Franz Tamayo

 

Creación de la pedagogía nacional
Capítulo XVII

¿Qué hace el indio por el Estado? Todo. ¿Qué hace el Estado por el indio? ¡Nada! Considerad un poco sus condiciones generales. Comenzad por estudia lo que el indio significa para el indio. El indio se basta. El indio vive por sí. La existencia individual o colectiva demanda una suma permanente de cálculo de acción: el indio la da de sí para sí. Tiene, aunque en un grado primitivo e ingenuo, todo el esfuerzo combinado que demanda la vida social organizada y constante: el indio es constructor de su casa, labrador de su campo, tejedor de su estofa y cortador de su propio traje; fabrica sus propios utensilios, es mercader, industrial y viajero a la vez; concibe lo que ejecuta, realiza lo que combina, y, en el gran sentido shakesperiano, es todo un hombre. Que el indio apacente o pesque, sirva o gobierne, encontráis siempre la gran cualidad de la raza: la suficiencia de sí mismo, la suficiencia que en medio mismo de su depresión histórica, de su indignidad social, de su pobreza, de su aislamiento, en medio del olvido de los indiferentes, de la hostilidad del blanco, del desprecio de los imbéciles; la propia suficiencia que le hace autodidacto, autónomo y fuerte. Porque es preciso aceptar que en las actuales condiciones de la nación, el indio es el verdadero depositario de la energía nacional; es el indio el único que, en medio de esta chacota universal que llamamos república, toma a lo serio la tarea humana por excelencia: producir incesantemente en cualquier forma, ya sea labor agrícola o minera, ya sea trabajo rústico o servicio manual dentro de la economía urbana. Y esta es la segunda faz de nuestro estudio: lo que el indio significa para los demás, para el Estado, para la sociedad, para todos. Hay que aceptar: el indio es el depositario del noventa por ciento de la energía nacional. Ya se trate de rechazar una posible invasión extranjera; ya se trate de derrocar a Melgarejo o a Alonso; en todas las grandes actitudes nacionales, en todos los momentos en que la república entra en crisis y siente su estabilidad amenazada, el indio se hace factor de primer orden y decide de todo. Queda, pues, establecido que en la paz como en la guerra, la república vive del indio, o muy poco menos. ¡Y es en esta raza que el cretinismo pedagógico, que los imbéciles constituidos en orientadores de la pedagogía nacional, no ven otra cosa que vicios, alcoholismo, egoísmo y el resto!

Se habla de civilizar al indio. . . y este es otro de los lugares comunes que se repiten por los bovaristas que saben de todo menos de la realidad y de la verdad, y que se repite sin saberse cómo ni por qué.

Pero señores bovaristas, ya seáis pedagogos o legisladores, ¿habéis soñado por un momento lo que significaría civilizar al indio, si tan espléndido ideal fuera realizable de inmediato? ¿Sabéis lo que daría ponerle en estado de aprovecharse directamente de todos los medios de vida de la civilización europea, de todo género de conocimientos e instrumentos? Eso sería vuestra ruina irremediable e incontenible. ¡Eso sería habilitar al verdadero poseedor de la fuerza y de la energía, a sacudirse de todo parasitismo, a sacudirse de vosotros, como la grey refortalecida y ruborizada se sacude de la piojería epidémica! ¡Adiós todo bovarismo pedagógico! ¡Adiós parasitismo gubernativo y legislativo! Sería el despertar de la raza y la reposición de las cosas. Porque es preciso saber que Bolivia no está enferma de otra cosa que de ilogismo y de absurdo, de conceder la fuerza y la superioridad a quien no las posee, y de denegar los eternos derechos de la fuerza a sus legítimos representantes.

Nos hemos instituido en profesores de energía nacional, y la primera condición para serlo es decir la verdad pese a quien pese y duela a quien duela. Y una de las formas y de las causas de la inferioridad boliviana es que vivimos de mentira y de irrealidad. El trabajo, la justicia, la gloria, todo miente, todo se miente en Bolivia; todos mienten, menos aquel que no habla, aquel que obra y calla: el indio.

Pero si se pudiese aplicar un ergógrafo social y político a nuestro Estado —obra que haremos con más tiempo y mayor espacio, obra infinitamente científica—, se podría valorar y aquilatar el esfuerzo nacional y solidario de cada una de nuestras clases, y entonces seguramente se vería, poniendo en la balanza, a un lado todo el esfuerzo secular del indio y a otro la labor de todo el parasitismo colonial y republicano, se verían las magníficas cifras del uno y el cociente sarcástico del otro.

Y esto es verdad; y de esto no se habla jamás, ni se tiene en cuenta cuando se evalúa las fuerzás de la nación, el carácter nacional. ¡Cómo ha de ser, si este sólo consta de vicios y para curarlos bastan fórmulas, plegarias y métodos bováricos!

Y con estas consideraciones suponemos que se comienza a ver que es posible, a pesar de todo, operar sobre la vida y no sobre el papel impreso; que es un poco más útil y más fecundo cerrar los libros y abrir los ojos; que es posible servirse del propio espíritu observador y preferirlo al ajeno; que tratándose del juicio, nada vale lo que el propio, cuando éste brota de un verdadero trabajo sobre las cosas y la vida, y que tratándose de pedagogía nacional, los bovaristas deberían contentarse con lo lucrado ya personalmente, y no pretender orientar el porvenir nacional.

Continuemos .

El Diario, 2 de agosto de 1910 (en libro: Creación de la pedagogía nacional, 1910).

 

© José Luis Gómez-Martínez
Nota: Esta versión electrónica se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso correspondan.

 

 

Home Repertorio Antología Teoría y Crítica Cursos Enlaces

jlgomez@ensayo.rom.uga.edu