La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

 

 

El Canancol

Cuénteme, don Nico: ¿por qué pone ese muñeco con esa piedra en la mano en medio de su milpa?, pregunté un día a un
ancianito agricultor.

Su cara se animó con una sonrisa de niño, en tanto que me contestaba: Sé que usted no cree, pero le diré: soy pobre, muy
pobre y no tengo quien me ayude a cuidar la milpa, pues casi siempre cuando llega la cosecha, me roban el fruto de mis
esfuerzos. Este muñeco que ve no es un muñeco común; es algo más; cuando llega la noche toma fuerzas y ronda por todo el
sembrado; es mi sirviente... Se llama Canancol y es parte mía, pues lleva mi sangre. El sólo me obedece a mí... soy su amo.

Don Nico siguió diciendo: Después de la quema de la milpa se trazan en ella dos diagonales para señalar el centro; se
orienta la milpa del lado de Lakín (Oriente) y la entrada queda en esa dirección. Terminado esto, que siempre tiene que
hacerlo un men (hechicero) se toma la cera necesaria de nueve colmenas, el tanto justo para recubrir el canancol, que tendrá
un tamaño relacionado con la extensión de la milpa. Después de fabricado el muñeco, se le colocan los ojos, que son dos
frijoles; sus dientes son maíces y sus uñas, ibes (frijoles blancos); se viste con holoch (brácteas que cubren las mazorcas). El
canancol estará sentado sobre nueve trozos de yuca. Cada vez que el brujo ponga uno de aquellos órganos al muñeco,
llamará a los cuatro vientos buenos y les rogará que sean benévolos con (aquí se dice el nombre del amo de la milpa), y le
dirá, además, que es lo único con que cuenta para alimentar a sus hijos. Terminado el rito, el muñeco es ensalmado con
hierbas y presentado al dios Sol y dado en ofrenda al dios de la lluvia; se queman hierbas de olor y anís y se mantiene el
fuego sagrado por espacio de una hora; mientras tanto, el brujo reparte entre los concurrentes balché , que es un
aguardiente muy embriagante, con el fin de que los humanos no se den cuenta de la bajada de los dioses a la tierra. Esta es
cosa que sólo el men ve.

La ceremonia debe llevarse a efecto cuando el sol está en el medio cielo. Al llegar esta hora, el brujo da una cortada al dedo
meñique del amo de la milpa, la exprime y deja caer nueve gotas de sangre en un agujero practicado en la mano derecha del
muñeco, agujero que llega hasta el codo.

El men cierra el orificio de la mano del muñeco, y con voz imperativa y gesticulando a más no poder, dice a éste: Hoy
comienza tu vida. Este (señalando al dueño), es tu señor y amo. Obediencia, canancol, obediencia... Que los dioses te
castigarán si no cumples. Esta milpa es tuya. Debes castigar al intruso y al ladrón. Aquí está tu arma. Y en el acto coloca en
la mano derecha del muñeco una piedra.

Durante la quema y el crecimiento de la milpa el canancol está cubierto con palmas de huano; pero cuando el fruto
comienza a despuntar, se descubre... y cuenta la gente sencilla que el travieso o ladrón que trate de robar recibe pedradas
mortales. Es por lo que en las milpas donde hay canancoles nunca roban nada.

Es tan firme esta creencia, que si por aquella época y lugar se encuentra herido algún animal, se culpa al canancol.

El dueño, al llegar a la milpa, toma sus precauciones y antes de entrar le silba tres veces, señal convenida; despacio se
aproxima al muñeco y le quita la piedra de la mano; trabaja todo el día, y al caer la noche, vuelve a colocar la piedra en la
mano del canancol, y al salir silba de nuevo. Cuando cae la noche, el canancol recorre el sembrado y hay quien asegura que
para entretenerse, silba como el venado.

Después de la cosecha se hace un hanincol (comida de milpa) en honor del canancol; terminada la ceremonia se derrite el
muñeco y la cera se utiliza para hacer velas, que se queman ya en el altar pagano, ya en el altar cristiano.

Y calló el viejecito después de haber hablado con acento de creyente perfecto.

Leyenda tomada del libro "El alma de Campeche en la leyenda maya" de Elsie Encarnación Medina E.

El Hanincol

Mucho tiempo perdí tratando de concurrir a una ceremonia india, a una hanincol (comida de milpa) que hacen los mayas
con el objeto, unas veces, de agradar a los dioses, y otras, de desagraviarlos. Había rogado a los hechicero que me
permitieran la entrada, pero todos se habían negado porque yo también me había negado a que me santiguaran: (santiguar
es someter a una persona a ciertos baños, con hierbas, hechicerías, etc.) En las ceremonias de las comidas de milpa se
admite a mujeres cuando se va repartir el alimento. Al fin me resolví a todo y lo cominuqué al men. Así fué como logré
concurrir a la comida. Y ahora les narraré lo que ví; lo que oí no, pues fué todo en maya, idioma que no entiendo.

La ceremonia se hizo en un pueblo llamado San Juan Bautista Sahcabchén o Alto Sahcabchén, por estar ubicado en la cresta
de un cerro de roca viva.

El maestro de la escuela, un joven llamado Mario Flores Barrera, me avisó con anticipación; llena de alegría caminé a
caballo toda la noche en que la Luna plateaba los árboles y alumbraba el camino.

Llegué al amanecer. Allá arriba estaba el pueblo. Subí a él, llamé a una puerta y al punto asomó su risueña cara el maestro,
que me saludó.

Hoy será la fiesta, me dijo con acento de satisfacción. Nos desayunamos con pan y café y luego me llevó a la casa del men,
quien me recibió solícito, pero desconfiado.

¿Está resuelta a le santigüen?, me preguntó.

El maestro me miró, incrédulo de que pudiera aceptar eso.

Sí le respondí, y en pocos minutos quedé santiguada y oliendo a romero y ruda.

Salimos los tres y nos sentamos en el brocal de un pozo, y el hechicero contestó así mi interrogatorio.

-¿Por qué harán el hanincol?

-Para desagraviar a los dioses.

El dueño de la milpa que se ha de sembrar tiene un hijo enfermo, señal del disgusto de del Nohoch-Tat (Gran Señor).

Luego me enseñó varias palabras mayas, el nombre de los vientos, etc., para que pudiera entender, y me llevó a la casa
donde el muchacho estaba enfermo.

¿Quiere verlo?, me dijo. Sí le respondí.

En una hamaca estaba el joven calenturiento. El men le preguntó por su salud, y él casi no contestó. Su ánimo estaba caído
más que por la fiebre, por el temor de que le hubiera castigado el dueño del monte. El men sacó de su morral un bollo de
pozole lleno de moho que de amarillo pasa a verde. Lo mezcló con agua, lo endulzó con miel y se lo dio al enfermo.

Las mujeres de la casa, durante la noche, mojan maíz y lo muelen en metates para hacer una bebida refrescante llamada
sacab. Este se reparte entre los que van a asistir a la ceremonia.

En la ocasión a que me refiero me dieron una ración, por la cual me sentí invitada. Marchamos luego a la ceremonia o que
diga, adonde iba a efectuarse.

El dueño de la sementera y sus trabajadores estaban ocupados. Unos abrían una fosa en la tierra; otros, en grandes calderos
cocían maíz, frijol y tostaban semillas de calabaza, que molían luego para formar una masa de estos tres productos, la cual
recogían en bolas.

Teniendo ya las bolas sobre hojas de roble o plátano, se extiende primero la masa de maíz haciendo una tortilla grande y se
forma una de semilla de calabaza: luego, una de frijol, y así sucesivamente, hasta llegar a nueve.

Estos huahes (panes) se envuelven en las mismas hojas; uno de ellos es más grande que los otros. Mientras esto se lleva
aefecto, en la fosa abierta se ha colocado gran cantidad de leña , que arde y calienta casi hasta calcinar algunas piedras
grandes. Por otro lado, en ollas también grandes se cuecen pavos y gallinas, y en un caldero se hace el cool (atole salado).
En un caldero se pone el caldo de gallina y pavos, destinado a preparar el chocó; (caliente).

El men, con toda parsimonia, toma dos velas que enciende, y, seguido de unos hombres que llevan en tablas los huanes
(panes) y de todos los invitados, llega a la ardiente fosa. Y dice así: lakín-ik, xikín-ik, nohol-ik, xamán-can (vientos del
oriente, del poniente, del sur y del norte; sed benévolos). Luego hace mil contorsiones, brinca de un lado para otro de la fosa,
saca con las manos, del fuego, las candentes piedras, y sólo deja unas en el fondo, sobre las cuales se colocan los panes. Las
piedras extraídas se acomodan encima y se recubre la fosa con tierra y gajos de roble.

Retornan el brujo y su comitiva al lugar primitivo, donde se ha colocado una mesa, que tiene encima una cruz cristiana, tres
velas grandes, tres medianas y tres chicas. También hay incienso, rudas, albahacas, flores, dulces, cigarrillos, etc.

Se han llevado ala mesa los pavos y las gallinas condimentadas y cocidas. Debajo de la mesa está el gran caldero de cool, el
jugo de gallina y pavos, etc.

El men parece perder su personalidad de hombre, y en medio de gesticulaciones y contorsiones, conjura a los vientos malos
y llama a los buenos; levanta en sus manos las ramas de albahaca y ruda, y blandiendo la cruz cristiana aleja a los vientos
malos. como regalo a los buenos arroja a los cuatro vientos jicaradas de miel y balché. Luego cae en éxtasis, oculta su rostro
entre las manos, y tomando enseguida el inciensario, marcha hacia la fosa; al llegar a ésta levanta aquél al cielo y muchas
manos de hombres destapan la fosa, de donde extraen los huanes.

Todas caminan hacia la mesa y el brujo cierra la procesión.

El pan más grande es el que se pone en una mesita aparte. Apenas desenvuelto, muchas manos arrancan trozos, hirvientes
aún y los depositan en el caldo de pavos y gallinas, donde otras manos lo baten y disuelven. Así se prepara el chocó .
Terminado esto, el men reparte entre los concurrentes balché en jicaritas. Hay que tomarlo, pues es malo tirarlo o
despreciarlo.

Luego el hechicero da a cada persona presente un cigarro gigante, al que debe darse dos o tres fumadas. Esos cigarros son
recogidos por un brujo en hojas de almendro o higuerilla, con el fin de que sus manos no los toquen, los lleva ala mesa y los
riega con brebajes. Inmediatamente se toma a todos los niños que han asistido a la ceremonia y se les pone de rodillas, con
las manos cruzadas sobre el pecho.El men les da balché dulce, chocó , cool, dulces, trozos de pavos, pero todo en la boca.
(Los niños representan a los aluxes, y el men les da de comer con la mano, ellos no pueden tocar nada con las manos).
Terminada esa comida, se aleja a los niños, y con una jícara grande se pone una buena ración de todo lo que hay, de lo mejor,
un gran trozo de pan y los cigarros, todo lo cual toma el men pues es la ofrenda destinada al Nohoch-Tat (padre o dueño del
monte). El hechicero llega a la fosa y en el centro de ella coloca la jícara grande y todo lo demás.

A una señal del men la fosa es cubierta de tierra y casi ni queda señal de ella. Se cree que durante la noche el dueño del
bosque tiene allá su banquete, y que sus hijos, los aluxes le hacen compañía y fuman en rueda sus cigarros.

Cuando el men vuelve al lugar de la comida, todo se transforma en fiesta, se reparte lo que aún queda, se da al dueño de la
milpa, a sus hijos y trabajadores, de todo lo que hay, y luego a los visitantes. Esta es ya la comida terrenal. Todos comen,
todos beben. El men viene a mí con una pierna de pavo en la mano y me dice: ¿No come?, y me trae un trozo de muslo de
pavo.

Yo estaba sentada en una hamaca suspendida en medio de dos árboles, especialmente para mí, frente a la mesa de la
ceremonia. Era tal mi proximidad a la mesa, que materialmente estaba bañada en miel y balché, pues me salpicó el men
cuando arrojó esos líquidos al aire.

Terminó la ceremonia -me dijo el men-. El enfermo está curado.

Entre los comensales vi a Pedro, que comía y reía con mucha gana.

Pedro -dijo el men- ven aquí, pues quería demostrarme su poder. El muchacho obedeció la orden. Ya no tenía calentura y
había recobrado la salud.

En ese momento di la razón al men y al enfermo. Estaba curado. Había que reconocerlo.

Mas luego pensé que ese hombre sagaz aprovechaba la ignorancia y fe de los descendientes de los xius y cocomes.

Me retiré pensativa. Soy una de los que creen que lo más de los indios mayas no padecen ciertas enfermedades gracias a
que ingieren frecuentemente, las dosis de penicilina que se encuentran en el moho del pozole, que siempre comen con sal en
sus milpas.

¿Se curó el muchacho? ¿Sería por el favor de los dioses o por la acción de la medicina que le dio el men en el pozole?

Tal vez ni el hechicero lo sepa. Tal pensaba yo después de la peregrina ceremonia que me dejó la impresión de un sueño
fantástico.

Leyenda tomada del libro "El alma de Campeche en la leyenda maya" de Elsie Encarnación Medina E.

LOS ALUXES

Nos encontrabamos en el campo yermo donde iba a hacerse una siembra. Era un terreno que abarcaba unos montículos de
ruinas tal vez ignoradas. Caía la noche y con ella el canto de la soledad. Nos guarecimos en una cueva de piedra y sahcab;
para bajar utilizamos una soga y un palo grueso que estaba hincado en el piso de la cueva.
La comida que llevamos no la repartimos. ¿Qué hacía allá?, puede pensar el lector. Trataba de cerciorarme de lo que veían
miles de ojos hechizados por la fantasía. Trataba de ver a esos seres fantásticos que según la leyenda habitaban en los cuyos
(montículos de ruinas) y sementeras: Los ALUXES.
Me acompañaba un ancianito agricultor de apellido May. La noche avanzaba. . .De pronto May tomó la Palabra y me dijo:
-Puede que logre esta milpa que voy a sembrar. ¿Por qué no ha de lograrla?, pregunté.
-Porque estos terrenos son de los aluxes. Siempre se les ve por aquí.
¿Está seguro que esta noche vendrán?
Seguro, me respondió.
-¡Cuántos deseos tengo de ver a esos seres maravillosos que tanta influencia ejercen sobre ustedes! Y dígame, señor may,
¿usted les ha visto?
-Explíquemes, cómo son, qué hacen.
El ancianito, asumiendo un aire de importancia, me dijo:
-Por las noches, cuanto todos duermen, ellos dejan sus escondites y recorren los campos; son seres de estatura baja, muy
niños, pequeños, pequeñitos, que suben, bajan, tiran piedras,hacen maldades, se roban el fuego y molestan con sus pisadas y
juegos. Cuando el humano despierta y trata de salir, ellos se alejan, unas veces por pares, otras en tropoel. Per cuando el
fuego es vivo y chispea, ellos le forman rueda y bailan en su derredor; un pequeño ruido les hace huir y esconderese, para
salir luego y alborotar más. No son seres malos. Si se les trata bien, corresponden.
-¿Qué beneficio hacen?
-Alejan los malos vientos y persiguen las plagas. Si se les trata mal, tratan mal, y la milpa no da nada, pues por las noches
roban la semilla que se esparce de día, o bailan sobre las matitas que comienzan a salir. Nosotros les queremos bien y les
regalamos con comida y cigarrillos. Peor hagamos silencio para ver si usted logra verlos.
El anciano salió, asiéndose a la soga, y yo tras él, entonces vi que avivaba el fuego y colocaba una jicarita de miel, pozole,
cigarrilos, etc., y volvió a la cueva. Yo me acurruqué en el fondo cómodamente. La noche era espléndida, noche plenilunar.
Transcurridas unas horas, cuando empezaba a llegarme el sueño, oí un ruido que me sobresaltó. Era el rumor de unos pasitos
sobre la tierra de la cueva: Luego, ruido de pedradas, carreras, saltos, que en el silencio de la noche se hacían más claros.

Tomado del libro: "Leyendas, ceremonias tradicionales y relatos de la zona maya".

LA XTABAY

Vivían en un pueblo dos mujeres; a una la apodaban los vecinos la XKEBAN, que es como decir la pecadora, y a la otra la
llamaba la UTZ-COLEL, que es como decir mujer buena. La XKEBAN era muy bella, pero se daba continuamente al pecado
de amor. Por esto, las gentes honradas del lugar la despreciaban y huían de ella como la de cosa hedionda. En más de una
ocasión se había pretendido lanzarla del pueblo, aunque al fin de cuentas prefirieron tenerla a mano para despreciarla. La
UTZ-COLEL, era virtuosa, recta y austera además de bella. Jamás había cometido un desliz de amor y gozaba del aprecio de
todo el vecindario.

No bostante sus pecados, la XKEBAN era muy compasiva y socorría a los mendigos que llegaban a ella en demanda de
auxilio, curaba a los enfermos abandonados, amparaba a los animales; era humilde de corazón y sufría resignadamente las
injurias de la gente. Aunque virtuosa de cuerpo, la UTZ-COLEL era rígida y dura de carácter: Desdeñaba a los humildes por
considerarlos inferiores a ella y no curaba a los enfermos por repugnancia.

Recta era su vida como un palo enhiesto, pero sufrió su corazón como la piel de la serpiente. Un día ocurrió que los vecinos
no vieron salir de su casa a la XKEBAN, pasó otro día, y lo mismo; y otro, y otro. Pensaron que la XKEBAN había muerto,
abandonada; solamente sus animales cuidaban su cadáver, lamiéndole las manos y ahuyentándole las moscas. El perfume
que aromaba a todo el pueblo se desprendía de su cuerpo. Cuando la noticia llegó a oídos de la UTZ-COLEL, ésta rió
despectivamente.

Es imposible que el cadáver de una gran pecadora pueda desprender perfume alguno exclamó. Más bien hedará a carne
podrida. PERO era mujer curiosa y quiso convencerse por sí misma. Fué al lugar, y al sentir el perfumado aroma dijo, con
sorna: Cosa del demonio debe ser, para embaucar a los hombres, y añadió: Si el cadáver de esta mujer mala huele tan
aromáticamente, mi cadáver olerá mejor. Al entierro de la XKEBAN solo fueron los humildes a quienes había socorrido, los
enfermos a los que había curado; pero por donde cruzó el cortejo se fue dilatando el perfume, y al día siguiente la tumba
amaneció cubierta de flores silvestres.

Poco tiempo después falleció la UTZ-COLEL, había muerto virgen y seguramente el cielo se abriría inmediatamente para su
alma. Pero ¡OH SORPRESA! contra lo que ella misma y todos habían esperado, su cadáver empezó a desprender un hedor
insoportable, como de carne podrida. El vecindario lo atribuyó a malas artes del demonio y acudió en gran número a su
entierro llevando ramos de flores para adornar su tumba: Flores que al amanecer desaparecieron por "malas artes del
demonio", volvieron a decir.

Siguió pasando el tiempo, y es sabido que después de muerta la XKEBAN se convirtió en una florecilla dulce, sencilla y
olorosa llamada XTABENTUN. El jugo de esa florecilla embriaga dulcemente tal como embriagó en vida el amor de la
XKEBAN. En cambio, la UTZ-COLEL se convirtió después de muerta en la flor de TZACAM, que es un cactus erizado de
espinas del que brota una flor, hermosa pero sin perfume alguno, antes bien, huele en forma desagradable y al tocarla es
fácil punzarse.

Convertida la falsa mujer en la flor del TZACAM se dió a reflexionar, envidiosa, en el extremo caso de la XKEBAN, hasta
llegar a la conclusión de que seguramente porque sus pecados habían sido de amor, le ocurrió todo lo bueno que le ocurrió
después de muerta. Y entonces pensó en imitarla entregándose también al amor. Sin caer en la cuenta de que si las cosas
habían sucedido así, fue por la bondad del corazón de la XKEBAN, quien se entregaba al amor por un impulso generoso y
natural. Llamando en su ayuda a los malos espíritus, la UTZ-COLEL consiguió la gracia de regresar al mundo cada vez que
lo quisiera, convertida nuevamente en mujer, para enamorar a los hombres, pero con amor nefasto porque la dureza de su
corazón no le permitía otro.

Pues bien, sepan los que quieran saberlo que ella es la mujer XTABAY la que surge del TZACAM, la flor del cactus
punzador y rígido, que cuando ve pasar a un hombre vuelve a la vida y lo aguarda bajo las ceibas peinando su larga cabellera
con un trozo de TZACAM erizado de púas. Sigue a los hombres hasta que consigue atraerlos, los seduce luego y al fin los
asesina en el frenesí de un amor infernal.

Tomado de: Mario Diaz Triay "Guia Turística de la Peninsula de Yucatan, La tierra de los Mayas"

XTACUMBIL-XUNAÁN
FERNANDO OSORIO CASTRO

¡Tierra pálida y fértil; tierra hermosa, adormecida bajo el manto encantado de sus reminiscencias y entre el polvo de las
grandezas de un lejano ayer! . . .¡Tierra pródiga y hospitalaria que se brinda, generosamente, al viajero y le ofrece el
inapreciable tesoro de su alma llena de sinceridad, empapándolo en sus leyendas, en sus costumbres, en su inmensa poseía!.
. .Tierra bendita que guarda con amor las lágrimas que aún lloran los dioses sobre el despojo de sus razas muertas, y se
deleita con el perenne arrullo con que ellas se deslizan hasta el mar, y donde la vida se halla por doquiera como surgida de la
nada ante el sublime conjuro de Itzamná. Donde cada paisaje parece emanar el misterioso aliento de HUNAB-KU, cual si
éste hubiera bajado de invisible reino para gozar de la extraña luminosidad de sus cielos, y donde allá, en el augusto silencio
de las noches obscuras, que apenas se interrumpe por el tenue soplar de los BACABES, todavía ve el caminante de los
viejos caminos, peinarse sus negros cabellos a la XTABAY.
Allí está Bolonchén (Nueve Pozos) risueño pueblecillo escondido tras los pequeños montículos que corren a juntarse con la
Sierra Alta, en el Norte del Estado de Campeche, apenas visitado por los mismos habitantes de la región y admirado tan sólo
por los decires de la gente, como si no guardara nada extraordinario y su visita no valiera sin las comodidades que ofrecen
casi todos los medios modernos de comunicación.
Allí se conservan las tradiciones del pasado como en tantas otras ciudades y pueblecillos que han podido escapar a la
barbarie del modernismo, como pudiera vivir en tanto tiempo la leyenda de quel lento discurrir del "chivo brujo", por las
antiguas murallas de Campeche, y como ha podido vivir el alma de los mayas, despreciando el transcurso de los siglos, en el
obscuro refugio de un maravilloso cenote cercano a Bolonchenticul.
Se hizo el poblado en torno de nueve pozos naturales labrados por su dios entre la roca -pues siempre amaron el frescor de
las aguas- que se proveían de ella por las filtraciones de alguna cueva ignorada a donde se había podido juntar el agua de las
lluvias; pero a menudo ésta escaseaba y el pueblo sufría muy grandes penalidades para conseguirla. Era su jefe un valeroso
mancebo que se había distinguido de manera brillante en unas luchas que habían tenido recientemente; luchas en las que
siempre se vieron envueltos y que costaron la ruina de florecientes imperios pues en ellas había surgido de aquel joven un
astuto y habilísimo guerrero. Enamórase éste, locamente de una hermosa doncella a la que todo el pueblo amaba también
por su pureza y la tersura de su cuerpo, pues su sola presencia hablaba de una infinita bondad, su alma transparente era de
diosa y su voz tenía el acento de los manantiales.
La amaba con toda la fuerza de su corazón y no pensaba en otra cosa sino en ella; necesitaba su amor, necesitaba verla,
contemplarla para poder ofrendar ante sus dones sus magnos proyectos de conquista. Y un buen día sintió empañarse el
mundo de su dicha al saber que la madre de su amada, celosa del inmenso amor que sabía le profesaba y temerosa de que el
joven guerrero le arrebatara para siempre el cariño que había sido para ella la más grande dulzura de su vida, había
escondido a la doncella en un lugar que todos ignoraban.
Acabóse bruscamente la alegría del jefe, y con ella la del pueblo; se olvidó de la guerra y se olvidó de todo; rogó a los dioses
que se la devolvieran, envió emisarios por todos los senderos para que la buscaran, y el pueblo entero se dispersó,
desesperado, de que el tiempo corriera y no se hallara a la joven por ningún lado. Cuando ya empezaban sus vasallos a
retornar, considerando inútil tan fatigosa búsqueda, alguien dio la noticia de que parecía oírse la voz de la doncella en el
fondo de una prodigiosa gruta cercana a Bolonchén.
Presto fue allá el guerrero con toda su gente; penetró por un estrecho y pendiente sendero que empezaba a descender desde
la boca de la gruta, abierta entre las peñas, y se encontró de pronto con un hondo precipicio, en cuyos bordes se apoyaban
enormes salientes de las rocas que parecían más bien columnas de cristal y brillaban fantásticamente al resplandor de las
antorchas que llevaban. Callaron todos; en vano trataron de encontrar un camino para llegar al fondo de la cueva; las luces
de tantas antorchas se disipaban en la inmensidad de aquellas tinieblas, pero se oía rumor de alguien que estuviera o se
agitase en el fondo de la gruta.
Mandó el jefe cortar árboles y lianas de los bosques y traer cordeles de "yax-ci" para juntarlos, mandó también que todos
vinieran a ayudarlo en su tarea y el pueblo trabajó noche y día en construir una gigantesca escalera para que el aguerrido
mancebo pudiera bajar hasta el fondo de la caverna y contemplar a la ansiada doncella de sus sueños y dueña de su corazón.
Cuando estuvo terminada, después de sufrir indecible fatiga, bajó el guerrero seguido por las mujeres y los hombres del
poblado. A la luz de las antorchas, se extasiaron todos al contemplar a la hermosa doncella, que fue conducida entre
aclamaciones hasta el pueblo. Volvió a él la alegría, la tranquilidad, la vida; sus habitantes, desde entonces la veneraban y le
rendían el culto que a sus dioses, porque bastaba su presencia para reanimar lo que estaba casi muerto, cual si un hechizo
divino fluyera a cada paso de la virgen amada.
Ya nada importaba que en los pozos del pueblo se agotara el precioso líquido que fuera motivo de sus sufrimientos, ni que
CHAC dejara de retumbar en las alturas para romper las nubes y hacer bajar el rocío de los cielos; para eso había bajado el
guerrero a las profundidades de la gruta, a arrancar a esa madre celosa que es la tierra, la hermosa doncella que había
escondido en sus entrañas; el agua, a la que había encontrado el mancebo en siete estanques formados en la roca, que desde
entonces se llama CHACHA o agua roja, PUCUELHA o reflujo, porque es fama que tienen olas como el mar y que es
preciso acercarse a él en absoluto silencio, porque al menor ruido el agua desaparece; SALLAB o salto del agua; AKABHA
u obscuridad; CHOCOHA o agua caliente, por la temperatura que ésta guarda; OCIHA, por el color de leche que tiene el
agua, y el último CHIMAISHA, por ciertos insectos llamados chimais que abundan en él. Desde entonces tomó también este
maravilloso DZNOT (centoe) el nombre de XTACUMBIL-XUNAÁN, o de la Señora Escondida (Del verbo TACUN,
esconder y XUNAAN, señora).
Viven aún en la gruta la hermosa doncella que escondió la tierra a los amores del guerrero maya y a las miradas de todos los
hombres, porque ellos también la amaron y la seguirán amando en el eterno transcurso de los tiempos. Todavía llega hasta
allí, silenciosamente la sombra del mancebo; oculta por el indescifrable misterio de las tinieblas, para ofrendarle su cariño y
sentir otra vez el palpitar de su cuerpo y el hechizo inefable de sus frescas caricias.

 

 

 

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