Antonio de Guevara
Epístolas
Capítulos XXXI-XXXII "De lo que dixo un villano del Danubio en presençia del Emperador Marco a todo el Senado de Roma. Es cosa notable" |
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Estando malo el Emperador, como en el capítulo passado avemos dicho, un día estando con él muchos médicos y oradores, movióse la plática de hablar quán mudada estava Roma, no sólo en los edifiçios, pero aun en las costumbres, y quán poblada de lisonjeros y despoblada de hombres que osasen dezir las verdades. Entonçes tomó la plática el Emperador y dixo estas palabras: En el año primero que fui cónsul, vino un pobre pajés de las riberas del Danubio a pedir justicia al Senado contra un çensor que hazía muchos desafueros en su pueblo. Él tenía la cara pequeña, los labios grandes, los ojos hundidos, el cabello herizado, la cabeça sin bonete, los çapatos de un cuero de puercoespín, el sayo de pelos de cabra, la çinta de juncos marinos y un azebuche en la mano. Fue cosa de ver su persona y monstruosa de oir su plática. Por cierto, quando le vi entrar en el Senado, pensé que era algún animal en figura de hombre y, de que le oí, juzgué ser uno de los dioses, si dioses ay entre hombres. Ycomo fuese costumbre en el Senado que primero fuesen oídas las querellas de los pobres que las demandas de los ricos, dándole lugar a este villano començó su plática, en la qual se mostró tan osado como en las vestiduras estremado y dixo assí: ¡O, Padres conscriptos!, ¡o, Pueblo venturoso! Yo, Mileno, vezino de las riparias ciudades del Danubio, saludo a vosotros, los senadores que estáis aquí en el Sacro Senado ayuntados. Los hados lo permittiendo, y nuestros dioses nos desamparando, los capitanes de Roma con su sobervia subiectaron a las gentes de la triste Germania. Grande es vuestra gloria, ¡o, romanos!, por las batallas que por el mundo avéis dado; pero si los escriptores dizen verdad, mayor será vuestra infamia en los siglos advenideros por las crueldades que en los innocentes avéis hecho. Mis antepassados poblaron cabe el Danubio porque, haziéndoles mal la tierra seca, se acogesen al agua húmida; y si les enojase el agua inconstante, se tornasen seguros a la tierra firme. Pero ¿qué diré? Ha sido tan grande vuestra cobdicia de tomar bienes agenos, y tan famosa vuestra sobervia de mandar en tierras estrañas, que ni la mar nos pudo valer en sus abismos, ni la tierra segurar en sus cuevas. Pero yo espero en los justos dioses que, como vosotros a sinrazón fuistes a echarnos de nuestras casas y tierra, otros vernan que con razón hos echen a vosotros de Italia y Roma. Infallible regla es el que toma a otro por fuerça lo ageno pierda el derecho que tiene a lo suyo proprio. Mirad, romanos, yo, aunque soy villano para cognoscer quién es justo en lo que tiene o quién es tiranno en lo que possee, esta regla tengo: todo lo que los malos con su tirannía allegaren en muchos días se lo quitarán los dioses en un día, y por contrario todo lo que los buenos perdieron en muchos años se lo tornarán los dioses en una hora. Creedme una cosa, y no dubdes en ella, que de la injusta ganançia de los padres viene la justa perdida después en los hijos, y si los dioses no quitan a los malos cada cosa que ganan luego como la ganan, es la razón porque dissimulando con ellos ayunten poco a poco muchas cosas, y después quando estén más descuidados se las quiten todas junctas. Y este es justo juizio de los dioses, que pues ellos hizieron mal a muchos, alguno les haga mal a ellos. ¡O!, con quánta lástima se pierde lo que en muchos años y con muchos sudores se gana. Por cicrto el hombre cuerdo si es cuerdo no es possible en cosa agena que tome gusto. Y torno a dezir: el hombre que tiene cosa agena, estoy espantado cómo puede vivir sola una hora, pues vee que los dioses tiene injuriados, los vezinos escandalizados, los enemigos contentos, los amigos perdidos, a los que lo robó agraviados, y sobre todo su persona puesta en peligro. Infame es entre los hombres y reo a los dioses el hombre que tiene tan caninos los deseos de su coraçón, y tan sueltas las riendas de sus obras, que lo poco del pobre le paresçe mucho y lo mucho suyo le paresce poco. ¡O!, quán maldito es el hombre (ni me da más que sea griego, que sea latino) que sin más consideraçión quiere trocar la fama con la infamia, la justicia con la injusticia, la rectitud con la tvrannía, la verdad por la mentira, lo cierto por lo dubdoso, teniendo astío por lo proprio y moriendo por lo ageno. El que tiene por principal intento allegar hazienda para los hijos y no buscar buena fama entre los buenos, justa cosa es pierda los tales bienes y sin fama quede infame entre los malos. Sepan todos los cobdiciosos, si no lo saben, que jamás entre hombres nobles se alcançó fama buena sino derramándose la hazienda mala. No se podrá suffrir muchos días ni menos encobrirse muchos años ser el hombre tenido por rico entre los ricos y por honrado entre los honrados, porque o le han de infamar que allegó las riquezas con mucha cobdicia, o las guarda agora con sobrada avariçia. ¡O!, si los cobdiciosos tuviesen tanta cobdicia de su honra propria como tienen de la hazienda agena, yo hos juro que ni la polilla de la cobdicia les royese el reposo de la vida, ni el cánçer de la infamia los destruyese la fama después en la muerte. Oid, romanos, oíd esto que hos quiero dezir, y plega a los dioses que lo sepáis gustar: Yo veo que todos aborreçen la sobervia y ninguno sigue la mansedumbre, todos condemnan el adulterio y a ninguno veo continente, todos maldizen la intemperançia y a ninguno veo templado, todos loan la paçiençia y a ninguno veo suffrido, todos reñegan de la pereza y a todos veo que huelgan, todos blasfeman de la avariçia y a todos veo que roban. Una cosa veo, y no sin lágrimas la digo, que todos con sola la lengua blasonan de las virtudes y después ellos mesmos con todos sus miembros sirven a los viçios. No digo esto por los romanos que están en el Illýrico, sino por los senadores que veo en este Senado. Vosotros, los romanos, en vuestras vanderas al derredor de vuestras armas traéis por mote estas palabras: "Romanorum est debellare superbos et parcere subiectis". Por cierto mejor diríades: "Romanorum est spoliare innocentes et inquietare quietos", porque vosotros los romanos no sois sino mollidores de gentes quietas y robadores de sudores agenos. Capítulo XXXII "Cómo el Villano prosigue su plática. Dize cosas más particulares al Senado, espeçial contra los romanos crueles y juezes tirannos" Pregúntohos, ¡o, romanos!, qué actión teníades vosotros, siendo criados cabe el río Tíberim, a nosotros, que nos estávamos a las riberas del Danubio. ¿Por aventura vístesnos de vuestros enemigos ser amigos, o a nosotros declararnos por vuestros enemigos? ¿Por aventura oístes dezir que, dexando nuestras tierras, poblamos tierras agenas? ¿Por ventura oístes que, levantándonos contra nuestros señores, perturbamos reinos agenos? ¿Por ventura embiástesnos algún embaxador que nos combidase a ser vuestros amigos, o vino alguno de nuestra parte a Roma a desafiaros como a nuestros enemigos? ¿Por ventura murió algún rey en nuestra tierra que en su testamento hos dexase por herederos, o hallastes algunas leyes antiguas por las quales nosotros hemos de ser vuestros vassallos? Por cierto en Alemania tan aýna sentimos vuestra tirannía como oimos vuestra fama. Y más hos diré: que el nombre de romanos y las crueldades de tirannos junctamente en un día llegaron a nuestros pueblos. Ya no sé qué me diga, romanos, del descuido de los dioses y del atrevimiento de los hombres, porque veo que el que tiene mucho tiranniza al que tiene poco; y el que tiene poco, aunque le es infamia, sirve al que tiene mucho; y la cobdiçia desordenada se conçierta con la malicia secreta; y la malicia secreta da lugar al robo público; y al robo público no ay quien le vaya a la mano. Y de aquí viene que la cobdiçia de un malo es necessario complirse en perjuizio de muchos buenos. Una cosa hos quiero dezir: o los dioses se han de descuidar, o los hombres han de fenesçer, o el mundo se ha de acabar, o el mundo no será mundo, o la fortuna hincará el clavo, o lo que ganastes en ochoçientos años vernéis a perder en ocho días, y como hos hezistes señores de muchos, vernéis a ser esclavos de todos. Por cierto injustos serían los dioses si esto no viesen los que vernán en los siglos advenideros, porque el hombre que se hizo tiranno por fuerça, justo es que le tornen esclavo por justiçia. Y ya que nos tomastes la nuestra mísera tierra, ¿es verdad que nos guardáis en justicia? Espantado estoy de vosotros, los romanos, embiarnos unos juezes tan simples, que por los dioses juro que ni vuestras leyes saben declarar, ni las nuestras entender. Yo no sé qué les mandáis acá, pero diré lo que hazen allá. Toman lo que les dan en público, coechan lo que desean en secreto, castigan gravemente al pobre, dissimulan con el dinero del rico, consienten muchos males por llevarles después más derechos. Quien no tiene hazienda, no cure pedirles justicia, y finalmente, so color que son juezes del Senado de Roma, dizen que pueden robar aquella tierra. ¿Qué es esto, romanos? ¿Nunca ha de tener fin vuestra sobervia en mandar y vuestra cobdicia en robar? Dezid qué queréis: si lo avéis por nuestros hijos, cargadlos de hierros y hazedlos esclavos; si lo avéis por algo de nuestras haziendas, id y tomadlas todas; si no hos contentan nuestros serviçios, mandad cortarnos las cabeças, porque no será tan crudo el cuchillo en nuestras gargantas como son vuestras tirannías en nuestros coraçones ¿Sabéis que avéis hecho?: que nos hemos juramentado de no llegar más a nuestras mugeres y de matar a nuestros hijos por no los dexar en manos de tan crudos tirannos. Más queremos suffrir los bestiales movimientos de la carne por veinte o treinta años que no morir con tan gran lástima dexando los hijos esclavos. No lo avíades de hazer assí, romanos. Antes, la tierra tomada por fuerça ha de ser muy mejor regida, porque los míseros captivos, viendo que les administran recta justiçia, olvidarían la tirannía passada y domeñarían sus coraçones a la servidumbre perpetua. Pues ¿monta que si nos venimos a quexar de los agravios que hazen vuestros çensores allá en el Danubio, que nos oiréis los que estáis aquí en el Senado? ¿Sabéis lo que hazéis? Oíd, que yo hos lo diré. Viene un pobre muy pobre a pediros aquí justicia, y como no tiene dineros que dar, ni vino que presentar, ni azeite que prometer, cumplen con él de palabra, dizen que se verá su justiçia, házenle gastar lo poco que tiene, no le dan nada de lo mucho que pide, y assí el mísero miserable que vino con quexa de uno se torna con quexa de todos, maldiziendo a sus crudos hados y exclamando a sus dioses justos. Yo vivo de varear avellotas en el invierno y de segar miesses en el verano, y algunas vezes pesco por mi passatiempo, de manera que todo lo más de mi vida passo solo en el campo. ¿Y no sabéis por qué? Pues oíd, que yo hos lo diré. Veo tantas tirannías en vuestros çensores, házense tantos robos a los míseros pobres, oyo tantas quexas en aquel reino y espero tan poco remedio de aqueste Senado, que determino como malaventurado de desterrarme de mi casa y dulçe compañía porque no sienta mi coraçón tanta lástima. Gran trabajo es suffrir un revés de fortuna, pero mayor es quando se comiença el mal a sentir y no se puede remediar; pero sin comparaçión es mayor quando lleva mi pérdida remedio, y el que puede no quiere y el que quiere no puede remediarlo. ¡O!, crudos romanos, si solo de traer a la memoria los trabajos que passamos mi lengua se entorpeçe, mis nervios se descoyuntan, mis oios lloran sangre y mis carnes se consumen, ¿qué será, dezidme, allá en mi tierra verlo con los ojos, oírlo con los oídos, gustarlo con la persona? Por cierto el coraçón se parte, y el ánima se desmaya, y las entrañas se rompen, y creo que los dioses aun nos tienen manzilla. No hos quiero rogar que de mis palabras no toméis escándalo, porque vosotros, los romanos, si sois romanos, bien veréis que las fatigas que nos vienen de los hombres, entre los hombres, con los hombres y por mano de los hombres, no es de maravillar que las sientan los hombres como hombres. Una cosa sola me consuela, y muchas vezes con otros malaventurados como yo la pongo en plática, y es que pienso son tan justos mis dioses, que sus castigos bravos no vienen sino de nuestras maldades crudas, y que nuestra culpa secreta los despierta a que hagan de nosotros justiçia pública. Pero de una cosa estoy muy turbado y que a los dioses nunca puedo tomar tino: ¿por qué a un bueno por pequeña culpa dan mucha pena y a un malo por muchas culpas no dan ninguna pena, dissimulando con unos y nada perdonando a otros? Paresce al parescer que grave agravio nos hazen los dioses: querernos affligir por mano de tales hombres, los quales, si justicia huviese en el mundo quando nos castigan con sus manos no merescían tener las cabeças sobre sus hombros. Esto digo, romanos: que por los dioses immortales juro que en quinze días solos que he estado en Roma, he visto hazer aquí tales y tantas cosas en este Senado, que si la menor dellas se hiziese en el Danubio, más pobladas estuviesen las horcas de ladrones que no las parras de uvas. Y pues ya mi deseo se ha visto do deseava y mi coraçón ha descansado en derramar la ponçoña que tenía, si en algo hos ha offendido mi lengua, he aquí me tiendo en este suelo para que lo pague mi garganta. Por cierto, más quiero ganar honra en offreçerme a la muerte que no que la ganéis vosotros comigo en quitarme la vida. Yaquí acabó el rústico su plática. Pues dize agora el Emperador: ¿Qué hos paresce, amigos? ¡Qué núcleo de nuez, qué oro de escoria, qué grano de paja, qué rosa de espina, qué cañada de hueso allí se descubrió! ¡Qué razones tan altas, qué palabras tan bien dichas, qué verdades tan verdaderas y qué maliçias tan descubiertas descubrió! A ley de bueno vos juro, y assí me vea libre del mal que tengo, que una hora estuvo el villano tendido en la tierra y todos nosotros las cabeças baxas espantados, no podiéndole responder una palabra. Otro día, avido nuestro acuerdo en el Senado, provevmos juezes de nuevo para el Danubio y mandamos que nos diese por escripto todo aquel razonamiento, porque se pusiesen en el libro de los buenos hechos estrangeros que está en el Senado. Y aquel rústico por lo que dixo fue hecho en libertad patricio y que su persona fuese de Roma vezino y para siempre del erario público sustentado. Libro de Marco Aurelio, 1528 |
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Epístola
10 (Libro I) LETRA
PARA DON ÍÑIGO DE VELASCO, CONDESTABLE DE CASTILLA,
EN LA CUAL EL AUCTOR TOCA LA BREVEDAD QUE TENÍAN LOS ANTIGUOS
EN EL ESCREBIR
Aquí,
en Valladolid, a cuatro de octubre, rescebí una letra de
Vuestra Señoría, hecha en Villorado a treinta de septiembre,
y según lo mucho que hay de aquí allá, y lo
poco que tardó la carta de allá acá, a mi parescer,
aunque fuera trucha llegara acá bien fresca. Pirro, rey de
los epirotas, fue el primero que inventó correos, y fue en
este caso príncipe tan cuidadoso, que teniendo tres exercitos
en diversas partes derramados, estando él de asiento en la
ciudad de Tarento, sabía dentro de un día de Roma,
y dentro de dos de Galia, y dentro de tres de Germania, y dentro
de cinco de Asia, por manera que sus mensageros más parecían
volar que caminar. Es el coraçón humano tan inventor
de cosas nuevas y amador de vanidades, que cuanto la cosa que le
dicen o escriben es más estraña, y por otra parte
es más nueva, tanto él más se regala y alegra,
porque las cosas viejas ponen hastío y las que son nuevas
despiertan el apetito. Esta ventaja nos tenéis los que podéis
mucho a los que tenemos poco, que en breve espacio escribís
a do queréis y sabéis do queréis, aunque también
es verdad que alguna vez sabéis alguna nueva dentro de tres
días, la qual no quisiérades saber aún dentro
de tres años. No hay placer ni alegría ni regocijo
en este siglo que no traya algún inconveniente consigo, de
manera que en lo que muchos días gozamos en un día
escotamos. Digo esto, Señor, para que tengáis en mucho
a Mosén Rubín, vuestro contino, el cual por la data
de vuestra carta paresce muy bien haber caminado y no mucho dormido,
porque traxo la letra tan fresca que apenas venia enxuta la tinta.
Escrebísme,
Señor, que os escriba qué sea la causa porque, siendo
yo de linage tan antiguo, y de cuerpo tan alto, y en los mementos
de la misa tan prolijo, y en el predicar tan largo, como soy en
el escrebir corto, en especial en la carta última que le
envié desde el monesterio de Fres del Val, cuando estaba
allí predicando a César, la cual dice que no llevaba
más de cuatro razones y ocho renglones. En esto, Señor,
que aquí me habéis escripto, materia me habéis
dado para no responderos corto, y si por caso lo hiciere assí,
dende aquí digo y protesto que si me arrojare a lo hacer,
será más por os complazer que no por yo lo querer. A
lo primero que decís, señor, de mi linage que es antiguo,
bien sabe Vuestra Señoría que mi abuelo se llamó
don Beltrán de Guevara, y mi padre también se llamaba
don Beltrán de Guevara, y mi tío se llamaba don Ladrón
de Guevara, y que yo me llamo agora don Antonio de Guevara, y aun
también sabéis, señor, que primero hubo condes
en Guevara que no reyes en Castilla. Este linage de Guevara trae
su antigüedad de Bretaña y tiene seis mayorazgos en
Castilla: es, a saber, el conde de Oñate, en Alava; don Ladrón
de Guevara, en Valdallega; don Pero Vélez de Guevara, en
Salinas; don Diego de Guevara, en Paradilla; don Carlos de Guevara,
en Murcia, y don Beltrán de Guevara, en Morata; los cuales
todos son valerosos en sus personas, aunque pobres en estados y
rentas; de manera que los de este linage de Guevara más se
prescian de la antigüedad de do descienden que no de la hacienda
que tienen. Descender hombres de sangres delicadas y tener parientes
generosos aprovecha mucho para honrrarnos y no embota la lança
para salvarnos, porque la infamia nos tienta a desesperar y la honra
a nos mejorar. Christo y su madre no quisieron descender del tribu
de Benjamin, que era el menor, sino del gran tribu de Judá,
que era el mayor y mejor. Había en Roma una ley que llamaban
Prosapia, que quiere decir ley de linages, por la cual era ordenado
y mandado en Roma que, habiendo competencia en el Senado sobre los
consulados, que excediesen y precediesen a todos los opositores
los que descendiesen del linage de los Silvios, y Torcatos, y Fabricios,
y esto se hacía así porque estos tres linages en Roma
eran los más antiguos y que descendían de romanos
muy valerosos. Los que descendían de Cathón, en Athenas,
y los que descendían de Ligurguio, en Lacedemonia, y los
que descendían de Cathón, en Utica, y los que descendían
de Esigilao, en Licaonia, y los que descendían de Tuscides,
en Galacia, no sólo en sus provincias eran privilegiados,
mas aún de todas las naciones eran muy honrados, y esto no
tanto por lo que los vivos merescían cuanto por lo que aquellos
antiguos varones habían merescido. Era también ley
en Roma que todos los que descendiesen de los Tarquinos, Escauros,
Cathilinos, Fabatos y Bitontos, no tuviesen oficios en la República,
ni aun morasen dentro del ámbito de Roma, y esto se hizo
por amor del rey Tarquino, y el cónsul Escauro, y el tirano
Cathilina, y el censor Fabato, y el traidor Bitinio, los cuales
todos fueron en sus vidas inhonestos y en sus gobernaciones muy
escandalosos. Esto digo, Señor, porque ser hombre malo descendiendo
de buenos, cierto es gran infamia; mas descender de buenos y ser
bueno no es pequeña gloria, que al fin fin, no son más
los hombres que los vinos, los cuales saben algunas veces a la buena
pega, otras al mal lavado y otras al buen viduño. Ánimo
para no huir, generosidad en el dar, criança en el hablar,
coracón para osar y clemencia para perdonar, gracias y virtudes
son éstas que pocas veces se hallan en hombres de bajos suelos
y muchas en los que descienden de linages antiguos. Según
esta hoy el mundo, sobre quien sois vos, mas quien sois vos, no
me paresce que puede uno tener mejor alhaja en su casa que ser y
descender de sangre limpia, porque el tal terná de qué
se loar y no habrá de qué le motejar. Decísme
también, Señor, en vuestra carta que soy en el cuerpo
largo, alto, seco y muy derecho, de las cuales propiedades no tengo
yo de qué me quexar, sino de que me presciar, porque la madera
que es larga, seca y derecha, en más es tenida y por mayor
prescio es comprada. Si la grandeza del cuerpo despluguiese a Dios,
nunca Él criara a Palas el Numidano, ni a Hércules
el Griego, ni a Milon el Bosco, ni a Sansón el Hebreo, ni
a Thindaro el Thebano, ni a Hermenio el Corintho, ni a Hena el Etheo,
los cuales eran en la grandeza de sus cuerpos tan monstruosos y
espantosos, que parescían los otros hombres delante dellos
lo que parescen las langostas delante los hombres. El primero rey
de Israel, que fue Saúl, quanto hay de los hombros a la cabeza
era mayor que todos los hombres de su reino. El gran Julio César
era en el cuerpo alto y seco, aun que en el rostro no era muy hermoso.
De Augusto, el emperador, se dice que era de tan alta altura, que
de los altos árboles cogía con su mano propria la
fruta. También se escribe del cónsul Silla que era
tan excesiva su grandeza, que siempre se baxaba al entrar de cada
puerta. Tito Livio dice que Scipión el Africano era de tan
grande estatura, que ninguno se le igualaba en ánimo ni le
sobrepujaba en la altura del cuerpo. Plutarcho dice del Magno Alexandro
que, según el ánimo que tenía, al mundo le
parescía que tenía harto en Alexandro y Alexandro
le parescía que para él era poco aún todo el
mundo. Esto
digo, Señor, para que averigüemos aquí cómo
podrá caber un coraçón humano en un cuerpo
pequeño, pues se le hace estrecho aún todo el mundo.
Ser un hombre muy grande, o ser muy pequeño, de estos dos
inconvenientes el menor es ser grande, porque la ropa larga fácilmente
se acorta, mas la que es pequeña sin fealdad no puede ser
añadida. Alonso Enrríquez, Alvargómez, Salaya,
Valderrábano y Figueroa, los cuales son pequeños de
cuerpos, aunque no de ánimos, siempre que los veo andar por
esta Corte me paresce que están orgullosos, briosos, turbados
y enojados, y desto no me maravillo, porque las chimeneas pequeñas
siempre son algo humosas. En el monesterio de los Toros de Guisando
hallé un fraile muy pequeñito, el cual, porque llamé
tres veces arreo, riño muy malamente conmigo, y como yo le
dixese que tenía muy poca paciencia y él me respondiese
que tenía yo menos criança, roguéle mucho me
diese de beber y que cesásemos de reñir, a lo cual
me respondió: "Vos, Hermano, aunque me veis, no me conoscéis.
Hago os saber que yo soy, como veis, chiquito, mas junto con esto
soy un pedaço de azero, y los hombres grandes y desaliñados
como vos, si de día me hablan, de noche me sueñan,
porque este otro día me hice medir, y hallé que llevaba
el coraçón al cuerpo, cinco varas de medir." A esto
le repliqué yo: "Gran necesidad hay, padre, que tenga el
coraçón cinco varas de medir en alto, pues en todo
vuestro cuerpo no hay dos codos y medio." De que esto oyó
aquel padre, cesó de reñir, y aun dexóme sin
beber. Creedme, Señor, que las escopetas cortas más
aina revientan, los lugares pequeños más aina se cercan,
en las mares baxas más aina se ahogan, en los caminos estrechos
más aina se pierden, las ropas angostas más aina se
rompen y los hombres chiquitos más aina se enojan. En los
animales pequeños, no sólo hay tantas fuerças,
más aun ni tantas gracias como hay en los grandes, porque
el elephante, el dromedario, el buey, el bufano y el caballo, que
son animales grandes, aprovechan para servir; mas la pulga, el ratón,
la lagartija, la mosca y la cigarra no sirven de más de enojar. También
me motejáis, Señor, que en el decir de la misa soy
largo, y que en el tener los mementos no soy corto, y que tan pesado
soy yo en decir una misa, como el Maestro Prexamo en hacer una platica.
Pues yo prometo a Vuestra Señoría que si soy largo
en el rezar, que no sois vos, Señor, corto en el hablar,
porque hartas veces os he visto alguna larga plática començar
y no he osado esperar a la acabar; que si esperara, o había
de venir de palacio a mediodía, o a dormir a medianoche.
Yo, Señor, cotejo los mementos de la musa con los pecados
de mi vida, y hallo por mi cuenta que no es cosa justa ser largo
en el pecar y corto en el orar. El Hazedor y Redemptor del Mundo
en todas las cosas era muy medido, sino en el orar, que siempre
era largo; lo cual mostró Él muy claro en el huerto
de Gesemaní, a do cuanto más la agonía le apretaba,
tanto más la oración alargaba. También
decís, Señor, que en el predicar soy largo y muy enojoso,
a lo cual os respondo que no hay en el mundo sermón largo
si el que le oye le oye como christiano y no como curioso. Acuérdome
que la cuaresma pasada, estando yo con Vuestra Señoría,
le presentaron unos salmones de Peña Melera, los cuales loastes
de buenos, y os quejastes que eran pequeños; por manera,
Señor, que nunca salmón se os hizo largo, ni sermón
corto. Treinta y ocho anos ha que fui traido a la Corte de César,
en la cual he visto a todas las cosas crescer, sino a los sermones,
que se están siempre en un ser. Paresce esto ser verdad,
en que en el comer se da más tiempo, en el dormir se consumen
más horas, todas las ropas llevan ya de paño más
varas, las casas son mucho más anchas, los gastos son más
excesivos, los vestidos son más costosos y los hombres son
más viciosos; finalmente, digo que en el hablar, ni en otra
cosa alguna no se sufre ya tasa, sino es en el sermón, que
no ha de pasar de una hora. A
lo que Vuestra Señoría dice que por qué en
el escrebir soy tan corto, a esto, Señor, os respondo que,
si yo no me engaño, para el hablar no es menester más
de viveza; mas para el escrebir es necesario mucha cordura, porque
para probar si es un hombre cuerdo o loco no es más menester
de ponerle unas espuelas en los pies o una pluma en la mano. En
todas las cosas confieso ser largo, excepto en el escrebir, que
no me pesa ser corto, porque de una palabra inconsiderada puédome
luego retractar, mas la firma de mi mano no la puedo negar. Decir
una inocencia es bovedad; mas firmarla de su mano es necedad. Dice
Salustio que si el tirano Cathilina y los otros sus compañeros
no firmaran la carta de la conjuración, aunque fueran acusados
no pudieran ser condenados, por manera que también mata la
pluma como la lança. Silaercio, Plutarcho, Plinio, Vegercio,
Vulpicio y Eutropio no nos engañan en sus historias; muchos
poetas, oradores, philósophos, reyes y príncipes hubo
en los siglos pasados, de los cuales se lee que eran en el hablar
muy largos, mas en el escrebir muy corregidos. César, en
una carta que escribió dende el bello Pérsico a Roma,
no decía más de estas palabras: "Vine, vi y vencí."
Octavio, el emperador, escribiendo a su sobrino Gayo Drusio, decía
así: "Pues estás en el Illirico, acuérdate
que eres de los Césares, te envió el Senado, y eres
agora moço, y mi sobrino, y ciudadano romano." El emperador
Thiberio, escribiendo a su hermano Germanico, decía así:
"Los templos se guardan, los dioses se sirven, el Senado pacífico,
la república próspera, Roma sana, fortuna mansa y
año fértil, esto es acá, en Italia; lo mesmo
deseamos a ti en Asia." Cicerón, escribiendo a Cornelio,
dice así: "Allégrate, pues yo no estoy malo, que también
me alegraré yo si tú estás bueno." El divino
Platón, escribiendo desde Athenas a Dionisio el Tirano, dice
así: "Matar a tu hermano, demandar más tributo, forçar
al pueblo, olvidar a mí tu amigo y tomar a Phocio por enemigo,
obras son de tirano." El gran Pompeyo, escribiendo dende Oriente
al Senado, decía así "Padres conscriptos: Damasco
es tomada; Pentápolis, subjeta; Siria es colonia; Arabia,
confederada, y Palestina, vencida." El cónsul Gneo Silvio,
escribiendo las nuevas de la Pharsalia a Roma, decía: "César
venció, Pompeyo murió, Rufo huyó, Cathón
se mató, la dictadura acabó y la libertad perdió." He
aquí, Señor, la manera que tenían los antiguos
en escribir a sus peculiares amigos, los cuales, con su brevedad,
daban a todos que notar; mas nosotros, como nunca acabamos, damos
bien que decir. No
más, sino que Nuestro Señor sea en su guarda, y a
mí dé gracia con que le sirva. De
Valladolid, a VIII de octubre de MDXXV. (Epístolas
familiares. Libro I, Epístola 10)
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Epístola
13 (Libro I) LETRA
PARA DON GONÇALO FERNANDEZ DE CÓRDOVA, Muy
ilustre señor, generoso y muy valeroso príncipe: Escrevir
mi poquedad a vuestra grandeza, mi inocencia a vuestra prudencia,
si paresciere a los que lo oyeren cosa superba, y a los que la
vieren cosa descomedida, echen la culpa a Vuestra Señoría,
que primero me escribió, y no a mí que con vergüença
le respondo. Yo, señor, trabajaré de satisfacer
a vuestra excelencia en todo lo que manda por su carta, con tal
que le suplico humilmente no mire tanto lo que digo cuanto a lo
que yo querría decir, y porque a persona de tanta calidad
es razón de escrebir con gravedad, trabajaré de
ser en las palabras que dixere medido y en las razones que escribiere
comedido. E1
divino Platón, en los libros de su República, decía
que al varón grande no se le había de imputar a
menos grandeza tractar y conversar con los pequeños que
competir y afrontarse con los grandes, y la razón que daba
para ello es que el varón magnánimo y generoso más
fuerça le hace en domeñar su coraçón
a querer cosas baxas que no emprender cosas graves y altas. Un
hombre de grande estatura más pena rescibe en baxarse al
suelo por una paja que estender un braco para alcançar
una rama. Quiero por esto que he dicho decir que es el nuestro
coraçón tan claro y soberbio, que subir a más
de lo que puede le es vivir, y descender a menos de lo que vale
le es morir. Muchas cosas hay las cuales no quiere Dios hacerlas
por sí solo, porque no digan que es Señor absoluto,
ni tampoco las quiere hacer por manos de hombre poderoso, porque
no diga que se aprovecha del favor humano, y viene después
a hacerlas por manos y industrias de algún hombre abatido
de la fortuna y olvidado entre los hombres, en lo cual muestra
Dios su grandeza y emplea en aquél su nobleza. E1 gran
Judas Machabeo era menor en cuerpo y harto menor en edad que los
otros sus tres hermanos; mas al fin el buen viejo Mathatías,
su padre, a él sólo encomendó la defensa
de los hebreos, y en sus manos puso las armas contra los asirios.
E1 menor de los hijos del gran patriarcha Abraham fue Isaac; mas
en el que fue puesta la línea recta de Christo, y en él
puso los ojos todo el pueblo judaico. El mayorazgo de la casa
de Isaac a Esaú venía, que no a Jacob; mas después
de los días del padre, no sólo Jacob compró
de su hermano Esaul el mayorazgo, mas aún le hurtó
la bendición. Joseph, hijo de Jacob, fue el menor de sus
hermanos y el más último de los once tribus, mas
al fin él sólo fue el que hallo gracia con los reyes
egipcios y meresció interpretarles los sueños. De
siete hijos que tenía Jesse, David era el menor de todos
ellos; mas al fin el rey Saúl fue de Dios reprobado y David
en rey de los hebreos elegido. Entre los prophetas menores fue
el muy menor Heliseo; mas al fin, a él, y no a otro ninguno,
fue dado el espíritu doblado. De los menores apóstoles
de Christo fue Sant Phelipe, y el menor discípulo de Sant
Pablo fue Philemón; mas al fin, con ellos más que
con otros se aconsejaban y en los arduos negocios su parescer
tomaban. Parésceme,
señor, que conforme a lo que habemos dicho no ha querido
Vuestra Señoría tomar consejo con otros hombres
que hay doctos y sabios, sino conmigo, que soy el menor de vuestros
amigos. Como habéis, señor, estado tantos tiempos
en las guerras de Italia, pocas veces os he visto y menos os he
hablado y conversado, a cuya causa debéis tener mi amistad
por más segura y menos sospechosa, pues os amo, no por
las mercedes que me habéis echo, sino por las grandezas
que en vos he visto. Cuando viene uno a ser vuestro amigo, mucho
hace al caso mirar qué le mueve a tomar vuestra amistad;
porque el tal, si es pobre, habémosle de dar; si es rico,
habémosle de servir; si favorecido, de adorar; si desfavorecido,
de favorecer; si desabrido, de halagar; si impaciente, de soportar;
si [es] vicioso, de disimular, y si malicioso, dél nos
recatar Uno de los grandes trabajos que traen consigo los inútiles
amigos es que no vienen ellos a buscarnos con fin de hacer lo
que nosotros queremos, sino a persuadirnos a que queramos lo que
ellos quieren. Peligro grande es tener enemigos; más también
es muy gran trabajo sufrir muchos amigos, porque dar todo el coraçón
a uno aún es poco, cuanto más si entre muchos es
repartido. Ni mi condición lo lleva ni en vuestra grandeza
cabe, que desta manera nos amemos, ni menos nos tractemos, porque
no hay amor en el mundo tan verdadero como aquel que de interese
no tiene escrúpulo. Decísme,
señor, en vuestra carta, que no me escrebís porque
soy rico y poderoso, sino porque soy docto y virtuoso, y que me
rogáis mucho os escriba de mi mano alguna cosa, la cual
sea digna de saber y dulce de leer. A lo que decís que
me tenéis por sabio, a eso os respondo lo que respondió
Sócrates; es, a saber, que no sabía otra cosa más
cierta sino saber que no sabía nada. Muy grande fue la
philosophia que encerró Sócrates en aquella respuesta,
porque según decía el divino Platón, la menor
parte de lo que ignoramos es muy mayor que todo cuanto sabemos.
No hay en el mundo igual infamia como es motejar a uno de necio,
ni hay otra igual alabança como es llamar a uno sabio,
porque en el sabio es muy mal empleada la muerte, y en el necio
es muy peor empleada la vida. Epemetes, el tirano, viendo al philósopho
Demóstenes llorar inmensas lagrimas en la muerte de un
philósopho, preguntóle que por que tanto lloraba,
pues era cosa inhonesta ver a los philósophos llorar. A
esto le respondió Demóstenes: "No lloro yo, oh Epemetes,
porque el philósopho murió, sino porque tú
vives, y si no lo sabes, quiero te lo hacer saber, y es que en
las achademias de Athenas más lloramos porque viven los
malos, que no porque mueren los buenos." Decísme,
señor, que me tenéis por hombre recogido y virtuoso;
plega a la divina clemencia que en todo, y mucho más en
esto, seáis verdadero, porque en caso de ser o no ser uno
virtuoso, arrojarme ya yo a decir que cuan seguro es serlo y no
parescerlo, tan peligroso es parescerlo y no serlo. Es naturalmente
hombre variable en los apetitos profundos en el coraçón;
mudable en los pensamientos, inconstante en los propósitos
y indeterminable en los fines; de lo cual se puede muy bien inferir
que es el hombre muy fácil de conoscer y muy difícil
de entender. Más honra me dais vos, señor, en llamarme
sabio y virtuoso, que no os doy yo en llamaros duque de Sesa,
marqués de Bitonto, príncipe de Quilache y, sobre
todo, Gran Capitán, porque a mi nobleza y virtud y sabiduría
no la puede empecer la guerra, más vuestra potencia y grandeza
está subjeta a la fortuna. Escrebísme,
señor, que os escriba qué es lo que me paresce de
que el Rey, nuestro Señor, os manda agora de nuevo pasar
otra vez en Italia, por ocasión de la batalla que vencieron
los franceses agora en Ravena, la cual será en los siglos
tan nombrada como fue agora sanguinolenta. A esto, señor,
respondiendo, digo que tenéis muy gran razón de
dubdar y sobre ello os aconsejar, porque si no cumple lo que le
mandan, enemístase con el Rey, y si hace lo que le ruegan,
tomase con la fortuna. Dos veces, señor, habéis
pasado en Italia y dos veces habéis ganado el reino de
Nápoles, en las cuales dos jornadas vencistes la batalla
de la Chirinola y matastes la mejor gente de la casa de Francia,
y, lo que más de todo es, que hecistes ser la gente española
de todo el mundo temida, y alcançastes para vos renombre
de inmortal memoria. Pues siendo esto verdad, como lo es, no seria
cordura, ni aun cosa segura, tornar otra vez de nuevo a tentar
la fortuna, la cual con ninguno se muestra tan maliciosa y doblada
como con los que andan mucho tiempo en la guerra. Hannibal, príncipe
de los carthaginenses, contento con haber vencido a los romanos
en las muy famosas batallas de Trene y Trasmenes y Canas, como
quisiese todavía forçar y luchar con la fortuna,
vino a ser vencido de los que había muchas veces vencido.
Los que han de tractar con la fortuna hanla de rogar, mas no enojar;
hanla de conversar, mas no de tentar; porque es de tan mala condición
la fortuna, que cuando halaga, muerde, y cuando se enoja, hiere. En
esta jornada que os mandan, señor, hacer, ni os persuado
a que vais, ni os desaconsejo que quedéis; solamente digo
y afirmo que con esta tercera pasada en Italia tornáis
a poner en peligro la vida y jugáis a los dados la fama.
En las dos primeras conquistas ganastes honra con los presentes,
fama para los siglos futuros y riqueza para vuestros hijos, estados
para vuestros sucesores, reputación entre los estraños,
crédito entre los vuestros, gozo para vuestros amigos,
dentera para vuestros enemigos; finalmente, ganastes por excelencia
este nombre de Gran Capitán, no sólo para estos
nuestros tiempos, mas para todos los siglos futuros. Mirad bien,
señor, lo que dexáis y lo que emprendéis,
porque se ternía más por temeridad que no por cordura,
en que teniendo os en vuestra casa todos envidia os vais do todos
tomen de vos vengança. Vencistes a los turcos en la Panonia,
a los moros en Granada, a los franceses en la Chirinola, a los
picardos en Ytalia, a los lombardos en el Garellano; téngome
por dicho que como ya fortuna no tiene más naciones que
os dar para que vençáis, quiere agora llevaros a
do seáis vencido. Los duques, los príncipes, los
capitanes y los alférez contra quien peleastes, o son muertos,
o son idos, de manera que agora con otra gente habéis de
pelear y os habéis de tomar; dígolo, señor,
porque ya podrá ser que la fortuna que os favoreció
entonces, favorezca a ellos agora. Acceptar la guerra, juntar
gente, ordenar gente y dar la batalla pertenesce a los hombres;
mas dar la vitoria pertenesce a un sólo Dios. Titho Livio
dice que fueron muchas veces con gran inominia vencidos los romanos,
ad furcas caudinas, y al fin, por consejo del cónsul Emilio,
mudaron al cónsul que tenía cargo de aquel exército,
y donde eran hasta allí vencidos, fueron de allí
adelante vencedores; de lo cual podemos, para nuestro propósito,
coligir que mudándose los capitanes de la guerra, se muda
juntamente la fortuna. En un mesmo reino, con una mesma gente,
debaxo de un mesmo rey, en una mesma tierra y sobre una mesma
demanda, no esperéis, señor, que será fiel
siempre fortuna, porque en el cebadero, do ella más veces
ceba, allí toma la mayor redada. Rodrigo
de Bivero me dixo que estaba Vuestra Señoría con
mucha pena de ver que se dilataba vuestra partida, y que el rey,
por agora, la tenía suspensa, y aún díxome
que lo teníades por grande afrenta, que a ser con otro
vuestro igual se lo pidiriades por justicia. De oír esto
estoy maravillado, y no poco, sino mucho escandalizado, porque
no tengo por buen animal al que al tiempo del cargar se está
quedo, y cuando le quieren quitar la carga tira coces. Pues anda
el ánima cargada de pecados, el coraçón de
pensamientos, el espíritu de tentaciones y el cuerpo de
trabajos, conviene nos mucho que si del todo no pudiéremos
desechar esta carga, a lo menos que aliviemos algo della. No sois,
señor, tan moço que no tengáis lo más
de la vida pasado, y pues la vida se va consumiendo, y la muerte
se viene acercando, parescerme ya a mí que os sería
mejor consejo ocuparos en llorar vuestros antiguos pecados que
no ir de nuevo a derramar sangre de enemigos. Tiempo es ya de
llorar y no de pelear, de retraeros y no de distraeros, de tener
cuenta con Dios más que con el rey, de cumplir con el alma
y no con la honra, de llamar a los sanctos y no provocar a los
enemigos, de distribuir lo propio y no tomar lo ageno, de conservar
la paz y no inventar la guerra. Y si en este caso no me queréis,
señor, creer dende agora adevino que entonces lo començaréis
a sentir cuando no lo podáis ya remediar. Vos, señor,
os engañáis, o yo no se lo que me digo, pues veo
que huís de lo que habéis de procurar, que es el
reposo, y procuráis lo que habéis de huir, que es
el desasosiego; porque no hay hombre en el mundo más malaventurado
que el que nunca experimento que cosa es asosiego. Los que han
andado por diversas tierras y han experimentado varias fortunas,
la cosa que más desean en esta vida es verse vueltos con
honra a su tierra; de lo cual se puede inferir que es muy gran
temeridad querer más ir vos solo a morir entre los estraños,
que no vivir con honra entre los vuestros. Hasta que los hombres
tengan lo necesario para comer, y aun hasta que les sobre algo
para dar, a mi parescer no deben ser muy culpados, aunque peregrinen
por diversos reinos y se pongan en grandes peligros, porque tan
digno es de reprehensión el que no procura lo necesario,
como el que solicita lo superfluo. Ya que un hombre halló
lo que buscaba, y aun por ventura le sucedió mejor que
pensaba, que el tal después que se vee en su casa con reposo,
se quiera tornar a refregar otra vez con el mundo, osaria yo decir
que al tal o le falta cordura, o le es contraria fortuna. Decía
el divino Platón, en los libros de su República,
que más contraria es la fortuna al hombre que no le dexa
gozar lo que tiene, que no al que le niega lo que le pide. A Vuestra
Señoría ruego y aviso que, leída una vez
esta palabra, torne otra y otra vez a leerla; que, a mi parescer,
esta sentencia de Platón es muy verdadera y muy profunda,
y aun muy usada, porque no vemos cada día otra cosa sino
a muchos hombres que la fama, la honra, el reposo y las riquezas
tienen fuerças para alcançarlas y después
no tienen coraçón para goçarlas. Julio César
fue a quien natura dotó de más gracias y a quien
fortuna dió más vitorias, y con todo esto, decía
del el gran Pompeyo que tenía buen ardid en vencer cualquiera
batalla, mas que después no sabía goçar de
la vitoria. Si en la muy nombrada batalla de Canas supiera Haníbal
gozar del vencimiento, nunca después él fuera en
los campos de Carthago por Scipión Africano vencido. Tomadlo,
señor, como quisiéredes y sentidlo como mandáredes,
que de mi parescer y voto no es tan cruel enemigo el que me arroja
la lança en la guerra como el que me viene a echar de mi
casa. Conforme a lo que hemos dicho, decimos que pues no podemos
huir de los trabajos, que a lo menos ahorremos de algunos enojos
dellos, porque sin comparación son más los enojos
que nosotros nos buscamos que los que nos causan nuestros enemigos. No
quiero más en esta carta decir, sino que el señor
Rodrigo de Bivero y yo hablamos algunas cosas dignas de saber
y peligrosas para escrebir; yo las fié de su nobleza acá,
y él las relatará allá. No
más sino que nuestro Señor sea en su guarda y a
mí dé gracia para que le sirva. (Epístolas
familiares. Libro I, Epístola 13)
Epístola
38 (Libro I) LETRA
PARA EL ABAD DE SANT PEDRO DE CARDEÑA, EN LA CUAL SE ALABA
LA TIERRA DE LA MONTANA Reverendo
abad y monástico religioso: "Regi
seculorum immortali sit gloria quia te ex literis tuis bene valere
audito, et ipse bene habeo." La salud corporal en todo tiempo
se ha de tener en mucho, y mucho más en este presente año,
porque la guerra tenemos en casa y la pestilencia está
llamando a la puerta. No dixe mucho en decir que la pestilencia
llama a la puerta, pues está Ávila dañada,
Madrigal despoblada y Medina escandalizada, Valladolid asombrada
y Dueñas yerma. En lo demás, doy a vuestra paternidad
muchas gracias por los Diálogos de Ocham que me
prestó, y no menos se las doy por las cecinas que me embió,
que como nascí en Asturias de Santillana, y no en el potro
de Córdoba, ninguna cosa pudiera enviarme a mi más
acepta que aquella carne salada, por manera "quod cogno visti
cogitationes meas de longe." Desde Asia a Roma envió la
hermosa Cleopatra a su buen amigo Marco Antonio una grulla salada,
la cual la tuvo en tanto que sólo una hebra comía
cada día de aquella cecina. Desde el Illirico, que es en
los confines de Pannonia, truxeron presentadas al gobernador Augusto
seis lampreas trechadas, el cual manjar fue cosa tan nueva en
Roma, que sola una de ellas comió, y las otras cinco entre
los senadores y embaxadores repartió. Macrobio, en sus
Saturnales, contando, o, por mejor decir, reprehendiendo
a Lúculo, el romano, de una muy solemne y costosa cena
que hizo a unos embaxadores de Asia, dice que, entre otras cosas,
comieron un grifo adobado y un ansarón cecinado. En una
invectiva que hace Crispo Salustio contra su émulo Cicerón,
entre las cosas más graves que le acusó es que hacía
traer por sus regalos cecinas de Cerdeña y vinos de España.
El divino Platón, cuando fue a ver a Dionisio el Tirano,
de ninguna cosa tanto de él se escandalizó como
fue verle comer dos veces al día, y que por mejor beber,
comía carne salada. Grandes tiempos se pasaron en Roma
en los cuales, aunque comían carne fresca y salada, no
sabían sazonar aún la cecina, y el primero que se
dice haber inventado esta golosina fue el regalado Miscenas, el
cual daba en sus banquetes asnicos asados y cabrones cecinados. Como
los tiempos cada día van más cosas descubriendo
y los ingenios de los hombres se van más adelgazando, ha
venido la cosa en que las cecinas que para los reyes en otro tiempo
se buscaban, con ella ahora los rústicos se ahitan. Por
más sazonadas y aún más sabrosas tengo yo
las cecinas de la Montaña, que no las de Castilla, porque
en la Montaña son las yerbas más delicadas, las
aguas más delgadas, las tierras más frías
y los animales más sanos, y los aires más sutiles.
Que sea mejor tierra la Montaña, que no Castilla, paresce
claro, en que los vinos que van de acá allá son
más finos y los hombres que vienen de allá se tornan
más maliciosos; de manera que allá les mejoramos
los vinos y ellos acá nos empeoran los hombres. Bien estoy
yo con lo que decía Diego López de Haro: es a saber,
que para ser uno buen hombre, había de ser nascido en la
Montaña y traspuesto en Castilla; mas pésame a mi
mucho que aquellos de mi tierra se les apega poco de la criança
que tenemos y mucho de la malicia que usamos. Cuando preguntamos
a un vecino del Potro de Córdoba, del Çocadover
de Toledo, del Corrillo de Valladolid, o del Azoguejo de Segovia,
que de dónde es natural, luego dice que es verdad haber
él nascido en aquella tierra, mas sus abuelos vinieron
de la Montaña; por manera que en el tener quieren ser castellanos,
y en el linaje quieren ser vizcaínos. Si
Roderico Toletano no nos engaña, siete naciones enseñorearon
nueve provincias de España; es a saber: los griegos, a
Carpentania; los vándalos, a Andalucía; los suevos,
a Carthagena; los alanos, a Galizia; los hunnos, a Tarragona;
los godos, a Lusitania, y los romanos, a Pirenea; mas de todas
estas nueve naciones, de ninguna leemos que pasase la Peña
de Orduña, ni osase llegar a la Peña Horadada. A
los que somos montañeses no nos pueden negar los castellanos
que cuando España se perdió, no se hayan salvado
en solas las montañas todos los hombres buenos, y que después
acá no hayan salido de allí todos los nobles. Decía
el buen Íñigo López de Santillana que en
esta nuestra España que era peregrino, o muy nuevo, el
linage que en la Montaña no tenía solar conoscido. He
querido, padre Abad, deciros todo esto para que veáis en
cuánto tengo lo que me enviastes: lo uno, porque era cecina,
y lo otro, porque era sazonada en mi tierra. No es mucho me sepan
a mi bien las cecinas de mi tierra, pues el emperador Severo nunca
se vestía camisa sino de lino de África, que era
su natural tierra. De Aurelio el emperador, cuentan sus chronistas
que decía muchas veces que todos los manjares que comíamos
de otras tierras los comíamos con sabor, mas los que eran
de nuestra tierra los comíamos con amor y sabor. En
lo demás que vuestra paternidad me escribió y encomendo,
Fray Benito, su súbdito y mi amigo, le dirá cómo
hablé en ello a Su Magestad y lo que me respondió
y al presente se despachó. No
más, sino que "gratia Domini nostri Iesu Christi sit tecum
et mecum." (Epístolas
familiares. Libro I, Epístola 38)
Epístola
46 (Libro I) LETRA
PARA MOSÉN RUBÍN, VALENCIANO Y ENAMORADO, Magnífico
señor y viejo enamorado: Somos
en Madrid a cuatro de agosto, a do rescebí una letra vuestra,
y como la letra era tirada, y la firma algo borrada, yo os juro
a ley de bueno que no podía acertar a leerla, ni caer en
la cuenta del que me la escrebía, porque, dado caso que
siendo yo inquisidor en Valencia, nos conoscimos ha mil años
que no nos vimos. Ya que llamé y desperté a mi memoria,
y leí y releí la carta, caí en la cuenta
que era de MOSÉN RUBÍN, mi vicino: digo MOSÉN
RUBÍN EL ENAMORADO. Acuérdome que algunas veces
jugábamos al axedrez en mi posada, y sabía yo tan
poco, que me dábades la dama, mas no me acuerdo que me
dejásedes ver a vuestra amiga. Acuérdome que en
la Sierra de Espadán, en el recuentro que hubimos con los
moros, salí yo herido, y vos descalabrado, y no hallamos
çurujano que nos curase ni aún trapo que nos atasen.
Acuérdome que en albricias, porque os hice firmar una cédula
de la Reina, me enviastes una mula, la cual yo os agradecí
y no la tomé. Acuérdome que yendo que fuimos a acompañar
al rey de Francia a Requena, cuando llegamos a Siete Aguas, yo
me quexaba de no hallar que comer, y vos, señor, de no
tener a do pasar, y al fin yo os acogí en mi posada y vos
salistes a buscar la comida. Acuérdome que cuando César
me envió a llamar a Toledo, me distes una carta para el
secretario Urrias, sobre un vuestro negocio, el cual, no sólo
le hablé, más aún os le despaché.
Acuérdome que riñendo con un capellán de
vuestra muger delante de mí, como él os dixese que
no le tractásedes mal, pues tenía cargo de ánimas,
y era cura, le respondistes vos: "que él no era cura, sino
la locura." Acuérdome que os aconseje, y aún os
persuadí, estando en Játiva, que diésedes
al diablo los amores de que vos sabéis, y aún yo
también lo sé, porque eran amores enojosos, peligrosos
y costosos. Acuérdome que, después en Algecira,
me dixistes llorando y sospirando, que no los podíades
echar de la memoria, ni alançar del corazón, y allí
os torné a decir, y a jurar y perjurar que no eran amores
que aplacían, ni aun os convenían. Acuérdome
que después nos topamos en Torres Torres, adonde os pregunté
qué en que habían parado vuestros amores, y vos
me respondistes que en mil dolores y trabajos, porque habíades
escapado dellos acuchillado, aborrido, burlado, infamado y aún
pelado. De otras muchas cosas me acuerdo haberos visto platicar,
y aun obrar, en el tiempo que en Valencia fuimos vecinos, y nos
conversamos, las cuales aunque se podrían platicar no se
sufren escrebir. En
esta presente letra me escrebís que de otros nuevos amores
estáis agora enamorado, y que pues os dixe la verdad en
los primeros, os escriba mi parecer en estos segundos, teniendo
por cierto que os sabré tomar la sangre, y aun atar la
herida. Otra cosa quisiera yo, señor Mosén Rubín,
que me escribiérades, o que me pidiérades, porque,
hablando la verdad, esta materia de amores, ni vos estáis
ya en edad para seguirla, ni cabe en mi gravedad escrebirla. A
mi habito, y a mi profesión, y a mi autoridad y gravedad
habéisle de pedir casos de confesiones, y no remedios de
amores porque yo más he leído en el Hostiense, que
amuestra a confesar, que no en Ovidio, que enseña a enamorar.
A la mi verdad, señor Mosén Rubín, ni sois
vos, ni soy yo, a quien los amores buscan y con quien ellos se
regalan, porque vos sois ya viejo, y yo soy religioso; de manera
que a vos os sobra la edad y a mi falta la libertad. Creedme,
señor, y no dudéis que no son amores, sino dolores;
no alegría, sino dentera; no gusto, sino tormento; no recreación,
sino confusión cuando en el enamorado no hay mocedad, libertad
y liberalidad. Al hombre entrado ya en edad, y que de nuevo se
remota y enamora, nunca le llamaban viejo enamorado, sino viejo
ruin y loco, y así Dios a mí me salve, que tienen
razón los que se lo llaman, porque los pajares viejos y
podridos más son ya para estercolar que no para guardar.
El dios Cupido y la diosa Venus no quieren en su casa sino a mancebos
que los puedan servir y a liberales que sepan gastar, y a libres
que puedan gozar, y a pacientes que puedan sufrir, y a discretos
que sepan hablar, y a secretos que sepan callar, y a fieles que
sepan agradescer, y animosos que sepan perseverar. El que de estas
condiciones no fuere dotado y priveligiado, más sano consejo
le será acabar en el campo que no enamorarse en palacio,
porque no hay en el mundo hombres tan maleventurados como son
los enamorados necios. Al
enamorado necio mofa dél su dama, burlan dél los
vecinos, engáñanle los criados, pélanle las
alcahuetas, cébase de palabrillas, emplea mal sus joyas,
anda desvelado, créese de ligero y al fin hállase
burlado. Todos los oficios y todas las sciencias desta vida se
pueden aprender, si no es el oficio de saber amar, el cual ni
le supo escrebir Salomón, ni pintar Asclepio, ni enseñar
Ovidio, ni contar Helena, ni aun aprender Cleopatra, sino que
de la escuela del corazón ha de salir y la pura discreción
le ha de enseñar. No hay cosa para que haya más
necesidad de ser uno discreto que es para ser enamorado, porque
si ha hambre, frío, sed y cansancio, siente lo no más
del cuerpo, mas las necedades que se hacen en amores llóralas
el corazón. Para que los amores sean fijos, seguros, perpetuos
y verdaderos, han de ser entre sí iguales los enamorados,
porque si el enamorado es mozo y ella vieja, o el viejo y ella
moza, él es cuerdo y ella loca, y él loco y ella
cuerda, él es discreto y ella necia, o él necio
y ella discreta, él ama a ella y ella aborresce a él,
o ella ama a él y el aborresce a ella, creedme, señor,
y no dudéis que de enamorados fingidos han de parar en
enemigos verdaderos. He
querido deciros esto, señor Mosén Rubín,
para que si la enamorada que agora vos tomáis ha sesenta
y tres años como vos habéis, no es gran peligro
que os améis y conozcáis, porque lo más del
tiempo gastaréis vos en contar a ella las amigas que habéis
tenido, y ella en contar a vos los que a ella han servido. Hablando
más en particular, querría yo saber para qué
un hombre como vos, que pasa de los sesenta años, y que
está lleno de sarna, y cargado de gota, quiere agora tomar
amiga moza y hermosa, la cual se ocupará antes en robaros
que no en regalaros. ¿Para qué queréis amiga, de
la cual no os podéis servir si no es para ataros las vendas,
y oxearos las moscas? ¿Para qué queréis amiga, pues
entre vos y ella no ha de haber otra conversación ni comumcación
si no fuere relatarle y contarle cuentos y patrañas, y
cuán poquito habéis comido aquel día, y cuantas
veces habéis contado el relox aquella noche? ¿Para qué
queréis amiga, pues ya no tenéis fuerzas para seguir
la hacienda para servirla, paciencia para sufrirla, ni edad para
gozarla? ¿Para qué queréis amiga, a la cual no podéis
representarle lo que por ella habéis sufrido y padescido,
sino contarle en cómo ya la gota se os ha subido de la
mano al colodrillo? ¿Para qué queréis amiga, la
cual no entrará por vuestras puertas el día que
cesaredes de le dar y os descuidáredes de le escrebir?
¿Para qué queréis amiga, a la cual no habéis
de osarle negar cosa que os pida, ni reñirle enojo que
os haga? ¿Para que queréis amiga, a la cual no habéis
de servir conforme a vuestra hacienda sino al respeto de su locura?
¿Para qué queréis amiga, a la cual habéis
de agradecer los favores que os diere, y no osar quejaros de los
celos que os pidiere? ¿Para qué queréis amiga, la
cual cuando más y más os halagare, no será
su fin por contentaros, sino por algo pediros? ¿Para qué
queréis amiga, delante de la cual os habéis de reir,
aunque la gota os haga rabiar? ¿Para qué queréis
amiga, con la cual primero tendréis gastada vuestra hacienda
que tengáis su condición conocida? ¿Para qué
queréis amiga, con la cual os juntastes por dineros y la
sustentáis con regalos, y al fin os habéis de apartar
con enojos? Si
con estas condiciones vos, señor Mosén Rubín,
queréis ser enamorado, sedlo mucho en horabuena, y aún
digo en hora buena, pues soy cierto que os ha de llover en casa,
porque a vuestra edad y enfermedad más le conviene tener
un amigo con que se recree que una amiga con que se pudra. Samocracio,
Nigidio y Ovidio escribieron muchos libros, y hicieron grandes
tractados del remedio del amor, y el donaire de ello es que buscaron
los remedios para los otros y ninguno tomaron para sí mismos,
porque todos tres ellos murieron perseguidos y destruídos,
no por los males que hicieron en Roma, sino por los amores que
intentaron en Capua. Diga Ovidio lo que soñare, Nigidio
lo que quisiere y Samocracio lo que se le antojare: que al fin,
al fin, el mayor y mejor remedio contra el amor es huir de la
conversación y apartarse de la ocasión, porque en
caso de amores, a muchos vemos escapar de los que huyen, y a muy
poquitos librarse de los que esperan. Mirad, señor, no
os engañe el demonio a que tornéis agora de nuevo
a ser enamorado, pues no conviene a la salud de vuestra persona,
ni a la autoridad de vuestra casa, porque yo os doy mi fe que
más ayna os acaben los enojos de la amiga que no los dolores
de la gota. Mi
pluma se ha estendido más de lo que yo pensé y aun
más de lo que vos quisiérades; mas pues vos fuistes
el primero que echastes mano a las armas, no es mía la
culpa si os acerté algún revés. Al padre
Prior de Portaceli envío una palia rica; por mi amor que
se la mandéis dar y de mi parte visitar, porque posé
mucho tiempo en su posada, y soyle obligado y afectionado. No
más, sino que Nuestro Señor sea en vuestra guarda
y os guarde de mala amiga, y os sane de vuestra gota. De
Madrid, a III de marzo de MDXXVII. (Epístolas
familiares. Libro I, Epístola 46)
Epístola
24 (libro II) LETRA
PARA DON FRANCISCO MANRIQUE, EN LA CUAL EL AUCTOR TOCA POR DELICADO
ESTILO DE CUÁN PELIGROSA COSA ES OSAR EL HOMBRE CASADO
SER AMIGADO
Muy
magnífico caballero y muy travieso mancebo: Los
delictos y excesos que hacen las mugeres generosas y castizas
como ella, muy poco castigo les seria el reprehenderlas, ni aun
el avisarlas, sino que las habían de tapiar vivas, o enterrarlas
muertas, porque al hombre no le pedimos más de que sea
bueno, mas a la muger honrada no le abasta que lo sea, sino que
lo parezca. Y pues vuestra muger y mi sobrina, en caso de bondad
y gravedad, es buena y paresce buena, habéisme, señor
don Francisco, de perdonar si en esta mi letra defendiere su innocencia
y no agraviare vuestra culpa, porque de los amigos y deudos ha
se de tomar el consejo y esperar el remedio. Veniendo,
pues, al caso, ha de saber que un antiguo tirano llamado Corinto,
antes que fuese casado, dixo un día al filósofo
Demóstenes: "Pues eres filósofo y te alabas de ser
mi amigo, dime, así los dioses sean en tu guarda, ¿qué
condiciones ha de tener la muger con quien yo me hubiese de casar?"
A esta pregunta le respondió el filósofo Demóstenes:
"La muger con quien tú te has de casar, ¡o Corinto!, ha
de ser rica, por que tengas con que vivir; ha de ser generosa,
por que tengas con que te honrrar; ha de ser moça, por
que te pueda servir; ha de ser hermosa, por que no tengas que
desear, y ha de ser virtuosa, por que no tengas que guardar."
Y dixo más Demóstenes: "Al hombre que fuera destas
condiciones eligiere muger, más sano consejo le sería
celebrarle las obsequias, que no llevarle a las bodas, porque
con verdad ninguno se puede llamar tan desdichado como el que
erró en su casamiento." No obstante esto que dixo el filósofo
Demóstenes, dice por otra parte el buen Boecio Severino,
en el libro de Consolación: "Nil in mortalibus ex omni
parte beatum." Como si, más claro, dixese: "No hay en esta
vida mortal cosa tan perfecta ni persona tan acabada en la cual
no haya que emmendar y se halla que mejorar." Muy gran verdad
dice en lo que dice Boecio; porque si hablamos en las cosas naturales,
vemos por experiencia que nos aplace el fuego cuando nos escalienta
y nos enoja cuando nos quema. También vemos que el aire,
por una parte, nos recrea y, por otra, nos destempla. También
loamos la tierra, a causa que nos cría y que nos sustenta,
y, por otra parte, también nos enojamos con ella, por ser
infructuosa para sembrar y enojosa de andar. También nos
aplacen las aguas de las fuentes y las de los ríos, por
la sed que matan y por los pescados que crían, y por otra,
nos enojan y importunan por los hombres que ahogan y por las avenidas
que traen. También nos aplacen los animales, a causa que
andamos en ellos y nos aran los campos; mas, por otra parte, también
son enojosos de gobernar y costosos de sustentar. El
comer mucho ahita, y el comer poco enflaquesce. El poco exercicio
es enfermo, y el mucho caminar es trabajoso. La soledad entristesce,
y la mucha conversación importuna. La riqueza es cuidadosa,
y la pobreza enojosa. El de alto ingenio tiene una punta de locura,
y el de baxo juicio es del todo nescio. El descasarse quita autoridad,
y el que se casa no le falta harto cuidado ni aun necesidad. El
que no tiene hijos no caresce de cuidados, y al que Dios nuestro
Señor es contento de se los dar, no le faltan con ellos
siempre trabajos. Trabajar siempre, cansa, y el holgar mucho,
empalaga. Dexadas,
pues, las costumbres a una parte, Si queremos hablar de los varones
ilustres y muy nombrados que hubo en el mundo, bien hallaremos
en ellos por una parte que loar y por otra que desechar. Loan
los griegos a su Hércules de muchas fuerças, y nótanle
de grandes tiranías. Loan los thebanos al su Alcamenes
de sobrio, y nótanle de deslenguado. Loan los lacedzmonios
a su Ligurjio de gobernador celoso, y nótanle de juez apasionado.
Loan los egipcios a su Isis de muy paciente, y nótanle
de impúdico. Loan los athenienses al divino Platón
de muy docto, y nótanle de grande avaro. Loan los troyanos
a su Eneas de muy piadoso, y nótanle de pérfido.
Loan los romanos al su gran Julio César de piadoso, y nótanle
de muy superbo. Loan los carthagineses al su capitán Hannibal
de belicoso, y nótanle de muy versuto. Loan los godos al
su rey Randagaismo de magnánimo, y nótanle de no
verdadero. Loan los longobardos a su gran duque Valdoyno de dadivoso,
y nótanle de vinolento. Loan los agrigentinos a su señor
Phalaris de elocuente, y nótanle de impaciente. Loan los
godos a Eschines de buen republico, y nótanle de muy bullicioso. He
aquí, pues, como en varones tan nobles hubo tan notables
defectos; de lo cual se puede bien colligir que no hay harina
sin salvado, ni nuez sin cascara, ni árbol sin corteza,
ni grano sin paja, ni aun hombre sin tacha. Si estas faltas se
hallan en los hombres, de creer es que se hallaran algunas en
las mugeres, las cuales de su condición son flacas para
resistir y muy fáciles de engañar. Desde que nascí
oigo quexarse a los hombres de las mugeres y a las mugeres de
los hombres, y ansí Dios a mí me salve ellos tienen
razón en lo que dicen y ellas también en lo de que
se quexan; porque el hombre y la muger, cuan diferentes fueron
en la creación, tan contrarios son en la condición.
Fuera de Cristo nuestro Dios y de su bendicta Madre, escusado
es pensar que nadie en esta vida puede escaparse de tropeçar
y aun de caer; de manera que si yo fuese creído, nadie
se había de escandalizar cuando les yerran, sino espantarse
de como aciertan. He
querido, señor don Francisco, tomar de lexos esta correndilla
para traeros a la memoria el casamiento que hecistes con la señora
doña Teresa, mi sobrina, la cual con vos y vos con ella
os casastes más por voluntad que por necesidad, porque
ella era dama y tenía con que se remediar, y vos erades
mayorazgo y teníades con que os casar. Pues sabéis
que vos la mirastes, vos la servistes, vos la escogistes, vos
la seguistes, vos la requestastes, y aun vos la importunastes
a que a otros dexase y con vos se casase, no es, por cierto, justo,
sino muy injusto, que pues ella por os hacer placer se hiço
vuestra, que vos a su despesar sirváis a otra. Mancebo
de vuestra nación y condición dubdo yo que haya
casado con las calidades que vos casastes, es a saber, con muger
generosa, rica, moca, hermosa y virtuosa, de manera que en la
corte os tienen muchos envidia y ninguno mancilla. ¡O cuántas
y cuántas vemos cada día, las cuales, si son ricas,
no son hermosas, y si son hermosas, no son generosas, y si son
generosas, no son virtuosas, y si son virtuosas no son moças,
y si son moças, no son bien afamadas, a cuya causa tienen
sus maridos asaz que llorar y sus parientes bien que remenar.
Casamientos hay tan buenos y tan santos, que paresce bien haberlos
juntado Dios, y también hay otros tan perversos, que no
dirán sino que los pareó el demonio, de manera que
osaríamos afirmar que es gran felicidad en el hombre acertarse
bien a casar y saberse enteramente confesar. Al marido que le
cupo en suerte muger generosa, rica, moça, hermosa y virtuosa,
si al tal le vieren buscar otra y andar tras otra, será
porque le faltará cordura o le sobrará locura. Declarándome
más, digo que se me ha quexado mucho doña Teresa,
mi sobrina, diciendo que andáis, señor, de noche,
dormís fuera de casa, visitáis enamoradas, tractáis
con alcahuetas, ruáis calles, ogeáis ventanas, dais
músicas y, lo que es peor de todo, que gastáis mal
la hacienda y traéis en peligro vuestra persona. Después
de haber andado por Francia, Portugal, Aragón, Italia,
Flandes y Alemania, tiempo era señor don Francisco, que
os madurásedes y aun asosegásedes, pues tenéis
casa que gobernar y parientes con quien cumplir. Las travesuras
que hacen los moços, todas se les atribuyen a mocedades;
mas ya que el hombre es casado y junto con esto es vano y liviano,
todos son a le condennar y ninguno a le escusar. Osaré
decir con verdad, y aun con libertad, que el hombre que con su
muger y casa no tiene cuenta, no se debe dél hacer cuenta,
porque el tal malaventurado, o no tiene ser, o del todo se ha
de perder. Andar en los pasos que andáis y ir a las romerías,
o ramerías, que is, no puede redundar sino en daño
de vuestra honrra, en condennación de vuestra ánima,
en escándalo de vuestra casa y aun en perdición
de vuestra hacienda, porque a la hora que una muger con vos no
se puede casar, es cosa muy cierta que os ha de robar, y aun pelar. Si
no habéis piedad de vuestra ánima, habedla de vuestra
hacienda, pues desde el día que tomastes muger, y os nascieron
hijos, habéis de teneros por dicho que en caso de vuestra
hacienda, no sois ya della señor, sino tutor, porque también
es culpado el que la pierde como el que la roba. Si no habéis
piedad de vuestra hacienda, habedla de vuestra honra, que pues
queréis que en la preheminencia de palacio y en los oficios
de la república seáis mirado y reputado, no como
moço soltero, sino como caballero casado, justa cosa es
que seáis, no el que sois, sino el que presumís
ser. Si no habéis piedad de vuestra honra, habedla de vuestra
ánima; porque es tan delicada la ley de Cristo y es tan
estrecho el mandamiento de Dios, que a las mugeres agenas no sólo
prohibe el requestarlas, mas aun el desearlas. Si no habéis
piedad de vuestra ánima, habedla de vuestra casa propria,
porque el día que os determináredes de servir y
seguir alguna muger, casada o soltera, aquel día ponéis
fuego a vuestra honra y casa. Si no habéis piedad de vuestra
casa, habedla siquiera de vuestra salud y persona; porque, si
yo no me engaño, todo hombre que se prescia de beber de
todas aguas y de andar rondando puertas agenas, no es menos sino
que algún día le quite la vida el que por el perdió
la honrra. Sufriros ha vuestra muger que la matéis de hambre,
la trayáis rota, tengáis retraída, le digáis
injurias y aun pongáis en ella las manos, con tal que a
ella sola améis y aun con otra no andéis; porque
para una muger casada no hay mayor desesperación que venir
el marido a quebrar en ella los enojos y guardar para otra sus
pasatiempos. No se cual tiene mayor coraçón: el
marido en hacerlo, o la muger en çufrirlo; es a saber,
que se ría él fuera y riña en casa, hurte
a ella para dar a la amiga, regale a otra y maltracte a ella,
falte para los hijos y sobre para los vecinos. En la ley de bondad,
y aun de cristiandad, la fidelidad que debe la muger al marido,
aquella debe el marido a la muger, y de aquí es que si
como ellos pueden acusar a ellas, ellas pudiesen castigar a ellos,
yo juro a mi pecador que ni las mugeres casadas viviesen tan quexosas,
ni los maridos fuesen tan traviesos. Desde la hora que entre marido
y muger se contrae el santo matrimonio, tienen ambos a dos tan
poca jurisdicción sobre sí, que sería especie
de hurto él a otra o ella a otro dar el cuerpo. Catad,
señor don Francisco, que vuestra muger es moca, es hermosa,
es aseada y aun deseada, y que le dais muy grande ocasión
a que, si fuese otra de la que es, pues tantos ponen en ella los
ojos, emplease ella en alguno su coraçón. Ella es
de los Guevaras, de los Bacanes y de los Robles, en cuyos tres
linages no se halla muger que haya sido aviesa, ni hombre que
dexase de ser travieso; de manera que todos seremos contentos
con que le seáis vos tan amigable marido, como ella os
es fiel muger. Si no quisiéredes ser bueno por lo que toca
a vuestra anima y a vuestra honrra y a vuestra hacienda, sedlo
siquiera por tener paz con vuestra muger y familia; porque yo
os doy mi fe que todos los placeres que tomarades con vuestra
amiga los paguéis con las septenas de que tornéis
a casa. Por más que una muger sea sabía, cuerda,
discreta, callada y aun santa, poder, podrá ella morir,
mas sus celos no los ha de dexar de pedir y aun de reñir;
de manera que si ella padesce por lo que dice, el también
anda asombrado por lo que hace. En este caso, no os fiéis
de la alcahueta, que no lo dirá, ni os fiéis del
paje de amores, que no lo descubrirá, porque en cosas de
celos son las mugeres tan agudas y aun tan dadivosas, que por
saber a do su marido entra y quien es la con quien habla, corromperán
a los vivos con dinero y llamaran a los muertos con conjuros.
Y porque en materia tan odiosa no es razón que la pluma
ande ya desmandada, concluyo esta letra con deciros y rogaros
que si os quisiéredes avisar y de aquí adelante
emmendar, yo seré el dichoso y vos, señor, el mejor
librado, y donde no, oblígome a teneros por deudo, mas
no por amigo. No
más, sino que nuestro Señor sea en su guarda y a
mí dé gracia que le sirva. (Epístolas
familiares. Libro II, Epístola 24)
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