La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

 

 


Del fondo mecánico de
la realidad humana
en la obra de Lacan
Fernando Gabriel Rodriguez

En efecto, el psicoanálisis es realmente una
manifestación del espíritu positivo de la ciencia en
tanto explicativa. Está lo más lejos posible de un
intuicionismo. Nada tiene que ver con esa comprensión
apresurada, cortocircuitada, que tanto reduce y
simplifica su alcance –
Lacan, Sem. III, p. 341.

El sobrerrelieve que el registro simbólico adquiere en Lacan,
indicando el comienzo de su enseñanza en el más estricto sentido
(sin que ello importara jerarquizarlo por encima de los otros
dos, con omisión de los cuales es inconcebible), no puede
explicarse sin un número de referencias que echan en falta, por
lo común, el esclarecimiento de los husos que vertebran sus
derivaciones a partir de las formas de su concepción. Se sitúan
así, para este particular, los nombres de Jakobson y Lévi-Strauss
como antecedentes de los que el pensamiento lacaniano será por
siempre deudor (dato curioso: lo será desde su franco
reconocimiento): el primero por haber fecundado desde sus
elaboraciones sobre las modalidades afásicas el correlato
(entonces en ciernes) linguístico-psicoanalítico, cartografiando
sobre el segundo polo el producto de sus reducciones a una lógica
de la patología, aun cuando el criterio de la operación debía
aguardar todavía un tiempo por la necesaria rectificación
(sinécdoque, metonimia y metáfora habían sido respectivamente
vinculadas a condensación, desplazamiento e identificación o
simbolismo (1) ) y el abordaje mismo pergeñado sobre la
disolución del lenguaje sea hoy día un tanto preterido; el
segundo, antes que nada, por haber aportado el modelo estructural
que oficia como vaciadero lógico de las formaciones culturales –
un artículo suyo no siempre presente en la consideración de los
comentaristas de Lacan ha proporcionado, cuando no el propio
texto, de cualquier modo el espíritu de muchos de los postulados
más "originales" de éste. Se trata de La eficacia simbólica,
aparecido en Revue de l’Histoire des Religions, t.135, n 1,1949
(2), donde se apunta que "el poder traumatizante de una situación
cualquiera no puede resultar de sus caracteres intrínsecos, sino
de la capacidad que poseen ciertos acontecimientos que surgen en
un contexto psicológico, histórico y social apropiado, de inducir
una cristalización afectiva que tiene lugar en el molde de una
estructura preexistente" (p.225 – itálicas nuestras).
Inmediatamente después de señalar que estas estructuras han de
ser intemporales (se conserva para ellas su posibilidad plural),
se impugnará la acepción de inconciente como "refugio de
particularidades individuales, el depositario de una historia
singular"(p.226) para reemplazarla por una que, alcanzando más
tarde el campo que fuera su destino natural, facultará en él para
la revolución de la que iba preñada; así, "el inconciente se
reduce a un término para el cual designamos una función: la
función simbólica, específicamente humana, sin duda, pero que en
todos los hombres se ejerce según las mismas leyes; se reduce, de
hecho, al conjunto de estas leyes". Para más detalles: "El
inconciente () es siempre vacío o, más exactamente, es tan
extraño a las imágenes como lo es el estómago a los alimentos que
lo atraviesan. Organo de una función específica, se limita a
imponer leyes estructurales a elementos articulados que vienen de
otra parte - y esto agota su realidad (). Se podría decir,
entonces, que el subconciente [¿preconciente?] es el léxico
individual en el que cada uno de nosotros acumula el vocabulario
de su historia personal, pero este vocabulario solamente adquiere
significado - para nosotros mismos y para los demás - si el
inconciente lo organiza según sus leyes y constituye un discurso
"(ibid. –de nuevo las itálicas nuestras) .

Transcripción tan in extenso sólo se justifica en tanto pueda
afirmarse que habrá sido (el futuro perfecto no es aquí
accidental – evaluará el lector si el designio del presente texto
refrenda al cabo su empleo) para ilustrar hasta qué punto lo que
es tenido por más auténticamente lacaniano sólo lo es en segunda
instancia, a saber, en la flexión de estas nociones sobre sí
mismas, en su nueva configuración re-flexionada sobre el suelo
germinal de las vías en que vieran la luz como versión primera.
Tal la prueba de que junto a todo mérito por originalidad va
paralelo el principio según el cual ex nihilo nihil – pese a que
el autor que nos ocupa no pueda decirse en oportunidades del todo
ajeno a ciertas formas de sano contrabando, casi como para
desmentir la máxima. Por otro lado, si entre las más directas
referencias del pensamiento lacaniano hemos omitido la mención de
Saussure, no se lo atribuirá al descuido sino a una delicada
tasación que nos resolviera a ubicarlo, dentro de la temática de
nuestro desarrollo, antes en las adyacencias que en el propio
centro. En cuanto a Freud, razón-medida de la empresa de
refundición lacaniana, su evocación es siempre redundante.
Tenemos pues con Jakobson y Lévi-Strauss lo suficiente para
explicar el inconsciente lacaniano como el hijo que la
lingüística y la perspectiva estructuralista hicieron al modelo
freudiano, vástago aventajado en la lozanía que ganara al verse
purgado del lastre mítico que todavía se filtra aquí y allá en su
genitor – sin que esto empañe, está claro, un ápice el valor del
descubrimiento freudiano, cuyo núcleo, consolidado en sí mismo,
es el objeto de la recuperación lacaniana (el mito es, por
cierto, el recurso siempre a mano para zurcir los blancos de la
ilación racional, y lo mismo Platón que Freud, a uno y otro lado
del paradigma científico moderno, no hacen más que probarlo:
metempsicosis o Edipo).

Sin más rodeos nos toca indicar con la mayor explicitud lo que
comanda este nuestro ensayo, para lo cual asentaremos el
presupuesto de que la insistencia de Lacan por fijar en el ’53 el
comienzo de su enseñanza fuerza a concederle ya entonces la
posesión de los implementos que harán a todo su posterior
recorrido, su propio universo uno y trino (R-S-I). Si de él
reenviamos ya lo simbólico a sus fuentes, y de lo imaginario poco
quepa aclarar, comprendido como está entre lo que sencillamente
se entiende por tal y lo que Freud puntuara con su rigor asiduo a
título de realidad psíquica, nos resta aún, acaso el terreno
menos explorado, desenterrar la procedencia de la concepción de
real de la que Lacan hace gala ab initio (cuestión que impondrá
también añadir siquiera un comentario en torno a la disputa que
ya se conoce sobre este punto). Pues bien, ¿cuál es aquí el
precedente? Contra lo que se ha argumentado (Koyré – quien es tan
sólo un eslabón en la cadena de remisiones) arriesgaremos llevar
el enlace a un punto muy anterior, uno que notablemente no ha
sido hasta hoy, que sepamos, convocado al concierto desde el que
aquí lo requerimos. Ensayaremos de ahí por nuestra parte una
tesis, menos por haber de ella una convicción acabada cuanto por
tensar el arco (nunca será inconveniente introducir en la teoría
cierta tensión) y ver adónde nos lleva el disparo, si es que a
algún sitio – por lo demás, un antecesor ilustre nos alienta en
esta intención nuestra, sin que deba por fuerza mencionársele,
cuando cada analista sabe ya de su identidad a la par que del
destino formidable de su empeño: la pulsión de muerte; también
Popper, por incluir – a solo beneficio de inventario – a una
figura ajena y aun contraria al empeño psicoanalítico,
argumentaba en favor de la osadía de la hipótesis, según proviene
de su verificación el avance del conocimiento científico y no de
la de hipótesis que, por inofensivas, por su grado de timoratez,
apenas si reúnen los méritos para denominarse tales. De cualquier
modo, no es la nuestra una que podamos llamar especialmente
osada: se limita a postular a qué marco teórico general cabría
adscribir, en su alcance más vasto, esto es, en sus lineamientos
más fundamentales, el grueso de la obra lacaniana en todo su
desarrollo diacrónico.

Nos precipitamos a contener el cuestionamiento que haría mella
donde sostuvimos carecer por el momento de un autoconvencimiento
definitivo. Ha sido la forma en que optamos por plantear nuestras
dudas acerca de una lectura cuya posibilidad se nos va imponiendo
progresivamente con mayor y mayor firmeza, a la que defendemos
con la prudencia que impone el saber que mucho le aportará el
tiempo de una maduración más prolongada. En fin, nuestra posición
responde a la pregunta por el precedente: G.W.F.Hegel – y
proyecta sobre cierta esencial elaboración lacaniana,
presuntamente contenida en Freud (wo Es war,...), el espectro del
sistema.

La conexión con Hegel parece reducirse a los ojos de los
especialistas lacanianos al mito antropogénico del amo y el
esclavo, relegando la reconocida honda influencia del pensamiento
hegeliano sobre Lacan a una sombra de fondo en la que los puntos
de anudamiento y apoyatura concretos nunca son destacados. Para
algunos son inexhumables, por no haberlo facilitado el mismo
Lacan. Otros diluyen el peso de esta influencia en el paso del
tiempo, olvidando que una completa reversión no oculta en su
negatividad la encarnadura de relevo a que responde ni el modo
larvario en que estaba como potencia ya allí ¿O es posible
imaginar el alumbramiento del inconciente con independencia de la
psicología clásica de conciencia? ¿O puede consumarse una
subversión subjetiva sin la consideración en perspectiva del
núcleo de apodicticidad cartesiano? Estos planteos por sí solos,
sin necesidad de aguardar a que sean afirmativamente respondidos,
rezuman ya el hedor de la incomprensión más absoluta. Pues fue el
mismo Lacan quien asentó qué requisitos habían debido cumplirse
para la posibilidad del psicoanálisis, como seña que hoy todavía
algunos despistados descuidan, ignorantes de su importancia
capital. Nos restringiremos, por ende, a argumentar para quienes
saben insertar a Lacan en un registro de determinaciones que da
la envergadura justa de su obra personal, y así es que nadie
encontrará aquí nada si no accede antes a reconocer de qué manera
incuestionable omnis determinatio est negatio (y su opuesto, que
interesa como eje a nuestra exposición).

I

Para dar a lo real un encuadre fundamental, y no perseguimos otra
cosa sino demostrar cómo se halla vigente y discriminado en el
momento cero de la enseñanza lacaniana, con lo que no es aquí de
nuestra competencia considerar las rectificaciones que esta
ditmansion haya adquirido en lo ulterior, se nos antoja
especialmente apropiado situarlo desde las directrices que lo
definen a la altura del Seminario IV (3). Se trata de un texto
calificado en su aptitud para concentrar la disputa alrededor de
si están aquí marcados ya los lindes entre realidad y real que en
general se suponen posteriores, virtud habida por la que
introducimos con él a la cuestión, cuando podríamos haberlo hecho
sin dificultad desde el Seminario I (cuidaremos de probar que el
trazado de lo real no es en 1953 menos elaborado que el de los
otros dos órdenes con que Lacan compone su sistema de
coordenadas).

Allí se lee: "Es poco probable que todos partamos de la misma
noción [ de lo real] , pero es verosímil que podamos acceder a
ciertas distinciones o disociaciones esenciales que se pueden
aportar en cuanto al manejo del término de real, o de realidad,
si examinamos cuidadosamente qué uso se hace de ellos" (4).La
conjunción no lleva aquí el sentido de una alternativa
excluyente, sino que es comprensiva, vale decir, la disyunción es
interior al concepto: realidad se ofrece como opción
terminológica a quien la prefiera, sin que esto deba entenderse
como una vacilación. No hay confusión en igualar realidad y real,
y Lacan aun concede que se emplee la primera denominación con tal
que no se traicione el perfil de la que es su acepción, fijada
unas pocas líneas más abajo: Wirklichkeit – y es que en el orden
de su discurso tenía presente un instante antes el sesgo
específico que el alemán permite connotar. El desdoblamiento por
Freud de la realidad en dos modalidades tanto contribuyó a una
discriminación necesaria como perturbó, simultáneamente y en la
misma maniobra, la claridad que de ella podría haberse esperado,
y esto en función de no haber Freud echado mano de aquella opción
disponible en su lengua para designar a una y otra en forma
diversa, de suerte que no puede sino intencionadamente postularse
que haya mantenido coherencia en su discernimiento (cfr.
Escritos, p.62-63). No obstante, es Freud quien escribe
psychische Realität, y que Realität sea igualmente empleado en
otros casos no quita que allí deba reconocerse un acierto a la
puntuación lacaniana: reservar Wirklichkeit (la efectividad, la
realidad en su desenvolvimiento y productora incesante – wirken:
obrar, operar - de efectos - Wirkungen) para llamar a lo que
desde lo exterior atañe más interiormente a un sujeto, autoriza a
conservar la denominación de Realität para indicar (psychische)
la forma en que ese sujeto se encuentra concernido en efectos por
la máquina (del lenguaje, se entiende), dada en ésta cierta
palmaria propensión al enquistamiento de aquella otra realidad
fluyente (esto es, las fijaciones fantásticas, los puntos de
identificación, al fin, el imperio de lo imaginario) y atendiendo
a la vez al carácter terminal que anida en la realitas latina
como referencia última a una cosa abstracta de toda dialéctica
(res). Este señalamiento particular permite por interpósita
acción de una remisión etimológica alcanzar el nudo de lo real en
sí, y por cierto con mucha mayor pertinencia semántica. Lo real
(cuando no supone una exterioridad con la que no se quiere más
que hipostasiarlo, dotándolo de una objetividad esencial, a la
manera en que intenta comprendérselo en tanto se lo alude bajo el
rótulo de realidad exterior) incluye ya al significante como
incomprendido, y así es como el ello debe concebirse. "Este
significante que tiene sus leyes propias, sean o no reconocibles
en un fenómeno dado, ¿es esto lo que se designa como Es? () Para
comprender algo de lo que hacemos en el análisis, hay que
responder – sí. El Es del que se trata en el análisis es
significante que ya está en lo real, significante incomprendido.
Ya está ahí, pero es significante, no se trata de no sé qué
propiedad primitiva y confusa correspondiente a no sé qué armonía
preestablecida" (5).

Así pues, aun cuando se haya dicho "o", y contra lo que podría
parecer, realidad y real no se recubren en lo conceptual. Acaso
no sea excesivo columbrar que Lacan podría haberse visto forzado
a concederles, por espacio de un tris y traicionando su
pensamiento, en aquel pasaje que introduce a la noción de real,
cierto meditado valor sinónimo, como para facilitar a aquella
parte de su audiencia para la que la mención de lo real
invariablemente suscitaba incomodidad ("Algunos de ustedes, creo,
dejan escapar un suspiro de alivio" (6)) un acceso más llano
desde las ideas generalizadas hasta su personal elaboración de
las mismas. Inmediatamente después de esta concesión y de un
mandoble pondrá de manifiesto cómo era menester distinguir de la
realidad algo que en francés como en castellano queda
confusamente asimilado a ella, pero que el alemán Wirklichkeit
permite aislar.

Se obtiene en conclusión que, si lo real, tan puro como se desee
suponerlo (recupérese en esto la Meinung de Hegel), contiene de
hecho la estructura, el resultado es una ecuación en la que la
cruza de una realidad exterior ya estructurada (con lo cual, tan
poco exterior como interior el sujeto atado a esa misma
estructura) se corresponde con el ello como segundo miembro. Real
se dice, en este sentido, de "lo que implica de por sí cualquier
posibilidad de efecto, de Wirkung. Es el conjunto del mecanismo"
(7). Huelga aclarar nuevamente cuál es aquí el mecanismo aducido.
La realidad, ahora asumida como Wirklichkeit (lo real: no se
pierda esto de vista) es definida como "la eficacia del sistema,
en este caso el sistema psíquico" (8). Y todavía una cita, tanto
o más categórica: "El Es es lo que, en el sujeto, es susceptible,
por mediación del mensaje del Otro, de convertirse en Yo (je). He
aquí la mejor definición. Si el análisis nos aporta algo, esto es
– el Es no es una realidad bruta, ni simplemente lo que está
antes, el Es está ya organizado, articulado, igual como está
organizado, articulado, el significante" (9) ¿De qué manera
podría haberse afirmado más taxativamente que lo real del
psicoanálisis, a contramano de la concepción dominante en todos
los ramos científicos (¡pero de qué otro sitio podría esperarse
una vislumbre semejante! ), no atañe a la cosa recluida en sí
misma, inmaculada por inaccesible a las potencias del
conocimiento humano, muda al empeño de este sujeto trascendental
a cuyo alcance se sustrae? Desde luego, tratándose aquí de otro
sujeto, las consecuencias socavan los cimientos del edificio
kantiano, pues, de hecho, la cosa habla – especialmente a aquel
que no quiere escucharla. La inversión de los términos se ha
proyectado mucho más allá de lo esperado: si antes la naturaleza
se recogía en sí misma desalentando los afanes del sujeto
cognoscente, ahora es éste quien procura evitar enfrentarse a lo
que en los gritos de la pulsión su naturaleza le confiesa.
"Mantener la necesidad de hablar de una realidad última, como si
estuviera en algún lugar más que en el propio ejercicio de hablar
de ella, es desconocer la realidad donde nos movemos. Puedo
calificar esta referencia, hoy, de supersticiosa" (10). Con lo
cual, si por una parte la realidad que llamamos Wirklichkeit debe
buscarse más allá de esta otra inmediata, nunca tan allá que
pueda quedar por fuera de una lógica.

¿Cómo es que ningún comentarista ha puesto de relieve para este
movimiento de contradicción la importancia del eslabón hegeliano?
La cosa en sí, der Sprache unerreichbar, inalcanzable para el
lenguaje, se precipita por fuera de lo humano por la proscripción
que la palabra impone a lo que toca, sea tanto por quedar
desdibujada en la universalidad que la ha envuelto como por haber
devenido prescindible, eclipsada por el poder mismo de aquella,
que no la requiere in situ para inducir su representación. Se
establece de esta forma la subsunción de lo real, concebido como
lo en sí, en el dominio del lenguaje, que es por cierto lo más
verdadero, restando a la cosa como refugio postrero, una vez
desalojada del mundo, la cabeza de quien quiera pensarla (11).

Lo exterior, pretendido una masa inerte, emerge de todo esto
configurado ab origine por la legalidad que será también la
matriz de lo interior, y que confundirá a uno y a otro como
identidad resuelta en el punto de inversión de una banda moebiana
(¿cómo indicaremos este punto, si no tal vez como aquello que
obtura la continuidad entre exterior e interior, A® S, a saber,
lo imaginario, ámbito responsable de la superficie, moi, que
quiebra en dos, como Umwelt e Innenwelt, lo que esencialmente es
fluencia?). Contra la hipostatización de la realidad, según puede
apreciarse que acontece aquí y allá en el texto freudiano, donde
se lee Realitätsprufung y Realitätsprinzip (por cierto, junto a
psychische Realität, expresión esta que no contraviene nuestra
postulación, en tanto designa esa otra escena en la que topamos
con la esclerosis de la fantasía del sujeto), tenemos en
Wirklichkeit una determinación mucho más adecuada para aquello
que Freud concibiera, aun cuando no atinara en su definición.

Si la red de neuronas del Proyecto freudiano (significantes)
repite el mundo como serie de huellas de la acción perceptiva,
del cartografiado sobre aquellas inscripciones psíquicas de un
modelo up to date del inconsciente no resulta más que el ello,
las leyes de la estructura infundidas en el contenido de una
realidad material a suponer (o soportes de la materialidad del
sentido, única en pie luego del soterramiento de la natural – del
que fueran por demás el agente).

Ello que surge de nuestra derivación es, en efecto, discurso,
lenguaje en acto (retraducido a la trama de equivalencias que nos
disponemos a desplegar, concierne al extrañamiento de la lógica
en la naturaleza). Está dicho, ça parle, no el inconsciente
-¿cuál es pues con esto su cuño, concebido como está a la manera
de un lenguaje que es siempre aquel que se encarna en ello? Por
una parte funciona en la estructura de elementos covariantes a
título de efecto de lo que formaliza el movimiento interno de
estos elementos discretos como la tal estructura, esto es, la
legalidad del lenguaje, cerrada sobre sí misma, allí cuando la
connivencia de la actividad de sus dos engranajes (metáfora y
metonimia) favoreció el desentendimiento del sujeto respecto de
algo que ya es suyo (inscripción). Por otra, l’inconscient c¢ est
le discours de l¢ Autre, sentencia que no debe leerse tan
sencillamente como la traducción castellana ha inducido: discurso
del Otro, sino, a cuenta de la ambigüedad que el francés ha
consentido en este caso: discurso de lo Otro (ello, donde
eminentemente tua res agitur: se trata de lo tuyo) (12). ¿Pero
cómo podría el inconsciente ser a una vez discurso y su mismo
efecto? La apariencia de contradicción entre ambas observaciones
se disuelve con sólo aportar al punto la vigilancia que reclama,
de arte que, tasada justamente, la cuestión se ordena sin
necesidad de forzamientos. La segunda fórmula comprende una
sinécdoque de peculiar dimensión, que debería allanarse
completando así: el inconsciente es el [efecto] del discurso [de
su sujeto] acerca de aquello que éste, siéndole propio, desconoce
o no atisba [lo Otro]. Se conservará así para el concepto, por
mediación de estas dos versiones, el sesgo estructural del que
tiende a privárselo cuando se lo designa como aquello que habrá
sido – perfilado entonces como la pulsación que, sobre el
trasfondo de la vaciedad abstracta que hace a la función
simbólica, amaga devolverlo a su condición originaria de mero
adjetivo. En virtud de lo cual habrá sido inconsciente lo que
haya verificado una eficacia hasta allí desconocida. Eficacia que
se consuma en la estructura.

Si a algo hemos apuntado con lo antedicho ha sido a enlazar las
definiciones de inconsciente y ello (actualidad de la
estructura), el primero de los cuales ha de ponerse en comunión
con la palabra del sujeto, que discurre acerca de eso Otro en lo
que el sí-mismo ha dejado la esencia, quedando la segunda del
lado del lenguaje en sí. De la íntima comunicación entre las dos
mencionadas acepciones de inconsciente emerge la neta oposición
bajo la que se presenta ante otras tantas, de las que sea acaso
la junguiana la que con mayores méritos se ubica en las
antípodas, al llenar lo que allí es vacío y fijar
arquetípicamente lo que consiste en acto (movimiento
reflexionante del discurso), por no abundar en divergencias que
podrían multiplicarse sin mesura (letra versus significado,
etc.). No se exige tampoco una clarividencia de tipo particular
para apreciar la magnitud del abismo que pone a un lado el ello
concebido por el ardoroso celo científico freudiano y a otro el
de quienes, desoyendo las marcaciones de su artífice, lo toman
todavía por un impulso desbordante y ciego, desorganizado por
definición y en pareja medida incoercible, como si no se tratara
más que de la Voluntad de Schopenhauer, cuando basta haber pasado
por la 31° de las Conferencias de Introducción al Psicoanálisis
para topar con la siguiente afirmación: "Parece verdad que la
energía de las mociones pulsionales se encuentra en otro estado
que en los demás distritos anímicos, es movible y susceptible de
descarga con ligereza mucho mayor, pues de lo contrario no se
producirían esos desplazamientos y condensaciones que son
características del ello" (13).A la vista de lo cual ya no
tendremos indulgencia para quienes insistan en considerar al ello
como una instancia informe y desprovista de toda lógica (alogisch
corresponde, a propósito, a la definición de Schopenhauer de su
ya aludida Voluntad Universal). Dados a la tarea de sustentar
nuestra tesis, según la cual la influencia hegeliana propició en
Lacan una determinada lectura de la obra de Freud, alejándolo del
tropiezo de tantas inteligencias contemporáneas, seducidas por el
atractivo del inconciente de los románticos (su precedente mejor
cristalizado en el imaginario cultural – ¡pero en modo alguno es
el freudiano "el inconsciente romántico de la creación
imaginativa. No es el lugar de las divinidades de la noche"!)
(14), procuraremos en lo siguiente brindar una reseña esquemática
de la visión de la realidad por Hegel, con detalle de lo que
afecta directamente a nuestro comentario.

II

Nada más ajeno a la ambición omnicomprensiva que encuadra el
derrotero filosófico hegeliano que la idea de una realidad por
fuera de la realidad, algo clausurado en sí mismo e impermeable a
la interpelación racional. Superación dada ya en primer término
en Fichte, aunque lograda vía el expediente de una absolutización
subjetiva: todo es yo, el no-yo es función de lo extraño que el
yo pone en sí mismo. La naturaleza es puesta por el espíritu, no
lo preexiste ni puede ignorarlo, con lo que es consumada la
disolución de la cosa en sí kantiana y habilitado el curso para
el desarrollo del idealismo alemán subsiguiente.

El relevo del pensamiento fichteano tendrá en Schelling su
contradicción. No será ya el espíritu quien de sus entrañas dé a
luz, para sí mismo, a la naturaleza, sino que lo real, concebido
como espíritu en sí, extrae de sí al espíritu mismo. Por
subordinar así a lo ideal, aun cuando - entendida la naturaleza
como espíritu en potencia - se trate de una filosofía de la
identidad, Hegel llamará objetivo al idealismo de Schelling,
opuesto al subjetivo, de cuño fichteano (Diferencia entre los
sistemas de Fichte y Schelling). La conciliación hegeliana
(idealismo absoluto) arbitrará una recíproca inmisión de las
partes, sometida al lento y trabajoso despliegue de las
ecuaciones e inecuaciones que trasunte el espíritu en la marcha
ascendente hasta su realización (la solución de Schelling, fruto
de una súbita intuición, "wie aus der Pistole geschossen"- como
disparada de la pistola -, no se aviene a los criterios bajo los
que Hegel concibe la definitiva reunión de lo Absoluto consigo
mismo). Que lo racional y lo real se confundan nuevamente en uno
y lo mismo no obedece a una captación mística, a un trazo del
universo sugerido por la trampa, siempre al acecho, del Uno
(tentación que envuelve también al sistema hegeliano, como hijo
de su tiempo); debe incluir las resistencias sucesivas que el
saber ha de vencer hasta hacerse con la verdad. Si el presente se
asume como el conjunto de efectos de lo anterior, lo anterior
será aquello provisionalmente ignoto aguardando por el
reconocimiento que lo pondrá en relación de agente junto a lo que
como tal ha generado. Este re-conocimiento (o descubrimiento, si
se prefiere, pues el proceso implica al cabo quitar la cobertura
que vela el acceso llano a la verdad - aletheia) tiene el
carácter de una flexión sobre sí. Desde el arranque se advierte,
presente y eficiente, una agencia de otra índole. Lo en sí a
develar es la Lógica.

Esta supone el primer grado del desarrollo del espíritu. Allí se
encuentra el espíritu universal como en sí, perfecto e impoluto,
puro pensamiento elevado al más alto estadio de abstracción. La
naturaleza no cuenta para él, ni existe todavía: es "la
representación de Dios tal y como él es en su esencia eterna,
antes de la creación de la naturaleza y de un [ eines] espíritu
finito" (15). No supone sino el esqueleto nudo, ideal, del
universo - al que contiene en sí. Pero la manifestación del
espíritu lo requiere extrañado, exteriorizado, fuera de sí
(entäub ert, entfremdet) y así es como en su aparecer se muestra
diversamente, arrancado de su condición de originaria
imperturbabilidad para precipitarse en su ser-otro, extravío real
(Reales) del que retornará para realizarse (sich verwirklichen)
como absoluto. Si en la naturaleza se pierde, de ella se redimirá
al revelarse en su mismo seno como la ley en que aquella se
desvanece y de la que vuelve a emerger, instalando una
permanencia bajo la fugacidad, que no se tiene a sí misma más que
en la segunda, tan dependiente de la desaparición como esta de
ella (16). «"El espíritu es más elevado que la naturaleza "
porque se refleja en él mismo y, de esta manera, es sujeto,
mientras que la naturaleza sólo es el espíritu extraviado fuera
de sí mismo, el yo absorbido en su intuición y perdido en el ser»
(17). Esta naturaleza hegeliana no es ya la pura materialidad
siempre cambiante de Schelling, sino el saber de la naturaleza.
Su exposición corresponde a la filosofía natural del primer
cuarto del siglo XIX y consiste en lo que el espíritu sabe de
eso-otro, donde todavía no se ha reconocido: un conocimiento
estrictamente científico que no se detiene aún a debatir qué es
lo que en realidad conoce, paso reservado a la definitiva
componenda en la que advertirá que no se obtiene nunca más que lo
que se ha ido a buscar (siempre contiene de antemano la pregunta
el espectro posible de la respuesta, condicionada por su
formulación). Este cierre que acaba por reintegrar el espíritu a
sí mismo, luego de su posición (acción de ponerse) fuera de sí,
se configura a todo lo largo de una dialéctica que, cancelando en
su avance las formas con que el dualismo se presenta, crece en
cada reflexión del objeto sobre el sujeto y de este sobre aquel,
dibujando un movimiento incesante hacia la identidad en la que
las partes no hallan, cada una en la otra, más que su igual. El
conocimiento se acredita in actu y no requiere de convalidaciones
exógenas, de estructuras abstractas pergeñadas para tamizarlo en
una esfera de formalidad que lo desvitaliza al ignorar su
historia; razón por la cual no ocupa a Hegel la cuestión de un a
priori de las posibilidades e imposibilidades gnoseológicas, tan
cara a la modernidad, sino en la medida en que se ve movido a
desestimarla, y esto tan radicalmente como para tasar su mismo
planteo de improcedente. El medroso cuidado con que los modernos
se entregaban a la difícil sutura de la realidad y las ideas
(partición que remonta a Platón, pero actualizada por el
bisustancialismo cartesiano), tarea que el renacimiento
post-reformista concentrara sobre el aspecto particular de los
modos del conocer, tras haber dado por tierra con las
convicciones medievales en torno a la univocidad de la verdad,
merece a Hegel tan sólo una consideración lapidaria: "lo que se
llama temor el error se da a conocer más bien como temor a la
verdad" (18).

En efecto, ningún acicate mayor para el pensamiento de la
modernidad que el de salvar el diferendo lógico-esencial –v.g.:
recordar, sencillamente, aquel Discurso inaugural, instituyente,
que lo era del Método, sin que escape a nadie que fuera la
conciencia la institución de tan sólido cimiento a que aludimos.
Así nace una filosofía de la caución que no ha dejado de contar
epígonos, aunque ha ya largo tiempo que se ha sentenciado la
suerte de todo kantismo o similar. "Querer conocer antes de
conocer es algo tan absurdo como el sabio propósito de aquel
escolástico que quería aprender a nadar antes de decidirse a
lanzarse al agua" (19). El resultado inevitable y contumaz de las
conclusiones ilativas de esta corriente es la escisión de la
realidad en orden a su accesibilidad, de suerte que en su fondo
no es más que una sombra esquiva que alimenta los afanes de una
aproximación asintótica condenada ad aeternum a representar el
episodio del burro al que el señuelo de la zanahoria pone a
andar, y que andará por siempre sin reducir la distancia que lo
separa de su objeto. Ese burro, por cierto una figura a la medida
del científico promedio, es sin embargo menos burro que éste: su
necedad no sería tan grande como para seguir andando si le fuera
dicho que nunca alcanzará su zanahoria, actitud que nuestro
ilustre congénere desecha y cree haber superado abonando con su
sacrificio un Ideal de verdad demasiado excelso como para
merecerlo, esto es, haciendo del velo de Isis una medianera
blindada, cuando basta asomarse apenas por encima para ver que
allí detrás no hay nada, como no sea el propio sujeto (20). La
alternativa a esta verdad proscripta por designio, hija de una
conciencia demasiado temerosa como para no demorarse
obsesivamente y a sus anchas en el ajuste puntilloso de un
aparato crítico que la guarda precisamente del contacto directo
con aquella verdad, acepta en cambio que ella es su destino
natural. A buen socaire de todo roce con ella, dramático en
cuanto comporta el riesgo del yerro, esta conciencia del
idealismo trascendental tiene en él los pertrechos que la ponen
irredimiblemente al otro lado de lo que aguarda por ella – por
ella desalojado. Pero el saber que sabe mal o sólo corresponde a
una media verdad traiciona su concepto, y con ello hay suficiente
para sumir en cuestión todo el montaje crítico, sea bajo su
matriz originaria como en su apostillado y rectificaciones
contemporáneas. La verdad es lo sabido y al saber no toca sino
poseer verdad, la cual, aquende, se liga a aquel sin solución de
continuidad y como el complemento en el que encuentra su esencia,
del modo en que así también se da la verdad su propia esencia en
el saber – no en el no-saber que de una u otra forma recibe del
criticismo un fomento, deslumbrado por una luz (la luz de la
verdad) a la que tiene por divina, sin que la inadvertencia
alcance a revelársele: divino y espiritual significan simplemente
humano (21). Si la verdad se ubica allende el aparejo crítico y
se destina a no ser sabida, cae el vínculo que da sentido a las
nociones tanto de verdad como de saber y se licencia el
resurgimiento de los retoños de escepticismo que encontrarán allí
terreno seguro donde afincarse.

El otro lado no es tal más que en su primera manifestación,
cuando lo es cabalmente. El movimiento de la espiral dialéctica
avanza en el sentido de una progresiva cancelación de las
polaridades que se van suscitando al ritmo en que los niveles de
concretud se superan integrativamente (Aufhebung). El proceso se
orienta, entonces, a la resolución de las abstracciones y a la
verificación de una unilateralidad absoluta o panlogismo que
comuniza al sujeto y al objeto, clinamen traslúcido en la
sentencia hegeliana por antonomasia, "todo lo real es racional y
todo lo racional, real (wirklich)". De una manera u otra puede
concederse al semoviente Espíritu hegeliano el calificativo
aristotélico de hilemórfico – no será al cabo sino una
denominación subalterna para lo expresado en la cita precedente.
La comunión de los opuestos los revela como no-opuestos, los dos
lados son una y la misma dimensión, se desvanecen los núcleos de
oscuridad que limitaban la visión del sujeto cognoscente a un
ámbito de apariencias sostenido desde el subsuelo de lo que en
presunción sería en sí. Que ese otro nivel se traduzca, él
también, en espiritual, que el espíritu inunde la naturaleza y la
comprenda absolutamente, que la verdad retorne a la tierra firme
del conocimiento, de la que sufriera a manos de Kant un exilio
equivalente, por definición, a un despropósito - en fin, que la
infinitud pueda concebirse bajo la forma de un cierre, de un
círculo envolvente de todo cuanto abarca, incluso, para valernos
de una sugerencia ya antes apuntada, de una banda moebiana, y que
con ello lo diverso se reconozca en lo igual, tal la realización
del Absoluto. Este se halla en sí en el Logos, se opone luego a
sí mismo en la Naturaleza y se pone concretamente en el Espíritu,
donde este mismo Espíritu llega a ser Logos y se capta a sí mismo
como el presupuesto universal.

III

Para comenzar sin otras dilaciones a desbrozar nuestra tesis
observaremos antes que nada que el recorrido a detallar en lo
inmediato, sobre la ruta de sus dos formulaciones históricas
(mediando entrambas el descubrimiento freudiano), no lo
efectuaremos sino para prestar a la segunda la señalización que
en ella falta. Se trata de un juego de correspondencias que acude
en respaldo de nuestro aserto acerca de lo que habría constituido
el marco de coordenadas de las referencias lacanianas en cuanto a
lo que es su cosmovisión, a saber, el sistema hegeliano y la
impronta lógica sobre la que están dispuestos los husos para su
despliegue. Llevamos tan lejos como es posible la afirmación,
diversamente desarrollada en las dos concepciones que en esto
hacemos concursar, de la disolución dialéctica del sujeto
moderno.

He aquí el trazado de nuestra propuesta:


Se ha partido de la convicción de poder consustanciar la lectura
lacaniana del principio freudiano por el que "donde ello era, yo
debo devenir" (a partir de la cual queda rectificado su sentido,
presa hasta allí de la interpretación del yo mencionado como el
de la cristalización serial de las identificaciones – ahora en
cambio devuelto al registro en el que la aseveración recupera
toda su fecundidad: sujeto del inconciente), y la máxima
hegeliana en la que se anudan la racionalidad y la realidad
(Wirklichkeit). Sobre esto ya hemos observado que la esfera de lo
wirklich, efectivo, de la realidad como agencia generadora, es el
campo de pertenencia del ello si, como se debe, se le reconoce
una lógica. Una, para decirlo todo, que restrinja su albedrío a
condensación y desplazamiento, y a la par lo aleje de la fantasía
criticista de una realidad de doble fondo, el último de los
cuales encarnaría al modo de una especie de stuff inerte, o de
modelos cercanos a los tópicos de Schopenhauer. Para disipar las
dudas que esta noción de realidad, o real, puede promover en su
empleo por Lacan, y si se quieren evacuar definitivamente las
tentativas que querrían confinarla a lo que ella no es, como se
dijo: stuff, naturaleza pura, inefable e inaccesible, convendría
ante todo presentarla como legalidad actual. La realidad es,
pues, lógica en sentido hegeliano, tal como acierta a expresarlo
Hyppolite: "La experiencia humana () sólo puede ser lógica (lo
que por lo demás es, aún cuando lo ignore)" (22).

El Logos se deduce de su realidad. Porque existe el discurso es
que debe establecerse su lógica. Inconsciente es lo que está ya
en el discurso como su potencia connatural, allí sumido en las
formaciones que lo cifran y a ellas unido por la lógica de doble
vertiente que lo articula, sintagmático-paradigmática. Lo
inconciente no es otra cosa que lo real en tanto que agujereado
(cfr. R.S.I. – 15/4/75). Vale decir, lo real está desde el
comienzo racionalizado, regimentado, consecuentemente
transformado, explicándose en ello la indisolubilidad del lazo
que vincula los registros de la tripartición lacaniana,
refractaria por la interdependencia de sus constelaciones
componentes a todo ejercicio de análisis.

Por cierto, que lo real sea algo distinto que un magma
indiferente de libre materialidad responde a una idea para la que
no supone dificultad hallar antecedentes. Que lo real dé cuerpo a
una escritura (que sus huellas comprometan a un sujeto al generar
en él afecto, que este afecto proceda del sentido que el mundo
cobra según la puntuación que se haga de la secuencia de sus
inscripciones, que esta secuencia se imprima ya ordenada), ¿no es
en sazón lo que se recoge prima facie de la sentencia galileana
donde consta que el libro de la naturaleza está escrito en
caracteres geométricos y que habrá que aprender su idioma para
poder leer en él? Un ejemplo más de esas estelares intuiciones en
las que el buen tino de un genio araña la revelación reservada a
las generaciones del futuro. Habrá que esperar por Hegel para que
este develamiento, tan jubilosamente saludado por Galileo y que
lo elevara a un pedestal edípico (como por lo demás nos lo hace
saber su epitafio), sea integrado a un orden de necesariedad.
Corolario que puede ilustrarse mediante la anécdota por la que
alguna vez, ante el planteo de la posibilidad de que la realidad
no condijera con su especulación, Hegel respondiera,
impertérrito: "Um so schlimmer für die Wirklichkeit" (tanto peor
para la realidad).

En el discurso universal la insistencia se desenvuelve vía el
recurso de las astucias que permiten que la mudez de ese pujo
(pulsión) del espíritu se haga no obstante oír – espíritu que no
devendrá para sí hasta que no reconozca en su lógica lo que habrá
sido inconsciente. La preñez simbólica de lo real sólo puede
indicar una cosa. "El juego ya está jugado, la suerte ya está
echada. Ya está echada, sin perjuicio de que podamos volver a
tomar los dados y tirarlos de nuevo. La partida empezó hace mucho
tiempo. () Por eso los augures no pueden mirarse sin reír. Y no
porque se digan: eres un farsante. Si Tiresias se encuentra en
presencia de otro Tiresias, ríe. Pero justamente, Tiresias no
puede encontrarse en presencia de otro, porque es ciego, y con
razón", pues se requiere en efecto una postergación del registro
imaginario para acceder a aquel del que recibe sus
determinaciones (23). La evocación ciceroneana podría incluso
enriquecerse aduciéndose que el augur leía los signos del cielo,
del mismo modo que el sacerdote interpretaba los dichos
inspirados a la pitonisa. Ya para los antiguos, alea iacta erat.

Ello grita su secreto, y la realización del sujeto consiste en el
aprendizaje del ejercicio de escucha. Por eso un analista es el
rédito de un análisis concluso. La naturaleza está ahí para que
el espíritu se sepa en ella y se reconozca como su génesis y
colofón ¿Cómo podría entonces someterse a duda la proposición
para la cual per conformitatem rei et intellectus, veritas
definitur, si coloca en ambos términos lo mismo? Pues la cosa es
ya textura, un entretejido que tiene en la verticalidad de sus
fibras un eje paradigmático de simultaneidad y en la
horizontalidad de las sintagmáticas uno para el despliegue de la
diacronía, y en ambos los engranajes de trituración de la materia
(a Escila y Caribdis engullendo los volúmenes del mundo, al cabo
de cuya digestión resultarán ex-sistentes).

Lo real puro como presunción material subyacente a la existencia
es la ilusión ofrecida a cambio del mundo como algo a leer, con
la ventaja de redoblar en el sujeto la apuesta por una esfera
supra-(o extra)sensible en la que deposita su anhelo de
completud, un más allá nunca lo bastante purgado de religiosidad
¿O falta esta religiosidad al científico? ¿No es ese más allá lo
que confirma la fijeza, la sustancialidad de aquello que estudia
- lo que por otra parte requiere para estudiarlo? ¿No cree por
ventura que eso está ahí, que eso es? ¿No crea él también con
ello un segundo mundo? Rechazar la falta en el Otro y asumirla
para sí, anteponiendo las limitaciones del propio instrumento
cognoscitivo, esa ratio que es para nosotros la posibilidad de
toda mensuración, ¿constituye acaso esto para alguien novedad? Sí
lo sería, definitivamente, para aquellos que, aferrados al legado
del kantismo, viven sus días dentro de una visión bilátera de la
realidad. Se vuelve así aplicable a la perspectiva científica
moderna, en especial aquella más cerrada a las inquietudes que
debería recoger de las especialidades llamadas conjeturales,
aquella estimación del Cristianismo por Nietzsche, platonismo
para el pueblo.

Dos son los caminos que trascienden la apariencia. Por una parte,
el que se solaza en el espejismo de una dimensión alternativa
inasequible por estructura (trascendental); por otra, el que
ahoga toda fenomenización en su repliegue y la ve engendrarse
nuevamente en su desaparecer, acotando en ello, en el despliegue
de este movimiento, el espacio de la ley, del que esta resulta no
ser más cosa que su manifestación. La fluidificación de lo que la
ilusión nos hace creer ilusamente que es fijo, lleva en Hegel el
nombre de Ley. A su vez, esta ley del mundo se deja en Lacan
reconducir al registro en el que toda hipóstasis cae, el
simbólico.

Aceptar de Lacan que "el hombre se interesa (en el sentido de
inter-esse) por la palabra" (24)comporta en verdad celebrar su
acierto al someter al hijo del cogito cartesiano a su barradura,
lo que se expresa S (esse barrado), un algoritmo que refleja las
condiciones exteriores que han acogido al viviente y que, en
consecuencia, han de indicarse de manera análoga: A(barrado). Lo
Otro, lo real, designa, así formulado, su articulación, su
captura por esa lógica del significante a la que la cría humana
debe por regla general rendirse. Contra ese acatamiento, el de su
división, se revolverá en procura de una entelequia de
individualidad que sólo una operación tardía, el nuevo acto
psíquico que da acceso a la idea de unidad, le permitirá forjar.
Ignora el sujeto que lo interior (lo que tiene por tal) no se
diferencia ni en lo material ni en lo sutil, ni en sus contenidos
ni en la lógica que los mueve (eso es la máquina), de lo que cree
mera exterioridad, sin sapiencia de la identidad que desde Hegel
vale como homónimo del saber.

Si lo simbólico organiza lo real, y si por su parte el aparato
psíquico responde a estos mismos parámetros, entablan uno y otro
una continuidad (continuum articulado) dentro de la cual lo que
en la jerga analítica se denomina realidad psíquica sólo diferirá
de aquello inmediato dado en calidad de producto de una
irregularidad fundamental. Así ha de entenderse el desencuentro
entre los dos principios de la actividad mental, y es que uno de
ellos conserva el objeto todavía y siempre con prescindencia del
dictado actual de la experiencia perceptiva. La pervivencia
psíquica de este objeto (a lo largo de toda la gama de sus
transformaciones) es el rédito de la acción del juicio atributivo
que lo ha categorizado bueno - aunque no haya en rigor tal juicio
aún, ni tribunal que lo imparta: en cuanto lo real enfrenta al
sujeto ya significando, las atribuciones objetivas no son sino el
efecto automático de la impresión real; pero no habrá
atribuciones más que a colación de un encuentro con el vacío que
constituirá el motu de una doble consecuencia: un agente
judicial, la conciencia, connatural con su primer dictamen, el
juicio negativo de existencia. El primer juicio sólo puede juzgar
la existencia, y los objetos del mundo cobrarán recién desde
entonces una coloratura positiva o negativa, afín o contraria al
placer, en función de que la experiencia de una pérdida radical
(fundacional) permita desde las consecuencias del apronte
angustioso desencadenado por la vivencia de castración, valorar,
conforme a un criterio ordenado a la huella de este efecto, las
cualidades con que se dotará a dichos objetos. Bueno será lo que
más lejos se ubique de toda resonancia de aquella experiencia e
incluso ayude a espantarla. Malo, y de por sí ya angustiante, lo
que se enlace de una u otra forma al remanente mnémico de aquel
episodio crítico. -Ergo, la apreciación freudiana había sido
desacertada (25).

Es el instante mítico en el que la apetencia del objeto no se
correlaciona con la realidad y éste no está ya a disposición por
la sola causa de ser deseado, aquél sobre el que en sazón
deberemos colocar el sentimiento inaugural de desamparo, cuya
honda caladura organizará defensivamente al sujeto. Pero no todo
objeto servirá a los fines de subsanar esta carencia. Los hay que
reavivan la sensación de invalidez y desprotección. De amparo es
que se indica aquí una carencia (que se trasluce en la ausencia
del objeto) - ¿de qué otro modo puede especificarse mejor la
condición social basal del hombre, sino marcando que es desde el
comienzo que su vida depende de que tenga un socius?

A partir del juicio de existencia se instauran como secuela los
principios de realidad y del placer, el cual se tiende por los
canales de un circuito alternativo de asociaciones. La inopinada
contingencia de esta bifurcación obstruye la percepción directa
del tránsito sin cesura de lo interior a lo exterior y de este a
aquel. Lo interior se asimila al concepto de placer, en oposición
y rechazo a la realidad objetiva exterior. La mediación será por
ende lo que faculte para este reconocimiento.

Tal como se ha afirmado, la síntesis condensa opuestos, haciendo
caer la oposición. El sujeto mediatizado por el Otro se sintetiza
así consigo mismo, aunque no supere con ello su división. Diremos
que el sujeto es sintético si asume la lógica, castradora,
esciciva, significante, para indicarlo todo, de la que es el
producto. En esta lógica con la que el sujeto se reúne luego de
haber hecho su experiencia, "se trata, si puedo hablar así, de lo
racional antes de su conjunción con lo real" (26). Esa lógica se
encarna en el Otro y es ese Otro radical el "polo real de la
relación subjetiva" (27), "la simbolización de lo real [que]
tiende a ser equivalente al universo" (28). Frente a la ubicación
de este polo en el esquema llamado X se halla la del S, a la
altura de este Seminario todavía sin barrar, aunque esto sea
apenas una cuestión de forma. El es "a la vez el sujeto, el
símbolo, y también el Es. La realización simbólica del sujeto,
que es siempre creación simbólica, es la relación que va de A a
S. Ella es subyacente, inconciente, esencial a toda situacíon
subjetiva" (29). Pero, si al extremo A corresponde lo real, no
menos de lo que toca también lo real al extremo del S, por
alojarse allí el ello, el esquema se interpretará como una
interrupción imaginaria a la determinación simbólica que Lacan
describe, casi hablando por boca de Hegel, de este modo: "Nos
hallamos, pues, ante la problemática situación de que, en
definitiva, hay una realidad de los signos en el interior de los
cuales existe un mundo de verdad completamente desprovisto de
subjetividad, y de que, por otra parte, hay un progreso histórico
de la subjetividad manifiestamente orientado hacia el
redescubrimiento de la verdad, que está en el orden de los
símbolos" (30). Conforme a lo dicho:


El nodo que concentra el eje imaginario es también el punto al
que se adscribe la pulsión de vida y su energía, la libido, tan
fácilmente propensa a la investidura de objetos, en tanto la
pulsión de muerte, afectada al orden simbólico, repite sin decaer
su ciclo, tendida aquí sobre el dibujo del ocho. Lo imaginario,
por no ser justamente real (¿qué otra cosa indicaría su nombre?),
es el campo de las cristalizaciones, de la detención del
discurso, de la catectización de los objetos por el sujeto,
siempre reacio a su división, a su fluidez esencial. Lo real, que
con sigilo aporta el material al que el sujeto se aferra en su
desesperación, debe pensarse antes bien como el mecanismo
lingüístico (en la mayor latitud de su sentido) que pre-dispone
las coordenadas de lo humano, y no desde el prejuicio dominante
en la ciencia aun de hoy, para la que continúa como la Stoff
natural, mítica, imposible, inexpugnable en su cardinal
exterioridad, que se ha instalado a sus anchas en la visión
general desde su alumbramiento por Kant.

Esta lógica agente sólo se abre a su captación y muestra al
sujeto como fundamentalmente dividido entre significantes con la
caída de los puntos, blasones, a los que se ha asido, fijando
imaginariamente un movimiento, una mecánica, que es la realidad
de su sino.

En conclusión: ni Lacan confunde en los albores de su enseñanza
los conceptos de real y realidad, como si en algún momento
hubiesen sido para él sinónimos sin más, torpeza que hemos
querido rectificar, ni su modelo psíquico es independiente de la
honda marca que en su espíritu asentara el estudio de Hegel,
contradicción irreverente de las posturas de quienes toman al
desarrollo lacaniano por sustancialmente partenogénico. Respecto
de la primera consideración cabe aclarar que la distinción en
efecto presente en Freud es aquella que otorga al sujeto un
espacio propio con relación al objetivo, compartido, social, lo
que se expresa con la disimilitud establecida entre las
constelaciones de la realidad psíquica y la realidad a secas.
Pero la alternativa subjetiva a esa exterioridad realista (de la
que Freud no logra liberarse del todo, por cuanto, si bien el
mundo está desde el vamos dotado de significación para el sujeto,
éste se conserva como exterior – Freud nunca abandonó el
kantismo, y es de relieve que en sus rodeos e incursiones por la
filosofía, a la que en oportunidades encomia y en otras
escarnece, se reitere el nombre y la cita de Schopenhauer), esa
realidad de lo interior, reducto de placer del sujeto, no es
menos exterior, de acuerdo a su condición de escritura, de
registro o suma de impresiones (Prägungen). La diferencia entre
la llamada realidad psíquica y la realidad empírica o real
estriba en que aquella se circunscribe a un número restringido de
las inscripciones totales, uno ceñido con arreglo a las
apetencias del sujeto, quien procura con ellas dar trámite a unas
exigencias de placer que no ha podido satisfacer en lo actual.
Circunstancia que no vuelve menos exterior ese patio trasero
consagrado al solaz subjetivo (o menos interior al discurso
contextual o extrínseco, si se aprecia la cuestión desde un
ángulo invertido). El discurso universal y el sujeto serán, para
dar en el tono lacaniano, éxtimos por definición.

En lo relativo al segundo aspecto, está claro que el
sepultamiento de la lógica en la naturaleza abarca dentro del
plan hegeliano el mismo tramo que el ello, eso Otro, dentro de la
elaboración de Lacan, con el aparejo consiguiente de que a su vez
cumplan el espíritu y el sujeto del inconciente, respectivamente
y cada uno en el esquema que los compromete, pariguales funciones
de develamiento. Ellos encarnan, a su modo y en la particular
determinación a la que en cada caso están sometidos, el discurso
reflexionado (bucle) que ha despejado del sujeto el recurso al
recogimiento en figuras parciales, espejismos de consistencia, al
cabo de una larga dialectización que ha ido suprimiendo estos
escalones abstractos (las fijaciones son formas de la
abstracción, en tanto no atienden a otras determinaciones) en el
trayecto hasta el saber absoluto, al paso que sucesivamente se
presentaban. El saber absoluto supone la exhumación de la lógica
oculta en lo real, la identificación de lo real consigo mismo, o,
indistintamente expresado, del espíritu consigo mismo. El camino
de un psicoanálisis concurre con el de una fenomenología,
superando por la vía de la mediación los obstáculos que impiden
la identidad inmediata. El extrañamiento de la ley en la
naturaleza (de la estructura en su actualidad: ello) se resolverá
en el subsumirse en sí mismo del sujeto, sea tanto fenomenológico
como psicoanalítico. Para el primero de estos no es menos
seductor detener el camino hacia la realización del espíritu,
abrazándose a la fijeza (fijación) de una figura, sustrayéndose
en ella a toda ulterior dialéctica: así podría encuadrarse la
categoría de imaginario en el despliegue fenomenológico de la
conciencia.

El cartografiado Lacan-Hegel todavía podría extenderse a otros
términos, como el uso fluyente, significante en su más estricto
sentido, con que ambos emplean las categorías de que se valen -
tarea cuyo relevamiento y detalle aportaría de seguro elementos
valiosísimos. Sin embargo, lo principal se ha establecido. Ça
parle, y su dicho es eficiente aun cuando el sujeto particular
desconozca la lengua en que ello comunica (como se ve hemos
optado por despersonalizarlo, siendo que el artículo parece darle
entidad independiente, un nimbo como de ajenidad) ¿O es algo más
que esta ignorancia de la lengua por la que se le manifiestan
fenómenos que no atina a elaborar lo que el paciente que consulta
envuelve en el giro: "no entiendo qué me pasa"? Algo pasa en él.

Que lo real sea ya lo racional (esto es el inconsciente en su
extrañamiento) no contradice el soporte de una cosa (aquí, Ding)
que es (debemos suponerlo) antes de existir, porque esta se
absorbe en la lógica y no es lo otro de la razón como en Kant,
donde retiene consigo (an sich) una verdad ineluctablemente
esquiva al sujeto. La verdad queda ahora del lado de esa
legalidad, porque pende de hecho del sentido. Esta legalidad,
cargada por la circularidad del espíritu con el mandamiento de
traducirse en conciencia (Lacan volverá aquélla una banda de
Moebius, incluso replegada en ocho sobre sí misma, y convertirá a
ésta en sujeto del inconsciente), ha de devenir (soll) desde su
ser fuera de sí (ello) para sí misma (el mencionado sujeto). La
máquina mediante entre Freud y Hegel (31), cuyo advenimiento
contribuirá a la dialéctica del sujeto con la mecanización, es el
grillo que no dejará ya que el fondo del hombre pueda
escabullirse de nuevo hasta una forma cualquiera de humanismo –
los rayos de luz con que el psicoanálisis y un humanismo cual
fuere alcanzan su núcleo divergen de él hacia fuentes
diametralmente opuestas.

Remate: si Dios es Padre, así para la tradición judeocristiana
como para la más atenta lectura psicoanalítica, y es también, por
otra parte, su representación, la lógica misma (Hegel) y el
inconsciente como tal, se impone el corolario de estas dos
ecuaciones:

* el Padre (su concepto) es significante de la ley (la lógica
misma, las posibilidades de su articulación).
* el Padre es lo inconsciente como su misma posibilidad, como
legalidad o forma abstracta de la alteridad regimentada,
esto es, ello.

"También de la nada sale algo. Mas, para esto, tiene que estar
dentro de algún modo. No es posible dar a nadie lo que ya no
tiene de antemano" (32).

Notas

(1) Cfr. Jakobson, R., La afasia como problema infantil – en
Jakobson, Lenguaje infantil y afasia.

(2) Incluído en Antropología estructural, de cuya edición
castellana citamos (Barcelona, Paidós, 1987).

(3) En particular, clases III y IV (respectivamente, secciones 2
y 3, 1 y 2).

(4) Cfr. Sem. IV, p. 33.

(5) Cfr. Sem. IV, p. 51.

(6) Ibid., p. 33.

(7) Ibid., p. 34.

(8) Ibid., p. 45 – apuntemos de paso que sistema psíquico recubre
por fuerza un área más vasta que realidad psíquica; para decirlo
todo, no hay nada que lo exceda.

(9) Ibid., p. 48.

(10) Ibid., p. 35.

(11) "Die Sprache aber ist, wie wir sehen, das Wahrhaftere" -
Hegel, Phänomenologie, p.71. Todo el capítulo sobre la certeza
sensible se extiende en torno a este acotado núcleo temático que
aquí abordamos y comprende tal vez la fundamentación más
contundente en pro de que el esto sensible supuesto es
inasequible al lenguaje.

(12) Cfr. Ecrits, p. 814

(13) Freud, Obras Completas, tomo 22, págs. 69 y 70

(14) Cfr. Sem XI, p. 32.

(15) Werke, 5, p.44 (Suhrkamp, Frankfurt am Main, 1979).

(16) Cfr. Fenomenología, La fuerza y el entendimiento.

(17) Cfr. Hyppolite, Génesis y estructura de la "Fenomenología
del espíritu de Hegel", p. 210.

(18) Cfr. Fenomenología, Introd., p.52.

(19) Cfr. Enciclopedia, §10.

(20) Cfr. Fenomenología, La fuerza y el entendimiento.

(21) Para llevar la indicación hasta Lacan –por ser los nexos
evidentes en Hegel- bastará retomar aquello de que Dios es
inconciente y santificar el espíritu, ya que "El espíritu Santo
es la entrada del significante en el mundo"(Sem. IV, p. 50).

(22) Cfr. Lógica y existencia, p.26. Ibidem, más abajo: "Cuando
no es Logos para sí misma, la conciencia de sí es presa de una
lógica de la que no es sino la víctima. La dialéctica se ejerce
en sí sobre ella, cuando ella no es para sí misma esta
dialéctica".

(23) Cfr. Sem. II, p.329.

(24) Cfr. Sem. II, p. 420.

(25) Cfr. Freud, La negación

(26) Cfr. Sem.II, p. 457.

(27) Ibid., p. 474.

(28) Ibid., p. 474.

(29) Ibid., p. 474.

(30) Ibid., p. 423.

(31) Cfr. Sem.II, VI.

(32) Bloch, Ernst, Sujeto-objeto: el pensamiento de Hegel, p. 19.

Biliografía Fundamental

* BLOCH, Ernst: Sujeto – Objeto: El pensamiento de
Hegel,México D.F., F.C.E., 1983.

* FREUD, Sigmund: Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu
editores, 1978 –

* FREUD, Sigmund: Gesammelte Werke, Viena, Internationaler
Psychoanalytischer Verlag,1924-34.

* HEGEL, G.W.F.: Fenomenología del espíritu, Buenos Aires,
F.C.E., 1992.

* HEGEL, G.W.F.: Gesammelte Werke, Hamburg, Felix Meiner
Verlag, 1988.

* HYPPOLITE, Jean: Génesis y estructura de la "Fenomenología
del espíritu" de Hegel, Barcelona, Ediciones Península,
1991.

* HYPPOLITE, Jean: Lógica y existencia: Ensayo sobre la Lógica
de Hegel, Puebla, Universidad Autónoma de Puebla, 1987.

* KÖHLER, Dietmar - PÖGGELER, Otto: Phänomenologie des
geistes, Berlin, Akademie Verlag, 1998.

* LACAN, Jacques: El Seminario, Libro I-IV y XI (en especial),
Buenos Aires, Paidós, 1981-94.

* LACAN, Jacques: Escritos, Buenos Aires, Siglo XXI, 1993.

* LACAN, Jacques: Écrits, Paris, Éditions du Seuil, s/f.


http://www.acheronta.org
[Revista Acheronta]
Número 9 - Julio 1999

 

 

 

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