La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

 

 

UN SILBIDO

El entusiasmo caldeaba el teatro. ¡Qué début! ¡Qué Lohengrin! ¡Qué tiple aquella!
Sobre el rojo de las butacas destacábanse en el patio las cabezas descubiertas o las torres de lazos, flores y tules, inmóviles, sin que las aproximara el cuchicheo ni el fastidio; en los palcos, silencio absoluto; nada de tertulias y conversaciones a med En aquel entusiasmo tomaba no poca parte el patriotismo satisfecho. La tiple era española: la López; sólo que ahora se anunciaba con el apellido de su esposo, el tenor Franchetti; un gran artista que, casándose con ella, la había hecho ascender a la categ Al relatar su ensueño ante el emperador y su Corte, cantó con expresión tan vigorosa y dulce, los brazos caídos y la extática mirada en lo alto, como si viese llegar montado en una nube al misterioso paladín, que el público no pudo contenerse ya, y como l La modestia y la gracia con que saludaba enardecieron aún más al público. ¡Qué mujer! Una verdadera señora; y en cuanto a buenos sentimientos, todos recordaban detalles de su biografía. Aquel padre anciano, al que todos los meses enviaba una pensión para Aquello era conmovedor. Algunas señoras se llevaban a los ojos una punta del guante, y en el paraíso, un vejete lloriqueaba, metiendo la nariz en el embozo de la capa para sofocar sus gemidos. Algunos vecinos se reían: «¡Vamos, hombre, que no es para tant La representación seguía su curso en medio de los ecos del entusiasmo. Ahora el heraldo invitaba a los presentes, por si alguno quería defender a Elsa. Bueno; adelante. Aquel público que se sabía de memoria la ópera, estaba en el secreto. No se presentarí ¡Ah!... Ya estaba allí, en pie en el esquife, apoyado en larga espada, el escudo embrazado, cubierto el pecho de escamas de acero, irguiendo su arrogante figura de buen mozo, festejada por toda la aristocracia de Europa y deslumbrando de cabeza a pies, cu

Silencio absoluto; aquello parecía una iglesia. El tenor miraba su cisne como si allí no hubiese otro ser digno de atención, y en el místico ambiente fué desarrollándose un hilo de voz tenue, dulce, vagaroso, cual si viniera de una distancia invisible.

Mercé, mercé, cigno gentil!...

¿Qué fué lo que estremeció todo el teatro poniendo en pie a los espectadores? Algo estridente como si acabara de rasgarse la vieja decoración del fondo; un silbido rabioso, feroz, desesperado, que pareció hacer oscilar las luces de la sala.
¡Silbas a Franchetti antes de oírle! ¡Un tenor de cuatro mil francos! La gente de palcos y butacas miró al paraíso con el ceño fruncido; pero arriba la protesta fué más ruidosa. ¡Granuja! ¡Canalla! ¡Golfo! ¡A la cárcel con él! Y todo el público, arremolin Pisando gente entró la pareja, y el viejo pasó a empujones de banco en banco, abofeteando a todos con su capa caída y contestando con desesperados manoteos a los insultos y amenazas, mientras que el público rompía a aplaudir estrepitosamente para animar a En el pasillo detuviéronse el viejo y los guardias, respirando ansiosamente, magullados por el gentío. Algunos espectadores los siguieron.
-¡Parece imposible! -dijo uno de los guardias-. Una persona de edad y que parece decente...
-¿Y usted qué sabe? -gritó el viejo con expresión agresiva-. Mis razones tengo para hacer lo que he hecho. ¿Sabe usted quién soy yo? Pues soy el padre de Conchita, de esa que se llama en el cartel la Franchetti, de la que aplauden con tanto entusiasmo los Ahora sí que era oído el viejo. Los que le rodeaban sentían hambrienta curiosidad ante una historia que tan de cerca tocaba a dos celebridades artísticas. Y el señor López, insultado por todo el público, deseaba comunicar a alguien su indignación, aunque -No tengo más familia que ésa. Comprendan mi situación. Se crió en mis brazos: la pobrecita no conoció a su madre. Sacó voz; dijo que quería ser tiple o morir, y aquí tienen ustedes al bonachón de su padre decidido a que fuese una celebridad o a morir co

ama a ese payaso, que cada vez está más unida a él por las ovaciones, dijo que sí a todo. ¡Las exigencias del arte! ¡Su modo de vivir, que no les permite deberes de familia, sino el arte! Estas fueron sus excusas y me enviaron a España; y yo, por reñir co

 

 

 

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