Mira de Amescua, Antonio
    

La adversa fortuna de Don Bernardo de Cabrera


      

Personas que hablan en ella:

    Don BERNARDO de Cabrera Don Lope de Luna REY de Aragón, Pedro IV Don RAMÓN de Moncada Conde de RIBAGORZA Conde de TRASTAMARA Don TIBURCIO Don SANCHO de Cabrera, padre GARCÍA, hijo de don Bernardo ROBERTO, lacayo LÁZARO, lacayo LISARDO, músico FELICIANO, secretario VILLANO CAPITÁN Dos CONTADORES Tres SOLDADOS MÚSICOS Un TAMBOR Un VERDUGO Doña LEONORA Enríquez de Lara VIOLANTE, Infanta DOROTEA, criada vieja LEONIDA, criada

     

    ACTO PRIMERO

    
    
    
    
    
    Salen don LOPE y LÁZARO, lacayo
    
    
    
    
    LOPE:             Las veces que considero
                   del modo que me ha traído
                   la Fortuna, le agradezco
                   que me reserva el jüicio.
                   "Que han de ser los hombres nobles",       
                   un sabio romano dijo,
                   "en prosperidad modestos
                   y en la adversidad sufridos".
                   Diráme alguno que yo
                   pocas desdichas he visto,       
                   que habiendo nacido pobre
                   en mi mismo estado vivo.
                   Porque solamente aquellos
                   que estado humilde han tenido
                   y que se ven levantados         
                   desdichados llama el siglo.
                   Pero yo digo que son
                   de mayor lástima dignos
                   los que jamás en su vida
                   prosperidad han tenido.                  
                   Aunque se viva edad corta,
                   es mejor haber nacido
                   y en las cosas de fortuna
                   puede decir que es lo mismo.
                   En un tiempo a Zaragoza              
                   don Bernardo y yo venimos,
                   decir puedo que la dicha
                   de César truje conmigo.
                   Mas la inconstante Fortuna
                   que en este profundo abismo     
                   de la corte le echó a tierra
                   y a mí me trae en bajíos.
                   Cuatro títulos le han dado
                   y en palacio tres oficios,
                   y la Encomienda Mayor           
                   y hoy es el hombre más rico
                   que en Zaragoza conocen.
                   Mañana a ser su padrino
                   llega el Príncipe don Juan
                   que tanto el Rey le ha querido       
                   que con su hermana le casa.
                   Sabe Dios que no le envidio
                   sino que en su bien me alegro,
                   porque en efecto es mi amigo.
                   Él gobierna aquestos reinos   
                   tan amado y tan bien quisto,                    
                   que todos al Rey bendicen
                   porque su cortes le hizo.
                   Y a mí, que en las dos batallas,
                   como la fama habrá dicho,     
                   desde el Ebro hasta el Danubio,
                   desde el Bétis al Calixto,
                   hice en servicio del Rey
                   cosas que no se han escrito
                   de Anibal ni de Escipión,     
                   César, Alejandro y Pirro.
                   Nunca el Rey merced me ha hecho,
                   sordo ha estado a mis servicios.
                   Traidor y loco me llama
                   cuando mercedes le pido.        
                   Entre aquestas desventuras
                   una dueña que maldigo
                   muchas veces me ha engañado
                   con amor pienso que ha sido.
                   Ella, en nombre de la Infanta   
                   muchos papeles me ha escrito,
                   muchos favores me ha dado
                   aquí al sereno y al frío.
                   Al fin, los seis mil ducados
                   que darme Cabrera quiso         
                   cogió el huésped y por deudas
                   casi andamos fugitivos.
                   Éste es, Lázaro, el estado
                   en que en la corte vivimos:
                   yo y el dichoso Almirante       
                   bien contrario y bien distinto.
                   Al fin, estoy sin dineros
                   con sólo aqueste vestido
                   viejo, pobre y desdichado.
    LÁZARO:        ¿Monda nísperos el mío?         
                   El primer sastre del mundo
                   me dijeron que lo hizo.
                   No perdiera por añejo
                   a ser queso o a ser vino.
                   Tal está, que andaré presto      
                   en carnes como Cupido,
                   y diré que soy yo Eva
                   que vengo del paraíso.
                   También pudiera contar
                   mis desgracias y peligros.      
                   Muchos son; pero yo callo.
    LOPE:          ¿Por qué?
    LÁZARO:                  Porque no los digo.
                   Si tú imaginas, señor,
                   hacerte fraile benito,
                   yo de mala gana ayuno           
                   y mis carnes disciplino.
                   Fray Lázaro no es buen nombre,
                   ni es bien regalo el cilicio;
                   basta que aquí y en la guerra
                   andamos tripivacíos.         
                   Tu amigo es el Almirante;
                   así, señor, te suplico
                   que en su servicio me dejes
                   en pago de mi servicio.
    LOPE:          Harélo de buena gana.        
    LÁZARO:        Tus pies beso, aunque no limpios,
                   y vivas más de dos ciervos
                   y cuatro cuervos marinos.
                   Pero si la vida es tal,
                   ningún bien yo te encamino,  
                   que el hombre pobre y honrado
                   muere el tiempo que ha vivido.
                   Pero, pregunto yo agora,
                   ¿por qué al parque venimos
                   esta noche de San Juan?            
                   ¿Hay otra de ochenta y cinco
                   que por niña se te venda?
    LOPE:          Yo diré a lo que he venido.
                   Esta segunda Medea
                   un tierno papel me ha escrito.      
                   Dice que venga esta noche
                   porque quiere darme aviso
                   de mis negocios, y quiere
                   que yo sea su marido.
                   Yo, que procuro venganza       
                   de las burlas que me hizo,
                   pienso dejarla burlada
                   si algunas joyas le quito.
    LÁZARO:        ¿Y es bien hecho eso, Fray Lope?
                   Casi huele a latrocinio;       
                   no lo mandará en su regla
                   nuestro padre San Benito.
    LOPE:          Moriré si no me vengo.
    
    
    
    Suena ruido dentro
    
    
    
    
                   ¿Qué será aqueste rüido?
    LÁZARO:        Como es noche de San Juan      
                   van con músicas al río.
    LOPE:          Esperemos, mientras pasan
                   en sus márgenes floridos.
    LÁZARO:        De buena gana lo hiciera
                   a ser márgenes de vino.           
    
    
                      Aquí estaremos mejor.
    
    
    
    Pónense a un lado y salen al balcón
    LEONIDA y DOROTEA
    
    
    
    
    DOROTEA:       No son cincuenta mis años,
                   que a celos y desengaños
                   me tiene vieja el amor.
                      Muchos maridos me dan,      
                   y aunque todos buenos son,
                   quise hacer la devoción
                   de la noche de San Juan.
                      Éstos que habemos trazado
                   en mi niñez se decía,           
                   y del nombre que se oía
                   venía a ser el desposado.
    LEONIDA:          ¿Y es cierto?
    DOROTEA:                      Sin falta alguna.
                   Oigamos; buen fin aguardo.
    LEONIDA:       ¡Oh, quién oyera a "Bernardo"!    
    DOROTEA:       ¡Quién oyera Lope o Luna!
    
    
    
    Salen don RAMÓN, don TIBURCIO y LISARDO,
    MÚSICO, tañendo y cantando
    
    
    
    
    RAMÓN:            Callen, oigan, atención.
                   Haciendo, pienso que están
                   la devoción de San Juan
                   ésas.  Démosles picón.       
    TIBURCIO:         ¿Cómo?
    RAMÓN:                   Diciéndolas nombres
                   extraordinarios y cosas
                   que las dejen temorosas.
    LEONIDA:       Escucha, que suenan hombres.
    TIBURCIO:         El Sofí y el Tamorlán.  
    LISARDO:       El Gran Turco podrá ser.
                   Nunca será su mujer.
    DOROTEA:       ¡Mala pascua y mal San Juan
                      te dé Dios!
    RAMÓN:                        Esos deseos
                   nunca se verán logrados.          
    TIBURCIO:      Para nadie están guardados,
                   señora, tus ojos feos.
    LEONIDA:          Desengañadas estamos.
    LISARDO:       Eso no, será imposible.
    
    
    
    Vase LISARDO
    
    
    
    
    TIBURCIO:      El Ebro corre apacible.        
    RAMÓN:         A los barcos vamos.
    TODOS:                             ¡Vamos!
    
    
    
    Vanse los hombres
    
    
    
    
    LEONIDA:          No es devoción buena, a fe.
    DOROTEA:       Ninguna, no, bien me dice,
                   y treinta veces la hice
                   después que viuda quedé.        
    
    
    
    Salen a otro balcón VIOLANTE y LEONORA
    
    
    
    
    LEONORA:          ¿Por qué espera al Almirante
                   vuestra alteza, si mañana
                   se ha de casar?
    VIOLANTE:                     Tengo gana
                   de hablarle aquí como amante,
                      que dicen que suele ser     
                   conversación más gustosa
                   y para la de su esposa
                   mil siglos podrá tener.
                      Demás que quiero tratar
                   cosas que importantes siento   
                   para nuestro casamiento.
    LÁZARO:        En el balcón siento hablar.
    
    
    
    Salgan los que pudieren tañendo y cantando,
    y LISARDO
    
    
    
    
    MÚSICOS:          "Las olas del Ebro
                   llenas de oro van
                   en la noche alegre             
                   del señor San Juan.
                   Barcos enramados
                   de verde arrayán
                   rompen en el Ebro
                   líquido cristal.             
                   Abundan las damas
                   que en la puente están
                   en la noche alegre
                   del señor San Juan."
    
    
    LEONORA:          Si ha venido el Almirante   
                   ya le tendrán enfadado
                   éstos que aquí se han parado.
    VIOLANTE:      Ellos pasarán adelante.
    
    
    
    Salen don BERNARDO y ROBERTO, de noche
    
    
    
    
    BERNARDO:         La Infanta manda que en esta
                   parte a visitarla venga        
                   para que viéndola tenga
                   vísperas la grande fiesta.
                      De mañana, ¡ah, dueño mío,
                   qué favores manifiestos
                   me dan!  ¿Quién serán aquéstos?   
    ROBERTO:       Músicos que van al río.
    
    
    MÚSICOS:          "Ebro corre aprisa
                   por llegar al mar,
                   porque el bien y el agua
                   no saben parar.                
                   Que alegres cosas
                   trocadas están
                   en la noche alegre
                   del señor San Juan."
    BERNARDO:      Roberto, dos versos            
                   de aqueste cantar,
                   "porque el bien y el agua
                   no saben parar",
                   me han dado gran pena.
    ROBERTO:       ¿En agüeros das                
                   en la noche alegre
                   del señor San Juan?
    BERNARDO:      Fingidas sirenas
                   que cantando estáis
                   mudanzas del tiempo,           
                   Dios os haga mal.
                   Las obsequias vuestras,
                   cual cisnes, cantad
                   en la noche alegre
                   del señor San Juan.               
                   Después volveremos;
                   vamos a rondar.
    
    
    
    Vanse don BERNARDO y ROBERTO
    
    
    
    
    LÁZARO:        A cantar porfían.
                   ¡Cómo cantan mal!
    LOPE:          Diles que se vayan.           
    LÁZARO:        Váyanse a cantar
                   en la noche alegre
                   del señor San Juan,
                   otro poco al río.
    LISARDO:       Calle el ganapán.            
                   Porque algún cobarde
                   lo quiere estorbar.
    LOPE:          ¡Vive Dios, villanos,
                   que os haga callar!
    LÁZARO:        En la noche alegre             
                   del señor San Juan.
    
    
    LISARDO:          Miente quien llama villanos
                   a los que estamos aquí.
    LOPE:          ¡Oh, traidor!  ¿Mentís a mí?
                   Muerte os darán estas manos.      
    LISARDO:          ¡Vive Dios, que es un león!
                   Irémonos retirando.
    LOPE:          Noble soy, que voy buscando
                   mi honrada satisfacción.
    
    
    
    Vanse huyendo los MÚSICOS
    
    
    
    
    LEONORA:          ¿Quién es hombre tan gallardo  
                   que pueda atreverse a tantos?
    VIOLANTE:      ¿Quién puede reñir con tantos
                   que no sea don Bernardo?
                      Echarlos quiso de aquí
                   como estorbaban.
    LEONORA:                      Él es.   
                   Voces daré.
    VIOLANTE:                No las des,
                   que él sabrá volver por mí.
    LEONORA:          Pasemos a otras ventanas
                   para verle acuchillar.
    VIOLANTE:      Bastábame a enamorar         
                   con sus fuerzas más que humanas.
    
    
    
    Quítanse del balcón y sale LISARDO,
    herido
    
    
    
    
    LISARDO:          Mortalmente estoy herido.
                   Quien mal hace, mal recibe,
                   y mal muere quien mal vive.
    
    
    
    Cáese muerto.  Salen don BERNARDO y
    ROBERTO
    
    
    
    
    BERNARDO:      Ya las músicas se han ido.   
                      Una señal hacer quiero
                   que la Infanta me ha ordenado.
                   ¡Jesús!  ¿En qué he tropezado?
    ROBERTO:       Ya tenemos otro agüero.        
    BERNARDO:         Un hombre muerto está aquí.  
    ROBERTO:       Sin duda que aquel rüido
                   fue pendencia o caso ha sido.
    BERNARDO:      Claro está que no es por mí.   
                      Sácale en brazos, Roberto,
                   del parque, porque después   
                   a enterrar le llevaréis.
    ROBERTO:       Es una torre este muerto.
    BERNARDO:         Aquí te espero, arrimado  
                   a esta pared de la huerta.
    
    
    
    Tómale ROBERTO en brazos y llévale
    
    
    
    
    ROBERTO:       En el umbral de esta puerta    
                   le pienso dejar echado.
    
    
    
    Suenan golpes dentro junto a él (BERNARDO),
    como que cae alguna cosa
    
    
    
    
    BERNARDO:         ¡Válgame Dios!  La pared
                   a dó me arrimé se cae.          
                   Misterios secretos hay.
                   En tal caso, detened,          
                      cielos, vuestras profecías.
    
    
    
    Vuelve ROBERTO
    
    
    
    
    ROBERTO:       Vuélvete esta noche a casa;
                   que a quien mañana se casa,  
                   sobrarán noches y días.
    BERNARDO:         ¡Ay, Roberto!  Si se advierte,   
                   la humana dicha es tan poco
                   que entre la taza y la boca
                   se suele esconder la muerte.   
                      La ocasión es desigual
                   y vuela si no se toma.         
                   Por esperar perdió a Roma
                   el africano Anibal.
                      Jerjes se perdió, arrogante,   
                   por esperar a otro día.
                   La angélica jerarquía           
                   se condenó en un instante.
                      No dio la nación romana
                   sustento a cuervo jamás          
                   sólo porque dice "cras",
                   que quiere decir mañana.          
                      Torres que dejan el viento
                   con chapiteles extraños,
                   tardan en crecer cien años   
                   y cáense en un momento.
                      Este tiempo que ha de haber      
                   hasta la mañana clara,
                   para subir no bastara
                   y basta para caer.             
                      En la Infanta, ¿qué esperanza,
                   ni en el tiempo, he de tener,  
                   si del tiempo y la mujer
                   ha nacido la mudanza?
    ROBERTO:          Nadie parece, señor       
                   al balcón.
    BERNARDO:             ¡Desdicha mía!  
                   ¡Oh, si ya rompiese el día   
                   la noche de mi temor!
                      Vámonos.
    ROBERTO:                 Eso me alegra.
    BERNARDO:      La suerte está echada ya.    
                   Amor, mañana saldrá.
                   ¡Quiera Dios no salga negra!   
    
    
    
    Vanse.  Salen VIOLANTE y LEONORA al balcón
    

    
    
        
    LEONORA:          Hasta la puente han hüido
                   y ya vuelve el vencedor.
    VIOLANTE:      Matado me ha a mí de amor.
                   ¡Plega a Dios que no esté herido!
    
    
    
    Salen don LOPE y LÁZARO
    
    
    
    
    LÁZARO:           Honradamente reñí       
                   con cuatro y, a ser de día
                   jigote de ellos hacía.
    LOPE:          Luego, ¿hallástele allí?
    LÁZARO:           Bueno, a fe; ¿de quién huyeron?
    LOPE:          Sólo la vaina perdí.       
                   Vete, Lázaro, de aquí
                   por si alguno conocieron.
    LÁZARO:           Yo me iré de buena gana;
                   mas Lázaro te aconseja
                   que estafes algo a la vieja    
                   si quieres comer mañana.
    
    
    
    Vase LÁZARO
    
    
    
    
    LOPE:             ¡Ah, de arriba!
    LEONORA:                           Ya ha llegado
                   el que tu alteza desea.
    LOPE:          (En vela está Dorotea).     Aparte
    VIOLANTE:      ¿Quién es?
    LOPE:                    El que habéis llamado,  
                      por un papel, vuestro esposo.
    VIOLANTE:      Es él; desciéndele a abrir.
                   Esperad.
    
    
    
    Bajan y quítanse del balcón
    
    
    
    
    LOPE:                    Podré decir,
                   señora, que estoy gozoso.
    
    
                      Aquí soñé [a] veces un tesoro,         
                   que amarlo pude yo, no merecello;
                   jacinto y cristal cándido y bello,
                   perlas, rubíes y madejas de oro.
                      Los ojos de la Infanta a quien adoro,
                   los labios encendidos, el cabello,  
                   dientes menudos, torneado el cuello,
                   que organiza una voz de ángel sonoro.
                      La riqueza era mucha, yo su dueño,
                   y en medio de esta buena suerte
                   rompió el gallo la voz del león temido.         
                      ¡Oh, nunca despertara de este sueño!
                   Que es un engaño regalada muerte,
                   y el desengaño desdichada vida.
    
    
                      (Una puerta abren pequeña).     Aparte
    
    
    
    Sale LEONORA a la puerta
    
    
    
    
    LEONORA:       Entrad, señor, sin cuidado.  
    LOPE:          (Según soy de desgraciado,         Aparte
                   me ha de cazar esta dueña).
    LEONORA:          No temáis.
    LOPE:                         (Si está mi vida    Aparte
                   para algún bien conservada,
                   plegue a Dios que tal entrada  
                   tenga próspera salida).
    
    
    
    Vanse.  Sale VIOLANTE
    
    
    
    
    VIOLANTE:         Cuando de casarme trato,
                   no es el hablar deshonor,
                   y así quiero que al recato
                   de mi estado hurte Amor        
                   a este alegre noche un rato.
    
    
    
    Sale LEONORA por otra parte
    
    
    
    
    LEONORA:          Ya está aquí arriba.
    VIOLANTE:                          Prometo,
                   que el corazón está inquieto.
                   Luces trae, y estaré aquí.
                   que, aunque esposo, tendrá así  
                   más decoro y más respeto.
    
    
    
    Entra LEONORA por velas y sale don
    LOPE
    
    
    
    
    VIOLANTE:         Dueño del alma, que ausente
                   de ti el amor lisonjero
                   hace que esté en vos presente,
                   daros un abrazo quiero.        
                   ¿Venís herido?
    LOPE:                         Detente;
    
    
    
    Abrázale VIOLANTE y sale LEONORA con
    velas
    
    
    
    
                      que el respeto guardas mal
                   así al palacio real
                   como a tu misma persona
                   [....            -ona]           
                   que no imaginaba tal.    
    VIOLANTE:         ¿Qué hombre es éste?  ¿Éste es cautela?
    LOPE:          El que al balcón ha llamado.
    VIOLANTE:      (Soy dormida centinela,     Aparte
                   y el enemigo se ha entrado     
                   al fuerte donde la vela).
                      ¿Quién eres, hombre?  ¿Quién?  Di.
    LOPE:          Si preguntaras quién fui,
                   un desdichado dijera;
                   pero ya estoy de manera        
                   que a veces no sé de mí.
                      Dicen que hay hombres a quien
                   dormidos sucede andar,
                   hablar y reñir también,
                   y éstos suelen despertar          
                   cuando algunas luces ven.
                      Este letargo. ¡oh, ventura!,
                   me ha dado mi desventura,
                   pues trae un sueño incierto
                   aquesta noche, y despierto     
                   a la luz de tu hermosura.
    VIOLANTE:         ¿A qué has venido?
    LOPE:                              A morir.
    VIOLANTE:      ¿Quién te trajo?
    LOPE:                         Mi desdicha.
    VIOLANTE:      ¿Qué oficio tienes?
    LOPE:                              Sufrir.
    VIOLANTE:      ¿Qué vas buscando?
    LOPE:                              La dicha.  
    VIOLANTE:      ¿De quién huyes?
    LOPE:                            Del vivir.
    VIOLANTE:         Luego, ¿estás desesperado?
    LOPE:          Del bien humano lo estoy.
    VIOLANTE:      ¿Loco estás?
    LOPE:                         De enamorado.
    VIOLANTE:      ¿Eres noble?
    LOPE:                         Noble soy,      
                   tanto como desdichado.
    VIOLANTE:         ¿Eres desdichado?
    LOPE:                                Sí,
                   desde el día en que nací,
                   pues con hallar tu hermosura,
                   que en otro fuera ventura,     
                   ha sido desdicha en mí.
    VIOLANTE:         ¿Desdicha?  Di de qué suerte.
    LOPE:          Porque temo tus enojos
                   y temo también el verte,
                   que en tus manos y en tus ojos      
                   está dos veces mi muerte.
    VIOLANTE:         ¿Luego estás enamorado?
    LOPE:          Tanto como desdichado,
                   que no sé cuál es mayor
                   o mi desdicha o mi amor.       
    VIOLANTE:      ¿Cómo subiste?
    LOPE:                         Engañado.
                      Cierto engaño, cierta duda
                   me trae.  Si está enojada,
                   la piedad del pecho muda;
                   mátame con esta espada.           
    VIOLANTE:      ¿Cómo la tienes desnuda?
    LOPE:             Mientras que se puede estar
                   en la vaina, ampara y honra
                   y sólo para guardar
                   vida, amigo, hacienda y honra  
                   la vaina se ha de quitar.
                      Perdíla por no perder
                   mi honor, que adelante pasa;
                   que la espada y la mujer
                   no deben salir de casa         
                   si honradas no han de volver.
    VIOLANTE:         Dime, Leonora, ¿qué haré?
    LEONORA:       Que se vaya.
    VIOLANTE:                     Lo abracé.
                   Ha de morir; llama gente.
    LEONORA:       Ten lástima, que es valiente      
                   como un César.
    VIOLANTE:                     Sí es, a fe.
                      ¿Quién esas señas te dio?
    LOPE:          A nadie la culpa des.
                   Cierta mujer me engañó
                   de tu palacio.
    VIOLANTE:                     ¿Quién es?    
    LOPE:          No puedo decirlo yo.
                      Acusar es de hombre vil;
                   el callar es fortaleza,
                   y así, a la lengua sutil
                   la encerró naturaleza        
                   con cadenas de marfil.
                      Lo que ella una vez hirió
                   tarde sana y siempre duele.
                   Por título se nos dio,
                   que ella siempre decir suele   
                   si su dueño es noble o no.
    VIOLANTE:         ¿En efecto eres callado?
    LOPE:          Tanto como desdichado.
    VIOLANTE:      Para que cuentes gozoso
                   que una vez fuiste dichoso,    
                   libre vas.
    LOPE:                    Voy admirado.  
                      Tu piedad al mundo asombre.
    VIOLANTE:      ¿Cómo tu nombre no dices?
                   Di tu nombre.
    LOPE:                         Es bien que el hombre
                   con temores infelices          
                   calle de noche su nombre.
                      Tiéneme el Rey odio fuerte,
                   y moriré sin remedio.
                   Venid, desdichada suerte,
                   que sólo un hombre está en medio    
                   de mi vida y de mi muerte.
    
    
    
    Vase don LOPE
    
    
    
    
    LEONORA:          ¿Hay suceso semejante?
    VIOLANTE:      Encantado es este amante.
    LEONORA        ¿Quién tan aventura vio?
    VIOLANTE:      A este hombre he visto yo      
                   hablar con el Almirante.
                      En mi papel ha leído,
                   que iba de favores lleno;
                   callar mi amor no ha sabido.
                   Quien para amante no es bueno,      
                   no es bueno para marido.
                      Muchas veces le decía
                   que me sirviese, que amor,
                   aunque honesto, le tenía.
                   (Y él, por servir a Leonor,     Aparte     
    	       fingió que no me entendía.
                      De esto y ver que no ha venido
                   esta noche, he colegido
                   que es soberbio e indiscreto
                   [......               -eto]      
                   y que a Leonora ha querido).
                      Dijo una sabia mujer
                   que en el marido ha de haber
                   cuatro ces, si bien me acuerdo,
                   casero, callado y cuerdo,      
                   y continente ha de ser.
                      Y en el amante perfeto,
                   que a su dama no hace agravio,
                   cuatro eses, que es:  secreto,
                   solo, solícito y sabio       
                   tiene de ser en efeto.
                      Y con razón he argüido
                   que si el ingrato Almirante
                   esta noche no ha tenido
                   las cuatro letras de amante    
                   no tendrá las de marido.
                      ¡Por vida del Rey mi hermano!
                   Que no ha de darme jamás
                   su falsa y soberbia mano.
    LEONORA:       ¿Amas?
    VIOLANTE:             Sí.
    LEONORA:                  Tú jurarás      
                   la vida del Rey en vano.
    VIOLANTE:         En la mujer es violento
                   amor, derríbalo el viento   
                   y el enemigo peor
                   es la mujer que el amor        
                   trocó en aborrecimiento.
                      No ama bien un ofendido;
                   agravio y no amor se nombre
                   el suyo, pues causa ha sido
                   de que yo abrazase a un hombre      
                   que no ha de ser mi marido
                      pero morirá si sé
                   quién es.
    LEONORA:                 ¿Y si noble fue?
    VIOLANTE:      Trocaré quizá el rigor
                   por los brazos del favor       
                   con que al Conde levanté.
                      (Ya mis favores no estima,     Aparte
                   sólo por Leonor me trueca,
                   ella es el ser que me anima
                   como hiedra fue, que sea       
                   el árbol donde se arrima.
                      Como se ve levantado
                   del Rey a tan alto estado,
                   de puro desvanecido
                   pequeños le han parecido          
                   los favores que le he dado.
    
    
    
    Vanse.  Sale don BERNARDO, vestido de gala
    
    
    
    
    BERNARDO:         En hora muy dichosa
                   la noche huyendo va del alba hermosa.
                   Tú eres, claro día,
                   vida del hombre; que en la noche fría,     
                   en sueño o en engaño
                   muerto está el hombre la mitad del año.
                   Tú, sol, cuyos reflejos
                   se miran como en lúcidos espejos
                   en el cándido hielo               
                   del mar y en el cristal del nuevo cielo,
                   que, a no eclipsarte, pienso
                   que el mundo te llamara dios inmenso,
                   en hora buena vengas.
                   Tú luz serena sin prestarla tengas;    
                   no te hurten alguna
                   los planetas, imágenes y luna;
                   mas no será luz rica
                   si a diez esferas no se comunica.
                   Éste es el claro día       
                   que tanto ha deseado el alma mía.
                   Dadme plumas y galas,
                   que a ser de Fénix las doradas alas,
                   dejara su hermosura,
                   que fue raro mi amor y mi ventura.  
                   No hay gusto semejante
                   al mío hoy si me dan a Violante.
                   Galán no seré cuerdo
                   si la modestia y la razón no pierdo.
                   [Yo] su deidad invoco;         
                   vestidme galas, que me vuelvo loco.
    
    
    
    Salen don LOPE y LÁZARO
    
    
    
    
    LOPE:             Vuestro casamiento sea
                   muy en hora buena, Conde.
                   El amor manda que os vea
                   antes de partirme.             
    BERNARDO:                          ¿Adónde?      
    LOPE:          A un convento de mi aldea.
                      No consiente el mar salado
                   un cuerpo muerto y helado;
                   luego le arroja de sí,
                   y la corte lo hace así       
                   con el pobre y desdichado.
                      Echarme de sí procura,
                   que sufrir no puede el peso
                   de mi mucha desventura,
                   y en mí cualquiera suceso    
                   es delito o es locura.
                      Si el Rey está deseando
                   culpa en mí que castigar,
                   dos me están amenazando,
                   que la menor es moral.         
                   [Le] maté un músico.
    BERNARDO:                          ¿Cuándo?
    LOPE:             Anoche.
    BERNARDO:                ¿Por qué le has muerto?
    LOPE:          Desmintióme.
    BERNARDO:                   ¿Saben cierto
                   que eres tú?
    LOPE:                         Nadie lo sabe;
                   mas, ¿qué culpa, leve o grave,    
                   del que el pobre se ha encubierto?
                      ¡Qué diferencia que hacen
                   la fortuna mala o buena!
                   Unos tan dichosos nacen
                   que nunca tuvieron pena.       
                   Otros hay que se deshacen;
                      tienen ventura, y después
                   caen otros, y al revés,
                   que suben tras la caída.
                   Y otros que toda su vida       
                   llena de desgracias es.
                      De aquesta clase primera
                   es y sea siempre sólo
                   don Bernardo de Cabrera,      
                   y yo soy el otro polo          
                   porque estoy en la postrera.
                      Dijo un sabio que consigo
                   iban sus bienes.  Yo digo,
                   según desdichado soy,
                   que adondequiera que voy       
                   llevo mis males conmigo.
    BERNARDO:         Si hizo naturaleza
                   común toda la riqueza
                   al principio, y la amistad
                   guarda siempre esta igualdad,  
                   ni es desdicha ni es pobreza,
                      don Lope, la que tenéis.
                   En mí os da vuestra fortuna
                   esta riqueza que veis.
                   Sol seré de vuestra luna,    
                   tomad la luz que queréis.
    LOPE:             Tanto, señor, me habéís dado
                   que olvidarlo determino,
                   y hoy vengo necesitado
                   para hacer este camino         
                   de algún dinero prestado.
    BERNARDO:         Prestado decir sería
                   contra mi honor y mi fama,
                   si no fuera profecía
                   porque prestado se llama       
                   lo que se vuelve otro día.
                      Pudiera estar agraviado
                   de que me pidáis prestado
                   lo que es vuestro.  Mal colijo
                   que en eso el cielo me dijo    
                   la mudanza de mi estado.
                      Ya vendrá ocasión alguna,
                   pero el sol se ha de poner
                   para que salga la luna,
                   y en haberos menester          
                   será varia la Fortuna.
                      De este bolsillo y cadena
                   os hago depositario,
                   y alguna vez será buena,
                   que viene en el mundo vario    
                   tras de la gloria la pena;
                      tempestad tras la bonanza,
                   tras el sol la noche fría,
                   la muerte a la vida alcanza,
                   y quizá vendrá algún día         
                   caída tras mi privanza.
    LOPE:             No os pedí, Almirante, dado,
                   porque pedir al honrado
                   de cualquier modo avergüenza
                   y el velo de la vergüenza      
                   es el nombre de prestado.
                      No colijáis de mis labios
                   que se han de trocar las suertes,
                   ni pronostiquéis agravios,
                   que el temor no es de hombre fuertes     
                   ni el agüero de hombres sabios.
                      Antes el estado mío
                   en que agora os pone Dios
                   es firme, y así os suplico
                   que os sirva Lázaro a vos.   
    BERNARDO:      La vez que le comunico
                      gozo de él en hora buena.
    LÁZARO:        Nunca la ventura tarda
                   a quien el cielo la ordena.
    
    
    
    Besa LÁZARO a don BERNARDO la mano, y sale
    ROBERTO
    
    
    
    
    ROBERTO:       El capitán de la guarda
                   te busca.
    LOPE:                    ¡Cierta es mi pena!  
                      Ya la Fortuna me embiste
                   con su poder y turbado
                   el pensamiento resiste.
    BERNARDO:      ¿Y es la culpa?
    LOPE:                         Haberme hallado      
                   la Infanta en su cuarto.  ¡Ay, triste!
                      Que razón el Rey tendrá,
                   hoy las desdichas compiten
                   con este pobre, que ya
                   sólo tiene que le quiten          
                   la vida que Dios le da.
                      Enojóse; muera pues,
                   y así igual ,mi poder es,
                   porque es Rey, que en paz y en guerra
                   no cabe en toda la tierra,     
                   muerto cabe en siete pies.
                      Así igualará mi suerte
                   la del Rey, porque en la muerte
                   no hay cosa que no me sobre;
                   uno son el rico y pobre,       
                   rey, vasallo, flaco y fuerte.
    
    
    
    Sale el CAPITÁN de la guarda
    
    

    
    
       
    CAPITÁN:          El Rey, mi señor, os llama
                   y está esperando.
    LOPE:                              Sin duda
                   que hoy mi sangre se derrama.
    BERNARDO:      No será, si no se muda       
                   la vida de ésta que os ama.
                      Luego voy.  (Alegre día,   Aparte
                   ¿cómo me turbas así?
                   Dejar las galas querría;    
                   puede el sentimiento en mí   
                   más que mi propia alegría). 
    
    
    
    Vanse el CAPITÁN, don LOPE y don BERNARDO
    
    
    
    
    LÁZARO:           Como culebra ha dejado
                   el pellejo desgraciado;
                   hoy convalezco del mal
                   y salgo del hospital           
                   de un amo tan desdichado.
                      Si los dones honras son
                   en el mundo fanfarrón,
                   "don Lázaro don" me llamo;
                   puedo tener con tal amo        
                   atrás y adelante "don".
    
    
    
    Vase.  Salen el REY, la Infanta y el conde de
    RIBAGORZA
    
    
    
    
    REY:              Para solemnidad del casamiento
                   del hombre que más quiero en este mundo.
                   que es don Bernardo de Cabrera, se haga
                   sin las fiestas del reino y cortesanos,  
                   máscaras y saraos, cañas, torneos.
                   Que para mí será cosa de gusto
                   y es conocer al hombre más valiente
                   que España tiene y menos venturoso.
                   Es don Lope de Luna, cuyos hechos   
                   supe tan tarde que se está sin premio.
                   En Zaragoza está y le han llamado
                   porque quiero pagarle, que es justicia
                   que los reyes a Dios no parezcamos
                   en hacer las mercedes, levantando   
                   la virtud de los hombres, que los reyes
                   se diferencien de los otros hombres
                   en ser [más] liberales.  Alejandro
                   un día que merced no había hecho
                   dijo que no fue rey en aquel día.      
    VIOLANTE:      En extremos, señor, verle deseo
                   y en cuanto al casamiento de Cabrera,
                   a tu real majestad suplico ahora
                   se deje o se dilate, porque importa. 
    REY:           ¿Qué novedad es ésta?
    VIOLANTE:                          No es pequeña,     
                   prometo, la ocasión.
    REY:                               Mira, Violante,
                   que quiero tiernamente al Almirante.
    VIOLANTE:      No es bien que prefiriera al amor propio
                   al amor del vasallo.  No repares
                   en la palabra que le tienes dada    
                   ni en la publicidad del casamiento;
                   que de hombres sabios es mudar consejo
                   y no han de ser los reyes como ríos.
    REY:           ¿Qué atrás puedo volver el curso humano?
                   ¡Por mi vida!, que diga vuestra alteza   
                   la ocasión que le mueve, y si es enojo,
                   por hacerme merced, de él se divierta.
    VIOLANTE:      La humana voluntad es como cera;
                   varias formas se imprimen y se borran
                   en ella fácilmente.  El gusto es vario     
                   y más en la mujer; lo que hoy desea
                   aborrece mañana, y otro día
                   lo que dejó otra vez estima y quiere.
                   Ocasiones me ha dado el Almirante
                   de que a tu majestad pida y suplique     
                   que cese el casamiento por agora.
                   Ni a tu casa está bien que el que ayer era
                   un escudero pobre, levantado
                   del favor de un rey, hoy sea su hermano.
                   Tu majestad sabrá si razón tengo.   
    REY:           Siempre he estimado tu gusto, [Violante].
                   Conde.
    RIBAGORZA:           ¿Señor?
    REY:                          Al Príncipe se avise
                   que entre de noche; cesen ya la fiestas;
                   las galas y libreas que se bordan
                   aprisa en el estado que estuvieren  
                   cesen.
    RIBAGORZA:          ¡[Qué] novedad extraña es ésta!
    REY:           Contra tu gusto yo no quiero fiesta.
    
    
    
    Salen don LOPE y el CAPITÁN
    
    
    
    
    CAPITÁN:       Don Lope está aquí ya.
    LOPE:                              (De temor lleno).	Aparte 
    REY:           En buen hora vengáis, don Lope amigo; 
                   escudo de Aragón y Cataluña,    
                   blasón de mi corona.
    LOPE:                              (¿Qué milagros       Aparte
                   son éstos, oh, Fortuna?)
    REY:                                    Vuestros brazos
                   quiero en los míos.
    LOPE:                              (Siéntome turbado.   Aparte
                   No puedo responder).
    REY:                               Besad la mano
                   a la Infanta mi hermana.
    LOPE:                                   (Apenas creo	 Aparte     
    	       estos sucesos que en mi vida veo).
    
    
    
    Don LOPE besa la mano a la Infanta
    
    
    
    
    VIOLANTE:         [.....                 vos.]
                   Ya he visto el que el mundo alaba.
                   (Ver dos hombres deseaba,     Aparte
                   y en uno he visto los dos:     
                      el que no tiene segundo,
                   el que se atreve.  ¡El que llama
                   al balcón, grande es su fama!
                   Con las alas cubre el mundo).
    LOPE:             No sé si valor habrá         
                   para pedir yo la mano.
    VIOLANTE:      Quien los brazos de mi hermano     
                   se atreve, que sí tendrá.
    
    
    
    Don LOPE de rodillas
    
    
    
    
    LOPE:             Si queda en tu pecho sabio
                   ira, el castigo detén;       
                   que no ha perdonado bien
                   quien se acuerda del agravio.
                      Si mi culpa has referido,
                   mira que es buena señal
                   [.....          -al]             
                   de que estoy arrepentido.
                      Subí a tu cuarto engañado,
                   y no sé cómo haya sido
                   que pecó en haber subido
                   quien está tan derribado.    
    VIOLANTE:         ¿A quién servís de mis damas?
    LOPE:          A ninguna sirvo, aunque amo;
                   que estoy tan pobre, que a un amo
                   servir pudiera.
    VIOLANTE:                     ¿A quién amas?
    LOPE:             Sólo a ti he tenido amor.      
                   Desde que te vi te adoro;
                   que el sol con sus rayos de oro
                   alumbra al rey y al pastor.
                      Y siendo sol tu hermosura.
                   iguales rayos ha dado          
                   al humilde y desdichado
                   como al grande y con ventura.
                      No hay riqueza que no sobre
                   a Amor desnudo y sin galas,
                   y a veces deja estas salas     
                   y se va a casa de un pobre.
                      Si a todos puede igualar
                   Naturaleza en morir
                   y nacer, puedo decir
                   que también en el amor.           
                      Amar pueden un sujeto,
                   un villano, un pobre, un rey
                   como no exceda la ley
                   del amor y del respeto.
    VIOLANTE:         ¿Quién te engañó en causa mía?  
                   [Dime quién te enamoraba].
    LOPE:          Cierta dama me burlaba
                   y en tu nombre me escribía.
    VIOLANTE:         ¿Luego eres tú el que unos celos
                   me pidió?
    LOPE:                    Mi engaño ha sido  
                   pensar que estaba querido
                   de los ojos de estos cielos.
    VIOLANTE:         ¿Desengañado amas?
    LOPE:                                   Sí;
                   que me pasa en este amor
                   lo que a un paje que un doctor      
                   sanó de un gran frenesí.
                      No le agradeció la cura
                   porque alegaba que, sano,
                   era un pobre cortesano
                   siendo un rey en la locura.    
                      Yo en mis desengaños pierdo
                   la luz que tus ojos dan.
                   Loco he sido y su galán;
                   ya es imposible ser cuerdo;
                      porque es fuerza que te quiera   
                   por mi Infanta y mi señora,
                   y porque tu rostro adora
                   don Bernardo de Cabrera. 
    VIOLANTE:         Yo sabré quién es la dama
                   y castigaré su culpa.        
    LOPE:          Piensa que amor la disculpa.
    VIOLANTE:      Disculpada está si os ama,
                      soldado fuerte y bizarro.
                   (Aunque Infanta, soy mujer.       Aparte
                   Yo lo mismo pienso hacer       
                   que el artífice en el barro.
                      Salió a disgusto un amante;
                   quebrarle pienso y formar
                   otro que me sepa amar
                   y servir de aquí adelante.   
                      Si el Rey a Cabrera tuvo
                   amor, con buena fortuna,
                   luz he de dar a esta luna
                   que hasta aquí eclipsada estuvo).
                      Levántate.
    LOPE:                         Por consuelo    
                   podré, señora, tomar
                   que así mandes levantar
                   a quien está por el suelo.
    VIOLANTE:         Quien tiene tus pensamientos,
                   no ha menester fuerzas mías.      
    LOPE:          Amorosas fantasías
                   torres fundan sobre vientos.
    REY:              ¿Qué tratáis?
    VIOLANTE:                     Cosas de guerra.
                   [......                  -al.]
                   En efecto, ¿al general         
                   mataste en su misma tierra?
    REY:              Es valiente caballero.
    VIOLANTE:      Y ya de justicia pasa
                   que le ocupes en tu casa.
    REY:           Sírveme de camarero,         
                      y escoge un hábito.
    LOPE:                              Beso
                   pies de Rey que honrarnos sabe.
    REY:           Hazle luego dar la llave.
    LOPE:          (Loco voy de tal suceso).     Aparte
    VIOLANTE:         (Hoy sale del pecho mío    Aparte       
    	       Cabrera, y amor me ofrece
                   Luna que crecer merece
                   para llenar el vacío.
                      Favor o muerte, conviene
                   darle su bien o su mal         
                   o ha de borrar la señal
                   de aquel abrazo que tiene).
    REY:              ¿Piensa casarse tu alteza?
    VIOLANTE:      Señor, no.
    REY:                ¡Extraña mudanza!
                   Mas, ¿qué mujer no lo alcanza     
                   por propia naturaleza?
    
    
    
    Sale don BERNARDO
    
    
    
    
    BERNARDO:         (¿Qué tenéis, alma cobarde?   Aparte
                   ¿Qué novedades son éstas?
                   ¿Qué no se hacen las fiestas
                   ni entra el Príncipe esta tarde?  
                      El palacio está suspenso,
                   el vulgo maravillado,
                   [y] yo confuso y turbado,
                   quimeras no alegres pienso.
                      El Rey me mira; sospecho    
                   que está triste y con enojos,
                   que el Rey descubre en los ojos
                   el odio o el amor del pecho.
                      La cara del Rey es luna
                   que nunca está en un estado,      
                   y espejo en que ve el crïado
                   su buena o mala fortuna).
    REY:              (Ya el Almirante ha sabido   Aparte
                   la mudanza de la Infanta,
                   porque su tristeza es tanta    
                   que el alma me ha enternecido.
                      ¿Qué le podré responder
                   para no darle pesar?)
    BERNARDO:      (Animo, quiero llegar,          Aparte
                   que a nadie dañó el saber).     
                      ¿Vuestra majestad está
                   bueno?  ¿Qué tiene, señor?
    REY:           (Lágrimas vierto de amor).      Aparte
                   La Infanta te lo dirá.
    
    
    
    Vase el REY
    
    
    
    
    BERNARDO:         (Largo pienso que ha de ser   Aparte    
                   mi pleito, pues se remite).
                   Pueda yo si se permite,
                   de vuestra alteza saber
                      qué tristeza o suspensión 
                   es ésta.
    VIOLANTE:                La que merece        
                   quien a su rey no agradece
                   la merced y la afición.
    
    
    
    Vase la Infanta
    
    
    
    
    BERNARDO:         En cobro puedo poner
                   la vida desde este día,
                   porque esta máquina mía         
                   hace señal de caer.
                      Ya el mundo hace su oficio.
                   Habló el Rey con aspereza.
                   Por una piedra se empieza
                   a asolar un edificio.          
                      Mundo vario, indiferente,
                   no sé en ti cuál es mejor:
                   tener grandeza y valor
                   o vivir humildemente.
                      El que no tiene envidioso   
                   vive en pobre y bajo estado,
                   y el hombre que es envidiado
                   tiene estado peligroso.
                      En el bajo y pobre hoy
                   no hubiera desdicha tanta.     
                   ¡Ingrato yo, bella Infanta!
                   Mal me haga Dios si tal soy.
                      Si subí, no es de admirar.
                   Bajé al centro que es el suelo
                   porque solamente al cielo      
                   suben para no bajar.
                      ¿Qué envidioso cruel redujo
                   al Rey a tanta mudanza?
                   Como el mar es la privanza
                   que tiene flujo y reflujo;     
                      crece en uno, en otro mengua.
                   La envidia con ella lidia
                   y como es mujer la envidia
                   tiene por armas la lengua.
                      Tanta desdicha y pasión   
                   como el carecer de amigos
                   es el tener enemigos
                   y no conocer quién son.
                      Hay envidias insufribles
                   como el alma es el privado,    
                   que envidian su buen estado
                   enemigos invencibles.
                      Subí, declinando voy.
                   Cansóse quien me levanta.
                   ¡Ingrato yo, bella Infanta!   
                   ¡Mal me haga Dios si tal soy!
    
    
    
    Salen ROBERTO y LÁZARO
    
    
    
    
    ROBERTO:          Albricias nos puedes dar,
                   que es don Lope...
    BERNARDO:                          ¿No está preso?
    ROBERTO:       Camarero es del Rey.
    BERNARDO:                            Eso
                   me pudiera consolar.          
                      No me caso, amigos, ya;
                   la torre que he levantado
                   se ha estremecido y temblado,
                   señal que firme no está.
                      Día claro y tierra fui,  
                   sol el Rey y su luz una;
                   púsose en medio la luna
                   y él se eclipsa para mí.
                      Sólo Dios, que es soberano,
                   tiene grandeza infinita,      
                   cuanto da a ninguno quita;
                   mas cuando da el rey humano
                      como no es igual a Dios,
                   a uno quita, a otro da.
                   La luna ha salido ya          
                   y no hay luz para los dos.
                      De esta sombra, juego o nada
                   hoy me quiero levantar,
                   porque así pienso dejar
                   a la Fortuna picada.          
                      De Osuna, Módica y Vas
                   soy Conde, y el mar que brama
                   hoy su Almirante me llama;
                   ya no puedo subir más.
                      Ganancia tengo y así          
                   es bien burlarme con ella
                   de la Fortuna, antes que ella
                   se venga a burlar de mí.
                      De servir pienso dejar
                   al Rey; pienso lo que pasa.   
                   Volverme quiero a mi casa;
                   seguidme.
    
    
    
    ROBERTO dice de rodillas
    
    
    
    
    ROBERTO:            Te he de dejar.
                      Licencia pido.
    BERNARDO:                          Ésa doy.
    LÁZARO:        Yo he de seguirte.
    BERNARDO:                          Levanta.
                   (¡Ingrato yo, bella Infanta!   Aparte 
                   Mal me haga Dios si tal soy).
    
    
    
    Vase don BERNARDO
    
    
    
    
    ROBERTO:          Si a don Lope a servir llego,
                   la misma será mi dicha.
    LÁZARO:        Como tiña es mi desdicha,
                   que yo a mis amos la pego.    
                      Desde aquí me quito el don;
                   poco caballero fui,
                   que está de Dios que nací
                   para Lázaro Obregón.
    
    
    
    Vanse
    
    
    
    
    
    

    FIN DEL PRIMER ACTO

    
    
    
    

    
     
    
    

    ACTO SEGUNDO

    
            

    
    
    
    Salen don LOPE y ROBERTO
    
    
    
    
    LOPE:             Gracias a Dios que he escapado  
                   con paz próspera y segura
                   del mar de mi desventura
                   en que ya me vi anegado.
                   No tiene Dios olvidado
                   al hombre flaco y mortal,     
                   que es acuerdo celestial
                   mostrar a veces rigor
                   para que luzca el favor
                   en el extremo del mal.
                      Vime sin favor humano.     
                   Ya, gracias a Dios que adoro,
                   roja cruz y llave de oro
                   honran mi pecho y mi mano.
                   El piadoso cortesano
                   que lástima me tenía,          
                   puede envidiarme este día
                   pues vi mi nave sin leme.
                   Animo cobre quien teme,
                   prospere quien desconfía.
    
    
                      ¿Hallaste bien, di, Roberto,    
                   en mi servicio?
    ROBERTO:                      Señor,
                   en ti he visto el mismo amor
                   que en don Bernardo.
    LOPE:                              Está cierto
                      que no te podré faltar;
                   que don Bernardo ha gustado   
                   de que seas mi crïado,
                   y ya le voy a buscar,
                      que ha diez días que no ve
                   al Rey, y a llamarlo envía.
    ROBERTO:       ¿Por qué no se casaría         
                   don Bernardo?
    LOPE:                         No lo sé.
                      Parece que a la Fortuna
                   don Bernardo le pedía
                   las cosas que apetecía,     
                   y ella le negó ninguna.          
                      "¿Quieres que te quiera bien
                   el Rey?"  "Sí."  "¿Y ser general?"
                   "Sí."  "¿Y de la cámara real?
                   ¿Ser Almirante?"  "También."
                      "¿Quieres ser Conde y Vizconde  
                   y mayordomo primero?"
                   "También."  Así considero
                   que ella dice y él responde;
                      mas si agora preguntase,
                   "¿Estás con eso contento?", 
                   dirá, "No; que todo es viento.
                   No hay gloria que no se pase.
                      Solamente la virtud
                   da fruto que siempre dura,
                   y ésta se halla segura      
                   en soledad y quietud.
    
    
    
    Sale don BERNARDO de monje benito
    
    
    
    
    ROBERTO:          El Almirante ha venido.
    BERNARDO:      En hora buen vengáis.
                   ¿Cómo venís?  ¿Cómo estáis?
    LOPE:          Salud sin vos no he tenido.   
    BERNARDO:         ¿Cómo os va?
    LOPE:                       Dichosamente.
                   El Rey me quiere muy bien.
    BERNARDO:      Don Lope, el humano bien
                   es, como acto, indiferente.
                      Mal puede ser y bueno;     
                   a muchos ha condenado
                   y a otros muchos ha salvado.
                   No lo apruebo ni condeno;
                      mas Dios, autor sin segundo,
                   como un discreto advirtió   
                   a los brutos prefirió
                   al hombre en bienes del mundo.
                      Si es galán, más lo es el prado;
                   si fuerte, más el león;
                   si hermoso, más el pavón; 
                   si larga edad ha gozado,
                      más larga edad vive el cuervo;
                   si voz süave, es mejor
                   la del cisne y ruiseñor;
                   si es veloz, más lo es el ciervo;     
                      si tiene las vista aguda,
                   más el lince; si el olfato, 
                   el del perro, nunca ingrato,
                   es mucho mayor sin duda;
                      si tiene agudo el oído,  
                   el jabalí oye más;
                   si vivo el gusto, verás
                   que la gimia le ha excedido;
                      si es rico, más es la tierra,
                   que en sus ásperas entrañas    
                   con providencias extrañas
                   el oro y la plata encierra,
                      y el mar, que en esfera fría
                   la riqueza está del orbe,
                   la que las naves se sorbe     
                   y la que en sus senos cría.
                      Siendo así riqueza humana
                   en que el bruto nos prefiere,
                   necio es el que la quiere
                   si hoy viene y se va mañana.     
                      Yo, amigo, la renuncié;
                   no te aconsejo lo mismo
                   que no es fuerte silogismo,
                   mala es, pues la dejé.
                      Sólo te aconsejo en eso  
                   que si ya el Rey te levanta,
                   no abarques riqueza tanta
                   que te derribe su peso.
                      Elige medio de suerte
                   que ni te tenga el amigo      
                   lástima ni el enemigo
                   envidia.
    LOPE:                    Hoy vengo a verte
                      de parte del Rey, que tanto
                   verte sin gusto sintió
                   que hay alguno que le vio     
                   bañar el rostro con llanto.
                      Él me manda que te pida
                   que no te quedes, y vengo
                   a llevarte.
    BERNARDO:                Sólo tengo
                   un alma, un Dios, una vida.   
                      Es el hombre peregrino
                   que busca su salvación,
                   y estas soledades son
                   el más derecho camino.
                      Volver atrás no es honroso,   
                   supuesto que voy con tino.
    LOPE:          También la corte es camino.
    BERNARDO:      Es ancho y es peligroso.
                      Son celdas, son religión
                   sendas estrechas; por ellas   
                   súbese a pisar estrellas
                   que alfombras del gusto son.
                      Subí; mas podré decir
                   que bajé a ser religioso,
                   y he sido tan venturoso       
                   que hasta el caer fue subir.
                      Yo en la corte fui privado,
                   avisóme la malicia;
                   al Rey vi, y como es justicia,
                   temí y entréme en sagrado.     
                      Es mar, y aunque en paz la sienta,
                   vilo yo turbado un día
                   y en la calma no confía
                   el que ha visto la tormenta.
    
    
    
    Sale LÁZARO, de fraile benito
    
    
    
    
    LÁZARO:           Nuestro padre Abad Gregorio     
                   y los hermanos están 
                   partiendo el hermoso pan
                   [sirviéndose del cimborio]
                      y así fray Lázaro vino
                   a avisarle con cuidado,       
                   porque si tarda, habrán dado
                   cuenta del hermano vino.
                      Pártase su reverencia,
                   que aqueste mi cuerpo, funda
                   del alma, a mesa segunda      
                   con caldo hará penitencia.
    LOPE:             ¿Lázaro?
    LÁZARO:                  ¿Cuál?  ¿El leproso?
                   ¿Quién me llama?
    LOPE:                         ¿No conoces?
    LÁZARO:        Tienes más graves las voces
                   después que estás venturoso.   
    LOPE:             Roberto es crïado mío.
                   Hablad despacio los dos.
    LÁZARO:        No pudiera, ¡voto a Dios!,
                   tener más dicha un judío.
                      ¡Que hiciese un cambalache 
                   trocando amos, y que sea
                   su provecho, y yo me vea
                   un Lázaro de azabache!
                      Tras de sucesos tan buenos
                   te dé Dios una coroza.      
    
    
    
    Dentro
    
    
    
    
    VOCES:         ¡Pare, pare la carroza!
    BERNARDO:      ¿Quién es?
    LAZARO:                  El Rey cuando menos.
                      Si vinieran por ti, diles
                   que ir a palacio queremos,
                   que estando así parecemos   
                   dos vïudas con monjiles.
    
    
    
    Salen el REY, el Conde de RIBAGORZA y el
    SECRETARIO
    
    
    
    
    REY:              Almirante, ¿qué es esto?  ¿El amor vuestro
                   tan presto se acabe y habéis dejado?
                   ¿Vos fraile?  ¿Yo sin vos?  ¿Sin vos mis reinos?
    BERNARDO:      ¿Por qué, grande señor, ha merecido       
                   esta indigna hechura de tus manos
                   que tu cesárea majestad le busque?
    REY:           Si por amigo no, por religioso
                   no es bien que estéis así.  Bien está, Conde,
                   levantad.  ¿Cómo estáis?
    BERNARDO:                               Al real servicio    
                   de vuestra majestad, muy bueno.
    REY:                                         ¿Cómo,
                   ya que en la religión habéis entrado,
                   no avisáis a don Sancho de Cabrera
                   que me traiga su nieto y vuestro hijo?
    BERNARDO:      Señor, cuando yo vine a tu servicio,  
                   de doña Elvira estaba yo vïudo
                   y el niño era pequeño, y con mi padre
                   quedó, que, en Barcelona retirado,
                   se quiere ejercitar.  Le he suplicado        
                   venga a participar de las mercedes 
                   que tú me has hecho.
    REY:                               Yo holgaré que venga.
                   ¿Es verdad que pensáis vos profesar?
    BERNARDO:      Dando tu majestad licencia, pienso
                   perseverar aquí.
    REY:                            Darla no puedo.
                   Vengo por vos, y así será imposible 
                   volver solo a palacio.  A Dios se sirve
                   en gobernar en paz una república
                   y en defender en guerra una corona.
                   También tiene su mérito un soldado;
                   el ministro y señor también se salva.         
                   No puede un rey estar sin un privado,
                   que Dios también lo tuvo en otros tiempos.
                   Dígalo Möisés, Job, Juan y Pedro,
                   y los reyes humanos le han tenido:
                   Trajano, Eneas, Jerjes y Darío,  
                   Ambrosio, Efestïón, Licinio, Acates.
                   En vos puse mi amor y mi privanza.
                   Don Bernardo, no es bien haya mudanza.
    
    
    BERNARDO:         Señor, al mar profundo
                   entregué la riqueza de mis años;    
                   que es mar el ancho mundo.
                   De sus olas villanas y de engaños
                   no quieras, señor mío,
                   que aventure otra vez este navío.
                      Deja que a la ribera       
                   mire seguro el piélago salado,
                   que así se considera
                   el descanso presente, el mal pasado;
                   pues llaman temerario
                   al que dos veces tienta el mal voltario.     
                      Aquí puedo servirte;
                   guerra es también la iglesia militante,
                   y ella podrá decirte
                   que no menos al pueblo fue importante
                   Moisés cuando miraba        
                   que el capitán de Dios así peleaba. 
                      Si él, que el mundo ha dejado
                   sobre el ciprés del Líbano y el cedro
                   de Dios es levantado,
                   en lo que dejo no me igualo a Pedro,    
                   pues él dejó sus redes,
                   yo tu favor, tu estado y tus mercedes.
                      En la corte y palacio
                   son ligeras las olas de la vida.
                   Aquí se vive a espacio;          
                   ociosa no está el alma divertida,
                   ni en confuso recelo
                   el hombre de su vida está con duelo.
                      Aquí, vivo y despierto,
                   dándole gracias a mi eterno dueño;  
                   durmiendo allá estoy muerto.
                   Tiempo queda en que yo, en prolijo sueño,
                   duerma en la sepultura
                   mientras la vida de los hombres dura.
                      Allá, señor, confieso       
                   que he sido de tu máquina el Alcides;
                   mas ya a su grave peso
                   gimen mis hombros.  Si volver me pides,
                   recelo que otro día
                   podrás quitarlo con afrenta mía.    
                      Gocé sin envidiosos
                   mi privanza real en paz segura.
                   Vasallos no hay quejosos;
                   no siempre ha de durar esta ventura,    
                   que si envidiosos nacen,      
                   mueren las honras que los reyes hacen.
    REY:              Bernardo, la obediencia
                   se debe preferir al sacrificio;
                   deja la penitencia
                   por volver otra vez a mi servicio; 
                   deja esta regla santa
                   por mi vida y por vida de la Infanta.
    BERNARDO:         Con ese juramento
                   no puede replicar; iré contigo.
    REY:           Entremos al convento,         
                   daránte de vestir.  Eres mi amigo,
                   mi corona mereces.
    BERNARDO:      Hechura tuya me dirán dos veces.
    
    
    
    Vanse y queda LÁZARO solo
    
    
    
      
    LÁZARO:           Gracias a Jesucristo
                   que salimos a ver a Zaragoza, 
                   y que libre me he visto
                   de un demonio sutil que me retoza,
                   y el tentador maligno
                   me pellizca con sed y esconde el vino.
                      Aquí a la puerta dejo         
                   la mortaja del luto que he traído;
                   dejar quiero el pellejo
                   con que una tumba viva he parecido.
                   Si entro, soy desdichado,
                   y temo que me dejen embargado.     
                      Adiós, negras galletas,
                   con que cuero de rey yo parecía;
                   adiós, mis ampolletas,
                   fray Lázaro se va, el que os escurría;
                   adiós, bodegas graves,      
                   que no os dejara yo a tener las llaves.
    
    
    
    Vase LÁZARO.  Sale LEONORA
    
    
    
    
    LEONORA:          Un alma enamorada
                   jamás tuvo sosiego;
                   helada está en el fuego
                   y en celos abrasada.          
                      Ni ha visto reservada
                   la flecha del dios ciego
                   mi vida, mi a ver llego
                   mi fe justa premiada.
                      Amaba a don Bernardo,      
                   pedílo por esposo,
                   el Rey dio su palabra,
                      quebróla, y no acobardo
                   mi fe, que Amor celoso,
                   torres al viento labra.       
    
    
    
    Sale el Conde de TRASTAMARA
    
    
    
    
    TRASTAMARA:       Después que vine a Aragón
                   melancólica te veo,
                   hermana, y saber deseo
                   de tu boca la ocasión.
                      ¿Hállaste mal en palacio?     
                   ¿No te quiere bien Su Alteza?
                   ¿O procede la tristeza
                   de que te da más a espacio
                      estado?
    LEONORA:                 (Causa hay aquí           Aparte
                   para apoyar bien la mía).   
                   Escuche vueseñoría,
                   Conde.  (Mentir pienso).            Aparte
    TRASTAMARA:                             Di.
    
    
    LEONORA:          Cuando vino a Zaragoza
                   el Catalán don Bernardo
                   a servir de gentilhombre      
                   al Rey don Pedro a palacio,   
                   como es uso de las cortes
                   que en las fiestas y saraos
                   sirvan a las damas nobles
                   caballeros cortesanos,        
                   sirvióme a mí el Almirante,
                   mostrándose apasionado,
                   y poniendo mis colores
                   en sus galas y penachos.
                   Cuando salía la Infanta,         
                   apenas en el ocaso
                   el sol a doradas nubes
                   echaba rayos dorados,
                   cuando sus pajes cercaban
                   sólo mi coche, alumbrando   
                   con tantas hachas, que el sol
                   no echaba menos sus rayos.
                   En las fiestas y torneos
                   llevaba siempre pintado
                   un león, y a mi ventana          
                   rindió los premios ganados.
                   En las letras y los motes
                   con Leonida disfrazado
                   mi nombre, y en los caminos   
                   en hábito de villano,       
                   le encontraba junto al coche       
                   muchas veces, que es bizarro
                   en la paz como en la guerra.
                   Necia estoy, mucho le alabo.
                   Al fin, el Rey, que sabía   
                   que me estaba festejando
                   me dijo, "Él será tu esposo.
                   Avisa al Conde, tu hermano".
                   Vino luego el Almirante,
                   habló al Rey, y de ahí a un rato,   
                   más mudable que a los vientos
                   las tiernas hojas del árbol,
                   dijo que se casaría
                   con otra, y he sospechado
                   que le he parecido indigna    
                   del que quiero y amo tanto.
    TRASTAMARA:    No, sino el mismo Almirante,
                   soberbio, te ha despreciado,
                   desvanecido de verse
                   entre favores tan altos.      
                   La casa de Trastamara
                   reyes a Aragón ha dado,
                   no ha menester que la ilustren 
                   favorecidos hidalgos.
                   Sin duda pidió a la Infanta,     
                   y el Rey, aunque es su privado,
                   la negó, y por no casarse
                   contigo, se ha retirado.
                   Esto es hecho; hoy verá el mundo
                   o satisfecho tu agravio,      
                   o entramos del Rey quejosos,
                   y aun quejosos más de cuatro.
    
    
    
    Vase el Conde de TRASTAMARA
    
    
    
    
    LEONORA:       Pues hoy a palacio vuelve
                   el famoso don Bernardo,
                   mi esposo ha de ser si Amor   
                   da fuerzas a mis engaños.
                   Faltó el Rey a su palabra,
                   no imitando al castellano,
                   que a pesar de los sarmientos
                   hace bueno su aguinaldo.      
                   Si el otro, siendo crüel,
                   siente sus palabras tanto,
                   el de Aragón ha de ver
                   que era razón imitarlo.
    
    
    
    Sale la Infanta
    
    
    
    
    VIOLANTE:         Pues Leonora, ¿en qué se entiende? 
    LEONORA:       En sentir.
    VIOLANTE:              ¿Celos o amor?
    LEONORA:       Siento que el Rey, mi señor,
                   darte mi esposo pretende,
                      si sabe Su Alteza bien
                   que me sirvió el Almirante. 
    VIOLANTE:      No pases más adelante,
                   yo te le ofrezco también.
                      Ya, Leonor, la inclinación
                   que al Almirante he tenido
                   en pasión se ha convertido. 
    LEONORA:       Tienes en eso razón,
                      porque nunca se ha inclinado
                   a tu alteza, ni entendía
                   lo que tu amor le decía,
                   como estaba enamorado.        
                      Y aunque estimar no era justo
                   tu casamiento real,
                   él ha llevado tan mal
                   el no casarse con gusto,
                      que la noche de San Juan   
                   me dijo que pretendía
                   retirarse, y otro día
                   lo cumplió.
    VIOLANTE:                Creciendo va
                      mis agravios.  Di, Leonor,
                   ¿esa noche habló contigo?   
    LEONORA:       Hasta el alba.
    VIOLANTE:                     Agora digo
                   que fue justo mi rigor.
                      Sé satisfecha y segura
                   que, aunque hoy sale del convento,
                   es en mI aborrecimiento       
                   lo que fue amor y locura.
                      Nunca le verás casado
                   conmigo, y podrá ser
                   que ya le viesen caer
                   los que le ven levantado.     
    
    
    
    Vase la Infanta
    
    
    
    
    LEONORA:          No se ha fabricado en vano
                   mi engaño.  Si está Violante
                   quejosa del Almirante
                   y del Rey lo está mi hermano,
                      conseguirse puede así                    
                   el efecto que yo espero.
                   Irme de esta sala quiero
                   que el Príncipe sale aquí.
    
    
    
    Vase LEONORA.  Salen el PRÍNCIPE, el Conde
    de TRASTAMARA y el SECRETARIO
    
    
    
    
    PRÍNCIPE:         No me hallo tan bien como en Valencia
                   aquí en Zaragoza.
    TRASTAMARA:                   A vuestra alteza    
                   agrádale la mar de tal manera
                   que no es mucho que aquí sienta su ausencia.
    PRÍNCIPE:      Los músico me traigan de la cámara
                   que me entretengan.  Llamen a Leonido
                   que me agrada su leer.
    SECRETARIO:                        Está ya muerto.   
    PRÍNCIPE:      ¿Cuándo murió?
    SECRETARIO:                   Matáronle la noche 
                   de San Juan.
    PRÍNCIPE:                   ¿Castigóse el homicida?
    SECRETARIO:    Era tan grave, que al hacer la causa
                   a las justicias pareció acertado
                   poner silencio.
    PRÍNCIPE:                     ¿Y fue?
    SECRETARIO:                             No me lo mandes.    
    PRÍNCIPE:      Dílo, acaba.
    SECRETARIO:                   Señor, al Almirante.
    PRÍNCIPE:      ¿Qué indicios hubo?
    SECRETARIO:                        Que él y sus crïados
                   rondaron por el parque aquella noche,
                   y les vieron llevar después en brazos
                   al muerto hasta la iglesia de la Virgen 
                   del Pilar.
    PRÍNCIPE:                ¿Y mi padre ha consentido
                   en el delito?
    SECRETARIO:                   No lo sabe.
    PRÍNCIPE:                                 ¿Es justo
                   que no castigue el Rey los poderosos?
                   Para todos es bien que haya justicia
                   aunque iguales no sean los castigos.    
    TRASTAMARA:    Como es el Almirante tan privado
                   de su real majestad, no se atrevieron
                   a decírselo, y más siendo Cabrera
                   de la privanza que...  mas no me espanto.
                   Yo sé que despreció la ilustre sangre         
                   de Trastamara.  Cosas son del mundo.
    PRÍNCIPE:      Por ayo me lo quiere dar mi padre;
                   grande soy ya, pues él mi edad tenía
                   cuando nací, que casi parecemos
                   hermanos.  Siendo así, no importan ayos;   
                   no lo será Cabrera, si yo puedo...
    SECRETARIO:    Ya el Rey, mi señor, llega la guarda,
                   y aun está arriba ya.
    
    
    
    Sale el REY
    
    
    
    
    REY:                               ¡Oh, Juan!  ¡Oh, Conde!
                   El parabién me dad de que he traído
                   a palacio otra vez al Almirante.   
    PRÍNCIPE:      Si es de tu gusto la venida, doyle.
    REY:           Parece que estáis triste.
    PRÍNCIPE:                               Me lastima
                   la muerte de Leonido; bien le quise,
                   y amor es tierno.
    REY:                            Nunca se ha sabido
                   quién lo mató.
    PRÍNCIPE:                     Mas dime, ¿quién ignora         
                   el matador?
    REY:                     ¿Quién dicen?
    PRÍNCIPE:                               Don Bernardo.  
    REY:           No des crédito, Príncipe, a las lenguas
                   que quizá con envidia lo murmuran.
                   El Almirante no le mataría;
                   pero si él le mató, razón tendría.   
                   (No me murmure nadie a don Bernardo  Aparte
                   porque es amigo mío y mi hechura.
                   Ya quiero divertirlos de esta plática).
                   ¿Conde de Trastamara?
    TRASTAMARA:                        ¿Señor?
    REY:                                       ¿Visteis
                   a don Pedro, mi primo, el de Castilla?  
    TRASTAMARA:    Vile.
    REY:                ¿En Toledo?
    TRASTAMARA:                     No, sino en Sevilla.
    REY:           Tres Pedros somos reyes en un tiempo.
    TRASTAMARA:    Los de Castilla y Portugal alcanzan
                   nombre de justiciero.
    REY:                               ¿Y yo?
    TRASTAMARA:                              De manso.
    REY:           No es defecto del rey ser amoroso; 
                   peor es ser crüel y riguroso.
    
    
    
    Sale don RAMÓN
    
    
    
    
    RAMÓN:         Un villano encontré con unas cartas,
                   y sospecho, señor, que es un crïado
                   del Infante tu hermano, porque en Jaca
                   me parece le vi cuando en Navarra  
                   se retiró tu hermano, o tu enemigo,
                   que así llamo, señor, al que desama
                   tu vida; y si es así, que no es villano,
                   algún peligro temo, y no es en vano.
    REY:           ¿Por qué no le seguiste?
    RAMÓN:                             Está en palacio.  
    REY:           ¿Adónde?
    RAMÓN:                   Está en el cuarto de Cabrera.
    PRÍNCIPE:      Repara, gran señor, inconvenientes;
                   vela en tus reinos, de ninguno fíes,
                   y mira en el rigor y la justicia
                   a los reyes que imitas en el nombre     
                   y con rigor castiga los delitos
                   porque de uno proceden infinitos.
                   La Infanta, mi señora, tiene quejas
                   del Almirante; la ocasión pregunta;
                   inquiérase esta muerte de Leonido,    
                   y sépase el villano que ha venido.
    REY:           (Mi don Bernardo, plega a Dios que vea     Aparte
                   el mundo tu lealtad, porque no culpe
                   el amor de tu Rey).  Príncipe, basta;
                   que si aquesto es amor o es dar consejo,     
                   no sois émulo vos ni sois tan viejo.       
    
    
    
    Vanse y salen don BERNARDO y RICARDO en
    hábito de villanos
    
    
    
    
    RICARDO:          Ya que puedo hablarte a solas,
                   sin que me conozca alguno,
                   --¡Oh, católico Neptuno
                   de las playas españolas!--  
                      secretario del Infante
                   don Carlos, el perseguido
                   del Rey soy, que he venido
                   con recato semejante
                      a darte en tu propia mano  
                   esta carta.
    BERNARDO:                ¿Qué pretende?
    RICARDO:       Amigos, ya que le ofende
                   con tanto rigor su hermano.
    BERNARDO:         No ofende el Rey, mi señor,
                   a Carlos; mas le destierra    
                   porque le inquieta su tierra,
                   y el castigar no es rigor.
                      Si manda la humana ley
                   que al Rey el vasallo tema,
                   romper no puedo esta nema,    
                   porque temo mucho al Rey.
                      Ver no quiero sus intentos;
                   condénolos por ingratos,
                   que las letras son recatos
                   de los mismos pensamientos;   
                      y dirán, si yo las leo,
                   que calma me manifiesta; 
                   vete, y dale por respuesta
                   que ni la tomo ni leo,
                      y será acción bizarra, 
                   digna de tan grave varón,
                   el pedir a un rey perdón
                   y venirse de Navarra.
    RICARDO:          Tómala y seguro vive
                   que el consentir suele hacer  
                   el pecado, que no el ver.
                   Mira, señor, lo que escribe.
                      Puede ser que escriba aquí
                   que trates de paz.
    BERNARDO:                          Entiendo 
                   que en esto mi Rey no ofendo  
                   y que pueda ser así.
    
    
    
    Toma la carta y léala
    
    
    
    
                      "Hanme dicho, don Bernardo,
                   que estás del Rey descontento
                   y deshecho el casamiento,
                   y saber la causa aguardo;     
                      porque si estás en desgracia
                   del Rey, y seguirme quieres,
                   tendrás cuanto me pidieres:
                   mi vida, mi honra y mi gracia.
                      Declárame tu intención.     
                   Adiós.  De junio y Pamplona".
                   En ti hay, Carlos, y perdona,
                   una mala inclinación.
                      ¿Que así tu pluma me ofende?
                   ¿Tan poca lealtad me hallas?  
                   Siempre busca las murallas
                   más flacas el que pretende
                      asaltar una ciudad.
                   ¡Vive Dios!  Que estoy corrido
                   de que se haya presumido      
                   que hay flaqueza en mi humildad.
                      Que por mí empezase así
                   a conjurar los vasallos
                   del Rey don Pedro, estimallos
                   puede el mundo más que a mí.   
                      La muralla soy más flaca
                   de su defensa, pues hoy
                   batido de Carlos soy;
                   pero, ¿qué provecho saca?
                      Haré la carta pedazos         
                   y el mensajero también.
    RICARDO:       Gran Almirante, detén
                   el ímpetu de tus brazos.
                      ¿Qué culpa tengo?
    BERNARDO:                          Bien dices.
    RICARDO:       Respóndele aconsejando      
                   que procure un medio blando;
                   así, señor, te eternices.
                      Responde muy enojado;
                   escribe una carta sola.
    BERNARDO:      No pensaba hacerlo.  ¡Hola!   
    
    
    
    Sale FELICIANO
    
    
    
    
    FELICIANO:     ¿Señor?
    BERNARDO:                Tráeme ya recado
                      de escribir.
    FELICIANO                     Aquí está.
    RICARDO:                                Escribe.
    BERNARDO:      Dejaréle satisfecho,
                   que un zafiro está mi pecho
                   y en él fe y lealtad vive.  
    
    
    
    Va escribiendo FELICIANO
    
    

                      "De que me escribas así..."
                   (Hago mal en responder;             Aparte
                   el alma empieza a temer.
                   ¿Me vendrá mal de esto?)
    FELICIANO:                         "...sí".
    BERNARDO:         "...tan corrido, Infante, estoy..."  
                   (¿Qué respondo?  Mas, ¿por qué      Aparte
                   se ha de enojar de mi fe?
                   ¿Cuándo sabrá esto el Rey?)
    FELICIANO:                              "...hoy".
    BERNARDO:         "Responderte no es traición;
                   antes es justo, y a ti... "   
                   (¿A quién culparán?)                Aparte
    FELICIANO:                         "... a ti".
    BERNARDO:      (¡Qué triste fin de razón!)         Aparte
                      "¿Soy algún bruto animal..."
                   (¿Corazón, dudas?  Detén,           Aparte
                   por aconsejarte bien,         
                   ¿qué me puede venir?)
    FELICIANO:                         "...mal".
    BERNARDO:         "...que no he de estimar la vida?"
                   (Temor de mí no se aparta;          Aparte
                   mas responder a una carta,
                   ¿qué me ha de costar?)
    FELICIANO:                          "...la vida". 
    BERNARDO:         "Si sabes que bien reinó..."
                   (Sudor helado me corre,
                   mejor será que se borre.
                   ¿Si saldré bien de esto?)
    FELICIANO:                              "...no".
    BERNARDO:         "...el Rey, bien es que repares 
                   en tenerle amor y fe".
    
    
    
    Sale el REY a la puerta
    
    
    
    
                   "Y así yo te serviré
                   en todo cuanto mandares.
                      Hazlo, Infante, de esta suerte
                   y a fe que te valga mucho".   
    REY:           (¡Válgame el cielo!  ¿Qué es esto?   Aparte
                   Aquí se trata mi muerte.
                      Que al Infante servirá
                   en lo que mandare, escribe.
                   Quien bien hace mal recibe    
                   en aqueste mundo ya.
                      ¡Ah, Cabrera!  Estos enojos
                   no los supe merecer.
                   No lo pudiera creer
                   si no lo vieran mis ojos.     
                      Por mitigar el castigo
                   quiero imitar al jüez
                   que disimula la vez
                   que delinquir ve a su amigo.
                      Callar quiero y castigarle 
                   encubriendo la ocasión,
                   porque le tuve afición
                   y no quiero deshonrarle).
    
    
    
    Vase el REY, y mientras ha dicho esto cierre el
    papel FELICIANO y dásele en la mano a don BERNARDO
    
    
    
    
    BERNARDO:         Toma la respuesta, y di
                   a Carlos que si amistad       
                   hace con su majestad,
                   un esclavo tendrá en mí,
                      y su enemigo seré
                   si lo es del Rey que, en efeto,
                   tendré a su sangre respeto  
                   y odio a su sangre tendré.
                      Y que cuando yo estuviera
                   en desgracia de mi Rey
                   fuera justísima ley
                   que a quien hizo deshiciera.  
                      Y no le ofendiera yo
                   si en su gracia me quitara
                   porque no me costó cara,
                   que de balde me la dio.
    RICARDO:          Tu respuesta comedida      
                   daré, y plega a Dios que vea
                   en paz los hermanos.
    BERNARDO:                       Sea,
                   aunque me cueste la vida.
                      ¡Hola!
    FELICIANO:          ¿Señor?
    BERNARDO:                   Traeme agora
                   capa y corra, Feliciano,      
                   que quiero besar la mano
                   a la Infanta, mi señora.
    
    
    
    Vanse.  Salen el Conde de TRASTAMARA y el Conde de
    RIBAGORZA
    
    
    
    
    RIBAGORZA:        Juntar nos manda el Rey en estas salas.
                   ¿Qué misterio tendrá?
    TRASTAMARA:                          Ver la rüina
                   de un varón a quien dio felices alas. 
    
    
    
    Salen don RAMÓN y el SECRETARIO
    
    
    
    
    SECRETARIO:       Al Aries llegó el sol, y ya declina;
                   pasó el flujo del mar, y ya ha menguado.
    RAMÓN:         ¿Sábese cierto?
    SECRETARIO:                   No; mas se imagina.
    
    
    
    Salen el REY y don LOPE y los que pudieren
    
    
    
    
    REY:              Los dos que más me sirven he llamado
                   porque miren con miedo y con recato     
                   una justa mudanza, un rey trocado.
                      Con el pincel de amor hice un retrato
                   perfecto y a mi imagen parecido;
                   borrarle quiero porque es ingrato.
                      Y porque tanto amor ha merecido 
                   objeto digno, quiero en vuestra luna,
                   don Lope, restaurar el que he perdido.
                      Mayordomo mayor seréis.
    LOPE:                                   (¡Fortuna, Aparte  
    	       no des a don Bernardo este suceso!
                   Dos almas no hay en ambos, sólo hay una).  
    REY:              Y Almirante de la mar seréis.
    LOPE:                                           Beso
                   tus pies, ¡oh, gran señor!, pero refrena
                   la cólera que muestras y el exceso.
                      Menos rigor a don Bernardo ordena.
                   Advierte las victorias que te ha dado   
                   de cuya gloria está la fama llena.
                      Tu hechura fue, señor, fue tu privado.
                   Condenas tu elección, pues le escogiste,
                   y desdíceste, al fin, de haberlo honrado.
                      No digan que deshaces lo que hiciste,     
                   sean eternas las obras de tu mano,
                   que la grandeza en tu valor consiste.
    REY:              Así muestro ser Rey y ser cristiano,
                   así enseño a premiar y dar castigo;
                   no me repliques más, que será en vano.          
                      Obedezca mi ley quien es mi amigo.
    LOPE:          Perdóname tan grave atrevimiento,
                   que la ley de amistad a esto me obliga.
    REY:              Despacha los negocios, que en ti siento
                   que el cielo procedió sin mano escasa,     
                   fortaleza te dio y mucho talento.
    RAMÓN:            Admírome de ver esto que pasa.       
    REY:           Véle, don Lope, a ver y de mi parte
                   dile que mando que se esté en su casa.
    LOPE:             El corazón de lástima se parte.  
    REY:           Que no le quiero ver en mi presencia
                   dirás también.
    LOPE:                         No quiero replicarte
                      en pedir que revoques la sentencia,
                   sólo a tu majestad pido y suplico
                   que des a otro crïado esa licencia.     
                      Agravio a su amistad si notifico
                   tal sentencia.  Señor, mira primero
                   si estás bien informado.
    REY:                                    Certifico
                      que enojo me darás.
    LOPE:                                  Darle no quiero.
                   Lo que mandas haré.
    REY:                               Desde hoy procuro   
                   que me llamen también el justiciero.
                      Ninguno en mi favor viva seguro
                   si en su mucha virtud no está estribando
                   que un monte se estremece y aun un muro.
                      El que sirviere bien iré premiando;     
                   aquél que me ofendiere no confíe
                   en el dulce favor del pecho blando.
                      Uno llora en el mundo, otro se ríe;
                   uno muere a tiempo que otro nace
                   para que humilde el que nación se críe.   
                      Lo mismo que hace Dios el que es rey hace:
                   unos hombres levanta, otros derriba,
                   para pena mayor del que deshace.
                      Y es justo que contemple aquél que priva
                   el castigo que dan al derribado,   
                   porque con ojos vigilantes viva.
    
    
    
    Vase el REY
    
    
    
    
    RIBAGORZA:     ¡Confuso voy!
    TRASTAMARA:                   Yo triste.
    SECRETARIO:                             Yo admirado.
    
    
    
    Vanse y quedan don LOPE, don RAMÓN y don
    TIBURCIO
    
    
    
    
    RAMÓN:            ¡Viva vueseñoría en su privanza!
    TIBURCIO:      Alárguese la vida largos años
                   que le está concedida, pues importa   
                   al reino tanto.
    LOPE:                         Parabién alegre
                   no me deis, ni lisonjeros favores.
                   Consolad la tristeza, mis señores.
    
    
    
    Sale don BERNARDO
    
    
    
    
    RAMÓN:         Acompañando iré a vueseñoría.
    TIBURCIO:      Lo mismo he de hacer yo.
    LOPE:                                   Señores, basta.   
                   Solo me tengo de ir.
    TIBURCIO:                          Es nuestro oficio
                   ocuparnos así en vuestro servicio.
    
    
    
    Vanse los dos
    
    
    
    
    BERNARDO:         (Bien quiere el Rey a don Lope,   Aparte
                   pues que así le lisonjean
                   los dos que conmigo usaban    
                   estas ceremonias mesmas.
                   Huélgome, a fe, de su bien).
                   Mi don Lope.
    LOPE:                         ¡Quién no oyera
                   estas palabras; que el pecho
                   me rasgan con sus ternezas!   
    BERNARDO:      ¿Qué tenéis?  ¿Tan triste vos
                   cuando mis ojos se alegran
                   de veros?  ¿Los vuestros lloran
                   cuando es razón que me vean?
    LOPE:          El Rey...
    BERNARDO:                No me digáis más,    
                   que en venir con tal tristeza
                   y nombrarme al Rey, don Lope,
                   ningún buen suceso muestra.
                   Mandará el Rey, mi señor,
                   que me corten la cabeza,      
                   por desgraciado y sin dicha
                   no por delitos que tenga.
                   Don Lope, ¿podréle ver?
    LOPE:          Agora sólo os ordena
                   que os estéis en vuestra casa    
                   y ni le veáis ni él os vea.
    BERNARDO:      Mande; que de mí no huya
                   si quiere que casa tenga;
                   que de un hombre desdichado
                   se apartan las mismas fieras. 
                   Fortuna, ¿puede ser, es cosa cierta,
                   que el Rey de su privanza me destierra?
                   Acompañarme solían
                   ésos que te lisonjean,
                   sombras de nuestra fortuna    
                   que huyen en las tinieblas,
                   golondrinas que en verano
                   cantan, habitan y vuelan
                   en nuestras casas y luego
                   en el invierno se alejan.     
                   Empiezas a florecer
                   y andan tras ti las abejas,
                   y a mí, como estoy marchito,
                   ni me buscan ni me cercan.
    
    
    
    Sale LÁZARO lleno de memoriales, pretina y
    sombrero y recibiendo memoriales por parte de un CONTADOR
    
    
    
    
    LÁZARO:        No hay persona más privada  
                   del Almirante Cabrera
                   en esta casa que yo.
                   Esos memoriales vengan.
                   (¡Qué bien sabe éste mandar!    Aparte
                   Si aquel bellaco me viera     
                   de Robertillo, ¡qué envidia
                   de don Lázaro tuviera!)
    CONTADOR 1:    Vuestro esclavo quedaré
                   si hacéis que éste se provea
                   y vuestra hechura...
    LÁZARO:                            ¿Esto es  
                   ser dichoso?  ¡Enhorabuena!
                   Privado soy de un privado.
                   Yo haré que éstos se vean
                   y se despachen; hacedme
                   una grande reverencia.        
    
    
    
    Hácensela
    
    
    
    
                   Bueno, adiós.
    CONTADOR 1:                   Él te prospere.
    
    
    
    Vase el CONTADOR
    
    
    
    
    LÁZARO:        Parece que me empapelan
                   para asarme.  ¡Ah, Robertillo,
                   si entraras por esas puertas!
    BERNARDO:      Trújome el Rey a su casa         
                   segunda vez de mi celda,
                   donde estaba retirado
                   en San Salvador de Urrea.
    LÁZARO:        ¡Juro a Dios, que es esto malo!
                   El Almirante se queja;        
                   paréceme, memoriales,
                   que ya que el Rey no os provea,
                   no faltará quien lo haga
                   con vosotros, ello es fuerza,
                   que quien nació desdichado, 
                   desdichado viva y muera.
    BERNARDO:      Nunca yo por sus palacios
                   trocara montes y selvas.
                   Como jüez fue, que engaña
                   con palabras lisonjeras       
                   al delincuente que goza
                   la inmunidad de la iglesia.
                   Domo jugador he sido
                   que al que se levanta ruega
                   que a jugar vuelva una mano   
                   y sin dineros le deja.
                   ¿Quién dijera ya en mi casa
                   que segunda vez me viera
                   en aquesta Babilonia
                   de confusiones perpetuas?     
    LOPE:          Perdóname, que la voz
                   en la garganta se hiela,
                   y no te puedo hablar
                   vertiendo lágrimas tiernas.
                   Fortuna, ¿puede ser, es cosa cierta,    
                   que el Rey de su privanza le destierra?
    
    
    
    Vase don LOPE, y sale el SECRETARIO
    
    
    
    
    SECRETARIO:    El Rey, mi señor, te manda,
                   don Bernardo, que le vuelvas
                   de su cámara la llave.
                   ¡Sabe el cielo se me pesa!    
    BERNARDO:      Pues me van ya despojando
                   mi rüina está muy cerca.
                   Vencióme mi desventura,
                   ¿qué mucho que hoy acometan?
    
    
    
    Toma la llave en la mano y mírala
    
    
    
    
                   ¿Mis honras?  ¡Ah, cruel Fortuna!  
                   Ésta es la pluma primera
                   de las alas que me diste,
                   volé con plumas ajenas.
                   Ésta es la pluma que abrió
                   a mi ventura la puerta;       
                   entré con ella a privar
                   y con ella me echan fuera.
                   El Pedro fue de esta gloria,
                   y aunque mi lengua no niega
                   a mi Rey, hará mi llanto         
                   señales en estas piedras.
                   Y si merecí su llave,
                   habrá tiempo en que merezca
                   piedad y lástima; amigo,
                   en una salva ponedla.         
                   Al Rey, mi señor, decid
                   que no se abrirán con ella
                   las puertas de su justicia,
                   y dádsela en hora buena.
    SECRETARIO:    Fortuna, ¿puede ser, es cosa cierta     
                   que el Rey de su privanza le destierra?
    
    
    
    Salen don CONTADORES
    
    
    
    
    CONTADOR 1:    Su majestad nos envía,
                   señor, a tomaros cuenta
                   de lo que está a vuestro cargo
                   así en la paz como en guerra.    
    BERNARDO:      Ya se ha acabado mi oficio,
                   pues me toman residencia;
                   cerca está mi sepultura
                   si el testamento me ordenan.
                   Diez años ha que yo vine         
                   a palacio de mi aldea,
                   y entré en él con cien escudos
                   y una mediana cadena.
                   Esto, amigos, tomaré.
                   Lo demás, títulos, rentas,     
                   haciendas, joyas y galas
                   al Rey, mi señor, se vuelvan.
                   Suyo es todo, él me lo ha dado,
                   si alguna cosa me deja,
                   será limosna, y así            
                   cuentas excusáis inciertas.
    CONTADOR 1:    Fortuna, ¿puede ser, es cosa cierta
                   que el Rey de su privanza le destierra?
    CONTADOR 2:    ¿Qué me estás preguntado
                   si el Rey es hombre y éste es desdichado?  
    
    
    
    Vanse don BERNARDO y los CONTADORES, y queda
    LÁZARO
    
    
    
    
    LÁZARO:        Pelando van a mi amo
                   de las insignias y prendas
                   de privado; como sarna
                   a mi desdicha se pega.
                   Ya me parece que miro         
                   la quietud de nuestra aldea,
                   y aquel vivir tan despacio
                   o que ya a los dos nos cuelgan.
                   Fortuna, ¿puede ser, es cosa cierta
                   que el Rey de su privanza le destierra? 
                   Mas, ¿qué estoy preguntando
                   si el Rey es hombre y yo soy desdichado?
    
    
    
    

    FIN DEL ACTO SEGUNDO

    
    
    
    
    
    

    
      
    
    

    ACTO TERCERO

    
    
    

    
    
    
    Sale don BERNARDO
    
    
    
    
    BERNARDO:         Deja el agua el mar profundo
                   y por venas diferentes
                   echa rayos y echa fuentes.    
                   riega los campos del mundo;
                   y al primero y al segundo
                   de los años que camina
                   torna el agua peregrina
                   al mar de donde salió,      
                   porque este centro le dio     
                   la mano de Dios divina.
                      Va, porque en el agua nace,
                   con los rayos del sol sube,
                   y en forma de parda nube      
                   sombras en los aires hace;
                   el mismo sol la deshace
                   y en agua torna su esfera.
                   Tras de su edad placentera
                   muere el hombre y se resuelve 
                   y a ser ceniza se vuelve
                   que es su materia primera.
                      No de otra suerte mi suerte
                   en el mundo me ha traído.
                   Nací pobre, rico he sido         
                   por valor y pecho fuerte;
                   mas caminando a la muerte
                   a mi pobreza he tornado,
                   que el sol que me ha levantado
                   ya me ha dejado caer          
                   porque es forzoso volver
                   cualquiera cosa a su estado.
    
    
                      Tal estoy, que de hambre muero;
                   si éste es mi planeta, corra;
                   al Rey de Navarra quiero      
                   escribir que me socorra.
                   Aquí hay papel y tintero.
    
    
    
    Siéntase a escribir y salen dos CONTADORES
    
    
    
    
    CONTADOR 1:       ¡Qué pobre casa ha elegido!
    CONTADOR 2:    Cosas son del mundo vario.
    CONTADOR 1:    Nadie en ella ha parecido.    
                   No hay yermo más solitario
                   que la casa de un caído.
                      ¿Cómo están estas paredes
                   pobres, tristes y desnudas?
                   ¡Ah, Fortuna!  Mucho puedes.  
                   Todo lo truecas y mudas. 
                   Fueron humanas mercedes.
                      Allí está escribiendo un hombre,
                   pregúntale por Cabrera.
    CONTADOR 2:    ¡Hola, buen hombre!  ¡Buen hombre! 
    BERNARDO:      Si yo tan malo no fuera,
                   respondiérate a ese nombre.
    CONTADOR 1:       Don Bernardo, ¿dónde está?
    BERNARDO:      (Tal es la mudanza mía,       Aparte
                   que no me conocen ya          
                   estos hombres que algún día
                   me sirvieron).
    CONTADOR 2:                   Razón da
                      de esto que te preguntamos.
    BERNARDO:      ¿Así ponderas mi suerte?
                   Todos trocados estamos.       
    CONTADOR 2:    No es mucho no conocerte
                   si tan flaco te miramos.
                      ¡Válgame Dios, qué mudanza!
                   Señor, perdona, y no sientas
                   tus desdichas. [...    -anza   
    BERNARDO:      ............]   ¿Hay más cuentas?
                   ¿En qué, señores, me alcanza
                      el Rey, mi señor?
    CONTADOR 1:                      En nada;
                   antes es nuestra embajada
                   que doscientos mil ducados    
                   que te han hallado sobrados
                   de tu renta secrestada
                      digas de qué han resultado.
    BERNARDO:      De mil ducados que a alguno
                   habré de limosna dado,      
                   y como Dios da por uno
                   vida eterna y cien doblado
                      doscientos mil sobrarán.
    CONTADOR 1:    Esta respuesta daremos.
    BERNARDO:      ¡Qué aprisa mis cosas van,  
                   llegados a sus extremos!
                   ¡Qué rigurosas que están
                      mis desdichas!
    
    
    
    Salen don LOPE y ROBERTO, con un escritorillo
    
    
    
    
    LOPE:                              Muy culpado
                   fuera yo en haber tardado
                   tanto en veros, mi señor,   
                   si no fuera nuestro amor
                   el no haberos visitado.
                      ¿Cómo estáis?
    BERNARDO:                       Solo, inocente,
                   desdichado, pobre y triste.
                   Dame guerra el mal presente,  
                   mi paciencia la resiste,
                   y así estoy perpetuamente.
                      ¿Qué dicen allá de mí?
                   ¿Qué sospechan?  ¿Qué es la culpa
                   que contra el Rey cometí?   
    LOPE:          Ninguno, señor, os culpa.
                   Vario es el vulgo, y así
                      [.....           -osa]
                   éste sospecha una cosa,
                   aquél otra; pero todos      
                   os honran de muchos modos.    
                   Vuestra fama es la dichosa.
                      No ha caído, y yo confío
                   que vuestra adversa fortuna
                   tendrá fin.
    BERNARDO:                  Y será el mío.     
                   Sale el hombre de la cuna
                   como de la fuente el río;
                      va creciendo y caminando
                   hasta que en el mar se pierde.
                   Cuál vez se va dilatando         
                   por un valle ameno y verde,
                   y cuál se va despeñando.
                      Así en nuestra humana vida,
                   ya próspera, ya afligida,
                   ya se rinde, ya está fuerte,     
                   hasta que llega la muerte,
                   donde sus males olvida,
                      y así tendrán fin mis males.
    LOPE:          Risa pienso ver el llanto
                   nuestro.
    BERNARDO:                Penas son iguales   
                   a quien de silencio santo
                   violó los sacros umbrales.
                      Si en virtud de mi inocencia
                   el Rey me diera licencia
                   para volver a mi casa,        
                   fuera mi dicha no escasa
                   y pródiga mi paciencia. 
    LOPE:             Para vivir en su casa
                   le dará su majestad,
                   y si en la vuestra se pasa,   
                   amigo, la necesidad,
                   esto os da mi mano escasa.
                      Aquellos seis mil ducados
                   que me disteis, ¿quién dijera
                   que habían de ser prestados 
                   Nunca la Fortuna hiciera
                   balanza en nuestros estados.
                      Hoy, a quien tantas mudanzas
                   nos pesa, como crüel,
                   alcancen mis esperanzas       
                   a ver, derecho en el fiel,
                   igual nuestras balanzas.
                      Lo que es vuestro os vengo a dar,
                   paga la podéis llamar,
                   y yo soy, queriéndoos bien, 
                   el primero hombre de bien
                   que le pesa de pagar.
    BERNARDO:         Ya, amigo, será locura
                   que del mundo nos quejemos,
                   porque dirán, si esto dura, 
                   que entre nosotros tenemos
                   a medias nuestra ventura.
                      Con ella el uno ha ganado
                   para que el otro reciba
                   su parte; pero el cuidado     
                   sólo se lleva el que priva
                   y descansa el desdichado.
                      Tratado es de compañía;
                   que nuestra dicha parece
                   sol, que en un polo es de día    
                   cuando en el otro anochece.
                   Vuestra es la luz, ya no es mía. 
                      ¡Plegue a Dios que en noche oscura
                   tenga mi ventura Dios!
                   Si en no ser acerba y dura    
                   consiste en faltar en vos
                   la luz de vuestra ventura.
    LOPE:             Bien lo habéis encarecido.
    BERNARDO:      Estoy muy agradecido
                   en ver en vos tanta fe,       
                   cuando a Lázaro envïé
                   a que vendiese un vestido
                      que acaso me había quedado.
                   ¡Tal necesidad tenía!
    LOPE:          Mucho me habéis lastimado.  
    
    
    
    Sale LÁZARO con el vestido a cuestas
    
    
    
    
    LÁZARO:        Nuevo está, ¡por vida mía!
                   El vestido es extremado.
                      ¿Quién da más por el vestido?
                   Tres blancas me dan por él
                   y cincuenta escudos pido.     
                   La ropilla fue de Abel
                   y las calzas de Cupido.
    
    
    
    Las calzas sean atacadas
    
    
    
    
                      Sacarnos podrán de mengua
                   y tienen más cuchilladas
                   que un rufián da con la lengua.  
                   Digo que son extremadas
                   [......           -engua].
                      ¿Quién las compra?  Que su dueño
                   con hambre las vende hoy.
    LOPE:          Calle, necio.
    LÁZARO:                       No pequeño.  
                   [......            -oy]
                   [.....]
    LOPE:                      Yo te empeño
                      mi palabra que está loco.
    LÁZARO:        Hanme dado por él poco,
                   y en pregones le ha traído  
                   por si pujan  [...-ido]
                   [.....  .]
    BERNARDO:                   Ya yo toco
                      en toda suerte de afrenta
                   y desdicha.
    LOPE:                      Alza, necio,
                   este escritorio, y ten cuenta 
                   que hay en él joyas de precio.
    LÁZARO:        ¡A fe que tiene pimienta!
                      Muy bien pesa.
    LOPE:                              Ven después.
                   Daráte un vestido a ti
                   Roberto.
    LÁZARO:                 ¿Quién?
    ROBERTO:                        ¿No me ves?  
                   Yo mismo.
    LÁZARO:                  No es para mí
                   [.....           -és].
                      si por tu mano ha de ser.
                   ¡Vive Dios!, que me ha de hacer
                   el ver aqueste bellaco        
                   tan dichoso, que esté flaco
                   y que deje de beber.
    LOPE:             Amigo, el Rey se va a caza
                   y he de prevenirle gente;
                   dame licencia y abraza        
                   esta alma, que eternamente
                   será tuya.
    BERNARDO:                Si se enlaza
                      con mis brazos ese pecho;
                   que irá sin duda sospecho.
    LOPE:          Adiós.
    BERNARDO            Él vaya contigo   
                   y no te olvides, amigo,
                   de aqueste barro deshecho.
    
    
    
    Vanse don LOPE y ROBERTO y sale un villano
    
    
    
    
    VILLANO:          ¡Pardiez!, que no lo creyera
                   si no estuviera mirando
                   esta casa desdichada          
                   en que vive don Bernardo.
                   Más arreada es la mía
                   aunque de pobre villano,
                   sin paramentos de seda,
                   sin toldo, sin mayorazgo.     
                   ¡Esta es ya lástima grande!
                   ¡Ah, señor, señor!
    BERNARDO:                     Hermano,
                   ¿qué mandáis?
    VILLANO:                      ¿No me conoce?
                   ¿No se acuerda que ha dos años
                   que al Rey le pedí mercedes 
                   por dos hijos que finaron
                   en la guerra, y una bolsa
                   me dio para el entretanto?
    BERNARDO:      De haberos visto me acuerdo,
                   mas no de eso que os he dado. 
    VILLANO:       Olvidan luego los nobles
                   lo que dan, y no olvidan
                   lo que reciben; yo, al menos,
                   en aquesto he sido hidalgo.
                   A pagaros vengo, a fe,        
                   lo que vos me habéis honrado,
                   no en dinero, en otra cosa
                   que os ha de hacer más al caso;
                   de negocios importantes
                   vengo a avisaros del campo.   
                   Hablaré si estamos solo.
    BERNARDO:      Hablad, que solos estamos.
    VILLANO:       Al Rey quieren dar la muerte.
    BERNARDO:      ¡Válganme los cielos santos! 
    VILLANO:       Oíd pues; que anoche estaban     
                   tres soldados de don Carlos,
                   el Infante de Aragón,
                   recostado en un prado,
                   media legua de mi aldea,
                   donde estaba descansando.     
                   Ellos, con la noche oscura,
                   no me vieron, y trataron
                   de matar al Rey en caza
                   esta noche, disfrazados,
                   junto al arroyo del monte,    
                   entre unos lentiscos altos
                   que están cerca de la fuente.
                   En hábito de villano   
                   se han de poner; y después
                   los tres vestidos compraron   
                   en mi aldea a un labrador,
                   y así he venido a buscaros
                   que si dais al Rey la vida,
                   os volverá a su palacio,
                   donde os veréis como un tiempo,  
                   favorecido y honrado.
    BERNARDO:      Mereciera tan lealtad
                   una estatua de alabastro.
                   Goces en paz largos días
                   el fruto de tus ganados.      
                   Preso estoy en esta casa
                   y, aunque obediente vasallo,
                   por dar la vida a mi Rey
                   he de romper su mandado.
                   Yo, amigo, me voy contigo,    
                   que para esos tres bastamos.
                   Yo, la verdad y justicia,
                   y algunos de mis crïados
                   en traje de labradores
                   será bien que nos pongamos  
                   donde al Rey, mi señor, demos
                   la vida que deseamos.
    VILLANO:       Ya el Rey a caza partía
                   cuando entraba yo.
    BERNARDO:                          Pues vamos,
                   no peligre el Rey don Pedro   
                   que guarde Dios muchos años.
    
    
    
    Vanse y salen don LOPE y la Infanta
    
    
    
    
    LOPE:             Si se halla la piedad
                   donde nace la nobleza,
                   mal puede haber en tu alteza
                   rigor, enojo y crueldad.      
                      Remedia desdichas tales,
                   si no por pedirlo yo,
                   por el tiempo que adoró
                   esos ojos celestiales.
                      Si don Bernardo ha caído 
                   por desdicha o desamor
                   del cielo de tu favor
                   al infierno de tu olvido,
                      ten, señora Infanta, de él
                   piedad y lástima tierna.         
                   No ha de ser su caída eterna
                   como fue la de Luzbel;
                      que arrepentimiento cabe
                   en tu pecho y humildad,
                   aplaca a su majestad          
                   con medio blando y süave.
                      Así tu hermosura viva
                   una edad, un siglo entero,
                   sin que del tiempo ligero
                   algún agravio reciba.       
    VIOLANTE:         ¿Cómo me ruegas así
                   y ajenas obras disculpas,
                   habiendo en ti propio culpas
                   no perdonadas por mí?
                      ¿Ya, don Lope, has olvidado     
                   la subida a mi aposento?
    LOPE:          De tan grave atrevimiento
                   el Amor me ha disculpado.
    VIOLANTE:         ¿Cómo te disculpa Amor?
    LOPE:          Como de él ha procedido          
                   el engaño que he tenido
                   de tanto precio y valor.
    
    
    
    Sale DOROTEA
    
    
    
    
    DOROTEA:          (Don Lope está con la Infanta,     Aparte
                   y aunque ha días que no puedo 
                   hablarle, no pierdo el miedo  
                   y los recelos de amanta.
                      De amor tratan, no quisiera
                   que la Infanta le estimase.
                   Porque adelante no pase,
                   hablaré de esta manera.          
    
    
    
    Tose DOROTEA
    
    
    
    
                      Él hace que no me ve,
                   en vano don mis desvelos.
                   Él disimula y mis celos
                   van creciendo con mi fe).
                      Don Lope, el Príncipe llama.  
    LOPE:          Dame, señora, licencia.
    
    
    
    Vase Don LOPE y le dice al pasar DOROTEA
    
     
    
    
    DOROTEA:       Nunca pruebes la paciencia
                   de tu amigo ni tu dama;
                      que es locura.
    VIOLANTE:                          ¿Qué decías
                   de paciencia y dama?
    DOROTEA:                             ¿Yo?    
                   Ninguna cosa.
    VIOLANTE:                     Eso no;
                   algo a don Lope reñías.
                      Dime, dime lo que pasa.
    DOROTEA:       Si va a decir la verdad,
                   él me tiene voluntad        
                   y así conmigo se casa,
                      queriendo el Rey, mi señor.
    VIOLANTE:      (Digo, Amor, que eres injusto.     Aparte
                   ¡Oh, Amor! ¿De tan mal gusto
                   me ibas inclinando amor?      
                      Porque ocupase el lugar
                   que en el casto pecho mío
                   dejó Cabrera vacío
                   le ha ayudado a levantar.
                      Hoy, don Lope, mis intentos     
                   es razón que se corrijan
                   y que sujeto no elijan
                   de tan bajos pensamientos).
                      En efecto, ¿te ha servido?
    DOROTEA:       Estimó las prendas mías        
                   aunque ya han pasado días
                   que hablarle no he podido.
    VIOLANTE:         Tu tercera pienso ser.
                   El vuelve y te dejo a solas.
                   (Las mujeres españolas    	Aparte    
                   son amigas de saber.
                      Aquí tengo de escuchar).
    
    
    
    Vuelve don LOPE y quédase escondida la
    Infanta
    
    
    
    
    LOPE:          El Príncipe no me llama.
    DOROTEA:       Quien ha perdido la dama,
                   ¿para qué vuelve a jugar?   
                      Traidor, la Infanta se fue;
                   bien pienso que a su hermosura
                   te ha inclinado tu locura
                   faltando a mi amor y fe.
                      ¿Cómo te vas descuidando 
                   de no verme a la ventana,
                   donde la fresca mañana
                   me suele hallar esperando?
                      ¿Cómo tus dulces papeles
                   son ya rudos para mí?       
                   Sola soy yo la que fui.
                   ¿No amas ya como amar sueles?
    LOPE:             Mucho estimas, Dorotea,
                   poder reñir tus engaños
                   si agora ha trescientos años     
                   eras linda o eras fea.
                      Si tu gravedad anciana
                   viste tocas y usa antojos,
                   ¿por qué pusiste los ojos
                   en mi juventud lozana?        
                      ¿Por qué a mi amor engañaste
                   y ser la Infanta fingiste
                   los días que me escribiste
                   y las noches que me hablaste?
                      Y ya que me has engañado 
                   a traición de esta manera,
                   ¿por qué quieres que te quiera
                   cuando estoy desengañado?
                      Las veces que me engañabas
                   la Infanta moraba en mí;         
                   tú eras su imagen y así
                   su gloria representabas. 
                      En ti mi amor no paraba,
                   porque mi fe no quería
                   el sujeto que tenía,        
                   sino aquél que imaginaba.
                      Porque de mí te has burlado
                   te maldicen mis razones,
                   y te doy más maldiciones
                   porque me has desengañado.  
                      Nunca, ¡oh, falsa!, me engañaras
                   en nombre de nuestro dueño,
                   o ya que me vi en tal sueño
                   nunca de él me despertaras.
                      Que así estaba mi fortuna     
                   dichosa, y a tiempo vengo,
                   que aquel mismo amor me tengo 
                   sin esperanza ninguna.
                      Por desengañarte así
                   de que no estaba engañado,  
                   entré una noche turbado
                   y en su cámara me vi.
                      Yo cometí tal error
                   por tu causa, si escarmientas,
                   trueca en ayunos y cuentas    
                   esos efectos de amor.
    DOROTEA:          Escucha, espera.
    LOPE:                              Un trabuco
                   quisiera esperar primero.
    DOROTEA:       Has andado muy grosero.
    LOPE:          Y tu seso muy caduco.         
    
    
    
    Vase don LOPE
    
    
    
    

    
    
      
    DOROTEA:          Que en desprecio y desdén para
                   el amor que éste vi.
    
    
    
    Sale la Infanta
    
    
    
    
    VIOLANTE:      Si fue la fiesta por mí,
                   pocas gracias a tu cara.
                      ¡De manera que en mi nombre     
                   has amado!  ¡Amor discreto,
                   a no haber sido secreto,
                   recatado y sabio el hombre!
                      ¡Qué bueno andaba mi honor!
                   ¿Hete dado yo poder           
                   para en mi nombre querer
                   a ninguno?  ¿Es pleito amor?
    DOROTEA:          Pleito ha sido para mí,
                   y con debida paciencia
                   esperaré la sentencia,      
                   pues ya condenada fui.
    VIOLANTE:         Caballero a quien yo he dado
                   los brazos y me ha querido
                   creyendo que suya he sido,
                   nació bien afortunado.      
                      Señales son que desea
                   Amor casarle conmigo,
                   sólo te doy en castigo
                   que le digas que me vea
                      después y a su voluntad  
                   con el semblante propicio.
    DOROTEA:       En eso me das oficio
                   no de mucha autoridad.
    
    
    
    Vanse DOROTEA y la Infanta y salen tres
    SOLDADOS
    
    
    
    
    SOLDADO 1:        Cuando sale a cazar el Rey don Pedro
                   a aqueste monte, casi viene solo,  
                   y de noche se va, y así podemos
                   con ánimo seguro y atrevido
                   tirarle alguna lanza o [algún] dardo;
                   que el conocer la tierra, estos vestidos
                   y el ser la noche oscura facilita  
                   el poder escapar nuestras personas.
    SOLDADO 2:     Heroica cosa será y agradecida
                   del Infante, alzaráse con el reino
                   y en premio nos dará títulos grandes.
    SOLDADO 1:     El puesto que tenemos elegido 
                   entre aquesos lentiscos de ese arroyo
                   me parece que está más a propósito
                   porque descansa el Rey algunas veces
                   a los márgenes verdes de las fuentes
                   que cerca de ellos nacen.
    SOLDADO 3:                              Yo no siento   
                   en aquesta ocasión salud ni fuerza
                   para poder huír.  O lo dejemos
                   para otro día o lo podéis vosotros
                   emprender.
    SOLDADO 1:               Una vez determinados,
                   no perdamos la ocasión si es buena.   
    SOLDADO 3:     Que yo podré esperar en esa aldea.
                   El suceso seguid de vuestra empresa.
    SOLDADO 2:     El secreto, Fabricio, encomendamos.
    SOLDADO 3:     Agravio es ése de mi noble pecho.
                   (Del intento que tuve me arrepiento. Aparte
                   Al Rey avisaré, porque se guarde
                   del temerario caso que se emprende).
    
    
    
    Vase el SOLDADO 3
    
    
    
    
    SOLDADO 2:     En efecto, los dos intentaremos
                   esta muerte del Rey.
    SOLDADO 1:                         Agora temo
                   el no querer Fabricio hallarse en ella. 
    SOLDADO 2:     No sea cosa de que avise al Rey.
                   Por sí o por no, esta vez no se ejecute
                   la atrevida intención de nuestros ánimos.
    SOLDADO 1:     Bien dices.
    
    
    
    Salen don BERNARDO, el VILLANO y LÁZARO,
    vestidos de labradores
    
    
    
    
    VILLANO:                   Hoy, famoso don Bernardo,   
                   al Rey darás la vida y bueno fuera    
                   que trajeras más gente.
    BERNARDO:                             Vengo armado
                   debajo del sayal.
    LÁZARO:                            Y yo aforrado
                   con dos azumbres, que de pelo fuerte
                   sirven contra la sed, que ésa es mi muerte.
    VILLANO:       Esos que hablando están no son villanos,   
                   y sospecho que son los dos traidores
                   que el puesto reconocen.
    BERNARDO:                               Los lentiscos
                   del arroyuelo, ¿cuáles son?
    VILLANO:                                     Aquéllos,
                   y allí se han de poner junto a la fuente
                   donde descansa el Rey algunas veces.    
    BERNARDO:      Un poco más arriba he de esconderme,
                   que el Rey está cazando y anochece.
                   A tus canas y edad no se permite
                   ponerse en el peligro.  Adiós te queda.
    LÁZARO:        Di, señor, ¿no es mejor que al Rey se avise          
                   y que él se guarde?
    BERNARDO:                          No, que así no puedo
                   obligarle tan bien como con esto,
                   y así conoceré si está en peligro
                   y a faltar el remedio avisaremos.
    VILLANO:       Suceda todo bien.
    
    
    
    Vase el VILLANO
    
    
    
    
    BERNARDO:                          Quiéralo el cielo.     
    SOLDADO 1:     De Fabricio, en efecto, me recelo.
    SOLDADO 2:     Volvámonos agora, que otro día
                   mejor conoceremos nuestra empresa.
    SOLDADO 1:     Buenos hombre, ¿el Rey está ya cerca?
    LÁZARO:        Cazando está en la falda de este monte.    
    
    
    
    Vanse los dos SOLDADOS
    
    
    
    
    BERNARDO:      Sin duda que éstos son.  Déme Fortuna
                   la mano esta vez.  Lázaro, entremos
                   en los lentiscos.
    LÁZARO:                            Caminar no puedo,
                   y a fe que es gran señal.
    BERNARDO:                               ¿De qué?
    LÁZARO:                                           De miedo.
    
    
    
    Vanse don BERNARDO y LÁZARO y salen el REY y
    el Conde de RIBAGORZA y ellos quédanse entre los ramos
    
    
    
    
    RIBAGORZA:     Honradamente derribaste al gamo.   
    REY:           A hurto le tiré.
    RIBAGORZA:                    Es sabroso tiro.
                   ¿Piensa tu majestad pasar la noche
                   en la casa del monte?
    REY:                                Sí, quisiera.
                   Lleguemos a la fuente que aprisiona
                   con lazos de cristal esos lentiscos,    
                   a pesar de los tiempos, siempre verdes,
                   y allí esperar podremos los monteros.
    
    
    
    Sale un MONTERO con una carta
    
    
    
    
    MONTERO:       A toda diligencia llegó un hombre
                   de Navarra con ésta.
    REY:                               El Rey me escribe:
                   "En vuestro reino está quien daros quiere, 
                   primo, la muerte.  No salgáis a caza.
                   El Rey".
    RIBAGORZA:             ¡Breves razones!
    REY:                                   ¡Y espantosas!
    
    
    
    Sale el SOLDADO 3
    
    
    
    
    SOLDADO 3:        ¡Rey don Pedro, Rey don Pedro!
                   Que guarde Dios muchos días
                   el que llaman del Puñal,         
                   Rey de Valencia y Sicilia.
                   No duermen tus enemigos
                   cuando estás en montería.
                   Si a la fuente llegas solo
                   en peligro está tu vida.         
                   Entre esos verdes lentiscos
                   están dos que solicitan.
                   para el Infante don Carlos,
                   ser traidores y homicidas,
                   en hábito de villanos       
                   que el traje al ánimo imita.
    REY:           ¿Quién eres, ángel u hombre?
                   ¿Quién eres tú que me avisas?
    SOLDADO 3:     Rey, en aquesta ocasión
                   me importa que no lo diga.    
                   Toma esta banda y después
                   lo sabrás cuando la pida.
    REY:           Haréte entonces mercedes.
    
    
    
    Vase el SOLDADO 3 y salen los MONTEROS
    
    
    
    
    CONDE:         Señor, por tu causa mira,
                   que algún enemigo tienes         
                   que sirve a Carlos de espía.
                   Los monteros han llegado,
                   manda que todos embistan
                   contra los dos que te aguardan.
    REY:           Los que matarme querían          
                   están entre esos lentiscos;
                   buscadlos luego, aunque el día
                   se ausenta de todo punto.
    TODOS:         ¡Mueran!
    RIBAGORZA:               Tú has tenido dicha.
    
    
    
    Acometen y salen don BERNARDO y LÁZARO
    
    
    
    
    BERNARDO:      Voces oigo y dicen "¡Mueran!" 
                   Estos son y el Rey peligra.
                   Los cielos le favorezcan.
    TODOS:         ¡Mueran!
    BERNARDO:                Esta alevosía
                   ha de ser en vuestro daño.
                   No morirán si no quitan          
                   del pecho el alma a Cabrera.
    RIBAGORZA:     ¡Dios me valga!  ¿A quién no admira,
                   gran señor, este suceso?
                   ¿No es aquélla la voz misma
                   de don Bernardo?
    REY:                          ¿Es Cabrera?   
    BERNARDO:      Sí, soy.
    REY:                     ¡Quitadle la vida!
                   ¡Muera el traidor que desea
                   mi muerte!
    LÁZARO:                  (Nueva desdicha       Aparte
                   pienso que ha de ser aquésta).
    REY:           ¡Prendedle o muera!
    BERNARDO:                          Rendida   
                   tienes, gran señor, mi espada;
                   pero advierte que quería...
    REY:           ¡Calla, loco!  ¿Osas hablar?
                   No le prendáis si porfía
                   a resistirse.  ¡Matadle!      
    BERNARDO:      ¿Quién hay que a su Rey resista?
    MONTERO:       Con el villano vestido
                   armas encubre.
    REY:                          Venía
                   prevenido el temerario.
    BERNARDO:      Por tu bien.
    REY:                       ¡Calla!  No digas 
                   en mi presencia palabra.
                   Tu propia cas tenías
                   por cárcel, y esto merece
                   quien la pública te quita.
                   Preso le llevad.
    BERNARDO:                       Señor,...  
    REY:           ¿Es posible que replicas?
    BERNARDO:      Denme los cielos paciencia
                   en tan profundas desdichas.
    
    
    
    Llévanle
    
    
    
    
    REY:           ¿Quién creyera tal suceso?
                   De suerte me maravilla        
                   que la amistad de Cabrera
                   se me ha convertido en ira.
                   Cuando aquéste me matara
                   mi muerte era merecida,
                   pues que yo no se la di       
                   cuando le escribió el traidor.
                   Los dos mi muerte querían.
                   Vencióme amor y callé.
                   Ya da voces la justicia
                   y si el Rey no castigara      
                   al delincuente, anima
                   al poderoso.  Tres Pedros
                   crüeles desde hoy se digan.
    
    
    
    Vanse el REY y el Conde de RIBAGORZA
    
    
    
    
    LÁZARO:        Ya se han ido a lo que entiendo
                   pues que Lázaro respira.         
                   No revuelve los humores
                   la purga de una botica
                   tan aprisa como un miedo.
                   ¡En batalla andan mis tripas!
                   ¡Plegue a Dios no esté cazado    
                   como pájaro en la liga!
                   Yo me escapé lindamente,
                   pero escondíme en ortigas
                   y así me han disciplinado
                   cara y manos.  ¿Qué desdichas    
                   quedan y a que sucedernos?
                   Mil estrellas enemigas
                   tiene Cabrera; sin duda
                   que son las siete Cabrillas.
                   ¡Bien ha librado mi amo!      
                   A librar al Rey venía
                   y el Rey piensa que a matarle.
                   Paréceme que repican.
                   Guardar quiero mi pellejo,
                   no me lo pesquen e hinchan    
                   de paja como a lagarto.
                   ¡Más vale ser cuba viva!
    
    
    
    Vase LÁZARO y salen don LOPE y DOROTEA
    
    
    
    
    DOROTEA:          La Infanta quiere hablarte
                   esta noche y me mandó       
                   que te avisase.
    LOPE:                         Pues yo,
                   crédito no quiero darte.
                      Bástame ya, Dorotea,
                   lo de las noches pasadas;
                   tras de burlas tan pesadas,   
                   ¿quién ha de haber que te crea?
                      ¡La Infanta de noche a mí!
                   Bien sé que no puede ser.
    DOROTEA:       Mira que te quiere ver.
    LOPE:          ¿Díceslo de veras?
    DOROTEA:                           Sí.          
                      Considera que has vencido
                   el mucho amor de mi pecho,
                   pues que con celos deshecho
                   visita ajena te pido.
    LOPE:             Harás que te estime y quiera, 
                   que en el arpa del Amor
                   a veces tienen valor
                   igual la prima y tercera.
                      Y así por hijo me ganas
                   pues pareciera muy mal        
                   que yo, sin ser Anibal
                   entre en batalla de canas.
                      Que haré lo que mandas digo
                   pues obedecerla es ley.
    DOROTEA:       (Yo me vengaré, y al Rey   	Aparte   
                   porque me case contigo,
                      le diré que eres mi amante.
                   Pues me has llamado tercera,
                   yo te ganaré a primera.
                   Y a fe que ha de ser pasante).     
    
    
    
    Vase DOROTEA
    
    
    
    
    LOPE:             Dame, Ocasión, tu copete
                   si así mi bien te desvelas.
                   ¡Hola!
    
    
    
    Sale ROBERTO
    
    
    
    
    ROBERTO:              ¿Señor?
    LOPE:                         Poned velas
                   encima de aquel bufete.
    
    
    
    Sáquelas y sale LEONORA
    
    
    
    
    LEONORA:          Don Lope, ilustre y gallardo,   
                   que hoy eres a tu pesar
                   Almirante de la Mar
                   porque lo que don Bernardo,
                      movida a lástima estoy
                   de ver cómo el Rey le impuna,    
                   de cuya adversa fortuna
                   sospecho que parte soy.
                      El Rey me casó con él
                   y después, arrepentido,
                   de modo le ha perseguido      
                   que le llaman "el crüel".
                      Yo en aquella inclinación
                   que le tuve persevero.
                   Fue señor, es ya escudero
                   y una es siempre mi afición.     
                      Dile que si ha menester
                   mi hacienda, que me la pida,
                   que le ofrezco honor y vida.
    LOPE:          Eres varonil mujer.
    
    
    
    Salen el REY, vestido de caza son una carta en las
    manos, el SECRETARIO, el Conde de RIBAGORZA, el Conde de
    TRASTAMARA y don RAMÓN
    
    
    
    
    REY:              Don Lope, un emperador,    
                   cuando colérico estaba,
                   a un espejo se miraba
                   para templar su rigor.
                      Yo, que sin pasión alguna
                   con justa razón me aíro,       
                   si a un espejo no me miro
                   quiero mirarme en tu luna.
                      El monte y la caza dejo,
                   la causa saberla puedes;
                   pero el hacerte mercedes      
                   hoy me servirá de espejo.
                      De Alejandro se decía
                   que al tiempo que sentenciaba
                   a aquél que culpado estaba
                   a otro mercedes hacía.      
                      Seguir quiero el orden suyo
                   en favor de tu fortuna;
                   Donde te hago de Luna,
                   tu solar te restituyo.
    LOPE:             Besaré tus reales pies   
                   por esta merced; mas temo,
                   gran señor, que el otro extremo
                   también en mi daño es.
                      Las merced que me haces
                   grandes son; mas viene junto  
                   mi mal, porque al mismo punto
                   a don Bernardo deshaces.
    REY:              Tu enemigo fue y calló
                   el autor de tus hazañas.
    LOPE:          Señor, si te desengañas,       
                   sabrás que lo quise yo;
                      no le llames mi enemigo.
    REY:           Eslo mío, y con razón,
                   pues de su misma traición
                   yo mismo he sido testigo.     
                      ¡Ah, don Urgel!
    SECRETARIO:                        ¿Señor?
    REY:                                        Hoy 
                   notificas a Cabrera
                   sus cargos, y luego muera:
                   solas dos horas le doy.
                      Determino que no es bien,  
                   viendo yo mismo sus culpas,
                   ver descargos ni disculpas.
    
    
    
    Dale el papel
    
    
    
    
    LOPE:          Señor, el brazo detén
                      de tu rigor, considera
                   que estos contrarios extremos 
                   son mi muerte, pues tenemos
                   sola un alma yo y Cabrera.
                      Trocarnos las manos puedes;
                   pues uno somos.  Advierte
                   que puedes darme su muerte    
                   y a él hacerle mil mercedes.
    REY:              (Haráse culpado).     	Aparte
                                       Calla,
                   tal no pidas.
    LEONORA:                      Rey famoso,
                   así vencedor dichoso
                   salgas de cualquier batalla,  
                      que adviertas que me otorgaste
                   casarme con él, y puedo
                   pues que casi viuda quedo,
                   suplicarte ya que baste
                      tu rigor.
    REY:                        Leonor, marido   
                   tendrás de tal condición 
                   que dé reyes a Aragón:
                   bien sabes si te he querido.
                      Daros un ejemplo quiero,
                   aunque me llamen por él          
                   mis enemigos crüel,
                   mis amigos justiciero.
                      Haz eso que te he mandado.
    LEONORA:       ¡Gran señor!
    LOPE:                      ¡Señor, no muera!
    LEONORA:       ¡Ah, desdichado Cabrera!      
    
    
    
    Vase doña LEONORA
    
    
    
    
    LOPE:          Di, don Lope desdichado.
                      Muera yo, que es más razón,
                   aunque ya mis ojos dan
                   tantas lágrimas que están 
                   distilando el corazón.      
                      Yo di la muerte a Leonido,
                   démela tu majestad.
    REY:           (La fuerza de la amistad      	Aparte
                   a decirlo le ha movido).
    SECRETARIO:       Ya su vivir es violento    
                   y él mismo creo que viene
                   a su muerte, como tiene
                   por cárcel este aposento.
    
    
    
    Sale don BERNARDO con una cadena al pie
    
    
    
    
    BERNARDO:         El que la prisión süave
                   de las religiones deja,       
                   necio está cuando se queja
                   de cadena y cárcel grave.
    SECRETARIO:       ¡Ah, mi señor don bernardo!
    BERNARDO:      ¿Quién me llama?
    SECRETARIO:                   Don Urgel.
    BERNARDO:      Allí el Rey, vos con papel, 
                   ¡qué malas nuevas aguardo!
    SECRETARIO:       Yo, señor, en años largos
                   dichoso os quisiera ver.
    BERNARDO:      Presto venís a leer
                   mi sentencia.
    SECRETARIO:                   Estos son cargos.   
    
    
    
    Cargos
    
    
    
    
                       Primeramente resulta estar culpado don 
    		Bernardo de Cabrera en no haber agradecido 
    		a su majestad el haberle hecho Conde de Val, 
    		Almirante de la Mar, con los demás títulos, 
    		ni el tenerle escogido para esposo de la
    		serenísima Infanta, hermana suya. 
    		   Item:  se le hace cargo de la muerte de
    		Leonido, músico de la cámara.  
    		   Item:  el no haber manifestado las hazañas de 
    		don Lope de Luna para que su majestad las
    		premiase.  
    		   Item:  su gravísima culpa en haberse carteado con 
    		el Príncipe don Carlos, ofreciéndole haría 
    		lo que mandase y el haber salido de la prisión 
    		en que estaba a dar muerte al Rey, como de hecho lo 
    		hiciera si su majestad no estuviera avisado. 
    		   Notifícasele que se le darán dos horas de 
    		término para vivir y confesar.
    
    
    BERNARDO:         Juro al Rey más verdadero,
                   dador de divina ley
                   que muero sin culpa.  Rey, 
                   mira que sin culpa muero.
                      Ingrato jamás he sido,   
                   Rey, ni a don Lope encubrí
                   hazañas, su amigo fui,
                   ni di la muerte a Leonido.
    
    
    
    Vase el REY
    
    
    
    
                      Matarle fuera locura
                   pero muerto le hallé        
                   y a la iglesia le llevé
                   para darle sepultura.
                      Al Infante sí escribí
                   pero escribí de manera
    
    
    
    Vase el Conde de RIBAGROZA
    
    
    
    
                   que cuando mi Rey lo viera    
                   no se quejara de mí. 
                      De mi casa, estando preso,
                   salí porque me decían
                   que darte muerte querían
                   y la quebrantó por eso      
                      mi conocida lealtad;
                   y así a este proceso largo
                   sólo esto doy por descargo.
                   Ampare Dios mi verdad.
    
    
    
    Vanse todos y haya un retrato del Rey sobre un
    bufete y tómalo en la mano y diga lo siguiente
    
    
    
    
                      Solo y triste me han dejado;    
                   mal me podré disculpar
                   que nadie quiere escuchar
                   las quejas de un desdichado.
                      Pero vos a tanto mal
                   estaréis atento un rato;         
                   quejarme quiero al retrato,
                   pues huyó el original.
                      Señor, mi causa no oída,
                   no me deis la muerte vos
                   y pareceréis a Dios              
                   que es el dador de la vida.
                      Acordaos de la batalla
                   en que a Génova vencí;
                   mas ya me decís que sí,
                   porque otorga aquel que calla.     
                      Pues sois luz, Rey español,
                   ved mi inocencia con ella;
                   pero el Rey es luz de estrella,
                   sólo Dios es luz del sol.
                      Si poca luz podéis dar   
                   en esta verdad oscura,
                   siendo sombra la pintura,
                   ¿cómo la podrá alumbrar?
                      ¡Plegue al cielo que tan alta
                   tengáis la dicha real       
                   que este vasallo leal
                   nunca llegue a haceros falta!
                      No deshagáis los privados
                   porque hay culpas aparentes,
                   enemistad en las gentes       
                   y desdicha en los privados.
                      Mirad si soy desdichado,
                   pues con el mal que hoy recibo,
                   para el cargo os hallo vivo,
                   para el descargo pintado.     
                      Cerca está el fin, aunque ausente
                   de mis infelices casos,
                   porque las honras son pasos
                   que damos para la muerte.
                      Y siendo así, en mi jornada   
                   pocos hay que darse puedan
                   pues solos dos pasos quedan
                   para entrar en la posada.
                      ¡Yo, señor, vuestro homicida!
                   ¡Yo traidor!  ¿Cómo no veis 
                   que sólo porque queréis
                   huelgo de daros mi vida?
                      Y si ya dueño no soy
                   de esta vida que quitáis,
                   las dos horas que me dais     
                   para vivir, os las doy.
                      Corten luego mi cabeza,
                   ponedlas a vuestros días,
                   que en eternas monarquías
                   vivirá vuestra grandeza.         
    
    
    
    Sale don LOPE de negro
    
    
    
    
    

    
      
    LOPE:             ¡Oh, amigo!
    BERNARDO:                     ¡Luz y alma buena
                   de este cuerpo y de esa Luna!
                   ¿Quién duda que andas en pena
                   y que mi adversa fortuna
                   a ese eclipse te condena?     
                      Ya, amigo, ha llegado el día
                   en que la desdicha mía
                   tiene fin, y porque sientas
                   como propias mis afrentas,
                   que muero inocente fía.          
                      Hoy usa el Rey de Aragón
                   de leonero la invención,
                   que delante el león que ata
                   castiga una perro y le mata
                   para que tema el león.      
                      Tú eres, don Lope de Luna,
                   león; yo, en miserias bajas,
                   perro soy sin duda alguna,
                   pues vivo de las migajas
                   de tu próspera fortuna.          
                      En la lealtad perro fui;
                   siempre amé, siempre seguí
                   a mi dueño, y de esta suerte
                   me matan porque mi muerte
                   te sirva de ejemplo a ti.     
                      Teme, amigo, la grandeza,
                   que son las honras violentas, 
                   y en los hados no hay firmeza;
                   dichoso tú que escarmientas
                   en una ajena cabeza.          
                      Sueño es la vida pasada;
                   la fortuna imaginada;
                   la presente no es segura
                   y así el morir es ventura
                   porque la vida no es nada.    
                      Sombra fue desvanecida
                   mi ventura, y fue una flor
                   marchita un tiempo, y cogida
                   fue un relámpago, un vapor,
                   y aquesto mismo es la vida.   
                      Mi padre y mi hijo, entiendo
                   que vienen ya, descuidados
                   del mal que estoy padeciendo.
                   Tenlos por encomendados
                   y a Dios el alma encomiendo.  
    LOPE:             ¡Oh, amigo!
    
    
    
    Abrázanse
    
    
    
    
    BERNARDO:                     No digas más,
                   harto has dicho.
    LOPE:                         ¿Que a la muerte
                   vas?
    BERNARDO:            Que sin mí estarás.
    LOPE:          ¿Que más no tengo de verte?
    BERNARDO:      Que te dejo.
    
    
    
    Vase don BERNARDO
    
    
    
    
    LOPE:                       ¿Que te vas?     
    
                
                      Mis lágrimas al encuentro
                   saldrán de tanta pasión,
                   y si de sangre no son,
                   no salgan, quédense dentro.
                      Vida, si en esto que veis  
                   el sentimiento no os mata,
                   diré que sois vida ingrata,
                   villana vida seréis.
                      Vos, corazón, si deshecho
                   no estáis, muriendo Cabrera,     
                   diré que sois una fiera
                   y os sacaré de mi pecho.
                      Alma, si con mucha fe
                   no sentís aqueste mal,
                   no os llamaré racional,          
                   alma de bruto os diré.
                      Ojos, que mirando estáis
                   penas que ablandan los riscos,
                   ojos sois de basiliscos
                   pues llorando no cegáis.         
                      Aliento, yo sé deciros
                   que os llamaré de león
                   si en cada respiración
                   no dais perpetuos suspiros.
                      Y vos, seso, mucho o poco, 
                   si en esta ocasión no os pierdo,
                   no podré llamaros cuerdo,
                   que es locura el no estar loco.
                      Sentid, pues, que vuestro oficio
                   ya es perpetua confusión,   
                   alma, vida y corazón,
                   ojos aliento y jüicio.
                      Ya viene llorando el alba
                   esta muerte de Cabrera;
                   ya el sol, que el alba espera,     
                   con rayos hace la salva.
                      Yo di la muerte a Leonido;
                   yo merezco, gran señor,
                   aquesta muerte mejor;
                   justicia de mí te pido.          
    
    
    
    Vase don LOPE y sale el VILLANO
    
    
    
    
    VILLANO:          Los rayos del sol venidos
                   dejan sus sueños süaves,
                   cumbres, peces, sierras, aves,
                   casa, cuevas, hojas, nidos.
                      Con las lágrimas doradas 
                   del alba, en hierbas distintas,
                   ya parecen verdes cintas
                   del blanco aljófar bordadas.
                      Del sol, que a vivir ayuda,
                   los rayos se nos ofrecen      
                   que entre las nubes parecen
                   madejas de seda cruda.
                      Bien he hecho en madrugar
                   por saber de qué manera
                   don Bernardo de Cabrera       
                   su dueño pudo librar.
    
    
    
    Salen don SANCHO, padre de don BERNARDO, y
    GARCÍA, su hijo
    
    
    
    
    SANCHO:           Esta que miras, García,
                   es Zaragoza la bella;
                   don Bernardo vive en ella,
                   padre tuyo y alma mía.      
                      Días ha que me escribió
                   que te trujese a gozar
                   de la merced singular
                   que siempre en el Rey halló.
                      Yo hasta agora no he querido    
                   con mi edad y tu niñez
                   ver la corte, que una vez
                   su confusión he hüido.
                      Pero ya que eres mayor
                   y a nuestro Rey servir puedes,     
                   bien es que a tantas mercedes
                   te ofrezcas lleno de amor.
    GARCÍA:           Dígame, señor abuelo,
                   ¿cómo ha días que no escribe
                   mi padre ni nos recibe        
                   nadie en su nombre?
    SANCHO:                            Recelo
                      que debe de sospechar
                   que caminamos a espacio.
    GARCÍA:        Vaya Ricardo a palacio.
    SANCHO:        Por fuerza habré de avisar. 
    GARCÍA:           Voces oigo.
    SANCHO:                       Y mucha gente
                   entre tantas voces llora.
                   ¿Qué es esto?
    VILLANO:                      Sabráse agora,
                   que vienen hacia la puente.
    
    
    
    Salen el TAMBOR tocando y un VERDUGO trae en la
    mano una cabeza y en la otra mano un palo
    
    
    
    
    TAMBOR:           Este pago da la ley        
                   a la soberbia cabeza 
                   que por verse en mucha alteza
                   quiso matar a su Rey.
                      Ponerla de esta manera
                   manda el Rey, nuestro señor.     
    SANCHO:        ¿Quién ha sido este traidor?
    TAMBOR:        Don Bernardo de Cabrera.
    SANCHO:           ¿Quién dices?
    TAMBOR:                         El Almirante
                   que fue de la Mar.
    SANCHO:                           ¿Qué vida
                   le queda a un alma afligida   
                   en desdicha semejante?
                      ¡Ay, infelice de mí!
    
    
    
    Desmáyase don SANCHO en los brazos del
    VILLANO
    
    
    
    
    VILLANO:       El viejo se ha desmayado.
    GARCÍA:        ¡Padre, padre desdichado!
                   ¿Cómo os vengo a ver así? 
                      Nunca pude presumir
                   oyendo vuestro grandeza
                   que sola vuestra cabeza 
                   nos saliera a recibir.
                      El mundo famoso os llama   
                   y el cuerpo os ha dividido
                   para que estéis extendido
                   tanto como vuestra fama.
                      Con sangre dicen que vio
                   de enemigo suyo un ciego,     
                   dichoso seré si ciego
                   con la de mi padre yo.
                      Dejas que llegue a mis ojos
                   la sangre que el ser me ha dado,
                   pues que yo no la he llorado  
                   en tan funestos despojos.
    SANCHO:           ¿Por qué fáciles desmayos,
                   fuerte corazón, os vienen?
                   Pero las desdichas tienen
                   la calidad de los rayos.      
                      En el corazón más fuerte
                   hace mayor impresión;
                   ánimo, pues, corazón,
                   que hay mayor mal que la muerte.
                      Dadme ese cuello no enjuto 
                   pues soy tronco desdichado
                   de ese ramo desgajado
                   con el peso de su fruto.
                      Ese tronco es mi regalo;
                   tronco soy, viejo y deshecho, 
                   clavádmele en este pecho,
                   yo estaré en lugar del palo.
                      Cabeza, llegad a mí,
                   que en mi sangre estáis teñida
                   y quizá os daré la vida        
                   como otra vez os la di.
                      Hijo, viendo tu grandeza,
                   temí te habías de ver
                   donde pudieses caer
                   y quebrarte la cabeza.        
                      Mi consejo principal
                   fue que no apeteciese
                   estado que si cayese
                   no te hiciese mucho mal.
                      No le tomaste, subiste,    
                   tu ventura se cansó,
                   y así he venido a ser yo
                   el centro dende volviste.
                      Viéndote aprisa ensalzar,
                   dijo un amigo que tuve,       
                   "¿Veis la prisa con que sube?
                   Pues con más ha de bajar".
                      Porque la privanza es coso,
                   toro la envidia, el privado
                   le corre, y le ha derribado   
                   muchas veces, que es furioso.
                      ¡Cuánto mejor te estuviera
                   contentarte con tu estado!
                   Caballero eras honrado;
                   sangre te di de Cabrera;      
                      pretendiste tu locura
                   que fue subir y caer,
                   y ya voy a pretender
                   que el Rey te dé sepultura.
    
    
    
    Vanse don SANCHO y GARCÍA
    
    
    
    
    VILLANO:          Su padre y su hijo son.    
                   ¡Qué espectáculo tan triste!
                   Ninguna culpa tuviste,
                   corona y pies de Aragón.
                      Voces al Rey pienso dar,
                   [.....           -ente];      
                   pues llora toda la gente.
                   ¡Ojos, bien podéis llorar!
    
    
    
    Vanse todos.  Salen el REY, el conde de TRASTAMARA,
    la Infanta, doña LEONORA y el Conde de RIBAGORZA
    
    
    
    
    RIBAGORZA:        Prometo a tu majestad
                   que dicen [ya] tantas lástimas
                   los huérfanos en las calles 
                   y las viudas en sus casas,
                   en hospital los enfermos
                   y los pobres en las plazas,
                   que a las entrañas más duras
                   mueven a piedad y ablandan.   
                   Mucho, señor, se ha sentido
                   de don Bernardo la falta,
                   mucho su muerte se llora,
                   mucho tu justicia espanta.
    REY:           Yo mismo su muerte lloro.     
                   Quísele como a mi alma;
                   fue el más famoso soldado
                   que vieron Grecia e Italia.
                   Del gran Trajano se dice
                   que tiernamente lloraba
                   cuando a alguno daba muerte,
                   ¿qué mucho si esto me pasa?
                   Pero fue justicia hacerlo.
    LEONORA:       Y si crüel te llamaban,
                   ya, ¿qué dirán?
    REY:                           Justiciero.   
    
    
    
    Sale el SECRETARIO con una carta
    
    
    
    
    SECRETARIO:    El Gobernador de Jaca
                   tiene preso al secretario
                   del Infante, que a Navarra
                   iba de aquí disfrazado,
                   y le ha quitado esta carta.   
    REY:           ¡Si es la que le vi escribir
                   a don Bernardo!  ¡Ella es!  Basta
                   que no ha llegado a sus manos.
                   De su letra está firmada.
    
    
    
    Léela
    
    
    
    
                   "De que me escribas así          
                   tan corrido estoy que helada
                   está mi lengua de ver
                   que mi gran lealtad infamas.
                   Si sabes que bien reinó
                   el Rey, mi señor, y es causa     
                   tan piadosa el perdonar
                   volver procura a su gracia
                   y entonces te serviré
                   con la vida y con la espada.
                   Hazlo, Infante, de esta suerte,    
                   y a fe que mucho te valga.
                   Don Bernardo de Cabrera".
                   ¡Éstas fueron las palabras
                   que le oí!  ¡Válgame Dios,
                   cuántos engaños se hallan 
                   en el hombre!
    
    
    
    Sale el SOLDADO 3
    
    
    
    
    SOLDADO 3:                    Rey famoso,
                   a pedir vengo una banda
                   que anoche te di en el monte.
    REY:           ¿Eres tú el que me avisabas
                   que darme muerte querían?   
    SOLDADO 3:     Sí, señor.
    REY:                ¿Quién procuraba,
                   amigo, darme la muerte?
    SOLDADO 3:     Dos soldados que envïaba
                   tu hermano.
    REY:                       ¿No fue Cabrera?
    SOLDADO 3:     No, señor.
    REY:                     ¡Qué gran desgracia!   
    SOLDADO 3:     Yo confieso que a lo mismo
                   vine también de Navarra,
                   diciéndoles que a lo propio
                   por avisar a tu sacra
                   majestad.
    REY:                     ¡Válgame el cielo!     
                   ¡Qué desdichas tan extrañas!
    VIOLANTE:      Pues, ¿cómo pudo Cabrera,
                   en el disfraz y las armas,
                   hallarse allí en aquel punto?
    RIBAGORZA:     ¡Qué confusión!
    TRASTAMARA:                   ¡Qué mudanza!     
    
    
    
    Salen don SANCHO, GARCÍA y el VILLANO
    
    
    
    
    SANCHO:        Invicto Rey de Aragón,
                   a tus pies tienes postrada
                   del desdichado Almirante
                   la sucesión y la casa.
                   Padre e hijo somos suyos,     
                   entre nosotros se halla
                   la vida que le quitaste;
                   ya murió, su honor ampara.
                   Un testigo te traemos
                   de su amor.  Amigo, habla.    
                   Di lo que anoche pasó.
    VILLANO:       Darte la muerte trazaban
                   en el prado del arroyo,
                   dos noches ha, tres que estaban
                   descuidados de que yo         
                   los oía, y como amaba
                   a don Bernardo, avisélo
                   porque volviese a tu gracia.
                   Tres vestidos de villanos
                   le compraron a Menalca,       
                   un labrador de mi aldea
                   y en efecto concertaban
                   que junto a la clara fuente,
                   cuando el Rey saliese a caza,
                   le matarían.  Cabrera,      
                   con mi sayo y con mis armas
                   se metió entre los lentiscos.
    SOLDADO 3:     Buenas señas da.  Así pasa.
    REY:           ¡Mal haya el rey que a las culpas
                   crédito da sin mirarlas          
                   con atención y cuidado
                   extraordinario!  ¡Mal haya
                   el que deshace su hechura
                   fácilmente, pues se engañan
                   los ojos del rey a veces,     
                   y hay informaciones falsas!
                   Miren los reyes primero
                   a quién favorecen y aman
                   y después tengan firmeza.
                   Sus hechuras no deshagan      
                   sin mucha causa.  ¡Ay de mí!
                   Llamen crüel a quien mata
                   sus amigos de este modo.
                   ¡Oh, tragedia desdichada!
    
    
    
    Saquen dos SOLDADOS a LÁZARO atado
    
    
    
    
    SOLDADO 1:     Este es aquél que huyó         
                   cuando con Cabrera estaba
                   anoche, y preso le traen
                   los monteros de tu casa.
    REY:           Suéltale de esas prisiones
                   y las manos desenlaza,        
                   que sirvieron aquel ángel
                   que lo ha sido de mi guarda.
                   Lleguen, don Sancho y García,
                   ¿cómo, cómo no me abrazan?
                   Pero bien hacéis, hüid      
                   de persona tan ingrata.
    LÁZARO:        Gran señor, ¿podréme ir?
    REY:           No, que quiero que en mi casa
                   viváis con honrado oficio.
    LÁZARO:        ¡Ea!  Es burla.
    REY:                          Bien te espantas    
                   de ver piadoso a un crüel.
                   Don Sancho, mis reinos manda;
                   los oficios de tu hijo
                   te doy, hónrenme tus canas.
                   Con grande pompa se entierre  
                   mi don Bernardo.  Sean hachas
                   y lámparas las estrellas;
                   túmulo el cielo y basas 
                   los montes, luto la noche,
                   llanto el mar con toda el agua.    
                   A García sus estados
                   restituyo, y a la Fama
                   la honra del mejor hombre
                   que celebró con sus alas.
    
    
    
    Sale don LOPE con un capuz de luto
    
    
    
    
    LOPE:          Gran señor, dame la muerte  
                   [más] en mí las culpas se hallan
                   que en don Bernardo, mi amigo
                   Yo di muerte, aunque con causa,
                   a Leonido.  Desmintióme.
                   Testigo de esto es la Infanta;     
                   yo también, como atrevido,
                   subí una noche a su cuadra;
                   ella diga si merezco
                   esta muerte.  Ya me cansa
                   la vida, muerto mi amigo.     
    REY:           Tienes nobles las entrañas,
                   y si a Cabrera pensé
                   Dar por esposo a mi hermana,
                   a quien es otro Cabrera
                   se la he de dar.  Bella Infanta,   
                   con don Lope desposada,
                   te doy en dote y arras
                   a Segorbe.
    VIOLANTE:                Haré tu gusto.
    LOPE:          Que viva dos veces mandas.
    REY:           Yo con Leonor me desposo.     
                   La casa de Trastamara
                   reyes dará a Aragón.
    LEONORA:       Con tanta merced honrada...
    TRASTAMARA:    Viva un siglo tu persona.
    DOROTEA:       Así se quedan burladas      
                   las que quieren ser Raqueles
                   cuando son Lías y Saras.         
    REY:           Ya la inocente tragedia
                   aquí, senado, se acaba
                   y así Lisardo suplica       
                   perdonéis sus muchas faltas.
    
    
    
    

    FIN