La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

 

 

Nunca le sueño
Lorena E. Hernández
(Argentina)

Nunca le sueño. La verdad es que le mentí. Sueño con todos. Sueño tonterías, alucines
y noches mágicas pero jamás he podido soñarle.
El asunto comenzó a preocuparme. Era domingo, de nuevo domingo y yo
caminaba a la compra semanal de frutas y verduras. Había más gente de lo habitual o al
menos eso me pareció.
Cuchillo en mano, un vendedor me ofrece un trozo de papaya. Por lo
general no acepto la infinidad de probaditas repartidas a lo largo de cuadras y cuadras de
mercado sobre ruedas.
Hoy el pedazo de fruta ya estaba frente a mi boca y luego sólo fue
tomarlo y comerlo.
Dulce, la papaya se deshizo en mi paladar y despertó, de súbito, un
hondo deseo de frescura y sabor. Probar. Seguí con jugo de
mandarina. Trago a trago, el calor del mediodía me entraba en el cuerpo.
Volví a casa. El taxista me miraba insistente a través del retrovisor
mientras yo pasaba saliva una y otra vez. Tenía sed. Iba resuelta a decírselo. A esta
hora estará leyendo el periódico y no me pondrá mucha atención. Murmurará apenas un
¿ah sí? y me pedirá otra taza de café aún cuando tenga la cafetera a dos pasos. Le
encanta mi sumisión. Accederé, como siempre y el asunto de los sueños no será
comentado hasta la noche. Eso espero al menos.
¿Por qué siento que es casi una traición no soñarle?
Abro la puerta. La luz solar se expande triunfante por el espacio. Le
miro ahí, hojeando o más bien descuartizando los diarios y sus múltiples suplementos
dominicales. Casi de reojo, voltea. Me guiña el ojo y levanta su taza. Yo, suspiro.
Contengo el reproche porque a cambio recibo una promesa de beso, casi una insinuación.
Un sol intenso ilumina su cara y no habrá nada más bello ni perfecto,
jamás, que su rostro bañado de luz.
¿Cómo decirle que no?
Voy a la cocina. Sirvo su café. Le doy la taza en mano propia y
aprovecho para tocar sus dedos, aún fríos, a pesar del calor inusual de una primavera
adelantada.
No dice nada pero me atrae hacia sí. Ahora sus manos acarician mis
mejillas. Cierro los ojos. Me dirijo a sus labios. Encuentro su boca sedienta igual que la
mía. Comienzo a morder. Protesta pero se deja hacer. Caemos en el sofá cama. Después de
todo no fue tan mala inversión.
Quiero tenerte aquí, ahora. Una gota de sudor recorre su cuello. La
atajo. Mi lengua se regocija del sabor. Quiero saberte. Aprovecho el pretexto y prosigo.
Le quito la camiseta y voy directo a su espalda. Palmo a palmo la
recorro. Fuera pantalón. Su boca succiona mis senos. Una sola boca que no sabe por cuál
optar. Gana el derecho. Pezones claros, de inmediato responden y se alzan en armas. Sus
labios, ya húmedos, siguen bajando. Ahora su mano complaciente repta y voluptuosa
constata la humedad de mi entrepierna. Bastó la primera mirada para empezar a mojarme. Su
dedo medio, maestro supremo, toca mis otros labios. Me palpa por completo. No necesito
decirlo. Baja más, rumbo a mis profundidades, necesita beberme. Sólo mi agua le sacia la
sed. Los espasmos no tardan. Con la otra mano pellizca mis pezones mientras su lengua me
recorre de sur a norte y no se resigna a estacionarse en sitio alguno.
"Amor", murmuro con voz quebrada, "No puedo soñar
contigo". "¿Qué?", susurra ella. "No puedo soñarte", digo
mientras clítoris, vulva, dentros, culo, se hacen uno para compartir un orgasmo que se
chorrea por todos lados, revienta y salpica placer. Gimo. Reclamo su boca en la mía.
Compartimos el agua, mi agua, como el pan nuestro de cada día.
Me dejo caer sobre la alfombra, boca abajo, extasiada, todavía
contrayéndome de cuando en cuando. Sus suaves manos, siempre envidiadas por mí, palpan
mis nalgas. "Te está sirviendo el gimnasio, mi amor", dice orgullosa. Yo me
volteo. La miro y naufrago en su mirada. Ella me posee por completo.
"¿No te importa que no pueda soñarte?"
Se ríe. Me abraza amorosa y nuestros senos se golpean, se abrazan a su
vez. "¿No es ésto un sueño?", pregunta. Ahora yo voy a su cuerpo, ahora me
toca bebérmela. "Sí amor, tú eres mi sueño". Ahora me toca a mí.

 

 

 

Retornar a catalogo