Diego
Saavedra Fajardo

 

EMPRESA XLIV

Empresa 44

Dudoso es el curso de la culebra torciéndose a una parte y otra con tal incertidumbre, que aun su mismo cuerpo no sabe por dónde le ha de llevar la cabeza; señala el movimiento a una parte, y le hace a la contraria, sin que dejen huellas sus pasos ni se conozca la intención de su viaje [Sed nescis unde veniat, aut quo vadat. (Joan., 3, 8)]. Así ocultos han de ser los consejos y desinios de los príncipes. Nadie ha de alcanzar adónde van encaminados, procurando imitar a aquel gran Gobernador de lo criado, cuyos pasos no hay quien pueda entender [Et vias illius intelligit? (Eccl., 16, 21)]: por esto dos serafines le cubrían los pies con sus alas [Et duabus alis velabant pedes ejus. (Isai., 6, 2)]. Con tanto recato deben los príncipes celar sus consejos, que tal vez ni aun sus ministros los penetren; antes los crean diferentes y sean los primeros que queden engañados, para que más naturalmente y con mayor eficacia, sin el peligro de la disimulación, que fácilmente se descubre, afirmen y acrediten lo que no tienen por cierto, y beba el pueblo dellos el engaño, con que se esparza y corra por todas partes. Así lo hizo Tiberio cuando, murmurando de que no pasaba a quietar las legiones amotinadas en Hungría y Germania, fingió que quería partir; y, engañando primero a los prudentes, engañó también al pueblo y a las provincias [Primo prudentes, dein vulgus, diutissimé provincias fefellit (Tac., lib. 1. Ann)]. Así también lo hacía el rey Filipe II, encubriendo sus fines a sus embajadores, y señalándoles otros cuando convenía que los creyesen y persuadiesen a los demás. Destas artes no podrá valerse el príncipe si su ingenuidad no es tan recatada, que no dé lugar a que se puedan averiguar los movimientos de su ánimo en las acciones del gobierno, ni a que le ganen el corazón los émulos y enemigos; antes se les deslice de las manos cuando piensen que le tienen asido. Esta disposición del hecho en que el otro queda engañado más es defensa que malicia, usándose della cuando convenga, como la usaron grandes varones.

¿Qué obligación hay de descubrir el corazón, a quien no acaso escondió la naturaleza en el retrete del pecho? Aun en las cosas ligeras o muy distantes es dañosa la publicidad, porque dan ocasión al discurso para rastreallas. Con estar tan retirado el corazón, se conocen sus achaques y enfermedades por sólo el movimiento que participa a las arterias. Pierde la ejecución su fuerza, con descrédito de la prudencia del príncipe, si se publican sus resoluciones. Los desinios ignorados amenazan a todas partes y sirven de diversión al enemigo. En la guerra, más que en las demás cosas del gobierno, conviene celallos. Pocas empresas descubiertas tienen feliz suceso. ¡Qué embarazado se halla el que primero se vió herir que relucir el acero, el que despertó al ruido de las armas!

Esto se ha de entender en las guerras contra infieles, no en las que se hacen contra cristianos, en que se debieran intimar primero para dar tiempo a la satisfación, con que se excusarían muchas muertes, siendo esta diligencia parte de justificación. En esto fueron muy loables los romanos, que constituyeron un colegio de veinte sacerdotes, que llamaban feciales, para intimar las guerras y concluir la paz y hacer ligas; los cuales eran jueces de semejantes causas, y las justificaban, procurando que se diese satisfacción de los agravios y ofensas recibidas, señalando treinta y tres días de término, en el cual, si no se componían las diferencias por vía de justicia o amigable composición, se intimaba la guerra, tomándolo por testimonio de tres hombres ancianos, y arrojando en el país enemigo una lanza herrada.

Et baculum intorquens emittit in auras,
principium pugnae [
Virg., lib. 9, Aeneid.]

Desde aquel día comenzaban las hostilidades y correrías. Desta intimación tenemos muchos ejemplos en las sagradas letras. Eligido Jefte por príncipe de los israelitas contra los ammonitas, no levantó las armas hasta haberles enviado embajadores a saber la causa que les movía a aquella guerra [Et misit nuntios ad Regem filiorum Ammon, qui ex persona sua dicerent: Quid mihi et tibi est, quia venisti contra me, ut vastares terram meam? (Jud., 11. 12)]. No se usa en nuestros tiempos tan humano y generoso estilo. Primero se ven los efectos de la guerra que se sepa la causa ni se penetre el desinio. La invasión impensada hace mayor el agravio y irreconciliables los ánimos; lo cual nace de que las armas no se levantan por recompensa de ofensas o por satisfacción de daños, sino por ambición ciega de ensanchar los dominios, en que ni a la religión, ni a la sangre ni a la amistad se perdona, confundidos los derechos de la naturaleza y de las gentes.

En las sospechas de infidelidad conviene tal vez que tenga el príncipe sereno el semblante, sin darse por entendido dellas; antes debe confirmar los ánimos con el halago y el honor y obligallos a la lealtad. No es siempre seguro ni conveniente medio el del extremo rigor: las ramas que se cortan se pierden, porque no pueden reverdecer. Esto obligó a Marcelo a disimular con Lucio Bancio de Nola, hombre rico y de gran parcialidad; y, aunque sabía que hacía las partes de Aníbal, le llamó, y le dijo cuán emulado era su valor y cuán conocido de los capitanes romanos, que habían sido testigos de sus hazañas en la batalla de Canas. Hónrale con palabras y le mantiene con esperanzas; ordena que se le dé libre entrada en las audiencias, y de tal suerte le deja confundido y obligado, que no tuvo después la república romana más fiel amigo.

Esta disimulación ha de ser con gran atención y prudencia; porque, si cayese en ella el que maquina, creería que era arte para castigalle después, y daría más presto fuego a la mina, o se preservaría con otros medios violentos; lo cual es más de temer en los tumultos y delitos de la multitud. Por esto Fabio Valente, aunque no castigó los autores de una sedición, dejó que algunos fuesen acusados [Ne dissimulans suspectior foret (Tac., lib. 2, Hist.)]. Pero, como quiera que difícilmente se limpia el ánimo de las traiciones concebidas, y que las ofensas a la majestad no se deben dejar sin castigo, parece que solamente conviene disimular cuando es mayor el peligro de la declaración o imposible el castigar a muchos. Esto consideraría Julio César cuando, habiendo desbalijado un correo despachado a Pompeyo con cartas de la nobleza romana contra él, mandó quemar la balija, teniendo por dulce manera de perdón ignorar el delito. Gran acto de magnanimidad y gran prudencia, no pudiendo castigar a tantos, no obligarse a disimular con ellos. Podríase también hacer luego la demostración del castigo con los de baja condición y disimular con los ilustres, esperando más segura ocasión para castigallos [Unde tenuioribus statim irrogata supplicia, adversus illustres dissimulatum ad praesens, et mox redditum odium (Tac. lib. 16, Ann.)]; pero, cuando no hay peligro en el castigo, mejor es asegurar con él que confiar en la disimulación; porque ésta suele dar mayor brío para la traición. Trataba Hanón de dar veneno al senado de Cartago; y, sabida la traición, pareció a aquellos senadores que bastaba acudir al remedio, promulgando una ley que ponía tasa a los convites; lo cual dió ocasión a Hanón para que intentase otra nueva traición contra ellos.

E1 arte y astucia más conveniente en el príncipe y la disimulación más permitida y necesaria es aquella que de tal suerte sosiega y compone el rostro, las palabras y acciones contra quien disimuladamente trata de engañalle, que no conozca haber sido entendido; porque se gana tiempo para penetrar mejor y castigar o burlar el engaño, haciendo esta disimulación menos solícito al agresor, el cual, una vez descubierto, entra en temor, y le parece que no puede asegurarse si no es llevando al cabo sus engaños; que es lo que obligó a Agrippina a no darse por entendida de la muerte que le había trazado su hijo Nerón, juzgando que en esto consistía su vida [Solum insidiarium remedium esse, si non intelligerentur (Tac., lib. 14, Ann.)]. Esta disimulación o fingida simplicidad es muy necesaria en los ministros que asisten a príncipes demasiadamente astutos y doblados, que hacen estudio de que no sean penetradas sus artes; en que fué gran maestro Tiberio [Consulto ambiguus. (Tac., lib. 13, Ann.)]. Della se valieron los senadores de Roma cuando el mismo Tiberio, muerto Augusto, les dió a entender (para descubrir sus ánimos) que no quería acetar el imperio porque era grave su peso; y ellos con estudiosa ignorancia y con provocadas lágrimas procuraban inducille a que le acetase, temiendo no llegase a conocer que penetraban sus artes [Abditos Principis sensus, et si quid occultius parat exquirere illicitum, anceps; nec ideo assequare (Tac., lib. 6, Ann.)]. Aborrecen los príncipes injustos a los que entienden sus malas intenciones, y los tienen por enemigos; quieren un absoluto imperio sobre los ánimos, no sujeto a la inteligencia ajena, y que los entendimientos de los súbditos les sirvan tan vilmente como sus cuerpos, teniendo por obsequio y reverencia que el vasallo no entienda sus artes [Eó aegrius accepit recludi, quae premeret (Tac., lib. 4, Ann.)]; por lo cual es ilícito y peligroso obligar al príncipe a que descubra sus pensamientos ocultos [Haud cunctatus est ultra Germanicus, quanquam fingi ea, seque per invidiam parto jam decori abstrahi intelligeret (Tac., lib. 2, Ann )]. Lamentándose Tiberio de que vivía poco seguro de algunos senadores, quiso Asinio Gallo saber dél los que eran, para que fuesen castigados; y Tiberio llevó mal que con aquella pregunta intentase descubrir lo que ocultaba [Si intelligere crederetur, vim metuens, in urben properat (Tac., ibid.)]. Más advertido fué Germánico, que, aunque conocía las artes de Tiberio, y que le sacaba de Alemania por cortar el hilo de sus glorias, obedeció sin darse por entendido [Trepidatum a circumsedentibus: diffugiunt imprudentes: at quibus altior intellectus, resistunt defixi, et Neronem intuentes (Tac., lib. 13, Ann.)]. Cuando son inevitables los mandatos del príncipe, es prudencia obedecellos y afectar la ignorancia, porque no sea mayor el daño. Por esto Arquelao, aunque conoció que la madre de Tiberio le llamaba a Roma con engaño, disimuló y obedeció, temiendo las fuerzas si pareciese haberlo entendido [Quibus unus metus, si intelligere viderentur (Tac., lib 1, Ann.)]. Esta disimulación es más necesaria en los errores y vicios del príncipe; porque aborrece al que es testigo o sabidor dellos. En el banquete donde fué avelenado Británico huyeron los imprudentes; pero los de mayor juicio se estuvieron quedos mirando a Nerón, porque no se infiriese que conocían la violencia de aquella muerte, sino que la tenían por natural [Intellegebantur artes; sed pars obsequii in eo, no deprehenderentur (Tac., lib. 4, Hist.)].

Idea de un príncipe político-cristiano representada en cien empresas, 1640.

 

© José Luis Gómez-Martínez
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