y en todas las repúblicas
hispano-americanas. Porfirio Díaz vendió la tierra mexicana al mejor postor, a
los americanos y europeos teniendo en la mente el derecho español, mientras los
extranjeros adquirían esas propiedades pensando en el derecho romano-inglés.
Este es un punto que una y otra vez se vuelve a olvidar a la hora de las
discusiones entre el gobierno mexicano y los gobiernos de los extranjeros
terratenientes. El derecho español y el derecho indio reconocen en el pueblo el
factor principal, mientras el derecho inglés-romano reconoce al particular como factor principal. Según
el derecho inglés-romano es posible que un solo hombre o un grupo de
particulares adquiera y tenga toda la tierra, pueda expulsar a todos los demás
hombres, es decir, a todo el pueblo de la tierra, encontrando el sostén de la
ley en esta acción. Para el derecho español y para el indio esto es imposible.
Pero, cuanto más fuerte es un estado, tanto más acerca sus constituciones a los
derechos fundamentales español e indio. Lo hemos visto durante la última guerra,
que cuando su existencia y su seguridad lo exigen, el estado confisca todo lo
que necesita, hasta los cuerpos, la salud y la vida de sus
hijos.
Todo
inmigrante que vive en los EE.UU., es acosado para hacerle tomar la ciudadanía.
A quien declara que su patria, sea esta Inglaterra, Francia, Alemania o Noruega
le basta y que no tiene intención de renunciar a ella, se le contesta
secamente:"Ud. aquí gana su buen dinero, aquí le va mucho mejor que en su
hambrienta Italia. Si nosotros no le bastamos, si nuestra tierra no le cae bien,
haga el favor de largarse lo más rápido posible. ¿O para qué fue que vino?"
En
mi opinión, el americano que dice esto a un inmigrante tiene toda la razón.
Quien no quiere llegar a ser ciudadano, mejor que se vuelva por donde vino. Aquí
sólo queremos gente que se quede, que quiera construir con nosotros, que quiera
crear junto a nosotros un país más bello, más rico y mejor que cualquier país de
Europa.
Pero
lo injusto, lo hipócrita es que el
mismo americano que obliga en forma más o menos decidida a sus inmigrantes a
hacerse ciudadanos de su país, cuando él mismo es inmigrante en un nuevo país,
se niega indignado a tomar la ciudadanía. Le parece incompatible con su
dignidad, aunque no le parece indigno
explotar al máximo el país que lo hospeda y enriquecerse a costas del
pueblo y del país. En este sentido no es mejor que el chino o el italiano que él
condena porque abandonan los EE.UU. cuando consideran haber ganado suficiente
dinero.
En
caso de motivar su actitud negativa, da exactamente las mismas razones que en
EE.UU. da un inglés o un francés o cualquier otro europeo que se niega a tomar
la ciudadanía.
Si
México crea la ley perfectamente
comprensible y prudente según la cual sólo puede obtener, adquirir tierras el
extranjero que se compromete a tomar la ciudadanía antes que se cumplan siete
años, enseguida empiezan los tejes y manejes diplomáticos con las potencias
imperialistas.
Todas
las minas y campos petrolíferos de México están en manos de americanos e
ingleses; todos los bancos y tranvías en manos de canadienses e ingleses; todas
las ferreterías, las grandes como las pequeñas, así como las droguerías y
tiendas de productos químicos, en manos de alemanes; la totalidad del comercio
de la seda, en manos de franceses; todos los productos de confección y todas las
chucherías sin valor, en manos de árabes, sirios y egipcios; los productos
ultramarinos, la alta gastronomía, la confección de buena calidad, la ropa de
hombre y el calzado, en manos de españoles; las casas de comida baratas y los
cafés así como todos los paradores de las estaciones de ferrocarril de todo el
país, en manos de chinos.
Todo
lo que rinde dinero está en manos de extranjeros. Así parece justificarse para
el observador superficial la pregunta: ¿Pero, y los mexicanos qué es lo que
hacen en su país? Y esta pregunta la aprovechan los extranjeros para hacer
chistes estúpidos sobre el país y su gente. Los chistes son más o menos así: El
mexicano fabrica pulque y tequila para envenenar a sus conciudadanos; el
mexicano juega a la lotería y espera sacar la grande. El chiste preferido dice:
el mexicano hace la revolución, sin la cual el país no puede vivir. Todos estos
chistes son tan buenos como el chiste: ¿Qué hacen los alemanes? Meten a toda su
gente en uniformes, para sacarles la costumbre de pensar a patadas, comen
chuchrut y cuando están alegres cantan: No sé qué significa esta tristeza que
siento en mí2. Al principio del año 1927 un periodista americano estuvo en
México para dar a conocer la verdad sobre México en EE.UU.. Se trata de un señor
muy conocido e influyente. Estuvo unas tres semanas en México, regresó y estuvo
escribiendo a lo largo de diez semanas la "verdad sobre México" en el "Saturday
Evening Post". También él dice que todas las empresas rentables están en manos
de extranjeros. La pregunta: ¿qué es lo que hacen los mexicanos? este señor la
contesta así: el mexicano está parado en medio de la calle gritando: "¡Viva
México!" Y todo lector con pocas ganas de pensar y sin posibilidades de ir a
México para ver si realmente los mexicanos no hacen más nada, se da por
satisfecho con esta respuesta y en
su cabeza se va configurando la idea que los imperialistas americanos quieren.
Similares chistes necios se cuentan también en las periódicos y libros
americanos sobre Rusia, Alemania, Austria y otros países
europeos.
Sí,
¿pero qué es lo que hace el mexicano en su país si los extranjeros tienen todos
los negocios en sus manos?
A
esta pregunta quiero contestar con otras preguntas: ¿Quién extrae el oro, la
plata, el cobre, el plomo de las minas que pertenecen a los extranjeros? ¿Quién
sacrifica por término medio cien de sus hijos, que padeciendo un horrendo sistema abusivo,
las más miserables condiciones sanitarias o la falta total de las más
elementales medidas de seguridad en las minas, en los campos petrolíferos o en
las refinerías, consiguen los millones que el extranjero gasta o despilfarra en
otro país? ¿Quién cosecha algodón, café, cacao bajo el ardiente sol tropical?
¿Quién expone su cuerpo y su salud en las junglas y en las estepas luchando
contra la horrorosa, despiadada
peste de insectos para ganar un peso o siquiera cincuenta centavos al
día? ¿Quién extrae las maderas finas de las selvas y estira la pata en algún
punto de las profundidades de la selva, sin ser visto u oído por nadie, como
consecuencia de una desgracia o del ataque de un animal feroz? ¿Quién construye
canales, instalaciones portuarias, puentes? ¿Quien conduce los trenes, los
tranvías, los autos, las carretas? ¿Quién arrea las caravanas de mulas, cargadas
con los productos más valiosos del país, atravesando las heladas alturas de la
sierra, los desiertos sin agua, las ardientes planicies de la Tierra Caliente,
los ríos y pantanos? ¿Quién defiende con su vida de los ataques de bandidos y
asaltantes de caminos los bienes y dineros que los extranjeros le han confiado
para transportar? ¿Quién está sentado delante de la máquina de escribir, en las
sillas de oficinas, en las ventanillas y detrás de los mostradores de los
extranjeros? ¿Quién construye las casas? ¿Quién carga y descarga naves y trenes?
¿Quién le hace la comida al extranjero, quién se ocupa de sus niños y les lava
los pañales? ¿ Quién produce el
cien, doscientos, quinientos por
ciento sobre el capital de explotación del extranjero? El proletario mexicano,
el indio mexicano. Ese no tiene tiempo para estar parado en medio de la calle y
gritar: "¡Viva México!". Porque si lo hiciera, no habría extranjeros en el país,
porque no podrían ganar nada. Y estos proletarios que no tienen tiempo para
gritar "¡Viva México!", son el noventa si no llegan al noventa y cinco por
ciento del país. Pero para ciertos periodistas y escribidores de libros los
proletarios no son personas y no son mexicanos; por eso es que no necesitan ser
mencionados y por eso es posible dar a conocer al ancho mundo: Sí, si no
estuviéramos nosotros, los extranjeros, México ya se habría muerto de hambre.
México no se moría de hambre cuando todavía ni existían los EE.UU. y México no
morirá de hambre en caso que todos los extranjeros abandonaran el país. Pero, no
hay que temer que se vayan. Porque si en su propio país tuvieran condiciones
económicas tan ventajosas como en México, ya no estarían
aquí.
Entre
los extranjeros habitantes en
México los más numerosos son los chinos. En algunas circunscripciones ellos
solos determinan el carácter de las condiciones comerciales y
económicas.
En
la costa pacífica, es decir, especialmente también aquí en Chiapas, tienen
prácticamente todo en sus manos, casi todas las tiendas. Son tan numerosos que
literalmente pululan. En las ciudades y localidades uno tiene la impresión de
encontrarse en China. Los chinos constituyen hoy el mayor porcentaje del total
de extranjeros en México. Llegan incluso a superar en número a los españoles. Si
en algún lado se construyen nuevos mercados cubiertos - y México construye hoy maravillosos
mercados cubiertos, es seguro que tras pocas semanas todos los puestos del
mercado han pasado a propiedad de los chinos. Dondequiera que un restaurante o
una tienda quiebren o cesen la actividad por otros motivos, los chinos
inmediatamente toman posesión.
Los
chinos, que quieren inmigrar en México tienen que demostrar que cuentan con un
capital de quinientos dólares. Pero este dinero lo piden prestado para poder
mostrarlo y luego, tras el desembarco lo devuelven a los prestamistas. Así es
que con los mismos quinientos dólares pueden inmigrar mil chinos sin que en
realidad entre un solo dólar en el país. La cantidad de chinos que ya viven aquí
queda demostrada por el hecho de que ya se formó un considerable proletariado
chino, que se encuentra sin trabajo y sin ingresos.
La
mayoría de los chinos que viven aquí pertenecen al partido reformista
republicano chino y generalmente forman parte del ala izquierdista radical del
fallecido Dr. Sun Yat-sen. Lo que en general se dice de los chinos no es del
todo verdad, por lo menos no en el caso de México. La mayoría de los chinos que
viven aquí no son de ningún modo ganapanes parsimoniosos y ajetreados, de los
que tanto se habla en los cuentos europeos y americanos coloreados a propósito.
A los chinos les gusta mucho ir al teatro y al cine y es raro que se sienten en
las localidades baratas. Se visten con mayor prolijidad que la mayoría de los
pertenecientes a las clases más bajas del pueblo mexicano y su cuerpo, por lo
que respecta a la limpieza, recibe mejores cuidados que el de miles de mexicanos
de la clase más baja. No se ve tampoco nunca a un chino piojoso, nunca a un
harapiento, nunca a un borracho.
Las colonias chinas hacen donaciones mayores para la cruz roja mexicana, para
hospitales y para el bienestar público que cualquiera de las otras colonias de
extranjeros, sin exceptuar a los americanos. Los chinos son los más puntuales a
la hora de pagar los impuestos y son los extranjeros que más fielmente observan
la ley mexicana y que nunca crean al país dificultades diplomáticas. También
entre ellos hay malhechores; pero ellos padecen diez veces más traiciones y
crímenes de los que ellos mismos cometen. Tienen sus propios clubs, sus propios
locales de reunión, sus propias salas de lectura y bibliotecas; entre ellos
organizan fiestas, conciertos y representaciones teatrales. Dudo de que haya un
solo chino en todo México que no sepa leer y escribir, aunque quizás sólo en su
lengua materna. No llega a cumplir dos años de estadía en México que ya sabe
hablar, leer y escribir en castellano, lo que no se puede decir de los
americanos que consideran esto superfluo. Conozco no pocos americanos e ingleses
que llevan veinte, treinta, hasta cuarenta años viviendo aquí y que sólo saben
decir lo mínimo indispensable en castellano. El chino no sólo aprende
castellano, lo que para su lengua, ya sólo a causa de la R le es mucho más
difícil que al americano, sino que también aprende el inglés. Quedan pocos
chinos en el país que no puedan hablar y entender inglés, por lo menos lo
necesario para poder negociar con un americano todo aquello que necesitan para
su específico negocio. Sería deseable que la totalidad de los mexicanos
mostraran sólo la mitad de todas aquellas cualidades que aquí manifiestan los
chinos. ¡Lo que el mexicano sería capaz de hacer de su país! Ningún americano y
ningún inglés y ningún gobierno extranjero, por más que se llenaran la boca,
podrían darle órdenes.
Los
chinos afirman que en el curso de su historia, alrededor del año 500 d.C.
durante varios siglos existió una floreciente colonia china en México. Han sido
encontradas algunas esculturas en México que parecen confirmar este hecho y que
pertenecen a ese período de la cultura china. Hay también algunas naciones
indias en México que en su lengua tienen palabras de origen chino y algunas
naciones tienen características raciales que parecen provenir de una mezcla con
chinos. El conocimiento de la producción de objetos laqueados que se encuentra
en algunas regiones mexicanas y ciertas influencias en la astronomía de los
antiguos mexicanos podrían haber llegado a México a través de esta temprana
colonia china. De los chichimecas, que en la última gran migración india
precedieron a los aztecas, invadieron el México Central y destruyeron la cultura
tolteca, se supone que hayan sido chinos, y más exactamente, los últimos
sobrevivientes de aquella gran colonia china que existió en México en el primer
milenio de nuestra era.
Los
chinos actualmente habitantes e inmigrantes en México raramente traen a sus
mujeres y es raro que hagan venir a sus mujeres o novias en un segundo momento.
Las causas son en primera y quizás en única instancia, los altos costos del
viaje. Una pequeña cantidad de chinos y entre ellos especialmente los pudientes,
se casan aquí con mexicanas, forman una familia, se quedan en el país y se
vuelven completamente mexicanos. Pero sea por matrimonio legítimo o no, la
influencia de los chinos hoy ya es tan fuerte que en algunos estados, como en la
Baja California, en Sonora, en Sinaloa, calculando por lo bajo, andan diez mil
niños mexicanos a los que se les nota a primera vista que su padre es
chino. Aparte las habituales formas
de encontrarse, esta mezcla se ve favorecida porque los chinos en sus tiendas,
restaurantes, cocinas, lavanderías y otras actividades dan y necesitan dar
trabajo a muchas muchachas mexicanas por consideración a la clientela. Además
existe una ley por la cual en toda actividad que prevé empleados, el ochenta por
ciento de los asalariados deben ser mexicanos. La ley era necesaria para
proteger al trabajador mexicano. Los chinos esquivan la ley en muchos casos,
quizás en la mayoría de ellos, haciéndose pasar todos por propietarios o socios
del negocio y, por lo tanto, no como asalariados. Para el gobierno es difícil
comprobar la veracidad de esta afirmación. Pero cuando se emplean asalariados,
se trata siempre de muchachas.
Aquí
se manifiesta el peligro, el peligro que teme el pueblo mexicano. El mexicano
desea la mezcla con el blanco; y no es raro que un pobre diablo americano o
europeo aquí pueda hacer un partido que en su tierra no hubiera siquiera soñado.
Siempre que sea culto y tenga buenos modales, por lo demás, su pertenencia a la
raza blanca se considera como suficiente riqueza.
Pero
decididamente el mexicano se opone a la mezcla con los chinos. Una mexicana que
se casa con un chino o que trae al mundo un niño chino queda al mismo nivel que
una americana que se casa con un negro o con un mulato. El mexicano se opone
instintivamente a la mezcla con los chinos. Esta actitud defensiva descansa
naturalmente hasta un cierto punto en la propaganda. La propaganda se origina en
parte en los EE.UU.. Respondiendo al instintivo de supervivencia de la especie,
los EE.UU. deben evitar que los chinos se vuelvan demasiado numerosos en el
continente americano. Si México dentro de poco no empieza a evitar la
inmigración de los chinos, los EE.UU. tendrán nuevamente un motivo para
intervenir. Este motivo puede ser la ruina para el actual gobierno de México.
Porque si en el actual conflicto con América todo el pueblo mexicano cierra
filas en torno a su gobierno, no
sería éste el caso, si se tratara de la inmigración de los chinos. La propaganda
encuentra terreno fértil en la envidia de los comerciantes y negociantes que
quisieran sacarse de encima a los chinos porque les quitan los negocios. El
actual gobierno no tiene prejuicios raciales, pero va a tener que intervenir
para evitar que el pueblo mexicano y la raza mexicana sea reemplazada por la
china. Los instintos raciales no siempre parten de la propaganda, no siempre de
la envidia, no siempre de la intolerancia. Radican en las mismas sensaciones
incontrolables del alma humana que nos hacen sentir inmediata simpatía o
antipatía por alguien que acabamos de conocer. Para la mayoría de los hombres
que sienten de modo sano y natural, las relaciones sexuales con alguien
perteneciente a una raza opuesta, entre un blanco y una negra por ejemplo,
resultan relaciones perversas. Es la expresión del natural instinto de
conservación de la raza. Es un impulso, que quizás se pueda moderar a través de
la propaganda y de la educación, pero que no se puede eliminar completamente ni
con las más bellas palabras y teorías. Si el instinto defensivo de los mexicanos
contra la proliferación de los chinos en el país no se expresa con mayor fuerza,
sino con una fuerza muy inferior a la del antisemitismo en algunos países
europeos, incluso con menos fuerza que el creciente antisemitismo en los EE.UU.,
es que el chino se comporta de modo perfectamente neutral. No se entremete en la
vida espiritual del país. No influye en el carácter del alma de la raza
mexicana, ni a través de diarios, ni de películas, ni de teatro, ni de ideas. No
es un propagandista. No propaga nada. No tiene la mínima intención de modificar
o de influenciar la moral, las costumbres, las opiniones, la religión, los
ideales de la raza que lo hospeda. Sabe que su cultura, su visión del mundo
superan a todas las demás. Pero no está ni mínimamente inclinado a imponer a la
raza extraña su cultura o sus opiniones. No se siente obligado a ello. Y esto
hace que sea uno de los ciudadanos que mejor se soportan. No despierta ningún
odio. Lo que eventualmente despierta es la envidia de aquéllos que por algún
motivo quedan derrotados en la batalla comercial. Si el chino en este país
también en materia sexual se mantuviese tan neutral, si trajera a sus propias
mujeres, si frecuentara sólo a sus mujeres, el mexicano no tendría nada que
objetar a su inmigración. Pero que, según opinión del mexicano, arruine la raza
mexicana en formación con su sangre poco deseable, provoca la rebelión de los
mexicanos.
El
instinto defensivo del mexicano tiene una justificación.
El
chino no produce, no crea, no construye. No da trabajo a ninguno, nadie puede
ganar con él. Salvo a aquellas muchachas que emplea, no paga salarios. Se hace
cargo de una tienda o de un restaurante tal como encuentra los locales. Modifica
sólo lo estrictamente necesario para encontrar las cosas como está acostumbrado.
Se mete en los más miserables cuchitriles de madera. Vive en rincones
lastimosos, sin construir jamás una pensión o un hotel. Toda la verdura que
consume en su restaurante la cultivan sus compatriotas en un ridículo pedacito
de tierra; todo el pan que vende en su restaurante o en su tienda se cuece en
una panadería china, sólo va a lo de un sastre chino, sólo a lo del barbero
chino, come sólo en restaurantes chinos, compra sólo en tiendas chinas. La única
razón por la que va a cines y teatros no-chinos es que no los hay chinos. Cuando
abandona el país, lo abandona tal cual lo había encontrado salvo, claro, lo que
ha logrado ganar, y las casas, cuchitriles y locales en los que ha vivido, los
deja un poco más vividos y gastados. Como individuo y como raza deja al país más
pobre de lo que lo ha encontrado. Cuando se va, nadie lo echa de menos. Ni
siquiera deja deudas o una condena de prisión sin descontar por tráfico de
cocaína u opio.
Es
diferente el caso de los americanos y en parte de los restantes europeos. Por
más que se quiera decir de los americanos,
aunque se lleven de él miles de millones, dejan el país mucho más rico de
lo que lo habían encontrado. Dejan ferrocarriles, gigantescos hoteles, puentes,
carreteras, mansiones y gigantescos edificios de oficinas de acero y cemento,
fábricas, refinerías. Traen los animales de cría más caros, los caballos
sementales más caros, los mejores huevos de cría, las mejores semillas para
naranjas, bananas, tomates y quién sabe cuántas cosas más.
Y
decenas de miles de proletarios mexicanos encuentran trabajo, ganan buenos
salarios y pueden aumentar el bienestar del país comprando mercancías. Miles de pozos petrolíferos se
construyen, se perforan inútilmente porque no se encuentra petróleo. Pero cada
pozo aporta veinte o treinta mil dólares al país en materia de salarios,
materiales e impuestos. Algo parecido sucede con todos los otros europeos. El
alemán tiene todas las ferreterías. Pero cada tantos años tiene que ampliar,
construye, construye y construye edificios comerciales cada vez más grandes,
tiendas cada vez más grandes, almacenes cada vez más grandes. Se construye casas
caras para vivir, se compra coches, compra sólo lo mejor para sí y para su
familia. Así el alemán, el español, el francés, el inglés, el holandés. El sirio
ya se parece más al chino.
Y
este ferviente afán creador, este afán por edificar, construir y trabajar
activamente para el indio es una necesidad vital. Aun durante sus migraciones ha
debido construir grandes ciudades y andar siempre construyendo y construyendo y
no le importaba abandonar estas grandes ciudades tras tres o nueve años. Si
llegaba a un nuevo sitio, en seguida recomenzaba a construir, a pesar de que
sentía que nada era para la eternidad. Pero tenía que estar siempre activo para
dar rienda suelta a la necesidad imperiosa de crear que, de lo contrario, lo
hubiera hecho estallar.
Esta
semejanza en cuanto a ardiente actividad en el alma del indio y en el alma del
blanco es lo que hace que ambas razas se sientan tan emparentadas como para
mezclarse sin que influya ningún sentimiento de instintos antinaturales. Ambas
razas son fundamentalmente razas activas. Dado que una de ellas está agotada por
excesivamente civilizada, mientras que la otra está descansada y desbordante de
potencia generativa, ambas razas se complementan mezclándose, lo que la
naturaleza acoge y apoya decididamente a través de todo tipo de favores y
pequeños trucos.
En
esta mezcla racial no hay lugar para el chino, por valioso que sea como
individuo. Pero si el mexicano todo esto no sabe cómo explicarlo, lo siente
instintivamente. El instinto le advierte que no frecuente a los chinos. Ya
llegará el tiempo en que el chino brinde una mezcla racial conveniente. Pero
quizás pasen mil o dos mil años antes de que llegue ese momento. Cuando el
mexicano dice no poder oler al chino, aunque éste acabe de lavarse, cuando
afirma que el chino huele mal, se trata sólo de una confirmación del hecho de
que es la naturaleza la que no avala esta mezcla. Porque los amantes y a mayor
razón los progenitores se embriagan con el olor de sus
cuerpos.
Estas
cuestiones raciales que se plantean en el continente americano, no existen en
Europa. Europa se puede permitir ser generosa. En razón del instinto de
conservación nosotros no nos podemos permitir ser tan generosos. Los EE.UU.
tiene diez millones de negros, en Brasil son un tercio o más de la población.
Estos negros crean problemas mucho más difíciles que los chinos en este
continente. Y México se puede dar por afortunado por no tener más que unos miles
de negros. Para los EE.UU. el
problema de los negros seguramente algún día conducirá a la catástrofe. Con las
nuevas severas leyes de inmigración los EE.UU. han limitado el libre ingreso de
trabajadores blancos provenientes de Europa. Pero la industria necesitaba mucho
más trabajadores de los que entraban
y se vio obligada a llevar a los negros de los estados del sur, de los
antiguos estados esclavistas, en masa al norte. Este movimiento se intensificó
tras la implicación de EE.UU. en la primera guerra mundial. Los altos salarios,
la mejora de las condiciones de vida y las mejores condiciones sanitarias que
significaron para los negros, condujeron a que se multiplicaran más y con mayor
velocidad que incluso las primeras generaciones de inmigrantes. Son la primera y
parcialmente la segunda generación de inmigrantes las que hasta ahora han
ejercido la mayor influencia en el aumento de población en EE.UU. Porque la
potencia procreativa de la generación mayor en EE.UU. disminuye cada vez más.
Además, la mejor información y la asistencia mejor organizada, de la que gozan
los negros ahora en los centros industriales, han reducido la mortalidad
infantil entre los negros a un mínimo y así es que la multiplicación de la gente
de color está adquiriendo en los EE.UU. dimensiones grotescas. Se ve hoy que si
no se aplica una cura radical
en tiempo prudencial, en EE.UU. la raza blanca sucumbirá ante la
proliferación de la negra. Y esto se verificará seguramente dado que las buenas
condiciones económicas de los negros les permiten elevar su nivel cultural y de
esta manera lograr, en el marco de un sistema democrático, ganar cada vez más
influencia en la política y en las leyes, por lo cual influyen en la legislación
para volverla cada vez más a su favor. Ya sólo por conocer la lengua y, más aún,
por haberse criado en el país y conocer bien todas las condiciones, aventaja
ampliamente a cualquier otro inmigrante en campo económico. Porque el recién
llegado tiene que empezar por acostumbrarse lenta y trabajosamente donde el
negro se siente en casa.
El
objetivo de las leyes de inmigración fue y será mejorar la raza americana y
mantener y fortalecer el así llamado nordic type, el tipo de raza nórdica, es
decir, una mezcla anglosajona-escandinava-alemana-holandesa-irlandesa. Pero no
es tan fácil mejorar las razas como lo había creído el gobierno americano. La
multiplicación y el fortalecimiento de las razas dependen de condiciones
económicas, aun cuando la
fuerza germinativa de una raza esté sometida a otras condiciones, que
frecuentemente sólo se pueden explicar desde un punto de vista biológico y
muchas veces no se pueden explicar ni interpretar en
absoluto.
También
en México se piensa hoy enérgicamente en el mejoramiento de la raza. México es
hoy seguramente el único país en donde se consuma un matrimonio cuando ambas
partes han presentado un certificado médico que demuestre que son perfectamente
sanos. Es una ley muy sabia. Pero si dos personas se proponen procrear, sin
pasar antes por el registro civil, para hacerse conferir el derecho legítimo de
procrear, nadie pide el certificado sanitario. Pero, por lo menos, si existe una
tal ley, si la gente es informada de la existencia de una ley semejante,
machitos y hembritas se pueden preguntar por qué habrá sido creada esa ley. Y
una vez surgida esa pregunta, en general, los legisladores han ya alcanzado su
objetivo. A la iglesia no le interesaron nunca los certificados sanitarios. Le
bastaba adoctrinar a la gente para que viviera casta y pura en palabras y obras.
Igualmente uno puede proteger a la gente de la tuberculosis aconsejándole no
respirar. En principio, todas las reglas de oro conducen a lo
mismo.
31
Había
recorrido ciento cincuenta kilómetros del trayecto cuando empezó la lluvia.
Comenzó más bien tímidamente. Pero igualmente me pareció indicado no esperar a
que se volviera fuerte. Porque en ese caso no tiene sentido seguir cabalgando.
Los caminos se vuelven tan difíciles que de a ratos hay que sacar a los animales
del barro y haciendo esto uno mismo se embarra tanto que cuesta bastante trabajo
volver a terreno seco. A la salida de un pueblecito presencié un espectáculo
excitante. Me retuvo tanto tiempo, que ese día llegué muy tarde al pueblo donde
Felipe había parado.
En
las cercanías de aquel pueblo un tren había arrollado a un asno. Los animales se
acostumbran tanto al ruido, a los aullidos, silbidos y campanilleo del tren que
ya no les hacen caso. Las vías no están cercadas y los pasos a nivel no están
vigilados ni clausurados por ningún tipo de postes transversales, ni en EE.UU.,
ni en México, ni en ninguna parte de este continente. Cuando el tren se acerca a
una estación o cuando la abandona, suena, mientras que en camino alerta con un
fuerte ulular que parece un ladrido. Pero a menudo los animales permanecen
tranquilamente sobre el riel y no esquivan al tren que se acerca a gran
velocidad. Si el maquinista consigue frenar a tiempo, lo hace y los animales son
espantados. Pero si no logra frenar o si el animal se le mete delante,
naturalmente termina arrollado.
En
este caso, un burrito había sido atropellado. Los indios lo habían tirado para
el costado. Cuando se trata de vacas y otros animales útiles como cerdos, ovejas
o cabras, el propietario los retira y trata, por lo menos, de salvar la carne. A
los asnos y caballos se los deja simplemente al costado del
camino.
No
hacía mucho que el burro arrollado estaba aquí tirado, que ya los perros del
pueblo se reunían para el almuerzo. No pasó mucho tiempo y llegaron también los
buitres.
Los
buitres no llegan atraídos por el olor, sino por lo que ven. Esto lo sé porque
los buitres no pueden encontrar un cadáver bien escondido; los buitres no van a
buscar a una persona muerta si está bien cubierta. En cambio, cuando un animal
aún está vivo, pero está enfermo, tambalea y da la impresión de que su fin está
cerca, los buitres ya empiezan a volar en círculos sobre él. También lo hacen
cuando una persona abandonada se desploma y esto condujo a la superstición de
que cuando los buitres empiezan a trazar círculos sobre una persona herida o
enferma, es señal de muerte segura. Claro que no es así. Si se encuentra en
seguida a la persona y si su herida o enfermedad no son mortales, se salva, con
o sin buitres dando vueltas sobre su cabeza. Por cierto que si se deja asustar y
amedrentar por esa superstición, se puede deprimir tanto que su curación se
retarda o se imposibilita. Siempre causa una impresión siniestra a los hombres
cuando hay un cadáver tirado y poco a poco se juntan los buitres en grandes
bandadas, como si hubieran surgido de la nada.
Pero
no hay nada de siniestro en la cuestión. Los buitres viven en grupos. Y estos
grupos están perfectamente organizados. Mientras no haya una presa en las
cercanías, no andan juntos, sino dispersos sobre una superficie de varios
kilómetros cuadrados. Cuanto más grande es el grupo, mayor es la superficie que
domina. Hay siempre un solo buitre o una pareja que domina un determinado
distrito. En ese distrito la pareja tiene su nido.
El
aire ahora es diáfano. No se ve un solo buitre sobrevolando el ancho campo. De
vez en cuando, quizás una vez cada hora, a veces, con mayor frecuencia, un
buitre o una pareja de buitres se alza en vuelo. Vuela cada vez a mayor altura.
Sobrevuela todo su territorio trazando círculos a gran altura y no se le escapa nada de lo que sucede
sobre la tierra. Con su vista aguda descubre tanto un gato muerto como una vaca
muerta o un ciervo herido que se tambalea y tropieza. Observando el cielo y
mejor, si con un buen largavista, se descubre que más o menos al mismo tiempo en
que hay aquí un buitre o una pareja dando vueltas en el aire, también a lo lejos
hay otro. Y más lejos aún, otro más. Todos pertenecen al mismo grupo, aunque
aniden a gran distancia uno del otro ramificándose.
Este
buitre, que estaba volando sobre mí, ahora empieza a girar bajando hacia su
nido, en donde se deja caer blandamente. Poco a poco también los restantes
buitres bajan hacia sus nidos y por media hora o más no se ve ninguno en el
aire. Tras un cierto rato el juego recomienza.
Mientras
remontan vuelo y dan vueltas los buitres mantienen siempre el contacto visual.
Quizás emitan señales. El hecho de que nosotros no las oigamos no significa que
no existan. Hay millones de sonidos y ruidos que nosotros no percibimos porque
están por encima o por debajo de la longitud de onda que nuestro oído percibe.
Los perros emiten sonidos que nosotros no oímos porque nuestro oído no los
sintoniza. Lo mismo sucede con los buitres y quizás con todos los otros
animales, sobre todo con los insectos.
Finalmente
el buitre en cuestión, tras haber remontado vuelo innumerables veces,
quizás durante muchos días en vano,
ha encontrado un cadáver. Mientras hasta ese momento trazaban tranquilos
círculos, ahora sus movimientos cambian completamente. Se eleva tanto, que puede
ser visto por el buitre más alejado. Después empieza a dar vueltas con mayor
energía y en círculos cada vez más pequeños sobre el lugar en donde yace el
cadáver. Ahora no es que baje en picada como un ave rapaz, sino que desciende
lentamente. Todos los otros buitres han observado el comportamiento de este
buitre y empiezan a trazar los mismos círculos enérgicos. De este modo señalan
hasta a los compañeros más alejados de que en este lugar hay un cadáver. Ahora
no les queda más que observar la dirección en la que vuelan todos y así llegan
al cadáver, en donde todo el grupo se reúne para la
comida.
Como
se ve, es perfectamente natural que primero no se vea ni un solo buitre y que de
golpe haya veinte o treinta buitres reunidos en torno a un cadáver o sobre los
árboles cercanos. Si los buitres estuvieran siempre juntos y no trabajaran según
un plan tan perfectamente elaborado, podría suceder que no consiguieran nunca o
raramente su alimento, porque no hay tantos cadáveres como para que cada día
haya uno por cada kilómetro cuadrado. Por cierto los buitres pueden estar veinte
o más días sin comer, sin morirse por eso.
Los
buitres del grupo permanecen cerca del cadáver encontrado hasta no dejar más que
los huesos y la piel reseca. Durante este tiempo, que puede durar varios días
cuando se trata de un animal grande, vuelan poco, sólo lo necesario para ir a
llevar carne a sus pichones.
En
México los buitres están bajo la protección del gobierno, no pueden ser cazados
ni perseguidos. Pero aun si no se encontraran protegidos, la gente no
perseguiría los buitres, porque todos los consideran animales útiles. Y porque
los buitres saben que nadie les hace daño, se presentan en plena calle en
poblados y ciudades; y son tan numerosos y tan mansos en muchos distritos como
en Europa Central lo son los gorriones. Están tan acostumbrados a los hombres en
los poblados que, cuando comen o cuando hacen la siesta de digestión, no se
dejan molestar ni por niños ruidosos, ni por autos que pasan.
Aquí,
en este pueblo, los perros de la zona habían tomado posesión del cadáver que los
buitres consideraban propiedad indiscutible. Los buitres no son buscarroña ni
peleadores. También durante las comidas son pacíficos y no se andan peleando por
cada bocado.
Evidentemente
los perros habían llegado al cadáver antes que los buitres. Empezaron siendo
cuatro perros, poco a poco llegaron a siete. Los perros se mordían furiosamente
por la presa, si bien había como para dar de comer durante una semana a todos
los perros del pueblo. Pero los perros más débiles perdían antes los mordiscos
de los más fuertes. Recién cuando los más fuertes estuvieron tan llenos que
apenas podían arrastrarse y se volvieron demasiado perezosos como para alejar a
los otros perros a mordiscos, a los restantes les tocó el
turno.
Mientras
los perros estaban todavía ocupados con el burrito, los buitres no osaron
arrimarse. Formaban un espeso grupo negro sobre un árbol bajo, desde donde
miraban con ojos hambrientos. De tanto en tanto dos o tres volaban hacia el
cadáver tratando de llegar a él. Golpeando poderosamente las alas intentaban
espantar a los perros. Pero los perros, seguramente más hambrientos que los
buitres, atacaban en seguida. Mostraban los dientes a los buitres que
revoloteaban sobre sus cabezas, ladraban, se enfurecían y hasta saltaban en alto
para agarrar a los buitres y destrozarlos.
Finalmente
los buitres tuvieron que desistir. Tranquilamente se sentaron sobre las ramas
del árbol, sin más remedio que mirar tristemente cómo iba desapareciendo la
presa trozo a trozo. También en otros aspectos los perros sacan ventaja a los
buitres; porque los perros también de noche van a comer de un cadáver, mientras
no he visto nunca buitres de noche sobre un cadáver. A unos veinte pasos de
distancia del cadáver había un viejo carro. Los perros que se habían hartado de
comer, se arrastraban perezosos debajo del carro, para descansar a la sombra
tras la copiosa comida. Primero se acomodaron los más fuertes, mientras
finalmente los más débiles pudieron osar ir a comer. Los perros gruñían desde la
carreta, pero los gruñidos iban haciéndose cada vez menos frecuentes y más
soñolientos, con lo cual los débiles finalmente pudieron gozar tranquilamente de
una comida completa.
Por
fin todos los perros estaban satisfechos, reventaban, en realidad. Y todos, uno
a uno fueron arrastrándose debajo del carro para dormir. Ya mientras los últimos
perros seguían comiendo del cadáver, los buitres empezaron a moverse, a ver si
finalmente les tocaba algo. Pero
los perros que estaban instalados en ese momento, atacaron con mucha más garra a
los buitres que los perros más grandes. Se vengaban así por el maltrato que les
habían infligido los perros grandes y con los buitres querían demostrar que eran
de tomar tan en serio como los más fuertes. Pero después de un cierto tiempo,
todos los perros terminaron bajo el carro.
Entonces
se arrimaron los buitres. Pero ni bien el primero de ellos se posó sobre el
cadáver, uno de los perros salió disparado desde debajo del carro y se le fue
encima. Los restantes perros gruñían o hacían un tal bochinche que una y otra
vez los buitres tuvieron que remontar vuelo, sin cosechar. Pero los buitres son
tenaces. Una y otra vez llegaban y volvían a ser espantados. Pero seguían
posándose, y cada vez esto hacía que uno o dos perros salieran y corrieran los
veinte pasos para espantarlos. Después, otra vez de regreso al carro. Esto habrá
durado una hora. Tras lo cual los perros estaban tan cansados y faltos de fuerza
que sólo podían gruñir desde el carro, pero ya no eran capaces de correr para
defender futuras comidas. Finalmente sus fuerzas quedaron tan mermadas que ni
siquiera podían gruñir, sino sólo guiñar y mirar llenos de bronca cómo los
buitres, finalmente vencedores, recuperaban con toda su fuerza lo que hasta ese
momento se habían perdido.
*
En
Mapastepec pensé concluir mi viaje por ese año. Vendí mi mula y obtuve cincuenta
pesos más de lo que la había pagado, porque aquí abajo los precios por una buena
mula eran más altos que en el interior. A los dos días quería regresar en
tren.
Felipe
recibió su salario y en seguida se compró tres chaquetas de lino azules, que
costaban casi la mitad que en su ciudad natal, donde le hacían pagar además el
costo del transporte. Nunca en su vida había visto un ferrocarril y lo vio por
primera vez cuando lo alcanzamos. Yo había supuesto que ante la locomotora
acercándose con estrépito se habría quedado mudo de asombro. Pero sólo la
observó con curiosidad y como toda la gente en la estación se quedaba parada cerquita de la vía al
parecer sin importarles en lo más mínimo el tremendo ruido y bufido del tren que
se acercaba estrepitosamente, sin mostrar ni una hilacha de miedo o excitación,
porque era una cosa de todos los días, así también él se quedó quietito entre la
gente e hizo como si lo conociera
desde pequeño. Más tarde le pregunté qué le parecía el tren. Me contestó que se
lo había imaginado veinte veces más grande. Y eso que las locomotoras en este
país son unas poderosas máquinas
gigantescas, del mismo tipo de construcción pesada que en los
EE.UU..
Desde
aquí Felipe ahora podía llegar a su casa, regresando todo el camino hasta
Jalisco bordeando la vía, porque sólo desde Jalisco podía alcanzar el interior,
porque la mayor parte de la zona al noreste de la vía, de setenta y cinco
kilómetros de ancho por ciento cincuenta de largo es zona inexplorada,
generalmente cordillera inaccesible. Por eso le dije que le habría comprado un
billete para que viajara conmigo hasta Jalisco en tren. Era el mejor regalo que
le podía hacer. Recién entonces dio libre curso a su excitación y su
expectativa. Ver el tren, eso no era gran cosa, más bien lo había desilusionado;
pero viajar en tren, eso era algo bien distinto. Al subir y sentarse fingió
haber viajado ya unas cien veces en el tren. Pero cuando el tren alcanzó su
máxima velocidad y atravesaba el campo como flecha, cuando el paisaje empezó a
girar y los árboles y postes de telégrafo pasaban catapultados, y por debajo del
asiento se le iba metiendo en el cuerpo el rodar regular de las ruedas y su
rítmico canto, el espanto se apoderó de él. Se alzó a medias y una atroz fatiga
lo ahogó. Si hubiera estado solo en el tren, o tan siquiera entre gente
desconocida, seguramente se habría arrojado por la ventana. Yo hice como si no
me diera cuenta de sus temores. Leía tranquilamente mi diario y de tanto en
tanto miraba por la ventana. El no me quitaba la vista de encima para ver si yo
no mostraba miedo; porque eso hubiera sido para él la prueba de que aquí
estuviera pasando algo excepcional. Pero viendo que yo me quedaba tranquilo y
que también los otros pasajeros leían tranquilamente o charlaban o reían ,
pelaban una naranja o miraban aburridos por la ventana, se dio cuenta de que
todo estaba en orden, que nada le sucedería y que nadie quería matarlo. Claro
que del todo no se sacó de encima su inquietud y en un momento en que había
dejado de leer y me había levantado para cambiar el equipaje de lugar, me
preguntó: · "¿Oiga, patrón, no paramos pronto? "Falta mucho, Felipe", dije yo,
"si en Novillero, en Jericó o en Margaritas nadie sube ni baja, recién paramos
en Coapa y eso es más de una hora de viaje." Después llegó el controlador para
controlar los billetes, después el vendedor del tren con limonada, cerveza,
frutas, chocolate, cigarillos, diarios y revistas y eso aseguró a Felipe de que todo
estaba perfectamente en orden y que esto, en fin, era el tren. Le dije luego que
allí en un rincón había una canilla, de dónde podría beber agua buena. En
seguida quiso probar. Pero no llegó muy lejos, el bamboleo del tren le hizo
perder el equilibrio y se sintió aliviado una vez que había vuelto a alcanzar su
asiento al lado mío.
Finalmente
paramos en una de las pequeñas estaciones intermedias y cuando el viaje
prosiguió ya se sentía en el tren como en casa y puso cara de indiferente. Ya se
animaba a mirar por la ventana y me señalaba los lugares por los que habíamos
pasado cuando cabalgábamos hacia aquí. Al mediodía llegamos a Jalisco. El hecho
de que hubiéramos llegado tan rápidamente, que habíamos tardado seis horas para
recorrer un camino que a caballo nos había llevado casi cinco días, lo
sorprendía más de lo que me hubiese esperado. Pensaba que fuéramos a necesitar
por lo menos un día entero de viaje para llegar a Jalisco.
Bajó
aquí para salir al día siguiente hacia su casa. El tren se detuvo casi dos horas
porque un eje se había recalentado y parecía que también estuvieran reparando la
locomotora.
Felipe
se había marchado pero al cuarto de hora volvió para contarme que las cosas se
le habían dado bien. No necesitaba esperar hasta la mañana siguiente, emprendía
ese día mismo la marcha con una larga columna de carretas* que sólo esperaba tomar en consigna
algunas mercancías que acababan de llegar para ponerse luego en camino. Lo cual
le venía muy bien. Podía entonces viajar en nutrida compañía, hasta podía
sentarse en una carreta* si el camino no era demasiado malo y no necesitaba
cargar con su bultito. En Tuxtla Gutiérrez o en Chiapa de Corzo seguramente
podría encontrar una caravana de mulas u otros muchachos con quienes seguir
viajando.
Antes
de que el tren partiera, la columna
de carretas* ya empezaba lentamente a ponerse en marcha para recorrer su largo
camino.
Felipe
se me acercó para despedirse. Estaba parado delante de mí, orgulloso con su
nueva blusa de calicó azul que le colgaba rígida de su cuerpo bien formado,
parecía casi un barril. A pesar de su camisa remendada, a pesar de su pantalón
blanco manchado, que por motivos desconocidos llevaba en una pierna largo, en la
otra, arremangado hasta la rodilla, hasta ahora había tenido el aspecto del hijo
color de bronce de este bello país. La blusa, por orgulloso que estuviera de
ella, por poco que él se diera cuenta, lo arrojaba brutalmente al montón de la
gruesa masa de los obreros industriales, a él, al indio tan bello, cuyos
movimientos eran siempre tan libres, tan amplios, tan desinhibidos, tan
naturales, que para mí era un placer verlo atareado con las mulas. Esta blusa
rígida, fuertemente almidonada volvía extrañamente pesados y torpes sus
movimientos. Pero él parecía sentirse muy bien.
*N.d.T.:
en el original, en español con grafía alemana "Karretas"
32
Observando
así a Felipe, fui consciente de que con esta apariencia, con esas ropas era como
un símbolo de todo su pueblo: una raza poderosa, inquebrantable, dueña de una
fuerza primitiva, con una gran inteligencia aún sin desarrollar, dotada de una
increíble riqueza de ideas y pensamientos totalmente originales y sin gastar,
pero que se encuentra metida en una blusa que no es la propia y con la que, por
eso, parece torpe.
La
blusa de obrero de fábrica que ahora llevaba puesta Felipe me condujo a otro
problema. Con fuerza incansable y creciente el pueblo mexicano actual trabaja
para fomentar y desarrollar su agricultura. La agricultura es necesaria y es la
columna vertebral de un pueblo. Pero el minifundio aun cuando parece darle a
muchas personas una mayor libertad personal se ha convertido ahora en un factor
que obstaculiza el desarrollo del pueblo. En ningún otro lado se trabaja tantas
horas como en el minifundio, en ninguna parte el trabajo es más duro y en ningún
otro lado el trabajo rinde menos que en el minifundio. Y en ningún lado reina
tanta ignorancia, falta de cultura y civilización, superstición entre la gente
como allí, donde domina la agricultura a escala reducida. Ni a los niños ni a
los adultos ocupados en el minifundio les sobra tiempo o vitalidad para dedicar
con provecho a la propia educación.
Hoy
es la industria, sólo la gran industria concentrada el lugar en donde se puede
desarrollar la civilización. La gran industria concentrada en el ámbito de la
agricultura, como en todos los otros ámbitos. Sólo la gran industria da a los
hombres suficiente tiempo y la energía vital excedente que necesita
hoy.
En
EE.UU. 72.000 pequeñas y grandes fincas han sido abandonadas por sus
propietarios. Se pueden comprar por chauchas y palitos. Aún el finquero más
hacendoso no puede competir con una gran finca, que trabaja sus tierras con
tractores más pesados y poderosos que las locomotoras de los trenes rápidos.
Estas fincas pueden vender sus productos a tan bajo precio que el pequeño
finquero literalmente tiene que morirse de hambre con su familia aunque no se
permita ni una hora de descanso. Las grandes fincas industriales tienen jornadas
de ocho, siete o seis horas. Pagan salarios que permiten a sus trabajadores
mantener coches y mandar a sus hijos a la escuela secundaria sin que por eso los
padres tengan que morirse de hambre. En México hoy quieren promover el
minifundio.
Henry
Ford en Detroit hace que sus obreros sólo trabajen cinco días por semana. En
esos cinco días de ocho horas ganan
más que todos los demás obreros en seis días. Con sus ingeniosos proyectos, con
máquinas que podemos considerar milagros
ha conseguido que sus obreros en cinco días produzcan más que todos los
otros trabajadores en seis días. Los sistemas que emplea para obtener tales
prestaciones de sus obreros son menos crueles que en cualquier otra industria en
los EE.UU.. Henry Ford ha obtenido según las valuaciones fiscales en los seis
años que van de 1913 a 1919 una ganancia neta de 229.000.000 dólares y en ese
tiempo ha pagado los salarios más altos y ofrecido la jornada laboral más corta.
Su fortuna se calcula en aproximadamente dos mil millones de dólares; hace poco
rechazó por enteramente improponible una oferta de mil millones de dólares que
le ofrecían por su empresa. Desde 1919 hasta 1927 su ganancia neta aumentó
varias veces, ninguna otra empresa en los EE.UU. y menos aún el estado pueden
ofrecer en igual medida los salarios que él paga, la corta jornada laboral que
ofrece, las instalaciones que ha creado para conceder a los obreros de sus
talleres la mayor participación posible en las conquistas de la civilización
moderna. En sus naves las pagas son la mitad más altas que las de las naves
americanas que dan las pagas inmediatamente más bajas. Las altas pagas y las
condiciones de trabajo ventajosas lo conducen constantemente a amargos
conflictos con las restantes empresas en EE.UU. y con las poderosas compañías
navieras. El amenaza demostrando que podría pagar salarios aún más altos a los
marineros contratados en sus barcos e igualmente tener un excedente, mientras
las restantes empresas y compañías navieras constantemente están por quedar en
rojo. Henry Ford se puede permitir ser antisemita, que lo es, él es el más
ferviente opositor a la guerra y antiimperialista, se opone a la pena de muerte,
se opone al sistema reinante para el tratamiento de los criminales y es un
decidido opositor a las leyes sobre inmigración en vigor y propaga la libre
circulación ilimitada de los obreros. Se puede permitir todo lo que ningún otro
puede osar. Ni el más poderoso banco de Nueva York le puede venir con cuentos
porque él no toma dinero prestado; pero si quiere puede sacudir todo Wall
Street. Puede, lo que ningún otro empresario se podría permitir, vender sus
coches al puro precio de costo y, sin embargo, podría tener varios millones de
ganancia neta por el sólo hecho de que se hace pagar un premio más alto del
proveedor de materia prima y así vende los productos de deshecho al mejor
postor.
No
se trata aquí de discutir sobre lo que piensan los comunistas y los obreros
organizados en sindicato sobre Henry Ford en EE.UU.. Simplemente para llegar a
otras conclusiones que aquéllas por las que se andan peleando los comunistas
doctrinarios en EE.UU., quiero señalar el increíble poder de un gran industrial
verdaderamente moderno y colosal.
¿Y
cuál es la razón de ese poder? No es el capitalismo, sino una organización
ejemplar del trabajo. He ahí todo el misterio. Esta excelente organización se
puede aplicar igualmente en un sistema económico no-capitalista, tanto más aquí.
El gran mérito de Henry Ford consiste en haber enseñado a la humanidad lo que
hoy es posible lograr por medio de una
organización profunda y bien pensada. Hasta hoy la buena organización no
había manifestado sus virtudes en la vida económica, sino sólo en ámbito
militar, y aún allí en forma incompleta.
Lo
que muchas empresas hoy llaman organización modelo, especialmente el sistema de
ficheros, que en EE.UU. ha adoptado modalidades idiotas y por eso se ahoga en sí mismo, no es
organización y no tiene nada que ver con la organización. Esta organización,
orgullo de tantas empresas en EE.UU. hoy, no es más que una burocracia
archisofisticada. Pero burocracia no es organización. La burocracia bloquea la
organización.
Pero
este caso de una gran industria altamente desarrollada demuestra que se ha
llegado a un punto en que sólo la gran industria concentrada está en condiciones
de elevar el nivel de civilización general de la gran masa. Por eso pienso que
el desarrollo del minifundio en México sólo puede ser útil a la totalidad del
pueblo mexicano si no pasa de un breve período de transición. El minifundio es
algo que pertenece al pasado y que hoy tiene efectos reaccionarios en todos los
sentidos. Lo que México necesita es gran industria, gran industria en todos los
sectores, dejando fuera del circuito sin miramientos toda pequeña
empresa.
No
conozco otro país con condiciones tan ventajosas para la gran industria como
México.
Todas
las materias primas se encuentran ya en el país o pueden ser explotadas. El país
posee tanto hierro que puede abastecer a todo el mundo por varios siglos. El
carbón ni se busca. Una única mina de carbón en México produce todo el carbón
que hoy se necesita en el país. La riqueza petrolífera debe de ser
inagotable.
A
esto hay que agregar que en este país no es necesario construir costosos
establecimientos fabriles. En todo el país, salvo en algunos distritos pequeños,
bastan grandes galpones abiertos techados. No hacen falta las costosas
instalaciones de calefacción como en el clima nórdico. Se puede trabajar
perfectamente teniendo una buena ventilación, como ya se hace en las refinerías
de petróleo.
El
obrero indio, hasta los de las razas primitivas, tienen una asombrosa capacidad
para aprender cualquier oficio en poco tiempo y para aprenderlo tan bien que
puede estar a la misma altura de un artesano europeo. He visto indios
provenientes de zonas completamente primitivas puestos a trabajar en máquinas y
que tras pocos días las atendían como si se hubieran criado al lado. Comprende
con mayor rapidez, y una vez que comprendió trabaja con mayor autonomía que el
negro. Al negro hay que estarle siempre atrás porque sino no trabaja, mientras
que el indio no soporta que uno le esté encima, hace su trabajo impulsado por un
sentido de responsabilidad que es parte de su carácter.
Por
varios años México podría producir valores con una gran industria propia, sin
presionar el mercado mundial. Hay que construir veinte mil kilómetros de
ferrocarril con locomotoras, más los correspondientes vagones para transporte de
pasajeros y de carga. Y aún así habría todavía muchas zonas sin ferrocarril. Hoy
hay que comprar hasta los más simples bulones en EE.UU. o en Europa. Es
imposible calcular superficialmente cuántas centrales eléctricas harían falta.
Sólo cinco ciudades cuentan con teléfono. A pesar de que México se encuentra
entre dos océanos y tiene 10.000 kilómetros de costas, no tiene ni un solo
astillero y su flota mercante está compuesta por algunas naves de vapor
costeras. El gran tráfico naval del país lo explotan las compañías navieras
extranjeras.
La
riqueza del país es tan enorme, tan incalculable, que el país no necesitaría ni
un solo dolar de capital extranjero. Es más, el país es tan increíblemente rico
que no necesitaría ni una sola concesión a empresarios capitalistas privados, ni
extranjeros, ni indígenas. Hoy todos los pozos petrolíferos y todas las minas
están en manos de grandes capitalistas extranjeros.
Lo
único que el país necesita es una
organización de sus fuerzas y de sus riquezas. El gobierno emplea hoy
mucha energía, si bien con la mejor intención, para revitalizar y promover la
agricultura basada en el minifundio. Pero en el estadio actual del desarrollo
económico, una difusión de la agricultura basada en el minifundio empobrece el
país y dificulta la labor cultural y civilizadora. En vez de desflecar cientos
de miles de fuerzas voluntariosas y útiles, el gobierno mexicano debería poner
diez millones de hectáreas de terreno estatal bajo los mejores y más modernos
tractores americanos; entonces sí que se podrían crear las bases para algo que
fuera más allá de nuestro tiempo y se considerara como el comienzo de una nueva
forma de economía popular organizada en forma coherente e inteligente. Es
realmente grotesco que este país, tan increíblemente rico que puede abastecer de
maíz a todo el continente, hoy tenga que importar cientos de miles de toneladas
de maíz desde los EE.UU. para que la población tenga de comer. Se le echa la
culpa de esta lamentable situación al gobierno. Y en esto se tiene razón. Pero los opositores del actual gobierno
no tienen razón cuando dicen que la culpa es de las ideas en favor de los
obreros que tiene el gobierno. Esto de ninguna manera es verdad. Porque el
obrero, que hoy está diez veces mejor que antes de la revolución, compra mucho
más y consume mucho más que antes. El gobierno tiene culpa de esta situación
sólo en la medida en que revitaliza y promueve métodos antiguos y la explotación
minifundista es el método más antiguo, donde, en cambio, habría que emplear sólo
los métodos más modernos. La formación de Rusia no fracasa por culpa del
bolchevismo, porque el bolchevismo es sólo una forma de gobierno, ni mejor ni
peor que la monarquía absoluta o el fascismo. La construcción de Rusia fracasa
sobre todo por la explotación minifundista que se practica. Un millón de
pequeños campesinos necesitan un millón de arados, un millón de gradas,
guadañas, hoces, máquinas trilladoras
y un millón de cada una de las restantes herramientas. La décima parte de
todos esos millones de herramientas concentrada en pocos tractores gigantescos,
atadores gigantescos, trilladoras gigantescas consigue con jornadas de seis
horas diez veces más de lo que podría producir ese millón de campesinos. La
fuerza de trabajo de ese millón de campesinos puede utilizarse con mayor
provecho donde todavía no pueden emplearse los grandes tractores, por ejemplo en
la construcción de ferrocarriles, puentes y otras cosas necesarias.
México
se encuentra en condiciones mucho mejores que Rusia, en todo sentido. En vez de
pedir préstamos de capital americano, en vez de invitar capitalistas extranjeros
a explotar las riquezas naturales del país, llevando así el país a una constante
situación de peligro de ser atropellados y anexados por los imperialistas
americanos, el gobierno podría crear fácilmente empresas y organizaciones
industriales a gran escala que harían parecer ínfimas incluso las del mismo
Henry Ford; porque el gobierno mexicano tiene a disposición riquezas mil veces
mayores que las que posee Henry Ford. El gobierno mexicano puede disponer de
reservas que ni Henry Ford ni ningún gran capitalista posee. Henry Ford inició
su empresa en 1905 con 28.000 dólares. El gobierno mexicano podría empezar con
un millón de dólares. Pero en el fondo no se trata de cien mil dólares o de
cinco millones de dólares.
México
tiene el propósito de llegar a ser un gran estado moderno. Cree alcanzar esa
meta imitando a otros grandes estados modernos y sus sistemas. He aquí el error
fundamental. Si México quiere llegar a ser un gran estado moderno, no debe
imitar, tiene que mostrar sus peculiaridades y tiene que ser más moderno que
todos los otros grandes estados modernos. Tiene que inventar formas económicas
más nuevas y más modernas. No necesita inventar muchas novedades. México no
tiene que hacer más que retomar las formas de colaboración solidaria altamente
desarrolladas de todo el pueblo, tal como existían entre los indios del Perú y
entre los de México mucho antes de la llegada de Colón, y combinarlas con las
formas de organización, como las que han alcanzado los métodos de producción del
gran capitalismo altamente desarrollado actualmente en los EE.UU..
Provisoriamente este nuevo sistema económico conduciría a una cooperación de
todos los connacionales mexicanos sobre la base de un moderno gran capitalismo,
excluyendo la acumulación de capitales privados, pero concediendo una
participación porcentual a las ganancias a los directores responsables de cada
uno de los sectores de producción. Si a los obreros de las fábricas de Henry
Ford se les pueden dar hoy condiciones de vida y de trabajo que hasta ahora
disfrutan sólo pocos trabajadores americanos y ningún trabajador mexicano, tanto
más será realizable en un moderno sistema económico, tal como el pensado aquí.
Henry Ford no es el único realizador de su obra, es sólo el dictador. Pero tiene
un equipo de excelentes organizadores a disposición, que ganan exactamente lo
que valen para su empresa. También México puede tener ese equipo de
organizadores, porque los organizadores de Henry Ford no son seres de excepción
criados en los tubos de ensayo de un laboratorio. Varias de las cabezas
excelentes de las fábricas de Henry Ford sólo han cursado estudios primarios.
Justamente en el caso de grandes organizadores se ha visto frecuentemente que
una instrucción superior es un lastre que hay que sacarse de encima antes de
poder trabajar y organizar con provecho. Porque la instrucción acarrea
prejuicios también en el modo de pensar y muchas veces obstaculiza el
descubrimiento y desarrollo de nuevas ideas. Donde se necesitan y se exigen
conocimientos especiales se pueden comprar por docenas en la feria en donde se
ofrecen y, con el mayor gusto, los productos universitarios por un salario
mensual de doscientos dólares.
México
es una tierra virgen, una verdadera tierra inexplorada sin arar, en todo
sentido. Aquí hay una tierra rica, desbordante de energía, virgen, y aquí hay un
gobierno con ideas completamente modernas, neutral frente al capitalismo privado
y amigo y compañero del trabajador que puede y desea trabajar. El gobierno tiene
una sola meta, elevar al pueblo mexicano al grado más alto de civilización, y el pueblo mexicano está compuesto en
un noventa por ciento por proletarios y habitantes que viven en condiciones
proletarias. Aquí hay una oportunidad de crear desde el principio, antes de que
el capitalismo privado eche raíces, una gran industria perfectamente organizada,
cuyo único propietario sea el pueblo mexicano y cuyo dictador sea un muchacho
capaz, una especie de Henry Ford. De estos muchachos capaces México tiene una
buena cantidad, especialmente entre las filas de los trabajadores organizados.
Hay que tener en cuenta sólo que México hace doce años apenas tenía un grupo de
trabajadores organizados, mientras hoy los obreros de importantes sectores
industriales están organizados en un cien por ciento. Esta organización ha
logrado que su voluntad sea absolutamente idéntica a la voluntad del noventa por
ciento del pueblo mexicano.
Los
trabajadores mexicanos no necesitan quitarle la fábrica a nadie. Es mucho mejor
que construyan sus propias fábricas. Y deberían, digamos, construir una fábrica
de zapatos que sea tan grande como para abastecer de buenos zapatos no sólo a
México, sino a toda la América Central. La cuestión no es el tamaño de la
fábrica, sino su organización. Si los zapatos son mejores y más baratos que los
que hoy se importan de a millones desde los EE.UU., entonces las pocas fábricas
de zapatos del país cerrarán solas o las ofrecerán a los trabajadores por un
trozo de pan seco. Claro que los trabajadores mexicanos no nombrarían dictador
de una tal fábrica a un camarada comunista, porque ya han aprendido lo
suficiente como para saber que un buen orador en las reuniones será siempre un
mal director de fábrica de zapatos. Para la función del dictador se alquilan a
Mr. Salomon Shut de Boston, el manager de una fábrica de zapatos de
Massachusetts, que diariamente produce cuatrocientos mil pares de zapatos,
asegurándole un ingreso treinta veces superior al que tiene en Massachusetts.
Entonces viene y entonces la fábrica marcha.
Pero
aquí los trabajadores ni necesitan hacerlo, aquí lo tiene que hacer el gobierno,
o mejor dicho, ordenar y financiarlo. Conozco suficientemente bien a los
trabajadores mexicanos y sé que sacrificarían alma y vida por tales planes como
no lo haría ninguna otra clase obrera de ningún otro país. Una única fábrica de
automóviles, suficientemente grande y suficientemente bien organizada, podría
producir más barato que Henry Ford aquellos coches que hoy se importan de a
miles desde los EE.UU., porque no habría que pagar los altos costos de flete y
aduana. Todo el algodón que hoy se cosecha en México va a Europa y a EE.UU. y
México lo vuelve a comprar manufacturado pagando altos costes y altos derechos
de aduana. México ocupa el segundo lugar en cuanto a la producción de petróleo,
sin embargo, el país compró en 1926 productos derivados del petróleo a los
EE.UU. por un valor de 12.000.000 dólares. En México la gasolina cuesta un
cincuenta por ciento más que en EE.UU. a pesar de que el petróleo se extrae
directamente de la tierra mexicana. México aplica un derecho de aduana al
petróleo exportado, pero este derecho lo tiene que pagar nuevamente el comprador
de la gasolina, además de los costes de flete, los costes de refinación en los
EE.UU. y la ganancia de las empresas petroleras
americanas.
Los
derechos de importación, que en México son bastante altos, no enriquecen un
país, sino que lo empobrecen. Al país sólo le queda una fracción de esos
derechos porque una parte considerable se gasta en los funcionarios que
controlan y cobran esos derechos de aduana. Sólo la producción y el intercambio
de productos enriquece un país. Hoy y quizás también mañana México será
resguardado del imperialismo americano gracias a la benevolencia algo
sentimental, al amor por la justicia y la voluntad de paz de millones de hombres
en los EE.UU., que le reconocen a México el derecho que tiene de darse e imponer
las leyes que considera útiles para el país. Pero esta benevolencia no siempre
es eficaz y no es constante. Cuando los imperialistas americanos se pongan con
todo, la benevolencia de aquellos americanos de buena fe se caerá a pedazos y
los más nobles planes de paz de las mejores cabezas de los EE.UU. se los lleva
el viento por obra y gracia de un cañonazo disparado en el momento justo en el
lugar debido. Si todavía nos zumban los oídos de los hunos cortadores de manos
que querían clavar en la pared a los bebés americanos cuando pocas semanas antes
eran valientes soldados que iban a la batalla con el Goethe en el bolsillo del
pantalón y compartían bondadosamente su último trocito de pan de aserrín con los
hambrientos niñitos belgas o franceses. La opinión pública cambia exactamente
según la orden que den los que tienen el derecho de mantener un contacto
telegráfico directo con Wall Street.
Claro
que no son sólo los intereses del gran capital de pura cepa los que fomentan las
ganas de expansión. Los EE.UU., como consecuencia de un rápido aumento de
población, como consecuencia de la superproducción que está adquiriendo
dimensiones gigantescas, necesita buscar nuevos mercados por puro instinto de
conservación. En el sistema capitalista e imperialista todavía hoy reinante en
el mundo, EE.UU. a la larga no puede tolerar a ningún vecino que no se ponga
rápidamente en pie. Aquí en México hay dos millones de kilómetros cuadrados de
tierra inmensamente rica para sólo quince millones de habitantes. Si el pueblo que vive en esa rica tierra
no la utiliza o sólo lo hace insuficientemente, según la ley capitalista, hay
que quitarle esa tierra. Si la gente que vive en ese gran país no lleva zapatos,
simplemente hay que obligarlos a que se los pongan, lo quieran o no. Y si ese
pueblo no sabe hacérselos, hay que imponérselos con o sin apoyo de acorazados.
Si ese país no construye autopistas para poder usar y comprar el excedente de
autos de los EE.UU., hay que obligarlo a que construya las autopistas
necesarias. Si no lo hace por propia voluntad, se envían los ejércitos, para
acelerar un poco la cosa; sino, para qué existen los ejércitos si no promueven
una venta segura y buena. El capitalismo moderno no puede tolerar por mucho
tiempo condiciones, como las que existían hasta ahora en
México.
A
esto hay que agregar que los EE.UU. han construido y poseen el Canal de Panamá,
pero no lo dominan. En verdad, al Canal de Panamá lo dominan los ingleses, que
están en Jamaica, en Honduras Británicas y en la Guayana Británica, es decir que
está tan cerca del Canal como su dueño. EE.UU. sólo dominaría el Canal si
estuviera en México y, por lo tanto, también en América
Central.
Y
finalmente se agrega algo, que no se puede explicar ni desde el punto de vista
político ni desde el económico, sino quizás sólo desde el biológico. Y es: la
presión de los americanos hacia el sur, la antiquísima presión de los pueblos
nórdicos, la presión de los germanos y de todas sus tribus. Este impulso todavía
hoy encuentra satisfacción en Florida, en California y en Texas. Pero en
cincuenta años, o quizás antes, Florida, California y Texas ya no serán
suficientemente grandes y la emigración llevará en forma pacífica o belicosa
hacia el México Central, así como la emigración de los antiguos habitantes del
norte de América, los indios, una y otra vez tomó ese rumbo. El hombre siempre
siguió el clima y eternamente lo seguirá, sigue el sol y evita el largo
invierno. La civilización actual recorre este camino más lentamente, pero no lo
abandona.
Todo
esto junto lleva a un encontronazo final de ambas naciones, los norteamericanos
y los mexicanos. Es sólo cuestión de poco tiempo. Ninguna liga de naciones,
ningún tratado puede evitar ese encontronazo.
Hay
una sola cosa que puede evitar ese encontronazo y es la eliminación de las
naciones, la eliminación de las fronteras, la eliminación del capitalismo
privado. El pueblo mexicano no puede esperar la eliminación de estas cosas. Por
eso a este pueblo le queda un solo camino, el de conducir al pueblo mexicano en
los próximos veinte años al mismo grado de civilización y al mismo grado de
desarrollo económico que los EE.UU. habrán alcanzado dentro de veinte
años.
Encontrar
cuál es el mejor modo para lograrlo y luego realizarlo es la tarea más difícil
ante la que se encuentra hoy el pueblo mexicano. Ningún otro pueblo se ha visto
ante tarea semejante o parecida.
Quizás
el mejor modo y el más digno de personas inteligentes, de cumplir con ese
cometido sea la unión de todas las naciones hispanohablantes al norte del Canal
de Panamá en una federación y que esa federación de estados integre una gran
federación con los Estados Unidos de Norteamérica eliminando todas las
fronteras.
La
enemistad entre Estados Unidos por un lado y México y los estados
centroamericanos por otro lado y su eterna pelea se parece a la enemistad y a
las peleas que existen entre matrimonios o entre amantes. Ambos saben y sienten
que dependen uno del otro, ambos saben que no pueden vivir sin el otro, y ese
sentimiento los lleva a pelearse eternamente.
De
hecho es así, EE.UU. y México son interdependientes, en el fondo de sus
corazones se quieren mucho, porque se complementan asombrosamente bien. No
debería haber nada que obstaculizara la concreción de una federación de estas
naciones. Si se considera posible una federación de los no sé cuántos pueblos
distintos de Europa con no sé cuántas lenguas distintas, ¿porqué no habría de
ser posible una federación de naciones con sólo dos lenguas distintas, sólo dos
culturas distintas, sólo dos constituciones distintas. Pero el mismo factor de
poder que impide una federación de los pueblos europeos, impide también la
creación de una federación de pueblos norteamericanos. Este factor de poder
obstaculizante es el imperialismo inglés. La federación norteamericana
concentraría un tal poderío económico que desplazaría a Inglaterra de su poderío
mundial. Como lógicamente bien pronto una federación sudamericana sucedería a
una federación norteamericana, que con el correr del tiempo se uniría, siguiendo
esa misma lógica, a la federación norteamericana formando una gran federación
global, no quedaría nada de la potencia mundial inglesa. Frente a este enorme
coherente bloque de pueblos, que fácilmente puede absorber o generar un billón
de personas, el imperio inglés quedaría sólo como un pequeño estado, que, aun
manteniendo sus colonias -lo que es poco probable-cesaría para siempre de ser un
factor de poder determinante.
Tal
como en Europa, también en nuestro continente las naciones tienen que andar
siempre peleándose, tienen que estarse amenazando siempre con guerras, sólo
porque no se puede tocar la posición de potencia mundial de
Inglaterra.
La
necesidad de imponer nuevos sistemas económicos altamente desarrollados y nuevos
métodos de producción desgastan y aniquilan con toda seguridad un imperio
fundado sobre sistemas económicos caídos en desuso, aun cuando políticamente se
presente todavía fuerte e inquebrantable hacia afuera. El imperio inglés se
fundó sobre el carbón. Pero el carbón dejó de ser el factor de valor
determinante de la vida económica. El petróleo, una mejor explotación de la
energía hidráulica y el aprovechamiento, previsible en un futuro próximo, del
calor del sol, de las diferencias de temperatura entre la superficie de los
océanos y sus profundidades, así como la explotación de las mareas, han
desplazado el carbón de su posición de poder. Hasta para los productos
secundarios el petróleo tiene un futuro mucho más promisorio que el carbón. Hoy
en día ya se hace seda de petróleo, tanto como para mencionar una de las
extrañas cosas que hablan del gran futuro del petróleo.
Las
grandes huelgas encarnizadas en la industria del carbón en Inglaterra y en los
EE.UU. demuestran la decadencia del poder del carbón. El carbón ya no le puede
pagar al trabajador que tiene que ver con él lo que un trabajador moderno y
civilizado necesita para vivir, porque el carbón ha perdido su valor. El carbón
se volvió hoy una fuente de energía anticuada, comparado con el petróleo rinde
demasiado poco. En todo México y en muchos estados de los EE.UU. ya no queda ni
un sólo tren que funcione con carbón, la cantidad de naves que queman carbón
disminuye mes a mes. Las naves en las que no se puede instalar una caldera de
fuel-oil, apenas si valen la chatarra que contienen. En los EE.UU. hay mucho más
cocinas de petróleo que de carbón. El petróleo es más cómodo, ocupa menos
espacio, no necesita sótano, no produce cenizas y es más económico porque cuando
no se necesita el fuego, basta cerrar la llave, mientras el carbón se consume
sin aprovecharlo.
Todo
esto añade un importante motivo por el cual México en poco tiempo llegará a ser
el foco económico del continente americano. México no sólo cuenta con una
riqueza inagotable de petróleo, sino que durante todo el año cuenta con la gran
fuente de energía del futuro, el constante, poderoso calor solar, y además tiene
los dos océanos, de los que puede aprovechar al máximo tanto la enorme fuerza de
las mareas como la corriente de temperatura de las cálidas capas
superiores.
Si
aquellos nuevos sistemas económicos y los métodos de producción además están
relacionados con el surgimiento de nuevas ideas de naturaleza sociológica -lo
segundo siempre coincide con lo primero- entonces la disolución y la caída de un
imperio político envejecido es mucho más rápida. Del poderío del imperio inglés
hoy de hecho ya no queda más que un poderío político, la libra esterlina quedó
completamente y para siempre dejada de lado como estándar del dinero mundial.
Hoy el dólar se ha convertido en patrón de las divisas internacionales. Ya no es
Londres, sino Nueva York, la que determina el valor y el curso de la libra
esterlina.
Como
consecuencia del surgimiento de nuevas ideas, no sólo China, India, Egipto, sino
también las propias colonias están corroyendo el imperio inglés. Desde el
interior es el proletariado radical quien está sacudiendo los fundamentos del
imperio. Bajo la presión de la decadencia económica ese proletariado ha perdido
por completo aquella tranquila forma de considerar y parlamentar de los obreros
ingleses de la segunda mitad del siglo pasado. El proletariado inglés, una vez
tan seguro de sí mismo con su férrea fuerza, cae cada vez más en un estado de
opresión económica y psicológica, que un día de estos se descargará con actos desesperados de
inaudita espontaneidad, porque para el proletariado inglés se habrá hecho
insoportable. Y estos actos desesperados tendrán que hacer explotar todo el
imperio inglés. Es perfectamente explicable que el comunismo haya nacido en
suelo inglés, si se buscan los motivos en el sistema económico
inglés.
Un
imperio, cercano a su derrumbe, se anquilosa en su estructura. La constitución
inglesa y el parlamentarismo inglés alguna vez, y hasta fines del siglo pasado,
fueron modelo para los más acabados derechos populares. Hoy en día Inglaterra
tiene el sistema de gobierno más conservador y anticuado de todos los países
civilizados de Europa y de América. Los derechos del pueblo a cogobernar, que
una vez parecían tan dignos de ser imitados, hoy no son más que una ceremonia
exterior insignificante, vacía, y sobre todo, ineficaz. Una sesión inaugural del
parlamento en Inglaterra parece hoy a un no-inglés como el desfile publicitario
de un circo, que a la noche dará su función. El pueblo sigue mandando
representantes al parlamento, pero el aparato se ha vuelto tan pesado para los
nuevos tiempos que ni los derechos ni las aspiraciones del pueblo llegan de
ningún modo a valer. Hay un rey, hay una cámara de los lores, que llegan a ese
cargo por herencia, una cámara alta, y finalmente una cámara baja, para la
plebe. Una vía jerárquica larga en una época en que se tambalean las bases de
instituciones y principios pasados de moda.
En
épocas en que contemporáneamente salen a la luz mil ideas nuevas de tipo
espiritual y económico, tampoco el resultado de guerras puede ser decidido o asegurado a través
de tratados de paz o de federaciones de pueblos de carácter político. Las
generaciones siguientes reconocerán claramente que en la última gran guerra
Inglaterra perdió, Francia fue neutral, mientras Rusia y Alemania fueron los
vencedores. En EE.UU., desde una distancia un poco mayor, ya hoy eso lo sabe
todo muchacho que vende periódicos por las calles.
Partiendo
de estas experiencias no se deben juzgar los acontecimientos en nuestro
continente americano, según el informe cotidiano que llega a Europa. Los
informes que llegan a Europa, aun hoy, vía cable y todo, pasan por canales
ingleses, porque generalmente se tiñen de puntos de vista ingleses. Todos estos
informes deben ser juzgados a partir de una suma de distintas consideraciones,
contraponiendo y midiendo cuestiones políticas, económicas y del capitalismo
privado, como también, en mayor medida, cuestiones raciales para llegar al nudo
y a la verdad aproximada.
Al
ver a Felipe parado delante de mí, feliz con su rígida blusa de calicó azul,
pareciendo no desear nada más en el mundo sino que este estado durara para
siempre, fui consciente de que esta actitud de conformarse, de contentarse, de
ser feliz en medio de estrecheces es una de las causas fundamentales por las que
el pueblo mexicano en su amplia mayoría, a pesar de las enormes riquezas
naturales de su tierra ha quedado tan rezagado, desde el punto de vista
económico, con respecto al pueblo americano. La última revolución ha arrancado
violentamente al pueblo de ese estado de conformidad, ha catapultado a la guía
del pueblo hombres con agallas, con ideas completamente modernas, que reaniman.
En parte el pueblo todavía está en el fango, que el desgraciado poder de la
iglesia y los quehaceres de aventureros políticos irresponsables, codiciosos y
egoístas han dejado en esta tierra bendita. Ahora el pueblo tiene que nadar para
salvarse y llegar a la orilla. Aprende a conocer sus fuerzas, y aprende a
utilizar sus grandes capacidades. A veces pienso que al pueblo mexicano le hace
bien tener a los EE.UU. siempre pisándole los talones, siempre pegándole en las
costillas, siempre amenazando con ruptura de las relaciones diplomáticas o con
la invasión armada. Quizás así se olvide de volverse a dormir o de ponerse a
tomar sol recostado en sus riquezas sin utilizarlas para su propio bien o en
beneficio de la restante humanidad. El primer deber de quien posee, es utilizar
sus riquezas de manera que den frutos, si no quiere ser considerado como un
ladrón de los bienes de la humanidad. Suena bien cuando en el parlamento
mexicano reunido en pleno, los diputados de este pueblo orgulloso y valiente
exclaman en lágrimas: "¡Contra el enorme ejército bien equipado de los yankees
no podemos vencer, pero el mexicano les mostrará que sabe morir con gloria por
su amada y hermosa patria!" Yo soy
de la opinión que el orgullo del mexicano no quedaría ni mínimamente perjudicado
si utilizaran las palabras igualmente orgullosas y valientes: "Les vamos a
demostrar que el mexicano sabe trabajar y vivir por su amada
patria."
Prescindiendo
de lo que se piense de los EE.UU., es un hecho de que este país ha llegado a ser
lo que es hoy, en primer lugar por el trabajo infatigable. Hoy el lema es:
trabaja por propia voluntad y trabaja mucho, de lo contrario te harán esclavo de
quien sabe trabajar.
*
Entretanto
el tren se había preparado para partir. Felipe se me acercó y me dio la mano
para despedirse. Repetía una y otra vez: "¡Adiós, patrón,
adiós!"
Pero
al final se le ocurrió otra cosa y dijo: "Quiero decirle, patrón, nunca en mi
vida pasé un tiempo tan lindo como los días en que pude marchar con Ud. Ahora
veré las cosas de otro modo, porque he aprendido mucho."
"Yo
también veré las cosas de otro modo, Felipe, créamelo", le respondí. "Su hermosa
tierra me ha enseñado mucho más de lo que sabía antes. Es una tierra donde se
pueden sondear todas las cosas y saberes de este mundo."
[Leyendas
de la fotos añadidas a la edición de Land des Frühlings]
Todas
las fotografías publicadas en este libro fueron sacadas por el autor entre mayo
y octubre del año 1926.
1
Paso
del Cerro de Petapa en la Sierra Madre del Sur en Chiapas. El camino conduce
aquí pasando bajo una roca muy sobresaliente. A la izquierda, donde se ven
algunos arbustos, hay un abismo de cien o más metros de profundidad. Debajo de
la roca burbujea un arroyo de montaña límpido y helado. Ningún indio caminante
pasa de largo sin descansar un rato a la sombra de esta bóveda de piedra. Por
eso es que la fuente se llama "Agua Bendita". Porque para quien camina bajo el
sol tropical en la alta montaña, sin distinción de color ni raza, esta agua es
realmente una bendición.
2
En
las tierras altas de la Sierra Madre en Chiapas, bajo el paralelo del trópico,
la tierra es de una fertilidad que seguramente no tiene igual en nuestro
planeta. Sin abono, sin esfuerzo casi, el maíz alcanza entre cinco y siete
metros de altura. Sus mazorcas contienen de doscientos cuarenta a cuatrocientos
setenta granos íntegros. Para mostrar mejor la altura de las plantas de maíz y
sus bellas y pesadas hojas, que son el forraje predilecto de ganado y caballos,
vemos a un niño de los indios tzeltal que sólo habla
indio.
3
arriba
Un
desplome de montaña destruye en pocos minutos una calle que se ha tardado muchas
semanas, quizás meses en construir.
abajo
En
las tierras altas de Chiapas es frecuente que el desmoronamiento de peñascos
amenace las carreteras estatales.
4
arriba
Construcción
de una carretera para autos que cruza la cordillera de la Sierra Madre en
Chiapas. Los obreros son indios tzotziles pertenecientes a distintas
tribus.
abajo
Auto
de la dirección nacional de vialidad en Chiapas en una carretera de reciente
construcción, a 2000 m sobre el nivel del océano Pacífico y a 200 km de la
estación de ferrocarril más próxima.
5
arriba
Durante
horas la carretera pasa por las alturas de la Sierra Madre, de un lado paredes
rocosas que se yerguen empinadas, del otro lado abismos profundos. Como en
muchos casos es imposible esquivar o retroceder, los viajeros se tienen que
poner de acuerdo sobre el derecho de paso dando gritos que resuenan a lo
lejos.
abajo
Caravana
de mulas en un paso de montaña en Chiapas.
6
Parte
inferior de una antigua escultura india destruida, que supera ampliamente el
tamaño natural. Cultura maya de Chiapas. Epoca: entre 200 y 600 d.C. Quizás
mucho más antigua. Ubicación: plaza de San Cristóbal Las Casas. Lugar del
hallazgo desconocido; muy probablemente fue encontrada cerca de Ocosingo en
Chiapas. Fue destruida, como todas las antiguas obras de arte indias, porque los
indios la veneraban y adornaban con coronas de flores. Lado izquierdo de la
escultura con jeroglíficos mayas no descifrados. Lado derecho de la escultura
también cubierto con jeroglíficos mayas. Desde el punto de vista de la historia
del arte los jeroglíficos mayas son mucho más evolucionados que los de los
antiguos mexicanos, los aztecas; porque se trata ya de imágenes abstractas de las
palabras que ya han superado completamente la escritura ideográfica de los
hombres primitivos.
7
arriba
Para
poder comparar el alto desarrollo alcanzado por los antiguos artistas indios
mayas de Chiapas con los antiguos indios del México Central, mostramos aquí una
parte de la pirámide del dios Quetzalcoatl en el alto valle de Teotihuacan,
México Central.
abajo
Vista
de cerca de una de estas grandes figuras que se ven en la parte anterior de la
pirámide.
8
arriba
Templo
piramidal del dios Quetzalcoatl en el que se encuentran las figuras mostradas en
las imágenes anteriores.
abajo
En
primer plano una parte del templo de Quetzalcoatl. En el centro al fondo,
delante de la sierra, la pirámide del sol. A su izquierda, la colina oscura es
la pirámide de la luna. El patio del templo de la pirámide de Quetzalcoatl tiene
160.000 m2 y está rodeado por los cuatro costados por construcciones semejantes
a anfiteatros. La imagen muestra una parte de estas construcciones que conforman
ese impresionante patio del templo. El patio servía sin duda para fiestas
religiosas o mundanas y para una especie de juegos olímpicos. Cuando Colón
descubrió América estas pirámides estaban enterradas bajo capas de tierra y
habían sido olvidadas por la población india que allí vivía. El muro sepulto con
las esculturas recién fue hallado y excavado en los años noventa del siglo
pasado.
9
Indios
nahoa del departamento de Tonalá ofrecen sus mercancías en el mercado. Hablan
castellano y sus costumbres no se diferencian de las de los mexicanos de las
capas bajas de la población. La mujer que está sentada contra la pared lleva la
vestimenta típica de los tehuantepecos, increíblemente colorida y de buen
gusto.
10
arriba
Indios
de la nación tzeltal, tribu oxchuc, caminan llevando sus mercancías al
mercado.
centro
Indios
oxchuqueros camino al mercado. A la izquierda una mujer oxchuquera, tan fuerte y
resistente como un hombre lleva un fardo de productos agrícolas tan pesado como
el de los hombres, a pesar de los aproximadamente 50 km del trayecto, que lleva
siempre por senderos de alta montaña.
abajo
La
carga descansa sobre la espalda pero se la lleva con la nuca. Una ancha banda de
cuero o de rafia tejida o de lino grueso, del cual cuelga la carga se coloca
sobre la frente para acarrear el peso y tener brazos, hombros y pecho libres al
caminar. Indios tenejapas.
12
arriba
Los
indios llevan cargas de cuarenta a ochenta kilogramos por los senderos abruptos
y pedregosos de la cordillera de la Sierra Madre, atravesando la estepa abierta,
calcinante bajo el sol abrasador del trópico y a través de zonas pantanosas,
treinta, cuarenta, cincuenta kilómetros en un día sin mostrar cansancio y sin
comer otra cosa que tortillas y frijoles. Indios
oxchuqueros.
centro
Indios
oxchuqueros. Tanto los indios tenejapas como los oxchuqueros pertenecen a la
misma nación, la de los tzeltales. Pero con su vestimenta muestran que
pertenecen a tribus distintas.
abajo
Para
los muchachos indios el más duro de los castigos es que se les prohiba ayudar a
sus padres en el trabajo o en el transporte de cargas.
12
arriba
Oxchuquero
descansando a la sombra del monte alto.
abajo
izquierda
El
indio bebe increíbles cantidades de agua. No pasa por ningún río, arroyo o hilo
de agua sin beber. Pero si no queda más remedio es capaz de aguantar mucho
tiempo sin agua. Todo indio caminante lleva una jícara de coco o de pequeña calabaza con la que recoge el
agua. Considera desprolijo sorber el agua directamente del río con la boca. El
oxchuquero que aquí vemos descansando tiene una jícara de este tipo, llena de
agua, a sus pies.
abajo
derecha
Esta
raza se caracteriza, entre otras cosas, por la noble forma de las manos y los
gestos graciosos propios incluso de los indios primitivos. Indio
oxchuquero.
13
arriba
La
escuela en San Felipe Ecatepec, a más de 250 kilómetros de la estación de
ferrocarril más próxima. En la escuela los muchachos mexicanos se diferencian de
los indios por su vestimenta. La joven y valiente maestra de esta zona apartada
del mundo tiene no pocas dificultades con los muchachos; porque los niños indios
no hablan castellano, sino su primitiva lengua tzotzil.
abajo
Escolares
de San Felipe Ecatepec. Dos niños mexicanos, los demás,
indios.
14
arriba
Indios
chamulas. Nación tzotzil.
abajo
Indio
hueitepeco. Nación tzotzil. Véanse las diferencias en la vestimenta y en la
forma de los sombreros de ambas
tribus pertenecientes a la misma nación.
15
arriba
Indios
huisteños. Nación tzotzil. Aunque pertenecientes a la misma nación que el
chamula o el hueitepeco, el hombre de la tribu huistan muestra una vestimenta y
una forma de sombrero propias.
abajo
Indio
oxchuquero. Nación tzeltal. Los oxchuqueros viven a sólo quince kilómetros
aproximadamente de los huistanes, pero hablan una lengua completamente distinta
y su vestimenta los diferencia netamente. También el sombrero que se ve apoyado
sobre el fardo del hombre sentado en el fondo vuelve a diferenciarse de los
sombreros de otras tribus.
16
arriba
izquierda
India
chamula. La falda que ella misma confecciona con pura lana de oveja, delante se
pliega formando dos tablones, de manera que cada uno cubre una pierna. En la
imagen los tablones proyectan una sombra oscura que da la impresión como si las
piernas de la mujer estuvieran descubiertas hasta la mitad del muslo. Pero no es
así, las piernas están completamente cubiertas hasta la
pantorrilla.
arriba
derecha
India
huistan. A veces cubren el torso con un paño de lana blanco. En la cabeza se ve
la ancha banda para transportar la pesada carga que descansa sobre la espalda de
la mujer. Las mujeres indias, aún las más primitivas, van siempre completamente
vestidas.
abajo
India
huistan. Ya no vive en su comunidad, sino en el rancho de un mexicano y por eso
lleva vestimenta urbana. Pero sigue hablando su lengua primitiva y sólo pocas
palabras en castellano. Tal como las mujeres, también las niñas indias, hasta
las más pequeñas, van vestidas, mientras los varones frecuentemente van
completamente desnudos y los hombres adultos a veces andan semidesnudos.
17
arriba
izquierda
India
tenejapa. Su vestimenta muestra que ya no vive en su comuna, sino en el rancho
de un mexicano o quizás en la ciudad. Pero lleva a su niño al modo
indio.
arriba
derecha
Indio
huistan. Nación tzotzil. Tiene puesto su sombrero de domingo, un sombrero
pequeñísimo, que a veces tiene el tamaño del de un payaso de circo. El sombrero
de los días de semana es más grande, aunque no mucho, por lo demás tiene la
misma forma.
abajo
Indio
chanal. Nación tzeltal. Compárese la cara de este hombre con la de un indio
tenejapa, que pertenece a la misma nación.
18
arriba
Casa
de un indio de la nación tzotzil en el altiplano de Chiapas. A la derecha del
jardín se ve florecer un árbol de campanillas blancas.
centro
Casas
en una aldea de los indios zinacantanes en las alturas que dominan Salina, la
fuente de sal de estos indios.
abajo
Casa
del cacique de los indios zinacantanes. Casa construida con arcilla. Obsérvese
la extraña cumbrera. A la derecha, el cacique con el hijo.
19
arriba
El
hijo del cacique de los zinacantanes con su joven esposa.
centro
Interior
de la casa del cacique de los zinacantanes. El fuego del hogar arde en el suelo,
en el centro de la casa. A la izquierda se observa la piedra de moler
ligeramente ahuecada con gruesas
patas en la que se machaca el maíz para las tortillas. La mujer realiza todas
las tareas de la cocina en cuclillas, llevando frecuentemente al hijo menor todo
el tiempo en sus espaldas.
20
arriba
El
impermeable de los indios en uso. Es sumamente ligero y deja pasar bien el aire.
Aún después de diez horas de lluvia tropical no deja pasar el agua. En todos
sentidos es superior al mejor impermeable europeo. El hombre que lo lleva es un
indio zinacantan, el otro un chamula, ambos pertenecientes a la nación toztzil.
El chamula esconde los brazos en su vestido, pero parece que no los
tuviera.
abajo
El
muchacho chamula muestra cómo se lleva el impermeable durante la marcha y cuando
no hace falta. Por la sombra del muchacho y del caballo se ve que el sol se
encuentra perpendicular sobre ellos. Chiapas se encuentra, comparativamente,
casi a la misma latitud que la parte sur del desierto del Sahara, que India
Central y Siam.
21
Indios
tenejapas. Nación tzeltal. El pelo naturalmente es renegrido. Aquí parece blanco
porque el sol, al momento de la foto, estaba en el cenit y el pelo lo refleja.
El pelo es tan espeso y abundante que parece un gorro de piel. Frecuentemente
invade hasta la frente.
22
arriba
izquierda
Indio
huistan. Su vestimenta pobre y su orgullo son dos cosas profundamente diferentes
que no tienen nada que ver. El hábito hace al monje pero no en el caso de estos
indios. Las tortillas que lleva en
su mano son el único alimento para la larga marcha que comenzará tempranísimo,
mucho antes de la salida del sol.
arriba
derecha
Indio
huistan.
abajo
Indio
chamula. Aunque tiene más de cien años, se ha hecho cargo del trabajo de
desmalezar la jungla; porque tiene que vivir y a quien no puede seguir
trabajando ya no hay nadie que lo alimente. En la mano tiene un machete, al
mismo tiempo herramienta útil y arma terrible.
23
arriba
Indio
chamula. Famoso en su nación porque es el único hombre que tiene una barba
bífida. Claro que la barba es tan rala que apenas se ve en la
fotografía.
abajo
Mujeres
de los indios chamulas. La escasa belleza de estas mujeres indias, incluso de
las mujeres jóvenes llama la atención frente a la belleza y la gracia de los
hombres. Se trata sin duda de la característica de una raza emergente, cuya
potencia procreativa aún no se ha gastado ni agotado. La raza india todavía no
necesita de mujeres bellas para salvarse de la extinción.
24
arriba
Dondequiera
uno dé con un indio, el perro no falta nunca. La oreja derecha de este chu-chu
(N.d.T.: con grafía alemana "Tschu-tschu"), como se llama el perro en la lengua
tzotzil, muestra claramente que ya varias veces no ha cumplido durante la
cacería con lo que su amo esperaba de él. Indios de
Chenalhò.
abajo
Cabalgando
calladamente por el bosque, en cualquier dirección, de golpe uno encuentra un
grupo de indios descansando. Indios oxchuqueros. El perrito que aquí los
acompaña seguramente es una cruza en la que han intervenido coyote, puma, oso
lavador, escorpión y tortuga.
25
arriba
Un
maguey. Agave americana. Seguramente no hay otra planta sobre la tierra que sea
tan útil como el maguey. La fina seda de los vestidos de los príncipes y princesas indias que
hicieron las delicias de los conquistadores españoles, se hacía con las fibras
del maguey, tanto como para dar un ejemplo. El maravilloso papel pergamino sobre
el que escribían los indios de la época precolombina, se hacía de maguey. Las
duras, afiladas espinas de las hojas se usaban como agujas. La planta de maguey
sirve de cerco a campos y caminos. Enteros poblados y campos comunales se
circundan con plantas de maguey.
abajo
Un
maguey en el espeso monte alto. Este maguey pertenece a otra especie de esta
planta.
26
arriba
izquierda
Por
todas partes, aún en las grietas de estas abruptas paredes rocosas el maguey
encuentra su lugar y su alimento y no hay estepa demasiado desértica como para
que el maguey no prospere.
arriba
derecha
En
las alturas rocosas del Ecatepec, a 2500 m de altura, se pueden encontrar en
asombrosa vecindad abajo el maguey, encima una palmera y arriba los troncos de
abetos que enderezan sus orgullosas copas sesenta a ochenta metros por encima de
las nubes.
abajo
La
flor del maguey alcanza entre diez y quince metros de altura. Aquí mira hacia
abajo, hacia el tan delicioso como fertilísimo alto valle de San Cristóbal Las
Casas, a 2100 m sobre el nivel del Océano Pacífico. Las nubes muestran que la
estación de las lluvias está cerca.
27
arriba
Chamula,
la capital de los indios chamulas. Los campos de cultivo cerca de las casas
están cuidados como jardines. Toda la ciudad está cercada por plantas de maguey
y arbustos espinosos.
abajo
Además
de su propia mujer el cacique tiene que mantener en su casa a otras cinco
mujeres de su tribu, que han quedado viudas o solteras. Juzgando según un
criterio europeo, las relaciones familiares no siempre resultan claras. Las
mujeres lógicamente son muy útiles en el hogar y nunca se vuelven una carga.
Para hilar la lana no usan la rueca, sino solamente un huso con el que retuercen
la lana a mano.
28
arriba
Interior
de la casa del cacique chamula. Su cama, que se ve en el rincón izquierdo no
tiene más que un delgado petate como base.
abajo
Cuando
el cacique de los chamulas se arrodilla ante la cruz, ésta adquiere algún
significado para él, sólo porque su bastón está atado a ella. También ata su
pañuelo de cabeza a la cruz, porque espera que la sabiduría del dios blanco pase
a su pañuelo y el poder del dios blanco a su bastón. Desconoce cualquier sentido
espiritual de la cruz. Es que no sabría qué uso darle. Abajo, ante la cruz, hay
ofrendas de frutos del campo.
29
arriba
La
gran fiesta anual de los indios tzotziles en Chamula durante el solsticio de
verano.
abajo
Jinetes
disfrazados en la fiesta del solsticio en Chamula; Fiesta de San Juan y La
Preparación.
30
arriba
Este
año la atracción principal fue el "jinete con el yelmo de piel de mono y
espejo". El pequeño espejo, que contribuyó tanto a la animación del espectáculo,
se puede ver del lado derecho del jinete.
abajo
Grupo
de participantes en la fiesta. Es difícil decir si la vestimenta de los indios
tzotziles es original o ha sido influenciada por los españoles a principios del
siglo dieciséis. Se suelen encontrar antiguas esculturas indias donde las
vestiduras son semejantes a éstas. Es digno de atención el pañuelo de cabeza
atado como un turbante que llevan los hombres de la nación tzotzil, y que no se
encuentra entre otras naciones indias de Chiapas. Obsérvese la curiosa forma de
cubrirse la cabeza de las mujeres de la nación tzotzil. Lógicamente, el perro no
puede faltar.
31
arriba
Comerciantes
de sal de Zinacantan en la fiesta del solsticio de los indios. El comercio de
sal es una ocupación noble. Entre los indios tzotziles los únicos que lo
ejercen, son los zinacantanes, que desde tiempos inmemoriales poseen la única
salina de la nación.
abajo
Los
indios zinacantanes están entre los indios más inteligentes y dotados del sur de
México. Hablan su propia lengua. A juzgar por la impresión de inteligencia que
despiertan, podrían bien ser los descendientes de los desaparecidos misteriosos
constructores de los palacios y templos de Palenque y Ocosingo. Aquí observamos
a los nobles de la tribu y a la generación futura. El cacique es el segundo
hombre de la derecha con la larga prenda exterior y cintas rojas en el sombrero.
Los dos hombres del centro están entretejiendo impermeables. Porque,
aristócratas o no, entre los indios, todos tienen que
trabajar.
32
arriba
El
cacique de los zinacantanes.
abajo
Mujeres
de la tribu de los zinacantanes. A la izquierda un zinacantan que está tejiendo
su impermeable. Aun cuando durante la marcha transporta un pesado bulto, seguirá
tejiendo; porque las manos no pueden permanecer inactivas, ni siquiera cuando
las piernas marchan duro y parejo.
33
arriba
Hacienda
(N.d.T.: con grafía alemana en el original "Hazienda") a la vera de una de las
carreteras estatales en el interior de Chiapas.
centro
Rancho
en el interior de Chiapas.
abajo
La
mercancía de un vendedor de vasijas indio en Chiapas.
34
arriba
Mula
de carga. La cincha se pasa por debajo de la rabadilla para evitar que la carga
se corra al bajar las cuestas empinadas.
abajo.
Mula
de cabalgar. Los estribos tienen zapatos para evitar quedarse enganchado en los
arbustos de la jungla y ser arrancado de la montura. En cambio puede suceder
frecuentemente que uno se quede atrapado por la cabeza o el cuello de lianas
colgantes. Si no se es muy hábil puede suceder que el animal siga camino y uno
termine ahorcado por las lianas. Aquí la rabadilla de la mula está protegida por
una vaina de cuero con un trapo de cuero cosido que protege al animal de las
horribles heridas provocadas por el roce.
35
arriba
Selva
intrincada en el interior de Chiapas.
abajo
Secoyas con lianas en la selva de
Chiapas.
36
Portal
rocoso Los Arcos cerca de San Cristóbal Las Casas.
37
arriba
El
valle de San Cristóbal Las Casas, a 2100 m sobre el nivel del océano Pacífico,
evidentemente de origen volcánico, rodeado por montañas rocosas. Pero todas las
montañas están cubiertas de pinos, abetos, robles y otras innumerables especies de árboles. En
primer plano un rancho en el camino a Tenejapa.
abajo
A
lo lejos saluda el símbolo de la ciudad San Cristóbal Las Casas, la "iglesia San
Cristóbal de la montaña". A los pies del cerro, dispuesta en semicírculo, está
la ciudad.
38
arriba
Una
antiquísima calle en San Cristóbal Las Casas, cuyas casas son de la primera
mitad del siglo dieciséis y fueron erigidas por los primeros blancos que
llegaron al país.
centro
Viejo
puente en San Cristóbal Las Casas. Diariamente lo atraviesan dos mil a tres mil
indios que traen sus mercancías a la ciudad.
abajo
Calle
en San Cristóbal Las Casas. En el fondo a la derecha la catedral, a la
izquierda, la municipalidad (parte occidental de la
plaza).
39
arriba
El
viejo palacio obispal en San Cristóbal Las Casas. Durante varios decenios de la
segunda mitad del siglo pasado fue utilizado como cuartel de caballería. En el
primer plano las ruinas del antiguo teatro de ópera español. En el fondo, en
parte oculto tras las nubes, el cerro de Hueitepec.
abajo
El
Carmen, la antigua puerta de la ciudad en San Cristóbal Las
Casas.
40
Iglesia
de San Domingo en San Cristóbal Las Casas en Chiapas con una parte del viejo
convento de los monjes dominicos. Desde el punto de vista arquitectónico es una
de las iglesias más bellas de Chiapas, de mediados o de la segunda mitad del
siglo dieciséis. En la fachada todavía se ve el escudo
habsbúrgico.
41
arriba
En
primer plano una parte del parque en el que antes descansaban los monjes después
de la faena, hoy es una plaza que pertenece al pueblo. Los bancos son de piedra.
En el fondo una parte de la iglesia de San Domingo.
abajo
Las
cuatro paredes internas de la iglesia de San Domingo están recargadas de tallas
de madera, pinturas y figuras de santos. Las paredes están cubiertas de arriba
abajo con oro. Esta iglesia es de una fabulosa riqueza, tanto en la entera construcción como en la decoración
interior; una riqueza que fue tomada exclusivamente a los indios, a sus
propiedades y a su fuerza de trabajo. Toda la iglesia, dentro y fuera, ha sido
creada por indios según las indicaciones de los monjes.
42
arriba
El
tranquilo patio interior de una casa de familia en San Cristóbal Las Casas. En
el fondo un marco de puerta de piedra, en el que indios de esta época han
tallado ornamentos de propia invención.
abajo
Paisaje
de jungla cerca de San Lucas en Chiapas, donde se encuentran grandes yacimientos
de carbón. El indio que se ve a la derecha abajo está extrayendo pruebas de
carbón para el autor.
43
arriba
Jungla
de alta montaña cerca de Trapiche, a 2500 m sobre el nivel del océano Pacífico,
en el profundo interior de Chiapas. Hasta en estas junglas apartadas del mundo
se encuentran europeos en busca de riquezas.
abajo
La
naturaleza del altiplano de Chiapas es tan variada que uno se puede encontrar en
un punto en plena selva tropical o en la jungla y a tres kilómetros de
distancia, a igual altura, atravesando un paisaje que por su carácter y
apariencia podría ser canadiense.
44
arriba
Un
sendero cordillerano en la Sierra Madre de Chiapas cerca de
Chicton.
abajo
Camino
que atraviesa la sabana mexicana. Se parece tanto, especialmente en el sur de
México, a la sabana africana que las fotos de ambos paisajes se pueden
intercambiar sin que se note una diferencia.
45
arriba
Típica
estepa mexicana o desierto mexicano en las tierras altas de Chiapas. La
irrigación artificial convierte esta estepa en tierra de cultivo de fertilidad
paradisíaca donde se pueden obtener, sin abono, dos o tres cosechas al
año.
abajo
Durante
días y días se cabalga por el espeso monte.
46
Durante
horas y horas se cabalga por angostos senderos de mulas atravesando el monte y
la estepa del altiplano, cuesta arriba y cuesta abajo, eternamente igual y
siempre solitario.
abajo
Por
la mañana, bien temprano, se sigue adelante nuevamente atravesando el monte
infinito, que por uniforme que parezca al novato, puede ser de inefable belleza
para quien se ha enamorado del monte.
47
arriba
Después,
tras muchas horas, el monte se abre en un pequeño claro, donde viven laboriosos
indios dedicados a la agricultura, donde da gusto ser huésped y pasar la noche
en un rincón de una de las sencillas casas.
abajo
Puesto
de descanso frente a Tierra Colorada, en la carretera estatal entre San
Cristóbal Las Casas y Chiapa de Corzo. La fonda Tierra Colorada está a
izquierda, escondida en el bosque.
48
abajo
Cafetal
en Tierra Colorada. Cada dos plantas de café se planta un naranjo para darles
sombra y mantener la humedad de sus raíces.
abajo
Ingenio
azucarero en Tierra Colorada. Detrás de la refinería se ve la caña de azúcar
exprimida, que se usa para caldear la caldera. Más lejos en el fondo, el molino
de agua, que mueve dos rodillos entre los que se exprime la
caña.
49
arriba
La
caldera, en la que se hierve y se espesa el jugo para poder darle forma de
conitos de color marrón oscuro, tal como se vende el azúcar. Los trabajadores
del ingenio son indios tzotziles.
abajo
Un
aserradero en el interior perdido de Chiapas en el altiplano de la Sierra Madre
del Sur, a más de 260 kilómetros de la estación de ferrocarril más próxima. Los
abetos, derechísimos, llegan a cincuenta u ochenta metros de altura. La sierra
accionada por una locomotora, es atendida sólo por indios de la tribu chamula.
También la locomotora es atendida por un indio que lo hace tan bien como podría
hacerlo un obrero europeo. Demostración: la locomotora lleva veintidós años en
servicio y trabaja como el primer día. El propietario del aserradero que vive en
la ciudad más próxima, que dista a unos veinte kilómetros, puede estar cuatro
semanas sin pasar. Igualmente los indios cumplen el trabajo con la misma
regularidad como si viviera cerca del aserradero. En el fondo, en el extremo del
tronco de árbol, se ve al capataz, o como se lo llama aquí, mayordomo. Es un
indio de veinticinco años.
50
arriba
Arroyo
selvático en Chiapas.
abajo
Pasando
por monte, selva y jungla, praderas siempre verdes y sembrados marrón rojizos,
pacíficos pueblos de indios hacendosos y muchos ranchos de mexicanos, el alegre
torrente trae incansablemente frescos saludos de la Sierra Madre hacia la costa
tropical del océano Pacífico. Y así, en el eterno circuito de todas las cosas se
unen los saludos de la Sierra Madre con los del Himalaya, anunciando la unidad y
perfección del mundo.
51
arriba
Paisaje
fluvial de Chiapas, a cien kilómetros de la costa del océano Pacífico. El río,
ahora grande y fuerte, fluyendo serenamente es el torrente antes salvaje y
desaforado.
abajo
Viejo
puente a la entrada de la ciudad Chiapa de Corzo.
52
arriba
Fuente
Monumental del Ladrillo en Chiapa de Corzo. Construido a mediados del siglo
dieciséis por el monje dominico Rodrigo de León.
abajo
El
viejo convento dominico en Chiapa de Corzo. Actualmente es utilizado por las
autoridades municipales y en parte también por gente de negocios que aquí ha
abierto sus tiendas.
53
arriba
La
catedral de Chiapa de Corzo.
centro
Carretera
estatal que va de Chiapa de Corzo a Tuxtla Gutiérrez.
abajo
Puente
sobre el río de Grijalva cerca de Chiapa de Corzo.
54
arriba
Palacio
de gobierno en Tuxtla Gutiérrez.
abajo
Típica
calle en Tuxtla Gutiérrez, la capital del estado de Chiapas. 22.000 habitantes;
530m sobre el nivel del océano Pacífico. La estación de ferrocarril más cercana
está a 140 kilómetros.
55
arriba
Rancho
solitario en Chiapas.
abajo
Las
casas de los indios en la zona tropical se construyen raramente con arcilla,
mucho más a menudo de delgados troncos, atados con rafia. Como toda brisa logra
atravesar las paredes, el interior de estas casas siempre es fresco y agradable.
La puerta se ata solamente con rafia, cuando el indio abandona su casa.
Obsérvese como se diferencia el techo de esta casa de los techos de las casas en
el altiplano. En el fondo, a la derecha, bananos.
56
arriba
Tal
como los antiguos mexicanos, antes de la llegada de los europeos, también a los
mexicanos actuales les gusta construir sus casas en lagos o lagunas. Las casas
se levantan sobre una base de estacas. Se unen entre sí y a la orilla por medio
de puentes.
abajo
Una
canoa de los indios en México. Estado de Oaxaca. Hecho de un único tronco de
árbol ahuecado. Con esta canoa, repleta hasta muy por encima del borde de
frutos, vasijas, cerdos, aves u otros productos agropecuarios, el indio navega
tan seguro río arriba, río abajo como sobre grandes lagos y lagunas. Cuando hay
rápidos, se vacía la canoa, se atraviesa a pie la zona peligrosa y se la vuelve
a cargar. Muchos cientos de miles de estas canoas se usan diariamente. La india
es tan diestra en la navegación con estas canoas, vacías o cargadas, como el
hombre.
57
arriba
El
correo en Chiapas, en los pasos altos de la Sierra Madre, a ciento cincuenta
kilómetros del ferrocarril.
abajo
Carretas
descansando cerca de Ocozocoautla en Chiapas. Cuando las carretas paran para
conceder un descanso a los bueyes de tiro y dejarlos pastar, los carreteros
tienen mucho que hacer para reparar ejes y ruedas quebradas; porque tienen que
respetar los horarios estrictamente como los trenes, porque muchas mercancías
suelen viajar con tiempos de entrega garantizados.
58
arriba
La
carreta se cubre con mantas, para proteger la carga del sol y del
polvo.
abajo
Familias
que tienen que viajar al interior del país y que consideran demasiado peligroso,
incómodo o caro ir cabalgando, y que tampoco se quieren hacer llevar por indios
sobre las espaldas, prefieren el seguro viaje con la carreta. El viaje en una
caravana de carretas es lo más seguro, no sólo frente a accidentes, sino frente
a ataques de bandoleros. La familia sentada alrededor del fogón son indios
civilizados de la nación de los chiapas.
59
arriba
Jalisco.
Estación de ferrocarril en la costa pacífica de Chiapas.
abajo
Delante
de la farmacia de Jalisco.
60
arriba
Mercado
en Jalisco
abajo
Una
fonda india en una pequeña ciudad de la costa del océano Pacífico en Chiapas.
Fonda es una casa de comida, donde come la población mexicana modesta y los
indios. El menú es más copioso de lo que haría suponer el tamaño y la sencillez
de la fonda. Todas las comidas se preparan abiertamente ante los ojos de los
huéspedes. Hay tortillas, frijoles, enchiladas, tacos, mole (una particular
salsa original mexicana) con pavo, queso de cabra, ensalada verde, tomates,
cebollas, café y atole. Las comidas se cocinan sobre carbón de leña. Algunas
fondas están sobre la tierra plana y no ocupa más espacio que un metro cuadrado,
incluyendo a la cocinera. En los pueblos y en las pequeñas localidades en un
rincón de la fonda también se encuentra un lugar en donde extender la manta o el
petate. Las dos mujeres que aquí se ven son indias nahua. Dos soldados indios se
acaban de sentar para el almuerzo. Los soldados del ejército mexicano no comen
en el cuartel, sino que reciben una paga lo suficientemente buena como para
comer afuera y en la mayoría de los casos alimentar también una familia; porque
los soldados, en su mayoría, están casados.
61
arriba
La
plaza en una pequeña ciudad mexicana. A izquierda ese pabellón que no falta en
ninguna plaza mexicana. A la derecha en el punto más lejano, la municipalidad.
En el primerísimo plano a la derecha, en el mismo edificio, la cárcel pública.
La puerta es de rejas, pero todo aquel que pasa puede hablar con los presos,
darles de fumar, de comer o de leer. Las cárceles estatales para los muchachos
"pesados" obviamente están construidas en neto estilo
"europeo".
abajo
Paisaje
costero en el Golfo de México, patria de la corriente del golfo. En el horizonte
se insinúa la línea del Océano.
62
arriba
Una
plantación de naranjos. En las hileras generalmente se planta maíz para
aprovechar el suelo. En primer plano un naranjo lleno de frutos, de los cuales
algunos son bien visibles.
abajo
Así
es como empieza un granjero en México. La casa se la construye en un par de
días. La sombra de las gallinas delante de la puerta muestra la posición
vertical del sol. No logré fotografiar a la gente porque no estaba
"vestida".
63
arriba
Estación
de trenes de Jalisco, frecuentemente citada en la presente obra. Costa pacífica.
Entre el paisaje costero de la página 61 y esta imagen, Atlántico y Pacífico, se
extiende este bello país.
centro
Estación
de trenes con mujeres indias que venden comidas, frutos, bebidas a los viajeros.
Se ven aquí cuatro vagones completos. Los dos primeros son de segunda clase, el
tercero es de primera clase, al final, el coche pullman. Detrás del primer vagón
de segunda clase se ve el tanque de agua.
abajo
El
muchacho indio (indio tzotzil) del autor, quien lo acompañó en su viaje de
aproximadamente 350 kilómetros. En la estación de trenes se compró enseguida con
su sueldo dos blusas de lino, de las cuales lleva una en la foto. Durante la
marcha todavía no tenía una blusa. Además de su mujer tiene siete hambrientas
boquitas indias que alimentar.
64
ALGUNAS
MONEDAS MEXICANAS
arriba
Anverso
y reverso de una pieza de dos pesos. Siempre se encuentra el antiguo escudo
indio azteca en las monedas: el gran águila mexicana, posada sobre el nopal (una
especie de cactus mexicano) teniendo un serpiente en sus garras. En el libro se
ha hablado del águila y del viejo oráculo mexicano. Obsérvese la belleza de
estas monedas.
centro
Una
pieza de un peso más antigua. Esta moneda, el así llamado dólar mexicano es la
moneda de plata más importante y preferida en China; algunos cientos de millones
de este dólar mexicano circulan en China y son moneda legal. En México
desaparece cada vez más de la circulación. El gobierno ya lo ha quitado varias
veces de circulación, pero una y otra vez reaparece y se lo considera, en todas
partes, hasta por las mismas autoridades, como dinero legal. Se lo recibe en
bancos, tiendas, en todas partes.
abajo
Nueva
pieza de un peso, 1927, en realidad la única moneda válida en el pequeño
tráfico. México sólo tiene una divisa de oro pura, el peso de plata varía en su
valor según las variaciones del precio de la plata en el mercado
mundial.
Una
pieza de cinco centavos de cobre.
FIN
1N.d.T.
Esta ciudad se llamó San Cristóbal Las Casas y no "de" Las Casas entre 1829 y
1934 (Diccionario Porrúa, México, Porrúa, 1971 (3ªed.), p.1856), es decir
también en la época en que Traven escribió esta obra (1925-1926).
2
N.d.T.: en el original "Ich weiss nicht, was soll es bedeuten, dass ich so
traurig bin", es el comienzo del Loreleylied, texto del poeta Heinrich Heine
(1797-1856).
Traducción
de
Irene
Theiner
DONADO
POR LOGOS