Jusepe Martínez

 

Discursos practicables del nobilísimo arte de la pintura

"Tratado X: De la filosofía de la pintura"

"Hasta aquí se ha dado aviso al estudioso de todas las partes que le conviene saber y ejecutar: ahora se le dará el aviso último y más conveniente, que es valerse de la filosofía natural y moral: la una enseña reconocimiento de los objetos que se le ponen por delante con ajustada regla y simetría: la filosofía moral es la que compone y elige todo lo bien ordenado. Ésta viene por gracia divina; y por eso se dijo viendo las obras de los grandes sujetos, "este es pintor con filosofía divina". Algunos han murmurando con vituperios de muchas pinturas, hechas con todo estudio: esta censura ha sido con grandísima razón, por haber representado tan lascivamente cosas profanas que han causado grandes escándalos: y no me espanto que Séneca respondiese (preguntándosele si la profesión del dibujo entraría en las artes liberales) que todo arte que indugese a vicios lascivos, no lo tendría por arte liberal. Esta respuesta fué muy digna de tan grande hombre, porque en aquel tiempo se acostumbraba este género de pintura estatuaria con tanta desvergüenza, que como hombres bárbaros y sin política ninguna exhortaban con estas obras a vicios nefandos y brutos. Y no es mucho; porque en aquel tiempo imperaba Nerón padre universal de todo vicio y así tuvo castigo merecido. Bien contrario juicio hicieras Séneca si viera lo que se ha pintado y se pinta debajo la religión católica, y no sólo tuviera por arte liberal la pintura, sino por muy divina, pues se conoce en la misma duda que propone; dijera muy al contrario viendo que induce a toda virtud y veneración en las sagradas imágenes por donde el altísimo Señor ha obrado y obra maravillosos milagros; de dónde se ha visto por medio de estas imágenes así de pintura como de escultura, la conversión de muchos infieles e idólatras, y hasta los mismos pintores han recibido grandes favores por medio de sus hechuras, y así pues ve el estudioso alcanzar por este medio premios muy adelantados, no cese de poner en obra esta ejecución. No pequeña suerte alcanza el peregrino incierto del lugar y camino que busca con grande anhelo y diligencia si halla un compañero a su igual que haga el mismo viaje que él deseaba ¿Qué gracias debe dar a Dios, que con certeza sabe su compañero las dificultades, trabajos y las prevenciones que se deben hacer para tan largo viaje? Donde se ofrece pasar por reinos y provincias extrañas, ciudades de varias costumbres y leyes, que sí solas no hiciera nuestro peregrino ignorante de este viaje, por más informado que estuviera, no les saliera a solas por mucho tiempo que gasta con la facilidad y ahorro de tiempo. Este asunto es tomado (carísimo estudioso) para darte más claramente a entender lo que te conviene, y con esto hago pago a mis maestros, pues ellos me enseñaron que está doctrina que presentó, y con esto de entremos a concluir el precepto más necesario y conveniente, para que con satisfacción y sana paz llegues al colmo más deseado; y así te digo que no he hallado con toda mi esperiencia al cabo de 70 años y más de mi edad, hombre que a solas y por su dictamen haya llegado a mediano obrar, sino hoy cayendo y mañana y errando; y por este encargo sobremanera bosques con todo cuidado maestro que te enseñe con toda verdad; que aunque es verdad te propongo todos estos avisos arriba dichos, no son bastantes en tanto que no veas obrar al maestro perito que tú eligieres, y para seguridad de esto que te digo te daré un ejemplar que sucedió en una ciudad muy populosa estando yo en ella. Había un letrado de rarísimo capricho, grande inquiridor de facultades; comenzó de sí solo esta profesión, y se encerró por término de ocho años a proseguir sin maestro a ejecutarse lo que bien le parecía, enseñó alguna muestra de sus obras, y como salió tan repentinamente este pintor, admiro a muchos ignorantes, alabando sus obras diciendo que sin maestro había salido con grande perfección. En esta misma ciudad había algunos pintores que ejecutaban sus obras con grandes excelencias u arte; uno de ellos oyendo las alabanzas de este nuevo pintor, y que hacía tan poco caso y estimación de lo que los otros obraban, tomó la mano a querer desengañarle, pues sus obras no tenían más de satisfacción que la que él con sus filosofías y sofísticas razones daba. En esta ocasión llegó un gran pintor que venía de Roma, llamado Mauro de Valle, portugués; aposentóle un canónigo de esta ciudad, que en Roma habían sido compañeros: éste tal canónigo era algo deudo del dicho letrado pintor; este gran pintor portugués por entretenerse y en esta ciudad y descansar del largo viaje, pintó un cuadro con un San Pedro algo más crecido que el natural, representando las lágrimas en la cueva: enseñólo a los pintores de la ciudad con mucha cortesía y rendimiento; los tales pintores viendo con cuánta excelencia estaba pintado, le alabaron en grande manera; acudió el letrado para verle, y con el aspecto severo y arrogante, comenzó con sus filosofías y entes de razón a censurar el cuadro de este gran pintor portugués; y sonriéndose el portugués de tanto disparate como el ensartó, preguntóle que facultad tenía. Respondió que era letrado y que por gusto aprendía esta facultad de pintura, ejecutándola de sí solo sin maestro alguno: dijo el portugués estimaría mucho y tendría a grande dicha el ver algunas obras suyas, por no haber visto aún cosa de consideración sin doctrina de maestro: mandó luego nuestro letrado traer un cuadro que había acabado de pintar. Traído que fue, dijo uno de sus apasionados: Señor Mauro ¿qué le parece a Vm. de este pintor que sin maestro ha llegado de sí solo a tanta excelencia? Respondió: señor, ya lo dije, la obra no ha tenido maestro ni doctrina; mas me maravillo mucho, que podía ser peor de lo que es, y si mi parecer hubiera de tomar el Señor fulano volviera a sus leyes que éstas las habrá aprendido con maestro. Los circunstantes que presentes se hallaron, viendo las grandes diferencias del uno y otro cuadro, conocieron la mucha razón de la censura; de lo cual resultó no tocar nuestro letrado en lo restante de su vida pinceles ni colores para pintar. Semejantes soberbios merecen tales castigos. Muchos de estos tales, que quieren aprender esta facultad, se creen que en los libros hallan la práctica; es engaño manifiesto. No es pequeña dificultad hallar maestro al propósito, para ser el discípulo bien doctrinado: que este género de instruir y enseñar, es gracia y don de el cielo: porque he conocido muy grandes pintores y de grandes ejecución que al tiempo de enseñar a sus discípulos, se declaran tan confusamente que quedan ayunos; y esta es la causa que lo explican por tan alto modo, que sólo los muy prácticos lo entienden.

Preguntáronle a Michael Angelo Bonarrota, como no escribía algunos documentos y avisos para declaración de lo que obraba; a lo cual respondió, que más dificultad le daba el escribir y declarar sus obras, que no de hacerlas; que si se ponía a declararlas, escribiría tan altamente que no sería entendido sino de los maestros; que para esto de enseñar a discípulos, es menester gracia particular y ciencia de por sí.

Esta gracia ninguno más que el gran Rafael de Urbino con don particular del cielo, superó a todos los de su tiempo; que no se sabe hasta hoy persona que militase debajo de su doctrina, que no haya salido con grande estudio; tanto que algunos de sus discípulos se igualaron en lo obrado, y muchas pinturas obradas que los tales discípulos, han pasado por originales suyos; y no me admiro de esto por haber visto sus obras tan grandiosas y acordadamente obradas, que no era posible hacerlas en cien años, no habiendo vivido sino treinta y siete. Este varón famoso con gracia especial del cielo, para declarar las dificultades de estas artes y ciencias, tuvo tal suerte, que todos sus discípulos lo sirvieron con tanto amor, que no le dejaron hasta la muerte, y acabar con sus obras siempre debajo de su doctrina y dibujo.

Fue su apacibilidad y cortesía tan amable que hasta los más mínimos pintores que se querían ampara de él, les enseñaba y corregía con tan declarado modo que quedaban muy mejorados con su excelente doctrina, y los que veía que se adelantaban, los premiaba y los ponía debajo de su dominio, dándoles obras para que con ellas tuviesen lucimiento; tanta fue su nobleza y deseo de enseñar, que comenzó a que el estupendo corredor del Sacro Palacio de San Pedro, adornado de todas sus pilastras y arcos de grotescos y de rarísimas invenciones, con 74 historias del testamento viejo y nuevo, y comenzó por la creación del mundo. Tenía un criado albañil para tenerle la cal, que en este ejercicio era muy práctico y joven de agudo ingenio.

Notó nuestro Rafael que este mozo le miraba con grande cuidado cuando pintaba, y aunque algunas veces lo desviaba de su obra, él siempre asistía: un día viendo su afición le dijo: "Polidoro, (que así se llamaba) ¿quieres ser pintor?" replicó el dicho Polidoro, "señor tengo mucha afición a ello, pero me falta maestro": el piadoso Rafael viendo su humildad y deseo respondió: "si tú quieres yo te serviré de maestro". Viendo Polidoro su grande suerte le dijo: "señor, ya me tengo por muy dichoso y con su licencia echaré a rodar este ejercicio, que hasta aquí he hecho"; y cogiendo el vacioncillo donde llevaba la cal para tenderla la arrojó desde los andamios hasta el patio de palacio. Viendo nuestro Rafael la resolución y confianza que de él había hecho, le enseñó con tanto amor y diligencia que no se acabó aquella obra sin poner nuestro Polidoro la mano, igualando a los más discípulos de Rafael por término de cuatro años, escediendo a los más en la gala y gracia del dibujo. ¡Dichosa suerte de maestro y discípulo!

¡O dichoso tiempo y dichosos discípulos! Que en su tiempo se cifró el estado de oro; bien contrario tiempo gozamos en nuestra edad, que apenas hay quien quiera ser doctrinado de maestro, ni maestros que quieran enseñar por ver la ingratitud de sus discípulos, que aún no saben hacer una triste copia se meten a censurar y a corregir lo que no entienden hasta las obras de sus mismos maestros, puerta cerrada para el bien obrar; miran las cosas y no las ven, que si las vieran con estudio y de muchas esperiencias reconocerían su poco saber desechando de sí el amor propio".

Edición digital a cargo de Ricardo Piñero Moral (Universidad de Salamanca). Discursos practicables del nobilísimo arte de la pintura, edición, prólogo y notas por Julián Gallego, Madrid: Akal, 1988.

 

© José Luis Gómez-Martínez
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