Antonio de Guevara

 

Epístola 38 (Libro I)

LETRA PARA EL ABAD DE SANT PEDRO DE CARDEÑA, EN LA CUAL SE ALABA LA TIERRA DE LA MONTANA

Reverendo abad y monástico religioso:

"Regi seculorum immortali sit gloria quia te ex literis tuis bene valere audito, et ipse bene habeo." La salud corporal en todo tiempo se ha de tener en mucho, y mucho más en este presente año, porque la guerra tenemos en casa y la pestilencia está llamando a la puerta. No dixe mucho en decir que la pestilencia llama a la puerta, pues está Ávila dañada, Madrigal despoblada y Medina escandalizada, Valladolid asombrada y Dueñas yerma. En lo demás, doy a vuestra paternidad muchas gracias por los Diálogos de Ocham que me prestó, y no menos se las doy por las cecinas que me embió, que como nascí en Asturias de Santillana, y no en el potro de Córdoba, ninguna cosa pudiera enviarme a mi más acepta que aquella carne salada, por manera "quod cogno visti cogitationes meas de longe." Desde Asia a Roma envió la hermosa Cleopatra a su buen amigo Marco Antonio una grulla salada, la cual la tuvo en tanto que sólo una hebra comía cada día de aquella cecina. Desde el Illirico, que es en los confines de Pannonia, truxeron presentadas al gobernador Augusto seis lampreas trechadas, el cual manjar fue cosa tan nueva en Roma, que sola una de ellas comió, y las otras cinco entre los senadores y embaxadores repartió. Macrobio, en sus Saturnales, contando, o, por mejor decir, reprehendiendo a Lúculo, el romano, de una muy solemne y costosa cena que hizo a unos embaxadores de Asia, dice que, entre otras cosas, comieron un grifo adobado y un ansarón cecinado. En una invectiva que hace Crispo Salustio contra su émulo Cicerón, entre las cosas más graves que le acusó es que hacía traer por sus regalos cecinas de Cerdeña y vinos de España. El divino Platón, cuando fue a ver a Dionisio el Tirano, de ninguna cosa tanto de él se escandalizó como fue verle comer dos veces al día, y que por mejor beber, comía carne salada. Grandes tiempos se pasaron en Roma en los cuales, aunque comían carne fresca y salada, no sabían sazonar aún la cecina, y el primero que se dice haber inventado esta golosina fue el regalado Miscenas, el cual daba en sus banquetes asnicos asados y cabrones cecinados.

Como los tiempos cada día van más cosas descubriendo y los ingenios de los hombres se van más adelgazando, ha venido la cosa en que las cecinas que para los reyes en otro tiempo se buscaban, con ella ahora los rústicos se ahitan. Por más sazonadas y aún más sabrosas tengo yo las cecinas de la Montaña, que no las de Castilla, porque en la Montaña son las yerbas más delicadas, las aguas más delgadas, las tierras más frías y los animales más sanos, y los aires más sutiles. Que sea mejor tierra la Montaña, que no Castilla, paresce claro, en que los vinos que van de acá allá son más finos y los hombres que vienen de allá se tornan más maliciosos; de manera que allá les mejoramos los vinos y ellos acá nos empeoran los hombres. Bien estoy yo con lo que decía Diego López de Haro: es a saber, que para ser uno buen hombre, había de ser nascido en la Montaña y traspuesto en Castilla; mas pésame a mi mucho que aquellos de mi tierra se les apega poco de la criança que tenemos y mucho de la malicia que usamos. Cuando preguntamos a un vecino del Potro de Córdoba, del Çocadover de Toledo, del Corrillo de Valladolid, o del Azoguejo de Segovia, que de dónde es natural, luego dice que es verdad haber él nascido en aquella tierra, mas sus abuelos vinieron de la Montaña; por manera que en el tener quieren ser castellanos, y en el linaje quieren ser vizcaínos.

Si Roderico Toletano no nos engaña, siete naciones enseñorearon nueve provincias de España; es a saber: los griegos, a Carpentania; los vándalos, a Andalucía; los suevos, a Carthagena; los alanos, a Galizia; los hunnos, a Tarragona; los godos, a Lusitania, y los romanos, a Pirenea; mas de todas estas nueve naciones, de ninguna leemos que pasase la Peña de Orduña, ni osase llegar a la Peña Horadada. A los que somos montañeses no nos pueden negar los castellanos que cuando España se perdió, no se hayan salvado en solas las montañas todos los hombres buenos, y que después acá no hayan salido de allí todos los nobles. Decía el buen Íñigo López de Santillana que en esta nuestra España que era peregrino, o muy nuevo, el linage que en la Montaña no tenía solar conoscido.

He querido, padre Abad, deciros todo esto para que veáis en cuánto tengo lo que me enviastes: lo uno, porque era cecina, y lo otro, porque era sazonada en mi tierra. No es mucho me sepan a mi bien las cecinas de mi tierra, pues el emperador Severo nunca se vestía camisa sino de lino de África, que era su natural tierra. De Aurelio el emperador, cuentan sus chronistas que decía muchas veces que todos los manjares que comíamos de otras tierras los comíamos con sabor, mas los que eran de nuestra tierra los comíamos con amor y sabor.

En lo demás que vuestra paternidad me escribió y encomendo, Fray Benito, su súbdito y mi amigo, le dirá cómo hablé en ello a Su Magestad y lo que me respondió y al presente se despachó.

No más, sino que "gratia Domini nostri Iesu Christi sit tecum et mecum."
De Madrid, a XII de marzo de MDXXII.

(Epístolas familiares. Libro I, Epístola 38)

 
 
 

 

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