La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

 

 

Chocolatinas
Francisco Rodríguez Criado
(España)

Me gustan las mujeres. Me encantan, pero no las comprendo.
Supongo que por eso me atraen tanto, por el morbo que te da ser
un auténtico desconocedor del sexo contrario. El otro día tuve en
mis manos un libro que hablaba de cómo conquistar a las mujeres.
Me hizo cierta gracia que alguien se crea con la suficiente
autoridad para escribir sobre ellas. Me gustaría encontrar la
fórmula mágica de la seducción, para poder tirarla por el retrete
del cuarto de baño. Os lo aseguro.
Mi amigo Iván es feliz. Conoció a su mujer en el Instituto,
se hicieron novios, y se casaron. Tienen dos niños, y una niñera.
Veranean en la costa 15 días en verano, se disfrazan en
Carnavales y ahorran para comprar una batidora, una tostadora, o
quizás otro televisor para la cocina. Ahora quieren hacerse con
un ordenador para poder llevar la cuenta de lo que ganan, lo que
gastan y el tiempo que tardarían en ahorrar el dinero suficiente
para comprar algo que no necesitan. Tienen dos coches, una moto,
una bici y un monopatín, y la mayoría de los días se van al
trabajo en metro, porque es más cómodo y rápido.
Desde que me separé de mi mujer me he quedado sin nada; ella
se quedó con el piso, el coche me lo robaron y mi dignidad la
perdí en una alcantarilla una noche de borrachera. Sólo tengo a
mi amigo. Más de una vez he dormido en su casa cuando el casero
me echaba por no pagar. Y también me dejaba su coche. Ultimamente
no; no le gustaba que condujera borracho. Pero más de una vez
tuvo que ir a recogerme si había bebido más de la cuenta. Luego
me metía en su cama, encendía la calefacción y programaba el
despertador con el tiempo suficiente para despertarme, tomarme un
café y volverme a meter en la cama (hay veces que pienso que
necesito yo más la niñera que los niños de Iván). Pero mi vida no
siempre ha sido así: no siempre he estado borracho y sin trabajo.
Antes trabajaba; era un borracho, pero trabajaba. Pero en el
Banco se cansaron de mí, y me echaron. Mi mujer también se cansó
de mí, y también me echó. Lo del Banco me dio igual. Lo de mi
mujer no. Yo estaba firmando en el Registro Civil los papeles del
divorcio, y me acordaba de cuando la conocí. Algunas veces dormía
conmigo, y yo me levantaba antes que ella. Y tengo recuerdos de
muchas tardes que volvía a casa y me encontraba chocolate encima
de la cama: bombones de chocolate, tabletas de chocolate,
pastelitos de chocolate… Si una mujer te regala chocolate un día
cualquiera es que está enamorada de ti. Eso es amor. Pero si te
regalan una corbata o flores el día de San Valentín o Reyes
Magos, no os creáis que es amor. Tan sólo os renuevan el
contrato. Ultimamente siempre le regalaba las mismas cosas:
colonia, un bolso o algo de bisutería. Yo no estaba enamorado de
ella, pera era una mujer que me daba mucho calor en la cama, y
eso es de agradecer (sobre todo en una casa sin calefacción). El
mismo día que firmé mi divorcio, firmé el principio del fin. No
quedaba nada de ese sentimiento que nos unió en el pasado. Nos
dijimos hola al entrar, y adiós al salir. Al final se quedó ella
con el piso, y yo en la calle (nunca pensé que el chocolate me
saliera tan caro). Iván siempre me aconsejó que no la dejara
escapar, que intentara volver con ella. Pero yo intenté
demostrarme a mí mismo que no dependía de nadie (lo único que
conseguí fue demostrar que nadie dependía de mí). A los pocos
meses se enrolló con un abogado, y poco más tarde él se fue a
vivir con ella (en mi piso). No sé si le regalará chocolate, pero
seguro que también le da el mismo calorcito que a mí en la cama.

Conocí a Carolina en la piscina un caluroso día de Agosto.
Por esa época no estaba con ninguna mujer, pero a decir verdad
tampoco me preocupaba. Hacía demasiado calor. En invierno es
diferente, hace frío y un hombre no puede estar solo. En aquellos
momentos tampoco me emborrachaba demasiado. Sólo de vez en
cuando. Iván me la presentó (a Carolina) y se quedó con nosotros
a tomar el sol. Resultó ser la prima de la niñera. No era una
chica guapa, ni tampoco tenía pinta de ser demasiado interesante,
pero era agradable conversar con ella. Es de este tipo de persona
con las que te puedas ahorrar las intranscendencias y hablar
directamente de temas personales. Había estado viviendo con un
empresario taurino, y habían cortado hacía unos meses (no me
atreví a preguntarles sin fue por un asunto de cuernos). La
familia de Iván se marchó y nos quedamos solos. Hablábamos y
hablábamos como si fuéramos a solucionar todos los problemas de
este mundo. Y sin saber por qué, estábamos una hora más tarde en
una terraza, tomándonos una cervezas. Luego la acompañé a su
casa, me invitó a tomar una copa y subí. Quince minutos de
indecisión, y nos fuimos a la cama (de esto sí sé el por qué).
Llevaba más de ocho meses sin estar con ninguna mujer, y cuando
parecía que el sexo femenino me había dado la espalda, allí
estaba yo, contemplando un techo desconocido de una casa
desconocida, palpando el calor corporal de una mujer desconocida.
Me pegué una ducha, me vestí y me despedí de ella con un simple
"nos vemos". Yo interpreté ese saludo como " cuando quieras estar
conmigo ya sabes, te pasas por la piscina, charlamos un rato y
nos vamos a la cama". Yo me planteaba si merecía la pena. Sabía
que ella no era gran cosa, pero tampoco tenía pinta de darme
muchos problemas. Estaba indeciso, pero tres días más tarde volví
a la misma piscina, y la encontré en el mismo sitio. Parecía
alegrarse mucho cuando me vio. Me senté a su lado, y durante una
hora tuvimos la conversación más insulsa de toda mi vida. No
hablamos de la noche que pasamos juntos, ni de su ex- novio, ni
de las chocolatinas que ya no me regalaba mi ex- mujer. Una vez
pasada esta hora cogió su bolsa, y sin darme opción a nada se
despidió de mí diciendo que se iba a casa a planchar toda la ropa
atrasada. Se fue, y me quedé contemplando cómo jugaban unos niños
en el agua. Dos horas más tarde entré en el bar que hay junto a
mi casa y me tomé cuatro vinitos. Luego me fui (yo también) a
planchar, aunque sólo fuese la oreja.

Encontré un trabajo de redactor en un periódico. No ganaba un
gran sueldo, pero estaba a gusto. Decidí que era un buen momento
de sentar la cabeza. Pagaba a primeros de mes a mi casero, Iván
no tenía que cuidar de mí, y llamaba "guapa" a todas mis
compañeras de trabajo (eran horrorosamente feas, todas, sin
excepción).
No se me olvidará jamás aquella noche de viernes. Habíamos
salido todos los empleados del periódico a cenar. Al final nos
quedamos 4 y nos metimos en un pub con fama de tener una
clientela femenina de primera. Y en una esquina de la barra se
encontraba una preciosa mujer, de unos 30, morena, ojos castaños
y mirada misteriosa. Fumaba y bebía whisky con cierto estilo a
cine negro de los 50. Mis dos colegas y yo no dejamos de hablar
de ella con cierta ingenuidad colegial, pero al mismo tiempo con
la picardía de unos viejos verdes. Ella nos miraba de reojo,
consciente de ser el centro de nuestra atención. Nos dio tiempo a
tomar una segunda copa, y la misteriosa mujer no se movía de su
asiento. Al final me propusieron una apuesta: una cena a que no
la conquistaba. Acepté. Entré en el Servicio, meé, me lavé las
manos, me miré en el espejo, me peiné un poco y salí al ruedo.
Tenía más miedo que vergüenza, y estuve a punto de rechazar la
proposición, pero al final me lancé. Me senté a su lado, pedí un
gin tonic al camarero, y le dije que invitara a otra copa a la
dama de mi parte. Me imaginaba la expresión de mis colegas. Les
estaba ofreciendo la oportunidad de ver una escena a lo Humphrey
Boggart, gratis, en vivo, y además les iba a invitar a una cena.
- Gracias, pero no suelo aceptar nada de un desconocido.
- Permítame presentarme. Me llamo Daniel. Soy redactor en un
periódico, y durante años trabajé en un Banco. Llevo un tiempo
observándola, tenía curiosidad de conocerla, y ... aquí estoy.
Ella le hizo un gesto de aprobación al camarero, que estuvo
escuchando mi parrafada esperando saber si debía de servir la
copa o no. El primer asalto estaba ganado.
- Tienes pinta de ser un buen tipo. ¿Estás casado?
- No. Divorciado. Mi ex mujer vive ahora con otro.
- Y ahora, ¿tienes novia?
- No. Estoy solo. De repente giró la cabeza y se quedó
mirando a mis amigos, que en ese momento estaban mirándonos,
riéndose.
- Y esos son tus amigos, ¿no?
- Sí.
- Supongo que estáis en una despedida de soltero o algo
parecido, y estás ahora mismo conmigo para ganar una apuesta. ¿Me
equivoco?
- No.
- Bésame.
- ¿Cómo?
- Bésame. ¿O no te gusto? Y la besé ante la mirada atónita de
mis colegas.
- ¿Vives solo?
- Sí.
- Llévame a tu casa. Quiero pasar esta noche contigo.
Me parecía todo una película. Tenía la sensación de que en
ese momento gritaría el director: - ¡Corten! Hay que repetir la
escena. Pero nadie dijo nada. Pagué las consumiciones, la agarré
de la mano y salí por la puerta mientras que seis ojos parecían
que iban a salirse de sus órbitas. Me hubiera gustado que mi ex
mujer hubiese estado allí. Ella, que decía que yo había perdido
mi encanto personal. (No sé si con eso insinuaba que alguna vez
lo tuve).
- ¿Cómo te llamas?, le pregunté en el coche.
- Da igual. No tengo nombre, no tengo edad, ni profesión.
Tampoco quiero saber nada de ti. Sólo quiero que me hagas el
amor, y mañana tú volverás a vivir tu vida y yo la mía.
Pues si esto no es una película, o es un sueño o me tocado el
gordo de Navidad, pensaba yo. Luego en el ascensor, nos besamos.
Yo la cogí por la cintura y le metí la mano por la espalda, y en
dos segundos le desabroché el cinturón, como si lo hubiese estado
ensayando durante toda mi vida.
Entramos en mi casa. Estaba un poco desordenada, pero una noche
es una noche. Nos tumbamos en la cama, y me eché encima de ella
con pasión (con voracidad, diría yo).
- ¿Por qué no llenas la bañera? Me gustaría darme un baño
contigo antes de hacerlo. Así lo hice. Y mientras, ella parecía
absorta en todo lo que había en el salón. Curioseó todos mis
libros, todos mis discos. Daba la impresión de que quisiera
conocerme a través de mis pertenencias.
- Me encanta este tipo.
- Sí. Es muy bonito.
Se refería a un hombrecillo de labios gruesos que tocaba el
contrabajo. Era una pequeña figura que compré en una tienda de
Antiguedades en Amsterdam. Yo estaba de pie, en la puerta del
cuarto de baño, observándola. Me gustaba, tenía estilo. No acaba
de entender demasiado esa historia.
- ¿Está llena la bañera?
- Sí .Y está calentita el agua.
- Metete dentro. Quiero que te acuerdes toda tu vida de esta
noche.
Ella apagó la luz del cuarto de baño y puso una vela
encendida encima de la alfombrilla que adorna el retrete. Luego
volvió a salir, y empezó a sonar uno de mis discos, "Lo mejor de
Sade", curiosamente uno de mis preferidos. Cerró la puerta del
cuarto de baño, y me dijo mientras me guiñaba un ojo:
- Vete preparando, que voy para allá. Buena música, agua
caliente, y una mujer hermosa. ¿Qué más puede pedir un hombre?
Pero "Your love is king" seguía sonando, y ella no entraba en la
bañera. Estará creando ambiente, pensé yo. Me entraron ganas de
llamarla, pero ni siquiera sabía su nombre. Y cuando se acabó la
canción, salí de la bañera y abrí la puerta sin hacer ruido,
intentando averiguar qué estaba haciendo. Pero no estaba haciendo
nada. Simplemente no estaba. No lo entendía. Después de un ligero
reconocimiento comprobé que en el salón no faltaba nada. Bueno,
no estaba ella, ni el negrito del contrabajo, ni el dinero que
tenía en mi cartera… pero por lo demás, no faltaba nada. Pero hay
que ser positivo en esta vida: buena música y agua caliente… ¿Qué
más puede pedir un hombre? Me volví a meter en la bañera y
escuché todo el disco. Luego me vestí, y sin peinarme bajé al bar
de abajo, me tomé cuatro vinitos y subí de nuevo a mi casa para
planchar la oreja, consciente de que el hombre es presa de su
destino…. y de las mujeres.
El lunes, en el trabajo, yo era el protagonista de la
jornada. Creo que a mis compañeros les hubiera gustado haber
publicado en el periódico: "Daniel Gomez, 30 años, divorciado, ex
alcohólico, ex empleado de Banco, ex enamorado, se liga una bella
mujer en un pub ante la atenta mirada de sus amigos. La seduce y
enamora en el tiempo que se tarda en freír dos huevos fritos". Si
mi mujer lo leyera, no me asociaría jamás con este tipo, ni
aunque pusieran mi segundo apellido y mi D.N.I. Me acosaron a
preguntas a la hora del almuerzo. Yo tan sólo les dije: "¿qué
queréis que os cuente? Apagamos la luz, encendimos una vela y
llenamos la bañera. Se me hizo todo muy corto. Y os puedo
asegurar que cuando se fue de mi casa, ésta ya no era la misma.
Era como si le faltara algo". Me miraban atónitos. Yo me reía de
ellos, y de mí. Tengo la sensación de que si les hubiera contado
la verdad (tampoco les mentí) se lo hubieran dicho a sus mujeres
esa misma noche, haciendo un inciso en su monótona vida. Y ellos
se reirían, y ellas también. Pero seguro que no les habrían dicho
que les habría gustado estar en mi pellejo cuando la besaba en el
pub. Ni que se fueron a casa ligeramente frustrados porque no
pudieron echar una canita al aire, para demostrarse a sí mismo y
a ciertas personas que aún eran alguien. Muchas veces vuelvo a
poner ese disco de Sade mientras me baño, y me imagino que no
estoy solo, y que hago el amor con una bella mujer. Luego me
visto, me despido de ella con un beso, no apasionado, pero
sincero, y no regreso a casa hasta horas más tarde, y cansado, me
voy a la cama, donde encuentro una chocolatina que sabe a gloria,
y huele a ella. Soñar es bonito, y además sé que eso jamás me lo
podrá robar ninguna mujer.

La vida es una autopista. Los hombres somos los coches que
vamos en una dirección y las mujeres los que vienen en sentido
contrario. Nunca coincidimos, a no ser en el corto espacio de
tiempo que pasas cuando paras en una gasolinera. El problema es
que yo llevaba un montón de tiempo sin echar gasolina, y eso me
estaba empezando a preocupar. Necesitaba una mujer que me llenara
el depósito. Iván tenía ganas de que sentara la cabeza, que me
casara y tuviera niños. De esa manera podríamos hacer una
barbacoa en su chalet algún domingo que otro. Invitaría a otros
matrimonios, y allí nos separaríamos los hombres de las mujeres.
Los hombres, para hablar de trabajo, sexo y fútbol, y las mujeres
para hablar del trabajo que les cuesta practicar sexo con
nosotros cuando hay fútbol. Iván no es un tipo demasiado
original, pero es mi amigo. Creo que es la mejor persona que
conozco. Se ha tirado años intentando presentarme a la mujer de
mi vida (es de los que creen en los milagros).
La última chica que me presentó se llamaba Erika. Era una
amiga de una prima suya. Me concertó una cita a ciegas con ella.
Quedamos un sábado por la tarde en un café. Ella tenía que llevar
una blusa rosa y yo camisa blanca y chaleco negro. Cuando llegué,
allí estaba, sentada en una mesa, tomándose un capucchino. Era 5
años más joven que yo (le pregunté su edad), y no estaba mal; era
rubia, más bien alta y delgada. No era una belleza de mujer, pero
tenía unos ojos muy expresivos, muy tiernos. Pasé unas horas
bastantes amenas con ella. Los fines de semana me agobian para
salir, porque hay mucha gente en todos los sitios, pero tanto
ella como yo decidimos evitarlos. Me gustaba, porque podíamos
enlazar una conversación con otra. No me apasionaba, pero me
encontraba a gusto. Ella era como esa revista del corazón que leo
mientras espero que me corten el pelo. No es que me interesen
demasiado, pero entretienen si estás solo. Y empezamos a salir.
Es lo que suelen hacer un hombre y una mujer cuando se aburren.
Luego se aburren de no aburrirse y cortan la relación esperando
encontrar otra persona con quien aburrirse, no sé si más, o
menos. (Esto es lo que yo llamo Literatura Subliminal). Con Erika
no corté, simplemente dejamos de salir, que es diferente (aunque
sea lo mismo). Nos veíamos a diario, pero un día no me llamó, ni
la llamé yo, y lo mismo sucedió al día siguiente. Supongo que
dejó pasar los días esperando que yo le demostrara hasta qué
punto tenía interés por ella. Y se lo demostré: 7 meses mas tarde
la telefoneé para pedirle un libro de Raymond Carver que era mío
y estaba en su casa. No me apetecía verla, pero era un libro que
me gustaba mucho y no quería desprenderme de él (aunque sólo
fuera por el trabajo que me costó robarlo). Quedé con ella y nos
tomamos un café ... y nos fuimos a la cama. Decidimos volver a
llamarnos al día siguiente: de eso hace dos años, y que yo
recuerde no tengo nada más que recoger en su casa. Lo malo de esa
relación era que no había química. Nos caíamos bien, y nos
teníamos cariño. Pero no discutíamos nunca, ni nos peleábamos, ni
nos acostábamos con otra gente, (y yo no estaba acostumbrado a
ese tipo de situaciones).

Mi amigo Iván se marchó. Le ofrecieron un puesto de
Subdirector en una sucursal del Banco en que trabajaba. Me
comentó que sería una estancia de dos años, y que al cabo de ese
tiempo volvería a Madrid. Al principio me llamaba semanalmente, e
incluso nos carteábamos, pero después de los cinco o seis
primeros meses dejó de llamarme y ni siquiera respondía a mis
cartas. Yo pensé que quizás estaría demasiado ocupado y como yo
también lo estaba (empecé a salir con otra chica; y con ésta más
que química era dinamita lo que había) estuvimos incomunicados
por algún tiempo. Pero ayer, cuando estaba en la ducha, recibí
una llamada suya. Me dijo que había vuelto, y quedamos para tomar
una copa. Yo había quedado con Dinamita Girl, pero la telefoneé
para aplazar la cita. Más tarde, cuando estaba con Iván me llevé
uno de los peores tragos de mi vida. Al principio intentaba
comportarse de manera habitual, pero después de veinte minutos
caí en la cuenta de que sólo hablábamos de mí, ningún comentario
sobre su mujer, ni los niños, ni el piso, ni la niñera. Me quedé
observándole mientras hablaba, y le pregunté:
- ¿Qué pasa?
- ¿A qué te refieres?
- Dímelo tú. Te conozco desde que tengo uso de razón. Eres mi
mejor amigo, y sé que te ocurre algo.
Él se calló y no dijo nada. Pidió otra copa, y tuve que
sacarle las palabras con un sacacorchos. Su mujer y él estaban en
trámites de divorcio. No se adaptaba a su nueva vida, y como Iván
estaba todo el día trabajando, empezó a sentirse sola, y se
apuntó a un gimnasio. Conoció a un hombre (se me olvidó
preguntarle si era abogado) y se enrollaron. Yo no podía dar
crédito a lo que estaba oyendo. Me sentí mal, peor incluso que si
me hubiera pasado a mí. Iván no ha nacido para tener desengaños
amorosos. De hecho ella es su primera novia. Pensó que era la
mujer de su vida y se casaron, y sé que ahora no podrá superarlo.
El no es como yo. Yo soy un cabeza loca, una persona que no podrá
tener una relación estable en la vida; lo sé y lo asumo. Cada vez
que conozco a una mujer siempre pienso qué es lo peor que me
puede pasar con ella, y en cierta manera estoy esperándolo. A
veces pienso que incluso me gusta sufrir. Pero no quiero verle
sufrir a él. Lo peor de todo es que pienso que mi forma de vida
es la idónea, porque si hasta un tipo tan extraordinario como
Iván tiene problemas para mantener una estabilidad sentimental,
¿a qué podemos aspirar gente como yo? Mientras le oía hablar
decidí que al día siguiente llamaría a mi chica para cortar con
ella. Por solidaridad, diría yo. Esa noche nos emborrachamos como
dos críos chicos, y acabamos en el bar que hay junto a mi casa
(el mismo de siempre) tomándonos la ultima ronda. Nunca le había
visto borracho (yo estaba acostumbrado a beber y más o menos
controlaba la situación). Luego le subí a mi casa, le acosté en
mi cama y encendí la calefacción. Me tumbé en el sofá del
comedor, y puse música tranquila a bajo volumen para no
despertarle. Me quedé mirando el salón, las estanterías, el
televisor apagado, las cortinas, el techo. Era como si me
sintiera extraño en mi propia casa, e incluso conmigo mismo. Al
cabo de una hora decidí entrar en la habitación donde dormía
Iván, y le observé durante tres o cuatro minutos. Y me fui de
nuevo al salón, y cogí unas chocolatinas que tengo guardadas en
un cajón del mueble. Después de comerme un par de ellas me quedé
observando los envoltorios. Hace ya un montón de tiempo que las
chocolatinas tan sólo me saben a eso, a chocolatinas. Y me consta
que cuando pasa eso, tu vida es una auténtica mierda.

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¿Ángeles... o demonios?
©1998 Fco. Rodríguez Criado
mailto: morrisvan@ctv.es volver a índice del número 8

 

 

 

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