La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

 

 

El
naufragio de la nave y el alma

(México)

La mañana se precipitó sobre las últimas horas de
la noche, la luna se retiró del cielo para dar paso al astro rey,
en la costa las olas retomaban el nivel acostumbrado hasta antes de la
subida de la marea, en el cielo ni una nube. El movimiento sí se
sentía -mentira de aquella cuñada que le había dicho
que era terrible, que te la pasabas mareado, sí se siente pero no
es para tanto, y también mintió la esposa del primo, porque
si era posible embarcarse con algunas botellas propias-.
Aun así
el viaje, hasta ese momento, había resultado sumamente placentero,
distinto a las imàgenes creadas en su mente, oníricas la
mayoría, la realidad era mucho mejor, el mar en si mismo siempre
le resultó impactante; hoy, al estar en medio de él, era
majestuoso: el azul, el oleaje... todo.

Las primeras
horas de sol le alumbraban la cara, la cortina de su cuarto nunca se arregló,
después de aquel diabolazo que destrozo buena parte de la ventana,
así que sus ojos se convertían en tiernas víctimas
de la luz, sobre todo durante el fin de semana, que normalmente lo recibía
ya tarde, después de deambular por los confines de Morfeo. Ese viernes
había sido diferente, ya eran cuatro o cinco semanas de abandono
y le estaba pesando, el alcohol lo hizo presa nuevamente y ahora sí
le dolía la cabeza, como pocas veces, estaba crudisimo. Había
empezado la famosa era de los "nunca me pasaba...", él generalmente
se mofaba de no saber lo que era una cruda y eso que ingería fuertes
cantidades de ron y tequila, no siempre juntos, pero se le había
visto tomar un caballito de "hidalgo" y después, para quitarse el
sabor del madrazo, un traguito a su cuba de bacardí blanco, así
tomaba, pero hoy era diferente, hoy sí se sentía mal, sentía
como un mareo, como si el piso se le moviera, la verdad es que tenía
enferma el alma, ya hacia tiempo que estaba mal y poco a poco iba empeorando.

La ropa apenas
y cabía en el camarote, nunca se imagino que debería llevar
tantas prendas y tan variadas, dependiendo del tipo de cena a la que fuera
a asistir, desde una casual-informal hasta la de esa noche que era con
el mismísimo Capitàn, un europeo como de setecientos años
que no hablaba bien ingles y que mucho menos hablaba español, pero
era el Capitàn y esa noche iba a ofrecer una cena, con todo y brindis
incluido, para todos los huéspedes del barco. Así las cosas
se puso el traje de baño, un bikini, nuevecito, se calzó
unas zapatillas especiales, se metió en un pantalón corto
de mezclilla y fue a asignarse un camastro en una buena zona alrededor
de la alberca, ya para entonces buena parte del bufete del desayuno había
desaparecido.

El reloj
marcó las doce, el sol se deleitaba en su cuerpo bañado de
no se que tanto aceite, mientras, él, se dio cuenta que ya eran
las diez de la ma ana, la cabeza le recordaba los tambores del día
anterior y el estómago le estaba suplicando que por favor le diera
algo para entretenerse, así que se levantó, se enjuagó
la boca, se metió los zapatos que estaban junto a la cama y se salió
a buscar algo que pudiera considerarse digno de alimentarlo. Así
llegó a la Mesa de Doña Ofelia, una fonda cercana a su casa
y pidió un plato grande de menudo, una sangría y tortillas,
al lado del plato puso un libro y empezó a leerlo o al menos trato
de hacerlo porque la música del lugar, a muy buen volumen, no ruidosa,
lo desconcentraba. Lo cerró, para leer se iba a preparar un café
y se iba a prender un habano, pero eso lo iba a hacer en la tarde, era
muy temprano para seguirse intoxicando..."mi ciudad es chinampa en un lago
escondido..." la oyó cuando venía de regreso y se detuvo
a escucharla, hace años, muchísimos años que no la
oía, es màs creo que nunca la había oído completa,
se llenaron los ojos de làgrimas, no por la muerte prematura del
autor, sino porque sintió la nostalgia a flor de piel, se acordó
de las calles, de su casa, de los parques, las plazas, el smog, sintió
la nostalgia por ella, mientras tanto el barco siguió su vals acuàtico,
desplazando su coraza de un lado a otro, pocos lo notaron, pero en la pantalla
de la tele, las olas ya no eran de un metro, ya estaban alcanzando la rayita
de los dos y medio, lo que pasa es que esa tele nadie la veía y
desde arriba en la cubierta no se notaba. Estaba disfrutando del sol y
del cuarto trago, primero fueron cervezas, ahora ya llevaba dos cócteles
de ron jamaiquino, muy buenos, pero muy empalagosos, él siguió
caminando, la canción ya había terminado y estaba aun sin
bañarse, en realidad no quería bañarse, no quería
hacer nada, lo pensó mejor y paso a comprar unas cocas, se le antojo
una cubilla mañanera, que màs bien era mediomañanera
y dentro de muy poco sería la primera de la tarde, estaban a punto
de dar las doce del día, el cénit, la hora del Ángelus,
en el comedor el reloj marcó las dos de la tarde, la fila para servirse
las ensaladas no era tan grande, total los gringos siguen comiendo papas
y hamburguesas aunque haya otras opciones, así que sería
fàcil hacerse de un buen plato, era obsesiva con eso del peso, según
ella estaba hecha un marrano, por eso debía cuidarse, en la alberca
seguía el grupo amenizando con unas rolillas tipo ska, sería
por eso que solo la Sra. Mendhelson, si como el compositor clàsico,
se dio cuenta que las nubes empezaron a ponerse negras, lejos en el horizonte,
pero hacia allà iban.

La lluvia
se colaba por la ventana, que ya se aclaró fue rota hace años
cuando el tiro al blanco ocupaba uno de los cortineros de su cuarto, y
sintió frío, un frío intenso como pocas veces, estaba
ya a media botella del siempre bendito bacardí y oyendo una estación
de radio, no es que él escuchara mucho la radio, prefería
los discos pero encontró esta estación medio bohemia, medio
cursilona y decidió que era justo lo que hacia falta para acompañar
su tarde, los recuerdos se le vinieron de golpe, la cubierta estaba quedando
desierta, cada quien buscaba donde meterse, ella dejó el camastro
y se refugió en el café, cerquita de la barra, los meseros
aseguraban las ventanas y ponían protección en todo el frente
que daba la vista al océano, imponente, gris, el sol desapareció
como devorado por la lluvia, el movimiento era cada vez màs, ya
no fue sutil, la música ya hace rato que había cesado, el
viento recorría la cubierta pero no en un sentido definido, ese
es el problema pensaba el Capitàn, nos estamos metiendo en no sé
qué cosa y se va a poner peor y ningún mentado meteorólogo
nos habló de esto, eran poco antes de las 5 de la tarde, ella corrió
a buscar una ropa mas abrigadora. Hacia las tres, después de haberse
terminado unos chicharrones de botana, el bacardí hacia sus efectos
y de súbito apagó el ajedrez electrónico, ya no quería
jugar, quería concentrarse y pensar en toda la vida que se le había
ido, primero las ganas de sonreír, se lo achacaba al cambio, se
dio cuenta de lo diferente que era cuando se visualizó años
atràs, mucho màs vivo, por decirlo de alguna manera, con
interés a cada cosa que hacía, con ilusiones, con ganas de
hacerla, pero seguía culpando al cambio, no se acostumbraba, y eso
la fue minando, la fue haciendo una extraña que no quería
compartir su frustración y empezaron los problemas, primero enojos
sin importancia, o al menos eso creía él, pero poco a poco
el alcohol también entro en la discusión y no porque bebieran
al pelear, si no la forma en que la bebida tomaba control de sus acciones,
nunca llegaron a los golpes, cuando se dio cuenta de esto dio gracias a
Dios por haber mantenido ese mínimo de cordura en ambos, a lo mejor
por eso de repente le llamaba, no màs para saber si estaba bien,
porque si alguna vez la hubiera madreado, olvídate de volver a saber
de ella...
El agua empezó
a colarse por todos lados, ya no era solo lluvia era el mar, salado,
helado y lleno de ganas de destrozar cuanto pudiera, el miedo se hizo presente,
sólo lo superaba el ruido de los pasajeros en su histeria. Estaba
rezando, hincada en su camarote, todavía tengo tiempo de otro Padre
Nuestro, decía, antes de salir corriendo a seguir a los encargados
de la desbandada, dícese evacuación, pero ya no lo hubo.
El metal crujió después de caer entre dos enormes montañas
de agua y se partió justo por la mitad, exactamente en la zona de
camarotes 6200 a 6247. El golpe fue seco, la botella de bacardí
rodaba, la silla tirada y en la radio un trio seguía cantandole
a una mujer amada, los tres parecían contemplar el cuerpo inerte
que estaba tirado en la sala.

 

 

 

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