La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

 

 

Cincuenta años de
cuento mexicano

Héctor Perea

Introducción

Narrativa del siglo XX

Tenemos que ir vestidos
de murales mexicanos.
Más vale asimilar eso de
una vez.

Con la interpretación
llana de estas frases de
Carlos Fuentes (1928)
podríamos iniciar la
presente incursión en la
narrativa mexicana de la
segunda mitad del siglo,
narrativa que ha
aportado nombres como
los de Martín Luis
Guzmán (1887-1976),
Alfonso Reyes
(1889-1959), Julio Torri
(1889-1970), Agustín
Yáñez (1904-1980),
Juan de la Cabada
(1903-1986), José
Revueltas (1914-1976),
Juan Rulfo (1918-1986),
Jorge Ibargüengoitia
(1928-1983), Fernando
del Paso (1935) o el
propio Fuentes entre
muchos otros. Pero esto
no sería justo, pues
como también sucede en
el campo de la plástica
mexicana --y ya lo
sugiere el autor de Aura
con un leve toque de
ironía--, el panorama de
nuestra novela y cuento
excede con mucho al
marco de los listados
onomásticos o
cronológicos
comunmente asentados
y que no van más allá de
la consigna de unos
cuantos autores. Libros
como La sombra del
caudillo, Pedro
Páramo, Al filo del
agua, La muerte de
Artemio Cruz, Palinuro
de México, Los
relámpagos de agosto,
siendo piezas capitales
dentro de la literatura
mexicana actual, han
convivido, y en
ocasiones ocultado
involuntariamente, con
otras grandes novelas
como La obediencia
nocturna, de Juan
Vicente Melo (1932); El
libro vacío, de Josefina
Vicens (1911-1988) o
Farabeuff, de Salvador
Elizondo (1932), por
mencionar sólo unas
cuantas obras de muy
distinto tono y estilo que
quizá no han recibido la
atención y promoción
necesarias en el país o
en el exterior o que han
tardado demasiado
tiempo en reeditarse.

Dentro del ámbito de la
literatura mexicana
contemporánea todos
estos libros, y otros
tantos desde luego,
podrían considerarse
como las piedras de
fundación, las
manifestaciones
diversas,
complementarias y en
ocasiones opuestas de un
plano narrativo que
abarca tendencias de
enorme variedad y
fuerza. Son, además, en
cierta forma
responsables del enorme
auge que vive hoy la
narrativa en México a
través de propuestas de
escritura con altos
índices de calidad y
originalidad, de obras no
siempre esperadas en
cuanto a forma y
contenido.

El cuento mexicano
actual

La narrativa breve, la
manifestación sólo
aparentemente fácil
dentro de este campo,
tiene en México una
doble cara: simboliza al
objeto anticomercial por
excelencia frente a los
intereses implacables de
los editores de libros,
pero ha sido además, a
lo largo del siglo XX y
sobre todo en esta
segunda mitad en que
nacieron y se
consolidaron los
proyectos editoriales
mexicanos más
importantes, el medio
ultrainmediato de
comunicación entre
autores y lectores de
publicaciones periódicas.
En relación con esto
último, me refiero, en el
ámbito de las revistas y
suplementos, a la
Revista Mexicana de
Literatura, Plural,
Vuelta, Nexos, México
en la Cultura, La
Cultura en México,
Diorama de la Cultura,
Sábado, La Jornada
Semanal, etc.; y en el de
los libros, a las
editoriales Joaquín
Mortiz, la colección
Letras Mexicanas del
Fondo de Cultura
Económica, ERA o los
departamentos
editoriales de las
universidades
Veracruzana y Nacional.

Por otro lado, y a
diferencia de lo que
sucede en otros países,
el cuento en México no
representa el paso
previo, el ejercicio
necesario para la
maduración del escritor
y futuro novelista. Por
algo autores tan disímiles
como Carlos Fuentes,
Elena Garro (1920),
Salvador Elizondo
(1932), José Emilio
Pacheco (1939), Ángeles
Mastretta (1949), Juan
Villoro (1956), Bárbara
Jacobs (1947), Daniel
Sada (1953), Juan
García Ponce (1932),
Héctor Aguilar Camín
(1946) o Sergio Pitol
(1933), antes, durante y
después de la aventura
novelística han visto en
el cuento al medio
insustituíble de
exposición de ciertos
temas y de estudio de
determinados personajes
o ambientes.

Ahora bien, una de las
características más
evidentes de la narrativa
mexicana breve de
nuestros días es que no
se concreta en una sola
forma expresiva sino que
está representada por
muchas escrituras a la
vez. Si por un lado el
cuento sigue
conservando dentro de
algunas parcelas una
afinidad con nuestras
letras nacidas de la
Revolución --con las
directamente vinculadas
al conflicto político, pero
también con aquellas
otras producto de la
revolución cultural que
significó el Ateneo de la
Juventud y
ramificaciones suyas
como el grupo
Contemporáneos--, con
la literatura escrita
dentro del espíritu
nacional e internacional
de experimentación y
ruptura de la década de
los años cincuenta, por
otro ha venido
renovando, dentro de
esta tradición y fuera de
ella, las formas y
enfoques proyectados
por momentos medulares
de nuestras letras.
También, si de
tradiciones modernas se
trata, los cuentos que a
partir de mediados de
nuestro siglo se escriben
en México manifiestan
muchas veces un claro
cosmopolitismo no sólo
en cuanto a lugares y
costumbres asimilados
sino también, y sobre
todo, en cuanto a
corrientes literarias y
técnicas narrativas
venidas de otras
literaturas o que,
partiendo de nuestras
tierras, se desarrollaron
en otras geografías para
luego ser devueltas.
Muchos de estos cuentos
--y aquí recuerdo una
vieja cita de Henry
James reproducida por
Carlos Fuentes en La
nueva novela
hispanoamericana--
manifiestan la cercanía
del fantasma, o sea la
convivencia con otras
narrativas y artes, pues
son "obras abiertas que
no esquivan la
contaminación a fin de
asegurar la
correspondencia".

Si de tradiciones
modernas se trata,
podríamos decir que los
cuentos que a partir de
mediados de nuestro
siglo se vienen
escribiendo en México
manifiestan muchas
veces un claro
cosmopolitismo, tanto
frente a lugares y
costumbres asimilados
como en cuanto al
acercamiento a
corrientes literarias y
técnicas narrativas
venidas de otras
literaturas o que,
partiendo de tierras
hispanoamericanas, se
desarrollarían en
distintos puntos
geográficos. Buena parte
de la narrativa breve
mexicana presumirá
además la gustosa
vinculación con
propuestas surgidas
originalmente en medios
como el cine, la radio, el
cómic, el guionismo
televisivo, la pintura o la
computación. Medios
que, por otro lado, a lo
largo del siglo se han
venido contaminado
entre ellos mismos y sin
recelos. Cabría esperar
influencias también, no
sé si ya presentes, a
partir del acceso
cotidiano de lectores y
escritores al medio más
de moda: el internet, y a
su mayor aportación, la
escritura hipertextual.

Por todo lo anterior,
sumergirse en los fondos
de la cuentística
mexicana de fin de siglo
presupone hoy,
paradójicamente y en
muchos sentidos, un
ejercicio de altos
vueltos. Habría que
otear a la distancia para
no perder la perspectiva,
pero también estar
conscientes de que
mientras miramos a lo
lejos las páginas
impresas seguirán
creciendo a nuestros pies
y podrían hacernos
resbalar. Por otro lado,
el que los libros de
cuentos sean obras y al
mismo tiempo
compendios de otras
obras, si bien más breves
que el todo en absoluto
"menores", me lleva a
pensar que quizá fuera
más adecuado, dentro de
un ensayo de corte
general como el
presente, no hablar tanto
de volúmenes como de
algunas narraciones y de
unos cuantos escritores
valiosos por la obra
realizada o interesantes
por la que prometen.
Esta postura se vería
reforzada, primero, por
el hecho de que buena
parte de la cuentística
mexicana sobresaliente,
en mi opinión, no ha
dado y quizá no dará
nunca libros en forma, y
por lo mismo quedará
relegada al campo de las
publicaciones periódicas
o al limbo de lo inédito.
Pero responde asimismo
a otro hecho, y es que en
la actualidad pocos son
los libros mexicanos de
este género que logran
mantener el mismo nivel
de calidad en todas las
narraciones incluídas, a
diferencia de lo que
alguna vez sucedió con
volúmenes de Juan
Rulfo (1918-1986), Juan
José Arreola (1918) o el
mencionado Carlos
Fuentes.

El referido e incesante ir
y venir del cuento a
otros campos literarios
--entre los que siempre
ha tenido especial
importancia la
traducción-- lo han
practicado muchos de
los autores más
relevantes de la
narrativa contemporánea
mexicana, sin dudar de
que la cuentística
pudiera ser un medio
con posibilidades
extraordinariamente
expresivas. El cambio de
registro, en ocasiones
extremo, salvo
excepciones e
intenciones en este
sentido, no ha supuesto
por lo general una
contaminación de
géneros. Quizá los casos
más claros al respecto
sean los de José Emilio
Pacheco, Juan García
Ponce o Salvador
Elizondo; y, más
recientemente, los de
Vicente Quirarte (1954),
Jaime Moreno Villarreal
(1956) o Fabio Morábito
(1955), cuentistas
pertenecientes a distintas
generaciones que han
podido abarcar un
espectro amplio en
verdad frente al ejercicio
paralelo de formas
literarias.

En estos últimos años de
nuestro siglo autores
como Ángeles Mastretta,
Carlos Montemayor
(1947), Bernardo Ruiz
(1953), Daniel Sada,
Juan Villoro, Álvaro
Ruiz Abreu (1947), Ana
Clavel (1961), Guillermo
Samperio (1948), Rosa
Beltrán (1960), Carmen
Leñero (1959), Carlos
Chimal (1954), Fabio
Morábito, Alberto Ruy
Sánchez (1951), Jesús
Gardea (1939), Agustín
Monsreal (1941), Marco
Antonio Campos (1949)
y varios más que omito
para no hacer de este
párrafo un simple
listado, han escrito
piezas sueltas, muy
distintas entre sí, que
demuestran el grado de
madurez alcanzado por
la narrativa breve entre
los escritores mexicanos
más o menos recientes,
algunos muy poco
conocido dentro y fuera
de su propio país. Estos
y otros tantos narradores
y narradoras pertenecen
al plano de generaciones
que mientras nuestro
siglo declina se
encuentra en plena
actividad y que, por
mérito propio, han
dejado ya una huella
dentro de la historia
reciente de la cuentística
mexicana.

Humor y, sobre todo,
ironía de carácter muy
diverso descubriremos
entre las principales
características de la
cuentística mexicana
finisecular. El gusto por
la farsa y la parodia
cultural llegan a adoptar
en ocasiones la máscara
del carnaval. Pero
además veremos un
acercamiento crítico al
entorno citadino, el más
grande y complejo del
mundo, enfocado sobre
todo en el tema de la
urbe considerada como
escenario de la vida y de
la muerte, del erotismo y
el amor --o lo que
pudiera quedar de éste,
según el enfoque de
ciertos autores--. La
inclinación paródica se
hace evidente en
cuentos de Óscar de la
Borbolla (1952),
Francisco Hinojosa
(1954), Rafael Pérez
Gay (1957) o Enrique
Serna (1959), algunos de
los cuales no ocultan su
cercanía a clásicos
modernos de su propia
lengua como los
españoles Ramón
Gómez de la Serna,
Wenceslao Fernández
Flórez y Enrique Jardiel
Poncela, el mexicano
Jorge Ibargüengoitia, el
uruguayo Felisberto
Hernández o el
guatemalteco-mexicano
Augusto Monterroso. El
interés por lo segundo, el
tema urbano, a partir de
enfoques que van del
realismo descarnado o
sucio hasta el
tratamiento fantástico de
la ciudad, se notará en
una parcela muy amplia
de la narrativa breve.
Aquí habría que destacar
desde luego los nombres
de Guillermo Samperio
(1948), Emiliano Pérez
Cruz (1955), Josefina
Estrada (1957), Cristina
Pacheco (1941), Juan
Villoro, Fernando Curiel
(1942) o Carlos Chimal.
Y sobre todo, por el
riesgo asumido en la
escritura y las singulares
formas de acercamiento
al tema, las narraciones
de autores como Eusebio
Ruvalcaba (1951), Fabio
Morábito o Ricardo
Chávez (1961).

En cuanto al tópico del
campo y la provincia,
uno de cuyos principales
representantes ha sido
en México Juan Rulfo, la
más significativa es de
seguro, en la actualidad,
la narrativa desarrollada
por Daniel Sada, quien
gusta deslizar en su
prosa, a través de un
trabajo de corte casi
poético, profundos
enigmas humanos y de
lenguaje. Complemento
y antítesis del anterior
será el asunto de la
frontera, abordado
recientemente por
Carlos Fuentes; pero
también, desde el ángulo
del narcotráfico, por
Federico Campbell
(1941) y, desde el
humorístico, por Luis
Humberto Crosthwaite
(1962). El amor y el
erotismo, en sus distintos
grados de brillo o
deterioro, han sido
campos de profundo
interés entre los
narradores y narradoras
mexicanos. Desde los
acercamientos de un
clásico moderno,
Alfonso Reyes
(1889-1959), hasta los
actuales de Juan García
Ponce, que abarcan casi
toda la segunda mitad
del siglo, muchas firmas
más han venido
convirtiendo esta
práctica en toda una
tradición. Hoy autores y
autoras de muy variadas
edades se encuentran en
plena productividad
alrededor de esta
vertiente narrativa.
Algunos de los mejores
cuentos de Rosa Beltrán,
Carmen Leñero, Hernán
Lara Zavala (1946),
Alberto Ruy Sánchez,
Armando Pereira (1950),
Ana Clavel, Adriana
González (1961) o Pedro
Ángel Palou (1966)
abordan el asunto desde
perspectivas muy
distintas aunque
colindantes.

La cuentística mexicana
contemporánea es
también, repito, más allá
del lugar donde se
escriba o de los temas
que aborde, una
manifestación
cosmopolita. Juan Rulfo
realizó una obra
profundamente arraigada
en su tierra después de
haber leído autores
suecos. Arreola, la suya,
a partir de lecturas y
experiencias francesas.
Alfonso Reyes
concebiría sus
narraciones más
personales en el
extranjero y en medio de
un caudal inmenso de
vivencias que para él no
eran sino la extensión de
un mismo espacio del
conocimiento: el mundo
completo de la cultura.
Y los libros de estos tres
autores indispensables
en las letras de este país
son,
incuestionablemente,
mexicanos y universales.
Escritores como Alberto
Ruy Sánchez, Jaime
Moreno Villarreal,
Francisco Segovia
(1958), Vicente Quirarte
o Alain-Paul Mallard
(1970), igual que sus
predecesores, siguen hoy
una línea de amplitud
cultural, sin cortapisas ni
prejuicios. Y gustan por
cierto del juego erudito
en que la ironía ante los
tópicos de una cultura
propia y ajena se va
dando por el contraste
de imágenes plásticas y
significados lingüísticos
reinventados
continuamente.

El enfoque paródico y
carnavalesco, en
absoluto inocente, de
buena parte de la
narrativa mexicana
breve, estará
representado por algunos
de los autores ya
mencionados. Pero es
quizá en la obra de tres
escritores con
inclinaciones más o
menos iconoclastas
donde mejor se aprecia
el riesgo a que puede
llegar este ejercicio
experimental, lleno de
tradición y siempre
nuevo. Sus nombres son
Jorge García-Robles
(1956), Samuel Walter
Medina (1953) y Luis
Ignacio Helguera (1962).

El trabajo de los autores
mencionados a lo largo
de este esbozo no
representa la totalidad
de la cuentística de
interés en México. Esto
es más que evidente. En
la actualidad otras
propuestas luchan por
trasmitir una visión
propia de este complejo
fin de siglo. Complejo
sobre todo en países
como México. Escritores
y escritoras nacidos en
las décadas de los
sesenta y setenta, con
una obra breve,
concluída en algunos
casos apenas con las
primeras páginas
editadas, se abren
camino de manera
franca o marginal.
Nacidos dentro de la
crisis política y social
más prufunda de la
historia mexicana
reciente, y quizá por lo
mismo autonombrados la
Generación Fría o, en
una de su variantes, la
del Crack, algunos de
ellos se han propuesto
llevar al extremo ciertas
líneas tradicionales en la
narrativa mexicana, pero
además romper con
muchas de las "buenas
maneras" de nuestras
letras.

La cuentística mexicana
de fin de siglo es por
momentos dúctil y
suave, aunque puede
llegar a ser también
amarga e incluso
descarnada. Por lo
pronto, y eso es lo más
atractivo, se manifiesta
como un ejercicio en
plena evolución, como
un trabajo fronterizo
dentro de uno y muchos
territorios que, con
mayor o menor éxito, en
la tradición o en contra
de ella, ha pretendido
minar desde el corazón
mismo las formas
convencionales. Piezas
sueltas dentro del
panorama general, pero
que manifiestan un
cierto espíritu
comunitario, algunas de
las obras escritas en la
actualidad muestran ya
ciertas líneas de fuga
que podría seguir la
cuentística mexicana
durante el próximo siglo.

La cuentística en la red

La selección de cuentos
breves e incluso
brevísimos que da
cuerpo a esta página
electrónica, sin ser desde
luego exhaustiva, intenta
dejar constancia de
muchos de los intrereses
compartidos por los
narradores mexicanos
actuales y de sus
diferencias también. El
poner sobre la mesa las
complicidades o las
divergencias, muchas
veces impensadas, que
han existido a lo largo
del tiempo entre autores,
obras e intenciones quizá
ayude a valorar con otra
luz ciertos matices
expresados entre líneas
que hacen de esta
narrativa mexicana de
mediados y fines de
siglo, repito, cercana a
sus raíces ancestrales y
contemporáneas así
como a la literatura
universal, algo distinto y
original: una
manifestación purista y
delicada por momentos
pero también violenta,
ruidosa y revulsiva en
cuanto a forma y
contenido. En fin, esta
otra literatura mexicana
si algo tiene es que
resulta vital y muy difícil
de asir. Quizá por eso
mismo, y vuelvo al
argumento con que se
inicia este ensayo,
muchas veces ha sido
marginada por el peso de
los nombres y las
proporciones de ciertas
obras consideradas ya
como clásicos modernos
de nuestras letras.

Cabría dejar asentado
que con esta forma de
elegir los materiales no
he pretendido encajonar
a los autores según las
clasificaciones sino, al
contrario, mostrar
ángulos diversos aunque
siempre emparentados
de nuestra narrativa
reciente. No he querido
apoyarme sólo en
cuentos o nombres
consagrados ni apostar
en la presunta obra por
venir de los escritores
jóvenes, sino reunir una
serie de narraciones por
medio de las cuales los
escritores y escritoras
mexicanos se han
expresado sin tapujos
dentro de este género
que tiene como
limitación aparente la
brevedad y como reto el
vivir dentro de nosotros,
lectores, el mayor
tiempo posible. Esto
último, que no responde
a fórmulas perfectas sino
al oficio conseguido y al
talento manifestado por
el escritor, es lo que dará
una posible
universalidad a la
literatura. En un camino
intermedio entre la
tradición y la
perspectiva del presente
y el futuro, los
materiales que figuran
hoy aquí, como los que
seguirán nutriendo este
espacio, son el retrato de
apenas un instante en la
narrativa breve
mexicana. Y además,
una de tantas visiones
probables de la misma.
Para tener una idea más
completa de este
apartado de nuestras
letras contemporáneas
habría que contrastar la
presente con otras
muestras de esta
cuentística, como las
agrupadas en el segundo
tomo de la Antología de
la narrativa mexicana
del siglo XX, de
Christopher Domínguez;
en Lo fugitivo
permanece, de Carlos
Monsiváis; en Cuento
mexicano del siglo XX,
de Emmanuel Carballo;
en Jaula de palabras, de
Gustavo Sáinz, o en lo
seleccionado por Julio
Ortega para su antología
latinoamericana El muro
y la intemperie. Esto
permitirá al lector la
apreciación de algunos
de los muy distintos
enfoques que han dado
productos particulares,
visiones selectivas más o
menos arriesgadas frente
a nuestra narrativa
breve.

Cincuenta años de
cuento mexicano
incluirá asimismo una
selección de ensayos
sobre el tema,
elaborados por
especialistas de distintas
generaciones e
inclinaciones.

 

 

 

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