Agustín Moreto

 

Primero es la honra

 


PERSONAS
EL REY DE SICILIA.
FEDERICO.
EL MARQUÉS.
EL ALMIRANTE, viejo.
LA REINA.
PORCIA.
LAURA, criada, graciosa.
TORREZNO, criado, gracioso.
CELIA, criada.
CLAVELA, criada.
FENISA, criada.
DAMAS. -CRIADOS
MÚSICOS.

La escena es en Palermo.

Jornada primera.

Calle-Noche.
ESCENA I
EL REY, EL MARQUÉS, MÚSICOS
REY. Marqués, ya estáis enfadoso;
quien me viene a acompañar,
no me viene a aconsejar.
MARQUÉS. Sin ser, Señor, sospechoso
puedes lograr tu deseo;
que no le está bien a un rey,
que es custodia de la ley,
publicar un galanteo
de una hija de un almirante,
a quien Sicilia pregona
que, debe más tu corona
que el cielo al nombre de Atlante.
Y este recato, Señor,
que mi advertencia te mueve,
más a la Reina se debe
que al respeto de su honor,
pues siendo en la sucesión
de Nápoles heredera,
por ella Sicilia espera
destos dos reinos la unión;
y cuando acuerdo tan sabio
no se deba a esta ventura,
Te merece su hermosura
el recato del agravio.
REY. Sólo por eso lo siento;
pero es tal mi ceguedad,
que arrastra mi voluntad
a todo mi entendimiento.
Ya veo la estimación
que debo a mi esposa bella;
Mas ¿he de dejar por ella
abrasar mi corazón?
Ya veo que al Almirante
debo conforme amistad,
amor, fineza y lealtad,
siendo en mi reino el Atlante;
mas si Porcia es mi homicida,
¿Cómo quieres que en sus ojos
prefiera yo sus enojos
al peligro de mi vida?
Mil noches aquí he venido
a verla osado y resuelto,
y sin conseguirlo, he vuelto
desesperado y corrido;
y así, estoy determinado
a que pasees la calle
con la música, por dalle
ocasión a su cuidado.
Aquí retirarme intento;
cantad sin hacer reparos;
que si ella sale a escucharos
con verla estaré contento.
MARQUÉS. Si ya estás determinado,
no te quiero replicar.
REY. Pasando podéis cantar,
mientras yo estoy retirado.
MÚSICA. Salid, hermosos luceros,
que de las luces del alba
tenéis las veces en Porcia,
cuando nace en sus; ventanas.

ESCENA II.
FEDERICO Y TORREZNO, con espadas y broquetes. -DICHOS.
TORREZNO. ¿Musiquita en nuestra calle,
señor?
FEDERICO. Algo me ha inquietado,
aunque es vano mi cuidado;
porque ¿quién puede estorballe
a la ociosa juventud
de la corte este ejercicio,
que con señales de vicio,
suele a veces ser virtud?
TORREZNO Si esto es virtud y agasajo,
y a tu dama se le aplica,
será una virtud que pica.
FEDERICO ¿Cuál es esa?
TORREZNO. La del ajo.
FEDERICO. ¿Quién quieres que a Porcia bella
mire, siendo yo su amante,
y mi tío el Almirante
quiere casarme con ella?
TORREZNO. Conozcámoslos muy bien;
ven, que así te satisfaces.
FEDERICO. Tente, Torrezno; ¿qué haces?
TORREZNO. Echar mano a la sartén.
MARQUÉS (Al Rey)
Señor, allí se han parado
a oír.
REY ¿Qué importa? Cantad,
y la calle pasead
sin recelo y sin cuidado.
MÚSICA. El sol de los bellos ojos
de la noche a la mañana
sopla la luz del que ausente,
vencido de Porcia falta.
FEDERICO. ¿Qué escucho?
TORREZNO. ¡Oh músico astuto!
Embistamos.
FEDERICO. ¡Ay de mí!
TORREZNO. Quien de Porcia cantó aquí
ha mentido, si no es Bruto.
FEDERICO. ¿Quién va?
TORREZNO. Venga quien viniere;
¿Agora estás preguntando,
cuando estoy yo reventando?
Caballero, sea quien fuere...
MARQUÉS. Cantad.
TORREZNO. Tú lo cantarás;
y tú abrirás un garguero,
que te cante por enero
Como gato.
MARQUÉS. Cantad más.
MÚSICA. Fénix del sol es la muerte,
pues le logra la distancia.
FEDERICO. A tan soberbia arrogancia
se castiga desta suerte.
(Sacan las espadas).
REY. Morirán, viven los cielos,
pues sacaron las espadas.
(Éntranse todos por un lado, riñendo, y salen por otro).

Calle. -Zaguán de la casa del Almirante.
ESCENA III
EL ALMIRANTE, CRIADOS, con luces. -DICHOS.
TORREZNO. A ellos, Señor, estocadas
como quien hace buñuelos.
ALMIRANTE. (Dentro).
Luces criados. ¿Aquí
espadas?
TORREZNO. Ea, gallinas.
MARQUÉS. Ah Señor, ¿qué determinas?
que sacan luz.
REY. Ven tras mí.
(Vase con el Marqués y los músicos, y al pasar por delante del zaguán, salen los
criados
con hachas encendidas).
ALMIRANTE. (Al salir).
¿Quién va? Tened las espadas.
FEDERICO. (Aparte).
¡El Rey fue, cielo divino!
ALMIRANTE. Pues Federico, sobrino,
¿a mi puerta cuchilladas?
Entra adentro.
FEDERICO. (Aparte a Torrezno).
¡Ah amor tirano!
De la luz al resplandor
Conocí al Rey.
TORREZNO. Yo al olor,
porque olía a franchipano.
(Entran por una puerta, y salen por otra).

Habitación en la casa del Almirante.
ESCENA IV.
EL ALMIRANTE, CRIADOS; FEDERICO, TORREZNO.
ALMIRANTE. (A los criados, que se retiran).
Retiráos. -Di lo que pasa,
Federico; ¿qué has tenido?
FEDERICO. Señor, algún atrevido,
que al decoro desta casa
perdiendo estaba el respeto.
ALMIRANTE. ¿Cómo?
FEDERICO. Dando a sus balcones
Música en necias canciones.
ALMIRANTE. Tú hiciste necio conecto,
porque esta casa por ley,
siendo la de un almirante,
en decoro, semejante
es al palacio del Rey;
y el que lo mira discreto,
más que un exceso ha de hallar
antes que llegue a pensar
que la pierden el respeto.
Pensarlo es juicio liviano,
porque canten a un balcón;
que no ofende la intención
donde no puede la mano.
En otra casa no ignoro
que ofensa el cantar sería,
no, Federico, en la mía,
guardada de mi decoro;
que quien porque eso ha sentido
forma en su casa querella,
presume que hay riesgo en ella
por donde ser ofendido.
Mira tú, el respeto dando
a mi casa que se debe,
si eres tú quien se te atreva
o los que estaban cantando.
TORREZNO. Buena dotrina, por Dios,
con lo que cantando estaban.
ALMIRANTE. Pues ¿qué era lo que cantaban?
TORREZNO. Uno a uno, y dos a dos.
ALMIRANTE. ¿Qué decía?
TORREZNO. Linda quimera,
y a Porcia.
ALMIRANTE. ¿A Porcia señalas?
TORREZNO. Sí, Señor, y en coplas malas;
que malo a ser buenas, fuera;
y hacer a tina dama bella
un galán, lleno de amor,
malas coplas, es peor
que torear mal por ella.
FEDERICO. No soy yo tan desatento,
que errar pude esa atención.
TORREZNO. Digo que tuvo razón;
que es esto ya atrevimiento.
ALMIRANTE. Federico, aun siendo así,
no has hecho bien, si el castigo
malograste; entra conmigo.
Pero Porcia viene aquí.

ESCENA V
PORCIA, LAURA. -EL ALMIRANTE, FEDERICO, TORREZNO.
PORCIA. Padre y señor, con cuidado
me ha tenido aquel rumor;
mas ¡qué miro! ¿sin color
Federico, y tan turbado?
FEDERICO. (Aparte).
Ya no miro como amante
a Porcia en tantos recelos;
agora siento mis celos,
que está la causa delante.
PORCIA. Señor, ¿qué rumor ha habido
aquí esta noche?
ALMIRANTE. Hija mía,
Alguna necia porfía
de mis criados ha sido;
para tu cuidado es nada,
pues saber te importa más
que mañana quedarás
con Federico casada.
PORCIA. Pues, Señor, ¿cómo?
ALMIRANTE. En ti es ley
obedecer y callar
y en mí el irlo a efectuar,
pidiendo licencia al Rey.
(Vase).

ESCENA VI
PORCIA, LAURA, FEDERICO, TORREZNO.
LAURA. Señora, albricias te pido.
PORCIA. Laura, tendrás las mejores,
pues por dártelas mayores
se las pido a Federico.
FEDERICO. ¡Ay de mí!
PORCIA. ¿Cómo, Señor?
Primo, pues ¿tú suspirando,
cuando yo estoy esperando
parabienes de tu amor?
TORREZNO. (Aparte).
Esto es como la casada,
que viéndole con desdén,
pidió al novio el parabién
y era que estaba preñada.
PORCIA. Pues ¿qué es esto, Federico?
¿Tú enmudeces, cuando loca
tan justo placer me tiene?
¿Tú suspenso?
TORREZNO. Sí, Señora,
suspenso e irregular.
PORCIA. ¿Irregular? ¿de qué forma?
TORREZNO. Porque ha andado a cuchilladas,
con un hombre de corona.
PORCIA. ¿Qué ha sido esto, Federico?
FEDERICO. Pluguiera a los cielos, Porcia,
que yo hubiera enmudecido
antes que tan dolorosas
voces y quejas saliesen
del corazón a la boca.
Porcia, mi amor acabó,
y su llama abrasadora,
o la apagó helado soplo,
o se consumió a sí propia.
Que se apagó dije; miento,
que antes ya más poderosa
crece en mí para tormento
la que ardió para lisonja.
El efecto solamente
te he dicho de mi congoja,
no la causa, que ella misma
da a entender que no la ignoras:
porque el Rey, Porcia, en tu calle
con música escandalosa,
que en sus canciones tu nombre
por más fineza pregona,
no viniera ni intentara
escándalos tan a costa
de tu fama, a no tener
favores que le ocasionan.
Amante que se publica
sus posesiones blasona;
que el que en desprecios pretende,
con el recato soborna.
Tú, Porcia, tú y tus favores
le llaman y le provocan;
tu letra es; mas no presumas
que es esto queja, Señora,
que yo no puedo tenerla
sino de mi suerte corta,
pues tú aciertas tu fortuna,
aunque yerras la victoria.
Porque aunque sea en desprecio
del amor que me apasiona,
negar no puedo que ha sido
cuerda elección, y aun forzosa,
dejar la rústica flor
por el clavel, que corona
de olorosas majestades
la púrpura de sus hojas.
El clavel, Porcia, es el Rey,
yo la flor humilde y tosca,
que solo nació a ser una
entre el vulgo de las otras.
En él brinda a que le elijan
aquella encendida pompa,
que en ámbares carmesíes
vierte el carmín que le adorno.
A mí me humilla un matiz
tan pálido, que aun no cobra
mas color con la vergüenza
de ver que por él me arrojan.
La mejor tu mano elige,
mi estrella pierde por poca,
el Rey te gana por grande,
y tú quedas más dichosa.
Lógrale pues, y a mi tío
propón tú la causa ahora
que más conveniente sea
para excusar nuestras bodas.
Pues dándote la palabra
de que mi labio no rompa
las cláusulas del silencio,
que a tan grave caso importa,
yo vendré en cuanto dijeres,
aunque me culpes, Señora,
añadiendo esta fineza
para remate de todas,
que aunque no sea agradecida,
poco, entre tantos, importa
que esta por última siga
la desdicha de las otras.
Solo siento que en mi pena
no merece a mi congoja
tu desagradecimiento
el tierno llanto que llora.
No te debo este dolor;
pero aunque así lo conozca,
sin darte queja de ingrata
de falsa ni de alevoso,
solo iré a llorar mi suerte.
Vierta pues la ardiente copia
de lágrimas y suspiros
que ya en el pecho me ahogan:
que aunque más que a ti, los debo
a tan mal gastadas horas,
yo los daré al mar y al viento;
cóbrelos el que le toca.
(Hace que se va).
PORCIA. Federico, aguarda, espera.
(Ap. ¡Ay cielos! cuán a mi costa
me ha salido la fineza
de haber callado hasta ahora
El amor del Rey, pues dél
me resulta una deshonra).
Vuelve, Federico, escucha.
FEDERICO. ¿Qué es lo que me quieres, Porcia?
TORREZNO. Antes no te quiere nada;
que ese es el pleito.
PORCIA. ¿Qué sombras,
qué ilusiones, qué apariencias
son estas que te apasionan?
FEDERICO. La sombra, Porcia, es mi amor,
la apariencia fue su gloria;
que estar el Rey en la calle
no fue apariencia ni sombra.
PORCIA. ¿Qué rey, Señor?
TORREZNO. El de espadas;
que pensó venir de copas,
y sobre mí puso bastos.
LAURA. ¿El Rey sobre ti?
TORREZNO. En persona.
LAURA. ¿Tú viste al Rey?
TORREZNO. Y al caballo;
y si sales tú, a la sota,
y había una tercia real.
PORCIA. Federico, quien te enoja
puede ser que sea tu antojo,
tu aprensión o tu memoria;
porque ni yo sé del Rey,
ni si ciego me enamora,
ni si músicas me ha dado;
que mi atención está sola
en tu amor, a quien el alma
ha tantos años que adora
como amante y como dueño,
y con suerte tan dichosa,
que es de mi amante precepto
lo que es del alma lisonja.
FEDERICO. Eso sí, niégalo todo;
claro está que tú lo ignoras:
porque un Rey enamorado,
y que la calle te ronda,
y que tu nombre publica
en canciones amorosas,
no es para que tú lo sepas,
ni es posible que lo oigas,
cantándolo a tus balcones.
¡Viven los cielos, Señora,
que harás que me desespere,
si pretendéis, cautelosa,
que en una traición tan clara
piense yo que tú la ignoras!
PORCIA. ¿Qué quiere decir traición?
Señor, el labio reporta,
que echas a perder la queja
si en el decoro me tocas.
FEDERICO Pues ¿no es traición el negarlo?
Quien niega una queja toda,
supone que en lo que niega
hay delito que le toca.
PORCIA. Y cuando yo lo supiera,
¿es consecuencia forzosa,
que porque el Rey me festeje,
mi pecho le corresponda?
¿No pudiera ser saberlo,
y callarlo quien te adora;
siendo fineza, y no culpa,
excusarte una zozobra?
¿Ha habido mujer alguna
que por ser atenta, loca
a quien quiere bien le diga
que otro galán la enamora?
Es buena satisfacción
he quererle el darle, a costa
del dolor de verte triste,
a su amante una congoja?
¿No puedo ser yo quien soy,
sin que tú el riesgo conozcas?
¿He menester yo tu pena
para defender mi honra?
Y cuando nada en mi abono
mi decoro aquí suponga,
y a mí me quieras, hacer
mujer común como todas,
cuanto puedes pensar es
que admito al Rey, y engañosa
quiero casarme contigo,
para encubrir mi deshonra.
¿Puedes pensar más de mí?
Pues mira si esto conforma
con darme música el Rey
y hacerme infamia notoria.
¿Puedo ser tan necia yo,
cuando a engañarte me ponga,
que un escándalo permita,
que mi liviandad pregona?
No, Federico, no cabe;
que no es mi razón tan poca
que has de suponerme necia,
ya que libre me supongas,
y pues no puede ser eso,
y el mismo indicio te informa
que implica con tu sospecha,
véte, Federico, ahora,
y advierte que si en tu vida
mirarme a los ojos osas,
has de hallar del basilisco
en su vista la ponzoña.
(Hace que se va).
FEDERICO. Señora, Porcia, mi dueño,
escucha, espera; que tomas
de un delito, que es fineza,
la venganza muy costosa.
Aguarda.
PORCIA. ¿Qué he de aguardar?
TORREZNO. ¿Ven aquí ustedes? Erróla,
y ahora la pide trocada,
FEDERICO. Si hallo un rey que te enamora,
si a mí en méritos me falta
lo que a él en poder le sobra...
PORCIA. ¿Qué es que me enamora un rey?
Pues eso, Señor, ¿qué importa,
para pensar tú de mí
que, habiendo de ser tu esposa,
puedo yo corresponderle?
Porque él me, quiera, ¿es forzosa
la liviandad en mi pecho,
y en su empeño la victoria?
¿Mi albedrío está en su intento?
O yo puedo por mí sola
obrar bien y mal, o no:
si puedo, es sentencia loca
dar por hecho en mí el delito
sólo porque él me enamora;
si no puedo y se gobierna
mi voluntad por la otra,
no soy yo quien te comete.
Quéjate de quien te enoja.
FEDERICO. Ya veo, Porcia, que erré;
mi desconfianza propia
es tanta como mi amor;
yerro fue della, perdona.
PORCIA. Luego estás ya de mi amor
satisfecho?
TORREZNO. Sí, señora,
Satisfecho, mas no harto.
FEDERICO. La razón es poderosa.
PORCIA. Ah, sí. ¿que fue la razón
quien te ha vencido? Bien doras
el yerro de la sospecha;
pues ¿no fuera más airosa
fineza que tú le dieras
a mi fe aquesta victoria
que a la razón, Federico?
FEDERICO. Siendo ella tuya, ¿qué importa?
PORCIA. Pues pídele a la razón
que te favorezca ahora.
TORREZNO. Ea, fulleros de amor,
que os dais con la retirona,
si esto ha de parar en bien,
para qué son carantoñas?
Dáos las manos, porque acabe
esta cena en pepitoria.
Ea, Señora...
PORCIA. No quiero.
TORREZNO. Ese es cabe, golpe en bola.
FEDERICO. ¿Que no queréis, Porcia?
PORCIA. No.
FEDERICO. ¡Cómo en el rendido corta
la espada!
PORCIA Si eso confiesas,
los brazos y el alma toma. (Abrázale).
FEDERICO. En ellos te doy la mía.
TORREZNO. Aquí paz, y después olla.
FEDERICO. Porcia, a asistir a mi tío
voy a palacio.
PORCIA. ¡Qué corta
es la vida del contento!
FEDERICO. ¿Quejaste?
PORCIA. No; que es forzosa
obligación.
FEDERICO. Pues licencia
Te pido.
PORCIA. Tú te la toma;
basta que yo ponga el cuello
sin el cuchillo.
FEDERICO. ¿Te enojas?
PORCIA. Sentimiento hay sin enojo.
FEDERICO. Presto, volveré, Señora.
PORCIA. ¿Vas sin susto?
FEDERICO. Voy temiendo...
PORCIA. ¿A quién?
FEDERICO. A un rey que te adora.
PORCIA. Eso es no fiar de mí.
FEDERICO. Su poder es quien me asombra.
PORCIA. Pues ¿qué puede?
FEDERICO. Ser tirano.
PORCIA. Conmigo no puede.
FEDERICO. ¡Ay Porcia!
PORCIA ¿No has creído que soy tuya?
FEDERICO. Pues ¿de qué vivo yo ahora?
PORCIA. Véte pues.
FEDERICO. De amor voy cierto.
(Vase).
PORCIA. Lo demás a mí me toca.
(Vase).

ESCENA VII
LAURA, TORREZNO.
TORREZNO. ¡Lindo par de huevos frescos!
¿Qué digo, señora hermosa?
LAURA. Laura me llaman.
TORREZNO. Ya sé
que eres Laura la inventora,
y sé que eres alcarreña,
y sé que eres socarrona.
LAURA. Mucho sabes.
TORREZNO. Soy Torrezno.
LAURA. Y en fin, ¿qué quieres ahora?
TORREZNO. Ser tuyo.
LAURA. Y ¿qué me darás?
TORREZNO. Concierto ante todas cosas.
En seis años un vestido:
por pascua un jubón, la ropa
otra Pascua, la basquiña
otra, el guardapiés en otra;
otra el calzado, otra el manto,
para que las tape todas.
LAURA. Pues ¿no es mejor todo junto?
TORREZNO. Guarda; que las hembras todas,
en pescándole a uno cuanto
puede dar, dicen a roga.
LAURA. ¡Ay, que seré yo tu esclava
si me das vestido!
TORREZNO. ¡Ay boba!
Que he leído yo a Quevedo,
y sé que las socarronas
son como el perro.
LAURA. Pues ¿qué
tiene el perro?
TORREZNO. Punto en boca.
Un perro junto a una mesa
con vista está tan devota,
que le cuenta los bocados
a su amo y si le arroja
un bocado, se le engulle
sin mascar, y luego torna
a su atención de hito en hito.
Échale otro, y de la forma
se le traga que el primero,
y vuelve luego a la nota;
que dándole poco a poco
se está la comida toda
sin faltar de allí un instante.
Mas si el amo está de gorja
y le arroja un panecillo,
entre los dientes le toma,
y dando un brinco, se zafa,
y en todo el día no torna:
Verbi gracia...
LAURA. Hermano mío,
quien tanto sabe, a Bolonia.
TORREZNO. Entre bobos anda el juego.
LAURA. Anda, chulo.
TORREZNO. Anda, peonza.
(Vanse).

Sala del palacio
ESCENA VIII
LA REINA, EL ALMIRANTE, MÚSICOS.
MÚSICA. Así Vireno culpa
la desgraciada Olimpa,
cantando sus finezas,
llorando sus desdichas.
(Vanse los músicos a una seña de la Reina).
ALMIRANTE. Señora, vuestra alteza
de su pasión reprima
la pena, y no la esfuerce
su injusta tiranía.
REINA. ¡Ay Almirante! ¡ay padre!
Que ya la pena mía,
como de padre, en vos
su alivio solicita
ya rompe en mi silencio
el coto de la orilla,
el mar de mi congoja
donde el alma peligra.
De Nápoles princesa,
a reina de Sicilia
me trajo vuestra mano,
mas la elección fue mía;
que cuando por alivio
os busco en mis fatigas,
no os quiero hacer la causa
de lo que en mí es desdicha.
Logré alegre en mi esposo
las primeras caricias,
mas como de quien eran
duró en mí la alegría;
que de los desdichados
se deja hallar la dicha,
y viene más colmada
por matar más perdida.
Desde aquellas finezas,
que acaso eran fingidas,
espero las segundas
y aun menos mal sería
vivir con esperanza;
que su entereza esquiva,
por si este era consuelo,
también ya me la quita.
Del Aries a los Peces
su curso el sol termina,
sin que yo al dulce lecho
le mereciese un día.
Cuando estoy a sus ojos
me agravia con la vista,
pues para más tormento
me ven y no me miran.
Si quiero hablar quejosa,
lo advierte y se retira,
y aun antes de escucharla
la queja me castiga.
Si lloro, más le ofendo,
si callo, no se obliga,
ni el tolerar merece,
ni el padecer lastima.
Ni aun me vale el retiro,
pues cuando dél me libra,
le veo en mi memoria
con la dureza misma.
Llorando el sol me deje,
y el alba al sol imita,
la aurora me consuela,
que me hace compañía.
Ni ve día ni noche
mi amor con luz distinta;
que en mí son siempre iguales
las noches y los días.
Dese jardín las plantas
amanecen floridas,
y a puro llanto mío,
anochecen marchitas.
Mirando en mis pesares
valor que los resista,
cansada de la queja,
me quejo de la vida.
No os pido yo, Almirante,
remedio a mi desdicha;
que sé que no ha de darle
mi estrella vengativa.
A que veáis que tengo
razón mi pena aspira
¡triste del pecho a quien
tan poco bien te alivia!
ALMIRANTE. Aseguro, Señora,
que al oír vuestra queja,
vuestro dolor me deja
tan ofendido agora,
que al buscar el remedio,
aunque muera por vos, no temo el medio.
Y por mí mismo os digo,
pues me toca el agravio,
que no atará mi labio
el temor del castigo;
que ya violencias vanas
No amenazan peligro en estas canas.
Vuestra alteza su llanto
reprima, gran señora;
no pierda lo que llora
quien ha sufrido tanto;
que es mozo el Rey, y ha errado
inadvertido o mal aconsejado
REINA. Pues ¿qué enmienda habrá agora,
si es amor, por más pena,
quien de mí le enajena?
ALMIRANTE. ¿Sabéislo vos, Señora?
REINA. Eso es lo que yo lloro.
ALMIRANTE. Y ¿sabéis vos a quién?
REINA La causa ignoro.
(Ap. Mayor hiciera el daño
si le dijese agora
que es Porcia a quien adora;
mas puede ser engaño,
y mal averiguada,
no es para mí una queja tan pesada).
ALMIRANTE. Pues válgaos la esperanza,
Señora, del consuelo,
cuando a mí deste duelo
tanta parte me alcanza,
que todo medio tiene.
REINA. Ningún alivio a mi dolor conviene;
sólo uno lo sería,
que vos me habéis negado:
a Porcia he deseado
ver.
ALMIRANTE. No pasará el día
sin que la mano os bese:
y hoy, porque más venturas interese,
casarla he prometido;
y la ocasión convida
a que licencia os pida
cuando al Rey se la pido.
REINA. (Ap. ¡Qué es lo que escucho, cielos!
Ocasión tengo de saber mis celos).
Yo me alegro, Almirante,
que la tengáis casada,
que de bien empleada
es indicio bastante;
pero la diligencia
me ceded de pedir al Rey licencia.
ALMIRANTE. Es colmarme de honores.
Mas el Rey... Aquí espero
a hablarle.
REINA. Yo no quiero
Aumentar mis temores.
ALMIRANTE. Pues ¿cómo autor se aleja?
REINA. Es por no dar más causas a la queja.
(Vase).

ESCENA XX.
EL REY. EL MARQUÉS. -EL ALMIRANTE
REY. Marqués, esto no es posible;
que es sólo amor mi deseo,
porque ardor tan imposible
como el que en mi pecho veo,
sin duda es mal más terrible.
MARQUÉS. (Ap. al Rey).
Disimula tu dolor,
Señor, porque está delante
El Almirante.
REY. ¡Ay amor!
Yo estoy rendido a su ardor,
y no es posible.- ¿Almirante?
ALMIRANTE. Gran señor.
REY. Hoy he sabido
una nueva, que me ha dado
cuidado.
ALMIRANTE. Pues ¿de qué ha sido?
REY. Que el pueblo se ha levantado
en Mecina.
ALMIRANTE. Ya he tenido
yo el aviso, gran Señor,
y el remedio se previene;
mas no asustó mi valor,
porque otro riesgo hay mayor,
que vuestra corona tiene.
REY ¿Riesgo? ¿qué decís? Hablad.
ALMIRANTE. Y grave.
REY. De declararos
Con más presteza acabad.
ALMIRANTE. Solo, Señor, he de hablaros.
REY. ¿Marqués?
MARQUÉS Señor.
REY. Despejad.
(Vase el Marqués).

ESCENA X
EL REY, EL ALMIRANTE.
REY. Decid.
ALMIRANTE. Si se le ha de dar
su lugar a la razón,
vos no podéis ignorar
que el mayor riesgo es faltar
un rey a su obligación.
Vos, Señor, se la tenéis
de la Reina a la persona.
Tanto, que bien conocéis
que a su mano le debéis
la quietud de la corona.
Nápoles, que pretensión
a aqueste reino tenía,
os la cedió por su unión,
dejando en la sucesión
unida esta monarquía.
Y debiendo tanto amor
a la Reina y su decoro,
vos divertido, Señor...;
mas yo supondré el error,
advertid que no lo ignoro.
Y aunque a mi oído llegó,
notad que no os le repito,
que un vasallo, aun como yo,
nunca a su rey repitió
sin libertad un delito.
Si sabe esta sinrazón
Nápoles, y osados vienen,
¿qué hará su resolución,
si al derecho que ellos tienen
le añadís esta razón?
Y cuando este riesgo quiera
despreciar vuestro valor,
¿Sicilia no os reprimiera
por el amor con que espera
de vos digno sucesor?
Y si empeño tan forzoso
no os mueve, que es desventura,
¿como olvidáis, riguroso,
la deuda de su hermosura
y la obligación de esposo?
Si este yerro a cometelle
os ha obligado el tener
otro gusto, al poseelle,
¿Dejaréis vos de tenelle
por no dárselo a entender?
Si os ofende mi osadía,
mi cabeza a vuestra diestra
ofrezco con alegría;
pero sabed que en la mía
cortáis mucho de la vuestra.
REY. (Ap. Con temor le he estado oyendo,
porque ya tuve creído.
Que, como mi mal, supiera
la causa de mi martirio).
Almirante, ya que vos
sabéis este yerro mío,
os quiero dar el descargo
como a juez de mi delito;
esto es por satisfaceros,
porque tengáis entendido
que os respondo como a padre
y os escuché como amigo.
Yo me casé enamorado
de una beldad, cuyo hechizo,
para disculparlo todo,
me dejó sin albedrío.
Bien sabéis vos que al casarme
lo resistí, y que vos mismo,
por conveniencia del reino,
me llevasteis al peligro.
Yo hallé en mi esposa las prendas
que vos veis y yo publico;
que la razón arrastrada
no quita el uso al sentido.
Mas aunque así lo conozco,
cada instante que imagino
que es la nube que me estorba
el sol cuyos rayos sigo,
es para mi pecho un áspid,
a la vista un basilisco;
y como si fuera cierto,
huyo en ella mi peligro.
Reconociendo mi error.
Varios remedios me aplico;
procuro olvidar la causa,
y es el daño a quien olvido;
que es el olvido cobarde,
y como huye de mi alivio,
le hallo más lejos de mí
cuanto más hacia él camino.
Almirante, yo no hallo
remedio a los males míos,
sino es morir, porque veo
que un imposible conquisto.
Yo estoy sin mí, yo no mando
mi razón, yo no la rijo;
poder superior me arrastra,
sin ser dueño de mí mismo.
Yo perdí el entendimiento,
y a mi voluntad me rindo;
y mirad si estoy sin mí,
pues esto a vos os he dicho.
ALMIRANTE ¡Válgame el cielo! ¿Es posible,
Señor, que os hayáis rendido
a una pasión que tan poco
os debisteis al principio?
Pues tantos riesgos...
REY. ¿Qué riesgos?
¿Es alguno más que el mío?
¿Puede cuidar del ajeno
quien muere de su peligro?
Almirante, esta pasión
no es pasión, sino delirio;
yo me muero, yo me abraso,
esto es fuerza del destino;
Yo pierdo...
ALMIRANTE. Señor, templáos;
¿vos descompuesto? El delito
no es el mal, sino el remedio
mal aplicado al peligro.
Ya el delito os aconsejo:
que de dos males precisos,
El menor. -¿Quién es la causa?
REY. No puedo, pues no os lo digo.
(Ap. ¡Ay Porcia! Yo he estado loco,
pues así me precipito).
Almirante, aquesta llama
tiene diferentes visos
cada instante; yo estoy ciego,
y más reportado, os digo
que procuraré vencerme
por vos y lo que os estimo,
y no hablemos más en esto.
(Ap. Precipitarme he temido).
ALMIRANTE. (Ap. ¿Qué enigmas pueden ser estas?
¡Válgame el cielo divino!)
La Reina viene, Señor.
REY. Pues yo de aquí me retiro.
ALMIRANTE. Mirad que viene mi hija,
y su alteza ha de pediros
una merced para ella.
REY. (Aparte)
No he de poder encubrirlo.

ESCENA XI
LA REINA, PORCIA, FEDERICO, TORREZNO, DAMAS. -DICHOS.
REINA. (Ap A averiguar voy mis celos
temiendo lo que averiguo).
Señor, para agradecer
a Porcia el haber venido
a verme, os vengo a pedir
una merced.
REY. Justa ha sido.
REINA (Aparte)
De ella no aparta los ojos;
ya di un paso en el indicio.
FEDERICO. (Ap. a Torrezno).
¿Mira el Rey a Porcia?
TORREZNO Al sesgo;
mas parece de hito en hito
gato que acecha ratón.
REY. Y ¿cuál la merced ha sido?
REINA. Licencia para casarla
con Federico, su primo.
REY. (Ap. ¡Qué es lo que he escuchado, cielos!
¿Con quién decís?
ALMIRANTE. Mi sobrino.
(Ap. Parece que el Rey lo extraña).
REINA. (Aparte)
Todo el color ha perdido;
ya hay otro testigo más.
FEDERICO (Ap. a Torrezno).
Mi vida en su boca miro.
TORREZNO. Si, ya te tiene entre dientes.
ALMIRANTE. Yo Señor, también os pido
esta merced.
REY. (Ap. ¡Sin mí estoy!
Ya es sin remedio el peligro).
Y ¿con quién quieres casarla?
ALMIRANTE. Pues ya, Señor, ¿no os he dicho
que con mi sobrino?
REY. (Ap. ¡Ay, cielos!)
Pues ¿quién es vuestro sobrino?
(Ap. ¡Notable empeño!)
FEDERICO. Yo soy.
ALMIRANTE. Mi sobrino es Federico,
que el ser hijo de mi hermano
le hace desta dicha digno!
TORREZNO. (Ap. a Federico).
Mira si estás en su boca,
pues tragarte no ha podido.
PORCIA. (Aparte)
¡Cielos, temiendo que el Rey
haga empeño de impedirlo,
estoy temblando a sus ojos!
REINA. Yo esta merced os suplico.
REY. No la puedo yo negar;
pero tengo a Federico
empeñado en otra empresa,
y al Almirante, su tío,
más digna de su valor;
y no querrán ellos mismos
que, teniendo alborotado
mi reino, y siendo preciso
su brazo para este empeño,
falte a esta empresa su brío.
Ni yo quiero que este riesgo
turbe el justo regocijo
que se debe a tales bodas.
Almirante, Federico,
Mecina se ha levantado,
y de vuestro valor fío
el sosiego de aquel reino;
tratad luego de partiros.
Sus bodas después, Señora,
se harán sin este peligro,
que por ahora las dilata.
FEDERICO. Y mi espada irá a serviros.
Que es en mí el primer empeño.
ALMIRANTE. Y yo la merced estimo
tanto, que desde palacio
tomaré luego el camino.
(Ap. Mas será con un temor
de dejar acá un peligro,
que del Rey veo en los ojos).
REINA. Señor, pues tan justa ha sido
la dilación de las bodas,
para después os admito
la licencia, que agradezco.
(Ap. Ya mi desengaño he visto).
Ven, Porcia. (Vase con las damas).
PORCIA. ¡Yo voy sin alma!
REY Por vos, Señora, he sentido
la ocasión de dilatarlo.
PORCIA. Yo, Señor, sin albedrío
estoy para esos efectos.
REY. Decoro es vuestro; mas digo...
(Ap. ¡Cielos, que no me reporte
la majestad ni el peligro!)
PORCIA. Guarde el cielo a vuestra alteza. (Vase)
REY. (Aparte).
¿Para qué, si no es contigo? (Vase)

ESCENA XII
EL ALMIRANTE, FEDERICO, TORREZNO.
ALMIRANTE. Federico, a partir luego.
FEDERICO. (Aparte).
¡Cielos, sin alma respiro!
ALMIRANTE. Vamos pues; ¿qué te suspende?
FEDERICO. Señor, el Rey...
ALMIRANTE. ¿Qué has temido?
FEDERICO. Que de Porcia...
ALMIRANTE. ¿Qué, qué dices?
Cierra el labio, Federico.
FEDERICO. Yo pienso...
ALMIRANTE. No pienses nada.
Y si piensas atrevido,
piensa que Porcia es mi hija;
que lo demás es delirio. (Vase)
FEDERICO. Válgame el riesgo a que voy.
TORREZNO. Este rey está muy fino.

Jornada segunda.

Sala en casa del Almirante.
ESCENA PRIMERA.
EL REY Y EL MARQUÉS, embozados; TORREZNO, con una luz y la espada desnuda.
TORREZNO. Nadie de aquí ha de pasar,
que su peligro no intente.
REY. ¡Que un pícaro sea valiente!
MARQUÉS. Mirad que habemos de entrar.
TORREZNO. Por la punta...
MARQUÉS. Pues a vos
¿Qué os importa?
TORREZNO. El ser criado
Leal y haberme dejado
por guarda aquí contra voz.
Mi amo, celoso y amante,
anhelando fama y gloria,
le va a dar una vitoria
a su tío el Almirante.
Y así, el que entrar o salir
quiere aquí aunque me atropelle,
no sólo he de conocelle,
más también me ha de decir
quién es y quién fue su padre
su abuelo y fe de bautismo;
y luego ha de hacer lo mismo
por la parte de su madre;
y qué quiere o a qué pasa.
Si es negocio o si es capricho;
y después de haberlo dicho,
se ha de volver a su casa.
REY. Y ¿es esa resolución?
TORREZNO. Y me corre por postrera.
REY. Lo valiente le creyera,
a sufrirlo lo bufón
y ¿todo esto ha de decir
quien aquí, hubiere de entrar?
TORREZNO. Y hay, si me llega a apurar,
otro tanto que añadir.
REY. Pues yo soy. (Descúbrese).
TORREZNO. Señor, ¿vos mismo?
REY ¿Puedo entrar?
TORREZNO. Del mismo modo;
porque lo habéis dicho todo,
menos la fe del bautismo.
REY. ¿Todo?
TORREZNO. Sí; porque he sabido
quién sois, de quién descendéis,
qué intentáis y qué queréis;
que es todo lo que yo pido.
REY. Y ¿qué intento?
TORREZNO. Aunque yo tuerza
el labio, pienso, Señor,
que se os descose el amor,
y entráis a echarle una fuerza.
REY ¿Qué es fuerza?
TORREZNO. Fuerza es probar
un hombre que quiere bien,
a lo que sabe un desdén.
REY. Pues lo que os toca es callar.
TORREZNO. No, Señor; que más me toca.
Porque a hablar no me provoque.
REY. Y ¿qué os toca?
TORREZNO. Que me toque
Algo que tope la boca.
REY. Pues ¿qué la tapa?
TORREZNO. Esa es buena;
¿Dudáis que el medio más sabio
de tener atado un labio
es echarle una cadena?
REY. Yo os la mando.
TORREZNO. Pero yo
no lo aceto.
REY Pues ¿es malo?
TORREZNO. Tras el mando viene el palo,
pero la cadena, no.
REY. Pues ¿no queda asegurada
en mí?
TORREZNO. Suele en la ocasión,
no dar lumbre el eslabón
de una cadena mandada.
REY. Que te la daré no ignores,
si de mí fiarla quieres.
TORREZNO. Se pierden los mercaderes
por fiar a los señores.
Y ¿a qué fin guiáis la caza?
REY. Solo a Porcia ver procura.
TORREZNO. Y ¿ha de haber manifactura?
No sé.
TORREZNO. Pues toro en la plaza.
REY. Pues ponte tú aquí delante.
TORREZNO. ¿No habrá ahí algunos escudos,
que ha que hacen los hombres mudos
desde que es su consonante?
REY. Fialos de mí, si mi intento
logro.
TORREZNO. ¡Bueno! ¿y si no, no?
¡Pesía mi alma! Pues ¿soy yo,
fiador de saneamiento?
Mas, por si a veros alcanza,
Señor, retiráos aquí.
REY. Bien decís. -Venid tras mí,
Marqués.
TORREZNO. Buena va la danza.
Vanse el Rey y el Marqués.

ESCENA II
PORCIA, LAURA, CLAVELA, FENISA. -TORREZNO.
PORCIA. Por esta carta he sabido
que, el tumulto sosegado
y el peligro asegurado,
ya de Mecina han partido.
Ya todo me suena el coche
de mi padre.
TORREZNO. (Aparte).
Tira afuera.
¡A qué buen tiempo viniera,
si entrara en casa esta noche!
LAURA. La norabuena te doy.
¿Tú no me das norabuena,
Torrezno?
TORREZNO. Yo estoy pensando
en mi desván.
PORCIA. Pues ¿qué piensas?
TORREZNO. Tengo un queso, y un ratón
hay muy grande, que te acecha;
y si hoy falta de allí el gato,
presumo que me le pesca.
PORCIA. El cuidado es como tuyo.
TORREZNO. Acaso tú lo sintieras,
si conocieras el queso.
PORCIA. ¿De qué es?
TORREZNO. De leche de almendras.
LAURA. Este siempre está de humor.
Señora, a acostarte entra;
que es tarde.
PORCIA. ¡Ay Laura! no sé
qué mi corazón desvela;
que aun esta nueva no vence
los temores de la ausencia.
No me quiero recoger
tan presto. -Toma, Clavela,
la arpa, y cauta aquellas coplas
de ausencia.
TORREZNO. Y con tu licencia
yo iré a oírlas en la cama.
PORCIA. ¿Por qué te vas tan apriesa?
TORREZNO. Señora, porque el torrezno
hace mal de noche.
PORCIA. Espera

ESCENA III
EL REY, que observa oculto desde el cancel. -DICHOS.
REY (Ap. donde está oculto).
Amor, buena es la ocasión.
TORREZNO. Señora, no me detengas.
PORCIA. Pues ¿por qué?
TORREZNO. Porque el ratón
ya ha asomado la cabeza.
PORCIA. Pues tú ¿por dónde le has visto
de aquí?
TORREZNO. Por una tronera
que hay desde aquí a mi aposento.
Señora, salir me deja;
que le está echando unos ojos,
que le muerde la corteza.
PORCIA. No te has de ir. -Clavela, canta.
Laura, esa almohada me acerca.
(Siéntase Porca en la almohada que le,
acerca Laura, y toma Clavela el arpa).
CLAVELA. (Canta).
Despacio, suspiros tristes;
no acaso el amor entienda
que está mal con el dolor
quien está bien con la queja.
REY. (Ap. al paño).
¡Ay Porcia, ay divino encanto
de mis perdidas potencias!
Mas si a este precio te adoro,
poco la dicha me cuesta.
CLAVELA. (Canta).
¡Ay ausente, cuánto tardas!
¡Ay qué lejos, ay qué cerca
quiere amor que no te mire,
y quiere amor que te sienta!
PORCIA. Y ¡cómo que tarda, ay triste!
No sé qué el temor me hiela
que el aviso de que viene
parece que me le aleja.
Gran falta hace a un corazón
lo que adora.
TORREZNO. (Ap. a Laura).
Aún no sabe ella
cuán gran falta es la que hace
un galán con el ausencia.
LAURA. Pues ¿qué falta puede hacer?
TORREZNO. Que si esta noche no llega.
Puede ser que le haga nueve.
LAURA. ¿Qué es nueve?
TORREZNO. Acá es una cuenta.
CLAVELA. (Canta).
Desde aquel amargo día
de la despedida nuestra
no hay muerte que yo no viva,
ni vida que yo no muera.
(Duérmese Porcia).
LAURA. Dormida está mi señora.
No prosigas ya, Clavela;
fuerza será retirarnos.
TORREZNO. Y ¡cómo que será fuerza
en entrándonos nosotros!
LAURA. Pues vámonos acá fuera.
(Vase con Clavela, Fenisa y Torrezno).

ESCENA IV
EL REY; PORCIA, dormida.
REY Sola y dormida ha quedado.
Amor, ¿qué ocasión deseas
mejor para tu esperanza? (Sale).
Mas ¡qué divina belleza!
Más hermosa está dormida,
y en mi más temor despierta.
Sol dormido, en quien procura
la noche lucir desmayos,
¿cómo encubiertos tus rayos
dan más luz a tu hermosura?
Sin tus ojos es más pura;
¿cúyo será este trofeo?
Pero ya la causa veo
de lucir más que despierta;
que una hermosura encubierta
se mira con el deseo.
Viendo asombro tan perfeto,
no osa llegar mi temor;
que cuanto crece mi amor
crece también mi respeto.
Si de amor nace este efeto,
y tú te aumentas dormida,
duerme, mujer, advertida
(Porque yo me vuelva atrás)
que cuanto durmieres más,
estarás más defendida.
Con mi fineza me impido
llegar a templar mi ardor,
porque no es fino el amor
que puede ser atrevido.
Mas si la ocasión ha sido
quien me lleva, en esta acción
no ofende mi adoración:
libre está amor del intento,
porque aquí mi atrevimiento
es hijo de la ocasión.
Tocaré su mano hermosa.
(Despierta Porcia).
PORCIA. ¿Qué es esto? ¡Ay de mí! ¿Quién llega?
REY. Quien en su ardor no sosiega
quien, ya muerto, no reposa
quien de su llama amorosa
te ofrece ardientes despojos;
quien por huir los enojos
de un incendio tan tirano,
busca el cristal de tu mano
contra el fuego de tus ojos.
PORCIA. ¡Válgame el cielo! ¿Qué miro?
¡Laura, Fenisa, Clavela,
criados! -Esto es traición.
REY. ¿Qué llamas?
PORCIA. Quien me defienda.
REY. Sosiégate, Porcia hermosa;
y si asegurarte intentas,
no me llames más que a mí,
si de mí a valerte pruebas;
que en mí tienes de mí mismo
más segura la defensa.
Y para que reconozcas,
aunque lo contrario piensas,
que el pecho que más te adora
es el que mas te respeta,
Porcia, yo muero a tus ojos,
el ardor de sus estrellas,
sólo por ver; más me alumbra
la misma luz que me ciega.
No viene a templar mi amor
el dolor que me atormenta,
que debiéndole a la causa,
grosero el alivio fuera.
Ni vengo a excusar mi muerte;
que es tan dichosa mi pena,
que el excusarla sería
más muerte que padecerla.
A pagarte mi dolor
vengo; que, aunque a mi fineza
tú se lo das como injuria,
yo lo admito como deuda.
Y la paga es, Porcia hermosa,
porque aplaude tu belleza;
que ya que muero a tus ojos,
con ellos morir me veas.
Mas ya que muero, Señora,
¿no será razón que muera
siquiera con el consuelo
de que tú me lo agradezcas?
Sólo que a morir me alientes
pido; este alivio te deba;
que si te ofendo es venganza,
y si te obligo es fineza.
Y cuando como enemigo
Señora, tratarme quieras,
si ves que mi amor me mata,
¿a qué tu desdén empeñas?
¿Conviénele a tu decoro,
cuando él instrumento fuera,
que arrastre tu sinrazón
al lado de mi cadena?
Porcia, yo no hago el delito
(Si esto lo es), sino tú mesma.
Si te ofenden las heridas,
¿Por qué tiraste las flechas?
Tú no cesas de matarme;
y pues mi amor se contenta
con el agradecimiento,
o dame ese alivio o cesa;
piensa el más leve favor,
el que menos costa sea
de tu recato y el alma.
PORCIA. No prosiga vuestra alteza.
¿Es posible, gran Señor,
que en sus pasiones no venza
a tan injusta porfía
tanta noble resistencia?
Tres años ha que su amor
desengaños atropella;
la esperanza con que dura
¿de qué parte se alimenta?
¿de qué vive cuando muere?
O ¿cómo vencerme piensa,
si sabe que mi recato
es en mí naturaleza?
¿Posible es que no le canse
mi desdén, que aun a mí mesma
me hubiera cansado ya,
a costarme diligencia?
Ya yo no hallo qué decirle,
ni hallarlo mi honor intenta;
que en vano es buscar razones
si las que hay no me aprovechan.
Cuando le acuerdo quién soy
me dice que le hago ofensa;
si da a entender que lo olvida
no hace mal quien se lo acuerda.
Repetirle por mi padre
de sus servicios la deuda,
y que tiene la corona
por su mano vuestra alteza,
es en vano; pues, Señor,
mi razón sigue otra senda,
y de las leyes de honor
a las del amor apela.
Vuestra alteza por quererme
despreciando está a la Reina,
que, comparada a sus ojos,
soy junto al sol una estrella,
que es más hermosa que yo
toda la corte sentencia,
y aunque en pasión lo niegue,
no puede dudar que es bella.
Pues teniendo, gran Señor,
esposa hermosa y discreta,
y que le adora, si no es
que este su defecto sea
(que hay pechos de tan mal gusto,
que sólo porque les ruegan
dejan el bien que los busca,
y aman el mal que los deja);
¿qué razón dará, no habiendo
demérito alguno en ella,
de adorar donde es delito,
y no amar donde es fineza?
Si pierde porque le quiere,
¡cómo intenta que yo quiera,
si a mí me está amenazando
con la misma consecuencia,
en olvidar a su esposa
por mí, queriéndole ella?
Vuestra alteza no me obliga,
Señor, sino me escarmienta.
Cuando yo fuera mujer
que ser liviana pudiera
mucho más me obligaría
con la envidia de quererla.
¡Con que la deja me obliga!
Pues ¿quién ha de ser tan necia
que, viendo su mal, se ponga
al peligro de su queja y
vuestra alteza me promete
segura correspondencia,
y con lo que lo asegura
es lo mismo que la niega.
Pues ¿dónde cabe, Señor,
que ser amado pretenda
quien lo desagradecido
viene a alegar por fineza?
Vuestra alteza trae, Señor,
de ingratitud tantas muestras,
que sobra en mí el ser quien soy
para que yo me defienda.
Pues si aun siendo mujer fácil
quererle yo no pudiera,
sabiendo quién soy, Señor,
con qué su esperanza alienta?
Reconozca estos errores;
porque es mucho vuestra alteza
para que su voluntad
más que su razón parezca.
Mire que es mejor su esposa
sino que de su belleza
lo que a ella el ruego le quita
me da a mí la resistencia
y sé cierto que, a trocarse
suertes entre mí y su alteza,
habla de hacer conmigo
lo mismo que hace con ella.
Y juntando a estas razones
la razón de mi nobleza,
la de ser su sangre yo,
ser casi suya la ofensa,
el decoro de mi padre,
de sus servicios la deuda,
el escándalo, el peligro,
y que todo se atropella,
se venza, Señor, por todo,
o finalmente, se venza
por lo que me quiere, y haga
por mi honor esta fineza.
REY. Porcia, si yo he errado el modo
de obligarte, también yerras
el de reportarme tú
con razones tan atentos;
porque ¿cómo puede ser
que, oyendo tus agudezas,
si te adoro por hermosa
te deje yo por discreta?
Que tienes razón he visto;
pero con ella me empeñas,
porque me enamoras más
con el modo de tenerla.
Yo, finalmente, he apurado
en mi amor las diligencias
de vencerme, y por vencido
me doy a mi resistencia.
Y para que tú conozcas
que esto es imposible, piensa,
piensa tú si hay algún medio
con que yo olvidarte pueda
u olvidarme, que es lo mismo;
que porque tú me la debas,
aunque sea tan costosa,
yo te ofrezco la fineza.
PORCIA. Pues ¿eso falta, Señor?
REY. Porcia, yo ignoro la senda.
PORCIA. Pues ¿habrá más que dejarme?
REY. Y este ¿es remedio o sentencia?
PORCIA No viéndome, será fácil.
REY. Serían dos muertes esas.
PORCIA. Defenderme del engaño.
REY. Lo que ignoro es la defensa.
PORCIA. Aliviarse con su esposa.
REY. ¿Da alivio lo que atormenta?
PORCIA. Forzar a la voluntad.
REY. Yo no mando en mis potencias.
PORCIA. Pues ¿quién las manda, Señor?
REY. Tú, que sin alma me dejas.
PORCIA. Eso ¿ha sido culpa mía?
REY. Pluguiera a amor que lo fuera.
PORCIA. Pues ¿qué se siguiera de eso?
REY. El socorro de la queja.
PORCIA. Pues supóngame culpada,
Si eso ha de aliviar sus penas.
REY. Pues ¿no era mejor amante,
si el suponerlo valiera?
PORCIA. ¿Que, en fin, no puede hacer nada
por sí?
REY. Obligar tu belleza.
PORCIA. Eso, Señor, no es posible.
REY. Pues tú otro remedio intenta.
PORCIA. Yo lo hallaré...
REY. ¿De qué modo?
PORCIA. Aunque la causa se entienda.
REY. ¿Qué dices?
PORCIA. Que le he de hallar.
REY. Y ¿cuál ha de ser?
PORCIA. La ausencia.
REY. ¿Cómo?
PORCIA. Huyendo de sus ojos.
REY. Pues ¿y el alma que me llevas?
PORCIA. ¿Dónde la llevo, Señor?
REY. En el corazón va presa.
PORCIA. (Ap. ¡Oh, pese a mi corazón;
que por él mi honor se arriesga!)
Si él, Señor, es el culpado,
sáquemele vuestra alteza.
REY. Pues ¿hasme dejado tú
con que sacártele pueda?
PORCIA. Pues, Señor, si nada desto
basta para que se venza,
baste el que yo no soy mía,
y que ya adorar esfuerza
a mi primo como a esposo.
REY. ¿Qué dices? ¡Ah ingrata fiera!
Hasta aquí habías tenido
reportada mi grandeza
con resistir con tu honor;
mas si por otro me dejas,
para perderte el decoro
me dan los celos licencia.
Puedan pues lo que no el ruego
la ocasión y la violencia.
PORCIA. ¿Qué escucho? ¡Ay de mí! -¡Criados,
Laura, Fenisa, Clavela!
REY. Eso, Porcia, será en vano.

ESCENA V
LAURA, CLAVELA, TORREZNO. -DICHOS.
LAURA. Cielos,¿qué voces son estas?
TORREZNO. Otórguese la escritura.
PORCIA. (Ap. Válgame aquí la cautela).
Señor, Señor, sea lo menos. (Ap. al Rey).
Ya que el mal forzoso sea,
pues es tanta su pasión.
Que sólo así se remedia.
Pierda mi honor mi desdicha,
y mi opinión no se pierda;
porque al triunfar de mi honra,
que mis criados lo sepan
no puede ser circunstancia
que dé a su gusto más fuerza.
Disimule aquí; que yo
doy palabra a vuestra alteza
de darle entrada, de modo
que este riesgo no lo sea.
REY. ¿Este favor me aseguras?
PORCIA. Ya no es favor, sino deuda.
REY. Tanta es, Porcia, mi alegría
de ver que mi amor alientas,
que, sabiendo que me engañas,
te he de acetar la promesa;
y aunque esta ocasión perdida,
de ti engañado me vea,
yo te perdono el engaño
porque en él me favorezcas.
PORCIA. Toda la injuria en mi pecho
borras con esa fineza.
REY. Pues adiós, Porcia. -¿Marqués?

ESCENA VI
EL MARQUÉS. -DICHOS.
MARQUÉS. Señor.
REY. Salid acá fuera;
venid conmigo.
PORCIA. (Ap. al Rey).
Yo voy
a esperar a vuestra alteza.
REY. ¿Cuándo vendré?
PORCIA. Con mi aviso
REY. Véte pues enhorabuena.
PORCIA. (Aparte).
Donde asegure mi honor,
satisfaciendo la ofensa
que en esto hago a mi decoro
por excusar su violencia.
(Vase con Clavelo).
REY. Vamos pues.
TORREZNO. Digo, Señor,
¿mi cadena tendrá vuelta?
REY. Aunque ya yo me he vencido,
no dudes que será cierta.
(Vase con el Marqués).

ESCENA VII
LAURA, TORREZNO.
TORREZNO. Malo; pues si ya no hay boda,
no hay que esperar la cadena.
LAURA. Ven acá; ¿eres tú tercero?
TORREZNO. ¡Jesús! ¿Yo cosa tan fea?
LAURA. Pues ¿qué eres?
TORREZNO. Aprovechado,
ya que la casa se quema.
LAURA. Pues ¿qué haces tú?
TORREZNO. Calentarme,
porque no todo se pierda.
LAURA. Y eso ¿no es ser tú tercero?
TORREZNO. Dime: si te se cayera
la olla llena de comida,
¿qué hicieras tú?
LAURA Recogiera
lo que pudiera después.
TORREZNO. Pues esto es lo mismo, bestia:
que es recoger lo que puedo
desta olla que se quiebra.
(Vanse).

Gabinete de la Reina.
ESCENA VIII
LA REINA, CELIA.
REINA. Ya esto es uso, Celia mía,
de mi vida desdichada:
de la noche desvelada
deseo que salga el día.
Mejor noche pasaría
el Rey, pues el sol a mí
llorando me dejó aquí
donde me halla el alba fría;
y él con Porcia su fatiga
divirtió, oyendo su labio;
que sobre el mal de mi agravio
tengo el de quien me lo diga.
CELIA. Y Porcia ¿ofende su honor?
REINA. En eso mi mal consiste.
Dícenme que se resiste,
como quien es, de su amor.
Mas ¿quién es quien entra aquí?
CELIA. ¡Ay Señora, Porcia es!

ESCENA IX
PORCIA, que entra algo descompuesta; LAURA, TORREZNO. -DICHOS.
PORCIA. Déme tu alteza los pies.
TORREZNO. Y los chapines a mí.
REINA. Porcia. ¿qué te ha sucedido?
Pues ¿qué novedad es esta?
¿Tú llorosa y descompuesta?
PORCIA. Señora, perdón te pido
de no excusarte el dolor;
mas su alteza me ha obligado
a que busque tu sagrado
por defensa de mi honor.
El Rey...
REINA. No pases de ahí;
ya lo que ha sido sé yo.
TORREZNO. ¿Qué llama ha sido? Eso no;
que bastaba estar yo allí.
Él lo intentó, mas lograrlo
no pudiera sin tragedia;
que no es aquesto comedia,
adonde basta intentarlo.
PORCIA. Yo, Señora, sin defensa
de mi padre y de mi esposo,
busco tu pecho piadoso
por escudo de mi ofensa.
A esto, Señora, me obligo,
porque sé lo que le quieres.
REINA. ¡Qué dichosa, Porcia, eres,
pues huyes lo que yo sigo!
TORREZNO. Bien sé yo la causa.
REINA. Di
Cuál es.
TORREZNO. Pues si quieres vella,
haz que se case con ella,
y andará luego tras ti.
REINA. Y ¿fuera mejor yo ajena?
TORREZNO. Entonces fuera la polla.
La mujer propia y la olla
sólo cuando falta es buena.
REINA. Porcia, aunque vivo injuriada
por ti, mi amor no te culpa;
que no tienes tú la culpa
de nacer yo desdichada.
Mas aunque sin culpa estás,
no hago poco en reportarme;
que no puedo yo excusarme
de la envidia que me das.
La pena del desgraciado
consiste en los venturosos;
que si no hubiera dichosos
nadie fuera desdichado.
Mas no tienen culpa alguna
de ofender con tal rigor,
porque ellos dan el dolor,
y el golpe es de la fortuna.
Y supuesto que de ti
yo no me, puedo ofender,
sólo quisiera saber
con qué me excedes a mí.
¿Cómo al Rey tanto enamoras,
si con tu llanto le llamas?
Las lágrimas que derramas
¿por qué camino las lloras?
Cuando más le satisfaces,
si a huir su amor te resuelves,
¿con qué donaires envuelves
los desdenes que le haces?
Yo le ofendo con mi amor,
tú con rigor le traes ciego;
¿es, Porcia, acaso un despego
más airoso que un favor?
¿Con qué ignorados aliños
al Rey, tú se le previenes?
¿Qué gala traen tus desdenes,
que hacen feos mis cariños?
Si es estrella, sola ella
no satisface a mis dudas.
Porque tú con algo ayudas
los favores de tu estrella.
Dime pues, ¿con qué se abrasa?
¿Con qué te haces más hermosa?
TORREZNO. Pues lleve el diablo la cosa,
¿se pone más que una pasa?
REINA. ¿No respondes a mi duda?
¿Callas, Porcia?
TORREZNO Eso perdone;
no dirá lo que se pone.
REINA. Pues ¿por qué no?
TORREZNO. Porque es muda.
PORCIA. Suspensa he quedado ahora,
pues con la duda, no ignoro
que has ajado mi decoro;
mas sabe el cielo, Señora
que nunca mi corazón
hizo más por obligarle,
que no oírle ni mirarle
ni tenerle inclinación.
LAURA. Señora, el Rey viene allí.
PORCIA. ¡Ay cielos! que no quisiera
que contigo el Rey me viera.
REINA. Antes te ha de hallar aquí.

ESCENA X
EL REY, EL MARQUÉS. -DICHOS.
REY. (Ap. al Marqués).
Marqués, no lo puedo creer.
MARQUÉS. Pues juntas están las dos.
REINA. Señor, ¿en mi cuarto vos?
Mucho os llego a merecer.
REY. ¿Porcia con vos?
REINA. Sí, Señor;
que hoy a mi melancolía
hacer quiere compañía.
REY. (Ap. Ya fue su engaño traidor).
Pues ¿cómo (Ap. ¡Ya estoy sin mí!)
Viene... (Ap. ¡El corazón me ha helado!)
REINA. Pues, Señor, ¿vos demudado?
¿Qué es lo que extrañáis aquí?
REY. (Aparte).
De resistirlo me espanto.
REINA. ¿Qué admiráis?
REY. (Aparte).
Muero de enojos.
REINA. (Ap. ¡Que esto estén viendo mis ojos!
Resistir no puedo el llanto).
Si es el enojo, Señor,
de verme, no hay que culparme,
viniendo vos a buscarme;
mas yo excusaré el error
de haberos aquí esperado.
REY. ¿Os vais?
REINA. Temiéndoos estoy,
y a veros en Porcia voy;
que en ella estáis más templado.
(Retírase con Celia, y escucha desde la puerta).
REY. Dime, ingrata, ¿este desdoro
añades?
PORCIA. Señor, tu alteza
no ofenda aquí su grandeza,
siquiera por su decoro.
REY. ¿Por qué decoro, homicida,
si tu traición viendo estoy?
PORCIA. ¿Traición es el ser quien soy?
REY. Sí, quitándome la vida.
PORCIA. ¿Yo la vida?
REY. Y con vileza.
PORCIA. ¿De qué suerte?
REY. En ser traidora.
(Vuelve la Reina).
REINA, ¿Qué es esto, Porcia?
PORCIA. Señora,
Ir sirviendo a vuestra alteza.
REINA. Entra pues.
PORCIA. (Aparte)
Nunca más suerte
logró mi destino airado.
REINA. (Aparte).
Al que nace desdichado
el remedio le da muerte.
(Vase con Porcia y Laura).

ESCENA XI
EL REY, EL MARQUÉS, TORREZNO.
REY. Marqués, ya mi sufrimiento
no lo puede resistir.
¿Esto es querer o morir?
¿Esto es amor o tormento?
MARQUÉS. Todo eso amor llega a ser
cuando de veras nos hiere.
REY. Y al que de veras no quiere
¿De qué le sirve el querer?
No sé qué título dar,
amor, a tu ser injusto:
si no es de veras, no es gusto.
Si es de veras, es pesar.
Pero ¿cómo mi poder
se ha rendido a su violencia
por la débil resistencia
del pecho de una mujer?
¿Marqués?
MARQUÉS. ¿Qué intentas, señor?
REY. Que, dándote yo lugar,
a Porcia me has de sacar
de palacio.
MARQUÉS. Es grave error.
REY. ¿Cómo error? Cuanto me veo
morir de desesperado,
¿Puede ser algún cuidado
mayor que yo?
MARQUÉS. No lo creo,
más del cuarto de tu esposa
¿cómo?
REY. Ocasión te daré;
y cuando no te la dé,
¿puede haber alguna cosa
que sea riesgo mayor
que morir yo despreciado?
MARQUÉS. (Ap. Él está desesperado
y ciego). No, gran Señor.
REY. Pues ¿qué me adviertes?
MARQUÉS. Perdona;
que esto de celo no pasa.
REY. Pues mi corazón se abrasa,
arda todo.
(Vase con el Marqués).

ESCENA XII
TORREZNO. Arda Bayona.
Esto es hecho: de las asas
luego al sacrificio irá
Porcia: por venirse acá,
huyó el gato y dio en las brasas.
¡Oh qué ocasión tan galante
era, si lo adivinaran,
para que ahora llegaran
mi señor y el Almirante!
Mas esto es mejor que estotro,
pues pienso que llego a vellos.
O estoy borracho, o son ellos;
vive Dios, que es uno y otro.

ESCENA XIII
EL ALMIRANTE Y FEDERICO, de camino. -TORREZNO.
ALMIRANTE. La obligación primera es, Federico,
besar al Rey la mano;
que para Porcia hay tiempo.
FEDERICO. No replico
A tan justa atención.
ALMIRANTE. Y fuera en vano.
TORREZNO. ¿Señor?
FEDERICO. ¡Torrezno!
TORREZNO. Dame mil abrazos.
FEDERICO. ¿Cómo estás en palacio?
TORREZNO. Hecho pedazos
Quisiera estar primero.
FEDERICO. ¿De qué suerte?
TORREZNO. Porque menos pesar fuera la muerte.
FEDERICO. Pues ¿qué ha habido?
TORREZNO. (Aparte)
El ladrón que lo dijera.
ALMIRANTE. ¿Cómo a Porcia no asistes?
TORREZNO. Está fuera.
ALMIRANTE. ¿Qué es lo que dices? -No mintió el indicio.
FEDERICO. ¿Fuera de dónde está?
TORREZNO. Señor, de juicio
FEDERICO. ¿Estás loco, villano?
TORREZNO. Ella es la loca;
que se vino a meter... Mas ¿qué haces, boca?
ALMIRANTE. Pues ¿dónde Porcia está?
PORCIA. (Dentro).
¡Valedme, cielos!
ALMIRANTE. ¿Qué escucho?
TORREZNO. (Aparte).
Ya se fríen los buñuelos.

ESCENA XIV
PORCIA, El, REY, EL MARQUÉS, CRIADOS. -DICHOS.
PORCIA. Cielos, ¿tal tiranía se consiente?
REY. Vano hay defensa que su pecho intente.
Llevadla; que en vano es su resistencia.
ALMIRANTE. No será, gran Señor, en mi presencia.
FEDERICO. Ni en la mía, pues tiene vuestra alteza
primero que cortar en mi cabeza.
REY. (Aparte).
¡Qué miro! Ya este mal llegó a su exceso.
TORREZNO. Por Dios, que le cogieron en el queso.
ALMIRANTE. Cuando yo os vengo de servir osado,
Señor, y un reino os dejo asegurado.
¿Halla este premio mi valor constante?
REY. Quedemos los dos solos, Almirante.
FEDERICO. (Ap. a Torrezno.),
¿Qué es esto?
TORREZNO. Véte, y toma mi consejo.
Que él debe de querer forzar al viejo.
REY. Todos os retirad. (Ap. ¡Ay suerte escasa!)
ALMIRANTE. Mi hija, gran Señor, se irá a su casa
REY. No puede ser hasta que os haya hablado.
PORCIA. ¡Ay suerte esquiva!
FEDERICO. ¡Ay pecho desdichado!
(Vanse Porcia, Federico, Torrezno y los criados).

ESCENA XV
EL REY, EL ALMIRANTE.
ALMIRANTE. Ya estamos solos, Señor.
REY. Antes que me habléis palabra,
Almirante, ya sabéis
la violencia de mis ansias.
Ya os dije que mi albedrío
no es mío, y que me le arrastra
Esta pasión poderosa.
Yo, pensando contrastarla,
os la callé recatado;
mas ya que sabéis la causa,
y que es Porcia a quien adoro,
sabed también que el mirarla
como a esposa fue mi intento;
y vuestra mano tirana,
uniendo la voz del reino
para que yo me casara,
a mí me quitó este alivio,
y ese honor a vuestra casa.
Y pues que morir me veo,
y el remedio desta llama
tengo en Porcia, no he de ser
atento con quien me mata.
Yo no he de vivir sin ella;
que aunque la Reina casada
conmigo está, yo la di
la mano, pero no el alma.
Y vos, que tenéis la culpa,
si mi dolor os agravia,
pagad la pena de ver
que yo aliente mi esperanza. (Vase).

ESCENA XVI
EL ALMIRANTE.
¡Válgame el poder del cielo!
Si es capaz desdicha tanta
de defensa, sobre mí
todas sus esferas caigan.
Caiga un rayo que en ceniza...
Mas ¿cómo el dolor me arrastra
a espacio, penas a espacio;
males, vamos con templanza;
que si doy todo el sentido
al dolor que me traspasa,
para buscar el remedio
no habrá discurso en el alma.
Consultémosle, honor mío;
mas ¡qué consulta tan mala,
cuando es un vidrio la honra,
que le quiebra quien le lava!
Pues ¿para cuándo es la herencia
de tantas nobles hazañas
que engendrarían en mi pecho
valor? Mas, aliento, basta;
que es mi rey el que me ofende
y en su deidad soberana,
aunque me afrente el agravio,
mas me alienta la venganza.
El Rey de amor está ciego;
yo soy leal, mi hija honrada,
y estas dos defensas hacen
más peligrosa la cansa.
Resistir con la razón
una voluntad tirana
es empeñar el poder
y acercarse a la desgracia.
Quitarle a mi hija es difícil
a su vista; no quitarla
es darte materia al fuego.
Morir en esta demanda
será el remedio postrero;
mas no excusando la infamia,
es tener por menos daño
una afrenta consolada.
Y demás deste dolor,
queda el amor de la patria,
pues todo el reino se pierde
cuando a la Reina se agravia.
Pues, cielos, ¿cómo hay peligro
donde al valor puerta falta
y al honor? Mas ya la veo.
¡Qué dolorosa es la entrada!
Porcia de todo este mal,
aunque inocente, es la causa.
Muriendo Porcia no hay riesgo,
patria y honor se restauran.
Muera pues; pero ¿qué digo?
El corazón me traspasa
sola esta voz: ¿qué hará el golpe,
si esto puede la amenaza?
Pero primero es la honra.
¡Oh ley dura y desdichada,
que al inocente condenas,
y sin delito le infamas!
Muera pues. Sin alma (¡ay Porcia!)
pronuncio aquesta palabra;
pero quien esto sentencia
bien se ve que está sin alma.
¡Qué terrible es el remedio
cuando está haciendo al que sana
más horror la medicina
que el peligro de la llaga!
Pero aquí, valor, no hay otro:
pues, corazón, ¿a qué aguardas?
Un caballero español
que al riesgo de una batalla
iba a salir con los moros,
degolló a su mujer casta
y a dos hijas inocentes.
Pues si un riesgo que dudaba
pudo obligarle a este exceso,
un riesgo en que no se halla
remedio, y es evidente,
¿a qué obligará a mi fama?
Allí veo a Porcia (¡ay cielos!);
¡Ay hija de mis entrañas!
Para matarme en ti misma
voy previniendo esta daga.
Muevo un monte en cada planta.
Por bella y por inocente
mueres, como desdichada.
Mira cuál es tu belleza,
pues a ti misma te mata.
Mas ¿dónde voy? ¿No habrá muerte
menos cruel y más blanda?
No, que se arriesga mi honra
si un instante se dilata.
Hacia mí viene. Huye, Porcia;
huye de aquí; pero aguarda.
Valor, primero es la honra;
muera yo y viva mi fama. (Vase).

ESCENA XVII
FEDERICO, TORREZNO; luego, PORCIA Y EL ALMIRANTE, dentro.
FEDERICO. Señor, señor, ¿dónde vas?
Fuese sin hablar palabra.
Cielos, ¿qué puede ser esto?
Que temiendo mi desgracia,
pende mi vida de un hilo.
TORREZNO. A cualquier sastre le pasa
eso mismo.
FEDERICO. ¿Qué será?
TORREZNO. Señor, esto va de mala.
PORCIA. (Dentro).
¡Ay de mí! Señor, detente;
¿Por qué sin culpa me matas?
ALMIRANTE. (Dentro).
Por tu hermosura.
TORREZNO. ¡Ay, Señor,
que matan a Porcia!
FEDERICO. Aguarda;
bárbaro, cruel, detente,
detente.
(Al ir Federico a socorrer a Porcia, sale esta y cae en sus brazos).
PORCIA. (Al salir).
El cielo me valga,
muerta soy.

ESCENA XVIII
PORCIA, desmayada; FEDERICO, TORREZNO.
FEDERICO Porcia, señora.
Murió, ¡ay de mí!
TORREZNO. ¡Qué desgracia!
FEDERICO. Porcia mi bien, dueño mío,
vida de mis esperanzas.
No responde; que la vida
con voz y aliento le falta.
¡Porcia! -¡Ay pesar del sentido,
que tanta dureza alcanza
que viendo su muerte vive,
si no vive para amarla!
¿Tú, mi bien, muerta, y yo vivo?
Esas heridas tiranas,
con encontrarme a mí en él,
¿cómo el corazón te pasan?
¿Por dónde entró el duro acero?
Pero buscó mi desgracia
la parte de mi desdicha,
pues dio donde yo no estaba.
Cielos, que hacíais de Porcia
las luces de la mañana,
muerto el sol, ¿qué espera el día?
¿Cómo la noche no baja?
Pero no salgan las sombras;
que todas las luces claras
la noche de mi tristeza
para obscurecerlas basta.
Turben mis quejas el aire,
eclipse las luces altas
mi aliento, y mis tristes ojos
crezcan el mar; mas no es paga
de mi dolor, no es bastante.
Pues, cielos, en pena tanta,
quien no es capaz de sentirla,
¿cómo es capaz de mirarla?
¡Ay Porcia! ¡Ay hermoso dueño!
Amigo, ¿qué esperas? Llama,
llama quien conmigo llore.
TORREZNO. Señores, ¡ah de la guarda!
Confesión para una muerta.

ESCENA XIX
EL REY, EL MARQUÉS y criados, que salen por una puerta; LA REINA, LAURA Y
DAMAS, por otra. -DICHOS.
(Laura y las damas acuden a sostener a Porcia).
REY. ¿Qué es esto?
REINA. ¡Desdicha extraña!
LAURA. ¡Mi señora muerta, ay cielos!
REY. ¿Muerta está?
TORREZNO. Así fuera santa.
FEDERICO. Muerta está, Señor, la aurora;
que la luz que la acompaña
es la que en sus desperdicios
hurtó a sus ojos el alba.
Muerta está, y yo de no estarlo.
REY. ¿Cúya es la mano tirana
que intentó, bárbara y loca,
tal rigor?

ESCENA XX
EL ALMIRANTE. -DICHOS.
ALMIRANTE. La de mi fama.
Yo soy, Señor, quien la ha muerte,
porque sepas, si me agravias,
cómo previene mi honor
el peligro de una mancha.
REY. Prendedle.
ALMIRANTE. A tus pies está
un cuerpo, Señor, sin alma;
un alma, Señor, sin vida,
pues la que tuve me falta
en esa púrpura ardiente
que por mi honor se derrama.
Manda cortar mi cabeza;
que pues sin vida me matas,
lo mismo será, Señor,
que cortar la de una estatua.
REY. Llevadle luego a un castillo,
donde el fuego en que se abrasa
mi pecho, con su castigo
tome tan justa venganza.
ALMIRANTE. Vamos; que no va a morir
quien ya murió por su rama.
(Llevan los criados al Almirante preso).
REY. Quitadla de mi presencia;
que para morir ya basta
el dolor de haberla visto,
pues ya murió mi esperanza. (Vase).
FEDERICO. Y yo, pues esta desdicha
con tal rigor no me mata,
del dolor de no haber muerto
haré un lazo a mi garganta. (Vase).
TORREZNO. Todos se van a morir.
¡Jesús, qué de muertos andan!
Pues yo me voy a heredarlos
en la tercera jornada. (Vase).

ESCENA XXI
LA REINA, LAURA, DAMA; PORCIA
PORCIA. ¡Ay de mí!
LAUDA. ¡Ay Dios, que está viva!
REINA. ¡Porcia amiga!
PORCIA. ¿Quién me llama?
REINA. Llevadla a mi cuarto luego,
y guarda el secreto, Laura;
que he de remediar, si puedo,
su vida y mis esperanzas.
LAURA. Vamos. ¡Ay, que pesa mucho!
Ayuden, señoras damas,
aunque se aje el verdugado;
ayuden, pesía sus almas.

Jornada tercera.

Habitación del Rey. -En el fondo un gabinete.
ESCENA PRIMERA.
LA REINA, LAURA y músicos, en la sala; EL REY, dentro del gabinete, sentado.
MÚSICA. Quien muere de amor
No ha menester mas dolor.
REINA. Es verdad; pues si amor basta
para muerte a un corazón,
¿para qué el hado enemigo
busca pena más atroz
que cuando su ardiente llama
trueca el halago en rigor,
para que su muerte esquiva
sea desesperación?
MÚSICA. Quien muere de amor
no ha menester más dolor.
(Hablan aparte la Reina y Laura).
LAURA. Ya que el cielo ha querido
que viva Porcia esté, y que hayas podido
curarla con secreto, de tal suerte
que han creído su muerte,
ella está en una aldea disfrazada,
¿de qué, Señora, estás desconsolada?
REINA. Laura, mi pensamiento o mi secreto
logró la diligencia, y no el efeto;
pues creyendo que el Rey la olvidaría
viéndola muerta, ya la industria mía
lo dispuso de suerte que el entierro
de secreto se hiciese, porque el yerro
del Rey ocasionado,
no provocase al pueblo despechado.
Pues sana Porcia de la injusta herida
en una humilde aldea está escondida,
y de un fiel criado acompañada,
de cuyas canas vive asegurada,
viniendo solo a verme de secreto
o traje de villana. Mas ¡qué efeto
tan contrario aquel bien que imaginado
hace en su diligencia un desdichado!
Toda esta prevención, Laura, ha servido
de doblar el dolor a mi sentido,
pues aunque ya ha perdido la esperanza,
tiene en su amor el Rey menos mudanza.
Más cruel es conmigo,
más huye de mi vista y más le sigo,
más ciego en su deseo
cada instante le veo;
y en su pasión esquiva,
para él, muerta Porcia, está mas viva.
Pues ¿qué ha de hacer el corazón más fuerte
contra un amor que pasa de la muerte
y con tantos enojos,
que ya no le recata de mis ojos?
Pues el despecho del dolor que lloro
le obliga a que atropelle mi decoro
y el olio de su reino; pues su exceso
y el ver que al Almirante tiene preso
de tan injusto y riguroso modo,
le ha quitado el amor del pueblo todo,
y al verse en tal conflito,
honesta su pasión con el delito,
por ser hecho en palacio, de tal suerte,
que temo, Laura, que le dé la muerte.
LAURA. Pues si aun te mira el Rey como enemiga
¿a qué entras en su cuarto?
REINA. Amor me obliga
porque tanto le adoro,
que cuanto más ofende mi decoro,
como su pena con mi ofensa crece,
me lastima también lo que padece.
Y así, por ver si puedo consolalle,
con la música aquí vengo a buscalle,
por divertirle, a ver si halla mi intento
camino de vencer su sentimiento;
que en un pecho que quiere tan constante.
Sólo es pena la pena de su amante.
LAURA. De su pasión, Señora, arrebatado,
se descubre sentado
allí el Rey, y yo pienso
que es un bulto de piedra en lo suspenso.
REINA. (A los músicos).
Cantad pues, y divierta su tristeza,
aunque no me agradezca la fineza.
MÚSICA. Para que muera quien quiere
basta su propia pasión;
que al amor, para matar,
lo sobra todo el rigor.
Quien muere de amor
no ha menester más dolor.
REY. ¡Oh qué de alivio he debido
al sentido de esta voz;
que el último bien de un triste
es padecer con razón!
¿Quién a divertir mis penas
os manda entrar aquí?
REINA. Yo.
(Levántase el Rey).
REY. ¿Vos, Señora? (Ap. ¡Oh cuánto siento
que de la Reina el amor
haga finezas por mí
que no paga el corazón!
No siento el verla por ser
causa de mi mal, sino
por verme ingrato delante
de mi propia obligación).
REINA. Si el verme acaso os enoja,
templáos y oídme, Señor;
que yo no vengo a quejarme
sino a aliviaros a vos.
Padecer vuestro desprecio
pena es grande y sinrazón;
mas en quien como yo quiere
no es aquesta la mayor.
Veros a vos padecer
es la pena más atroz;
de esta vengo yo a aliviaros,
y a aliviarme también yo.
No me trae mi pena a veros;
que como tan vuestra soy,
la que no es vuestra, por mía
no le ofende al corazón.
La vuestra, Señor, me arrastra,
porque en vuestro pecho estoy,
y es la pena que te hiera
en vos una y en mí dos.
No ser yo correspondida
es de mi estrella rigor;
no os culpo a vos, sino a mí,
pues fue mía la elección.
Que deis a otro amor el alma
tampoco os culpa mi amor,
porque lo que en mí es destino
también puede serlo en voz.
Lo que os culpo es el sentirlo
cuando la causa cesó,
porque vuestro sentimiento
es ya desesperación.
El amar fue gusto vuestro,
la pena es mía y de vos;
yo del amor os absuelvo,
mas del sentimiento no.
El querer sin esperanza
fineza es del corazón;
pero el morir por perderla
ni es fineza ni es valor.
El mal que no tiene cura
es menos por más atroz;
que el no haber ningún remedio
es el remedio mayor.
Desesperarse en la pena
no es acción digna de vos,
porque es dar a los sentidos
más poder que a la razón.
Viendo que el dolor es mío,
fomentarle es gran rigor:
que yo el no amarme os disculpo,
pero el maltratarme, no.
Por cortesano y galán
os templad en la pasión;
cuidad, Señor, de la vida,
que la perdéis por los dos.
A esto vengo solamente;
hacedlo, Señor, por vos;
que aunque es mío el interés,
por mí os pido con temor.
La vitoria del olvido
la da el tiempo a la razón;
si habéis de rendirla al tiempo,
dádsela a vuestro valor,
o a mis ojos, si ellos pueden
alguna cosa con vos,
para que os deba mi llanto,
lo que no puede mi amor.
REY. Señora, mi sentimiento
al veros no es adversión
que os tengo, sino pesar
de ver mi delito yo,
debiéndoos tantas finezas
como reconozco en vos.
El verme ingrato me obliga
a que os mire con horror;
ni el serio ni el enmendarlo
está en mi mano, pues son
acciones de un albedrío,
sin quien padeciendo estoy.
Desta culpa no sois parte,
pues cuando os vi, ya mi amor
había labrado el hierro
de su tirana prisión.
Hago testigo a los cielos
que, conociendo mi error,
hasta romper las cadenas
ha probado la razón.
Mas yo no puedo, yo muero;
y tan de mi pena soy,
que del desear mi alivio
no está en mi mano la acción.
Ya yo estoy sin esperanza,
ya faltó causa a mi amor;
luego el padecer sin ella
no lo puedo querer yo.
Pues si ningún bien espero,
¿tan gustoso es un rigor,
para que sin esperanza
le fomente el corazón?
De Esto, Señora, es violencia
de mi estrella y su traición,
su fuerza fatal me arrastra
contra todo mi valor.
Yo me veo en el estado
más infeliz que se vio,
fluctuando entre congojas,
la nave de la razón.
De aborrecer a quien ama
o amar al que aborreció,
sobre cuál es mayor mal
hay una incierta cuestión,
y es tan cruel la malicia
de mi destino traidor,
que por no errar el más grave
me los junta todos dos.
Yo aborrezco siendo amado;
mas no a vos, Señora no,
sino a mí, y aborrecido
adoro una sinrazón.
Mas aunque digo que adoro,
ni sé si adorando estoy,
ni si es ya amor quien me mata
o la desesperación.
Lo que yo sé es que me abraso,
que mi muerte es mi dolor,
que ya soy... Pero tampoco
sé yo de mí lo que soy.
Ni qué hay en mí. Finalmente,
es tanta mi confusión,
que si algo sé cierto es sólo
que no sé entenderme yo.
Lo que os suplico, Señora,
es que viendo cómo estoy,
me dejéis morir sin verme
por aliviarme el rigor;
que no es excusar mi muerte,
sino honestar mi pasión,
pues sin vos, de infeliz muero,
y de grosero con vos.
REINA. Si yo, Señor, entendiera
que os aumentaba el dolor
mi presencia, no os buscara;
mas culpa es de mi atención.
A aliviárosle he venido,
no a quejarme; mas si vos
aun esto tenéis por pena,
ya os dejo, y palabra os doy
de no volveros a ver
hasta que entienda mi amor
que vos tenéis gusto dello.
Mas ¡qué ignorante que soy!
¿Vos tenéis gusto de verme?
¿Será posible, Señor?
No lo creo, y aún lo espero;
que un tan firme corazón
puede apartarse del bien,
mas de la esperanza no.
Yo os doy la palabra pues
de no veros... ¡Ciega estoy
pues no la puedo cumplir
teniendo imaginación.
De que vos no me veáis
es la palabra que os doy,
y de no veros la diera,
a estar sin memoria yo
y pluguiera a Dios pudiera
a costa de mi dolor
y a pesar de toda el alma,
borraros del corazón;
que si os ofendo en quereros,
aunque es mi gloria mi amor,
por no daros un disgusto
me privara de un blasón.
Sólo lo que puede aquí
precipitarme a un furor
es ver que el mudar la queja
a ruego e intercesión
no merezca, y cuando veis
que no es mi pena menor,
ni con el silencio obligue
ni lastime con la voz;
y sea tal la tiranía
de una ingrata condición,
que atropelle los delitos
para dar... Mas ¿dónde voy?
¡Jesús, qué descompostura!
Perdonadme, gran Señor:
de mi pasión yerro ha sido;
no me culpéis, que si a vos
la pasión también os vence,
no soy tan valiente yo.
Yo iba a deciros... Ya sé
que aquí cansándoos estoy.
Digo pues... Pero no digo;
que esto será lo mejor.
Guarde el cielo a vuestra alteza.
Mas antes de irme, Señor,
por no volver a buscaros,
para errar sin intención,
una merced os suplico.
REY. Solo espero vuestra voz.
REINA. El pueblo del Almirante
siente la injusta prisión;
ya sabéis vos lo que a un noble
ciega un despecho de honor;
que le perdonéis...
REY. Cesad,
Señora, que esa razón
puede sólo a vuestros ojos
descomponerme al furor.
¿Yo perdonar a un tirano,
que bárbaro se atrevió
a cometer a mis ojos
desacato tan atroz?
Yo, a una mano que dio muerte...
Mas estáis delante vos,
y sois freno de mis iras;
pero el reportarme yo
por vos, es daros aviso
de que será en mi rigor
apresurar su castigo
el pedirme su perdón. (Vase).

ESCENA II
LA REINA, LAURA, MÚSICOS.
REINA. Laura, ¿habrá mujer alguna,
por desdichada que sea,
que tan ajada se vea,
como yo, de la fortuna?
Mi fe esta atención le debe,
mi venganza es el sufrir.
LAURA. Señora, amar sin reñir,
es como beber sin nieve;
entre los que quieren fino
es delito la decencia,
porque es amor sin pendencia
peor que olla sin tocino.
UNA VOZ. (Dentro).
Tenedle.
OTRA. (Dentro).
Por aquí va.
REINA. ¿Qué es esto?

ESCENA III
TORREZNO. -DICHOS.
TORREZNO. Llegó su hora
Federico es, gran Señora,
que de dolor loco está;
y con su pena amorosa
ha dado en tal disparate,
que anda a buscar quien le mate,
para ir a ver a su esposa.
REINA. Síguele pues.
TORREZNO. Eso no.
REINA. ¿Por qué no, viéndole así?
TORREZNO. Porque él no me mate a mí,
sobre que le mate yo.
REINA. Ve tras él, y en sus rigores
no al riesgo le desampares.
¡Ay, Laura! que mis pesares
van caminando a mayores. (Vase).
LAURA. Ve corriendo como un potro.
TORREZNO. Si haré, mas corriendo no;
que no he de matarme yo
porque no se mate el otro.
(Vanse).

Parque. -A un lado una torre con ventana de reja.
ESCENA IV
PORCIA, vestida de villana.
Llevada de mis pesares,
por este parque secreto,
con el disfraz de este traje
a ver a la Reina vengo,
por saber de Federico
y de mi padre, que preso
padece injustos rigores
de un poder tirano y ciego.
¿A quién le habrá sucedido
la desdicha en que me veo?
Pues de la Reina obligada,
a declarar no me atrevo
a mi padre ni a mi esposo
que estoy viva; y si lo intento,
sobre ofender a la Reina
en no guardar el secreto,
el Rey está en su pasión
más encendido y más ciego;
con que a callarlo me obliga
de mi propio honor el riesgo.
Y me veo con un padre
que por mí está padeciendo,
y un esposo a quien adoro,
de mi misma muerte muerto,
sin poder darles aviso,
para que rinda el aliento,
que escapé de las heridas
al rigor de mi silencio.
Esta torre, que corona
de aquesta muralla el lienzo,
es la prisión de mi padre,
y por esta reja suelo,
siempre que vengo a palacio,
escuchar su triste acento.
Y agora, según escucho
de la cadena el estruendo,
parece que a ella se acerca.
(Óyese ruido en la torre como de cadenas).

ESCENA V
EL ALMIRANTE, a la reja. -PORCIA.
ALMIRANTE. (Dentro).
¡Ay de mí!
PORCIA. Él es. ¡Qué haré, cielos!
ALMIRANTE. (Asómase).
Prisión esquiva de mi triste suerte,
perpetua en mí serás, no resistida;
pues cuando yo de ti tenga salida,
quedo en la mi culpa, que es más fuerte.
De la cadena el duro son divierte
el que la arrastra a su esperanza asida;
mas ¿por qué parte esperará la vida
quien preso está porque se dio la muerte?
Yo maté a Porcia, yo mi error confieso;
siendo juez y verdugo mi violencia,
con mi delito castigué mi exceso.
Válgame del llorar la diligencia
que no hay a qué apelar, pues estoy preso
después de ejecutada la sentencia.,
PORCIA. ¡Válgame el cielo! ¿Es posible
que yo le he de estar oyendo
sin hablarle? Pues el rostro
de este volante cubierto
tengo, he de llegarle a hablar,
Señor, ¿qué hace tan suspenso
en esa reja?
ALMIRANTE. ¿Quién es?
PORCIA. ¿No me ve que de ese pueblo
vecino soy aldeana?
ALMIRANTE. No eres sino ángel del cielo.
(Ap. ¡Válgame su providencia!
Qué parecida en el eco
de la voz es a mi hija).
Llégate acá, y quita el velo
del rostro, que sol tan puro
está ofendido encubierto.
PORCIA. Oigan, oigan, ¿me enamora?
¡Mi señor, que es ya muy viejo!
ALMIRANTE. Si enamoro, porque estoy
viendo en ti el retrato mesmo
de una hija que perdí.
PORCIA. ¿Cómo la perdió?
ALMIRANTE. Muriendo
al rigor de mi violencia,
más tirana que el empeño.
PORCIA. ¿Qué me cuenta? ¿Luego él es
aquel señor que está preso
porque dio muerte a su hija?
ALMIRANTE. Yo soy quien hizo ese yerro.
PORCIA. Malos años para vos.
ALMIRANTE. Llégate más; que es consuelo
de mi pena haberte visto.
PORCIA. ¿Tanto a su hija me parezco?
ALMIRANTE. Pienso que tú eres la misma.
PORCIA. Pues no lo piense tan recio,
que me mate a mí también.
ALMIRANTE. No haré; porque en ti estoy viendo
el retrato de mi hija,
y le miro sin el riesgo
de mi honor; con que en ti hallo
sin su peligro el consuelo.
PORCIA. Pues téngame por su hija;
que yo por padre quiero,
y vendrá a verle las tardes.
ALMIRANTE. Me darás vida y aliento
si eso haces. Dame la mano.
PORCIA. Si haré. (Dale la mano).
ALMIRANTE. Mil veces la beso.
PORCIA. Pues dígame, ¿arrepentido
no está ya de haberla muerto?
ALMIRANTE. ¿En mis lágrimas no ves
señas del dolor que siento?
El corazón a los ojos
sale en mi llanto deshecho,
y esto me sirve de alivio,
porque como viva tengo
a Porcia en el corazón,
en lo que lloro la veo.
¡Ay Porcia, prenda del alma!
Pero cuando considero
el peligro de mi honor,
tanto en mi furor me enciendo,
que no sólo arrepentido
no estoy del haberla muerto,
mas si la volviera a ver
viva con aquel empeño,
otra vez a puñaladas
la volviera a matar.
PORCIA. ¡Fuego!
ALMIRANTE. Escúchame, no te vayas.
PORCIA. No haré tal.
ALMIRANTE. Ya me arrepiento.
Escucha, aguarda, hija mía.
PORCIA. Quedo, padre; que no quiero
ser su hija.
ALMIRANTE. Pues ¿por qué?
PORCIA. Porque si tanto parezco
a su hija, e imagina
que lo soy, no sea que fuego
le tiente el diablo a pensar
que me ve en aquel empeño.
ALMIRANTE. ¿Sabes tú lo que es honor?
PORCIA. Pues ¿he de ignorarlo? Bueno;
muy bien sé lo que es honor,
que también allá en el pueblo
el cura nos lo pedrica.
ALMIRANTE. Pues si lo sabes, ¿fue exceso
el darla muerte, no hallando
a mi honor otro remedio?
Fuera mejor que quedara
sin honra, y viva?
PORCIA. Y ¿del riesgo
sacarla antes no pudiera?
ALMIRANTE. Ya yo probé aquese intento;
mas me lo estorbó el poder
de un tirano.
PORCIA. Si eso es cierto,
no sólo hicisteis muy bien,
mas si no lo hubieras hecho,
yo misma las puñaladas
me diera, viven los cielos,
antes que perder mi honor.
ALMIRANTE. ¿Qué dices? ¿Tú hicieras eso?
PORCIA. No solamente lo hiciera,
mas lo haré si llega el tiempo
de repetirse el peligro.
(Ap. Mas ¡qué es lo que estoy diciendo!
De mi honor arrebatada,
he atropellado el secreto).
ALMIRANTE. Porcia, Porcia, tú estás viva,
no me niegues el consuelo;
descubre el rostro, hija mía.
PORCIA. Calle, Señor, ¿está ciego?
¿No ve que soy aldeana?
ALMIRANTE. Hija mía ¿este contento
quieres negar a tu padre?
Muévale el llanto que vierto
en esta triste prisión;
de estas canas que humedezco
ten piedad.
PORCIA. (Ap. Mal haya, amén,
la fe que debo al precepto
de la Reina).
ALMIRANTE. Porcia mía,
ven acá.
PORCIA. ¿Porcia? ¡mi agüelo!
Yo, Señor, me llamo Antona.
ALMIRANTE. No es posible; que ese aliento
es hijo de mi valor.
PORCIA. ¡Ay de mí! que gente siento.
ALMIRANTE. ¿Te vas?
PORCIA. Señor, oigo pasos.
ALMIRANTE. Pues ¿de qué tienes recelo?
PORCIA. Tengo mi ganado allí,
y hurtaránme algún cordero
si me descuido. Adiós, padre.
ALMIRANTE. Hija...
PORCIA. Yo volveré luego.
ALMIRANTE. ¡Ay de mí! El alma me llevas;
mas según me considero,
juzgo que no puede ser;
que ha mucho que no la tengo.
(Quítase de la reja)

ESCENA VI
PORCIA; luego, FEDERICO y TORREZNO.
PORCIA. Cielos, aquí viene gente;
allí retirarme quiero.
FEDERICO. (Dentro).
No te has de ir, traidor.
TORREZNO. (Dentro).
Señor,
tente; que ya te obedezco.
PORCIA. Veré quién son, encubierta
destas ramas.
(Retírase al fondo, y salen riñendo Federico y Torrezno).
FEDERICO. Vive el cielo,
traidor, que me has de matar.
TORREZNO. ¿No lo dije? Dicho y hecho.
PORCIA. Federico es, ¡ay de mí!
¿Qué haré? Mas desde allí puedo
verle yo sin que él me vea.
(Escóndese entre los árboles).
FEDERICO. Saca, villano, el acero.
TORREZNO. Le gasté esta primavera.
(Ap. ¿Que haya sido yo tan necio,
que al parque tras él me venga,
donde socorro no tengo?
¿Cómo podré entretenerle?)
FEDERICO. Sácale, infame, o yo mesmo
te le arrancaré, y será
para matarte primero.
TORREZNO. Tente, Señor, vesle aquí.
(Saca Torrezno la espada).
FEDERICO. Pásame agora este pecho
mil veces.
TORREZNO. ¿Mil han de ser?
Y aún son pocas.
TORREZNO. (Ap. ¡Qué haré, cielos!)
Y ¿quién las ha de ir contando?
FEDERICO. ¿Eso preguntas? Tú mesmo.
TORREZNO. Yo no sé contar, Señor.
FEDERICO. Pues yo contaré.
TORREZNO. No quiero;
que no acabarás la cuenta
si te mueres a las ciento.
(Ap. ¡Hay más terrible locura!)
FEDERICO. ¿Qué esperas? Mátame luego.
TORREZNO. Déjame llamar quien cuente.
FEDERICO. No, traidor; que ya te entiendo.
TORREZNO. (Aparte).
Acabóse. Cristo mío
¿qué haré aquí?
FEDERICO. ¿Qué esperas, necio?
¿Quieres que te mate yo?
TORREZNO. No. Señor. (Ap. Pues vive el cielo,
que si aprieta, le he de dar;
ello no tiene remedio).
Pues ¿no me dirás qué gusto
puedes esperar muriendo?
FEDERICO. ¿Eso dudas? No penar,
no verme como me veo,
sin Porcia; ser fino amante,
y quitarte a mi tormento,
con una muerte de alivio,
mil de dolor que padezco;
ir el alma, que está unida
en un amoroso incendio
a la suya, donde está;
y en lazo apacible y tierno
lograr su amada presencia,
gozar sus dulces afectos;
que esto es vida solamente,
y muerte la que yo dejo.
TORREZNO. Y ¿sabes tú dónde está?
FEDERICO. Pues ¿hay duda que en el cielo?
TORREZNO. Y ¿si errases el camino,
y te fueses al infierno?
FEDERICO. Yo he de ir donde ella estuviere,
porque soy suyo, y no puedo
dejar de seguir sus pasos.
Con ella he de verme luego,
que allá no hay reyes tiranos,
ni padres hay tan sangrientos.
¡Ah bárbaros! ¡Ah crueles!
Y tú traidor, que el remedio
me estás dilatando aquí...
TORREZNO. (Aparte).
¡Virgen, cuál se va poniendo!
Él perdió todo el sentido.
FEDERICO. ¿Qué esperas?
TORREZNO. Alto, esto es hecho;
yo te mato.
FEDERICO. Pues acaba.
TORREZNO. Ah, sí... Ahora que me acuerdo
(Ap.¡Que no venga nadie aquí!)
Señor, ¿no llevas dinero
para regalarla allá?
FEDERICO. El regalo es el afecto.
TORREZNO. ¿No te has de casar con ella?
FEDERICO. ¿A qué voy yo sino a eso?
¿Qué lo dudas?
TORREZNO. Pues ¿no ves
que están las almas en cueros,
y habrás menester vestirla
para la boda?
FEDERICO. ¡Hay tal necio!
TORREZNO. (Ap. Si esta treta no me vale,
no hay que esperar otro medio).
Señor, ya que morir quieres,
¿No es mejor morir más presto?
FEDERICO. Claro está.
TORREZNO. Pues una flor
hay aquí, que si la encuentro,
en tocándola a la espada
te matará su veneno,
sin decir aquí me duele.
FEDERICO. Búscala.
TORREZNO. Ya voy a eso.
FEDERICO. ¿Adónde vas?
TORREZNO. A Palacio.
FEDERICO. ¿Me dejas?
TORREZNO. No, sino huevos.
FEDERICO. ¡Ah, traidor, que me engañaste!
¿Cuál es la flor?
TORREZNO. La del berro. (Vase).

ESCENA VII
FEDERICO; PORCIA, oculta.
FEDERICO. ¿Qué es esto, cielos? Qué dolor tan fuerte
es este que padece el alma mía?
Tanto tormento es ya vivir un día
que el morir en alivio se convierte.
No es desesperación querer mi muerte
si ha de acabar en mí esta tiranía;
que no es contra mi vida la porfía,
sino contra la vida de mi suerte.
Muerte cruel, si este renombre tienes,
¿por qué en su amparo con mi vida luchas,
y irritada en el golpe te detienes?
Pero tú al que te llama bien te escuchas;
no dejas de venir cuando no vienes,
sino que quieres que padezca muchas.
(Porcia se aproxima, recatándose entre las ramas).
PORCIA. Solo está Federico. ¡Qué de enojos
te doy, esposo mío!
Perdona el recatarme de tus ojos;
que mayor mal te excusa mi desvío.
FEDERICO. Ya, cielos, sé yo el modo
con que morir espero:
si me falta el acero,
súplale la memoria, que lo es todo.
Ángel del cielo, cuya esfera pisa
tu pie, alienta mi llanto,
aunque tu gloria le convierta en risa,
y pueda el dolor tanto,
que me maten amor, ausencia y celos.
PORCIA. ¡Ah, quién pudiera consolarle, cielos!
FEDERICO. Sacar las prendas quiero
que tengo suyas, sírvanle de puntas
al pecho, aquí están juntos.
(Saca los objetos que nombra).
Si a este dolor no muero,
¿de qué sirve el teneros tan guardadas?
¡Ay dulces prendas, por mí mal halladas
este retrato suyo me dio un día
con palabra de esposa;
¡Qué alegre estaba el alma! ¡Qué gozosa!
Pues cuando yo en la mano le tenía,
de tres glorias gozaba:
que en él, en mí y en ella la miraba.
Mas ya ni en mí ni en ella
ni en él su imagen veo;
¿cómo, retrato, engañas al deseo?
¿También tú eres de parte de mi estrella?
Mas para que me maten las memorias
de mis perdidas glorias
acuerdas las pasadas.
¡Ay dulces prendas, por mí mal halladas!
PORCIA. Perdóneme la Reina y su preceto,
atropéllese el riesgo, y mi secreto
no agravie esta fineza;
que ya es mayor delito mi dureza.
FEDERICO. Estos papeles, llenos de favores,
son los que me escribía:
en uno dellos celos me pedía;
quien muriendo de amores
estaba como yo, ¿qué sentiría?
Siempre que estaba solo le leía.
Papel de mi consuelo, ya has trocado
el oficio y la suerte;
pues busco en ti la muerte,
añade este a los gustos que me has dado;
mas ya tus letras son como borradas.
¡Ay dulces prendas, por mí mal halladas!
PORCIA. Yo salgo, aunque la Reina tenga queja;
que más culpa es negarme a lo que adoro.
FEDERICO. De en pura madeja
ella misma cortó estas hebras de oro;
¡Oh lazo hermoso y bello,
serviste de prisión a mi albedrío,
y agora te apercibes para el cuello!
¿Háceslo como suyo o como mío?
De ti mi muerte fío.
Mas ya con el dolor me rinde el sueño.
Prendas, pues de mi muerte os hago empeño,
haced que no despierte;
durmiendo, fácil es darme la muerte,
pues sois glorias soñadas.
¡Ay dulces prendas, por mí mal halladas! (Duérmese).
PORCIA. ¡Ay cielos! De la pena desmayado
u del sueño rendido
Federico ha quedado:
tanto en él ha podido
mi muerte, imaginada en mis heridas.
¡Ay esperanzas, por mi bien perdidas!
¿Qué dureza resiste
a tanta obligación? ¿Cómo replico
a mi amor? Yo le llamo: -¡Federico!
¡Esposo! -Mas (¡ay triste!)
el Rey viene hacia aquí. (¡Mortal me siento!)
¿Qué haré? que se me ha helado el movimiento.

ESCENA VIII
EL REY. -DICHOS
REY. Ya que mi dolor me irrita
a la venganza que espero,
de la sangre que por mí
derramada en Porcia veo,
mientras que en el Almirante
se ejecuta mi decreto,
al retiro deste parque
solo a dar voces me vengo;
muera el tirano cruel,
que osó, bárbaro y sangriento,
matar... Mas ¿qué es lo que miro?
¡Federico es este, cielos!
PORCIA. (Aparte).
De turbada y temerosa
ni huir ni moverme puedo.
REY. De Porcia es aquel retrato.
¡Que esto miro! ¡Que esto veo!
¡Que cuando afligido lloro,
injuriado de desprecios,
coronado de favores,
y con gustos halagüeños,
esté contemplando este
el dolor que yo padezco!
¿Por ella, no estoy sin vida?
Pues ¿qué aguarda mi despecho,
que, de mi furor llevado,
con este puñal sangriento
a este traidor no le clavo
aquel retrato en el pecho?
PORCIA. (Aparte).
¡Válgame el cielo! ¿Qué escucho?
¡Ay de mí! que ya este riesgo
es más que el que yo temía.
REY. Torpe acción, injusto hecho
será matarle dormido;
mas ¿cómo desto me acuerdo
con el agravio a los ojos,
y a vista del duro infierno
de celos en que él me tiene?
El que discurre con ellos
no tiene discurso; ¡Muera!
PORCIA. (Ap. ¡Ay de mí, que agora muero!)
Federico, que te matan;
¡despierta, despierta!
FEDERICO. (Despierta).
¡Ay cielos!
PORCIA. Pues ya excusé su peligro,
huya del mío mi aliento. (Vase).

ESCENA IX
EL REY, FEDERICO.
FEDERICO. ¿Qué es esto, Señor? ¿Qué intentas?
REY. (Aparte)
Mi valor me valga. El eco
de aquella voz ¿no es de Porcia,
que ya, desmintiendo el viento,
se desvaneció a mis ojos?
¿Si esto fue ilusión, o el cielo
con tal prodigio me avisa
del error con que le ofendo?
FEDERICO. Señor, si matarme quieres,
como lo muestra el acero
en tu mano, acaba ya;
débate lo que padezco
este favor, y este alivio
mis fatigados alientos.
REY. ¿Qué dices?
FEDERICO. Que me des muerte;
y pues por tu causa pierdo,
Señor, lo más de la vida,
quítame también lo menos.
REY. Eso intentó mi furor,
pero revocó mi intento
no comprehendido prodigio;
mas si es tanto tu despecho,
dátela tú; que de mí
ya te ha defendido el cielo.
(Vase, y déjale el puñal).

ESCENA X
FEDERICO. Sí haré; yo me daré muerte
en mi dolor, suponiendo
que también es el impulso
de quien es el Instrumento.
Cielos, que de mi congoja
testigos sois y el tormento
que padezco, sedlo aquí
de que es piedad mi despecho,
y no desesperación,
pues para aliviarme muero.
¿Qué esperas pues, mano osada?
Intenta...

ESCENA XI
TORREZNO. -FEDERICO.
TORREZNO. ¡Válgame el cielo!
Señor, Señor, dame albricias.
FEDERICO. ¿Qué quieres?
TORREZNO. Que agora vengo
de ver a Porcia.
FEDERICO. ¿Qué dices?
TORREZNO. Que deste parque saliendo
la he visto.
FEDERICO. ¿Porcia está viva?
TORREZNO. Así estuviera mi abuelo.
(Ap. Una labradora he visto
que era su retrato mesmo;
con ella la he de engañar).
FEDERICO. Vamos allá.
TORREZNO. Vamos luego.
FEDERICO. ¿Porcia es viva?
TORREZNO. Como azogue.
(Ap. Con esto aliviarle pienso;
que si él traga el perro agora,
después, sabrá que era muerto).
(Vanse).

Salón del palacio.
ESCENA XII
EL ALMIRANTE, EL MARQUÉS, CRIADOS.
ALMIRANTE. Marqués, ¿dónde me lleváis
con tal silencio? ¿Qué es esto?
MARQUÉS. Ya es fuerza que lo sepáis.
Almirante, vamos presto.
ALMIRANTE. ¿Por qué?
MARQUÉS. Porque a morir vais;
el Rey lo manda.
ALMIRANTE. Es muy justo
no me turba la sentencia
ni la muerte me da susto,
que ya por su brazo injusto
logró el mío esta violencia.
Con haberme condenado
el Rey, la opinión desmiente
que en el mundo me ha quedado,
pues vivo como culpado,
y muero como inocente;
que el matar yo por mi honor
a mi hija con despecho,
aunque lo apruebe el valor,
mientras yo vivo es rigor;
muriendo será bien hecho.
MARQUÉS. Vamos pues.
ALMIRANTE. Vamos, Marqués,

ESCENA XIII
LA REINA, DAMAS. -DICHOS.
REINA. Deteneos, esperad.
(Ap. Ya el postrer remedio es
mi desdicha; muera pues
mi amor, y no esta lealtad).
Marqués, con esta ocasión
decid al Rey que yo aquí
suspendo esta ejecución;
que yo daré la razón
a su alteza.
MARQUÉS. Harélo así.
(Vase con los criados).

ESCENA XIV
LA REINA, EL ALMIRANTE, DAMAS; luego, LAURA.
ALMIRANTE. Pues, Señora, ¿qué intentáis?
Cuando yo de mis congojas
voy a lograr el alivio,
¿vos con señas de piadosa
sois conmigo más cruel?
¿Tan buena vida, Señora
es la mía, que la muerte
vuestra clemencia me estorba?
REINA. Almirante, vuestra culpa
no es lo que pensáis, y ahora
lo veréis.
(Sale Laura).
LAURA. (Ap. a la Reina).
Ya está Roberto
esperando aquí con Porcia.
REINA. (Ap. Y el Rey viene al mismo tiempo,
mi resolución heroica
corre por mí, aunque esto sea
la parte más dolorosa).
Almirante, retiraos
a esta antecámara ahora,
que ahí hallaréis vuestra vida.
ALMIRANTE. Ya os obedezco, Señora.
(Vanse.)

ESCENA XV
EL REY, EL MARQUÉS, FEDERICO, TORREZNO, CRIADOS.
REY. ¿Qué dices, hombre, qué dices?
FEDERICO. Que a tus pies, Señor, se postra
mi amor y mi rendimiento;
y la acción más generosa
que hizo mano liberal
te pido, que es darme a Porcia.
REY. ¿Porcia está viva? ¿Qué dices?
FEDERICO. Señor, mi pecho te informa
donde viva verla puedes.
TORREZNO. (Ap. al rey).
Señor, una labradora
que se le parece mucho
es la que dice, no Porcia;
lleva adelante su engaño,
pues con esto el juicio cobra.
REY. Traidor, villano, ¿un contento
que olvidó mis penas todas,
me desvaneces tan presto,
aunque fuera engaño? Arroja,
Marqués, aqueste traidor
por ese balcón.
TORREZNO. ¡Pelotas!
Señor...
REY. Arrojadle al mar.
TORREZNO. Por la Virgen de la Aurora,
que la echaron a un estanque,
que tengáis misericordia.

ESCENA XVI
LA REINA, DAMAS, LAURA, PORCIA, EL ALMIRANTE. -DICHOS.
REINA. No le ofendáis, deteneos;
quien dice que vive Porcia,
dice verdad.
TORREZNO. Sí, Señor,
viva está. (Ap. Démosle soga,
si el Rey también está loco).
REINA. La ejecución rigorosa
suspendí del Almirante,
porque si a ella te provocas
por pensar que Porcia es muerta,
aquí, Señor, está Porcia.
REY. ¡Cielos! ¿qué es esto que escucho?
REINA. Escucha, Señor, ahora.
Yo, Señor, viendo el peligro
de tus penas amorosas,
y que tu ciega pasión
te despeñaba traidora
a un precipicio tan loco
como al que ingrato te arrojas;
viendo a Porcia con indicios
de la vida que ya goza,
de secreto la curé;
y lo dispuse de forma,
que hecho el entierro en secreto
tuvieses por muerta a Porcia
eso intentó mi fineza,
creyendo mi fe amorosa
que perdida la esperanza,
cesaran tus ansias locas.
Pero viendo que no cesan,
que el dolor más te apasiona,
que la inocencia padece,
y mi mal no se mejora;
que la dolencia de un triste,
cuando a los hados enoja
y le ofenden por destino
con el remedio empeora;
ya que vencerlos no puedo,
quiero vencerme a mí propia,
para que mi diligencia
lleve de mí esta vitoria.
Yo aquí, Señor, soy quien hago
esta causa escandalosa;
yo quien tu amor hace injusto,
y cruel contigo a Porcia.
Pues si por mí tantos males
solamente se ocasionan,
quiebren por mí las desdichas,
y padézcalas yo todas.
A Porcia tienes presente,
cásate, Señor, con Porcia;
que para que hacerlo puedas,
yo elijo una celda sola,
donde viviré contenta
de ver que tu gusto logras,
y que yo por él he hecho
la fineza más costosa.
Desde aquí me iré a un convento,
donde moriré gustosa,
como allí haya donde quepan
mis lágrimas amorosas.
PORCIA. No lo acete vuestra alteza;
y antes, Señor, que responda,
sepa que yo he de morir
mil veces.
REY. Detente, Porcia.
(Ap. ¡Válgame el cielo! ¿Qué escucho?
¿Es posible que tan loca
sea mi pasión, que no haya
he conocido hasta ahora
la estimación que merece
la fe amante de mi esposa?
Y ¿que se haya de decir
que una mujer valerosa
supo vencer sus pasiones,
cuando a mí me arrastran todas?
¿Yo no he de poder vencerme,
y ella sí? ¡Oh luciente antorcha
del desengaño, que alumbras
cuando más tu luz importa!)
Señora, a vuestra razón
no doy respuesta, ni hay otra
sino el arrepentimiento
que mis yerros me ocasionan.
Pero yo prometo al cielo
que en mi amor se reconozca
tal enmienda, que ella sea
la satisfación más propia.
Y porque tenga principio,
Federico, dale a Porcia
la mano.
FEDERICO. Y el alma en ella.
¡Ay dulce perdida gloria!
PORCIA. ¡Ay querido esposo mío!
ALMIRANTE. De vuestras plantas heroicas
beso mil veces la estampa.
REINA. Ya fue mi pena dichosa.
TORREZNO. Laura, yo envido mi resto.
LAURA. Quiero.
TORREZNO. Pues con estas bodas
y un vítor, da fin dichoso
aquí Primero es la honra.