Hugo E. Biagini

 

 

Fines de siglo, fin de milenio

PARTE II
  

DE  CARA  AL  2000

  

Fin de siglo, fin del milenio, tiempo del desprecio. Pocos propietarios, muchos poseídos; pocos opinadores, muchos opinados; pocos consumidores, muchos consumidos; pocos desarrollados, muchos arrollados (...)

Fin de siglo, fin del milenio, tiempo del miedo. El Norte tiene pánico de que el Sur se tome en serio las promesas de su publicidad, como el Este se creyó la invitación al Paraíso (...)

Tiempo del miedo: graves agujeros en la capa de ozono y más graves agujeros en el alma (...)

Eduardo Galeano
"Quinientos años de soledad"

 

CAPÍTULO 4

"EL NUEVO ORDEN INTERNACIONAL"

  
La atracción del Norte no cesará mientras persistan los infiernos del Sur. La aldea local recibe diariamente todas las tentaciones, pero ninguna de las realidades de la economía de lujo y la satisfacción inmediata. Como el mítico Tántalo, miles de millones de seres están condenados a ver, sin poder tocar, a desear, sin poder comer o beber.

Carlos Fuentes
"Nueva realidad, nueva legalidad"

¿Neoliberalismo o neodarwinismo?

¿Qué extraño mecanismo encierra la plataforma liberal, puesta otra vez sobre el tapete y con pretensiones de instaurarse como un reinado absoluto?. ¿Qué ocurre con ella, cuando hasta hace poco se creía a rajatabla que su suerte ya estaba echada? ¿No podríamos figurarnos un grueso volumen compuesto únicamente por los títulos de los trabajos publicados en torno a la crisis del liberalismo? ¿No cabría preguntarse, como hizo un poeta francés del siglo pasado cuando aquel fenómeno se hallaba tan en boga como ahora?:

¿Qué es esa palabra liberal
que gente de cierta calidad
utiliza siempre, bien o mal?

Aun sin caer en el extremo nominalista de quienes sostienen que no corresponde hablar de liberalismo a secas sino de liberalismos en plural, la respuesta dista de ser unívoca -por encontrarnos frente a un conglomerado proposicional lleno de diferencias y antagonismos internos. Más allá de que el empleo problemático a los cuales aludían los versos en cuestión pueda basarse en una simple frivolidad social o resulte producido por el llamado saber vulgar, existen otras motivaciones más sutiles que con el curso del tiempo permiten explicar dicha confusión; motivaciones ligadas al carácter polifacético que ha acompañado la trayectoria liberal.

Tenemos así las típicas modalidades disciplinares que, con todas sus íntimas divisorias, han dado lugar a un liberalismo filosófico, intelectual o ético, que defiende el pluralismo expresivo y la autonomía personal; un liberalismo político, que exalta las garantías constitucionales y el balanceo de los poderes; un liberalismo económico, que acentúa el papel del mercado y la iniciativa particular; un liberalismo religioso, que brega por la tolerancia y la libertad de conciencia; un liberalismo jurídico, en favor de los derechos del ciudadano y la igualdad ante la ley.

Además de esas variantes y otras similares -como la de los liberalismos antropológico, pedagógico y sociológico-, puede tomarse en cuenta la evolución temporal del liberalismo, su mayor o menor presencia en los sistemas metafísicos y en las tendencias cognoscitivas, sus aproximaciones a los ismos ideológicos y partidarios más heterogéneos, sus vínculos con las instituciones democráticas o con los gobiernos de facto, sus distintas representaciones nacionales, su incidencia en las caracterologías psíquicas, su ascendiente clasista, etcétera.

Pese a tantas disímiles perspectivas implícitas en el derrotero liberal, durante los años sesenta tendieron a borrarse todos sus matices y se proclamó su definitiva extinción -no sólo ante el impulso arrollador que cobraba la voluntad colectiva, sino también por el certificado teórico de defunción que se le extendía al liberalismo, asociándoselo indisolublemente con el abominable régimen capitalista y con individualismo feroz. El liberalismo aparecía entonces como falto de vigencia, en tanto manifestación doctrinalmente inconsistente e incapaz de atraer al pueblo. Las brevas parecían ya maduras para desembarazarse del pasado, para ensayar las transformaciones más profundas, para acabar con la explotación del hombre y con la concentración unilateral de riqueza.

Sin embargo, en la década de 1980, con la debacle del socialismo real y con el auge de la revolución conservadora, aquella afección supuestamente terminal pasa a resignificarse como una crisis de crecimiento que aseguraría el triunfo indisputable del liberalismo. En tal sentido, este último vuelve a ser concebido como un ideario suprahistórico e imperecedero que trasciende cualquier partidismo y sistema socioeconómico para identificarse con la misma civilización y con el porvenir de la libertad. Simultáneamente, se sacraliza la organización capitalista, con un Estado mínimo o ultramínimo que, a la postre, implica una sensible merma de impuestos para los sectores adinerados. Hasta el propio eurocentrismo y los valores culturales nordatlánticos han retomado la supremacía excluyente con la cual solieron exhibirse antaño.

Por consiguiente, lo que hoy se califica como neoliberalismo refleja un modelo más cercano a la primitiva variante burguesa de la no interferencia -vocera del statu quo- que aquéllo que surgió posteriormente con esa denominación, bajo la impronta reformista del Welfare State, para salvaguardar necesidades primordiales (subsistencia, salud, educación) y mitigar la inquietante desigualdad originada por la abstención gubernativa. A través del Estado asistencial se impugnaba la equiparación lisa y llana entre democracia y libre empresa, la presunta armonía espontánea entre el beneficio público y la satisfacción de los deseos egoístas; una armonía que, al igual que la propiedad privada, se intentaba legitimar científicamente, como si estuviera incrustada en el orden de las cosas o respondiese a un designio divino.

Con la mencionada renovación del liberalismo, se cuestionaba, por una parte, al Estado gendarme, a ese sereno nocturno limitado a custodiar las fronteras y la seguridad interior; por otro lado, se ponía en tela de juicio la noción de libertad guiada por una lógica -la del pez más grande- donde subyace la hipotética convivencia entre el tiburón y las sardinas, entre el zorro y las gallinas.

El triunfalismo occidental ha llevado a reintroducir, con ropajes innovadores, la vieja impronta liberal, de ajustar a los débiles, incrementando la más cruda competencia, el espíritu depredador y la vena posesiva. De los nucleamientos civiles depende la generación de anticuerpos para que no termine otra vez por imponerse, como una verdad oficial, el socio-darwinismo y su secuela deshumanizadora; para que el Estado asuma sus funciones realmente novedosas: ejercer un efectivo contralor en la prestación de los servicios a la comunidad -transportes, obras públicas, inversiones de riesgo, etc.

Localismos y mundialización

Junto con la crisis integral y con la incredulidad  generalizada que signan el crepúsculo del segundo milenio, cabe mencionar los vertiginosos cambios históricos que nos tocan vivir; las inauditas derivaciones en un tempo histórico tan acelerado como el actual que parece impedir la más leve predicción -no sólo de un futuro cercano sino hasta del mismo día de mañana. Aceleración que convierte al libro en un producto cuasi bizantino, debiendo apelarse a la compulsa periodística para acceder a un mínimo de comprensión sobre la vida circundante [1]

Al inaudito derrumbe del socialismo real, han sucedido otra serie de acontecimientos y fenómenos desbordantes, como los que trasuntan la balcanización y los separatismos que han estallado cruentamente en Europa, junto con extendidos brotes tribales, xenófobos y neorracistas de toda laya. 

Autores tan caracterizados como Eric Hobsbawm le han restado dimensión universal a tales proyectos nacionalistas y alteraciones sectarias, en tanto ellos sólo constituirían resabios de un pasado carente de proyecciones "para la reestructuración política del mundo en el siglo XXI"; siglo que según Hobsbawm habrá de denotar dimensiones trans y supranacionales (Hobsbawm, 191). Este augurio aparece rotulado en otros enfoques como el triunfo del megaestado y la aldea global sobre los particularismos, la fragmentación y las soberanías territoriales.

No obstante, más allá de los vaticinios a largo plazo, diversos elementos de juicio permiten figurarnos que, en cuanto a ideales humanitarios, ha declinado notoriamente la posibilidad de concebir un mundo tan fusionado como el que se mentó a principios de nuestra centuria, a la luz de los trasvasamientos migratorios. Por lo contrario, con una metáfora gastronómica importada, cabe afirmar que transitamos del melting pot al salad bar, del crisol de razas a la segregación étnica.

Tampoco se ha reforzado el proceso descolonizador que se abrió paso luego de la Segunda Guerra, pues estamos asistiendo en cambio a una suerte de recolonización mundial, mediante empréstitos internacionales, manipuleo de la opinión pública y otras formas enajenantes en el terreno económico, tecnológico y cultural.

El Tercer Mundo de otrora, insertándose entre los países más favorecidos, a través de los millares de deshauciados del planeta, los nuevos bárbaros, apunta a una insólita ampliación, con los 300.000.000 de euro-orientales. La masa poblacional, que vivía bajo el Pacto de Varsovia y la Comintern, además de no poder ingresar a la Comunidad Europea, se encuentra ahora más expuesta a la miseria que en su previa situación de escasez [2]. El impredictible repunte experimentado por el liberalismo arroja implicancias igualmente negativas, mediante un avance de tal magnitud que ha hecho que se lo asocie con una verdadera "Revolución Conservadora".

La ascesis capitalista

Tras su prolongado colapso, el Estado mínimo, que en los hechos comporta reducción de impuestos para los ricos y retroceso en las conquistas sociales, ha vuelto a entronizarse como la mejor vía para el progreso. Más allá de los círculos académicos, un autor como Francis Fukuyama ha logrado difundir la tesis acerca de la organización sociopolítica del capitalismo actual -corolario lógico de la ciencia natural- como una modalidad "completamente satisfactoria" para los seres humanos (Fukuyama, 203). En ese contexto, la única oposición valedera parece consistir en la del "capitalismo contra capitalismo", expresión elegida por Michel Albert para denominar a un reciente libro suyo. (Albert 1992).

Otro título sugerente presenta una exitosa obra colectiva: El desafío neoliberal. El fin del tercermundismo en América Latina. Este trabajo, inserto en la misma línea de restauración ideológica e institucional señalada, contó con prestigiosos colaboradores como Octavio Paz, Mario Vargas Llosa y Peter Berger; sin faltar tampoco contribuciones de antiguos adherentes a las dictaduras latinoamericanas que, en esta ocasión, han dado vuelta su foja de servicios para defender "el respeto irrestricto por el prójimo, por sus proyectos de vida". Diversos pasajes  marcan la tónica del volumen, donde se remedan los lugares más comunes del viejo conservadurismo:

Vivimos en un mundo...sin excusas, sin culpa, sin yanquis. "Imperialismo", "soberanía", "la deuda" -susurros que ya no sirven para proclamarse como víctimas. América Latina es su propio agente de acción, será responsable de sus éxitos y fracasos...

Axiomas: 1) El socialismo nunca funciona...2) El capitalismo frecuentemente funciona...sin excepción alguna, las grandes historias de éxitos económicos del mundo han sido capitalistas...grandes masas de población han salido de su pobreza y han llegado a unas riquezas sin precedentes, y, además ampliamente distribuida...3) La integración dentro del sistema capitalista internacional favorece el desarrollo económico...4) No existe una "tercera vía" entre el capitalismo y el socialismo...7) La capacidad empresarial es un agente de crecimiento decisivamente importante en situaciones de desarrollo... 

La multiplicación de los vendedores ambulantes /en A.Latina/ es una evidencia de una innata cultura empresarial...la planificación gubernativa genera caos...(Levine, 65, 41-45, 47, 453, 456-457.)

Apenas si se puede inferir de esa obra una mínima observación que vincule, por ejemplo, la dinámica capitalista con el accionar de las compañías transnacionales o que ponga al descubierto la fabulosa acumulación de ingresos que las mismas alcanzan bajo la política neoliberal. A diferencia de ello, un autor poco sospechoso de inclinaciones socializantes, Alvin Toffler, haciéndose eco del verdadero poder de facto que poseen las Corporaciones Mundiales, ha llegado a insinuar, no sin cierta ironía, que se les otorgue representación en la ONU a las grandes organizaciones religiosas, al cartel del narcotráfico y a los condottieri empresariales (Toffler, capítulo 34).

Yendo al fondo de la cuestión, es decir, a la consagración a ultranza del capitalismo que pretenden introducir los neoliberales, el escritor Carlos Fuentes ha alertado sobre los riesgos que puede denotar el pasaje de una dogmática comunista a otra capitalista, suponer que el fin del estalinismo constituya el cese de la injusticia social, ni que ello permita legitimar hasta la misma resurrección del fascismo [3]. Si bien hoy, más allá de los hechos consumados, ya no resultan de buen tono las teorizaciones racistas o imperialistas como las que se formularon en los Estados Unidos al finalizar el XIX, no faltan en cambio allí los trabajos académicos donde se exalta el individualismo y el laissez faire al más puro estilo clásico. Por ejemplo, la vuelta a Locke se produce no sólo en el pensamiento neoconservador sino en relevantes autores de distinta orientación como Robert Nozick, quien, mientras se muestra partidario del Estado ultramínimo, combate el igualitarismo, la planificación social, el régimen impositivo y la redistribución de los recursos, descartando que el sistema capitalista implique una carga de explotación laboral . Otros intelectuales, al estilo de Irving Kristol, procuran justificar a ultranza el American way of life y la comunidad de los negocios, se adelantan a decretar la agonía del socialismo y de la utopía izquierdista, o defienden la Realpolitik norteamericana contra la preocupación por los derechos humanos en el Tercer Mundo.

*   *   *

Una figura de la talla de John Kenneth Galbraith ha debido recordar algunas obviedades que, si bien resultaban evidentes hasta en los lejanos tiempos de Veblen, han terminado por debilitarse en nuestra actualidad; obviedades  como la de las fluctuaciones constantes, siempre factibles, en materia económica, donde no existen ni verdades ni situaciones perennes en el usufructo del poder. Galbraith trae también a colación otro secreto a voces: el hecho de que los grupos privilegiados sustentan creencias orientadas hacia el goce continuo. Dicho intelectual tampoco ha titubeado en propiciar la implantación de un impuesto riguroso a la renta como el único medio para reducir la desigualdad económica, la cual ha ido en aumento con la quita de gravámenes a los adinerados durante la llamada era de la satisfacción:

Nada contribuirá tanto...a la tranquilidad social como unos gritos de angustia de los muy ricos...

La actuación del Estado es también inevitable en lo relativo a las tendencias profundamente intrínsecas y autodestructivas del sistema económico. Las consecuencias decepcionantes, no menos para los implicados, de la gran actividad especulativa (y con frecuencia delictiva) de los años ochenta son maravillosamente evidentes. Podrían haberse evitado con una actuación reguladora oportuna y responsable...

La vida en las grandes ciudades podría mejorarse en general, y sólo se mejorará, mediante la acción pública: con mejores escuelas y profesores mejor pagados, con servicios sociales fuertes y bien financiados, con asesoramiento sobre drogadicción, con formación profesional, con inversión pública en la construcción de viviendas, algo que no proporciona a los pobres en ningún país industrial la empresa privada (Galbraith, 187-188).

¿Habrá de orientarse en ese sentido la política estadounidense de puertas adentro de la mano del candidato demócrata, admitiendo que el mismo pueda terminar normalmente su mandato sin sucumbir ante las presiones del big business? ¿Lograrán mejorarse las condiciones de vida de los asalariados y del norteamericano medio, tan disminuidas durante las últimas gestiones republicanas -a diferencia de lo que sucedió entonces con los sectores de altos ingresos? ¿Cesará por fin esa práctica desestabilizadora e intervencionista que en la invasión a Panamá no permitió instaurar ningún régimen democrático sino un nepotismo cómplice? ¿Quedarán sin efecto los designios imperiales y belicistas plasmados durante los ochenta en los documentos de Santa Fe que elaboraron un grupo de ideólogos pertenecientes a la nueva derecha norteamericana? ¿Podrá Clinton eximirse de la acusación por crímenes de guerra que Noam Chomsky les ha formulado a los anteriores presidentes de su país, contando aquél por añadidura con el poderío irrestricto que le brinda la debacle soviética, además de los otros inmensos "garrotes" representados por la deuda externa y la penetración cultural?

De cualquier manera, con vistas a la reconstrucción de un tejido social afectado por crudas políticas de ajuste y privatización, no sólo tendrá que redefinirse el rol del Estado. Habida cuenta del desprestigio o la indiferencia con que son percibidas las organizaciones políticas tradicionales y sin desmedro de que se reincentiven esos insustituibles canales democráticos, deberá contarse con la colaboración de la sociedad civil a través de entidades tales como las Organizaciones No Gubernamentales. Precisamente, en la revista Perspectivas Liberales (1992, 27), auspiciada por la Fundación Friedrich Naumann, se ha dedicado un número a la importancia de esa clase de asociaciones, destacándose la labor que las mismas han venido ejerciendo para combatir la pobreza y la marginalidad, la violación de los derechos humanos, el etnocidio o la expoliación y deterioro del medio ambiente. Con respecto a este último punto, dicha publicación incluye un artículo específico sobre la creación de una Corte Internacional para juzgar los daños contra la naturaleza, antes de que se produzca una colisión irreparable entre el sistema industrial y el eco sistema, debido a dos peligros principales: el efecto invernadero y la reducción de la capa de ozono.

El Estado de Malestar

Si nos detenemos en la actualidad latinoamericana, salta a la vista el abrupto crecimiento en los niveles de pauperización que se han ido produciendo durante la  "década perdida", hacia los años ochenta, cuando se implantó el llamado capitalismo de casino. Década perdida para el desarrollo y para las grandes masas, pero en la cual se ha incrementado la fortuna de los más poderosos en una proporción sin precedentes históricos y que continúa aumentando sideralmente bajo los nuevos gobiernos constitucionales. De proseguir dicha tendencia, organismos como la CEPAL calculan que para el año 2000 un 60% de la población latinoamericana viviendo en condiciones de pobreza.

A esa situación de deterioro ha contribuido no sólo el intercambio comercial desfavorable para América Latina sino también el agobiante problema de la deuda externa, cuya responsabilidad no resulta imputable únicamente a las clases directivas locales, ya que los bancos acreedores entregaron los préstamos incondicionalmente, financiando en definitiva la fuga de capitales -hacia los propios centros crediticios-, la compra de armamentos y el despilfarro. Por añadidura, los países industrializados han cerrado celosamente sus mercados a las naciones deudoras. Tal como se ha sostenido, el predominio abrumador de la pobreza en nuestra América no obedece a la escasez de recursos sino a políticas que concentran la riqueza agudizando las grietas del sistema social (Lander 1991, Ferrer 1993).

Un país atípico como la Argentina, que habitualmente se dudaba de incluirlo entre las naciones subdesarrolladas, está sufriendo un creciente pauperismo hasta en su propia clase media. Mientras que en 1975, sólo el 3% de las familias argentinas vivían bajo la línea de pobreza, quince años más tarde la cifra roza el 25%, habiéndose experimentado asimismo una merma abrumadora en la participación salarial. En el cinturón industrial del Gran Buenos Aires se ha detectado un cuadro de pobreza equivalente al promedio general que exhibe toda América Latina.

En la Argentina, el capital extranjero no se ha invertido en actividades productivas como sucedió en otros países latinoamericanos y la deuda externa, antes incobrable, ha terminado por perpetuarse al firmar el gobierno de esa nación el ingreso al Plan Brady, con lo cual la banca prestamista ha asegurado su amortización durante los próximos treinta años. Con tal medida se hipoteca el futuro para el grueso de la población, pues dicha deuda, que deberían haber pagado la minoría beneficiada, fue estatizada durante la última dictadura militar. En ese período, según datos de la revista Newsweek, se registró una corrupción económica no superada en toda la periferia capitalista. Esa misma corrupción ha alcanzado hoy una magnitud tan alta que, en la Universidad de Buenos Aires, se ha llegado a crear un curso de postgraduación para estudiar ese fenómeno perverso y el modo de combatirlo; curso que, de resultar exitoso, se incorporaría como materia obligatoria en varias carreras de grado.

Además, se han malvendido allí las empresas estatales -algunas con importantes superavits- so pretexto de inoperancia y para solventar ese mismo endeudamiento, perjudicándose el patrimonio común y la economía popular -agraviados por un serio retroceso en la legislación laboral, inestabilidad en el empleo, limitación del derecho constitucional a la huelga y una de las desocupaciones más altas del mundo. Todo ello se basa en una política férreamente monetarista que ha provocado un auténtico Estado de Malestar, donde decae el sector público y los servicios sociales (Minujin 1992, Fernández López 1992).

En relación con lo expuesto, cabe evocar algunas declaraciones formuladas a la prensa argentina por un parlamentario español sobre la necesidad de una correcta distribución de la renta, señalando que no existen razones metafísicas para que una empresa gubernativa siempre funcione con ineficiencia y que actividades como la siderurgia se han estatizado en muchos lugares: "el Estado atrae recursos por el sistema impositivo y con esos recursos se pagan una serie de servicios que hacen que los ciudadanos sean más iguales. Hablamos del gasto en la sanidad, en la seguridad social y en la previsión social, las pensiones y el empleo..." (Zambrana Pineda)

El propio periodismo de ese país ha recogido apreciaciones desfavorables hacia la élite argentina y a su llamativa concepción del liberalismo, poniéndose en tela de juicio el supuesto milagro económico que se estaría produciendo allí. Tales apreciaciones pueden incluso ser advertidas hasta en conspicuos partidarios de esa misma ideología que han señalado el abandono de esenciales fundamentos filosóficos y políticos por parte de los liberales argentinos, junto al predominio de una fantasiosa mentalidad rentística que pretende generar un capitalismo sin capitalistas, sin capital y sin la ética pertinente. Con otros términos, se denuncia una actitud que ha priorizado la flotación del cambio monetario sin asignarle importancia a la flotación de cadáveres en el Río de la Plata). Asimismo, se censuraron los propósitos oficiales para reformar la constitución argentina -por atribuírseles un designio caudillista y la intención de perpetuar en el poder ese mismo modelo prebendario (Grondona- Sorman).

Prospección

Algunos signos más alentadores para América Latina vendrían por el lado de las propuestas casi siempre frustradas de la integración hemisférica o subregional [4] y con el acercamiento al mundo ibérico (Mesa Garrido- Vereda del Abril) -al estilo de lo que plantean las últimas conferencias celebradas en Guadalajara, Madrid y Brasil o en los previstos encuentros posteriores-; siempre y cuando ello no suponga una actitud meramente propagandística o un nuevo modo de reimplantar la inveterada explotación de nuestro trabajo y de nuestras riquezas.

En ese último caso, se tratará entonces de reagrupar fuerzas -como se ha hecho en el pasado- contra los grandes intereses continentales o extracontinentales. El filósofo Arturo Andrés Roig, en un diálogo que mantuvimos en Salamanca junto con el colega José Luis Abellán, ha abundado sobre este particular: "Sí, es necesario reconocer que vivimos una nueva etapa de la modernidad que se caracteriza por la conformación de grandes bloques mundiales ¿La integración en bloques diversos implicará limitaciones para el vínculo entre los países latinoamericanos? No necesariamente, si hay un entendimiento y una voluntad de por medio. Más aún, desde bloques mundiales diversos nuestros pueblos deberían luchar en conjunto en favor de formas igualitarias de integración, sobre todo si como parece evidente se preparan formas de integración en la desigualdad tanto en Europa como en Latinoamérica" (Biagini 1992).

Más allá de los acuerdos entre cúpulas y de la eventual vigorización de los poderes públicos, permanece ahora en pie la  alternativa autogestionaria de hacer política y afirmar la propia identidad a través de los movimientos cívicos emergentes. Además de las ya clásicas manifestaciones estudiantiles o del sindicalismo autónomo y las entidades cooperativas, hay que referirse a los nuevos actores históricos que desde diversos frentes pugnan por un mundo más habitable, a saber: los grupos ecológicos, pacifistas, vecinales, campesinos, indígenas y feministas; las asociaciones de defensa al consumidor y hasta de niños de la calle, o las comunidades eclesiales de base -herederos en buena medida del espíritu libertario del 68, durante este fin de siglo tan apático y descreído [5]. Todo ello sin echar en el olvido a los partidos que, con una inspiración social y popular, se sientan menos dispuestos a burocratizarse y a pactar con los factores del privilegio.

Conviene, en suma, reactualizar la desconfianza que hemos visto en autores como Lester Ward a identificar democracia con desregulación del mercado. Recientemente, Elías Díaz, aludiendo entre otras cuestiones a las últimas dictaduras latinoamericanas, ha objetado esa falaz equiparación entre democracia representativa con libertad económica y modo de producción capitalista, mientras se inclina a vincular dicha forma gubernativa con una "utopía racional" como la del socialismo:

A veces parece como si ya nadie sensato cuestionara hoy el capitalismo. Hasta la propia palabra viene a resultar como de uso molesto, "obsoleto" es lo que se dice, poco o nada científico, y desde luego que en absoluto "elegante"...

Si democracia con capitalismo no ha producido precisamente un mundo envidiable -dos guerras mundiales en medio siglo, la segunda contra dictaduras también capitalistas; decenas de guerras "menores" a lo largo y ancho de todo él; riesgos reales de destrucción del ecosistema y de toda la Humanidad (tampoco tengo el más mínimo interés en negar ni ocultar sus indudables logros)-, ¿podrá y deberá esperarse que la democracia con otro modo -no capitalista- de organización social y económica y con otra ética y otra cultura de carácter socialista democrático, mejorará en algo las cosas? Yo así lo creo...(Díaz 65, 72- 218)

En puridad, el siglo XX resultó un auténtico caldo de cultivo para casi todos los experimentos políticos, pese a que durante la centuria anterior los planteles dominantes afirmaban a pie juntillas, tal como ahora se pretende legitimar, que la suerte estaba echada en una única dirección: la del triunfo indisputable del liberalismo conservador, encaminado a producir el mejor de los mundos posibles. Si eso fue así, si ya hubo tal variedad de alternativas institucionales, ¿por qué no predisponernos para que en el siglo XXI pueda emerger una atmósfera donde se atienda más cabalmente la libertad, la justicia social y las diversidades culturales?


Notas


[1] Con todo, a través de ese procedimiento se puede también llegar, paradójicamente, a la misma desinformación. Así tenemos por caso el resultado electoral de las últimas elecciones gubernativas celebradas en España, cuando dos diarios porteños de semejante orientación ideológica se refieren en sus respectivos titulares a un holgado y a un estrecho triunfo del PSOE y de Felipe González; ediciones de El Cronista y La Nación del 7 de junio de 1993.

[2] Cfr. el abarcativo trabajo de Guy Sorman, Esperando a los bárbaros. Sobre inmigrantes y drogadictos (B. Aires, Emecé, 1993). La problemática de los flujos poblacionales es de tal magnitud que están cobrando relieve las propuestas sobre una declaración universal de los derechos del inmigrante y sobre la creación de un sindicato internacional de trabajadores migratorios.

[3] C. Fuentes, "El nuevo orden mundial y la democracia", La Nación, junio 28, 1992 y del mismo autor, "El espejo de las Américas", en una revista-suplemento del mismo periódico "La nueva Europa sin fronteras", mayo 29, 1993. En otro plano, Ralf Dahrendorf ha expresado conceptos análogos: "El camino de la libertad no es el camino que lleva de un sistema a otro, sino el que conduce hacia los espacios abiertos de infinitos futuros posibles...si el capitalismo es un sistema, debe ser combatido con la misma intensidad con que tuvo que ser combatido el comunismo. Todos los sistemas significan servidumbre, incluso el sistema "natural" de "una total primacía del mercado", en el cual nadie intenta hacer otra cosa que seguir las reglas del juego descubiertas por una misteriosa secta de consejeros económicos"; Reflexiones sobre la revolución en Europa (Barcelona, Emecé, 1991) p. 51.

[4] Consultar, i.a., Naúm Minsburg et al., El Mercosur: un problema complejo (B. Aires, Ceal, 1993) y Jorge Schvarzer, "El Mercosur. La geografía a la espera de actores", Nueva Sociedad 126, agosto 1993

[5] De la creciente y variada literatura sobre el particular: Fernando Calderón (comp.) Los movimientos sociales ante la crisis (B. Aires, Universidad de las Naciones Unidas, 1986); Alain Touraine Los movimientos sociales (B. Aires, Almagesto, 199l); Russel Dalton y Manfred Kuechler (comps.) Los nuevos movimientos sociales (Valencia, Edics. Alfons el Magnanim, 1992); Las ONGS en la perspectiva de la política iberoamericana (Madrid, Cedeal, 199l). El tema sobre la fuerza del movimientismo civil en estos días aparece en diversos contextos teóricos, p.ej., en declaraciones de José Luis Aranguren a la revista Ajoblanco (junio 1993) o, con mucha originalidad, en J. K. Galbraith:  "El gran juego dialéctico de nuestros tiempos ya no es, como antaño, y como todavía algunos creen, la pugna entre el capital y el trabajo, sino entre la empresa económica y el Estado. Los trabajadores y sus organizaciones sindicales ya no son los enemigos primordiales de la empresa y de quienes dirigen sus operaciones, sino que el verdadero enemigo -dejando de lado el papel peligrosamente provechoso de la producción militar- es el gobierno. En efecto, es este último el que responde a las preocupaciones de un electorado que desborda en gran medida el mundo de los trabajadores, por cuanto agrupa también a ancianos, pobres urbanos y rurales, minorías étnicas, consumidores, agricultores, ecologistas, partidarios de la intervención en esferas en donde se hacen sentir las deficiencias de la iniciativa privada, como la vivienda, el transporte público y la atención de la salud, y simpatizantes del fomento oficial de la enseñanza y de los servicios públicos en general. Algunas de las actividades así preconizadas menoscaban la autoridad o la autonomía de la empresa privada, mientras que otras la sustituyen mediante la acción gubernamental, y todas ellas, en mayor o menor medida, son a costa de la empresa privada o de sus participantes..."; Historia de la economía (B. Aires, Ariel, 1993) p. 312.

 

 

Primera Edición digital autorizada por el autor a cargo de José Luis Gómez-Martínez, Octubre de 2001.  ©Hugo E. Biagini. Fines de siglo, fin de milenio. Buenos Aires: Alianza Editorial / Ediciones UNESCO, 1996.

   

© José Luis Gómez-Martínez
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