Pedro Calderón de la Barca

 

ANDRÓMEDA Y PERSEO

(auto-refundición)

Personas que hablan en él:

Salen los MÚSICOS, arrímanse al lienzo del vestuario y van saliendo la GRACIA con un espejo, la INOCIENCIA con un manto imperial en una fuente y la CIENCIA con un sombrero de plumas en un azafate y el ALBEDRÍO de loco, y detrás de todos ANDRÓMEDA vistiéndose


MÚSICA:        "Los años floridos    
               de Andrómeda hermosa,
               deidad de este monte, 
               beldad de esta selva, 
               ufano los cuente    
               el mayo con flores,
               feliz los señale
               el sol con estrellas."

ANDRÓMEDA:     ¡El espejo! 


Mirándose


                            Peregrina 
               es en todo mi belleza.   
               ¿Qué, Humana Naturaleza,
               te falta para divina? 
                  Los cielos no hicieron, no,
               cosa, en todos sus modelos,
               más hermosa, Ni aun los cielos   
               son tan bellos como yo;
                  pues sus orbes de cristal
               obra inanimada han sido 
               y yo, con alma y sentido,
               soy fábrica racional.  
                  Mi madre la Tierra es;
               mi padre el Mundo se llama; 
               inmortal soy y mi fama
               iguala a los cielos, pues
                  borrar no podrá aunque revuelva    
               el sol su edad presurosa.

MÚSICA:        "Los años floridos 
               de Andrómeda hermosa,
               deidad de este monte, 
               beldad de esta selva."    

ALBEDRÍO:         Infanta, idos poco a poco;
               que, si altiva a veros llego,
               vos tendréis la culpa, y luego
               dirán que yo soy el loco;
                  pues, siendo vuestro Albedrío,     
               según dicen por ahí,
               vos usaréis mal de mí
               y vendrá el error a ser mío. 
GRACIA:           Bien en el limpio cristal 
               que mi voluntad ofrece   
               tu beldad se desvanece;
               pues siendo la original
                  Gracia yo, en que te has contemplado, 
               cuando en mí viéndote estás,
               ningún defecto hallarás.  
ALBEDRÍO:      Sí; mas temed que, manchado,
                  su espejo eclipse esa pura  
               luna y, algún día, veáis
               un cadáver cuando vais
               a mirar una hermosura.   
                  Temed del tiempo las huellas,
               para que vuestros verdores...

MÚSICA:        "...ufano los cuente 
               el mayo con flores;
               feliz los señale  
               el sol con estrellas."


ANDRÓMEDA:        ¡El manto! ¿Quién competencia
               puede hacerme?


Pónela el manto la INOCIENCIA


INOCIENCIA:                    Al sol te igualas
               y más cuando con las galas
               te adornas de la Inociencia.  
                  Yo lo soy y así codicia
               mi amor tan suma excelencia. 
ALBEDRÍO:      Talle tiene ésta y no ha [ciencia]
               de ser muy presto malicia. 


Llega a la CIENCIA


ANDRÓMEDA:        ¡Las plumas! ¿Tú las traías? Sí.     
CIENCIA:       [La] Natural Ciencia soy 
               y, así, las plumas te doy,  
               para volar desde aquí,
                  con las alas de mis plumas,
               a la superior esfera.    
ALBEDRÍO:      Volad, pero de manera
               que no deis con las espumas. 


Sale el MUNDO


MUNDO:            Sabiendo que te vestías
               hoy de gala, te he traído
               aquestas joyas, que han sido  


Trae joyas en un azafate


               parto a las venas mías;
                  que en sólo adorarte fundo    
               mis días.
ALBEDRÍO:             ¡Albricias!


Abrázale


CIENCIA:                                ¿De qué?
ALBEDRÍO:      De que yo hoy al Mundo hallé,
               estando perdido el mundo.     
                  Tomad de él, pero sea poco:
               tendréis menos que tornar.  
ANDRÓMEDA:     Volved, volved a cantar, 
               que está muy necio este loco.    
ALBEDRÍO:         Siempre que así hablar resuelva  
               lo tendrán por triste cosa. 

MÚSICA:        "Los años floridos    
               de Andrómeda hermosa,
               deidad de este monte,
               beldad de este selva."    

ANDRÓMEDA:        ¿Cúya aquesa letra es?
CIENCIA:       Letra y tono es mío.
ANDRÓMEDA:                      No dudo    
               que uno y otro sólo pudo
               ser desvelo tuyo; pues   
                  siendo, en el felice estado     
               de tanto aplauso inmortal,    
               tú la Ciencia Natural, 
               de que el cielo me ha ilustrado, 
                  sólo tuyo ser podía    
               afecto que tanto mueve,  
               porque a la Ciencia se debe   
               la música y la poesía.    
                  Y, aunque es verdad que jamás
               nada tanto me [ha] agradado,  
               solamente he reparado    
               en el nombre que me das. 
                  ¿Por qué Andrómeda; y por qué,
               ya que el Mundo disfrazaste, 
               de esa suerte me llamaste?    
CIENCIA:       Escucha y te lo diré.  
                  La Natural Ciencia soy,    
               de que, como has dicho aquí,     
               el cielo te ilustró. 
ANDRÓMEDA:                       Sí.
CIENCIA:       Como investigando voy    
                  altas cosas cada día,    
               entre imágenes no vanas,    
               letras divinas y humanas 
               revolvió [la] fantasí[a]. 
                  En unas y otras hallé, 
               testigo San Isidoro,     
               que el bello resplandor del oro,   
               que en tu hermosura se ve,    
                  Andro damas en el griego 
               idioma el sentido iguala; 
               y Andrómaca es quien señala.   
               Enrico Estephano luego   
                  dice que andromas, en sacro 
               estilo, es florida edad; 
               y androdea, la deidad,
               la estatua o el simulacro.    
                  Yo --viendo que señas tantas  
               convienen en mi favor,
               pues al más puro esplandor
               tu perfección adelantas,
                  siendo quien con más virtud   
               señala el sumo poder   
               de su Autor al florecer
               la edad de su juventud, 
                  y siendo quien ser alcanza, 
               simulacro soberano, 
               viva estatua de su mano,      
               labrada a su semejanza--
                  de todos estos sentidos
               que en sí el Andro damas trae, 
               androeas y androae  
               y andromacas reducido    


El ALBEDRÍO está atento


                  un nombre propio saqué, 
               viendo convenir en ti
               todas sus señas, y ansí 
               Andrómeda te llamé,  
                  para que mayor grandeza
               esté atenta a este acto, viendo
               quién es Andrómeda, siendo
               la Humana Naturaleza.
ALBEDRÍO:         Yo creí que era jarabe      
               cuando tanta dragma vi. 
               Vete, no esté junto a mí
               hombre que hablar griego sabe.
ANDRÓMEDA:        La respuesta me ha agradado 
               y, por lograrte el concepto   
               en lo alegórico, acepto
               ese nombre que me has dado.
                  Ninguno me llame ya 
               de otra suerte; y, pues el prado,
               de colores esmaltado,    
               hermoso albergue nos da  
                  --siendo, en gloria del pincel 
               que nos admira y asombra, 
               cada matiz una alfombra,
               y cada copa un dosel,    
                  pues en tonos diferentes   
               divierten nuestras congojas 
               los compases de las hojas,
               las cláusulas de las fuentes,
                  cuyos conceptos suaves,    
               por toda aquesta campaña,   
               sonoramente acompaña
               la música de las aves--,
                  venid vosotros cantando 
               por esa orilla del mar.  
               Hoy pretendo desvelar    
               mi tristeza admirando 
                  esa playa, que con suma
               soberbia al cielo retrata,


Paseándose
  

               inquieta selva de plata  
               de quien es hierba la espuma.      
MUNDO:            Razón tiene tu atención
               de admirar su maravilla. 
ALBEDRÍO:      Sí; y en ser desde la orilla
               tiene mucha más razón,    
                  que yo, por cuanto ha engendrado
               el sol, no entrara a nadar
               en él.
INOCIENCIA:           ¿Por qué?
ALBEDRÍO:                   Porque el mar
               no es gracioso, aunque es salado.

MÚSICA:        "Los años floridos    
               de Andrómeda hermosa,
               deidad de este monte,
               beldad de esta selva..."


[El DEMONIO, dentro]


DEMONIO:          "...ni ufano los cante  
               el mayo con flores, 
               ni el sol los señale 
               feliz con estrellas."

ANDRÓMEDA:        ¡Esperad! ¿Qué confusión
               tan triste y tan singular     
               se escucha dentro del mar?    


Dentro trueno


MUNDO:         Prodigios no vistos son
                  los que en sus senos encierra.


Otra vez y salen llamas del lado del tablado donde
ha de estar la apariencia


CIENCIA:       Es verdad, pues en sus senos
               con relámpagos y truenos,   
               amenaza cielo y tierra.  
GRACIA:           Colérico, altivo y ciego,
               rayos a escupir se atreve. 
INOCIENCIA:    ¿Quién vio volcanes de nieve,
               siendo los mares de fuego?    
GRACIA:                  No hay orbe a quien no se atreva   
               su verdinegro arrebol. 
INOCIENCIA:    A ser cíclope del sol
               sobre sí mismo se eleva. 


Ábrese un escotillón y sale un
monstruo marino, tan grande que por la boca pueda caber un
hombre


ANDRÓMEDA:        Ya en partidos horizontes     
               sorberse sus luces fragua,    
               poniendo montes de agua
               sobre piélagos de montes.
ALBEDRÍO:         Y aún no es eso lo peor, 
               sino que arrojando llamas,    
               monstruo de conchas y escamas,     
               nace un prodigio.
TODOS:                           ¡Qué horror!
ANDRÓMEDA:        Cortando la bruma helada, 
INOCIENCIA:    Ya no nada, sino vuela.


Mueve las alas y anda un poco


ALBEDRÍO:      ¿Vuela?
CIENCIA:                Sí.
ALBEDRÍO:               ¿Y eso es nonada?  
                  Es muchísimo.
CIENCIA:                         Tal vez 
               empaña el sol con su aliento. 


Arroja fuego por la boca


ANDRÓMEDA:     Ya es pájaro sobre el viento 
               quien fue sobre el agua pez. 
                  Huid todos, huid de aquí,     
               que sobre nosotros viene.
ALBEDRÍO:      ¡Ay, qué boca! ¡Ay, qué alas tiene
               y cola! ¡Triste de mí!
CIENCIA:          ¡Qué ansia!
INOCIENCIA:                   ¡Qué asombro!           



Vase [la INOCIENCIA]


GRACIA:                                      ¡Qué espanto!                                


Vase [la GRACIA]


ANDRÓMEDA:     ¡Qué admiración!                                  
               ....................................


Vase [ANDRÓMEDA].  Vanse cada uno por su
puerta huyendo


MUNDO:         ¿Contra el Mundo, cielo santo? 
                  Dime: ¿con qué aplacaré 
               el ceño con que me miras?
               ¿Cómo tus sagradas iras     
               mover y templar podré?
                  ¿Cómo de tanta fiereza
               podré esconderme y librarme?


[Habla el DEMONIO dentro]


DEMONIO:       Sólo con sacrificarme
               de Andrómeda la belleza.    
MUNDO:            Si huyendo de ti la veo,
               con su Albedrío y su Ciencia,
               con su Gracia y su Inociencia,
               tus oráculos no creo, 
                  que mientras proceda cuerda     
               no teme tus iras.                           


Vase.  Sale por la boca del dragón el
DEMONIO y se vuelve a esconder


DEMONIO:                           ¿No?
               Pues ya voy a tiempo yo
               para que todo lo pierda.


                  El profeta Isaías,
               viendo morir en las espumas frías     
               de mi explandor la llama,     
               bestia del mar en alta voz me clama;  
               y el lucero sagrado
               de la Iglesia, Basilio, que ilustrado
               con rayos del sol mismo  
               es de las ciencias piélago y abismo,
               viendo a las ondas mi ira reducida,
               feroz marino monstruo me apellida,
               por mirar a mi cuenta
               la borrasca del mundo y la tormenta.    
               Con estas opiniones,
               y con que siempre son tribulaciones
               las aguas en la pura,    
               misteriosa lección de la Escritura, 
               ¿quién dudará que puedo   
               nacer --a dar tribulación y miedo,
               el centro confundiendo cristalino--
               de esa bestia feroz, de ese marino
               monstruo, que, siendo en los escollos foca, 
               víbora aquí me pare por la boca?    
               Alto empeño me guía,
               pues a turbar el rosicler del día
               se atreve mi veneno.
               ¡Oh tú, que el pavoroso obscuro seno
               del centro solicitas escondida,    
               tributo inacesible de la vida,
               reparación penosa
               de la más dulce unión amorosa,
               madre horrible del sueño,
               alimentada furia del beleño,     
               susto de los mortales
               línea a los bienes, término a los males,         
               mesonera del llanto,
               huéspeda de los reinos del espanto,
               reloj de los momentos,   
               precisa acotación de los alientos,
               sima del tiempo y tumba de la fama,
               triste y pálida muerte...!
               

Va subiendo un escollo; ábrese arriba y sale
de él la MUERTE


MUERTE:                                 ¿Quién me llama ?        
DEMONIO:       Quien hoy valerse de tu ser intenta.
MUERTE:        Ya te conozco.
DEMONIO:                     Pues escucha atenta.      
               De rebeldes espíritus caudillo...
MUERTE:        La Apocalipse sé, no hay que decillo.
DEMONIO:       ...al mismo Dios le presenté batalla.
MUERTE:        Ezequiel lo dirá; no hay que contalla.     
DEMONIO:       Diome a ver en bosquejo una belleza,... 
MUERTE:        Ya sé que fue la gran naturaleza.
DEMONIO:       ...ocasión al despecho, que hasta hoy lloro.
MUERTE:        Lo rencoroso de tu ser no ignoro. 
DEMONIO:       Y lleno de temores y recelos...
MUERTE:        También sé lo rabioso de tus celos. 
DEMONIO:       ...sentí al instante el fuego que en mí lidia.
MUERTE:        Ya conozco el veneno de tu envidia.
DEMONIO:       En fin, perdí la acción en lid tan dura..., 
MUERTE:        El bien, la luz, la gracia y la ventura.     
DEMONIO:       ...quedando de mi patria desterrado...
MUERTE:        ...a perpetuas tinieblas condenado.
               Hasta aquí sé de tus fortunas graves. 
DEMONIO:       Pues oye desde aquí lo que no sabes.


                  Ese dulcísimo encanto,         
               ese bellísimo asombro  
               de la hermosura --a quien yo
               hoy por no adorar adoro, 
               usando en mí de los dos
               afectos más poderosos,      
               más encontrados y opuestos, 
               que son el amor y el odio--, 
               tan postrado, tan rendido,
               tan sujeto y tan absorto 
               me tiene que, hasta que pueda 
               llamarla mía, dispongo 
               no perdonar al deseo
               medio ninguno de todos
               cuantos discurre un amante
               y cuantos piensa un celoso.   
               Andrómeda la ha llamado     
               la voz de no sé qué tono
               que hoy, en la tranquilidad
               de su paz, compuso el ocio.
               En esta causa, porque,   
               viéndome marino monstruo,   
               su disfraz y mi disfraz
               convengan el uno al otro,
               embrión de las escamas 
               y de las ondas aborto    
               salí [a] aqueste sitio, envuelto 
               en agua, fuego, humo y polvo, 
               donde, siguiendo la impresa 
               que tan a mi cargo tomo, 
               por ladrón he de llevar     
               en el escudo del rostro       
               esculpido "Finis-Ero,"
               pues de sus dichas y gozos
               he de ser fin; cuya letra
               nombre me ha de dar famoso    
               de Fineo, pues Fineo     
               o "Finis-Ero" es lo propio.
               Este nombre y otro traje
               han de hacer que tenga en poco
               su felicidad, trazando
               mis engaños ingeniosos 
               que su Ciencia Natural,
               creyendo que será como
               Dios, aspire a ser divina;
               haciendo después su loco
               Albedrío, a la Ignociencia, 
               malicia al instante propio; 
               y, a la original justicia,
               culpa original; de modo
               que, por aqueste delito,
               mande el verdadero Apolo      
               que la entreguen a la bestia
               del mar, atada al escollo
               de la muerte, a cuyo grande
               fin, a cuyo empeño heroico,
               te he invocado, porque juntos 
               muerte y pecado no ignoro
               que darán pavor al cielo,
               que darán al mundo asombro,
               confundiendo y alterando
               la máquina de esos polos,   
               que parte la luna a giros 
               y el sol ilumina a tornos.
MUERTE:        Capaz, ¡oh, Fineo valiente! 
               --que ya como a tal te nombro,
               concurriendo a tus intentos   
               del engaño generoso
               que te anime a tanta empresa--,
               a ayudarte me dispongo;
               que también me importa a mí
               introducirme; si noto    
               que ha de ser por el pecado
               --como dirá el vaso docto 
               de elección--, de tus victorias
               no la menor parte logro.
               Andrómeda, según dices,   
               se ha llamado; pues sea en todo
               Andrómeda.
DEMONIO:                  ¿De qué suerte?
MUERTE:        Haciendo ahora nosotros
               que sea cómplice su madre 
               en su delito penoso.     
DEMONIO:       ¿Qué conseguimos?
MUERTE:                          Dos cosas.
               Una, cumplir con el docto; 
               y otra, que conozca el mundo
               que el hijo, en su patrimonio, 
               de la culpa de sus padres     
               es heredero forzoso.
DEMONIO:       ¿No fue su madre la tierra?
MUERTE:        Sí.
DEMONIO:             Pues ella, ¿de qué modo
               ha de ser cómplice?
MUERTE:                             Dando
               ella misma el riguroso   
               veneno que a tu afición
               la atraiga; y puesto que somos
               áspides, la ficionemos
               sus aguas, frutos y troncos.
DEMONIO:       Dices bien; y así el nocivo 
               veneno que dentro formo
               del pecho, con mis alientos
               en aqueste fuente pongo;
               mas ¡ay de mí!
MUERTE:                       ¿Tiemblas?     
DEMONIO:                                 Sí.
               Con mil suspiros me ahogo     
               y con mi fuego me abraso.
MUERTE:        ¿Por qué? 
DEMONIO:                 Porque reconozco 
               que antes ha de ser el agua
               el antídocto piadoso 
               deste veneno.
MUERTE:                     En las bellas    
               flores le arroja.
DEMONIO:                        Tampoco,
               que en todas ellas no hay
               flor que con feliz adorno
               otra flor no signifique, 
               que esenta al cierzo y al noto     
               no han de poder marchitarla
               de mis suspiros los soplos.
MUERTE:        Empozoña estas vides. 
DEMONIO:       El mismo daño conozco.
MUERTE:        Tala estas mieses.
DEMONIO:                          No puedo.  
MUERTE:        Pues, ¿por qué?
DEMONIO:                       Porque en el oro
               de ambos granos, encubierto,
               están divinos tesoros
               de pan y vino, a quien yo,
               aun visto en sombras, me postro.   
MUERTE:        ¿Estas olivas?
DEMONIO:                      También
               han de ser materia de otro 
               sacramento, a quien sirva
               la piadosa unción de otro.
MUERTE:        De algún árbol inficiona  
               la fruta.
DEMONIO:                Eso sí; éste escojo.


Tócale con la mano
 

MUERTE:        Y yo el Árbol de la Muerte
               desde este instante le nombro.     
DEMONIO:       ¿Qué haremos para [a]traer 
               por aqueste sitio umbroso     
               a Andrómeda?
MUERTE:                     Su Albedrío,
               discurriendo como loco, 
               viene hacia aquí. Si los dos 
               le cogemos, cauteloso, 
               ella se vendrá tras él    
               y entonces dará en nosotros.
DEMONIO:       Escóndete entre las ramas.


Sale el ALBEDRÍO


ALBEDRÍO:      ¿Si se habrá ya el señor monstruo
               za[m]bullido en las espumas;
               o si se habrá --estoy medroso--, 
               por su galante capricho,
               salido a pasear un poco
               a tierra? Paso no doy
               que no pienso que le topo.
               ¡Ay, culebras por aquí 
               andan! Mas no; ahora conozco
               que es corto de vista el miedo,
               pues que siempre trae antojos. 
MUNDO:         ¿Llegas?
DEMONIO:                 Ya llego.


Cógele del brazo; él no vuelve a ver
quién es


ALBEDRÍO:                      ¡Ay de mí!
               Cogióme el señor demonio. 
DEMONIO:       No des voces.
ALBEDRÍO:                ¿Cómo no?
               Si me come más, un poco
               de aquese brazo ha de ser;
               que éste en el cielo le pongo.
MUNDO:         ¡Calla!


Cógele el otro brazo


ALBEDRÍO:                  En tiple habla y en bajo; 
               y aún no suena bien el tono
               con estar cabal el duo.
               Ya come un brazo, ya otro.
               ¡Ah, nadie tan liberal-
               mente saleado como  
               yo! Ya no medraré en mi vida,
               por bien que sirva, si noto
               que nadie medra sin brazos.
DEMONIO:       ¡Calla, necio!
MUNDO:                       ¡Calla, loco!
ALBEDRÍO:      Calle quien come; que yo   
               no he de callar, pues no como.
               ¡Piedad, cielos!
DEMONIO:                        No los llames.
ALBEDRÍO:      ¡Sí quiero! Cielos piadosos,
               ¿no hay quien me socorra?


Dentro PERSEO, y sale luego con la espada desnuda y
un escudo con un espejo y una banda en el rostro


PERSEO:                                   Sí, 
               que por ellos yo respondo     
               en favor del afligido.
ALBEDRÍO:      Pues yo lo estoy; y no poco.
PERSEO:        ¡Soltad la presa, villanos!  
DEMONIO:       ¿Quién eres? Que no conozco
               las señas de tu semblante,  
               con saber que lo sé todo.
PERSEO:        Soy quien no has de conocer
               hasta tiempo más forzoso.
MUERTE:        Yo tampoco sé quién eres,
               con el disfrazado embozo 
               de aquesta banda que es
               tupida nube del rostro.
PERSEO:        Basta que sepas que soy
               quien puede vencerte solo.
ALBEDRÍO:      ¡Miren los que me agarraban!    
               A no pensar que eran otros,
               a fe que los hubiera
               temido del mesmo modo.
PERSEO:        ¡Huid, cobardes!
DEMONIO:                        A tu voz,
               mudo he quedado y rabioso.    
MUERTE:        Yo, tan rendida a tu vista,
               que aliento y razón no formo.
DEMONIO:       Sepa yo, sepa quién es
               de quien mi valor heroico 
               rendido va.
MUERTE:                     Sepa yo     
               quién le da asombro al asombro.
PERSEO:        Mi ser, hasta otra ocasión,
               no es penetrable a vosotros;
               y así basta que sepáis 
               que soy quien puede animoso   
               hacer libre al Albedrío,
               con que a los tres os informo


Pásale a su lado


               de mi valor y poder;
               pues con un amago sólo,
               pongo a los dos en huida 
               y a él en libertad pongo.
DEMONIO:       Ten el acero que esgrimes,
               que es rayo que me da enojos.      


Vase [el DEMONIO]


MUERTE:        Tapa el escudo que a visos 
               me está ligando los ojos.                


Vase [la MUERTE]


ALBEDRÍO:      Rebozado caballero,
               sepa que yo soy un tonto;
               y los tontos no sabemos
               agradecer.


Salen ANDRÓMEDA, y CIENCIA, INOCIENCIA y
GRACIA


ANDRÓMEDA:             ¿Qué alboroto 
               ha sido éste?
ALBEDRÍO:                A muy buen tiempo 
               venís a darme socorro.
               Si antes no hubiera venido
               este joven valeroso,
               de dos culebras hubiera
               sido sangriento despojo. 
ANDRÓMEDA:     El favor que a mi Albedrío
               habéis hecho, reconozco. 
PERSEO:        (¡Qué peregrina belleza!         Aparte
               ¡Qué sujeto tan hermoso!)
ANDRÓMEDA:     Y así, para agradeceros  
               la ación, quitad el embozo. 
               Sepa quién sois.  
PERSEO:                         Cuanto puedo
               de mí decir yo. 
ANDRÓMEDA:                 Ya os oigo.
PERSEO:        En alta patria nací,   
               príncipe heredero solo 
               del mayor de los imperios
               que contiene ese azul globo.
               Mi valor, siempre invencible;
               mi espíritu, siempre heroico,
               a grandes cosas me llaman;    
               con tan noble, tan piadoso
               y tan desinteresado 
               fin en mis hechos, que sólo 
               el asumpto de mis obras
               es el hacer bien a todos;     
               a cuyo efecto, encubierto,
               buscando venturas corro
               el mun[d]o, porque aún no es
               tiempo de andar de otro modo;
               y así, hasta hoy, si no en sombra,    
               ninguno me ha visto el rostro,
               [salvo] de Moisés la zarza, 
               y de Isaías el trono,
               de Gedeón el rocío
               y de Elías el favonio. 
               Mi nombre es Perseo, no tanto 
               porque en el griego no ignoro
               que significa la guerra, 
               y yo en hebreo me nombro
               Sabanot, dios de batallas,    
               y viene a ser uno propio,
               como porque en el latino
               idioma examino y noto
               que es el que obra per se 
               quien no depende de otro;     
               y así yo, que independiente
               y absoluto por mí obro,
               en griego, hebreo y latino
               Perseo por nombre tomo.
               De mis más altas empresas,  
               de mis hechos más famosos,
               fue que el atlante, que quiso 
               tener el cielo en sus hombros
               y aun levantarse con él,
               le venzo, derribo y postro.   
               Luego a Medusa --que era
               su misma soberbia asombro
               del mundo, pues convertía
               hombres en fieras y troncos, 
               porque la culpa los hace 
               irracionales, bien como
               David lo siente--, sabiendo 
               que su veneno dañoso
               en la vista le tenía
               --que el ver es daño de todos--, 
               este escudo de cristal
               prevengo, con que dispongo 
               que, viéndose en mis verdades,
               muriese a su ponzoñoso
               veneno, que es el pecado 
               basilisco tan rabioso 
               que, si a sí solo se mira,
               se dará muerte a sí propio,
               al tósigo de su vista
               inmóvil. Llego y la corto   

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ANDRÓMEDA:        ¡Oye, espera! ¿Dónde vas? 
               Mira que no puedo, no,
               pasar adelante yo,
               quedándose el viento atrás.    
               Mucho que dudar me das,  
               viéndote en ación tan rara.
               La cara encubres. Repara 
               en que el que hace mal es quien 
               la esconde; que el que hace bien, 
               siempre lo hace cara a cara.       
                  No con tanta ligereza
               huyas, que nunca fue indicio
               la fuga del beneficio,
               ni el temor de la fineza.     
               Vuelve, y no a mi sutileza    
               ocasiones a dudar;
               no me des qué sospechar, 
               pues me das qué agradecer;
               que no es hacerme un placer   
               dejarme con un pesar.    
                  Más veloz que el mismo viento
               vuela. En vano voces doy.
ALBEDRÍO:      Libre y sano y bueno estoy.
               Salto y brinco de contento.
CIENCIA:       Pues, ¿de qué es el sentimiento, 
               señora, con que has quedado?
ANDRÓMEDA:     No sé qué pena me ha dado
               acá en la imaginación.


Salen la MUERTE y el DEMONIO, vestido de
jardinero


MUERTE:        Aquesta es buena ocasión,
               pues que vienes disfrazado,   
                  para entablar tu deseo.
ALBEDRÍO:      ¡Ay! ¿Quién anda por allí?
GRACIA:        ¿Qué es eso, Albedrío?
ALBEDRÍO:                        Hacia aquí,
               no sé qué bultos me veo.
ANDRÓMEDA:     No temas. ¿Quién es?
DEMONIO:                            Fineo,   
               un jardinero, señora,
               que en estos cuadros ahora 
               ocioso tiene el afán,
               porque sus flores están
               vanas con tan bella aurora;   
                  de suerte que será en vano
               labrarlas.
ANDRÓMEDA:           ¿Por qué?
DEMONIO:                           Porque
               puliéndola vuestro pie,
               ¿qué tiene que hacer mi mano?
ANDRÓMEDA:     Jardinero, cortesano  
               sois.
DEMONIO:             No os espante oír
               a un labrador discurrir
               tal vez, porque puede ser
               que sirva por merecer,
               si es merecer el servir. 
ANDRÓMEDA:        ¿De dónde sois?
DEMONIO:                          De otra esfera,
               más alta, rica y mejor.
ANDRÓMEDA:     ¿Qué erais allá?
DEMONIO:                        Labrador
               soy aquí. Lo que allá era
               no lo sé, que no quisiera   
               ponerme en obligación
               de deciros mi pasión,
               por no decir, ¡ay de mí!,
               que sois vos por quien perdí 
               patria, estado y opinión.   
ANDRÓMEDA:        Basta, que tampoco quiero
               ponerme yo --¡qué pesar!--
               en ocasión de escuchar
               tan discreto jardinero.
DEMONIO:       Sólo serviros espero.  
ANDRÓMEDA:     Pues hablemos de otra cosa.
               ¿Qué labráis?
DEMONIO:                     Esta vistosa
               fruta.
ANDRÓMEDA:        Es en extremo bella.
DEMONIO:       Pues hay más misterio en ella
               que ser en extremo hermosa.   
ANDRÓMEDA:        ¿Cómo?
DEMONIO:                 La tierra que fue
               la que la fructificó
               lo sabe.
ANDRÓMEDA:         Ella el ser me dio;
               yo se lo preguntaré.
MUNDO:         Tierra soy; yo lo diré,     
               pues tierra por mí serás.
DEMONIO:       Llega; de ella lo sabrás.
ANDRÓMEDA:     Madre tierra, ¿cuál ha sido
               este misterio escondido?
MUNDO:         Come y como Dios serás.     
ANDRÓMEDA:        ¿Que como Dios seré?
INOCIENCIA:                           Advierte
               que es ése el inficionado
               árbol que te han señalado;
               no sea esta voz de la muerte.


Retíranse y pónense las tres como han de ir representando: 
la INOCIENCIA la detiene y el ALBEDRÍO tira de ella y pasa


ALBEDRÍO:      Llega y mejora tu suerte.  
ANDRÓMEDA:     Quita, que es impertinencia 
               negarme a tanta excelencia. 
DEMONIO:       Ya de mi engaño confío,
               pues siguiendo al Albedrío
               atropella la Inociencia. 
CIENCIA:          No llegues, pues del mortal
               veneno estás avisada.


Lo mismo


ALBEDRÍO:      Llega, que es fruta extremada.
ANDRÓMEDA:     Si puedo hacerme inmortal,
               Ciencia, Ciencia natural,     
               ¿por qué tu voz me aconseja
               que no llegue?
CIENCIA:                      Por la queja
               que tendrás del saber mío.


Pasa


DEMONIO:       Ya siguiendo al Albedrío,
               la natural Ciencia deja. 
GRACIA:           Mira bien adónde vas. 
ANDRÓMEDA:     ¿Qué he de mirar? Voy a ser
               inmortal; voy a saber
               si es que puedo saber más.
GRACIA:        ¿Pasos a mi pesar das?   
ANDRÓMEDA:     Sí.
GRACIA:           Mira.
ANDRÓMEDA:         Nada acuerde tu temor. 
ALBEDRÍO:      Su pompa ver he desnuda. 
ANDRÓMEDA:     De ti me fío.
DEMONIO:       Ya siguiendo al Albedrío
               su natural Gracia pierde.     

ANDRÓMEDA:        Árbol que fructificó
               la madre tierra, de ti
               he de gustar.

               Toma la fruta y cómela
                            ¡Ay de mí!
               ¿Quién vista y luz me [quitó]
               vida, alma y sentido?
DEMONIO:                              Yo.    
ANDRÓMEDA:     Grave pena, dolor fuerte,
               ¿adónde iré por no verte?


Huyendo de él tropieza y, al caer hacia donde está 
la MUERTE, ella le tiene en los brazos


MUERTE:        Quien ya ha podido pecar,
               ¿adónde ha de ir si no a dar
               en los brazos de la muerte?   

ANDRÓMEDA:        ¡Ay, infelice de mí! Faltóme el día. 
DEMONIO:       Mi triunfo empiece, pues su día acaba.
CIENCIA:       ¡Qué de cosas ignoro que sabía!


INOCIENCIA:    (¡Oh, qué de cosas sé que yo ignoraba!) Aparte  
               ...............................[-ía]
               ..............................[-aba]. 
ALBEDRÍO:      En todos hay mudanza; en el ser mío     
               no, que siempre fue libre el Albedrío.
DEMONIO:          Corone de laureles mi arrogancia
               la altiva frente de su heroica ciencia.
               ...............................[-ancia]
               ...............................[-encia]
               ...............................[-ancia]
               ...............................[-encia]
               

[Voces dentro]


VOCES:         ¡Muera Andrómeda!
OTROS:                            ¡[Andrómeda] muera,
               siendo entregada a la marina fiera!
MUERTE:           Ven adonde tu voz el cristalino
               orbe penetre, para que entregada   
               Andrómeda al feroz monstruo marino
               se vea al escollo de la muerte atada.
DEMONIO:       No dudes que el oráculo divino
               del verdadero Apolo, pronunciada 
               su sentencia, en voz diga repetida:     
               "quien la gracia perdió, perdió la vida."


Vanse los dos
 

ANDRÓMEDA:        ¡Qué sentencia, ay de mí, tan rigurosa,
               ésta que contra mí pronuncia el viento!        
               ¡Oh, madre tierra, cuánto temerosa
               la planta ya sobre tu esfera asiento!
               Tú, que me diste el ser; tú, que la hermosa
               fruta me diste para mi sustento,   
               me das ya sólo espinas, sólo abrojos;       
               sí, que heredera soy de tus enojos.
                  Las aves que domésticas me estaban, 
               las fieras que obedientes me asistían,
               los peces que en la orilla me esperaban,
               todos se me rebelan y desvían;   
               todos son contra mí, ¡desdicha grave!:
               la flor, la fuente, el pez, la fiera, el ave.
                  La luz me falta, el día se obscurece,
               el cielo titubea, el sol delira,
               el labio tiembla, el pecho se estremece,     
               huye el aliento, el pecho se retira, 
               palpita el corazón, la luz fallece,
               todo es mal, todo es pena, todo es ira,
               la tierra hiere y el aire me traspasa,
               el mar me anega, el resplandor me abrasa.     
                  Tú, Ciencia, tú, supuesto que informada 
               de todo estás, ¿habrá dónde me ampare?


Llorando [CIENCIA]


CIENCIA:       Yo nada sé; no me preguntes nada,
               pues ya sólo sabré lo que estudiare.
ANDRÓMEDA:     Inociencia, ¿qué haré? .......[-ada]  
               ..............................[-are]
               ..............................
               ..............................
                  Pues tú sólo, Albedrío -- ¡ay de mí!-- eres
               en quien mudanza no hay, en ti confío. 
ALBEDRÍO:      Toma un consejo y haz lo que quisieres,
               que éste siempre será parecer mío,
               pues para el bien o el mal que tú eligieres       
               dispuesto me hallarás, que el Albedrío
               no tiene acción. 
ANDRÓMEDA:                 Si todos huís, ¿qué mucho
               que diga aquella voz que triste escucho...?


Dentro voces


VOCES:         "¡Muera Andrómeda, muera!"
OTROS:         "siendo entregada a la marina fiera."
               

Sale el MUNDO alborotado


MUNDO:            ¿Qué voz, Andrómeda, es ésta
               que en tierra y mar se publica,
               y todo el mundo la tiembla?
ANDRÓMEDA:     Sólo sé que, por no oírla,
               quisiera volverme al centro   
               de la tierra y que las mismas
               entrañas de quien nací
               me sepultaran en vida.
MUNDO:         Ciencia, ¿qué es esto?
CIENCIA:                              No sé.
MUNDO:         ¿Tú ignoras?
CIENCIA:                    ¿De qué te admiras? 
MUNDO:         Gracia, ¿qué es esto?
GRACIA:                             Una culpa.
MUNDO:         ¿Culpa?
GRACIA:                Sí.
MUNDO:                     ¿Tú fiscalizas?  
               ¿Inociencia?
INOCIENCIA:                   Que no es nada.
               ¡Ay!, que fue cierta niñería
               sobre cosas de comer     
               que no importan.
MUNDO:                          ¿Tú, malicia? 
               Trocados os hallo a todos.
ALBEDRÍO:      A mí no.
MUNDO:                  ¿No hay quien me diga
               qué ha sido esto?


Sale MERCURIO con alas y el caduceo en la mano,
hecho en una espada


MERCURIO:                         Sí.
MUNDO:                                ¿Quién?
MERCURIO:                                     Yo,
               que soy la sabiduría   
               del Júpiter soberano;
               y así, en mí la imagen miras
               de Mercurio, que es la ciencia.
               Talares y alas lo digan
               y ese caduceo que hoy    
               es vara de su justicia.
               Andrómeda desdichada,
               y en triste punto nacida,
               pues naces para escarmiento
               de otros, ¿qué mayor desdicha?   
               La Tierra, tu madre, viendo 
               las flores que la matizan,
               los árboles que la adornan, 
               plantas que la fructifican, 
               frutos que la desvanecen      
               y animales que la habitan, 
               oponerse al cielo quiso,
               presumiendo que compita,
               no sin ventaja, su verde
               pompa aquella cristalina 
               azul fábrica en que tiene
               el gran Júpiter su silla;
               a cuyo efecto, creyendo
               que ella eternizar podría
               sus hijos y, como el cielo,   
               darles la gracia y la vida, 
               engendró la venenosa 
               planta que, fiera y nociva,
               tocaste, sin reparar
               en que del daño te avisa    
               la segunda voz de quien
               el Albedrío te libra.
               El Júpiter verdadero,
               que es el que los rayos libra
               --de quien yo ministro soy--, 
               por aquesto te castiga;
               siendo la de esta sentencia, 
               que contra ti se publica,
               que atada a un escollo mueras


Tiembla


               --porque con esto confirma    
               que es la culpa de los padres
               la que nos ata y nos liga
               con la más fuerte cadena--,
               entregándote a las iras
               de aquesa marina foca    
               que hoy el mundo atemoriza.
               Sal de los jardines; deja 


Extremécese


               el palacio donde habitas. 
               Y pues aquesta sentencia,
               según presente justicia,    
               a todos toca escucharla,      
               a todos toca el cumplirla.           


Vase [MERCURIO]


ANDRÓMEDA:     ¡Yo, sí! Como hablar no puedo, 
               y pues de aliento me privan   
               mis penas, el corazón,      
               ya que no pronuncie, gima.
MUNDO:         Andrómeda, yo no puedo
               oponerme a las divinas
               sentencias; el Mundo soy      
               y estoy esperando un día    
               que una llama me consuma 
               o que un diluvio me rinda; 
               y así, Andrómeda, heredero 
               he de ser de tus desdichas.   
ANDRÓMEDA:     ¡Padre, señor!
MUNDO:                        Esto es fuerza.     
               El oro, las joyas ricas
               de que te adorné, me vuelve.
               Cuantas fueron de mí unidas,
               vuelvan a mí.


Quítaselas


ANDRÓMEDA:               Ved, mortales, 
               que el mundo, cuanto da, quita;    
               y son sus bienes prestados.
ALBEDRÍO:      ¿Que haya mujeres que pidan
               viendo que el mundo que corre
               es tan ruin que, a cualquier riña, 
               hay lo de "vengan mis joyas?" 
MUNDO:         Las tres, con esta acción misma,
               la id despojando de todas
               las galas que en ella brillan.
GRACIA:        La hermosura que te di,
               siendo original justicia,     
               pues que soy Gracia, me vuelve. 
               En este cristal te mira.


Pónele un espejo, pintada la muerte


ANDRÓMEDA:     No me le pongas delante,
               que el mirar me atemoriza, 
               trocados tantos claveles 
               y tantas rosas marchitas.
               Cadáver es mi hermosura;
               ya la veo. ¡Quita, quita!
               Y pues falta el edificio,
               no me hagas llorar la ruina.  
ALBEDRÍO:      Lo mismo ve aquella vieja
               cuando al espejo se mira,
               y no hace esos aspavientos
               por lo mejor que se pinta. 
CIENCIA:       Deja esas plumas que fueron   
               de tu vanidad altiva,
               supuesto que el aire ya
               las aja mas no las riza.


Quítaselas


ANDRÓMEDA:     Toma, Ignorancia, y pues fuiste 
               Ciencia, esas plumas aplica;  
               que ellas quizá te darán
               lo que ellas quizá te quitan.
ALBEDRÍO:      Conforme las emplease,
               que si las da a la Poesía
               sólo tendrá bueno...
CIENCIA:                           ¿Qué?   
ALBEDRÍO:      ...que no morirá de ahita.
INOCIENCIA:    Las galas de la Ignociencia
               ya es justo que no te sirvan.


Quítala el manto y, si pudiere, el vaquero,
y queda en cotilla y enaguas negras


ANDRÓMEDA:     Al verme desnuda, tengo 
               vergüenza yo de mí misma.   
ALBEDRÍO:      Tened desvergüenza, pues 
               con ella hay mil que se vistan.
MUNDO:         Desnuda naciste al mundo;
               y pues que desnuda espiras,
               así es razón [que] te entregue 
               al ministro que me envía
               a ejecutar la sentencia.
ANDRÓMEDA:     ¿Quién es?


Sale la MUERTE y, huyendo de ella, ANDRÓMEDA
se va hacia el peñasco, que siempre ha de haber estado
descubierto


MUERTE:                   Yo.
ANDRÓMEDA:               ¡Terrible vista!
               Huyendo de ti, este monte
               me tengo de echar encima.     
MUERTE:        Cuanto más huyas de mí,
               más te acercas; pues caminas
               al escollo que ha de ser
               sepulcro de tus cenizas;
               por que vean los mortales     
               que en vano de mí se libran,
               pues pisan hacia la muerte
               cualquiera paso que pisan.


Átala a una cadena que ha de tener el
escollo y adviértase que no se ha de atar las manos
atrás sino en unas argollas, la una levantada y la otra
baja


               Aquí quedarás atada
               con las cadenas impías 
               de tu culpa hasta que llegue
               la voraz bestia marina
               a quien en sangrientas aras
               la Muerte te sacrifica; 
               que yo no acabo contigo, 
               porque, en esta alegoría,
               no soy la muerte del cuerpo
               sino la del alma misma.
MUNDO:         ¡Qué pena!
CIENCIA:                 ¡Qué compasión!
GRACIA:        ¡Qué lástima!
INOCIENCIA:                 ¡Qué desdicha! 
ANDRÓMEDA:     ¡Padre, señor, no me dejes!
MUNDO:         ¿No reconoces, no miras
               que todo el mundo no basta
               a quien ya llegó a su línea?        


Vase [MUNDO]


ANDRÓMEDA:     ¡Gracia!
GRACIA:                  Si lo fuera yo,     
               ¡qué cierta fuera tu dicha!           



Vase [GRACIA]


ANDRÓMEDA:     ¡Inociencia!
INOCIENCIA:                 No lo soy.              


[Vase INOCIENCIA]


ANDRÓMEDA:     ¡Ciencia!
CIENCIA:                  Aunque como solía
               lo fuera, verás que no hay
               ciencia que al morir resista.       


[Vase CIENCIA]