La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

 

 

Ad
Litteram

Adriàn rodríguez Solórzano

(Costa
Rica)

Aquel era el día. Lo había esperado con ansias; no por él,
sino por su hijo. Hacía algún tiempo que habíale prometido
llevarlo al Zoológico Mundial. Este ya era conocido por el niño,
pero antes del descubrimiento, hecho insólito, de aquella notoria
y solitaria criatura; notoria por su extraordinaria característica
y solitaria por constituir el único espécimen de una raza
supuestamente extinguida. El, al menos, aún recordaba las historias
y anécdotas que de niño solían referirse a su existencia,
sin llegar jamàs a verificarla, constituyéndose en una rareza
que, en los albores de la era actual, ya era por sí misma una leyenda.
Y a fe que, a fuerza de no verlo realmente, llegó a creer que no
era màs que eso: un producto literario.

Sin embargo, con ocasión de su descubrimiento en alguna reconditez
del mundo y posterior exhibición, había confirmado por sí
mismo su existencia, prometiéndose compartir con su propio hijo
la experiencia de conocer tan inverosímil criatura.

Y llegó el día. Fue necesario sacrificar toda una jornada
y, peor aún, formar parte de una interminable y zigzagueante fila
de esperanzados congéneres suyos que, incrédulos, esperaban
su turno ante la jaula reclusoria. Pero valió la pena; estaba, al
fin, frente a la criatura por segunda vez en su vida. Su deleite fue tal
que se sorprendió de la observación interrogante de su hijo:

-Pero, papà, si es solo un hombre.

-No, hijo, no es tan solo un hombre, es... un hombre honrado.

 

 

 

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