Luis Vélez de Guevara

 


El diablo está en Cantillana


 


Personas que hablan en ella

EL REY DON PEDRO.
LOPE SOTELO.
PERAFÁN DE RIBERA, viejo.
DON SANCHO.
DON GARCÍA.
DON ÁLVARO.
RODRIGO, gracioso.
CARRASCA, alcalde.
ZALAMEA, alcalde.
DOÑA ESPERANZA.
DOÑA MARÍA DE PADILLA.
LEONOR, criada.
DON JUAN DE RIBERA.

El diablo está en Cantillana
Luis Vélez de Guevara

Copyright (c) Universidad de Alicante, Banco Santander Central Hispano 1999-2000

El diablo está en Cantillana
Luis Vélez de Guevara

Primera jornada

Salen el REY DON PEDRO, LOPE SOTELO, DON SANCHO,

DON GARCÍA y DON ÁLVARO, todos de noche.

REY. Ninguno quede conmigo,
si no es don Lope Sotelo.
LOPE. Algo de nuevo recelo.
REY. Lope.
LOPE. Señor.
REY. ¿Sois mi amigo?
LOPE. Esclavo de vuestra Alteza
apenas merezco ser.
REY. Don Lope, yo he menester...
LOPE. ¿Qué, señor?
REY. Vuestra cabeza.
LOPE. ¿Mi cabeza?
REY. No os turbéis,
que en vuestros hombros la quiero,
porque de esta suerte espero
que mejor me serviréis.
Que mejor brazo y espada
de Galicia no ha salido,
honrando contra el olvido
vuestra dulce patria amada,
y la cristiana cuchilla
contra el moro eternizando.
Pero, esto aparte dejando,
¿cómo dejáis a Sevilla?
LOPE. Buena, señor; y quejosa
de que la favorezcáis
mucho menos que estimáis
su fábrica generosa
y aquel río en quien mirando
su vistosa majestad
es Narciso la ciudad,
pues sin razón despreciando
la maravilla africana
del alcázar que vivís,
los veranos os venís
a pasar a Cantillana.
Aunque os puede disculpar
esta casa de placer,
que llegan a enriquecer
Guadalquivir y Viar,
esos caudalosos ríos
en cuyo sitio dichoso
vuestro abuelo generoso
trasladó al Cielo los bríos
del alarbe sevillano,
habiendo vencido ya,
porque a propósito está
para pasar el verano;
pero con todo, Sevilla
siente vuestra ausencia así.
REY. ¿Cómo estas noches, decid,
don Lope, está la Almenilla?
LOPE. Llena de barcos y gente.
REY. ¿Bravas damas?
LOPE. Muchas hay
entre Estopilla y Cambrai,
mas pobre del que esté ausente
con la más firme mujer,
aunque su amor más le importe.
REY. Esa es ya plaga de Corte.
LOPE. Líbreme Dios de querer
mujer ninguna que tenga
el amor por granjería.
REY. Andar desnudo solía
en tiempo de Bras y Menga,
mas ya le quieren vestido
y lleno de oro las damas,
perdonen las castas famas
de Penélope y de Dido.
LOPE. Han dado en tal desatino.
REY. ¿Y la niña sabia?
LOPE. Está
en el Candilejo ya.
REY. Algo vendréis del camino
(aunque es tan corto) cansado,
y es razón que descanséis,
pues vuestra posada veis
donde hablando hemos llegado.
LOPE. Volveré con vuestra Alteza.
REY. No tenéis a qué volver,
que aquí es donde he menester,
don Lope, vuestra cabeza.
LOPE. Pues vuestra Alteza comience
a mandarme.
REY. De vos fío
que me sirváis.
LOPE. ¿Qué albedrío,
qué imposible el Rey no vence,
porque es dueño soberano?
REY. En esa palabra espero
que haréis como caballero.
LOPE. Esta espada y esta mano,
esta sangre y este pecho,
a vuestro servicio están.
REY. Vuestro huésped Perafán,
don Lope, según sospecho,
tiene una hija, y se llama
doña Esperanza, tan bella,
tan cuerda y sabia doncella,
que es espejo de la fama.
Sé que la tenéis amor
y que ella no os quiere mal,
y que por seros igual
en la sangre y el valor,
pretendéis casar con ella.
Esto ha de cesar aquí,
porque habéis de hacer por mí,
don Lope, más que por ella.
Y no sólo eso ha de ser
porque no me canse en vano,
que del cristal de su mano
un papel tengo de ver
en que admita mis deseos,
que los reyes es razón
que gocen la posesión
de tan divinos empleos.
De suerte que venga a hacer
toda la voluntad mía
sin que de Doña María
ni el cielo (si puede ser)
venga a entenderse jamás,
que lo que a hacer os obligo
se suele por un amigo
ofrecer, y un rey es más.
LOPE. Señor, mire vuestra Alteza...
REY. No hay que replicarme ya,
y advertir que en esto os va
no menos que la cabeza. (Vase.)
LOPE. ¿Inventó la tiranía
más riguroso tormento,
ni vió humano entendimiento
desdicha como la mía?
¿Qué Dionisio atormentó
con celos, mal de que muero,
que a Nerón, por ser más fiero
tormento, se le olvidó?
¡Ah poder! ¿Tanto has de ser
que llegues al albedrío,
siendo imperio y señorío
que al cielo negó el poder?
Vive Dios, que aunque me dé
mil veces la muerte injusta,
que no he de hacer lo que gusta,
de mi honor contra la fe,
que mayor rey es amor,
y le debo más decoro
mientras a Esperanza adoro,
que la vida y el honor
son para ocasiones tales;
piérdase todo primero
que yo pierda el bien que espero
de sus ojos celestiales.
En un laberinto he entrado
que no podré salir de él,
porque Don Pedro es cruel,
mozo, rey y enamorado,
y yo su vasallo soy.
¡Hay rey!, pero con la ley
del amor, ¡no hay rey, no hay rey!
¡Sí hay rey, sí hay rey! ¡Loco estoy!
Sale RODRIGO, de camino, cantando
RODRIGO. ¡Ay, que desde Vienes
a Cantillana,
hay una legüecita
de tierra llana!
Cantando y medio dormido
he llegado a la posada
con bota y sin camarada,
notable milagro ha sido,
que bien debió de picar
después que en aquella venta
me dejó haciendo la cuenta,
pues no le pude alcanzar.
Don Lope yo apostaré
que descansa, porque agora
todos duermen en Zamora,
si no es quien camina a pie.
¿Qué hará a estas horas Leonor,
mientras vela mi cuidado?
¿Quién va?
Va a entrar, y encuentra a DON LOPE
LOPE. Un hombre desdichado.
RODRIGO. Es don Lope, mi señor.
Mosca de celos tenemos;
respingo habrá temerario.
LOPE. Quien tiene un rey por contrario,
¿hará mayores extremos?
RODRIGO. ¿Un rey? Guarda fuera, y más,
esta buena pieza.
LOPE. Aquí
estoy, Rodrigo, sin mí,
adiós, adiós.
RODRIGO. ¿Adónde vas?
LOPE. No sé, por Dios, dónde voy.
¡Hay rey!, pero con la ley
del amor, ¡no hay rey, no hay rey!
¡Sí hay rey, sí hay rey! ¡Loco estoy! (Vase.)
RODRIGO. ¡Oh enamorado don Lope,
cual no he visto jamás,
loco y temerario vas
tras tu cuidado al galope!
De doña Esperanza son
celos, que es discreta y bella,
y querrá por dicha hacella
el Rey, Doña Posesión.
En la posada se ha entrado
por un postigo que halló
abierto, si no bajó,
pienso, a abrirle algún criado.
Y si no me engaño, a fe,
mi Leonor sale.
Sale LEONOR
LEONOR. ¡Oh lacayo
de mi vida! Como un rayo,
oyendo tu voz, bajé.
A don Lope, tu señor,
encontré cuando bajaba,
pero no sé qué llevaba,
que no me habló.
RODRIGO. Está, Leonor,
con no sé qué achaque nuevo,
que en Cantillana le ha dado,
que le tiene con cuidado.
LEONOR. ¿Toca en celos?
RODRIGO. No me atrevo
que en eso hablemos, si a tanto
ha llegado su rigor,
que de secreto, Leonor,
me precio.
LEONOR. Pues entretanto,
dame esos brazos, Rodrigo.
RODRIGO. Leonor mía, aquí los tienes.
LEONOR. ¿Cómo de Sevilla vienes?
RODRIGO. Celoso, Dios me es testigo.
LEONOR. Igual me tienes tú a mí
el tiempo que te has tardado.
RODRIGO. Vive Dios, que no he mirado
un manto, pensando en ti,
y que hemos sido cartujos
yo y don Lope, mi señor.
Dame tú cuenta, Leonor
(si no es meterme en dibujos),
de lo que por aquí pasa.
¿Hay por los ninfos del rey,
siendo los dos mula y buey
portal de Belén mi casa?
¿Mírate algún lindo tierno?
¿Da en hablarte muy despacio
algún tonto de Palacio
por el estilo moderno?
¿Desvanécete algún paje
de excelencia o señoría?
¿Llévate la cortesía
los ojos tras el buen traje?
¿Hace de noche terrero
algún barbado tiplón?
¿Hay cintica? ¿Hay favorón
de cabellito en sombrero?
¿Hate algún bravo pedido
celos de mí a lo cruel,
y a pepitoria o pastel
mis narices te ha ofrecido?
Que aunque hayas muerto en agraz
mis favores de este modo,
yo te absolveré de todo,
que soy celoso de paz.
¿Lloras?
LEONOR. ¿No quieres que llore,
viéndome tan mal pagada?
RODRIGO. Pasada por agua, amada
Leonor, querrás que te adore,
siendo de mi corazón
ídolo huevo no más,
porque esas perlas que estás
vertiendo, del alba son,
y han de hacerte falta ahora,
que a llamar el Sol comienza,
colorada de vergüenza,
de ver que eres tú su aurora.
LEONOR. Entra, que es tarde, y te espera
la cama mullida ya.
RODRIGO. Y cenar.
LEONOR. No faltará,
que aquí está tu despensera.
RODRIGO. Mira que tiene un mal nombre
desde Judas.
LEONOR. Yo confieso
que tienes razón, mas eso
es porque Judas fué hombre.
RODRIGO. Si mujer hubiera sido,
yo sé de su desenfado
que ni se hubiera ahorcado
ni se hubiera arrepentido;
en esto no hay dudas
ni querellos ofender,
aunque en besar y vender
cualquiera mujer es Judas.
LEONOR. De parte de todas, mientes.
RODRIGO. ¡Qué azucarado mentís!
A ámbar huele y sabe a anís
cuanto pasa por tus dientes.
LEONOR. Éntrate, loco, a acostar,
que está la casa dormida.
RODRIGO. Vamos, Leonor de mi vida.
LEONOR. Ven, Rodrigo de Vivar. (Vanse.)
Salen DOÑA MARÍA DE PADILLA y DON ÁLVARO
MARÍA. ¿A quién llevó el Rey, decid,
don Álvaro, en compañía?
ÁLVARO. A don Sancho, a don García,
a don Gutierre y a mí,
y a don Tibalte imagino
que en Cantillana encontró,
a don Lope que llegó
esta noche de camino.
MARÍA. Pues ¿cómo le habéis dejado?
ÁLVARO. Quísose quedar con él
a solas.
MARÍA. Quizá por él
nuevas cosas se han trazado,
y fué a Sevilla a ese efecto,
y con respuesta ha venido
por haberle parecido
al Rey hombre más secreto.
ÁLVARO. Don Lope es cuerdo y sabrá
huir de dar, como es justo,
a vuestra Alteza disgusto.
MARÍA. Don Álvaro, claro está
que yo me burlo. ¿Quién es?
ÁLVARO. Su privado don García.
Sale DON GARCÍA
MARÍA. ¿Y el Rey?
GARCÍA. El Rey ya venía.
MARÍA. ¿Dónde le dejaste pues?
GARCÍA. Con don Lope se quedó,
que quiso con él hablar.
MARÍA. ¡Qué repentino privar!
GARCÍA. Que trajo, imagino yo,
negocios de Estado y guerra,
de importancia que tratar
con el Rey.
MARÍA. No hay que dudar:
esto algún secreto encierra,
que no puede menos ser
privanza tan repentina.
GARCÍA. Don Lope es persona digna
de alcanzar y merecer
cualquier favor de su Alteza,
por su ingenio y valor.
MARÍA. ¿Digo yo menos, señor?
¿Qué me quebráis la cabeza?
GARCÍA. Vuestra Alteza me perdone,
que enojarla no pensé,
que esto en don Lope se ve
cuando yo no lo pregone;
que más bien quisto criado
no tiene en su casa el Rey,
y esto es cumplir con la ley
de amigo.
MARÍA. Ya estáis cansado.
GARCÍA. Vuestro humilde esclavo soy.
MARÍA. Basta.
ÁLVARO. No puede llevar
ver a don Lope alabar.
GARCÍA. El Rey viene.
MARÍA. Y yo me voy.
Al irse sale el REY y detiénela
REY. ¿Qué es esto, señora mía?
¿Porque yo vengo os vais vos?
No huyáis de mí, que por Dios
que es faltar el sol al día
faltando vuestra belleza.
Deteneos, no os escondáis,
que no es bien que os encubráis
cuando a amanecer empieza;
mirad que ocaso me hacéis.
MARÍA. Licencia me habéis de dar,
que quiero daros lugar
para que a don Lope habléis. (Vase.)
REY. Celos son, culpa he tenido
en no avisar a los criados;
pero ciego en sus cuidados,
¿qué amante fué prevenido?
Divertir es menester
ahora a Doña María,
porque celosa podía
venirlo todo a entender.
Y su ciega condición
celosa en extremos temo
porque la quiero en extremo,
que aunque con loca afición
a Esperanza solicito,
suya es el alma en rigor,
porque una cosa es amor
y otra cosa es apetito.
Y la amorosa porfía
en los dos es desigual,
que Esperanza es temporal
y eterna Doña María.
Mayor gusto solicito
de sus celosos desvelos,
que entrarse a dormir con celos
es comer con apetito. (Vanse todos.)
Salen PERAFÁN DE RIBERA, viejo, y DON LOPE
PERAFÁN. Seáis, señor don Lope, bien venido,
que debistes llegar poco cansado,
pues menos que soléis habéis dormido.
¿Cómo venís?
LOPE. Con no sé qué cuidado,
que a los hombres no faltan cada día,
que me tiene confuso y desvelado.
PERAFÁN. Si es falta de dinero, no querría
que anduvieses tan poco cortesano
que no os sirvieseis de la hacienda mía,
que a fe de caballero y cortesano,
y amigo vuestro en fin, y por la vida
de Esperanza y de don Juan, su hermano,
(que de Granada vuelva a la medida
que piden mis deseos), que no hay cosa
que yo os pueda negar, de vos pedida.
No es lisonja, por Dios, sino forzosa
obligación que debe a la nobleza
la sangre de mi pecho generosa.
LOPE. Estimo como debo la largueza
de vuestro noble y generoso pecho,
mas no es falta de hacienda mi tristeza,
que ya estoy de quien sois tan satisfecho,
que a ser de esa ocasión, hoy excusara
las ofertas, señor, que me habéis hecho;
en ocasión más superior repara.
PERAFÁN. Amor debe de ser, que en la edad vuestra
naturaleza misma lo declara,
que hasta en los brutos es común maestra,
y enseña a amar las fieras y las plantas,
como con la experiencia nos lo muestra.
Sois mozo, sois galán y tenéis tantas
partes, que merecéis rendir con ellas
hasta las luces de los cielos santas.
Serviréis dama de Palacio, estrellas
del imperio, inmortal a los zafiros,
emulación de imágenes más bellas.
Adonde son aromas los suspiros,
holocausto las lágrimas y donde
con sola voluntad podré serviros,
que aunque el caso a mi edad no corresponde,
os iré a hacer espaldas al terrero,
que a ningún trance la vejez me esconde.
Yo volveré a ceñir el limpio acero
que ociosamente vive descuidado
de aquella fama que ganó primero.
Bien me podéis fiar, don Lope, al lado,
que yo os prometo dar tan buena cuenta
que volváis con mis años disculpado.
LOPE. Bien en vuestro valor me representa
la sangre, que tenéis mayores bríos,
y el favor que me hacéis tomo a mi cuenta.
¿Cómo estáis de salud?
PERAFÁN. Como los ríos
que dan tributo al mar, camino agora
con los achaques ordinarios míos,
pero para serviros.
LOPE. Mi señora
doña Esperanza, ¿cómo está?
PERAFÁN. Dormida,
pero siempre muy vuestra servidora.
LOPE. Déle el cielo salud y larga vida,
y tenga aquel empleo que merece
su virtud y nobleza conocida.
PERAFÁN. Pero que sale a veros me parece,
que la ha obligado a madrugar el gusto
que el alborozo con razón la ofrece
de la venida vuestra.
LOPE. Y es muy justo,
si paga como debe mi deseo.
PERAFÁN. De los extremos de Esperanza gusto,
que en acudir a vuestras cosas veo,
pluguiera a Dios se hiciera el hospedaje;
pero vos vais tras más dichoso empleo
y aquí es razón que este discurso ataje.
Sale DOÑA ESPERANZA
ESPER. Vos seáis tan bien llegado,
señor don Lope, a esta casa,
como de límite pasa
el haberos deseado.
¿Cómo venís?
LOPE. ¿Cómo puedo
venir con este favor
que a vuestro raro valor
obligado siempre quedo?
Ya sé que salud tenéis.
ESPER. Con ella os pienso servir,
y no quiero recibir
esta merced que me hacéis
en pie, que es justo de espacio
que los huéspedes gocemos
de vos, y no que dejemos
que siempre os goce el Palacio.
Alcance un poco la villa,
señor don Lope, de vos.
LOPE. Soy vuestro esclavo, por Dios. (Siéntanse.)
ESPER. ¿Cómo os fué, pues, en Sevilla?
Que a gusto hayáis negociado
deseo como es razón.
LOPE. Cumplí con la obligación
de caballero y soldado
y tuve tan buen suceso
que me he tardado seis días,
y pudieran las porfías
llegar a mayor exceso,
porque era materia odiosa
de puertos y de lugares,
y en cosas particulares
suele ser dificultosa.
ESPER. ¿Habéis visto muchas damas?
Que las sevillanas son
bizarras.
LOPE. Y con razón
de las amorosas llamas
esferas pudieran ser
por la limpieza y el brío,
pero el pensamiento mío
no está para echar de ver
beldad ninguna, ocupado
en más divina porfía.
ESPER. ¡Qué amorosa hipocresía,
qué fineza y qué cuidado!
LOPE. Pésame que me tengáis
por falso.
ESPER. Los hombres son
de una misma condición.
LOPE. Mal lo entendéis si juzgáis
a todos de una manera.
ESPER. ¿Quién, ausente, firme ha sido?
LOPE. Quien con firmeza ha querido.
ESPER. Ya no hay quien tan firme quiera.
LOPE. Confieso que eso es verdad,
porque no tiene segundo
mi firme amor en el mundo.
ESPER. Que hay segundo, dejad;
pues es tan grande, señor
don Lope, el mundo.
PERAFÁN ¿Tú quieres
defender a las mujeres,
que no sabes qué es amor?
Para quien lo entienda deja,
Esperancica, esas cosas,
que en materias amorosas
yerra el que más aconseja,
que amor es filosofía
de celos, temor y ausencia,
que ha menester experiencia.
ESPER. (Aparte.) ¿Y qué mayor que la mía?
PERAFÁN. Aunque que esto es natural
a la más ruda mujer,
se enseña sin aprender
y más si les está mal,
que por eso como fieras
son de los hombres tratadas
en tenerlas encerradas
cubiertas de vidrieras,
de rejas y celosías;
y dijo, a mi parecer,
muy bien cierto bachiller,
que aquestas filosofías,
que esto del amor, que a pocos
tener con gusto consiente
jamás, era solamente
para muchachos y locos.
Perdone el señor don Lope
si ha parecido osadía,
que en tan larga cofradía
no hay cuerdo que no se tope;
que también acá hemos sido
de los muchachos y locos,
que se han escapado pocos
de la guerra con sentido.
Pero esto aparte dejando,
¿cómo está Sevilla?
LOPE. Buena
y de mil grandezas llena.
ESPER. Siempre vivo deseando
ver su grandeza romana,
porque desde que nací,
jamás del muro salí,
don Lope, de Cantillana.
De que contra el tiempo ingrato
tanto cuentan, que quisiera
de su fábrica y ribera
tener siquiera un retrato.
LOPE. Si os satisfacéis ahora
con el de un tosco pincel
(que es mi relación), con él
podré serviros, señora.
ESPER. Haréisme merced notable.
PERAFÁN. Y a todos.
LOPE. Pues atención
y escuchad la relación
de su fábrica admirable.
PERAFÁN. Mirad que si me durmiere
que me habéis de perdonar.
LOPE. (Aparte.) No sé cómo puedo hablar.
(A Perafán.)
Haced lo que gusto os diere,
que de cualquiera manera
recibo merced de vos.
(Aparte.)
Reventando estoy por Dios.
PERAFÁN. Mirad que Esperanza espera.
ESPER. Y de suerte que imagino
que la ha de tener presente.
LOPE. Escuchadme atentamente
que serviros determino.
Hércules, hijo de Alcelo
(a quien las claras hazañas
de tantos Hércules quieren
que le atribuya la fama),
viniendo con las columnas
(que por non plus ultra estaban
donde se acaba la tierra
y comienza el mar de España)
a las riberas del río
Guadalquivir (africana
dicción, que quiere decir
quirivi, grande, y río, guardar,
que llamaron los antiguos
Betis, Bética llamada
por él toda la provincia
desde el río Guadiana,
que hoy se llama Andalucía,
corrompido de Vandalia,
nombre antiguo porque fué
de vándalos habitada,
viendo su apacible sitio
y agradecido a las aguas
del padre de tantos ríos
que al mar mayor feudo pagan,
a Sevilla edificó,
cuya fábrica gallarda
por Hispalo, hijo suyo,
Hispalis fué llamada.
Coronóla Julio César
después de fuertes murallas,
por reina de las ciudades
y por colonia romana.
Aunque, según Estrabón,
fué antes que Roma fundada
cien lustros, que a nuestra cuenta
de quinientos años pasan.
En varios tiempos después
la ilustraron gentes varias;
godos, vándalos, suevos,
huntinos, citas, carmantas,
hasta que vino a poder
(por Rodrigo y por la Cava),
con la tragedia española,
de la nación africana.
Poco a poco corrompieron
naciones y gentes varias
de Hispalis el nombre antiguo,
y del tiempo las mudanzas.
Hispilia a llamarse vino,
y luego los de la Arabia
la llamaron Isuilia,
y en la lengua castellana
Sevilla, creciendo siempre
sus grandezas con su fama.
Y llamando a su conquista
el brazo y la invicta espada
del Santo rey Don Fernando
(el mayor héroe y monarca
que tuvo jamás la Europa)
debajo su invicta planta,
puso sus soberbios muros,
con Garcipérez de Vargas.
Desde entonces de los reyes
de Castilla es Corte, a causa
de ser la ciudad más noble,
más rica, insigne y bizarra;
tan populosa, que haciendo
montes de soberbias casas,
impedir quiso que el Betis
tributase al mar de España.
Y él, rompiendo por en medio,
parece que ahora aparta,
de la una parte a Sevilla,
de la otra parte a Triana,
cuyos edificios bellos
se presentan la batalla,
y a no estar en medio el río
pienso que escaramuzaran,
pues para hablarse en las treguas
hay una puente de tablas,
sobre trece barcos puesta
y a cadenas amarrada,
por donde se comunican
a esta Babilonia tantas
mercaderías, que al peso
de los cielos no descansa.
La orilla arriba del río
está la Cartuja santa,
que con preciarse de mudos,
vive a la lengua del agua;
tan suntuoso edificio,
que mientras sus monjes callan,
hablan las piedras por ellos
con las lenguas de su fama.
Desde la Torre del Oro,
por insigne celebrada,
a quien sirve el sordo Betis
de limpio espejo de plata,
hasta esta famosa puente
por el río se trasladan
dos selvas de árboles secos
donde las hojas son jarcias,
desde donde el año todo
compiten con otras tantas,
al zafiro de los Cielos
con dos cielos de esmeraldas.
Aunque dentro de sus muros
la Primavera se halla
tan bien, que ha jurado ser
de Sevilla ciudadana;
entre cuyos edificios
al blanco Enero acompañan,
Abril vestido de verde,
y el Sol bordado de nácar.
Veintitrés mil casas tiene,
y es del agua la abundancia
tan grande, que pienso que hay
tantas fuentes como casas.
Tan hidrópica es su sed,
o su vecindad es tanta,
que un río entero se bebe
sin que al mar le alcance nada.
Que es el dulce Guadaira,
que el muro a Sevilla asalta
por los caños de Carmona
con cristalinas escalas,
cuyas aguas, porque nunca
a pagar tributo salgan
al mar, dentro de sus muros
las hace Sevilla hidalgas.
Su iglesia mayor, que fué
mezquita alarbe y mosaica
labor, en fábrica ilustre
a la de Efeso aventaja,
cuya gran torre parece,
por artificiosa y alta,
o pasadizo del Cielo,
o que es del Sol atalaya.
Cuando pintar quiso Ovidio
del Sol la luciente casa
con columnas de Epiropos,
pintó su famoso alcázar,
en cuyos estanques fríos,
desde la noche hasta el alba,
le aconsejan las estrellas
y se enamoran las plantas.
Y donde cisnes y peces,
cambiando plumas y escamas,
hacen con flores y murtas
tornasoles de las aguas;
sin mil edificios bellos
que son gigantes sin alma,
que a competencia del Cielo
sobre el viento se levantan;
tiene Sevilla, en efecto,
trece puertas, once plazas,
mil calles, doscientos templos,
que a la antigüedad espantan.
Es fértil, alegre y rica,
insigne en letras y armas,
y no ha menester la Corte
para ser del mundo patria.
Y por remate de todo,
en la perdición de España,
dió nobleza a las Asturias,
a Galicia y a Vizcaya,
un San Isidro a León
una imagen soberana
a Guadalupe, al martirio
dos valerosas hermanas,
que fueron Justa y Rufina,
y a las arrianas armas
un príncipe Hermenegildo,
columna de la fe santa. (Duerme el viejo.)
y un Laureano que haciendo
sus manos fuente de plaza,
llevó su misma cabeza
a la tirana venganza;
el mejor emperador
a Roma, y envidia a Mantua
un Silio Itálico, Homero
español con justa causa.
Todo le sobra a Sevilla
que es la maravilla octava,
mas faltando tu belleza
todo a Sevilla le falta.
ESPER. De mi padre al sueño puedo
agradecer esta extraña
lisonja.
LOPE. Pluguiera al cielo
fuera lisonja, Esperanza,
que no hiciera.
ESPER. No prosigas.
LOPE. Eso mismo el Rey me manda.
ESPER. ¿Qué es lo que dices?
LOPE. No sé.
ESPER. ¿Qué tienes?
LOPE. Estoy sin alma.
ESPER. Mi bien, ¿qué te ha sucedido?
LOPE. Quererte el Rey, Esperanza.
ESPER. ¿El Rey?
LOPE. Y me manda al fin
que desde hoy te deje.
ESPER. Aguarda;
pues, ¿sabe el Rey que te quiero?
LOPE. Nunca un malicioso falta,
lince de los pensamientos,
que penetra cuanto pasa.
Tú has dado sin duda al Rey,
en esta ausencia, Esperanza,
ocasión para tenerla,
que eres mujer y esto basta.
Malhaya quien de mujer
confía prendas tan altas
como el gusto y el honor,
y la voluntad, malhaya.
ESPER. Basta, don Lope, no intentes
por disculpa a tus mudanzas,
a costa de ofensas mías,
que por puerta ni ventana
no he dado ocasión al Rey
ni al mismo sol que intentara
darte celos por mi honor,
por mi sangre, y la palabra
que tienes de que he de ser
tu esposa, que ésta bastara;
miente el Rey si te lo ha dicho,
el mundo y todos se engañan.
LOPE. No puede mentir el Rey,
perdona, Esperanza amada,
que él me ha dicho que te ha visto,
mas la parte no declara.
Bien puede ser de la tuya,
que no le hayas dado causa
para intentar tus favores;
él, en efecto, me manda
que te deje de querer
siendo imposible, Esperanza;
y no sólo que te deje,
sino que contigo haga
que le quieras y me obliga
con notables amenazas
del honor y de la vida,
que de tu mano le traiga
un papel, para que sirva
de testigo a mis palabras.
Con esta merced, anoche
me recibió, cuando al alba
pude con lágrimas tristes,
si no imitar, apiadarla.
Lo que faltó de allí al día
con mis celos, con mis ansias,
la cama y el pecho mío
hice campo de batalla.
ESPER. ¿Qué importa que quiera el Rey
si no es dueño de las almas?
LOPE. ¡Ay, mi Esperanza perdida!
ESPER. Mi padre despierta, aparta.
PERAFÁN Dormíme y cumplí por Dios (Despierta.)
lindamente mi palabra.
¿En qué va mi relación?
LOPE. En este punto se acaba.
Sale RODRIGO
RODRIGO. Dame tus manos.
ESPER. Rodrigo,
seas bienvenido.
RODRIGO. Estaba
por besarte los chapines
mil veces, honra de España,
a ser casta cortesía.
PERAFÁN. Ya, Rodrigo, no nos hablas.
RODRIGO. Hablar y servir por cierto;
dame tus manos.
PERAFÁN. Levanta;
¿cómo dejas a Sevilla?
RODRIGO. Como siempre, buena y brava:
díme un filo en el Corral
de los Olmos y una mandria
tuvo no sé qué conmigo
sobre si pasa o no pasa;
llevó una mohada a cuenta,
siguióme la gurullada,
no pude tomar iglesia
ni embajador, y en las ancas
de la mula de un doctor
me escapé con linda gracia.
PERAFÁN. ¿En las ancas de la mula
de un doctor?
RODRIGO. Pues dime, ¿hay casa
de Embajador, hay iglesia,
hay torre, hay tierra del Papa
de mayores preeminencias?
Pues hay médico que acaba
de matar cuarenta enfermos
y no hay quien le pida nada,
en poniéndose en la silla;
pues lo mismo es en las ancas,
que el practicante más zurdo
en asiento la gualdrapa,
aunque mate, es como asirse
de una iglesia a las aldabas.
Hay aqueste privilegio
en las mulas doctoradas
desde el portal de Belén.
PERAFÁN. ¡Notable humor!
Sale LEONOR
LEONOR. ¡Gran privanza!
PERAFÁN. ¿Qué es esto, Leonor?
LEONOR. El Rey
se apea de un coche en casa
y dicen que viene a ver
al señor don Lope.
PERAFÁN. Extraña
merced y raro favor.
LOPE. Ya empiezan mis celos.
(Dentro.)
¡Plaza!
Sale el REY con acompañamiento
REY. Por decirme que indispuesto
os sentís y que en la cama
estabais, don Lope, quise
veniros a ver.
LOPE. Las plantas
reales de vuestra Alteza
mil veces beso.
REY. En el alma
estimo el hallaros bueno.
PERAFÁN. En honrar, señor, posada
tan corta, imitáis a Dios,
siendo ésta.
REY. (Aparte.) ¡Belleza rara!
Vuestra casa, Perafán,
puede pasar por alcázar:
levantad, ¿es hija vuestra?
PERAFÁN. Sí, señor, y vuestra esclava.
REY. ¿No tenéis hijo?
PERAFÁN. Señor,
en la guerra de Granada
sirviendo está a vuestra Alteza,
imitando a las hazañas
de sus pasados; bien supo
vuestro padre, que Dios haya,
en lo de las Algeciras
si fué cobarde mi espada.
REY. Ya, Perafán de Ribera,
sé quien sois, doña Esperanza
estuviera (¡gran belleza!)
mejor en Palacio.
LOPE. (Aparte.) El alma
se me sale a cada vuelta
del Rey y cada palabra.
PERAFÁN. Vuestra Alteza me perdone,
que soy solo y en mi casa
no hay quien mire por mi hacienda
sino Esperancica.
REY. Basta.
PERAFÁN. Juan está ahí, en quien podéis
hacer merced a esta casa,
pues por sangre y por servicios...
REY. No está la paga olvidada.
(Aparte.)
¡Qué honestidad! ¡Qué hermosura!
Apenas los ojos alza:
vive Dios, que me ha causado
miedo y respeto.
LOPE. (Aparte.) ¡Qué extraña
ocasión de celos, cielos!
REY. A su fama se adelanta
de su retrato también;
¡adiós, Perafán!
LOPE. Hoy trata
mi muerte, Esperanza, el Rey.
ESPER. Ten de quien soy confianza
y no receles.
LOPE. Advierte.
REY. ¿Venís?
LOPE. Sí, señor.
(Vanse y quedan los dos criados.)
LEONOR. ¿No me hablas?
RODRIGO. Yo me acordaré de vos,
Leonor.
LEONOR. ¡Qué extraña mudanza!
RODRIGO. Voy muy grave con el Rey,
y pienso que por tu ama,
desde esta noche ha de andar
el diablo en Cantillana.

El diablo está en Cantillana
Luis Vélez de Guevara

Copyright (c) Universidad de Alicante, Banco Santander Central Hispano 1999-2000

El diablo está en Cantillana
Luis Vélez de Guevara

Segunda jornada

Salen ESPERANZA y DON LOPE

LOPE. Esto me importa la vida,
al Rey tienes de escribir.
ESPER. Es obligarme a morir.
LOPE. Tu fe tengo conocida,
y lo que te pido sé
que tiene dificultad
para con tu voluntad
que tan firme siempre fué:
pero en aquesta ocasión
haz cuenta, Esperanza mía,
que excusas mi muerte.
ESPER. El día
que mayor obligación
me has de deber, ha de ser
éste.
LOPE. No tiene lugar
la vida para pagar
las que te llego a deber,
que el Rey está enamorado
y no hay burlarse con él,
que es resuelto y es cruel,
y esta palabra le he dado.
Tú como cuerda sabrás
con su amoroso desvelo
contemporizar, que el cielo,
que no ha negado jamás
remedio a toda desdicha,
contra este monstruo importuno
vendrá a descubrir alguno
entretanto en nuestra dicha
con que tenga nuestro amor
el dulce fin que desea.
ESPER. Alto, como gustas sea;
pero ¿no fuera mejor
escribir de ajena mano,
porque mi letra a la suya
no llegue?
LOPE. Ha visto la tuya
y fuera intentarlo en vano.
ESPER. ¿Cómo?
LOPE. Obligóme a mostrarle,
como este engaño penetra,
en una carta tu letra,
y aunque quisiera engañarle,
ni tuve lugar, ni pude.
Al fin la ha visto, Esperanza,
que el poder de un Rey alcanza
los pensamientos que mide;
los suyos del tiempo espero,
y de tu ingenio divino.
ESPER. Darte gusto determino.
LOPE. Aquí pienso que hay tintero,
pluma y papel.
(Llevan recado de escribir.)
ESPER. No pudieras
pedirme, don Lope, cosa
de hacer más dificultosa.
LOPE. Escribe, mi bien, ¿qué esperas?;
mira que me aguarda el Rey.
ESPER. Ya tomo la pluma y voy
a escribir y en mí no estoy,
porque voy contra la ley
de nuestro amor.
LOPE. Es verdad.
ESPER. No dan, después de los celos,
mayor infierno los cielos
que escribir sin voluntad.
LOPE. Vaya; pues esto ha de ser.
Di arriba: «Señor...
ESPER. Señor...
LOPE. ...vuestro grande amor...
ESPER. ...amor...
LOPE. ...don Lope me dió a entender...
ESPER. ...a entender...
LOPE. ...y agradecida...
ESPER. ...y agradecida...
LOPE. ...pagarlo
intentar pudiera...
ESPER. ...pudiera...
LOPE. ...si le estuviera...
ESPER. ...estuviera...»
LOPE. Pon lo demás por tu vida,
que yo estoy perdiendo el seso;
esto más te deba yo.
ESPER. Haré lo que gustas.
LOPE. ¿Vió
más nuevo y raro suceso
la tierra, desde que amor
tantas historias admira?
Escribe, mi bien, y mira
que entretengas, sin rigor
de desdén ni desengaño,
con las razones al Rey;
¿hay más rigurosa ley,
que esté mi vida en mi daño?
ESPER. Ya acabé, ¿quiéresle ver?
LOPE. Ciérralo, que si está lleno
este vaso de veneno,
sin verle le he de beber.
ESPER. ¿Ha de ir con cubierta?
LOPE. Sí,
que es para el Rey, y el primero.
ESPER. Segundo escribir no espero.
LOPE. Séllale también, que ahí,
Esperanza, el sello está,
y pluguiera a Dios que fuera
de suerte que no le hubiera.
ESPER. Yo he hecho, don Lope, ya
tu gusto.
LOPE. Nunca fué nuevo
en ti, mi bien.
ESPER. Toma. (Dale el papel.)
LOPE. Adiós.
ESPER. Adiós. (Vase.)
LOPE. ¡Ay papel!, en vos
mi vida y mi muerte llevo. (Vase.)
Salen el REY DON PEDRO y criados
REY. Confusa imaginación
que los sentidos despiertas,
para la guerra del alma
hagamos un poco treguas.
Divirtámonos un poco,
que no es razón que sin ellas
de una vez se pierda todo,
que es muy de casa la guerra.
Rey soy, y tengo poder,
cuando el mundo lo impidiera,
para gozar de Esperanza.
Tratemos de otra materia;
¿qué hay de nuevo en Cantillana?
GARCÍA. Hay una cosa nueva
que trae, señor, el lugar
sin seso.
REY. ¿De qué manera?
GARCÍA. Dicen que de pocas noches
acá, que a las doce y media,
mucha gente de la villa,
como tan tarde se acuestan
por ser verano, ha encontrado,
arrastrando una cadena
y dando tristes gemidos,
una fantasma tan fiera
que a la casa de la villa
más alta con la cabeza
iguala, y aun sobrepuja;
y por esta causa mesma
hay mil enfermos de espanto.
REY. Siempre tuve por quimera,
don García, estas fantasmas.
ÁLVARO. Bien puede ser que lo sea.
REY. Estas suelen siempre ser
fábulas de las aldeas,
que es la ignorancia inventora
y amiga de cosas nuevas.
Acuérdome que decía,
hablando en esta materia,
un hombre de muy buen gusto
y no menos experiencia,
que tres cosas en su vida
no supo jamás lo que eran
ni dió crédito, que son:
leguas, duendes y doncellas.
ÁLVARO. Esto dicen muchos, y hay
criados de vuestra Alteza
que también la han encontrado.
REY. Mentirán, por vida vuestra.
GARCÍA. Don Lope me contó anoche
que ha escuchado las cadenas
y los gemidos saliendo
de Palacio.
REY. Si él lo cuenta,
verdad debe de decir.
GARCÍA. Y él de sí mismo confiesa
que no se atrevió a espetarla.
REY. Pues en don Lope no es mengua
de valor, pues de su espada
sabemos tantas proezas.
ÁLVARO. Don Lope viene, señor.
REY. Venga muy enhorabuena.
Sale DON LOPE
¿Qué nuevas tenemos, Lope?
LOPE. ¿Qué nuevas, señor? Muy buenas.
REY. ¿Hay papel?
LOPE. Y a vuestro gusto.
REY. Qué albricias no me pidieras,
porque te diera Sevilla.
LOPE. Basta tu gusto por ellas.
REY. Idos y dejadnos solos.
ÁLVARO. En entrando con su Alteza
don Lope, todos sobramos.
GARCÍA. Qué se puede hacer; paciencia. (Vanse.)
LOPE. Toma, señor, el papel. (Dásele.)
REY. Mil veces, don Lope, deja
que le bese y que le adore.
LOPE. (Ap.) (Y a mí que de celos muera.)
REY. (Lee.) «Señor, vuestro grande amor...»
Pues dando crédito empieza
a mi amor, de pagar son
las muestras más verdaderas.
(Lee.) «...don Lope me dió a entender...»
LOPE. (Ap.) (No iguala nada a mi pena.)
REY. (Lee.) «...y agradecida...»
LOPE. (Ap.) (Estoy loco.)
REY. (Lee.) «...pagarle intentar pudiera,
si le estuviera a mi honor,
a mi sangre, a mi nobleza,
tan bien, como ser esposa
de don Lope, que éste os lleva;
yo le adoro, y ha de ser
sólo él mi dueño en la tierra,
a pesar del mundo todo;
no se canse vuestra Alteza.
Doña Esperanza, mujer
de don Lope.»
(Vuelve a mirar a DON LOPE.)
LOPE. El Rey se altera,
y me ha mirado enojado,
si no me engaño.
REY. ¿Que tenga
tal atrevimiento un hombre,
un vasallo, que en mi ofensa
cosa intente semejante,
y con esta desvergüenza
traiga a mi mano un papel
con más que puntos y letras
soberbias y desengaños?
LOPE. ¿Qué confusión es aquesta?
¿Qué ha escrito Esperanza allí,
que aquí me tiene sin ella?
(Vase el REY a DON LOPE, empuñada la espada.)
Parece que el Rey se viene
a mí, con la mano puesta
en la espada.
REY. Vive Dios,
que estoy, villano...
LOPE. Detenga
vuestra Alteza su furor;
mire, escuche, espere, advierta
que yo, que nunca...
REY. ¡Traidor!
LOPE. Repórtese vuestra Alteza,
y tráteme bien, que soy...
REY. ¿Quién sois?
LOPE. Una hechura vuestra.
REY. Yo os volveré al primer nada.
Sale DOÑA MARÍA
MARÍA. Señor, ¿qué voces son éstas?
¿Vos con don Lope enojado?
Parece imposible.
LOPE. Apenas
tengo sangre, en que la vida
estribe a causa secreta,
que en los reyes puede tanto.
MARÍA. Colérico estáis.
REY. Es fuerza,
por lo que debo a un suceso
que después sabréis.
LOPE. (Ap.) Cabeza,
temblando estáis en los hombros;
veneno mezcló en las letras
Esperanza para el Rey,
por que yo a sus manos muera.
REY. ¿Don Lope?
LOPE. Señor.
REY. Besad
luego la mano a su Alteza
y prevenid la partida,
que importa vuestra presencia
a mi hermano Don Enrique
en aquesta justa empresa
que intenta contra Archidona,
y en ocasiones como éstas,
a vuestro valor la paz
le está mal, habiendo guerra.
MARÍA. El Rey como es justo os honra,
que allá la persona vuestra
le podrá servir mejor.
LOPE. Déme la mano su Alteza.
MARÍA. Dios os traiga con victoria.
LOPE. Los pies de vuestras Altezas
mil veces beso.
Éntrase DOÑA MARÍA y vuelve DON LOPE
REY. Advertid
que no habéis de estar apenas
dos horas en Cantillana,
sin ver ventana ni puerta
de doña Esperanza, o ved
si os estorba la cabeza.
LOPE. ¡Ah vano amor, ya estarás contento!,
si de verme dichoso estabas triste,
pues sola una esperanza me diste;
pluguiera a Dios se la llevara el viento.
Llévate mis celos, pensamiento,
allá con los sentidos que ofendiste,
que a quien penas con lágrimas resiste
es alivio faltarle entendimiento.
O quítame a lo menos la memoria,
como las esperanzas de mis dichas
en una solamente me has quitado.
No se me acuerde la pasada gloria,
que no hay mayor desdicha en las desdichas
que haber sido dichoso un desdichado.
Vase, y salen DOÑA ESPERANZA y LEONOR
ESPER. ¡Ay Leonor!, mucho se tarda
don Lope; culpa he tenido
en haber con el Rey sido
tan resuelta.
LEONOR. Espera, aguarda:
eso que miras ahora,
¿no fuera razón de estado
de amor haberlo mirado
primero?
ESPER. Quien ciega adora,
en nada, Leonor, repara.
LEONOR. Pues ten agora valor.
ESPER. Cuando le muestra el amor
que es muy poco, es señal clara.
¡Ay, no puedo sosegar!
LEONOR. ¡Qué temerosa mujer!
ESPER. Pues me permites querer,
permíteme recelar.
LEONOR. Recela, mas no de suerte
que venga a ser el recelo
tu muerte.
ESPER. Ya no es consuelo
defenderme de la muerte;
vuelve a abrir esa ventana,
que parece que escuché
a don Lope.
LEONOR. Ilusión fué,
pero no ha sido tan vana,
que pienso que ha entrado acá
Rodrigo.
Sale RODRIGO muy triste
ESPER. Rodrigo mío,
¿y don Lope? ¿Mudo y frío
te quedas? Responde ya.
¿Queda en Palacio?
RODRIGO. Señora,
si no te dice el semblante...
ESPER. Tente, tente, no prosigas,
que si es desgracia, no es tarde.
RODRIGO. Lo que me mandas haré.
ESPER. ¡Ay Rodrigo, si acertases
a decir que está don Lope
libre y vivo!
RODRIGO. Dios le guarde,
que vivo y libre camina,
aunque sin acompañarle
ningún criado.
ESPER. ¿Qué dices?
RODRIGO. Si me permites que hable,
dirélo, mas temo luego
al comenzar que me atajes
con una corma en los dientes
y una horca en los gazñates.
ESPER. Ya que me has asegurado
que está libre y vivo, dame
relación de su camino.
RODRIGO. Escúchame sin turbarme.
ESPER. Di, Rodrigo.
RODRIGO. Yo venía
como acostumbro, a buscarle
a Palacio, cuando veo
que por sus umbrales sale
haciendo extremos de loco
y arrojando de coraje
suspiros y espuma al viento,
cuando a los mismos umbrales
llegan dos postas, y en una
que le pusieron delante,
sin tocar pie en el estribo
subió al fuste por el aire.
Dile voces y seguíle,
cuando él, con razones tales,
me volvió a hablar, ajustando
al freno los alazanes:
«Rodrigo, queda con Dios,
que en desdichas semejantes
tú ni ninguno en el mundo
quiero que me acompañen.
Y dile al dueño que adoro
que pues que pretendió darme
la muerte con su papel,
ni me llore ni me guarde,
que aunque estoy agradecido
a su amor, por otra parte
me ha condenado a destierro
desengaño tan notable.
Que sea, como promete
siempre en su papel, constante,
ya que no me deja el Rey
que la vea ni la hable.
A la empresa de Archidona
me envía, donde matarme
podrán los celos primero
que los moriscos alfanjes.»
Con esto el caballo pica...
ESPER. No prosigas ni te alargues
en excusadas pinturas,
ya que no lo son mis males.
¡Ay Leonor!
LEONOR. Señora mía.
ESPER. ¡Cómo no recelé en balde!
Porque siempre en sus desdichas
son profetas los amantes;
malhaya, Leonor, mis manos,
pues que no tuvieron arte
para engañar, siendo cosa
en las mujeres tan fácil.
¡Quemara un rayo la pluma,
o para la muerte darme,
después de haberlas escrito,
fuera cada letra un áspid!
Ténganme lástima todas
las que de firmeza saben,
por que no sientan de ausencia
las fáciles y mudables.
Loca estoy.
LEONOR. Señora, espera.
RODRIGO. Señora, escucha.
ESPER. Ya es tarde,
no hay que escuchar ni advertir,
dejadme hacer disparates,
que es desdicha notable
morir de firme una mujer amante.
Plegue a Dios, rey, que te dé
muerte un villano, un alarbe,
y cuando falte un Bellido,
que Don Enrique te mate.
Plegue a Dios que no te herede
tu hijo, y entre su sangre
revuelto tu cuerpo veas
y como villano acabes.
Y tú, dueño de mis ojos,
que vas imitando al aire,
vuélveme el alma, o permite
que te siga y que te alcance,
porque cuando a detenerte
mis pensamientos no basten,
el fuego de mis suspiros
es posible que te abrase;
que yo, haciendo de ellos alas,
también partiré a buscarte,
como amante salamandra
que nunca del fuego sale.
Espera, mi bien, espera,
no te alejes, no te apartes,
y estima en menos la vida.
LEONOR. Señora.
RODRIGO. Escucha.
ESPER. Dejadme;
que es desdicha notable
morir por firme una mujer constante. (Vase.)
RODRIGO. Pues queda su amante aquí,
señora Leonor, aguarde,
que ha días que no la veo
y está un poquito intratable.
Ya sabe que no me voy
y cómo he quedado sabe
sin amo, y que he menester
que vuestra merced me ampare.
Aunque me falte don Lope,
su clemencia no me falte,
pues sobre el vino y perniles
tiene el poder y las llaves;
mira que está mi remedio
en tus manos celestiales.
LEONOR. Yo me acordaré, Rodrigo,
de vos.
RODRIGO. Si ha sido vengarte
por el mismo estilo, vive
el Cielo, que no te alabes
de este desdén, si a rebato
toco de ausencia esta tarde.
LEONOR. Qué poco pienso llorar
si aquesto que dices haces,
porque un médico me ha dicho
que son las lágrimas sangre,
y a mí cualquiera sangría
llega a punto de enterrarme,
cuanto más siendo en los ojos;
Dios mil años me los guarde.
RODRIGO. Luego ¿no te deberán
mis amorosos pesares
lo que a Esperanza don Lope?
LEONOR. Rodrigo, no todas hacen
en el mundo esos extremos,
porque dicen las comadres
que suceden mil desdichas
de firmezas semejantes;
líbreme Dios de ser necia,
¡Jesús, Jesús!
RODRIGO. Persignarte
con esta daga quisiera,
porque mejor te admirases,
fregona injerta en doncella,
doncella de Dios lo sabe,
mula gallega, en esto. (Va a darla.)
LEONOR. Tate, Abraham, tate, tate,
que es desdicha notable
morir sin gana a manos de un salvaje.
RODRIGO. Bien te has vengado, enemiga;
plegue a Dios que mueras antes
que lo que en amor me debes
en viles celos me pagues.
Plegue a Dios que cuando friegues,
plegue a Dios que cuando laves,
el jabón y el estropajo
que a toda sobra te falte.
Plegue a Dios que cuanto guises
se te caiga del alnafe,
y cuando tengas más gusto
te yerre un vestido un sastre,
que yo me diera la muerte
con esta daga mudable
para vengarme de ti,
si no pensara matarme,
que es desdicha notable
que quede España sin Rodrigo Hernández.
Vase, y salen el REY y DOÑA MARÍA, de caza
REY. Sirva de hermoso esmalte a esta belleza
de este apacible sitio la esmeralda
y esa de plantas áspera maleza,
salvaje por el pecho y por la espalda.
Mira ese arroyo que a bajar empieza
desde ese risco hasta esa verde falda
qué de racimos de cristal de roca
que desperdicia cuando al valle toca.
Mírale luego al son de los amores
de tantas aves cómo se dilata,
ya haciendo pasamanos de las flores,
ya entre las yerbas, víbora de plata.
Todo convida, amor inspira olores;
dichoso el que estas soledades trata
sin pena, ociosamente descuidado,
libre de la ambición y del cuidado.
¡Oh grande imperio de quietud! ¡Oh vida,
la más sabrosa, dulce y regalada,
de pocos en el mundo conocida,
de muchos sin buscarte deseada!
Hoy tu apacible sitio me convida
más que del fiero jabalí la armadura,
a apacentar la vista en tu hermosura,
adonde siempre la esperanza dura.
MARÍA. El nombre de Esperanza ha muchos días
que anda valido en vos, y me han contado
que os cuesta algún cuidado, y aun porfías
una esperanza de otro verde prado;
y éstas deben de ser melancolías
que queréis divertir de enamorado,
que sois muy tierno vos.
REY. Como los cielos,
os vestís siempre de color de celos,
que ha hecho amor en vos naturaleza
la costumbre ordinaria de pedillos,
aunque a ofender llegáis vuestra belleza
sólo en imaginallos.
MARÍA. Divertillos
con ello procuráis.
Sale DON GARCÍA
GARCÍA. Ya la aspereza
de esta montaña, a quien sirvió de grillos
ese arroyuelo en el invierno helado,
ya en plata fugitiva desatado,
el cerdoso animal penetra ahora
acosado de perros y monteros,
porque desde la risa de la aurora
le han seguido valientes y ligeros.
Primero que la noche encubridora,
hecha pavón soberbio de luceros,
baje, podéis seguirle con ventaja,
porque al cristal de aquella fuente baja.
REY. Vamos, Diana de esta verde selva,
porque Venus por vos tome venganza,
cuando a los ojos de su Adonis vuelva
del campo flor con inmortal mudanza.
MARÍA. La montería al valle se revuelva.
REY. Don García.
GARCÍA. Señor.
REY. ¿Qué hay de Esperanza?
GARCÍA. Habléla.
REY. ¿Y qué responde?
GARCÍA. No despide.
REY. ¿Podré perderme?
GARCÍA. Sí.
REY. Caballos pide
y mira no me pierdas, don García,
que contigo he de hacer esta jornada:
¿podráse asegurar Doña María?;
porque ha dado en andar desconfiada.
MARÍA. Por aquí suena ya la montería.
(Suena ruido de caza.)
GARCÍA. La traza de la caza fué extremada.
REY. ¡Oh, quién viera premiar tantas finezas!
GARCÍA. Caballo y palafrén a sus Altezas.
Vanse y salen LEONOR y PERAFÁN
PERAFÁN. ¿Adónde está retirada
Esperancica, Leonor?
LEONOR. En su aposento, señor.
PERAFÁN. ¿Qué tiene?
LEONOR. No tiene nada.
PERAFÁN. Pues ¿qué novedad es ésta,
si suele salirme al paso?
¿Siéntese indispuesta acaso?
LEONOR. Triste sí, mas no indispuesta.
PERAFÁN. Triste, sin duda que ha sido
la ocasión de este rigor
que con don Lope, Leonor,
en desterrarle ha tenido
sin más ocasión el Rey
que su misma voluntad,
que es cobarde la crueldad
y a ninguno guarda ley.
Quien le vió ayer comenzar
a privar, que no dijera
que aquesto imposible fuera;
ocasión debió de dar,
puesto que me parecía
don Lope buen caballero.
Llama a Esperanza, que quiero,
porque acostarme querría,
darle primero unas nuevas
de su hermano.
Sale ESPERANZA
ESPER. Cuando oí
tu voz a verte salí.
PERAFÁN. Mal dice Leonor que llevas
este destierro, Esperanza,
de don Lope.
ESPER. Señor, sí;
que como posaba aquí,
también el pesar me alcanza,
que el trato del hospedaje
siempre engendra voluntad.
PERAFÁN. Y yo le tengo amistad,
mas no hay quien el gusto ataje
de un Rey mancebo y quizá
con una punta de celos.
Éstos son necios desvelos,
lo que él quisiere, será;
en mi casa estoy seguro
sin ninguna pretensión,
sin envidia, ni ambición,
que sólo vivir procuro;
a ese muchacho quisiera,
pues es tan hombre de bien
y lo merece también,
que el Rey mercedes le hiciera,
que yo no pretendo más.
ESPER. ¿Qué ha sabido de mi hermano?
PERAFÁN. Que antes que pase el verano
vendrá a verme.
ESPER. Tú me das
muy buenas nuevas (¡ay, Dios,
cuánto esforzarme procuro!).
PERAFÁN. Hizo treguas con el muro
granadino ya por dos
meses Enrique, y levanta
el sitio, y contra Archidona
marcha también en persona
a conquistarla con tanta
resolución que la villa
no se le resistirá
una semana, y dará
luego la vuelta a Sevilla.
ESPER. Tráigale con bien el cielo.
PERAFÁN. Bien puede ser que perdón
alcance en esta ocasión
del Rey, don Lope Sotelo,
cuando la guerra se acabe,
si ha sido leve el disgusto.
ESPER. (Aparte.) Nunca el amor es tan justo
que perdonar celos sabe.
PERAFÁN. Esto me escribe tu hermano.
ESPER. ¿Recogerte determinas?
PERAFÁN. Los viejos somos gallinas
en acostarnos temprano,
y así recogerme quiero;
recógete tú.
ESPER. Sí haré.
Dios te guarde.
PERAFÁN. Dios te dé
buen sueño. (Vase.)
ESPER. El mortal espero.
LEONOR. La esperanza eres peor
que se puede imaginar,
pues te pones a esperar
cosa tan mala.
ESPER. ¡Ay, Leonor!;
qué poco sabe tu pecho
de amorosa voluntad.
LEONOR. Ella es mucha necedad,
hay muy pocas que la han hecho.
ESPER. Soy de aquesta condición,
¿qué quieres?
LEONOR. Que al uso seas,
si ser discreta deseas,
y vivir en conclusión:
mira tú en lo que han parado
esas que firmes han sido,
si fábulas no han mentido,
y autores se han engañado.
Tisbe murió con la espada
de Píramo; Hero también,
a Alejandro hizo sartén,
y murió en él estrellada,
y otras muchas, que el amor
las trajo al último exceso.
ESPER. ¿Y no dejaron con eso
eterna fama, Leonor?
LEONOR. De fama hablas ahora:
¡qué amor tan gentil profesas!
ESPER. Nunca de cansarme dejas.
LEONOR. Tengo lástima, señora,
a tus años y quisiera
que como era justa ley,
que no te tuviera el Rey
por aldeana y grosera,
que en ello consistiría
de tu don Lope el remedio,
más que en otro humano medio:
¿qué dijiste a don García?
ESPER. Ni bien ni mal.
LEONOR. La tibieza
es el estado peor.
¿Vendrá el Rey?
ESPER. No sé, Leonor. (Suenan guitarras.)
LEONOR. Música en la calle empieza.
ESPER. Será el Rey, que don García
me previno esta mañana.
LEONOR. Ponte un poco a la ventana
por tu vida y por la mía.
ESPER. No tengo gusto, antes quiero
recostarme en este estrado.
LEONOR. En gentil grosera has dado.
ESPER. De esta suerte vivo y muero. (Cantan dentro.)
MÚSICOS. Los negros soles de Albania
estaba adorando Tirsi,
tan avaros, que al del cielo
niegan la luz que les piden.
ESPER. Qué músicos tan cansados.
LEONOR. ¿No te agradan? ¿Es posible,
que cantando de esta suerte,
estas voces no te obliguen,
cuando no viniera el Rey
a favorecerlas?
ESPER. Viven
muy lejos las alegrías
de mis pensamientos tristes. (Vuelven a cantar.)
Por hermosa y por soberbia
es amiga de imposibles,
y con ser Sol de estos campos,
es sombra de quien la sigue;
mas ay del triste
que quiere el Cielo
que en el viento fíe.
(Duérmese ESPERANZA.)
LEONOR. Durmiese, que solamente
así ha querido rendirse;
quiero dejar que descanse. (Vase.)
Habla ESPERANZA en sueños
ESPER. Seáis, dueño de mis ojos,
bien venido, que os partisteis
con el alma, y me dejasteis
sin mí, y con vos siempre firme.
Dadme los brazos, mi bien,
y como yedra ceñidme,
que soy vuestra. ¿Qué es aquesto?
Sale DON LOPE y levántase ESPERANZA
¿Qué causas, mi bien, te impide?
¿Vos conmigo desdeñoso?
¿Vos enojado? ¿Vos triste?
Celoso estáis, esperad;
no os vais, escuchad, oídme,
iré tras vos dando voces;
¡oh, mi bien!
Vase a entrar por donde está DON LOPE y se encuentra con él
LOPE. ¿Qué empresas sigues
Esperanza de este modo? (Despierta.)
ESPER. ¡Ay!, ¿quién eres?
LOPE. Yo soy.
ESPER. ¿Finge
esto el sueño todavía?
¿O eres sombra, que te vistes
del original que adoro?
LOPE. Si duermes, despierta, y ciñe,
mi vida, esos dulces lazos
a quien te adora tan firme
como tú misma.
ESPER. ¿Qué es esto,
mi bien?
LOPE. Venir a servirte,
venir a verte y adorarte.
ESPER. Señor, parece imposible;
¿por dónde entraste?
LOPE. Por ese
balcón, que de oriente sirve
a tus ojos, cuando quieres
dar a los campos abriles.
Que como ladrón de casa,
por aquella parte vine
que asegura el sordo Betis
que duerme entre juncia y mimbres,
que con la fama y recelo
de esta fantasma que dicen
no hay envidioso que escuche
ni malicioso que mire.
ESPER. Con música en esta calle,
al Rey encontrar pudiste.
LOPE. Primero se fueron todos.
ESPER. Don García me persigue
por el Rey.
LOPE. Será mandado;
es fuerza que determines
ir entreteniendo al Rey,
que importa a los dos; resiste
a tu misma condición,
que haber escrito tan libre
y con tantos desengaños,
como pienso que escribiste,
pudo ser causa, Esperanza,
de mi muerte; hasta que miren
los cielos nuestros deseos
con más venturosos fines,
(que todo al poder del tiempo
viene a mudarse, a rendirse,
y más en el que es mudable,
viendo la empresa imposible)
tú a sus ruegos, Esperanza,
siempre cortés, y difícil,
sin darle jamás favores
es bien que contemporices,
que es en efecto absoluto
dueño de todo, y consisten
nuestras dos vidas en ello,
puesto que llego a pedirte
la cosa más peligrosa
que a las mujeres se pide;
mas conociendo tu pecho,
no es razón que desconfíe.
ESPER. Con eso sólo me ofendes.
LOPE. Perdona si te ofendiste,
que quien ama confiado
o es necio o está muy libre;
todas las noches vendré
y adiós, que el alba se ríe,
si no me engaño, Esperanza,
que ya despiertos lo dicen
los gallos de Cantillana
y no quiero que al partirme
me encuentren sus labradores,
que los villanos son linces,
y fálteme la tierra, el agua, el viento,
la luz del sol que cuanto vive alcanza,
y de mis enemigos la venganza,
el propio honor, el mismo entendimiento,
el ánimo a la sangre, el nacimiento,
en mis desdichas esperar mudanza
y deberte, Esperanza, la esperanza
que es el más apretado juramento.
Fálteme Dios en la postrera suerte
que hay del vivir humano al postrer sueño,
cuando a este trance su clemencia pida,
si tuviere poder la misma muerte,
para quitarme, regalado dueño,
el amor que te tengo con la vida.
ESPER. Pues primero será la noche día
y niebla el sol, verano el cano invierno,
la guerra paz, lo temporal eterno,
disgusto el bien, pesar el alegría:
volverá el tiempo atrás y en la porfía
de la fortuna varia habrá gobierno,
pena en la gloria y calma en el infierno,
que deje de adorarte el alma mía,
que no podrán mudarme de este intento
el Rey, ni el sol, si lo que ve me ofrece,
que por ti todo lo desprecio y piso;
que la mujer, aunque igual al viento,
si sale firme, espíritu parece
en no volver atrás en lo que quiso.

El diablo está en Cantillana
Luis Vélez de Guevara

Copyright (c) Universidad de Alicante, Banco Santander Central Hispano 1999-2000

El diablo está en Cantillana
Luis Vélez de Guevara

Tercera jornada

Salen todos los que pudieren armados graciosamente y RODRIGO de sacristán, CARRASCA,
alcalde labrador, y ZALAMEA vejete, alcalde, y sacan cajas de guerra

ZALAMEA. Hagan alto las hileras
en aquesta encrucijada
que es por donde salir suele
este demonio o fantasma.
La frente del escuadrón
nos toca a mí y a Carrasca
por el oficio, en efecto,
de alcaldes de Cantillana.
El sacristán esté a punto
con el hisopo y el agua
para en oyendo el ruido...
RODRIGO. Por las aleluyas santas,
por los kiries y responsos,
que tengo de zampuzarla
en el caldero, aunque venga
en figura de tarasca.
Mal conocen los señores
alcaldes la temeraria
virtud del sacristán nuevo,
el valor y las palabras.
Conjuros sé con que puedo
arrojar esta fantasma
al rollo de Écija; miren
adónde quieren que vaya.
CARRASCA. Mira, el rollo, sacristán,
no la ha menester, echadla
a Vienes que hay una legua,
cuando aguas y lodos haya,
que por Dios entonces ella
la legua que he dicho pasa
viva, que no ha de quedar
en un mes para fantasma.
ZALAMEA. Harto mejor será, alcalde,
que llegue allá descansada
por que sepan los de Vienes
que hay valor en Cantillana
para hacerles mal.
CARRASCA. Decid,
Zalamea, cuando falta
para esto, ¿cuánto y más dónde
hay tan bellacas entrañas
como en nosotros?
ZALAMEA. Decidlo
por vos, compadre Carrasca,
que a pesar de todo el mundo
yo las tengo muy hidalgas.
CARRASCA. ¡Qué hambrienta que las tendeles!
ZALAMEA. ¿Qué queréis, han de estar hartas
de pan, ajos, cebollas
como las vuestras, Carrasca?
CARRASCA. Por eso, bien que las vuestras,
por no parecer villanas,
nunca han comido tocino.
ZALAMEA. Mentís por medio la barba.
CARRASCA. Y vos por esotra media.
ZALAMEA. ¡Villano!
CARRASCA. ¡Hidalgo sin branca!
ZALAMEA. ¿Eso es falta?
CARRASCA. ¿Pues hay cosa
que a todos haga más falta?
ZALAMEA. A mí, no; que mi nobleza,
tan conocida, me basta.
CARRASCA. ¡Si descendéis de Lentinos,
claro está!
ZALAMEA. Por la Giralda,
de la torre de Sevilla,
de un pampaco que la vara
os la rompo en la cabeza.
CARRASCA. No se os debe de dar nada
de la crisma que hay en ella.
RODRIGO. ¡Ea, señores!, no vaya
esto a mayor rompimiento.
CARRASCA. Agradeced, Martín Gala,
al sacristán, que yo os diera
a entender.
RODRIGO. Digo que basta.
CARRASCA. Baste muy enhorabuena.
RODRIGO. Si no sea enhoramala.
CARRASCA. El sacristán nos perdone,
que tiene razón.
RODRIGO. No falta
sino perderme el respeto;
no saben que en esta causa
traigo las veces del cura,
y su bonete y sotana,
y puedo descomulgarlos,
como quien no dice nada,
y casarlos siete veces,
si se me antoja.
ZALAMEA. Esa es mala
burla de Dios.
RODRIGO. No me enoje
que volveré las espaldas,
dejándoles, si son necios,
a cuesta con la fantasma.
CARRASCA. Señor sacristán Rodrigo,
perdone vuseñoranza,
para que Dios le perdone,
porque si mos desampara,
somos perdidos.
RODRIGO. Está
muy bien, desle ahora traza
de cómo hemos de embestirle.
ZALAMEA. Con el guisopo y el agua
ha de ir delante de todos
cuando toquemos al arma,
el sacristán, y nosotros
guardándole las espaldas.
RODRIGO. ¿Y esta fantasma, en efecto,
qué hora tiene señalada
para venir?
ZALAMEA. A las doce
y media, poco más, baja
de aquella ermita a la villa,
y poco a poco a la plaza
por aquellas cuatro calles.
Esto ha dicho Blas de Olaya,
que la vió, oyendo el ruido,
pasar desde su ventana,
y estuvo sin habla un día.
CARRASCA. Antona está con tercianas
de haberla visto una noche
desde lejos.
ZALAMEA. La Polanca
malparió un hijo.
CARRASCA. Antón Crespo,
de escuchar desde su cama
el ruido, habrá tres días,
y serán cuatro mañana,
que no come y que se sale
como tinaja quebrada.
RODRIGO. Pasará gran pesadumbre,
si de esa suerte lo pasa;
¿y en qué figura, en efecto,
aparece esta fantasma,
por que estemos prevenidos?
ZALAMEA. Todos cuantos de ella hablan,
diferencian en el modo:
unos dicen que es muy blanca
y tan alta, que pasea
los tejados con la cara;
otros, que es un bulto negro;
otros, que es como una vaca,
con tres cabezas, echando
por todas tres humo y llamas;
mas ninguno se conforma
con el otro.
RODRIGO. Enigma extraña;
esta noche lo veremos;
alerta no se nos vaya
de las manos.
ZALAMEA. Si ella viene
esta noche lo veremos;
le mando mala ventura.
CARRASCA. Yo prometo desollarla,
y a la puerta de la iglesia
colgarla llena de paja,
a donde todos la vean.
RODRIGO. ¡Oh, qué graciosa alcaldada!
¿Qué es espíritu no veis?
CARRASCA. Porque no lo sea.
RODRIGO. Extraña
simplicidad.
(Suena dentro ruido de cadenas.)
ZALAMEA. Imagino,
si mi vejez no me engaña,
que han sonado unas cadenas.
CARRASCA. Y han vuelto a sonar.
RODRIGO. Malhaya
quien no tiene muy gran miedo. (Gemidos dentro.)
ZALAMEA. Parece que un toro brama.
RODRIGO. Y aun infierno de toros;
a todos tiembla la barba. (Vuelven gemidos.)
Otra, ¡vive Dios!, que está
el diablo en Cantillana.
CARRASCA. Sacristán, esto se acerca;
salgamos tocando al arma
y comenzad el conjuro.
TODOS a voces
TODOS. ¡Conjuradla, conjuradla!
RODRIGO. ¡Conjúrela Barrabás!
CARRASCA. Ya llega.
ZALAMEA. ¡Santa Leocadia!
¡Santa Tecla! ¡Santa Eufemia!
¡Santa Águeda! ¡Santa Engracia!
RODRIGO. ¡Exíforas, abernuncio!
ZALAMEA. ¡Todos los santos me valgan!
CARRASCA. ¡No hay ánimo que la espere;
huyamos!
RODRIGO. De buena gana.
Van a entrarse y encuentran con el REY
Con ella hemos dado agora
por estotra parte; aparta,
no hay duda sino que está
el diablo en Cantillana.
Vanse y salen DON GARCÍA y el REY
GARCÍA. Por fantasma te han tenido.
REY. Desta manera se engañan
los que dicen que la han visto.
GARCÍA. ¡Qué propia gente villana!
REY. Con notable miedo corren,
y viene a ser de importancia
a mi amor, pues de esta suerte
la calle nos desamparan,
y sin testigos podremos
conquistar la hermosa causa
que adoro.
GARCÍA. Ya, al parecer,
va siendo menos ingrata,
pues esta noche me ha dado
de que te ha de hablar, palabra,
arrepentida, señor,
con razón de las pasadas.
REY. Tira una piedra, García.
(Tiran una piedra.)
GARCÍA. Ya va.
REY. Y con ella a mis ansias,
que pudieran, don García,
con más razón despertarla.
GARCÍA. Y dices bien, que parece
que se ha dormido.
REY. Pues vaya
otra piedra, y piedra a piedra
llame, donde amor no basta.
(Vuelven a tirar otra piedra.)
GARCÍA. Ya he tirado y parece
que han abierto la ventana.
Abren una ventana y está en ella PERAFÁN, viejo
REY. Pues retirate, García,
si no es sueño que me engaña. (Vase GARCÍA.)
PERAFÁN. Un hombre a este balcón pienso
que se acerca.
REY. ¿Es Esperanza?
¿Es mi bien?
PERAFÁN. Esto está bueno;
las piedras no me engañaban.
REY. ¿No respondéis?
PERAFÁN. Caballero,
cortesano o de la casa
del Rey: hacedme el favor
de ésta que veis, respetarla,
que es de un noble caballero
que su honor y sangre guarda,
y estamos en una aldea,
adonde con poca causa
desacreditarse puede
entre malicias villanas,
y no es bien hacer terrero
a costa de opinión tanta,
ni que deis por hacer señas
en mi honor tantas pedradas,
que descalabréis mi vida
y despertéis mi venganza.
Si pretendéis casamiento
y sois noble, las ventanas
no solicitéis con piedras,
que puertas tiene mi casa. (Éntrase.)
REY. Entróse. ¡Por Dios, que el viejo
que tiene prudencia rara
y valor! ¿Iréme? No;
que él se habrá vuelto a la cama,
y ella saldrá, porque el Sol
primero que el Alba salga;
¡oh amor!, al inconveniente,
qué de pensiones que pagas,
aunque vencedor de todo
el mundo tiembla tus armas.
Lisonjea, amor, mis penas,
pues me estás debiendo tantas
con hacer que todos duerman
y sólo vele Esperanza.
Mas, ¡vive el cielo!, que ahora
sale un hombre de su casa:
o he de matarle, por Dios,
o conocerle.
Sale PERAFÁN con espada y broquel
PERAFÁN. Pues causan
en vos tan poco respeto,
caballero, las palabras,
y me obligáis, ¡vive Dios!,
que con las obras os haga
conocer que sois grosero
y os he de echar con la espada,
pues no puedo con razones,
de la calle a cuchilladas;
veréis quien soy, aunque viejo,
porque el valor nunca falta
donde hay sangre noble.
(Vase el REY sin hacer caso de él.)
Fuése
sin responderme palabra,
y vive Dios que parece
que es el Rey, si no me engaña
el crujido de las piernas.
Pesárame que Esperanza
dé al Rey ocasión ninguna,
siendo de don Juan hermana
y de aquesta sangre hija.
Dentro DON JUAN
D. JUAN. Ten de aqueste estribo y llama.
PERAFÁN. Mi hijo es éste, sin duda
que ha llegado; bien se acaban
los recelos de esta noche
con nuevas tan deseadas.
Vase y salen DOÑA ESPERANZA y DON LOPE
ESPER. Ya, dueño del alma mía,
vuestra remisión culpaba,
y me ha debido por vos
muchas lágrimas el alma.
LOPE. Mi bien; no ha podido ser
menos, puesto que está el alma
siempre con vos. (Dentro.)
PERAFÁN. Entra, Juan,
despertarás a tu hermana.
D. JUAN. Un hombre está allí con ella,
si las sombras no me engañan.
PERAFÁN. ¿Un hombre? ¡Mátale!
ESPER. ¡Ay, cielo!
Si puedes, mi bien, te escapas,
que son mi padre y mi hermano.
LOPE. No te alborotes, aparta,
y no temas, mientras vieres
en este brazo esta espada.
Salen PERAFÁN yDON JUAN con espadas desnudas
PERAFÁN. ¿Quién eres, hombre?
LOPE. Don Lope,
dueño de doña Esperanza.
D. JUAN. ¿Quién, di?
LOPE. Don Lope Sotelo.
PERAFÁN. ¿Don Lope?
LOPE. ¿De qué te espantas?
PERAFÁN. De verte en mi casa así.
LOPE. Para ese seguro guarda
doña Esperanza una firma
de mi mano, en que declara
que es mi esposa; reportaos,
que podrá ser de importancia
el haberme hallado aquí
a todos, con la llegada
del señor don Juan, que el cielo
para mi bien esto traza;
volved con este los dos
las espadas a las vainas,
pues sabéis quién soy.
PERAFÁN. Entremos.
D. JUAN. Notable aventura.
PERAFÁN. Extraña.
Vanse y sale el REY vistiéndose y acompañamiento
REY. ¡Pesadas noches!
GARCÍA. Ningunas
tiene más cortas el año.
REY. Hácenlas más importunas
de un dulce amoroso engaño,
tantas contrarias fortunas,
que en las sabrosas porfías
de las esperanzas mías,
que tan poco bien me ofrecen,
siglos las horas parecen
y eternidades los días.
Sale DOÑA MARÍA y toma la toalla
Dadme la toalla.
MARÍA. Aquí
para servírosla estoy.
REY. Vos tanta merced a mí
MARÍA. Si sois mi rey.
REY. Vuestro soy.
MARÍA. Quiero ver, señor, si así
puedo granjearos más,
pues nunca alcancé jamás
a gozar de vos una hora.
REY. Siempre habéis de estar, señora,
con celos.
MARÍA. Ya es por demás
el poder vivir sin ellos,
pues siempre tengo ocasión
de pedillos y tenellos.
REY. Vanas ilusiones son;
más valor fuera vencellos,
que por los hermosos ojos
soles vuestros celestiales,
que son quimeras y antojos.
MARÍA. Siendo ciertas las señales,
¿no lo han de ser los enojos?
REY. Ciertas, ¿cómo?
MARÍA. Tomaos vos
cuenta a vos mismo, y veréis
si en vano os culpo.
REY. Por Dios
que os engañáis, pues sabéis
que un alma somos los dos,
y es de quien sois desigual
que habléis en cosa tan vil.
MARÍA. Si amáis, no os parezca mal,
que aunque es materia civil,
es de causa criminal.
REY. Sí, pero a tales personas
los celos nunca han llegado,
que son líneas de otras zonas,
porque siempre han respetado
los cetros y las coronas;
y cuando atrevidos fuesen
fuera bien que les venciesen.
MARÍA. Vos en salud nos sangrasteis,
que a don Lope desterrasteis
por que no se os atreviesen.
REY. Ya es eso, por Dios, pasar
de celosa a maliciosa.
MARÍA. Siempre lo debe de estar
la que llega a estar celosa,
que celos es sospechar.
REY. De esa suerte no es certeza.
MARÍA. Con vuestra Alteza no arguyo,
porque a ser sofista empieza.
GARCÍA. Perafán y un hijo suyo,
para entrar a vuestra Alteza,
piden que puerta les den.
MARÍA. No falta sino que venga
doña Esperanza también.
La audiencia no se detenga,
por mí esperando no estén
honrarlos, pues en efecto
a hacerlo estáis obligado,
en público y en secreto,
porque a un suegro y a un cuñado
se les debe ese respeto. (Vase.)
REY. Todo de esta vez lo dijo:
notable es Doña María;
pero para qué me aflijo:
haced entrar, don García,
a Perafán y a su hijo;
ahora corre este humor,
y ha de perdonar si en mí
viere causa a su rigor.
GARCÍA. Ya está Perafán aquí.
Salen PERAFÁN yDON JUAN
PERAFÁN. Danos tus plantas, señor.
REY. Dios os guarde, Perafán
de Ribera, y seáis vos
muy bien venido, don Juan.
D. JUAN. Mil años os guarde Dios,
y del helado alemán
al etíope abrasado
dilate vuestro valor
con vuestro nombre.
REY. ¿En qué estado
queda la guerra?
D. JUAN. Señor,
estas treguas fin han dado;
pide partido Archidona
para ser de la Corona
de Castilla, y a este efecto,
aunque sin gusto, os prometo
de que falte mi persona;
con ese pliego me envía
Enrique.
REY. ¿Queda mi hermano
con salud?
D. JUAN. Salud tenía
cuando partí, aunque el verano
ha durado la porfía
de la guerra.
REY. Yo deseo
haceros merced, don Juan,
porque vuestro valor veo,
y el que tiene Perafán,
y acudir quiero al empleo
de doña Esperanza.
PERAFÁN. Ahora
hay ocasión.
REY. ¿De qué suerte?
PERAFÁN. Don Lope Sotelo adora
sus partes, y aunque divierte
tras la espada vencedora
de Enrique, en esta jornada,
con las armas el amor,
esta cédula firmada
del nombre suyo, señor,
(Dale al REY la cédula.)
a doña Esperanza dada,
como es razón, reconoce,
y determina cumplilla,
que obligaciones conoce
del hospedaje Castilla,
así mil años os goce,
que nos honréis, si hay lugar,
dando a don Lope licencia
para venirse a casar,
porque puede con su ausencia
riesgo nuestro honor pasar.
Esto don Juan por merced
que pediros ha traído,
lo que interesamos ved,
y a lo que él os ha servido
aquella merced haced,
o a lo que mi padre y yo
a vuestro padre y abuelo...
REY. De esta suerte.
(Rompe el REY la cédula.)
PERAFÁN. ¿Quién premió
jamás tan heroico celo
que la obligación rompió?
Vive Dios, que no habéis hecho
lo que debéis al valor
de esta sangre y de este pecho.
D. JUAN. Si con nuestro deshonor
queréis quedar satisfecho
del enojo que tenéis
con don Lope, vive Dios,
que pagar no pretendéis
lo que debéis a los dos,
y que a los dos obliguéis.
PERAFÁN. A un desatino.
REY. ¿Qué es esto?
(Entrándose el REY, vuelve a ellos.)
PERAFÁN. Señor, yo...
D. JUAN. Yo...
REY. Basta ya. (Vase el REY.)
D. JUAN. Echó la fortuna el resto;
¡que nos despreciase así!
PERAFÁN. Otro secreto hay aquí
más que sabemos los dos,
que lo sospeché, por Dios,
y anoche lo descubrí,
aunque te lo deslumbré
cuando llegaste, don Juan.
D. JUAN. ¿Cómo?
PERAFÁN. Presumo que fué
el Rey.
GARCÍA. Señor Perafán,
hoy vuestro valor se ve.
A vos y a don Juan, su Alteza
manda que así como estáis,
con pena de la cabeza,
de Cantillana salgáis
luego.
PERAFÁN. Bien su Alteza empieza
a premiarnos.
GARCÍA. Perdonadme,
y, como es justo, los dos
de las nuevas disculpadme. (Vase.)
D. JUAN. ¡Moros hay, y vive Dios!...
PERAFÁN. Calla, Juan.
D. JUAN. Padre, dejadme,
que de cólera reviento.
PERAFÁN. Obedezcamos al Rey,
que ha de haber más sufrimiento
en más valor.
D. JUAN. Esta es ley
de un injusto pensamiento.
PERAFÁN. Esto debe de importar;
vamos donde van sus leyes,
que en todo hemos de pensar,
don Juan, que aciertan los reyes,
y obedecer es callar.
Eso es justicia y razón,
lo demás es desatino,
porque Dios, en conclusión,
es en lo humano y divino
la postrera apelación.
Vanse, y salen ESPERANZA, RODRIGO y LEONOR
ESPER. Rodrigo.
RODRIGO. A pedirte vengo
la mano y la bendición,
porque determinación
de irme con don Lope tengo.
Pruebo mal en el oficio,
si puede llamarse así,
de sacristán, porque aquí
no es de ningún beneficio,
que de almorzar no se gana
apenas, y es destruirse,
porque han dado en no morirse
cuantos hay en Cantillana,
que el médico está enojado
con el cura, y descompuesto
el boticario, y por esto
los responsos han colgado,
y han jurado el boticario
y el médico que han de estar
seis veranos sin matar,
como suele de ordinario;
ésta es la causa, señora,
que con don Lope me lleva,
si la guerra no me prueba
también.
ESPER. No intentes ahora
hacer mudanza ninguna;
quédate, Rodrigo, en casa,
mientras de don Lope pasa
y de mi amor la fortuna,
que será muy brevemente;
aquestas nuevas te doy.
RODRIGO. Tu esclavo, señora, soy,
y lo seré eternamente;
vivas más años que un censo
perpetuo, que una muralla,
que la manta de Cazalla,
porque con tu ayuda pienso
ser de Leonor, a pesar
del tiempo, dueño.
LEONOR. Eso no,
Miguel de Vargas, que yo
mejor me pienso emplear
cuando haga ese disparate.
RODRIGO. Pues qué, ¿aun no somos amigos?
LEONOR. Vienes oliendo a bodigos.
RODRIGO. Pluguiera a Dios.
ESPER. No se trate
de pesadumbres agora.
LEONOR. No entendí verte jamás
alegre, y pienso que estás
de mejor humor, señora;
si no me engaño, imagino
que hace algún efecto el Rey,
porque un rey, a toda ley...
ESPER. Mi padre pienso que vino,
y mi hermano.
RODRIGO. Pues ¿está
el señor don Juan aquí?
ESPER. Desde anoche llegó.
RODRIGO. Así
de don Lope nos dará
famosas nuevas.
ESPER. Rodrigo,
lo que te he dicho es lo cierto.
RODRIGO. Pliegue a Dios que al dulce puerto
llegue don Lope contigo,
tras tantas olas de ausencia,
de celos y de temor;
yo quiero dar al señor
don Juan hoy, con tu licencia,
la bienvenida.
Salen PERAFÁN yDON JUAN
PERAFÁN. Aquí está
Esperanza.
RODRIGO. Bienvenido
vuesa merced haya sido,
que era deseado ya
de todos sus servidores.
(Habla ESPERANZA con su padre en secreto.)
Vuesa merced ¿viene bueno?
D. JUAN. Perdonad, que soy ajeno
de quién sois.
RODRIGO. Estos señores
siempre me han hecho merced,
y les estoy obligado.
ESPER. Es de don Lope criado
Rodrigo.
RODRIGO. Vuestra merced
desde hoy por suyo me tenga.
D. JUAN. Guárdeos Dios.
PERAFÁN. Esto ha pasado:
El Rey nos ha desterrado,
que de esta suerte se venga
de sus celos y de ti.
ESPER. En casa os habéis de estar,
sin que salgáis del lugar,
y dejadme hacer a mí,
que el Rey quiere ser llevado
por bien.
PERAFÁN. Tu hermano ha venido,
Esperanza, sin sentido.
ESPER. Venid y perder cuidado,
que no hay del Rey qué temer,
mientras mi industria os ampare,
y si yo no le engañare,
no me llamaré mujer.
(Vanse ESPERANZA, su padre y hermano.)
RODRIGO. ¡Ah, doncella!
LEONOR. ¿Qué nos manda?
RODRIGO. Que procure componerme
donde duerma.
LEONOR. ¿Luego duerme?
RODRIGO. Y más si es la cama blanda.
LEONOR. ¿No le desvela el amor?
RODRIGO. El suyo en toda mi vida.
LEONOR. ¿Luego hay otro?
RODRIGO. No me pida
tanta cuenta.
LEONOR. ¡Qué rigor!
RODRIGO. He dado en esto.
LEONOR. ¡Oh, qué bueno!
RODRIGO. Yo me voy, mire que esté
de mano de su merced
la cama.
LEONOR. Picaño, lleno
de más vino que de amor,
¿él se hace grave conmigo?
RODRIGO. Oh, por vida de Rodrigo,
que está donosa Leonor.
LEONOR. ¿Qué tanto?
RODRIGO. Que me das gusto;
di a tu galán que me vea,
si ser dichoso desea,
que haceros merced es justo.
LEONOR. ¡Bergante!
RODRIGO. Basta. (Vase RODRIGO.)
LEONOR. No hay cosa
que cause tanto pesar
en el mundo, como estar
de un despicado celosa. (Vase.)
Sale DON LOPE. Es de noche
LOPE. Noche, en cuyo atrevimiento
mis recelos se confían,
mis esperanzas se fían
y alienta mi pensamiento.
Vos seáis tan bien venida
como fuisteis deseada
del alma más abrasada
que se vió de amor perdida.
Vuestra ciega oscuridad
ampare mi loco amor,
y mi celoso temor
vuestra oscura majestad,
que sin poder resistirme
vengo en tan dichoso empleo
a gozar lo que poseo,
siempre amante, siempre firme.
Y antes de la deseada
hora en que a Esperanza veo,
me trae loco el deseo
con la vida aventurada.
Dadme, dichosas paredes,
las nuevas de mi bien ya,
pues en vosotras está
al sol haciendo mercedes.
Permitid, paredes mías,
mi dicha al Rey responded,
porque de tan gran merced
haga amor las alegrías.
Gente parece que ha entrado
en la calle, y debe ser
cortesana, al parecer,
que el alma no me ha engañado.
El Rey es; volverme quiero,
que en la ordinaria señal
le he conocido, que mal
hago en esperar, si espero
ningún bien, pues ha venido
a la ordinaria porfía
de la esperanza que es mía.
Perdiendo voy el sentido.
Vase, y salen el REY, DON GARCÍA, DON ÁLVARO y DON SANCHO, de noche todos
REY. Un hombre atraviesa allí
que me da que sospechar;
o le tengo de matar,
o reconocerle; aquí
os quedad por breve espacio
los dos, y venga García,
haciéndome compañía
solamente y a Palacio
ninguno vuelva, hasta tanto
que todos vuelvan conmigo.
GARCÍA. Como tu sombra te sigo.
(Vanse DON GARCÍA y el REY.)
Sale DOÑA MARÍA en hábito de hombre
MARÍA. Noche, en cuyo oscuro manto
se amparan tantos secretos
y se ven tantas verdades;
lince de curiosidades,
de tu muda sombra efectos,
a descubrir vengo en ti,
por perdida centinela,
el mal que el alma revela.
Gente parada hay allí.
SANCHO. ¿Si es el Rey?
ÁLVARO. ¿Es don García?
MARÍA. Los criados del Rey son.
SANCHO. ¿Es vuestra Alteza?
MARÍA. (Ap.) Ocasión
me da la sospecha mía
para conseguir mi intento,
pues con ellos no está el Rey;
a tanto obliga la ley
de un celoso pensamiento;
quiero fingir que el Rey soy,
que los debió de dejar
entretanto que él fué a hablar
a quien tantos triunfos doy.
SANCHO. ¿No responde?
ÁLVARO. ¿Quién es?
MARÍA. Yo,
seguidme.
ÁLVARO. El Rey es.
MARÍA. ¡Ah celos!
¿qué mal han hecho los cielos
que a vuestro infierno igualó?
Vanse, y salen el REY y DON GARCÍA
REY. Ilusión debió de ser,
o le dió mi pensamiento
alas con que venció al viento.
GARCÍA. No tienes ya que temer,
que Esperanza está rendida;
que ha podido tu rigor
engendrar en ella amor.
REY. Con eso guarda la vida
de su padre y de su hermano.
GARCÍA. Y aguarda en ese balcón,
si no es imaginación.
ESPERANZA al balcón
ESPER. ¡Ce!
GARCÍA. Ni he imaginado en vano,
que te ha hecho señas ahora
para que llegues.
REY. García,
a tu puesto te desvía,
y a las aves de la aurora
apenas deja pasar.
GARCÍA. Lo que me mandas haré. (Vase.)
REY. Vino este bien que esperé,
tuvo mi dicha lugar
en gloria tan soberana.
ESPER. Para tu esclava nací.
REY. Ya no dirá amor por mí:
¡ay larga esperanza vana!,
que tras el bien en que doy
tantos alcances al cielo,
¿cuántas noches ha que vuelo,
cuántos días ha que voy?
ESPER. Siempre venció la porfía
la más imposible empresa,
si de hacer guerra no cesa
con un día y otro día;
porque la que es más tirana
se rinde como lo estoy,
engañando al día de hoy
y esperando al de mañana.
REY. Para estimar tanto bien
habéis hallado, Esperanza,
sin caudal la confianza
y el pensamiento también.
Ya no vive el albedrío
con leyes de embajador,
que después que tengo amor,
es muy más vuestro que mío.
Haced, deshaced, mandad,
dad vidas, alzad destierros,
y de mis celos los yerros
como locos perdonad,
con tal que la causa de ellos
no vuelva a veros jamás.
ESPER. Eso es lo que estimo en más.
REY. Vuestros negros ojos bellos
son dueños del alma mía.
(Suena ruido de cadenas dentro.)
Pero ¿qué es esto?
ESPER. ¡Ay de mí!
REY. ¿Qué es lo que tenéis? ¡Decid,
luz del sol y sol del día? (Vuelven a sonar.)
ESPER. ¿No escucháis, señor?
REY. Ya escucho
unas cadenas; ¿qué importa?
ESPER. Vuestro valor os reporta.
REY. Aquí no es menester mucho. (Quéjanse dentro.)
ESPER. ¿Los gemidos no escucháis?
REY. Pues ¿de quién son los gemidos?
ESPER. ¿No ha llegado a los oídos
vuestros, el tiempo que estáis
en Cantillana, esta fiera
fantasma?
REY. Es burla, por Dios.
ESPER. El Cielo quede con vos,
que el alma el temor me altera.
y perdonadme. (Vase.)
REY. Cerró
la ventana, miedo extraño;
llegándose va, o me engaño,
el ruido. ¿Iréme? No.
Ya la voz otra vez suena,
tristemente dilatado;
ahora en la calle ha entrado,
arrastrando una cadena,
un bulto blanco, tan fiero
que me ha causado temor,
con tener tanto valor. (Sale la fantasma.)
Llegarme y hablarle quiero;
mas él se viene hacia mí;
vive Dios, que he de mostrar
ánimo sin recelar,
que esto debo a quien soy: Di
quién eres y qué me quieres,
si es que vienes buscando
encargarme, deseando
alguna cosa: ¿quién eres?
¿Eres Blanca, que de esposa
sólo me diste la mano?
¿Eres Fadrique, mi hermano?
¿Eres don Juan de Hinestrosa?
¿Eres mi madre? Responde
si algo de mí has menester,
que yo te prometo hacer
cuanto pidas, aquí o donde
te fuere más importante
a tu descargo y descuento,
que para escucharte atento
ánimo tengo bastante.
¿No respondes ni haces nada?
Pues hacerte hablar procuro,
ya que no sé otro conjuro
que el acero de mi espada.
(Cae el bulto y la cadena, y queda DON LOPE con cota y broquel, espada, media
mascarilla y montera.)
El bulto en el suelo dió,
y con espada y broquel
de su portento cruel
otro prodigio quedó.
Hoy de mi valor me alabo,
hombre, fantasma o difunto;
no temo al infierno junto,
porque soy Don Pedro el Bravo.
Éntrase retirando DON LOPE y REY acuchillándole y salen por una puerta DON GARCÍA y
por otra DON ÁLVARO, DON SANCHO y DOÑA MARÍA
SANCHO. Repórtese vuestra Alteza,
porque es irritar al Rey.
MARÍA. Amor nunca guarda ley
cuando a ser celoso empieza.
GARCÍA. Caballeros, si es posible
vuélvanse por cortesía.
MARÍA. De guarda está don García;
esta vez es imposible
dejar de pasar delante,
aunque vos al paso estáis.
GARCÍA. Otro imposible intentáis.
MARÍA. Seré a vencerle bastante.
GARCÍA. ¿Quién es?
MARÍA. ¡La Reina!
GARCÍA. ¡Señora!
¿Vos de esta manera?
MARÍA. Así
vengo buscando sin mí
a quien vos buscáis agora,
por ver este desengaño.
ESPER. (Dentro.) ¡Que matan al Rey!
MARÍA. ¡Ah Cielo!
Mayor desdicha recelo;
venid, venid. (Vanse.)
Salen acuchillándose el REY y DON LOPE
GARCÍA. ¡Caso extraño!
LOPE. Suspenda la invicta espada,
no me mate vuestra Alteza.
REY. ¿Quién eres?
LOPE. Un desdichado,
que amor... (De rodillas.)
REY. Por amor comienzas,
disculpa tienes bastante;
levanta del suelo.
LOPE. Deja
que en él humilde te pida
primero perdón.
REY. ¿Qué esperas?
ya te he perdonado; alza.
LOPE. Con esa palabra, es fuerza
que sin máscara te bese
los pies, y decirte pueda
quién soy.
REY. ¿Quién eres?
LOPE. Don Lope
Sotelo.
REY. ¿De esta manera?
LOPE. Fuerza de amor pudo tanto,
que desde la noche mesma
que me pediste a Esperanza
para dejarme sin ella
-porque imaginé, señor,
que teniendo algunas muestras
de mi voluntad, habías
de condenarme a su ausencia-,
por prevenirlo tracé
esta fantasma, que intenta
amor imposibles cosas
contra el poder y la fuerza.
Cuando dejar me mandaste
de Archidona por la guerra
a Cantillana, señor,
no estuve una legua apenas
ausente del bien que adoro;
y la misma estratagema
usando todas las noches,
entraba a gozarla y verla.
Hallóme don Juan, su hermano,
y Perafán de Ribera
con ella, y queriendo darme
muerte los dos, por la ofensa
hecha a su casa y honor,
enseñó Esperanza bella
una firma de mi mano.
Fueron a hablarte con ella;
vine a saber el suceso,
encontróme vuestra Alteza;
a su invencible valor
no bastó mi estratagema.
Esa es mi historia, mi culpa,
mis celos y vuestra ofensa;
si no me disculpa amor
aquí tenéis mi cabeza.
Salen PERAFÁN yDON JUAN y ESPERANZA, LEONOR y RODRIGO por una puerta, y por la otra
DOÑA MARÍA, DON GARCÍA, DON ÁLVARO y DON SANCHO
PERAFÁN. No importa que el Rey agravie,
para que la sangre nuestra
vertamos por él.
MARÍA. Llegad.
GARCÍA. Señora. aquí está su Alteza.
ÁLVARO. El Rey está aquí.
MARÍA. Señor.
REY. Señora, ¿qué es esto?
MARÍA. Fuerza
de mis celos, imposibles
de vencer de otra manera.
ESPER. Cielos, aquí está don Lope;
¿qué novedad es aquesta?
PERAFÁN. Vuestra Alteza nos perdone;
que puesto que vuestra Alteza
nos mandó de Cantillana
salir esta tarde mesma,
y no lo habemos cumplido,
las voces que en esta reja
dió Esperanza, nos obliga,
sin reparar en la pena
que nos fué puesta, señor,
a ofrecer a vuestra Alteza
nuestras haciendas y vidas.
REY. Que ese amor os agradezca,
Perafán, es justa cosa;
don Lope Sotelo sea
de doña Esperanza esposo.
LOPE. Mil años que el sol te vea
rey de Castilla y León.
REY. Con la mayor Encomienda
de Castilla, que es lo menos
que debo a vuestra nobleza.
PERAFÁN. Guárdeos el Cielo.
REY. De un tercio
doy a don Juan de Ribera,
pues es tan grande soldado,
por que me sirva en la guerra.
D. JUAN. Sobre vuestros hombros ponga
su imperio el sol.
REY. Y a vos, reina
de Castilla y de mi alma,
que es de vuestro sol esfera,
palabra de nunca daros
celos, porque sé que llegan
a perderos el respeto.
MARÍA. Guárdete el Cielo, que es deuda
de mi amor.
ESPER. Estoy confusa
y no creyendo yo mesma
lo que estoy viendo.
LOPE. Después
sabréis, Esperanza bella,
grandes cosas.
RODRIGO. A Rodrigo
que los pies te bese deja,
pues fué sacristán por ti
más de una semana y media.
LOPE. Guárdete Dios.
LEONOR. Dame a mí
tus manos también.
RODRIGO. No quieras,
que estaba ahora fregando,
y no es mucho al ámbar huelan.
REY. A Palacio.
RODRIGO. Dando aquí,
por que a sus casas se vuelvan,
de EL DIABLO ESTÁ EN CANTILLANA,
senado, fin la comedia.

FIN