La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

 

 

LA BARCA ABANDONADA

Era la playa de Torresalinas, con sus numerosas barcas en seco, el lugar de reunión de toda la gente marinera. Los chiquillos, tendidos sobre el vientre, jugaban a la carteta a la sombra de las embarcaciones, y los viejos, fumando sus pipas de barro traíd Los botes ligeros, con sus vientres blancos y azules y el mástil graciosamente inclinado, formaban una fila avanzada al borde de la playa, donde se deshacían las olas, y una delgada lámina de agua bruñía el suelo, cual se fuese de cristal; detrás, con la En el curso de un año, la playa cambiaba de vecinos; los laúdes ya reparados se hacían a la mar y las embarcaciones de pesca eran armadas y lanzadas al agua; sólo una barca abandonada y sin arboladura permanecía enclavada en la arena, triste, solitaria, s El sol había derretido su pintura; las tablas se agrietaban y crujían con la sequedad, y la arena, arrastrada por el viento, había invadido su cubierta. Pero su perfil fino, sus flancos recogidos y la gallardía de su construcción delataban una embarcació Hasta de nombre carecía. La popa estaba lisa y en los costados ni una señal del número de filiación y nombre de la matrícula: un ser desconocido que se moría entre aquellas otras barcas tan orgullosas de sus pomposos nombres, como mueren en el mundo algun Pero el incógnito de la barca sólo era aparente. Todos la conocían en Torresalinas y no hablaban de ella sin sonreír y guiñar un ojo, como si les recordase algo que excitaba malicioso regocijo.
Una mañana, a la sombra de la barca abandonada, cuando el mar hervía bajo el sol y parecía un cielo de noche de verano, azul y espolvoreado de puntos de luz, un viejo pescador me contó la historia.
-Este falucho -dijo, acariciándole con una palmada el vientre seco y arenoso- es El Socarrao, el barco más valiente y más conocido de cuantos se hacen al mar desde Alicante a Cartagena. ¡Virgen Santísima! ¡El dinero que lleva ganado este condenado! ¡Los d El bizarro y extraño nombre de Socarrao me admiraba algo, y de ello se apercibió el pescador.
-Son motes, caballero; apodos que aquí tenemos lo mismo los hombres que las barcas. Es inútil que el cura gaste sus latines con nosotros; aquí, quien bautiza de veras es la gente. A mí me llaman Felipe; pero si algún día me busca usted, pregunte por Caste

bonito para pintarlo en la popa. Una, La Purísima Concepción; otra, Rosa del Mar; aquélla, Los Dos Amigos; pero llega la gente con su manía de sacar motes y se llaman La Pava, El Lorito, La Medio Rollo, y gracias que no las distinguen con nombres menos de -Bien -le interrumpí-; pero ¿y El Socarrao?
-Su verdadero nombre era El Resuelto; pero por la prontitud con que maniobraba y la furia con que acometía los golpes de mar, dieron en llamarle El Socarrao, como a una persona de mal genio... Y ahora vamos a lo que ocurrió a este pobre Socarrao hace poco Miró el viejo a todos lados, y, convencido de que estábamos solos, dijo con sonrisa bonachona:
-Yo iba en él, ¿sabe usted? Esto no lo ignoraba nadie en el pueblo; pero si yo se lo digo, es porque estamos solos y usted no irá después a hacerme daño. ¡Qué demonio! Haber ido en El Socarrao no es ninguna deshonra. Todo eso de aduanas y carabineros y ba Yo he conocido los buenos tiempos: Cada mes se hacían dos viajes; y el dinero rodaba por el pueblo que era un gusto. Había para todos: para los de uniforme, ¡pobrecitos!, que no saben cómo mantener su familia con dos pesetas, y para nosotros, la gente de Pero el negocio se puso cada vez peor, y El Socarrao hacía sus viajes de tarde en tarde, con mucho cuidado, pues le constaba al patrón que nos tenían entre ojos y deseaban meternos mano.
En la última correría íbamos ocho hombres a bordo. En la madrugada habíamos salido de Orán, y a mediodía, estando a la altura de Cartagena, vimos en el horizonte una nubecilla negra, y al poco rato, un vapor que todos conocimos. Mejor hubiéramos visto aso Soplaba buen viento. Íbamos en popa con toda la gran vela de frente y el foque tendido. Pero con estas invenciones de los hombres, la vela ya no es nada, y el buen marinero aún vale menos.
No es que nos alcanzaran, no, señor. ¡Bueno es El Socarrao para dejarse atrapar teniendo viento! Navegábamos como un delfín, con el casco inclinado y las olas lamiendo la cubierta; pero en el cañonero apretaban las máquinas y cada vez veíamos más grande e El patrón manejaba la barra con el cuidado de quien tiene toda su fortuna pendiente de una mala virada. Una nubecilla blanca se desprendió del vapor u oímos el estampido de un cañonazo.
Como no vimos la bala, comenzamos a reír satisfechos y hasta orgullosos de que nos avisasen tan ruidosamente.
Otro cañonazo; pero esta vez con malicia. Nos pareció que un gran pájaro estaba silbando sobre la barca, y la entena se vino abajo con el cordaje roto y la vela desgarrada. Nos habían desarbolado, y al caer el aparejo le rompió una pierna a un muchacho de Confieso que temblamos un poco. Nos veíamos cogidos, y, ¡qué demonio!, ir a la cárcel como un ladrón por ganar el pan de la familia, es algo más temible que una noche de tormenta. Pero el patrón de El Socarrao es hombre que vale tanto como su

barca: «Chicos, eso no es nada. Sacad la vela nueva. Si sois listos, no os cogerán.»
No hablaba a sordos, y como listos, no había más que pedirnos. El pobre compañero se revolvía como una lagartija, tendido en la proa, tentándose la pierna rota, lanzando alaridos y pidiendo por todos los santos un trago de agua. ¡Para contemplaciones esta El patrón cambió el rumbo. Era inútil resistir en la mar a aquel enemigo, que andaba con humo y escupía balas. ¡A tierra, y que fuese lo que Dios quisiera!
Estábamos frente a Torresalinas. Todos éramos de aquí y contábamos con los amigos. El cañonero, viéndonos con rumbo a tierra, no disparó más. Nos tenía cogidos, y, seguro de su triunfo, ya no extremaba la marcha. La gente que estaba en la playa no tardó e Había que ver lo que ocurrió. Una verdadera revolución: créame usted, caballero. Medio pueblo era pariente nuestro, y los demás comían más o menos directamente del negocio. Esta playa parecía un hormiguero. Hombres, mujeres y chiquillos nos seguían con mi Hasta el alcalde estaba aquí para servir en lo que fuera bueno. Y los carabineros, excelentes muchachos que viven entre nosotros y son casi de la familia, hacíanse a un lado, comprendiendo la situación y no queriendo perder a unos pobres. «¡A tierra, much Y, sin plegar casi el trapo, embestimos la playa, clavando la proa en la arena. ¡Señor, qué modo de trabajar! Aún me parece un sueño cuando lo recuerdo: Todo el pueblo se tiró sobre la barca, la tomó por asalto: los chicuelos se deslizaban como ratas en l Los fardos saltaban de la cubierta: caían en el agua, donde los recogían los hombres descalzos y las mujeres con la falda entre las piernas; unos desaparecían por aquí, otros se iban por allá; fué aquello visto y no visto, y en poco rato desapareció el ca El alcalde intervino entonces paternalmente: «Hombre, es demasiado -dijo al patrón-. Todo se lo llevan, y los carabineros se quejarán. Dejad, al menos, algunos bultos para justificar la aprehensión.»
Nuestro amo estaba conforme: «Bueno; haced unos cuantos bultos con dos fardos de la peor picadura. Que se contenten con eso.»
Y se alejó hacia el pueblo, llevándose en el pecho toda la documentación de la barca. Pero aún se detuvo un momento, porque aquel diablo de hombre estaba en todo: «¡Los folios! ¡Borrad los folios!»
Parecía que a la barca le habían salido patas. Estaba ya fuera del agua y se arrastraba por la arena en medio de aquella multitud que bullía y trabajaba, animándose con alegres gritos. «¡Qué chasco! ¡Qué chasco se llevarán los del Gobierno!»
El compañero de la pierna rota era llevado en alto por su mujer y su madre. El pobrecillo gemía de dolor a cada movimiento brusco; pero se tragaba las lágrimas y reía también, como los otros, viendo que el cargamento se salvaba y pensando en aquel chasco Cuando los últimos fardos se perdieron en las calles de Torresalinas, comenzó la rapiña en la barca. El gentío se llevó las velas, las anclas, los remos; hasta desmontamos el mástil, que se cargó en hombros una turba de muchachos, llevándolo en procesión

Y, mientras tanto, los calafates, brocha en mano, pinta que pinta. El Socarrao se desfiguraba como un burro de gitano. Con cuatro brochazos fué borrado el nombre de popa y de los folios de los costados, de esos malditos letreros, que son la cédula de toda El cañonero echó anclas al mismo tiempo que desaparecían en la entrada del pueblo los últimos despojos de la barca. Yo me quedé en este sitio queriendo verlo todo, y para mayor disimulo ayudaba a unos amigos que echaban al mar una lancha de pesca.
El cañonero envió un bote armado y saltaron a tierra no sé cuántos hombres con fusil y bayoneta. El contramaestre, que iba al frente, juraba furioso mirando El Socarrao y a los carabineros, que se habían apoderado de él.
Todo el vecindario de Torresalinas se reía a aquellas horas, celebrando el chasco, y aún hubiera reído más viendo, como yo, la cara que ponía aquella gente al encontrar por todo cargamento unos cuantos bultos de tabaco malo.
-¿Y qué pasó después? -pregunté al viejo-. ¿No castigaron a nadie?
-¿A quién? Únicamente podían castigar al pobre Socarrao, que quedó prisionero. Se ensució mucha papel, y medio pueblo fué a declarar; pero nadie sabía nada. ¿De qué matrícula era el barco? Silencio; nadie le había visto los folios. ¿Quiénes lo tripulaban? -¿Y el cargamento? -dije yo.
-Lo vendimos completo. Usted no sabe lo que es la pobreza. Cuando embarrancamos, cada uno agarró el fardo que tenía más a mano y echó a correr para esconderlo en su casa. Pero al día siguiente estaban todos a disposición del patrón; no se perdió ni una l -Desde entonces -continuó el viejo- está ahí preso el pobre Socarrao. Pero no tardará en hacerse a la mar con su antiguo amo. Parece que ha terminado el papeleo; lo sacarán a subasta y se lo quedará el patrón por lo que quiera dar.
-¿Y si otro da más?
-¿Y quién ha de ser ése? ¿Somos acaso bandidos? Todo el pueblo sabe quién es el verdadero amo de la barca abandonada, y nadie tiene tan mal corazón que intente perjudicarle. Aquí hay mucha honradez. A cada uno lo que sea suyo, y el mar, que es de Dios, pa

 

 

 

Retornar a catalogo