Hugo E. Biagini

 

 

Fines de siglo, fin de milenio

PRÓLOGO

"UNA REFLEXIÓN PARA MÁS ALLÁ DEL AÑO 2000"

 Fernando AINSA

Hay dos tentaciones que Hugo Biagini evita cuidadosamente en este libro de título tan significativo. Por lo pronto, sucumbir al temor milenarista al que el fin de milenio nos invita. Ya se sabe, toda fecha marca un hito entre un antes y un después; fija los límites del pasado y anuncia el comienzo del futuro. Pero mientras unas fechas son simples peldaños de un devenir sin conmociones, otras inauguran épocas nuevas, verdaderas encrucijadas en la vida de los hombres y de los pueblos, donde toda especulación sobre el porvenir no puede ser una mera proyección, sino un auténtico desafío a la imaginación. Un desafío que es aún mayor cuando esas fechas no se refieren a un acontecimiento histórico y son, simplemente, el anuncio convencional, pero no por ello menos simbólico, del paso de un año, una década, una centuria o un milenio.

Si los fines de año invitan al balance y a las promesas y pronósticos individuales y colectivos, los fines de siglo se aparecen inevitablemente como la "bisagra" que anuncia un cambio de época marcado por fechas significativas que no pueden alejarse mucho del cambio de centuria, como lo han sido en la historia occidental y americana los años 1492 (Descubrimiento de América), 1688 (Revolución inglesa), 1789 (Revolución francesa) y 1898 (Fin del imperio español).

Por el contrario, un cambio de milenio es una invitación a los anuncios proféticos, cuando no apocalípticos. Sucedió en vísperas del año 1000 con los milenaristas y todo indica que el año 2000 que se aproxima marcado por tantas incertidumbres no podrá evitar los riesgos de nuevas catástrofes anunciadas -ecológicas, demográficas, sociales o morales- aunque los signos agoreros se cubran de racionalismo o historicismo.

Consciente de ese riesgo, pero no menos tentado por el desafío que implica comparar los fines del siglo XIX y el XX en la perspectiva del tercer milenio que se avecina, Hugo Biagini en Fines de siglo, fin de milenio nos propone un apasionante ejercicio intelectual. Se trata de retrazar el destino y las ideas de América Latina, España y Estados Unidos, a partir de los ecos y reflejos que unen su historia.

La originalidad de su enfoque permite descubrir en la fecha clave de 1898, la interrelación de ideas, aún cuando puedan ser antinómicas, dentro de un pensamiento latinoamericano que se reencuentra con España. A partir de esa fecha clave, Biagini reconstruye el espíritu y las ideas gracias a las cuales España y América Latina se reúnen, tras el fin del imperio colonial, en un renovado hispanismo gracias a las expresiones conciliatorias del Modernismo que se abre a un enfoque europeísta, cosmopolita y a los valores comunitarios continentales. En ese momento, América Latina se descubre como dueña de un destino común que Juan María Gutiérrez había convertido en manifiesto por la unidad intelectual y moral hispanoamericana y Rubén Darío en exaltada desiderata: "Si las naciones americanas de habla española se conociesen, se estimasen, se relacionasen y uniesen más entre sí..."

La intervención de Estados Unidos en el Caribe, que llevó a la derrota de España, inaugura un sentimiento antinorteamericano que la publicación en 1900 del Ariel de José Enrique Rodó ejemplifica en el umbral del siglo. Se trata de combatir la "nordomanía" y la nivelación mesocrática del mercantilismo "fenicio" de los Estados Unidos. La antinomia Ariel y Calibán recogida por otros ensayistas funda una conciencia antiimperialista que recorrerá el siglo XX y permitirá el afianzamiento de lo que se llamará con orgullo "identidad latinoamericana".

Si el rastreo de textos originales permite a Biagini una perfecta apoyatura documental a su tesis sobre el fin del siglo XIX) son muy interesantes los ensayos de Francisco Grandmontagne, Eduardo L. Holmberg, Víctor Arreguine, Emilio Becher, Horacio Quiroga, Enrique Vera y González y Leopoldo Díaz que figuran a modo de apéndice "testimonial" de la obra), el verdadero aporte creativo de Fines de siglo, fin de milenio es el "wishful thinking" que propone para el fin de siglo y milenio que estamos viviendo.

En la crisis actual de la trascendencia y la inmanencia que otros, como Francis Fukuyama, han definido como "fin de la historia", en el agotamiento de los sustancialismos y las ideologías justificadoras que caracterizan el posmodernismo y el fin del siglo XX que algunos han cerrado con la caída del muro de Berlín en 1989, Biagini no ve únicamente los signos pesimistas que la mayoría enfatiza, sino un desafío a la imaginación.

En los capítulos titulados "De cara al 2000", recoge la tesis de la aldea global para oponerla a los estallidos tribales y xenófobos que caracterizan la época y para proponer una síntesis superadora del universalismo y el relativismo, donde se revalorizan nociones como las de identidad cultural. Biagini apuesta a la integración continental y a una renovada función de la utopía en la configuración del "deber ser" americano confrontado a todos los problemas del "ser", esa realidad hecha de disparidades sociales y económicas y de profundos desajustes estructurales. Y lo hace para proponer sin retórica o enfatismo alguno una función utópica para que América sea por fin un Nuevo Mundo.

Decíamos al principio que Biagini había evitado dos tentaciones en Fines de siglo, fin de milenio. La obvia ha sido la de hacer de las fechas manejadas el símbolo de un apocalipsis próximo. Sin embargo, la menos obvia y por lo tanto más difícil, ha sido evitar la tentación ontológica: la que hace de la identidad cultural una categoría absoluta. La identidad cultural emergente del ejercicio comparativo cruzado que nos propone entre los fines del siglo XIX y XX, por un lado, y entre España, América Latina y los Estados Unidos, por el otro, es la de una cultura que va "sumando" componentes, sin sustraer ninguno y sin propiciar exclusiones o marginaciones.

La identidad es el resultado de una suma, nunca de una resta, donde la ausencia de categorías apriorísticas permite imaginar una verdadera "genealogía" identitaria marcada por el propio devenir histórico. La cultura debe traducir la pluralidad de esas influencias. La diversidad es el resultado de esas influencias y lo que funda su riqueza. La apertura consiguiente es una actitud que propicia más un "entendernos" que el "definirnos" en permanencia; característica esta última de buena parte del discurso identitario tradicional.

Para un conocedor de su obra anterior, Fines de siglo, fin de milenio sintetiza y trasciende lo mejor de su producción. Autor de un exhaustivo estudio sobre la presencia y la influencia de la "inteligencia" española en Buenos Aires hacia las postrimerías del siglo XIX, Redescubriendo un continente (Publicaciones de la Excma. Diputación provincial de Sevilla, 1993), Biagini se has ido especializando en las relaciones interculturales que, en el caso de la Argentina, son constitutivas de su identidad. Si es imposible imaginar América Latina sin su doble pasado, sin su doble herencia -la propia y la de Europa- como ha señalado Leopoldo Zea, en el caso de la Argentina lo es con mayor razón, ya que ese doble, por no decir múltiple pasado, es justamente su especificidad y el origen de buena parte de sus antinomias no resueltas y de la problemática identitaria agudizada que la caracteriza. En La generación del Ochenta (Buenos Aires, Losada, 1995), pero más directamente en Filosofía americana e identidad: el conflictivo caso argentino (Buenos Aires, Eudeba, 1989), Biagini no sólo aborda la "programática" de la identidad y la concepción del "ser" argentino, sino que adelanta el inevitable "reflejo" de la identidad continental en el "espejo" de los Estados Unidos, al analizar en forma minuciosa la recepción argentina del pensamiento norteamericano.

En la pluralidad y en la diversidad que Biagini nos propone como carácter esencial de la identidad latinoamericana en este fin de milenio, se recogen los ecos y reflejos, hispanos y norteamericanos que agudizan las dicotomías de las que la Argentina parece ser su excelso paradigma: lo rural opuesto a lo urbano, la barbarie a la civilización, lo nativo a lo foráneo, el arraigo a la evasión, la bucólica arcadia a la caótica violencia, la pobreza crítica a la riqueza ostentosa, el obtuso conservatismo a la revolución voluntarista, todos enfrentados dialécticamente. Una dualidad antinómica que defiende los particularismos con celo, al mismo tiempo que la realidad es cada vez más interdependiente; donde se aspira a la unidad continental, mientras por el otro se exaltan reivindicaciones nacionalistas. Antinomias que invitan a las artes y al pensamiento a oscilar entre la tradición y la modernidad y donde la narrativa cubre con idéntica solvencia la gama que va del crudo realismo a lo fantástico.

Los intentos por definir la identidad americana, lo que otros han llamado idiosincrasia, ser o idea de América, pasan a través de las opciones que esas antinomias llevan -las del signo extremo que participa y se sostiene gracias a su contrario- y polarizan en forma ineludible todos los discursos, desde el económico al artístico, pasando por el político y el social. Sin embargo, aunque las antinomias existentes no parezcan superables en el contexto económico y social actual, es necesario preguntarse -en el marco que brinda una reflexión comparada a los fines de los siglos XIX y XX, como la que nos propone Biagini en vísperas del tercer milenio- si no es hora de imaginar y proyectar una América Latina que pudiera estar más allá de sus antinomias.

No por haberlo desarrollado en otros trabajos, especialmente en Identidad cultural de Iberoamérica en su narrativa (Madrid, Gredos, 1986) creo que no debo dejar de recordar en estas páginas introductorias que buena parte de las antinomias americanas que aparecen reflejadas en el debate finisecular del siglo XIX y del XX tratado por Biagini, se originan en un doble movimiento: el centrípeto, de repliegue y aislacionismo, y el centrífugo, de apertura a influencias; verdadera diástole y sístole de una historia hecha de superposición y oscilación pendular entre extremos y de la cual parece desterrada toda evolución gradual.

Para el primero -el movimiento centrípeto- el arraigo y la autenticidad se preservan en el interior secreto de América y en el pasado arcaico recordado con nostalgia, tal como sucede con las civilizaciones indígenas prehispánicas a las que algunos idealizan retroactivamente. Formas de vida sencillas y expresiones autárquicas, exógenas y bien diferenciadas, tanto en lo étnico como en lo cultural, se reivindican como las únicas válidas en un mundo amenazado de aculturación y homogeneización y donde toda visión prospectiva se tiñe con valores del pasado, dando la impresión de que en América latina tenemos dificultad para imaginar un futuro que no sea una reactualización de un pasado que muy probablemente no existió tal como lo imaginamos.

Desde este punto de vista -el del movimiento centrípeto- el examen de la historia de las ideas y de los movimientos artístico-literarios permite rastrear una terminología que ha insistido en "reivindicar nuestro pasado", fomentar "valores propios", buscar la autenticidad, combatir "las ideas foráneas", evitar la alienación, "ser fieles a nosotros mismos" y, más recientemente, denunciando la desculturación, todas ellas expresiones de la preocupación sobre una identidad amenazada por las tendencias uniformizadoras del mundo exterior. Así se han sucedido planteos y teorías alrededor del ser americano, la idea de América, la americanidad, la conciencia nacional, la expresión y originalidad americanas, de nociones como idiosincrasia, nativismo, autoctonía, peculiaridad, conceptos que reflejan problemas de escala local, nacional o regional, de los cuales Hugo Biagini da numerosos ejemplos. Algunos, como las denuncias contra "los ciudadanos de Mimópolis y los parásitos de la labor europea" que hace Paul Groussac en su crónica Del Plata al Niágara, son muy ilustrativos.

Para el segundo -el movimiento centrífugo- la identidad americana es el resultado inevitable de un juego de reflejos entre el Viejo Mundo (o si se prefiere la llamada "cultura occidental") y el Nuevo, espejos que se reenvían signos, imágenes, símbolos y mitos de todo tipo. América es el resultado de aluviones inmigratorios, de un variado y profundo mestizaje y de una transculturación abierta a influencias y culturas de todo tipo. Aceptar una modernización impulsada desde el exterior es la única forma provechosa de entablar el necesario diálogo intercultural entre Europa y América. Alienada, cuando no excéntrica a la propia realidad del "país interior", la identidad centrífuga resultante es plural y su diversidad, la mejor expresión del mosaico étnico y cultural del mundo actual.

A la lectura de Fines de siglo, fin de milenio no caben dudas de que Hugo Biagini, si bien apuesta al intercambio y a todo lo que hace a la riqueza de la pluralidad identitaria americana, no olvida ni prescinde de esa nota raigal y profunda que la significa, una raíz propia que descubre también y no sin asombro en los Estados Unidos y en la España de este fin de milenio. El abierto universalismo que no ha temido influencias de ningún tipo ha podido darse al mismo tiempo que se ha producido una intensa revalorización de las fuentes de la cultura original. Olvidadas tradiciones y mitos de profundas raíces han sido recuperados y en este rescate se identifican sin esfuerzo los signos que unen la propia historia cultural con las fuentes de la llamada cultura occidental, la judeo-cristiana, griega y latina.

La nacionalización y americanización de mitos, símbolos, leit-motivs, imágenes que parecían exclusivas de la cultura europea constituye, tal vez, una de las características más apasionantes del proceso identitario latinoamericano contemporáneo. Finalmente, modernidad y tradición no son nociones tan excluyentes como se cree, ya que los elementos de todo orden tradicional -por muy arcaico que sea- se reagrupan y mezclan con otros indicios o elementos innovadores para producir un orden nuevo, donde se perpetúa con variantes una forma de la tradición.

Resulta, pues, importante, descubrir no solamente lo distintivo de las identidades culturales en que se expresa lo latinoamericano según los países, las zonas, los momentos históricos, sino destacar el estrato fundacional que le es común y las constantes de una problemática y sus modalidades expresivas -artística, filosófica, sociológica, ideológica, política y aun económica- que los pueblos han tratado y realizado en distinta medida, al reconocerse en un ethos cultural común: lo que puede ser sus caracteres más explícitos en vísperas del tercer milenio.

Y no sin cierto asombro, se descubre desde esta perspectiva que una visión universal del ser americano -como la que nos propone Hugo Biagini- no pasa necesariamente por las categorías clásicas de la denominada cultura occidental. Sin reivindicarlo en modo explícito y sin hacer de ello una plataforma programática, América parece ser dueña de su propia identidad, es decir, de su esperada madurez histórica y, presentarse, por fin, realmente como un Nuevo Mundo. Algo por lo que se podrá brindar sin ningún temor milenaria cuando suenen las campanadas del Año Nuevo 2000, en la medianoche del 31 de diciembre de 1999.

 

Fernando AINSA (UNESCO)
Oliete, Teruel, 1 de enero de 1996

 

Primera Edición digital autorizada por el autor a cargo de José Luis Gómez-Martínez, Octubre de 2001.  ©Hugo E. Biagini. Fines de siglo, fin de milenio. Buenos Aires: Alianza Editorial / Ediciones UNESCO, 1996.

   

© José Luis Gómez-Martínez
Nota: Esta versión electrónica se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso correspondan.
 

 

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