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Rubén Darío |
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"Palabras liminares" Despuésde Azul..., después de Los Raros, voces insinuantes, buena y mala intención, entusiasmo sonoro y envidia subterránea todo bella cosecha solicitaron lo que, en conciencia, no he creído fructuoso ni oportuno: un manifiesto. Ni fructuoso ni oportuno:
Yo no tengo literatura "mía" como lo ha manifestado una magistral autoridad, para marcar el rumbo de los demás: mi literatura es mía en mí; quien siga servilmente mis huellas perderá su tesoro personal y, paje o esclavo, no podrá ocultar sello o librea. Wagner a Augusta Holmes, su discípula, dijo un día: "Lo primero, no imitar a nadie, y sobre todo, a mí." Gran decir. * Yo he dicho, en la misa rosa de mi juventud, mis antífonas, mis secuencias, mis
profanas prosas. Tiempo y menos fatigas de alma y corazón me han hecho falta, para, como
un buen monje artífice, hacer mis mayúsculas dignas de cada página del breviario. (A
través de los fuegos divinos de las vidrieras historiadas, me río del viento que sopla
afuera, del mal que pasa.) Tocad, campanas de oro, campanas de plata, tocad todos los
días, llamándome a la fiesta en que brillan los ojos de fuego, y las rosas de las bocas
sangran delicias únicas. Mi órgano es un viejo clavicordio pompadour, al son del cual
denzaron sus gavotas alegres abuelos; y el perfume de tu pecho es mi perfume, eterno
incensario de carne, Varona inmortal, flor de mi costilla. * ¿Hay en mi sangre alguna gota de sangre de África, o de indio chorotega o nagrandano? Pudiera ser, a despecho de mis manos de marqués; mas he aquí que veréis en mis versos princesas, reyes, cosas imperiales, visiones de países lejanos o imposibles: ¡qué queréis!, yo detesto la vida y el tiempo en que me tocó nacer; y a un presidente de República, no podré saludarle en el idioma en que te cantaría a ti, ¡oh Halagabal!, de cuya corte oro, seda, mármol me acuerdo en sueños... (Si hay poesía en nuestra América, ella está en las cosas viejas: en Palenke y
Utatlán, en el indio legendario y el inca sensual y fino, y en el gran Moctezuma de la
silla de oro. Lo demás es tuyo, demócrata Walt Whitman.) * El abuelo español de barba blanca me señala una serie de retratos ilustres:
"Éste me dice es el gran don Miguel de Cervantes Saavedra, genio y
manco; éste es Lope de Vega, éste Garcilaso, éste Quintana." Yo le pregunto por el
noble Gracián, por Teresa la Santa, por el bravo Góngora y el más fuerte de todos, don
Francisco de Quevedo y Villegas. Después exclamo: "¡Shakespeare! ¡Dante!
¡Hugo...! (Y en mi interior: ¡Verlaine...!)" * ¿Y la cuestión métrica? ¿Y el ritmo? * La gritería de trescientas ocas no te impedirá, silvano, tocar tu encantadora flauta,
con tal de que tu amigo el ruiseñor esté contento de tu melodía. Cuando él no esté
para escucharte, cierra los ojos y toca para los habitantes de tu reino interior. ¡Oh
pueblo de desnudas ninfas, de rosadas reinas, de amorosas diosas! *** Y, la primera Ley, creador: crear. Bufe el eunuco. Cuando una musa te dé un hijo, queden las otras ocho encinta. R. D. [Rubén Darío. Prosas profanas y otros poemas. Buenos Aires: Pablo E. Coni e Hijos, 1896] |
© José Luis Gómez-Martínez |