La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

 

 

Fàtima

Alberto L. Zamora María

(España)

Fàtima
era la hija favorita del desierto, su mirada, profunda como el pozo que
suministraba agua al poblado de Al-Saqqara, conquistaba el corazón
de los comerciantes. Muchos quisieron hacerla su esposa, pero ella
siempre se negaba...

-Tengo cien camellos,
mis cabras dan la mejor leche del desierto, las palmeras los màs
dulces dàtiles -la sedujo un día un rico hombre de las dunas-.
-No es suficiente,
poderoso hombre. Tus ojos sólo saben de la belleza del ganado,
tus manos, rudas y àsperas como la roca, sólo te sirven para
contar las ganancias que atesoras... No podrías sentir la seda de
mi piel, ni leer el críptico mensaje de mis ojos... ilegible para
un espíritu pràctico como el tuyo.

El gran hombre
no pudo comprar la belleza de Fàtima y el dolor le quebró
el alma, hasta que los caricias de sus huríes le devolvieron la
sonrisa, después de tres noches de vigilia y ayuno.
Llegó
un día un caminante que, descalzo, había soportado el hàlito
abrasador del mar de arena, el làtigo del sol en la espalda.
Se dirigió a Fàtima pidiéndole agua que calmara sus
enfebrecidos labios castigados por la sed. Ella se quedó prendada
de la mirada del asceta y, nerviosa, dejó caer la vasija de barro...
rompiéndose en varios fragmentos, como las ostrakas de los antiguos
griegos cuyo conocimiento se olvidó con los sueños de Mahoma.
Ninguna declaración
de amor pronunció el callado santón, ni ningún gesto
que diera esperanzas a la bella Fàtima.

A la siguiente
noche abandonó el poblado, horas antes de alborear el día.
Fue la luna llena su compañera y la brisa fría la amante
en cuyos brazos se dejó transportar. Nadie se percató
de su partida, ni siquiera la hija del desierto que, agotada de velar al
asceta, cayó extenuada por el beso del cansancio.
Asustada, con
el pelo revuelto, la arena jugueteando entre los bucles negros... permitió
que el grito desesperado del amor quebrara el silencio de la mañana.
Los adormilados comerciantes poco pudieron para evitar la huída
de la muchacha en el màs valioso de los camellos. Siguió
las huellas de su callado amor, que se dirigía al desierto de piedra.
Dos jornadas
no bastaron para dar alcance a un hombre que caminaba por sí mismo.
Acaso sus pies eran etereos y permitían que volara como
un àngel? Fàtima, enloquecida por el amor, sin agua,
sin otro alimento que sus sueños, hizo caso a la fràgil
naturaleza del cuerpo y descansó en la duna. Y allí
espero...

Una figura, desdibujada
por la sed desesperante, vino a su encuentro, la abrazó muy tiernamente
y le susurró al oído - por qué me has seguido?
Nada puede unirme a ti... Eres hermosa, la mujer màs bella que jamàs
he visto, pero eso no es suficiente para mí que cada día
soy saludado por las estrellas y la arena me canta hasta adormecer mis
sentidos...-

-Te pido un beso, nada màs
-imploró Fàtima-

El asceta aproximó sus labios
vírgenes de placer y rozó los de ella... Una làgrima
brotó de la hija del desierto, y de la dicha surgió un oasis,
y de su cuerpo inerte una palmera, bendecida por todos los que sufren el
amor imposible.

 

 

 

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