La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

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La concepción
psicoanalítica del cuerpo(1)
¿Psicosomática o directamente psicoanálisis?
Luis Chiozza

1- EL CUERPO FÍSICO, EL CUERPO "BIOLÓGICO" Y EL CUERPO ¨ERÓGENO"

Para referirnos al cuerpo físico del hombre usamos habitualmente
sólo la palabra "cuerpo", que la física utiliza para designar
todo aquello que ocupa un lugar en el espacio. El lenguaje
popular, en cambio, lo denomina simplemente "físico". Las
expresiones "cuerpo erógeno" y "cuerpo biológico", que se
utilizan tan a menudo en nuestros días, suelen llevar implícitos
dos equívocos fundamentales que es conveniente examinar, ya que
constituyen la base sobre la cual se apoyan la mayoría de los
autores que se ocupan de la "interrelación psicosomática".

Quienes utilizan frecuentemente la expresión "cuerpo erógeno"
sostienen que se refieren con ella al "cuerpo del deseo", que
funciona como un símbolo investido de significación. Símbolo y
significado son conceptos ajenos a la idea de causalidad. Sin
embargo, al utilizar la expresión "cuerpo erógeno", – creada para
significar precisamente lo contrario: "un cuerpo que genera
Eros", es decir, un cuerpo que es la causa de la sexualidad – se
reintroduce nuevamente la causalidad que se intentaba trascender.

Con las palabras "cuerpo biológico", en cambio, habitualmente
unidas a la afirmación de que este cuerpo es "asimbólico", suele
designarse algo que, en rigor de verdad, está más cerca de ser el
cuerpo físico. La palabra "asimbólico", usada en este contexto,
quiere significar que si bien el cuerpo puede ser revestido por
una significación – otorgada por el psiquismo que "habita" ese
cuerpo o por un "observador exterior" – aquello que en el hombre
se manifiesta como "cuerpo biológico" es precisamente la parte
que no se ha realizado como una creación simbólica, sino por el
contrario como resultado o efecto de una causa antecedente que
opera mediante mecanismos.

Pero un uso semejante de la palabra "biológico" resulta, ya desde
el comienzo, objetable. La biología es la ciencia cuyo objeto es
la vida. La física, en cambio, sólo estudia en los cuerpos
animados aquellos aspectos que estos cuerpos comparten con los
inanimados. Por lo tanto, cuando nos referimos al cuerpo
biológico de un hombre, debemos tener claro que si bien allí
incluimos lo que nos enseñan la física y las ciencias que de ella
derivan, la palabra "biológico", usada correctamente, compromete
inevitablemente algo más (2).

Ese algo más no es la complejidad fisicoquímica de una estructura
o una función orgánicas en la sutileza de una influencia
endocrina o un mecanismo inmunitario o cibernético. Es
fundamentalmente y ante todo la esencia misma de aquello que le
otorga a un ser vivo su calificativo de animado, en otras
palabras: su cualidad psíquica. Esta cualidad, cuyo conocimiento
se resiste a los progresos de la física y la química que
fundamentan la fisiología, no es, en esencia, otra cosa que su
facultad simbólica, es decir, su capacidad de significar.

Me parece importante subrayar que si utilizamos expresiones tales
como "mecanismo de simbolización", debemos tener conciente que
allí el uso de la palabra "mecanismo" es metafórico y no alcanza
un valor semejante al que tiene en la expresión "mecanismo de
retroalimentación negativa", referida, por ejemplo, al control de
la tensión arterial a partir de su registro en el seno carotídeo.

El símbolo, dicho de un modo esquemático, es el representante de
un ausente (Langer, 1941). Dado que el carácter de ausencia surge
como operación de un recuerdo o deseo capaz de re-presentar a un
objeto que no se halla materialmente presente, tanto la creación
de un símbolo como su lectura implican necesariamente la
operación de un psiquismo.

Recordar, desear, simbolizar, transferir, comprender o
interpretar una significación, es decir establecer – sea de
manera acertada o errónea – la relación entre el símbolo y el
referente al cual alude, son, todas ellas, operaciones psíquicas
que, a su vez, definen la cualidad del psiquismo.

2- EL PARALELISMO PSICOFÍSICO

La mayor parte de los autores que se ocupan de la psicosomática
se basan, explícita o implícitamente, en los postulados del
llamado paralelismo psicofísico. El paralelismo psicofísico
plantea que existen estados de conciencia y procesos orgánicos y
que ambos se influyen recíprocamente. Desde este punto de vista
todo lo que llamamos psicológico aparece como el resultado del
funcionamiento de un aparato mental vinculado específicamente a
la existencia del cerebro, que el paralelismo considera "órgano
corporal y escenario" (Freud, 1940a [1938]*, pág 143) de nuestra
vida anímica.

Quienes, a partir de esas premisas, pretenden construir una
psicosomática psicoanalítica, insertarán, dentro de ese esquema,
al psiquismo inconciente, e introducirán la idea de la
psicogénesis de algunos trastornos somáticos, y de la
somatogénesis de algunas perturbaciones psíquicas. Sin embargo,
como veremos luego, una psicosomática que parte del paralelismo
psicofísico es antipsicoanalítica, porque contraría los
principios fundamentales del psicoanálisis, y porque malentiende
y mutila al concepto psicoanalítico de psiquismo inconciente.

Forma parte de la tesis del paralelismo psicofísico el sostener
que no todos los procesos somáticos "arrojan signos de su
existencia al aparato mental". Estoy utilizando aquí un lenguaje
que Freud usó ya en 1900 cuando, ocupándose de la interpretación
de los sueños, tuvo necesidad de oponerse a la idea, entonces
predominante, de que los sueños constituían el producto de una
actividad neuronal desordenada, propia de las horas de reposo,
que se anuncia mediante tales signos en el aparato psíquico.

3- LAS SERIES PSÍQUICAS

Es consabido que Freud consideraba que la interpretación de los
sueños era la vía regia del psicoanálisis. Creo que no debemos
confundirnos en esto. Lo importante no reside, a mi entender, en
que debemos privilegiar, durante la sesión psicoanalítica, la
interpretación de los sueños. Lo importante reside en comprender
que el haber descubierto que los sueños poseen un sentido, es el
proceso intelectual que otorgó, desde el comienzo mismo, su mayor
transparencia a la teoría psicoanalítica.

Hemos introducido aquí uno de los conceptos básicos del
psicoanálisis, el concepto de "sentido". ¿Qué quiere decir
"sentido"? Señalemos, por de pronto, que la palabra "sentido"
posee tres denotaciones o acepciones, en la primera de ellas es
sinónimo de significado, en la segunda es "lo que siento", es
decir un afecto, una emoción, en la tercera es "la dirección en
la cual me encamino".

Casi en la misma época en que publicó La interpretación de los
sueños (Freud, 1900a [1899]*), Freud escribió su Psicopatología
de la vida cotidiana (Freud, 1901b*). Esas dos obras le darán el
punto de apoyo, en sus Conferencias de introducción al
psicoanálisis (Freud, 1916-1917 [1915-1917]*), para mostrar la
existencia de lo inconciente desde la observación de fenómenos
normales. En la segunda de ellas, cuando se ocupa de los actos
fallidos, encontramos los elementos para definir lo que debe
entenderse por "sentido".

Los actos de término erróneo se presentan a la conciencia como
actos absurdos, como actos sin sentido, dentro de la serie
psíquica constituida por el conjunto de acciones que se encadenan
para cumplir con un propósito conciente. Ya sabemos lo que la
teoría psicoanalítica postula: el acto aparentemente absurdo, es
un acto pleno de sentido dentro de otra serie psíquica que
permanece inconciente, porque obedece a otro propósito, distinto,
que la conciencia rechaza.

Se introduce de este modo otro concepto fundamental del
psicoanálisis, el de series psíquicas. Una serie psíquica se
constituye con un conjunto coherente de representaciones que se
vinculan entre sí en función de una meta o finalidad determinada.
Se introduce también el concepto de series completas, "cerradas
en sí mismas" dirá Freud, y el de series incompletas, a las
cuales faltan algunos eslabones. El acto absurdo se constituye,
precisamente, porque los eslabones faltantes no nos permiten
integrarlo en una serie psíquica conciente (Freud, 1940a [1938]*,
pág 155).

Queda, así, definido lo que debemos entender por "sentido".
Habíamos visto ya que una de las acepciones de la palabra
"sentido" se refiere a la dirección hacia la que se orienta un
acto, lo cual equivale a una meta. El sentido de un acto, de un
pensamiento, o de una representación, queda establecido por su
pertenencia a una determinada serie psíquica.

Si quisiéramos, ahora, definir qué es lo que debemos entender por
"psíquico", deberíamos decir que lo que caracteriza su especie
es, precisamente, el estar dotado de sentido. En otras palabras:
el concepto de significado, irreductible a los términos de
cualquiera de las ciencias que derivan de la física, es la
propiedad esencial que utilizamos para delimitar el territorio de
lo que llamamos "psíquico".

4- LAS DOS HIPÓTESIS FUNDAMENTALES DEL PSICOANÁLISIS

Freud, en una de sus últimas obras, Esquema del psicoanálisis
(Freud, 1940a [1938]*, pág 139), escrita en 1938, y cuyo
propósito, según lo afirma en un breve prólogo, " ... es reunir
los principios del psicoanálisis y exponerlos, por así decir,
dogmáticamente – de la manera más concisa y en los términos más
inequívocos – ", sostiene que el psicoanálisis se apoya en dos
hipótesis que son fundamentales, y que, se articulan con dos
"cabos" o comienzos de nuestro saber acerca de la vida anímica.
Uno es el órgano corporal y escenario de ella, el encéfalo, o el
sistema nervioso, el otro nuestros actos de conciencia.

Esos dos comienzos de nuestro saber acerca de la vida anímica
son, como vemos, los postulados del paralelismo psicofísico.
Freud parte desde allí. Entre ambos puntos terminales, dirá,
carecemos de una referencia directa, y si tal referencia
existiera nos brindaría, a lo sumo, " ... una localización
precisa de los procesos de conciencia, sin contribuir en nada a
su inteligencia"(3) Freud, 1940a [1938]*, pág 143). Es un tema
que retoma en un manuscrito inconcluso, escrito pocos meses más
tarde: Algunas lecciones elementales sobre el psicoanálisis
(Freud, 1940b [1938]).

Tal como lo señala Strachey en su nota introductoria, el
Esquema... es un "curso de repaso" para estudiantes avanzados, en
el cual Freud presenta por última vez las ideas de las cuales fue
creador, y "tal vez en ningún otro sitio alcanza su estilo un
nivel más alto de compendiosidad y claridad"(4) (Freud, 1940a
[1938]*, pág 137).

Esas dos hipótesis fundamentales son, pues, las bases del
edificio teórico psicoanalítico, y el hecho de haberlo apoyado
únicamente en dos pilares, resalta de manera inequívoca la
importancia fundamental que cada uno de ellos posee (5)

5- LA PRIMERA HIPÓTESIS

La primera hipótesis consiste en que la vida anímica es la
función de un aparato que debe ser concebido como extenso. Se
introduce así en la teoría el concepto de un topos, un lugar. Más
allá del hecho, ampliamente conocido, de que ese lugar será
"llenado", en las páginas siguientes del Esquema ... con la
descripción de las instancias "ello", "yo" y "superyó", que
conforman lo que ha dado en llamarse "la segunda tópica", la
importancia fundamental de la primera hipótesis consiste en el
haber formulado la idea de un espacio psíquico.

Hemos insistido muchas veces en que la idea de un espacio
psíquico difiere de manera categórica de la idea física de
espacio. La física construye su idea de espacio a partir de la
noción de cuerpo perceptible. Espacio, para la física, es el
lugar que un cuerpo material ocupa desalojando, inexorablemente,
a otro. Se trata de un lugar que a veces puede ser únicamente
potencial y luego devenir actual, como ocurre, por ejemplo,
cuando introduciendo la mano entre las pleuras visceral y
parietal transformamos un espacio "virtual" en un espacio "real".
El espacio psíquico, en cambio, pertenece a una categoría muy
distinta. Se trata, ahora, de un espacio imaginario, metafórico,
de un espacio "matemático" que ni siquiera alcanza la cualidad de
potencial. Igualmente metafórico es designar a ese espacio como
si fuera interior, por oposición al mundo material al cual se
atribuye, entonces, la imaginaria cualidad de exterior.

Es natural que nos preguntemos, en este punto, de donde surgió la
necesidad teórica de postular, en psicoanálisis, la existencia de
un espacio psíquico, y por qué razón este postulado alcanza el
peso de constituir, en la opinión de Freud, la hipótesis primera.
¿Por qué no asignarle, por ejemplo, al concepto de psiquismo
inconciente, que forma parte de la segunda hipótesis, el carácter
de hipótesis primera? La reflexión más mínima nos coloca frente
al hecho, obvio, de que la postulación de las tres instancias de
la segunda tópica no es razón suficiente para justificar la
prioridad.

Debemos reparar en el hecho, esclarecedor, de que la postulación
de lo inconciente surgió a partir de la observación de un
fenómeno peculiar, que consiste en lo que llamamos "hacer
conciente lo inconciente".

Ya dijimos que cuando consideramos que un acontecimiento psíquico
particular, presente en nuestra conciencia – se trate de una
sensación, de un sentimiento, de un sueño, de una ocurrencia, o
de la percepción de un acto – es inexplicable, o absurdo, es
porque no encaja en la cadena de acontecimientos psíquicos
correspondientes al propósito conciente que forma parte de ese
estado de conciencia. Si descubrimos, de pronto, que abrigamos un
segundo propósito, dentro del cual cobra sentido el fenómeno
anteriormente absurdo, decimos que hemos hecho conciente algo
inconciente. Forma parte de esa afirmación el dar por sentado que
la serie encaminada hacia ese segundo propósito no dejaba de ser
psíquica por la circunstancia de no haber sido conciente.

Debemos reparar también en que Freud diferenció el hacer
conciente lo inconciente de la situación que se producía cuando
el médico, habiendo "descubierto" la serie correspondiente al
segundo propósito, y habiéndole comunicado su descubrimiento al
paciente, no lograba que se desarrollara en el enfermo otra
convicción, acerca de la existencia de ese segundo propósito, que
la que emergía del intelecto.

En ese caso, decía Freud, lo inconciente no ha penetrado en la
conciencia, sino que el conocimiento aportado por el médico, que
habita ahora en la conciencia del paciente, coexiste con el
propósito inconciente sin entrar en contacto con él. Citemos sus
propias palabras: " ... este contenido al comienzo está presente
en él en una fijación doble: una vez, dentro de la reconstrucción
conciente que ha escuchado, y, además, en su estado inconciente
originario. Luego, nuestro continuado empeño consigue ... que eso
inconciente le devenga conciente a él mismo, por obra de lo cual
las dos fijaciones pasan a coincidir."(Freud, (1940a [1938]*,
pág. 158).

Cae por su propio peso que, para conceptualizar las cosas de este
modo, Freud debía pensarlas a partir de la noción de espacio, ya
que una "doble inscripción" en dos estancias o provincias
separadas, lo conciente y lo inconciente, exigía la postulación,
previa, de un espacio psíquico, por más "metafórico" que ese
espacio fuera. No cabe duda entonces que la primera hipótesis es
necesaria para poder formular la segunda, que, como veremos,
postula que el psiquismo "verdadero" es inconciente.

6- LA SEGUNDA HIPÓTESIS

Freud parte del paralelismo psicofísico para afirmar que hay
acuerdo general en que los procesos conscientes no forman series
sin lagunas, de modo que los psicólogos se vieron forzados a
adoptar el supuesto de procesos físicos, o somáticos,
concomitantes de lo psíquico. Fue entonces necesario atribuir a
esos procesos somáticos una perfección mayor que la que
corresponde a las series psíquicas, pues no todos los procesos
somáticos tienen procesos conscientes paralelos.

En Algunas lecciones elementales del psicoanálisis Freud dirá: "
... la equiparación de lo anímico con lo conciente producía la
insatisfactoria consecuencia de desgarrar los procesos psíquicos
del nexo del acontecer universal, y así contraponerlos, como algo
ajeno, a todo lo otro. Pero esto no era aceptable, pues no se
podía ignorar por largo tiempo que los fenómenos psíquicos
dependen en alto grado de influjos corporales y a su vez ejercen
los más intensos efectos sobre procesos somáticos. Si el pensar
humano ha entrado alguna vez en un callejón sin salida, es este.
Para hallar una salida los filósofos debieron por lo menos
adoptar el supuesto de que existían procesos orgánicos paralelos
a los psíquicos conscientes, ordenados con respecto a ellos de
una manera difícil de explicar, que, según se suponía, mediaban
la acción recíproca entre "cuerpo y alma" y reinsertaban los
psíquico dentro de la ensambladura de la vida. Pero esta solución
seguía siendo insatisfactoria" (Freud, 1940b [1938]*, pág. 285).

Las razones por las cuales las hipótesis acerca de la relación
cuerpo-alma surgidas del paralelismo nunca fueron satisfactorias,
no son difíciles de imaginar. Podemos ejemplificarlas de manera
clara recurriendo a la existencia del famoso guión, tristemente
célebre, que separa, o pretende unir, ambas palabras. Dado que el
paralelismo sólo postula la existencia de dos "substancias"
ontológicas distintas, el cuerpo y el alma, carece de una tercera
para categorizar al guión. ¿Ha de extrañarnos entonces que cada
vez que se ha intentado describir "la interrelación
psicosomática" se haya recaído en la unilateralidad de una
descripción solamente física o solamente psicológica? El guión se
nos ha transformado, entonces, en un puente roto que a
permanecido siempre, verticalmente levantado, de manera inútil,
en una u otra orilla.

Freud sostiene que el psicoanálisis " ... se sustrajo de esta
dificultad contradiciendo con energía la igualación de lo
psíquico con lo conciente." (1940b [1938]*, pág. 285). En el
Esquema ... afirma que es necesario poner el acento, en
psicología, sobre esos procesos concomitantes, presuntamente
somáticos, reconocer en ellos a lo verdaderamente psíquico, lo
psíquico genuino, y buscar una apreciación diversa para los
procesos conscientes (1940a [1938]*, pág 155).

Ha postulado así, afirmando que lo psíquico genuino es
inconciente, lo que considera la segunda hipótesis fundamental
del psicoanálisis, acerca de la cual dirá : "No obstante que en
esta diferencia entre el psicoanálisis y la filosofía pareciera
tratarse sólo de un desdeñable problema de definición sobre si el
nombre de "psíquico" ha de darse a esto o a estotro, en realidad
ese paso ha cobrado una significatividad enorme" (Freud, 1940a
[1938]*, pág. 156). En efecto, reparemos en que la segunda
hipótesis es "más fundamental" que la primera, que le ha servido
de introducción, ya que contiene dos postulados cuya
"significatividad" no puede ponerse en duda.

El primero de esos dos postulados afirma que la conciencia es una
cualidad accesoria, "más a menudo ausente que presente", de lo
"verdaderamente psíquico", que, en su estado "natural", es
inconciente (1940b [1938]*, pág. 285). La conciencia no pertenece
a lo psíquico del mismo modo que la luz de una linterna no
pertenece a los contenidos de la habitación, a obscuras, que
ilumina.

El segundo sostiene, de manera implícita, que lo psíquico genuino
posee dos formas de presentarse a la conciencia. Una de ellas es
la que conocemos como lo psicológico conciente, la otra adquiere
la forma de procesos (los concomitantes presuntamente somáticos)
que sólo conscientemente son somáticos, ya que, inconcientemente,
constituyen precisamente eso que Freud llama lo psíquico genuino.

Vale la pena señalar, ahora, algunas implicancias que esclarecen,
de manera notable, los planteos básicos que condujeron a la
construcción del edificio teórico freudiano.

La primera, y tal vez la más significativa, es que el concepto
psicoanalítico de inconciente no sólo nace, sino que queda
indisolublemente ligado a una nueva postulación del problema de
la interrelación cuerpo-alma, que trasciende al paralelismo
psicofísico. No debería extrañarnos ¿Acaso carece de significado
el hecho de que el psicoanálisis ha nacido de la necesidad de
interpretar el sentido inconciente de los fenómenos somáticos que
se observaban en la histeria?

La segunda implicancia se encuentra en el hecho, importante, de
que la noción de series psíquicas conscientes incompletas,
utilizada ya en 1901 para comprender los actos de término
erróneo, será la que fundamentará, a un mismo tiempo, los dos
corolarios principales de la segunda hipótesis: 1- El psiquismo
es verdaderamente inconciente, la conciencia es un agregado
accesorio. 2- Llamamos somático al psiquismo inconciente cuando
penetra en la conciencia como un fenómeno material privado de su
significado inconciente.

Volvamos, una vez más, al concepto principal. Los procesos
fisiológicos, que forman series "somáticas" completas,
encaminadas teleológicamente hacia la finalidad de una función,
son, tal como lo afirma Freud, inconcientemente psíquicos.
Constituyen lo que él creador del psicoanálisis llama lo
verdaderamente psíquico o, también, lo psíquico genuino –
definido en función de su sentido–, ya que la conciencia es una
cualidad que muy pocas veces se le agrega.

Las conclusiones expuestas son las que nos han permitido afirmar
que no existe otra psicosomática psicoanalítica que el
psicoanálisis mismo, y que cualquiera de las postulaciones
psicosomáticas que parten del paralelismo son
antipsicoanalíticas, ya que contrarían los principios
fundamentales del psicoanálisis.

Hablar de un estatuto ontológico del cuerpo y del alma como dos
cosas separadas que necesitan una tercera que las vincule, es muy
diferente que decir que cuerpo y alma son dos maneras de "mirar"
a una realidad incognoscible que, cuando ignoramos su significado
inconciente, percibimos como cuerpo.

Tal como ocurrió con el Complejo de Edipo, ya prefigurado en
Sófocles, o en Shakespeare, la segunda hipótesis fue anticipada
por un poeta inglés, William Blake, que murió en 1827, pocos años
antes de que Freud naciera. Repitamos sus palabras: el hombre no
tiene un cuerpo distinto de su alma, porque lo que llamamos
cuerpo es un trozo de alma percibido por los cinco sentidos.

7- LA REPRESENTACIÓN DEL CUERPO

Nos hemos habituado a pensar, a partir de los postulados del
paralelismo, que existe una relación privilegiada entre la vida
psíquica y la función cerebral. No cabe duda de que las funciones
cerebrales mejor conocidas son condición necesaria para la
percepción conciente, pero, como veremos luego, el afirmar, como
lo hace la segunda hipótesis, que el psiquismo genuino es
inconciente, conduce hacia una concepción muy diferente.

Menos consabido, pero, no obstante, de una importancia extrema,
es el hecho de que la percepción conciente, cuyo "teatro de
acción" es el encéfalo, se acompaña de un fenómeno particular que
denominamos "sensación". Se trata, específicamente, de que,
además de reconocer lo que percibo, tengo "la sensación de
percibir" o, para decirlo mejor, de que "el que percibe soy yo".

Nicholas Humphrey ha dedicado un libro entero (Humphrey, 1993) a
la tesis de que es precisamente la sensación que acompaña a las
percepciones sensoriales el verdadero germen de la conciencia.
Una conciencia que es, al mismo tiempo, noticia del mundo y
autopercepción del Yo. En El yo y el ello Freud vuelve sobre una
idea que ya estaba presente en 1985 en su Proyecto de psicología
(1950a [1887-1902*]) – y que retoma en Más allá del principio del
placer (1920g*) –. Señala que " ... la conciencia es la
superficie del aparato anímico ... no sólo en el sentido de la
función, sino en el de la disección anatómica ..." (Freud,
1923b*, pág 21).

Las famosas palabras de Freud, "el yo es sobre todo una
esencia-cuerpo" (Freud, 1923b*, pág. 27), tan frecuentemente
citadas, no se refieren a la instancia psíquica que maneja las
funciones, se refieren a la imagen del cuerpo propio que también
llamamos "esquema corporal". Por este motivo continua diciendo: "
... no es sólo una esencia-superficie, sino, él mismo, la
proyección de una superficie. Si uno le busca una analogía
anatómica lo mejor es identificarlo con el homúnculo del encéfalo
... ".

Se trata, evidentemente, de la "proyección psíquica" de la
superficie del cuerpo. Otros dos párrafos de la misma obra
(Freud, 1923b*, pág. 27) muestran esa idea con claridad: 1- "El
cuerpo propio, y sobre todo su superficie, es un sitio del que
pueden partir simultáneamente percepciones internas y externas.
Es visto como un objeto otro, pero proporciona al tacto dos
clases de sensaciones, una de las cuales puede equivaler a una
percepción interna.". 2- "... el modo en que a raíz de
enfermedades dolorosas uno adquiere nueva noticia de sus órganos
es quizás arquetípico del modo en que uno llega en general a la
representación de su cuerpo propio".

Tanto lo que en los párrafos anteriores llamamos
"autopercepción", como lo que llamamos "percepción interna",
remiten a una "sensación" acerca de sí mismo que acompaña a la
percepción. Pero en uno y otro caso usamos la palabra
"percepción" en un sentido muy distinto del que adquiere cuando
nos referimos a la función de percibir al mundo, y hemos usado la
palabra "interna" en un sentido menos riguroso aún. Ya nos hemos
referido al hecho de que tenemos que empezar a liberarnos del
prejuicio de que lo psíquico esta "dentro del cuerpo", dentro de
la cabeza, o en algún otro lugar. La noción de espacio, cuando de
lo psíquico se trata, es una noción metafórica de un estatuto
teórico muy diferente al de la noción de espacio físico.

Nos percibimos en una frontera entre una imagen de nosotros
mismos y una imagen del mundo. Esa frontera cuyo mapa es lo que
denominamos "esquema corporal" es lo que hoy se llama una
interfase. Es el "lugar" de encuentro entre percepción y
sensación. La primera construye mi representación del mundo, y la
segunda mi autorepresentación, pero ambas son posibles justamente
gracias a esa interfase funcionante que constituye los límites
sin los cuales ningún mapa es posible.

8- LAS METAS PULSIONALES

Dijimos ya que, a partir del paralelismo, nos hemos acostumbrado
a pensar que existe una relación privilegiada entre el psiquismo
y la función cerebral. De hecho Freud (1920g*) "compara" a la
conciencia, en la cual se produce el encuentro entre las
percepciones del mundo y las sensaciones del cuerpo, con la
corteza cerebral, pero también sostiene que el sistema
percepción-conciencia "envuelve" a los otros sistemas psíquicos.

Hemos visto también que, cuando formula la segunda hipótesis,
sostiene que las funciones fisiológicas son la manera en que lo
psíquico genuino se presenta a la conciencia cuando el
significado de la función permanece inconciente. Decirlo de este
modo significa, ya, abandonar el paralelismo, porque no se trata
ahora de que la función fisiológica produce una pulsión que posee
"su" representante psíquico inconciente. Muy por el contrario, el
pretendido carácter somático de la función fisiológica proviene
de la ignorancia conciente de su significado inconciente.

Planteadas las cosas de ese modo lo somático y lo psíquico no son
dos existentes distintos, sino manifestaciones de una misma
medalla que posee dos caras. Medalla que será categorizada de una
u otra manera según cuál sea la cara que la conciencia ilumina.

Las funciones fisiológicas son acciones tendientes a un fin. Ese
fin, o telos, que constituye su justificación, o, si se quiere,
su "lógica", da lugar a una manera de pensar que en biología se
ha llamado "teleológica ". Si reparamos en el hecho de que la
noción de serie psíquica, y la de sentido o significado
inconciente, fue definida por Freud de la misma manera en que se
describe la meta de una función fisiológica, comprendemos la
verdadera magnitud de lo aseverado en la segunda hipótesis.

No se trata ya de sostener que la pulsión libidinosa se "apoya"
en la función de autoconservación, sino de que ambas comparten
una misma meta porque ambas son una y la misma cosa contemplada
desde dos ángulos distintos. Un cuerpo vivo no genera, entonces,
al psiquismo inconciente, sino que un cuerpo vivo es, en sí
mismo, psiquismo inconciente. Podemos decirlo de otro modo
sosteniendo que el psiquismo, cuando permanece inconciente, se
presenta a la percepción "bajo la forma" de un cuerpo.

No omitamos, sin embargo, señalar algo más. Los cuerpos vivos son
cuerpos animados, de modo que, cuando "sentimos" que un cuerpo –
que percibimos "físicamente" como tal – está vivo, es porque
intuitivamente le atribuimos alma, aunque ignoremos los
significados de su psiquismo inconciente.

Gracias a la segunda hipótesis comprendemos mejor otras
afirmaciones de la teoría freudiana que hemos utilizado, desde
hace ya muchos años (Chiozza, 1963a, 1976a, 1980a, 1995r [1993],
1995u ) (Chiozza, L y Green, 1992a [1989]) como pilares de
nuestra comprensión "psicosomática".

Comprendemos que pueden funcionar como zonas erógenas no sólo la
piel o las mucosas, sino también los órganos internos. En
realidad, dice Freud, todos y cada uno de los órganos (Freud,
1905 d*).

Comprendemos, a partir de allí, y del concepto freudiano acerca
de la hipocondría, que el paciente habla de un órgano particular
cuando ese mismo órgano "le habla" en un "lenguaje de órgano"
(Freud, 1915e*).

Comprendemos también que del examen de la meta de la pulsión se
pueda deducir su fuente (Freud, 1915c*), ya que la especificidad
que las vincula es la manifestación de una identidad.

Comprendemos además, en un mismo orden de ideas, que los afectos
sean actos motores justificados en la filogenia, y que adquieran,
en la vida individual, un valor equivalente al de ataques
histéricos universales y congénitos. Es esta última idea la que
nos ha permitido afirmar – a partir de la segunda hipótesis – que
los síntomas y signos, pretendidamente somáticos, son afectos
genuinamente psíquicos, deformados en la clave de inervación que
determina la cualidad de su descarga.

Gracias a la segunda hipótesis las distintas "piezas" de la
teoría van adquiriendo, como en un rompecabezas que comienza a
resolverse, mayor significatividad, y llegamos de este modo a la
conclusión más importante. Si el psiquismo inconciente se
constituye con el conjunto de las metas pulsionales, que
constituyen fantasías inconcientes específicas, y que son, desde
otro ángulo, el conjunto de las funciones fisiológicas, ya no
podemos sostener que el psiquismo inconciente, es decir, el
verdadero psiquismo, posee una vinculación predominante con las
funciones del encéfalo.

Es evidente que el psicoanálisis ha contribuido para esclarecer,
desde el psiquismo, las alteraciones del cuerpo, pero nos ha
llevado además a comprender, desde las funciones del cuerpo – y
no sólo del cerebro –, al psiquismo mismo. Una razón más para
afirmar, nuevamente, que una psicosomática psicoanalítica no es
otra cosa que el propio psicoanálisis.

Nos gusta repetir las palabras de Próspero: "estamos hechos de la
sustancia de la cual están hechos los sueños". ¿Se trata
"solamente" de una hermosa metáfora? Tal vez. La novedad
consiste, sin embargo, en que hoy, cuando un físico afirma que
somos un conjunto de átomos, tiene plena conciencia de que su
afirmación es tan metafórica como la frase de Próspero. O,
también, que la frase de Próspero es tan poco metafórica como la
suya. Dicho en otras palabras: más allá de lo que signifique la
palabra "efectivamente", somos efectivamente un conjunto de
historias, o de sueños, tan efectivamente como somos un conjunto
de átomos.

9- LA "OBSERVACIÓN" CLÍNICA DEL CUERPO

Si reflexionamos acerca de cómo se presenta el cuerpo del
paciente en el campo de trabajo de un psicoanalista, y partimos
de su campo de observación más específico, que es la sesión
psicoanalítica, podemos llegar a la conclusión esquemática de que
se presenta de cuatro maneras distintas: a- En el discurso del
paciente. b- En la percepción del psicoanalista. c- En las
sensaciones "somáticas" que experimenta el psicoanalista. d- En
los recuerdos del psicoanalista.

a- En el discurso del paciente

El objeto, el referente de ese discurso, es siempre una parte del
esquema corporal, de la representación del cuerpo.

El paciente puede hablar, en su discurso, del cuerpo que
recuerda. Puede decir, por ejemplo, "ayer me dolía el estómago y
me vi amarillo"; o también: "el médico me mostró una radiografía
de mi vesícula llena de cálculos". En estas palabras el paciente
esta hablando de un dolor latente, que no es actual – le dolía el
estómago – y de un color de la piel, o de una radiografía, que
están ausentes.

El paciente también puede hablar del cuerpo que siente. Puede
decir, por ejemplo, "me duele el estómago". Habla entonces de un
dolor actual. El "cuerpo" al cual se refiere, un esquema
corporal, en realidad, es el que llamamos cuerpo, o esquema
corporal, hipocondríaco.

Debemos recordar enseguida que el concepto psicoanalítico de
hipocondría es distinto al concepto psiquiátrico habitual. El
concepto psiquiátrico habitual pone el acento en el temor a la
enfermedad y en la ausencia de alteración material comprobable,
mientras que, para Freud, el "rasgo hipocondríaco" es una
disminución del umbral de la sensación somática. Un rasgo que, en
opinión de Freud, no es aventurado suponer presente en toda
neurosis, cualquiera sea su tipo. Cuando el paciente habla, por
lo tanto, del órgano que siente, habla de ese órgano en
particular porque ese órgano le "habla" en un lenguaje que Freud
llamó "lenguaje de órgano" o "lenguaje hipocondríaco".

Vemos pues que, en los dos casos que hemos considerado, el
paciente habla del cuerpo -o, mejor dicho, del esquema corporal–,
sea recordado o sentido, pero, en el segundo caso, hay una
actualidad. El paciente habla del órgano porque una disminución
del umbral, que constituye la hipocondría, determina que el
órgano le "hable", en ese mismo momento, por medio de la
sensación somática.

Por último, el paciente puede hablar del cuerpo que percibe.
Puede decir, por ejemplo, "estoy oyendo un ruido que debe ser de
mi intestino". Entre las múltiples maneras en que podemos hablar
del cuerpo que se percibe, elijo un borborigmo por una cualidad
especialmente interesante. Tan cierto es que el borborigmo suele
carecer de la actualidad de la sensación, y manifestarse sólo
como una presencia mediante la percepción auditiva, que por lo
general el paciente ignora si se origina en su vientre o en el de
alguna de las personas que lo rodean.

b- En la percepción del psicoanalista

Hablemos ahora del cuerpo que el psicoanalista percibe "en" el
paciente. (Por razones que quedarán mucho más claras al final de
estas palabras, me parece mejor decir "en" que decir "del"). Este
"tipo" de material, proveniente de una sesión de psicoanálisis,
siempre es elegido por el psicoanalista en virtud de la
contratransferencia. Estamos, ahora, frente a un caso particular
de la profunda pregunta de Bateson: "¿cómo hace la gente objetiva
para elegir las cuestiones sobre las cuales va a ser objetiva?"
El material sobreabunda, y es necesario elegir. Hay veces en que
el analista escucha lo que el paciente dice, hay otras en que
registra "cómo" el paciente dice, otras veces, en fin, mira lo
que al paciente le pasa, o los gestos con los cuales se expresa o
comunica.

Veamos, entonces, en primer lugar, el cuerpo que se manifiesta
como gesto que comunica un drama. Recordemos lo que decía Freud:
"Aquellos cuyos labios callan hablan con los dedos", y se refería
al bolsillo bivalvo de Dora, diciendo que Dora jugaba con ese
bolsillo en "una inconfundible exteriorización mímica de la
masturbación" (Freud, 1905e [1901]*, pág. 68).

La pregunta que, en aras de la brevedad, debo dejar aquí
planteada, porque, en última instancia, es el meollo del asunto,
es: ¿hasta donde un cambio corporal es un gesto, es decir,
constituye un lenguaje, sea expresivo o simbólico? ¿Qué tipo de
movimientos, qué tipo de alteraciones "corporales" vamos a llamar
"lenguaje"? Nadie ignora que esta cuestión motiva una
controversia que es fundamental. Cuando creemos haber encontrado
significaciones ocultas en nuestros semejantes, decimos, o
pensamos, que quienes no las registran son obtusos. Cuando, en
cambio, no las registramos, solemos decir, o pensar, que quienes
pretenden haberlas descubierto carecen de objetividad.

Hablamos del cuerpo que gesticula un drama. Hablemos ahora del
cuerpo que se manifiesta como un acto pleno de sentido.

En el cuerpo propio, cuando actúo, la mano que percibo como mía y
la mano, también mía, que uso para percibir, no fueron, en su
origen, una sola. El niño ha tenido que aprender que esas "dos"
manos son la misma. Hay un juego típico, infantil –"que linda
manito que tengo yo"– que testimonia la existencia de ese proceso
en el desarrollo cognositivo del niño. Hay una interfase entre la
mano que siento (cuando la meto en el bolsillo para buscar un
encendedor), con la cual percibo, y la mano que percibo. Ésta
última es una mano "secundaria", ya que he aprendido "más tarde"
que era mía. Durante mi formación médica ha culminado mi
aprendizaje de que es la mano "objetiva", la mano que puede tener
una alteración en la piel. Pero mi mano "verdadera", aquella con
la cual me relaciono de manera primordial, es, sin duda alguna,
la mano que meto en el bolsillo, una mano "subjetiva" que, de
modo apresurado, y en aras de la brevedad, podemos categorizar
como "psíquica", la mano intencional.

Sin embargo, de acuerdo con la segunda hipótesis fundamental del
psicoanálisis, planteada por Freud, las dos manos, en condiciones
normales, son la misma o, para decirlo mejor, funcionan "lejos"
de toda discriminación conciente. Cuando se mastica un caramelo
no se lo mastica "psíquicamente" ni "somáticamente", –tampoco se
lo mastica "psicosomáticamente"– en el acto entero, y conciente,
confluyen de manera natural la sensación, la percepción y el
recuerdo.

Dejemos esa cuestión ahora para añadir otro punto esencial en lo
que se refiere a los actos plenos de sentido. Ocurren actos
fallidos. No nos gusta, aún siendo psicoanalistas veteranos, que
nos señalen un acto de término erróneo, puesto que, si lo hemos
cometido, era precisamente por mantener algo reprimido. Si quiero
decir "Freud" y digo "Bion", prefiero creer que se trata de una
equivocación sin importancia, aun sabiendo, sin lugar a dudas,
que el error "casual" tiene un sentido.

Si en el momento de entrar en un salón tropezara en el umbral,
podría decir que se trata de un acto de término erróneo en cuanto
a mi propósito de ingresar a ese salón. Tampoco solemos dudar,
aquí, de la legitimidad de una interpretación semejante. Si,
mientras estoy hablando, tomo un sorbo de agua, y comienzo a
toser, porque una parte del agua "equivocó" su vía, ¿es un acto
fallido o no lo es?

La cuestión que se plantea en este punto es, nuevamente, una
cuestión fundamental. ¿Hasta donde la alteración de una función
puede ser considerada como un acto, de término erróneo, pleno de
sentido? ¿Un espasmo del esófago es un acto de término erróneo?
¿Tiene un sentido o no lo tiene? ¿Posee un significado
inconciente un espasmo del colédoco? ¿Lo posee una
trombocitopenia?

Podemos repetir, en este punto, los argumentos que Freud utilizó
para defender su interpretación de la histeria. Cuando se trata
de descifrar un jeroglífico es necesario tratar al objeto de
estudio con el método apropiado para comprender su lenguaje.
Cuando, utilizando los métodos apropiados, investigamos en los
trastornos de las funciones corporales, nos encontramos con un
nuevo panorama de actos inconcientes, de término erróneo, plenos
de sentido, muchos de los cuales se acompañan de una permanente
alteración de la forma.

En el cuerpo ajeno vemos la expresión y las lágrimas del llanto,
el rubor de la vergüenza, la palidez del miedo. Podemos tal vez
equivocarnos, pero no demasiado. La vergüenza es un estado
anímico que percibimos, que "vemos a través" de una alteración
corporal como, por ejemplo, el rubor de la cara.

La percepción "corporal" de otros estados anímicos no se
manifiesta, sin embargo, a nuestra conciencia, de una manera tan
clara. Pero los usos del lenguaje conservan expresiones que
perduran precisamente porque consignan lo que sabemos de manera
inconciente y nos muestran que, como ocurre con una erupción
volcánica, ese conocimiento ha aflorado, ocasionalmente, en
distintos pretéritos. El dicho popular sostiene, por ejemplo, que
la envidia "pone verde". A pesar que no solamente lo repetimos
cotidianamente, –y contribuimos de este modo a su justificada
perduración– sino que lo utilizamos inconcientemente para ver la
envidia en la cara del prójimo, tendemos a considerarlo como una
figura del lenguaje, muy distante del conocimiento científico.

Otra vez, en este punto, se abre una cuestión fundamental. ¿Hasta
donde podemos acompañar, con nuestra conciencia científica
tranquila, estas exploraciones? Podríamos formularlo así: ¿Hasta
donde el cambio corporal posee significado como la expresión de
un estado anímico, y como sustituto de otro estado que ese estado
actual representa o simboliza?

Hemos hablado del cuerpo del paciente percibido por el
psicoanalista. Puede verlo pálido, y puede pensar entonces que su
paciente está anémico o, tal vez, que esta asustado. También lo
puede ver moviéndose, realizando actos que adquieren el
significado de las llamadas "actuaciones", hasta el extremo de
privar al analista de su presencia, hablando por teléfono y
ausentando su cuerpo. Sin embargo lo esencial radica, aquí, en
otro punto que retomaremos luego. El cuerpo percibido solamente
impresiona como cuerpo en la medida que lo ignoramos como signo,
o como símbolo, de un estado anímico. Cuando, siguiendo a Freud,
decimos que el cuerpo "se mezcla en la conversación"(6) queremos
significar, precisamente, el momento inicial de nuestra
comprensión, el momento en el cual el cuerpo, recuperando su
significado anímico, pierde su categoría de enigma corporal.
¿Diríamos acaso que el paciente que llora nos enfrenta en la
sesión psicoanalítica con un fenómeno corporal?

c- En las sensaciones "somáticas" que experimenta el
psicoanalista

Ocupémonos ahora del cuerpo del paciente sentido por el
psicoanalista. Tales sensaciones, en la medida en que queremos
utilizarlas para comprender al paciente, pueden ser vistas,
siempre, como productos de una contratransferencia actual. El
analista, por ejemplo, siente nauseas, o un dolor precordial. En
la medida que interprete lo que sucede "en su cuerpo" como un
producto de su vínculo con el paciente durante la sesión en
curso, tenderá a considerar lo que ocurre como un material
"corporal" que "proviene" del paciente. Vale también para este
caso lo que hemos dicho acerca de la percepción del cuerpo del
paciente, pero la perentoriedad que reclama la interpretación,
determinada por la actualidad de la contratransferencia, que
puede ser muy penosa, es mayor. Solo la interpretación que
deshace la pretendida "corporeidad asimbólica" del fenómeno y
restablece el sentido de las nauseas o la precordialgia como
contratransferencias "anímicas", disuelve el sesgo hipocondríaco
de las vivencias del psicoanalista.

d- En los recuerdos del psicoanalista

Por último debemos considerar al cuerpo del paciente recordado
por el psicoanalista. En la medida en que queremos utilizar tales
recuerdos para comprender al paciente podemos contemplarlos,
siempre, como una contratransferencia que, bajo la forma de una
ocurrencia, responde al material del paciente. El analista, por
ejemplo, recuerda, repentinamente, la palidez del paciente, o la
cianosis que ha visto en sus uñas, y sabemos que no las recuerda
por casualidad.

Cabe señalar ahora lo que la teoría psicoanalítica postula
inequívocamente: cuando un recuerdo penetra en la conciencia lo
hace porque se presta adecuadamente para ocultar y, al mismo
tiempo, representar al presente. Lo oculta porque es un símbolo
que difiere del referente al cual alude, lo representa porque es
un símbolo que conserva un ligamen específico con el referente
que oculta.

Llegamos así nuevamente, de una manera aún más diáfana, a la
misma cuestión, el fenómeno corporal recordado por el
psicoanalista se "mezcla en la conversación", y al hacerlo, se
integra de manera natural como parte de un drama que el paciente
oculta. Un drama que nos conduce a "percibir" a una persona "en"
un cuerpo, y a interpretar cada una de sus alteraciones
"somáticas" como otros tantos "movimientos" del alma.

Notas

(1) Participación realizada en una mesa redonda que se llevó a
cabo durante el Simposio de la Asociación Psicoanalítica
Argentina (APA), el día 4 de noviembre de 1995; en Revista de
Psicoanálisis, número especial internacional, Nº 4, APA, Buenos
Aires 1995, pág. 74-101; Psychoanalysis in Argentina, Asociación
Psicoanalítica Argentina, Buenos Aires, 1997, pág. 117-137; Del
afecto a la afección, Luis Chiozza, Alianza Editorial, Buenos
Aires, 1997, pág. 337-358; Cuerpo, afecto y lenguaje (Tercera
Edición), Luis Chiozza, Alianza Editorial, Buenos Aires, 1998,
pág. 337-357.

(2) Ortega ha señalado que los griegos utilizaban dos palabras
diferentes para referirse a la vida: "bios" y "zoe". La palabra
"bios" aludía a la vida considerada "desde adentro", tal como
cada uno experimenta la propia. "Zoe", en cambio, se refería a la
vida contemplada "desde afuera", como se contempla la conducta de
un organismo vivo. A partir de este punto Ortega sostiene que la
disciplina llamada "Biología" debería llamarse "Zoología", por el
tipo de pensamiento que la fundamenta y por la manera en que se
ejerce.

(3) Es precisamente esto lo que ha ocurrido con todos los
trabajos que, pretendiendo contribuir al esclarecimiento de la
relación psique-soma, se han limitado a señalar, por ejemplo, que
el hipotálamo "interviene" en la configuración del mundo
emocional.

(4) Bernardo Houssay, premio Nobel de fisiología, solía decir que
aunque los médicos logran muchas veces ser útiles, de algún modo,
a sus pacientes, suelen saber muy poco de fisiología. No podemos
dejar de reparar en el hecho de que, con el psicoanálisis, está
ocurriendo lo mismo. Creo que la inmensa cantidad de
psicoterapeutas que ignoran los principios fundamentales del
psicoanálisis puede lograr, de todos modos, y muchas veces,
ayudar a sus pacientes. No me cabe duda, sin embargo, de que su
desconocimiento contribuye para que se responsabilice
injustificadamente al psicoanálisis por fracasos terapéuticos, y
por limitaciones teóricas, que no le pertenecen.

(5) El psicoanálisis, como la fisiología, es una ciencia que
necesita ser aprendida de una manera rigurosa y solvente. Nada
tengo que decir en contra de quien no quiera aprenderla, pero lo
que hoy ocurre, dentro y fuera del "mundo" psicoanalítico, me
parece abusivo, ya que la inmensa mayoría de los que hablan en
nombre del psicoanálisis no parecen tener conciencia de que
ignoran o contradicen sus principios fundamentales.

(6) Hemos encontrado en Gaarder (1994) una descripción muy
lograda del carácter auditivo de la cultura semítica, en lugar
del carácter visual de la cultura indoeuropea. No podemos
introducirnos aquí en alas interesantes consideraciones a las
cuales conduce el hecho de que el pensamiento se desarrolle a
partir de los órganos sensoriales "distales", el oído y la vista.
Tampoco podemos ocuparnos de relacionarlo con las diferentes
concepciones que sustentan, en el griego y en el hebreo, la
actividad de "averiguar" la "verdad". No debemos dejar de
mencionar, sin embargo, el hecho, pletórico de repercusiones
conceptuales, de que la primera hipótesis, ligada a la idea de un
espacio psíquico, es el producto de un pensamiento visual, y que
la segunda, sustentada en el concepto de series psíquicas – que
es un análogo de la sucesión cronológica típica de un discurso
verbal, es el producto de un pensamiento auditivo.

(7) Freud habla de la "respuesta" (mitsprechen) del síntoma
(1895d*, pág. 301)


http://www.acheronta.org
[Revista Acheronta]
Número 8 - Diciembre 1998

 

 

 

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