Canción nacida de las varias nuevas que han venido

de la católica armada que fue sobre Inglaterra,

de Miguel de Cervantes Saavedra

 

Bate, Fama veloz, las prestas alas,

 

rompe del norte las cerradas nieblas,

 

aligera los pies, llega y destruye

 

el confuso rumor de nuevas malas

 

y con tu luz desparce las tinieblas

 

del crédito español, que de ti huye;

 

esta preñez concluye

 

en un parto dichoso que nos muestre

 

un fin alegre de la ilustre empresa,

 

cuyo fin nos suspende, alivia y pesa,

 

ya en contienda naval, ya en la terrestre,

 

hasta que, con tus ojos y tus lenguas,

 

diciendo ajenas menguas,

 

de los hijos de España el valor cantes,

 

con que admires al cielo, al suelo espantes.

 

 

Di con firme verdad, firme y sigura:

 

¿hizo el que pudo la victoria vuestra?

 

¿Sentenciado ha su causa el Padre eterno?

 

¿Bañada queda en roja sangre y pura

 

la católica espada y fuerte diestra?

 

En fin, de aquel que asiste a su gobierno,

 

¿poblado ha el hondo infierno

 

de nuevas almas, y de cuerpos lleno

 

el mar, que a los despojos y banderas

 

de las naciones pertinaces, fieras,

 

apenas dio lugar su inmenso seno,

 

del pirata mayor del occidente

 

ya inclinada la frente,

 

y puesto al cuello altivo y indomable

 

del vencimiento el yugo miserable?

 

Di (que al fin lo dirás): «allí volaron

 

por el aire los cuerpos, impelidos

 

de las fogosas máquinas de guerra;

 

aquí las aguas su color cambiaron,

 

y la sangre de pechos atrevidos

 

humedecieron la contraria tierra»;

 

cómo huye, o si afierra,

 

este y aquel navío; en cuántos modos

 

se aparecen las sombras de la muerte;

 

cómo juega Fortuna con la suerte,

 

no mostrándose igual ni firme a todos,

 

hasta que, por mil varios embarazos,

 

los españoles brazos,

 

rompiendo por el aire, tierra y fuego,

 

declararon por suyo el mortal juego.

 

 

Píntanos ya un diluvio con razones,

 

causado de un conflicto temeroso

 

y que le pinta la contraria parte:

 

mil cuerpos sobreaguados y en montones

 

confusos, otros naden cobdiciosos

 

d'entretener la vida en cualquier parte;

 

al descuido, y con arte,

 

pinta rotas entenas, jarcias rotas,

 

quillas sentidas, tablas desclavadas,

 

y, de impaciencia y de rigor armadas,

 

las dos (y no en valor) iguales flotas.

 

Exprime los gemidos excesivos

 

de aquellos semivivos

 

que, ardiendo, al agua fría se arrojaban

 

y, en la muerte del fuego, muerte hallaban.

 

 

Después d'esto dirás: «en espaciosas,

 

concertadas hileras va marchando

 

nuestro cristiano ejército invencible,

 

las cruzadas banderas victoriosas

 

al aire con donaire tremolando,

 

haciendo vista fiera y apacible.

 

Forma aquel son horrible

 

que el cóncavo metal despide y forma,

 

y aquel del atambor que engendra y cría

 

en el cobarde pecho valentía

 

y el temor natural trueca y reforma»;

 

haz los reflejos y vislumbres bellas

 

que, cual claras estrellas,

 

en las luchas armas el sol hace

 

cuando mirar este escuadrón le place.

 

Esto dicho, revuelve presurosa

 

y en los oídos de los dos prudentes

 

famosos generales luego envía

 

una voz que les diga la gloriosa

 

estirpe de sus claros ascendientes,

 

cifra de más que humana valentía:

 

al que las naves guía

 

muéstrale sobre un muro un caballero,

 

más que de yerro, de valor armado,

 

y entre la turba mora un niño atado,

 

cual entre hambrientos lobos un cordero,

 

y al segundo Abrahán que dé la daga

 

con que el bárbaro haga

 

el sacrificio horrendo que en el suelo

 

le dio fama y imortal gloria en el cielo;

 

dirás al otro, que en sus venas tiene

 

la sangre de Austria, que con esto sólo

 

le dirás cien mil hechos señalados

 

que, en cuanto el ancho mar cerca y contiene,

 

y en lo que mira el uno y otro polo,

 

fueron por sus mayores acabados.

 

Éstos ansí informados,

 

entra en el escuadrón de nuestra gente

 

y allá verás, mirando a todas partes,

 

mil Cides, mil Roldanes y mil Martes,

 

valiente aquél, aquéste más valiente;

 

a estos solos les dirás que miren

 

para que luego aspiren

 

a concluir la más dudosa hazaña:

 

«Hijos, mirad que es vuestra madre España!,

 

 

la cual, desde que al viento y mar os disteis,

 

cual viuda llora vuestra ausencia larga,

 

contrita, humilde, tierna, mansa y justa,

 

los ojos bajos, húmidos y tristes,

 

cubierto el cuerpo de una tosca sarga,

 

que de sus galas poco o nada gusta

 

hasta ver en la injusta

 

cerviz inglesa puesto el suave yugo

 

y sus puertas abrir, de herror cargadas,

 

con las romanas llaves dedicadas

 

[a] abrir el cielo como al cielo plugo.

 

Justa es la empresa, y vuestro brazo fuerte;

 

aun de la misma muerte

 

quitara la vitoria de la mano,

 

cuanto más del vicioso luterano».

 

 

Muéstrales, si es posible, un verdadero

 

retrato del católico monarca,

 

y verán de David la voz y el pecho,

 

las rodillas por el suelo y un cordero

 

mirando, a quien encierra y guarda un arca,

 

mejor que aquélla quisier[a haber hecho],

 

puestos de trecho a trecho

 

doce descalzos ángeles mortales

 

en quien tanta virtud el cielo encierra

 

que con humilde voz desde la tierra

 

pasan del mismo cielo los umbrales.

 

Con tal cordero, tal monarca y luego

 

de tales doce el ruego,

 

diles que está siguro el triunfo y gloria,

 

y que ya España canta la victoria.

 

Canción, si vas despacio do te envío,

 

en todo el cielo fío

 

que has de cambiar por nuevas de alegría

 

el nombre de canción y profecía.

 

Del mismo,

canción segunda, de la pérdida de la armada

que fue a Inglaterra

 

Madre de los valientes de la guerra,

 

archivo de católicos soldados,

 

crisol donde el amor de Dios se apura,

 

tierra donde se vee que el cielo entierra

 

los que han de ser al cielo trasladados

 

por defensores de la fee más pura:

 

no te parezca acaso desventura,

 

¡Oh España, madre nuestra!,

 

ver que tus hijos vuelven a tu seno

 

dejando el mar de sus desgracias lleno,

 

pues no los vuelve la contraria diestra:

 

vuélvelos la borrasca i[n]contrastable

 

del viento, mar, y el cielo que consiente

 

que se alce un poco la enemiga frente,

 

odiosa al cielo, al suelo detestable,

 

porque entonces es cierta la caída

 

cuando es soberbia y vana la subida.

 

Abre tus brazos y recoge en ellos

 

los que vuelven confusos, no rendidos,

 

pues no se escusa lo que el cielo ordena,

 

ni puede en ningún tiempo los cabellos

 

tener alguno con la mano asidos

 

de la calva ocasión en suerte buena,

 

ni es de acero o diamante la cadena

 

con que se enlaza y tiene

 

el buen suceso en los marciales casos,

 

y los más fuertes bríos quedan lasos

 

del que a los brazos con el viento viene,

 

y esta vuelta que vees desordenada

 

sin duda entiendo que ha de ser la vuelta

 

del toro para dar mortal revuelta

 

a la gente con cuerpos desalmada,

 

que el cielo, aunque se tarda, no es amigo

 

de dejar las maldades sin castigo.

 

 

A tu león pisado le han la cola;

 

las vedijas sacude, ya revuelve

 

a la justa venganza de su ofensa,

 

no sólo suya, que si fuera sola,

 

quizá la perdonara: sólo vuelve

 

por la de Dios, y en restaurarla piensa.

 

Único es su valor, su fuerza imensa,

 

claro su entendimiento,

 

indignado con causa, y tal que a un pecho

 

cristiano, aunque de mármol fuese hecho,

 

moviera a justo y vengativo intento.

 

Y más, que el galo, el tusco, el moro mira,

 

con vista aguda y ánimos perplejos,

 

cuáles son los comienzos y los dejos,

 

y dónde pone este león la mira,

 

porque entonces su suerte está lozana

 

en cuanto tiene este león cuartana.

 

 

Ea pues, ¡oh Felipe, señor nuestro,

 

Segundo en nombre y hombre sin segundo,

 

coluna de la fee segura y fuerte!,

 

vuelve en suceso más felice y diestro

 

este designio que fabrica el mundo,

 

que piensa manso y sin coraje verte,

 

como si no bastasen a moverte

 

tus puertos salteados

 

en las remotas Indias apartadas,

 

y en tus casas tus naves abrasadas,

 

y en la ajena los templos profanados;

 

tus mares llenos de piratas fieros,

 

por ellos tus armadas encogidas,

 

y en ellos mil haciendas y mil vidas

 

sujetos a mil bárbaros aceros,

 

cosas que cada cual por sí es posible

 

a hacer que se intente aun lo imposible.

 

 

Pide, toma, señor, que todo aquello

 

que tus vasallos tienen se te ofrece

 

con liberal y valerosa mano

 

a trueco que al inglés pérfido cuello

 

pongas el justo yugo que merece

 

su injusto pecho y proceder insano;

 

no sólo el oro que se adora en vano,

 

sino sus hijos caros

 

te darán, cual el suyo dio don Diego,

 

que, en propria sangre y en ajeno fuego,

 

acrisoló los hechos siempre raros

 

de la casa de Córdoba, que ha dado

 

catorce mayorazgos a las lanzas

 

moriscas, y, con firmes confianzas,

 

sus obras y su nombre han dilat[ado]

 

por la espaciosa redondez del suel[o],

 

que el que así muere vive y gana el cie[lo].

 

En tanto que los brazos levantares,

 

gran capitán de Dios, espera, [espera]

 

ver vencedor tu pueblo, y no vencido;

 

pero si de cansado los bajares,

 

los suyos alzará la gente fiera,

 

que para el mal el malo es atrevido;

 

y en tu perseverancia está inclüido

 

un felice suceso

 

de la empresa justísima que tomas,

 

y no con ella un solo reino domas,

 

que a muchos pones de temor el peso;

 

aseguras los tuyos, fortaleces

 

lo que la buena fama de ti canta,

 

que eres un justo horror que al malo espanta

 

y mano que a los justos favoreces;

 

alza los brazos, pues, Moisés cristiano,

 

y pondrálos por tierra el luterano.

 

 

Vosotros que, llevados de un deseo

 

justo y honroso, al mar os entregastes

 

y el ocio blando y el regalo huistes,

 

puesto que os imagino ahora y veo

 

entre el viento y el mar que contrastastes

 

y los mortales daños que sufristes,

 

d'entre Scila y Caribdis no tan tristes

 

salís que no se vea

 

en vuestro bravo, varonil semblante

 

que romperéis por montes de diamante

 

hasta igualar la desigual pelea;

 

que los bríos y brazos españoles

 

quilatan su valor, su fuerza y brío

 

con la hambre, sed, calor y frío

 

cual se quilata el oro en los crisoles,

 

y, apurados así, son cual la planta

 

que al cielo con la carga se levanta.

 

 

El diestro esgrimidor, cuando le toca

 

quien sabe menos que él, se enciende en ira

 

y con facilidad se desagravia;

 

y en la orilla del mar la fuerte roca,

 

mientras su furia a deshacerla aspira,

 

muy poco o nada su rigor la agravia;

 

y es común opinión de gente sabia

 

que cuanto más ofende

 

el malo al bueno, tanto más aumenta

 

el temor del alcance de la cuenta,

 

que siempre es malo del que mal espende.

 

Triunfe el pirata, pues, agora y haga

 

júbilo y fiestas, porque el mar y el viento

 

han respondido al justo de su intento

 

sin acordarse si el que debe paga,

 

que, al sumar de la cuenta, en el remate

 

se hará un alcance que le alcance y mate.

 

¡Oh España, oh rey, oh mílites famosos!,

 

ofrece, manda, obedeced, que el cielo

 

en fin ha de ayudar al justo celo,

 

puesto que los principios sean dudosos,

 

y en la justa ocasión y en la porfía

 

encierra la vitoria su alegría.