La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

 

 

El
ejército

David Guijarro

(España)

María
y yo nos conocimos un brillante y caluroso día de enero, en alguna
plaza de la ciudad, quizà en Sol, quizà en la de España,
no logro acordarme, el día anterior al de la llegada del ejército.
Yo estaba sentado en unos escalones, o quizà estaba de pie, eso
es lo de menos, y ella se sentó a mi lado, aunque puede que no se
sentara, quizà se quedó también de pie, como quizà
lo estaba yo. En fin, el caso es que se paró a mi lado, no demasiado
cerca, y, según me contó al día siguiente, me miró,
aunque yo no me enteré de eso porque estaba haciendo un crucigrama,
creo, o algo así. Me miró y me preguntó si tenía
un cigarrillo. Cuando le dije que no con la cabeza, empezó a hablar
como una loca, a velocidad de vértigo. Al principio yo no le prestaba
ninguna atención, porque, la verdad, no tenía ganas de charla.
María hablaba y hablaba. Pronunciaba màs deprisa que ninguna
otra persona a la que yo haya oído. Entonces empezó a interesarme
lo que decía. En realidad, lo que pasó fue que su voz me
sacó de mi concentración, de modo que me encontré
a mí mismo escuchando lo que me estaba diciendo a pesar de que me
esforzaba en no hacerlo.
Joder!
Pensé, voy a tener que largarme de aquí a algún
sitio màs tranquilo! Pero, mientras empezaba a irme, no pude evitar
sentir curiosidad por aquella mujer, así que me volví hacia
ella. María estaba muy concentrada hablando sobre no sé qué
de las noticias, mirandose los dorsos de las manos como si estuvieran manchados
por su propia sangre. Cuando la vi, sentí una especie de descarga
eléctrica, probablemente como la que le da a un epiléptico
justo en el trance que le lleva de la tranquilidad a la tormenta. Recuerdo
que pensé que era la mujer màs bonita que había visto
en toda mi vida. Tenia unos labios preciosos y una cara preciosa y un cuerpo
precioso y unos ojos preciosos. Me pareció verdaderamente preciosa,
así que la invité a un café.

Hoy, una semana
màs tarde, María es oficialmente mi amante, incluso a pesar
de que vive enfrente de mi casa pero, por increíble que pueda parecer,
sólo hemos estado juntos dos veces. La primera fue la que estaba
contando: el día en que nos conocimos y el primer café que
compartimos. Después del café no recuerdo a donde fuimos,
y después fuimos a su casa, y me invitó a cenar una especie
de comida hindú con mucho curry. Creo que bebí como dos litros
de Coca-Cola, a pesar de que la odio, porque María no tenía
otra bebida y la boca me ardía con el curry. Después de cenar
y de ver las noticias, hicimos el amor despacio y musicalmente.
Nuestra segunda
cita, al día siguiente, fue incluso màs apasionante. Yo no
podía apartar mis ojos de ella. La invité a mi casa. Vimos
Blade Runner. Ella estaba absorta mirando el televisor y yo no dejaba de
mirarla. Parecía un juego; Deckard veía morir a Roy, María
veía a Deckard viendo morir a Roy, y yo miraba a María y
a cada segundo me parecía màs bella.
Como media hora
màs tarde de que ella se marchara empezó el desfile. El ejército
llenó la calle. Sonó una música como de marcha militar.
Estuve un rato viéndolo desde mi ventana. Pasó el ejército
de Tierra, con sus millones de hombres, vestidos de gris y con su fusil
al hombro, desfilando en perfecta formación. Pasaron tanques monstruosos.
Cuando el ejército de Tierra terminó de pasar, empezó
a pasar la Armada. Los acorazados y los destructores cortaban el asfalto
con sus aceradas proas, como un rompehielos atraviesa los polos. Pasó
un portaaviones y, durante quince minutos, sólo se pudo ver la misteriosa
plataforma desierta, que parecía no acabarse nunca. Algo màs
tarde, pasó el ejército del Aire, con sus cazas casi tocando
el suelo con la panza.

El desfile aún
no ha acabado, y yo me pregunto si acabarà alguna vez. Puedo distinguir
de vez en cuando la figura de María, en una de las ventanas del
edificio de enfrente. Pero el ejército no me deja cruzar la calle
para visitarla; hace cuatro días lo intenté y un caza estuvo
a punto de atropellarme. He intentado también llamarla por teléfono,
pero el atronador ruido de las botas de los soldados desfilando oculta
cualquier otro sonido. El auricular se llena de estruendo militar. Así
que sólo puedo esperar a que termine el desfile, a que el ejército
se marche de una vez por todas y me deje ver a mi amante. La espera se
me hace terrible y María se ha transformado en una mera sensación,
en una pequeña figura equívoca al otro lado de la calle ocupada
por el ejército, por miles de ejércitos que fluyen como un
río, que nos aíslan al uno del otro y que me hacen sentirme
solo e impotente.

Ángeles...

o
demonios?

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o demonios? (c)1997,98 AoDWeb:
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