La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

 

 

El canicú
Antonio Bou
(Puerto Rico)
antonio7@coqui.net

No se piense ni se crea que las vidas de recién casada de
Monina de París transcurrían sin percances. La sexual no dejaba
nada que desear, Róbert Downey Jr. cumplía a las quinientas
maravillas con sus obligaciones y Monina a las otras quinientas.
La económica, no que se dieran grandes lujos, holgados holgados
no lo estaban, pero tampoco en la miseria porque él, como
sabemos, trabajaba y con el cheque del Seguro Social de doña
Juana se ataban los cabos sueltos. La hogareña, fluía. Juana
tenía la casa como una patena. Los niños siempre bañaditos y
planchados, con modales por encima de la media y sacando buenas
notas.

Usted dudará de mis palabras con lo que acabo de decirle,
pero si no ingenúa se dará cuenta que dicho y sabido se repite a
la saciedad que no hay vida sin percances en este valle de
lágrimas ni, por ende, felicidad completa.

-- Ahí llegó otra carta de la escuela, Monina. La infinita
vez que te citan para una entrevista con la maestra de Erolín.
Vas a tener que ir -- dice Juana Morales.

-- Siempre la misma mierda. Ve tú. Me niego a pasar por eso
otra vez. -- responde acalorada Monina.

Erolín, o Errol Flynn Patasuelta Braga como le conocían en la
escuela, no se contaba entre los que se dicen malos muchachitos.
Estaba en primer grado y todavía no había habido tiempo para que
la escuela lo transformara, o "para que lo acabaran de joder"
como decía la madre.

Téngase en cuenta que no se trataba de menudas experiencias
para tan corta vida las que había tenido la criatura. El padre
asesinado con todos los trimmings, el padrastro desaparecido sin
dejar rastro, y ahora un segundo padrastro adepto al
sadomasoquismo sin fronteras.

Sin embargo, no puede decirse que tuviera Erolín problemas de
aprendizaje ni de otro tipo. En la escuela se había integrado lo
más bien al grupo, demasiado bien. El problema, aunque él no lo
sabía, no estaba exactamente en él sino en sus circunstancias, y
precisamente en aquella llamada Miss Daisy, conocida en los
pasillos y en el hospitalillo del patio de atrás de la escuela
como Miss Culo.

-- Residencia de Downey. -- contesta Juana el teléfono, --
Oh, sí, sí, un momento, por favor.

Aprieta el mute y le avisa a Monina.

--¡Ni cagar la dejan a una! ¿Quién llama? -- grita Sonia
Braga desde el baño.

La orientadora. Ahora la citaban por teléfono, no podía
negarse. Miss Daisy se había intentado suicidar la noche anterior
tomándose todo un frasco de barbitúricos. La habían llevado a la
sala de emergencia gracias a su vecina que la había encontrado
como muerta y había llamado al novecientosonce. Le habían lavado
el estómago y la tenían bajo observación en el hospital.

Al oír todo esto Monina se preguntaba qué carajo tenía que
ver con ella el asunto. Mas de inmediato sale de dudas cuando la
orientadora le dice que Miss Daisy en medio de la crisis repetía
y repetía sin cesar "Errol Flynn, Errol Flynn, Errol Flyn", y no
decía nada más, y por eso la estaban llamando.

Conviene ahora que antes de que la de París llegue a la
escuela, usted sepa qué verdaderamente estaba pasando. Usted sabe
como tiran y jalan en las escuelas por miedo a demandas de todo
tipo. No habría institución más vulnerable a reclamaciones
legales, si desde su origen no se hubieran dedicado a no llamarle
a las cosas por su nombre, y no se hubieran inventado toda serie
de deficiencias de toda clase, intelectuales, sicológicas,
físicas y espirituales, para explicar lo que con pocas palabras
se podría si no poblaran las escuelas pedagogos y otros
desertores del saber y del entendimiento.

Pues aquí voy. Yo, el humilde narrador, porque doña Monina
irá también, pero ahora como yente funciona un servidor, y no
yente a la real y física sino a la retórica.

Pues bien, nada grave pasaba con Erolín, sin embargo lo que
pasaba no tenía remedio ni lo necesitaba. Cosas de la naturaleza.
No que hubiera en la escuela partidarios de aquella especialidad
o rama del voyerismo que consiste en examinarles los cojoncitos a
los nenes de primer grado, todo lo contrario. Pero Erolín
clasificaba aparte entre sus compañeritos en esa división y el
superdesarrollo lo había advertido asombrada Miss Daisy una
mañana en que el niño se rascaba con especial insistencia.

--¡Estoy soñando, -- se incertidumbra profundo Miss Daisy, --
nunca se ha visto algo así en niño tan pequeño!

La precocidad testicular de Erolín se convirtió en obsesión
para la inquieta profesora. Pero no lo decía, ni pa' Dios lo
decía, cómo iba a decirlo, cómo iba a explicar que había mirado
más de la cuenta a su pequeño discípulo por las entrepiernas.

--¡Y para colomo tiene pelos! No como adulto, pero pelos
tiene.

La tensión emocional llega al punto en que la buena señora
comienza a percibir más de la cuenta y a exagerar para sí lo
percibido haciéndose de deletéreas ideas, viendo doble todo lo
que miraba, propensando a accidentarse con frecuencia.

¿Y cómo va a decirlo? Horror, se ha tirado de pecho por aquel
sumidero secreto, ha caído como Alicia la del cuento y no para de
caer, no parece tener fondo aquel boquete.

Por supuesto que este humilde relatante no se enteró de eso
así porque sí. Hizo falta que para el fiel cumplimiento de su
deber escalara la oficina del siquiatra de Miss Daisy y sacara
copias del récord de la educadora, que se había sometido a
tratamiento por recomendacón de la orientadora que todo lo
arreglaba. Cuando el que les cuenta obtuvo el secreto documento,
ya Miss Daisy había a veintipico de sesiones y aún le faltaban
unas cuantas más, pero ya el problema estaba claramente definido.

Lo que para Erolín se hubiera resuelto con Crúex, o con
pantaloncitos largos, se resolvió, o no se resolvió pero se
intentó resolver con paquetes de recomendaciones de la consejera.
Visitas al sicólogo infantil y múltiples evaluaciones. Terapias
de todo tipo desde visualmotoras a antialérgicas. Espejuelos de
visión sencilla. Bracers. Tutorías de matemáticas. Curso de
destrezas de lectura. Y así muchas otras más que para qué
mencionar si todo el que haya tenido niño en la escuela o por una
haya pasado se las sabrá de memoria.

Juana Morales contabilizaba que la educación de Erolín les
estaba saliendo más cara que Cuba a España. Monina decía que les
costaba un ojo de la cara. Róbert Downey Jr., que pagaba, se
tiraba por lo grosero y casi acertaba a dar en el clavo o en el
quid del asunto cuando decía que aquello le estaba costando un
huevo y la mitad del otro.

Como a Erolín no se le movía un pelo con tanta cita y si le
picaba se rascaba, fueron disminuyendo cada vez más las consultas
y entrevistas. A Miss Daisy la internaron definitivamente en la
clínica donde se dedicó a escribir poemas que se concentraban en
la no por natural menos insólita experiencia que les he contado.

Le dio con poetizar con todo tipo de esferas, esferas de
nieve, esferas de hilo de tejer, queso de esfera, esferas de
billar, esferas de árbol de navidad, esferas de carne, esferitas
de queso, esferas de mofongo, esferitas de yeco y cuarta,
esferitas de adivinar, esferas de baloncesto, esferas de sofbol,
esferitas de naftalinas, cajas de esferas, buñuelos de bacalao,
albondigón sabroso, besitos de coco y buchitos de guayaba. Todas
estas esferas la perseguían bajando por la ladera de interminable
monte, creciendo, creciendo, creciendo, mostrándose cada vez más
voluminosas y amenazadoras.

La cuestión, en y fuera de los poemas, se reducía a evadir la
realidad y a no decir ni pa'l cará qué la obsesionaba, porque
imagínese usted lo que hubiese significado y el escándalo que se
hubiese levantado si el mundo se entera del efecto de los
superdesarrollados cojoncitos de Erolín en la susceptible poetisa
pedagoga.

No se despida el tema bajo la equivocada creencia de que los
poemas no tenían su poco de aquél y de que no los sometió Miss
Daisy a concurso. Ganaron varias menciones honoríficas en
certámenes de poesía feminista, y uno que otro se publicó en
alguna revista literaria de credo afín.

Con esto Erolín pasó al segundo grado y la nueva maestra por
ser miope no le dio importancia al asunto, devolviendo la paz por
algún tiempo al hogar de Monina y Róbert. Wilhemín llegó al
primer grado con excelentes credenciales de familia pero no
impresionó en nada que merezca relatarse a la sustituta de Miss
Daisy.

Con el tiempo, el niño Erolín, si a usted le interesa, siguió
desarrollándose tan normalmente como cabía, ducho especialmente
en los deportes y, entre estos, en el baloncesto, donde brillaba.
En sus años de secundaria se distinguió como la estrella de la
cancha y le llamaban de cariño El Canicú.

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¿Ángeles... o demonios?

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