ARCIDIANO |
Dejarlas hemos cuando seamos más viejos. |
LATANCIO |
¡Bien está! ¡Burlaos con Dios! ¿Y qué sabéis si llegaréis a
mañana? |
ARCIDIANO |
No seáis tan supersticioso; sé que algo ha Dios de perdonar. Y
veamos: ¿así querríades deshacer vos las constituciones de la Iglesia, que ha infinitos
años que se guardan? |
LATANCIO |
¿Por qué no, si conviene así a la república cristiana? |
ARCIDIANO |
Porque parecería haber la Iglesia en tanto tiempo errado. |
LATANCIO |
Muy mal estáis en la cuenta. Mirad, señor: la Iglesia, conforme a
un tiempo, ordena algunas cosas que después en otro las deshace. ¿No leéis en los Actos
de los Apóstoles que en el Concilio hierosolimitano fue ordenado que no se comiese sangre
ni cosa ahogada? |
ARCIDIANO |
Leído lo he. |
LATANCIO |
¿Pues por qué no lo guardáis ahora? |
ARCIDIANO |
Nunca había parado mientes en ello. |
LATANCIO |
Pues yo os lo diré. Estonces fue aquello ordenado por satisfacer
algo a la superstición de los judíos, aunque conocían bien los Apóstoles no ser
necesario, y así después se derogó esta constitución como cosa superflua, y no por eso
se entiende quel Concilio errase. Pues desta misma manera, ¿qué inconveniente sería si
lo que la Iglesia en un tiempo, por respectos y necesidades ordenó, se derogase agora
habiendo otros más urgentes, por donde parece que con aquello se debría dispensar? Por
cierto yo no hallo ninguno, sino que, como decís, no os estaría bien a vosotros. |
ARCIDIANO |
Dejémonos agora deso. |
LATANCIO |
¿Pues no os parece a vos que fuera mucho mejor remediar lo que
habéis dicho que pedían los alemanes y emendar vuestras vidas, y, pues os hacemos honra
por ministros de Dios, serlo muy de veras, que no perseverar en vuestra dureza y ser causa
de tanto mal como por no remediar aquello ha acaecido? |
ARCIDIANO |
Si los alemanes piden justicia en esas cosas, la Iglesia lo podrá
remediar cuando convenga. |
LATANCIO |
Pues veis ahí: como vosotros no quesistes oír las honestas
reprehensiones de Erasmo, ni menos las deshonestas injurias de Luter, busca Dios otra
manera para convertiros, y permitió que los soldados que saquearon a Roma con don Hugo y
los coloneses hiciesen aquel insulto de que vos os quejáis, para que viendo que todos os
perdían la vergüenza y el acatamiento que os solían tener, siquiera por temor de perder
las vidas os convertiésedes, pues no lo queríades hacer por temor de perder las ánimas.
Pero como eso tampoco aprovechase, viendo Dios que no quedaba ya otro camino para remediar
la perdición de sus hijos, ha hecho agora con vosotros lo que vos decís que haríades
con el maestro de vuestros hijos que os los inficionase con sus vicios y no se quisiese
emendar. |
ARCIDIANO |
Podrá ser lo que decís, pero ¿qué culpa tenían las imágines,
qué culpa tenían las reliquias, qué culpa tenían las dignidades, qué culpa tenía la
buena gente que así fue todo robado, saqueado y maltractado? |
LATANCIO |
Contadme vos la cosa cómo pasó, pues os hallastes presente, y yo
os diré la causa por que, a mi juicio, Dios permitió cada cosa de las que con verdad me
contáredes. |
ARCIDIANO |
Mucha razón tenéis, por cierto, y eso haré yo de muy buena
voluntad, y oiré lo que me dijéredes de mucha mejor. Habéis de saber que el ejército
del Emperador dejó en Sena esa poca artillería que traía, y con la mayor diligencia y
celeridad que jamás fue oída ni vista, llegó a los muros de Roma a los cinco de mayo. |
LATANCIO |
Veamos, ¿por qué estonces el Papa no envió a pedir algún
concierto? |
ARCIDIANO |
Antes el buen Duque de Borbón envió a requerir al Papa que le
enviase alguna persona con quien pudiese tractar sobre su entrada en Roma. Y como el Papa
se fiaba en la nueva liga que tenía hecha, y el ejército de la liga le había prometido
de venirlo a socorrer, no quiso oír ningún concierto. Y cuando esto supo el ejército,
luego el día siguiente por la mañana determinó de combatir la ciudad, y quiso nuestra
mala ventura que, en comenzando a combatir el Burgo, los de dentro mataron con un arcabuz
al buen Duque de Borbón, cuya muerte ha seído causa de mucho mal. |
LATANCIO |
Por cierto que se me rompe el corazón en oír una muerte tan
desastrada. |
ARCIDIANO |
Causáronla nuestros pecados, porque, si él viviera, no se hicieran
los males que se hicieron. |
LATANCIO |
¡Pluguiera a Dios que vosotros no los toviérades! ¿Y quién nunca
oyó decir que los pecados de la ciudad sean causa de la muerte del que los viene a
combatir? |
ARCIDIANO |
En esto se puede muy bien decir, porque el Duque de Borbón no
venía para conquistarnos, sino a defendernos de su mismo ejército; no venía a
saquearnos, sino a guardar que no fuésemos saqueados. Nosotros debemos de llorar su
muerte que, por él, no hay hombre que no le deba de haber antes envidia que mancilla,
porque perdió la vida con la mayor honra que nunca hombre murió, y con su muerte
alcanzó lo que muchos señalados capitanes nunca podieron alcanzar, de manera que para
siempre quedará muy estimada su memoria. Sola una cosa me da pena: el peligro con que fue
su ánima, muriendo descomulgado. |
LATANCIO |
¿Por qué descomulgado? |
ARCIDIANO |
Porque con mano armada estaba en tierras de la Iglesia y quería
combatir la sancta ciudad de Roma. |
LATANCIO |
¿No sabéis vos que dice un decreto que muchos están descomulgados
del Papa que no lo están de Dios? Y también el Papa no entiende que sea descomulgado el
que está en tierras de la Iglesia con intención de defenderlas en todo lo que se pueda
escusar que no reciban daño, como este Príncipe iba. |
ARCIDIANO |
Decís la verdad, pero el primer movimiento fue voluntario. |
LATANCIO |
Para eso le distes vosotros causa, y él era obligado a defender el
reino de Nápoles, pues lo había el Emperador hecho su Lugarteniente general en Italia, y
también él no iba a ocupar las tierras de la Iglesia, sino a prohibir que el Papa no
ocupase las del Emperador y a hacer que viniese a concordia con su Majestad. |
ARCIDIANO |
Allá se avenga. Pues, tornando a nuestro propósito, el ejército
del Emperador estaba tan deseoso de entrar en Roma, unos por robar y otros por el odio muy
grande que a aquella Corte romana tenían, y otros por lo uno y por lo otro, que los
españoles y italianos, por una parte, a escala vista, y los alemanes por otra, rompiendo
con vaivenes el muro, entraron por el Burgo, adonde, como sabéis, está la Iglesia de
Sanct Pedro y el sacro Palacio. |
LATANCIO |
Y aun muy buenas casas de cardenales. De una cosa me maravillo: que
teniendo los de dentro artillería y los de fuera ninguna, podiesen ansí ligeramente
entrar. |
ARCIDIANO |
Verdaderamente fue una cosa maravillosa. ¿Quién pudiera creer que,
habiendo dentro de Roma seis mil infantes, allende del pueblo romano, todos determinados
de defenderse, y muy buena provisión de artillería, aquella gente, a espada y capa, les
entrasen, sin que muriesen más de ciento dellos? |
LATANCIO |
Y de los vuestros ¿cuántos murieron? |
ARCIDIANO |
Ya sabéis vos cómo siempre suelen en caso semejante añadir.
Quieren decir que seis mil hombres; pero, a la verdad, no pasaron de cuatro mil, que luego
se retrujeron a la ciudad. Y dígoos de verdad que yo tuviera esta entrada por muy gran
milagro, si no viera después aquellos soldados hacer lo que hacían. Por do me parece no
ser verísimile que Dios quisiese hacer tan gran milagro por ellos. |
LATANCIO |
Estáis muy engañado; sé que Dios no hizo el milagro por ellos,
sino por castigar a vosotros. |
ARCIDIANO |
Creo que decís muy gran verdad. |
LATANCIO |
Maravíllome que, viendo muerto al Capitán general, no desmayaron
(como comúnmente suele acaecer) y dejaron el combate. |
ARCIDIANO |
Sí, por cierto; en eso estaban los otros pensando. Antes su muerte
les acrecentó el esfuerzo para acometer y entrar con mayor ánimo. |
LATANCIO |
Maravillas me contáis. |
ARCIDIANO |
Así pasa. Porque este buen Duque de Borbón era de todos tan amado,
que cada uno dellos determinó de morir por vengar la muerte de su Capitán. |
LATANCIO |
Y aun eso debió de ser causa de las crueldades que se hicieron. |
ARCIDIANO |
Es cosa muy averiguada. |
LATANCIO |
¡Oh inmenso Dios, y cómo en cada particularidad destas manifiestas
tus maravillas! ¡Quesiste queste buen Duque muriese por esecutar con mayor rigor tu
justicia! Pues veamos, señor: el Papa ¿dónde estaba estonces? |
ARCIDIANO |
En su palacio sin ningún temor; tan seguro, que faltó muy poco que
no fuese tomado. Mas como él vio el pleito mal parados, retrújose al castillo de Sanct
Ángel con trece cardenales y otros obispos y personas principales que con él estaban. Y
luego los enemigos entraron en el Palacio y saquearon y robaron cuanto en él hallaron, e
lo mismo hicieron en todas las casas de cardenales y otras gentes que vivían en el Burgo,
sin perdonar a ninguno, ni aun a la mesma Iglesia del Príncipe de los Apóstoles. En esto
tovieron harto que hacer aquel día, sin que quisiesen probar a entrar en Roma, donde
alzadas las puentes del Tíber, nuestra gente se había fortalecido. |
LATANCIO |
Veamos: el pueblo romano y aun vosotros todos, cuando veíades las
orejas al lobo, ¿por qué no os concertábades con el ejército del Emperador? ¿Qué
teníades que hacer vosotros con la guerra que hacía el Papa? |
ARCIDIANO |
Por cierto muy poco, pero ¿qué queríades que hiciésemos? ¿Nunca
habéis oído decir que allá van las leyes do quieren reyes? El pobre pueblo romano,
viendo a la clara su destrucción, quiso enviar sus embajadores al ejército del Emperador
para concertarse con él y evitar el saco, pero nunca el Papa se lo quiso consentir. |
LATANCIO |
Dígoos de verdad que esa fue una grande inhumanidad. ¿Y no valiera
más que aquel pobre pueblo se librara, que no que padecieran lo que han padecido? |
ARCIDIANO |
Decís muy gran verdad, pero ¿quién pensara que había de suceder
como sucedió? Luego los capitanes del Emperador determinan de combatir la ciudad, y esta
misma noche, peleando con los nuestros, la entraron; y el saco turó más de ocho días,
en que no se tuvo respecto a ninguna nación ni calidad ni género de hombres. |
LATANCIO |
¡Válame Dios! Y los capitanes, ¿no podían remediar tanto mal? |
ARCIDIANO |
Ya hacían todo cuanto podían y no les aprovechaba nada, estando la
gente encarnizada en robar como estaba. ¡Viérades venir por aquellas calles las manadas
de soldados dando voces! Unos llevaban la pobre gente presa; otros ropa, oro, plata. Pues
los alaridos, gemidos y gritos de las mujeres y niños eran tan grande lástima de oír,
que aun ahora me tiemblan las carnes en decirlo. |
LATANCIO |
Y aun, por cierto, a mí en oírlo contar. |
ARCIDIANO |
¡Pues es verdad que tenían respecto a los obispos o a los
cardenales! Por cierto, no más que si fueran soldados como ellos. Pues ¿iglesias y
monesterios? Todo lo llevaban a hecho, que nunca se vio mayor crueldad ni menos
acatamiento ni temor de Dios. |
LATANCIO |
Eso debían hacer los alemanes. |
ARCIDIANO |
A la fe, nuestros españoles no se quedaban atrás, que también
hacían su parte. ¿Pues los italianos? ¡Pajas! Ellos eran los que primero ponían la
mano. |
LATANCIO |
Y vosotros, ¿qué hacíades estonces? |
ARCIDIANO |
Cortábamos las uñas muy de nuestro espacio. |
LATANCIO |
Mas de verdad. |
ARCIDIANO |
¿Qué queríades que hiciésemos? Unos se metían entre los
soldados, otros huían, otros se rescataban, y todos andábamos cual la mala ventura. |
LATANCIO |
Después de rescatados, ¿dejaban os vivir en paz? |
ARCIDIANO |
No les dé Dios más salud. En tanto peligro estábamos como de
antes, hasta que ya no nos quedaba cosa ninguna que nos pudiesen saquear. |
LATANCIO |
Estonces ¿de qué comíades? |
ARCIDIANO |
Nunca faltaba la misericordia de Dios. Si no podíamos comer
perdices, comíamos gallinas. |
LATANCIO |
¿Y los viernes? |
ARCIDIANO |
¿A qué llamáis viernes? ¿Vos pensáis que los soldados hacen
diferencia del viernes al domingo? ¡Maldita aquélla! Que, a deciros la verdad, me parece
una cosa muy recia que se tenga ya tan poco respecto a los mandamientos de la Iglesia. |
LATANCIO |
No lo tenéis vosotros a los mandamientos de Dios ¿y maravilláisos
que los soldados no lo tengan a los preceptos de la Iglesia? Veamos: ¿cuál tenéis por
mayor pecado, una simple fornicación o comer carne el Viernes Sancto? |
ARCIDIANO |
¡Gentil pregunta es ésa! Lo uno es cosa de hombres, y lo otro
sería una grandísima abominación. ¡Comer carne el Viernes Sancto! ¡Jesús! No digáis
tal cosa. |
LATANCIO |
¡Válame Dios, y cómo tenéis hermoso juicio! ¿Y vos no vedes que
os valdría más comer carne el Viernes Sancto y otro cualquier día de ayuno que cometer
una simple fornicación? |
ARCIDIANO |
¿Por qué? |
LATANCIO |
Porque sería más saludable al cuerpo y menos dañoso al alma. |
ARCIDIANO |
¿Cómo? |
LATANCIO |
¿No es cosa muy clara que la carne es más provechosa quel pescado? |
ARCIDIANO |
Sí. |
LATANCIO |
Luego más saludable al cuerpo sería comer carne que pescado. Pues
cuanto al ánima, ¿no ofende más a Dios el que peca contra sus mandamientos propios quel
que peca contra los de la Iglesia? |
ARCIDIANO |
Claro está. |
LATANCIO |
Luego más se ofende Dios con la fornicación, que es prohibida jure
divino, que en el comer de la carne, que es constitución humana. |
ARCIDIANO |
Confesaros he que tenéis razón, con una condición: que me digáis
la causa por que no os parece más grave pecar contras las constituciones humanas que
contra la ley divina. |
LATANCIO |
No nos enredemos más en eso, que tiempo habrá para todo. Agora
prosigamos adelante nuestro propósito. |
ARCIDIANO |
Sea así. Dejemos eso para otra vez, y decíme agora: ¿qué razón
había que pagasen justos por pecadores? Verisímil es que en Roma había muchas buenas
personas que, ni en los vicios della ni en la guerra, tenían culpa y padecieron
juntamente con los malos. |
LATANCIO |
Los malos recebieron la pena de sus maldades, y los buenos, trabajos
en este mundo para alcanzar más gloria en el otro. |
ARCIDIANO |
A lo menos fuera razón que a los españoles y alemanes y gentes de
otras naciones, vasallos y servidores del Emperador, se toviera algún respecto; que,
sacando la iglesia de Santiago d'españoles y la casa de maestro Pedro de Salamanca,
embajador de don Fernando, rey de Hungría, y don Antonio de Salamanca Hoyos, obispo
gurcense, no quedó casa, ni iglesia, ni hombre de todos cuantos estábamos en Roma, que
no fuese saqueado y rescatado. Hasta el secretario Pérez, que estaba y residía en Roma
por parte del Emperador. |
LATANCIO |
En sólo eso debiérades de conocer que fue manifiesto juicio de
Dios, y no obra humana, y que no se hizo por mandato ni voluntad del Emperador, pues ni
aun a los suyos se tuvo respecto. |
ARCIDIANO |
Decís verdad; mas ¿no es muy recia cosa que cristianos vendan y
rescaten cristianos, como aquellos soldados hacían? |
LATANCIO |
Recia, por cierto, pero tan común es entre gente de guerra, que no
os debríades de maravillar que allí se hiciese, donde no solamente se solían vender y
rescatar hombres, más aún ánimas. |
ARCIDIANO |
¿Ánimas? ¿En qué manera? |
LATANCIO |
Yo os lo diré, pero a la oreja. |
ARCIDIANO |
No hay aquí ninguno. |
LATANCIO |
No me curo. Llegaos acá... |
ARCIDIANO |
Ya os entiendo. |
LATANCIO |
Pues ¿no os parece que tengo razón? |
ARCIDIANO |
Sí, por cierto, y muy grande; y agora conosco haber Dios permitido
esto para que nosotros vengamos en conocimiento de nuestro error. Más os contaré. Los
cardenales que estaban en Roma y no se pudieron encerrar con el Papa en el castillo fueron
presos y rescatados, y sus personas muy mal tractadas, y traídos por las calles de Roma a
pie, descabellados, entre aquellos alemanes, que era la mayor lástima del mundo verlos,
especialmente cuando hombre se acordaba de la pompa con que iban a Palacio y de los
ministriles que les tañían cuando pasaban por el castillo. |
LATANCIO |
Por cierto, recia cosa era ésa; pero habéis de considerar que
ellos se lo buscaron, porque consentían que el Papa hiciese guerra al Emperador, y
después de hecha la tregua con don Hugo, sofrían que en nombre del Colegio se rompiese y
se hiciesen las mayores abominaciones que jamás fueron oídas. ¿Y cómo? ¿Pensábades
que Dios no os había de castigar? |
ARCIDIANO |
¿Qué podían ellos hacer si el Papa lo quería así? |
LATANCIO |
Cuando hobieran hecho todas sus diligencias por estorbarlo, si no
les aprovechara, saliéranse de Roma y no quisieran ser participantes en tantas maldades.
Sé que las puertas abiertas estaban. ¿No sabéis que agentes et consentientes pari
poena puniuntur? Y también, si por otra parte sus pecados lo merecían o no,
pregúntenlo a maestre Pasquino. |
ARCIDIANO |
No he menester preguntarlo, que quizá sé yo más que no él. |
LATANCIO |
Pues si lo sabéis, no os maravilléis de lo que vistes, sino de lo
que Dios quiso, por su bondad infinita, disimular. |
ARCIDIANO |
¿Qué decís de las irrisiones que allí se hacían? Un alemán se
vestía como cardenal y andaba cabalgando por Roma de pontifical, con un cuero de vino en
el arzón de la silla; y un español, de la mesma manera, con una cortesana en las ancas.
¿Podía ser en el mundo mayor irrisión? |
LATANCIO |
Veamos, ¿y no es mayor irrisión de la dignidad que el cardenal
tome el capelo y haga obras peores que de soldado, que no que un soldado tome el capelo
queriendo contrahacer a un cardenal? Lo uno y lo otro es malo, pero no me neguéis vos que
lo primero no sea peor y aun más perjudicial a la Sede Apostólica. |
ARCIDIANO |
Es verdad; mas, a la fin, los cardenales son hombres y no pueden
dejar de hacer como hombres; eso otro es perder la obediencia y reverencia a quien se
debe, sin la cual ninguna república se puede sostener. |
LATANCIO |
Ya nos contentaríamos con que los cardenales fuesen hombres y
algunas veces no se mostrasen menos que hombres. La obediencia puesta en malos
fundamientos no puede durar. Mas, decíme: los Apóstoles ¿no eran hombres? |
ARCIDIANO |
Sí, pero a ellos manteníalos el Espíritu Sancto. |
LATANCIO |
Y veamos, ¿el Espíritu Sancto de agora no es el que era estonces? |
ARCIDIANO |
Sí. |
LATANCIO |
Pues si ellos quisiesen pedirlo, ¿negárseles hía? |
ARCIDIANO |
No. |
LATANCIO |
Pues ¿por qué no lo piden? |
ARCIDIANO |
Porque no lo han en gana. |
LATANCIO |
Pues desa manera suya es la culpa, y de aquí adelante conocerán
cuán grande abominación es que, seyendo ellos columnas de la Iglesia, hagan obras peores
que de soldados, pues les parecía muy abominable cosa que los soldados se vistiesen en
hábito de cardenales. ¿Cómo no me decís nada de los obispos? |
ARCIDIANO |
¿Qué queréis que os diga? Tractábanlos como a los otros. Deciros
he lo que vi: que entre otros muchos hombres honrados que sacaban a vender a la plaza,
llevaban los alemanes un obispo de su nación que no estaba en dos dedos de ser cardenal. |
LATANCIO |
¿Qué? ¿A vender? |
ARCIDIANO |
¡Qué maravilla! Y aun con ramo en la frente, como allá traen a
vender las bestias; y, cuando no hallaban quién se los comprase, los jugaban a los dados.
¿Qué os parece desto? |
LATANCIO |
Mal, pero ya os digo que no se hizo sin misterio. Decidme: ¿cuál
tenéis en más una ánima o un cuerpo? |
ARCIDIANO |
Una ánima, sin comparación. |
LATANCIO |
Pues ¿cuántas ánimas habréis vosotros vendido en este mundo? |
ARCIDIANO |
¿Cómo es posible vender ánimas? |
LATANCIO |
¿No habéis leído el Apocalipsi, que cuenta las ánimas entre las
otras mercaderías? El que vende el obispado, el que vende el beneficio curado, aquel tal,
¿no vende las ánimas de sus súbditos? |
ARCIDIANO |
Decís muy gran verdad. Cierto, nunca me parecieron bien aquellas
cosas, ni aquel dar beneficios a pensión, con condición que me rescatase a tanto por
ciento, que es querer engañar a Dios. |
LATANCIO |
A la fe, querer engañar a sí. Pues desta manera, ¿cuántas
ánimas habréis vos visto jugar a los dados? |
ARCIDIANO |
Infinitas. |
LATANCIO |
Pues veis aquí, de hoy más vendréis en conocimiento de vuestro
error, y no os maravillaréis que aquellos soldados, que viven de robar, vendiesen los
oficiales, pues vendíades los beneficios; ni los obispos, pues vendíades los obispados.
Y es tanto más grave lo uno que lo otro, cuanto es más digna una ánima que un cuerpo.
Antes les debéis de agradecer, pues no vendieron ningún cardenal. |
ARCIDIANO |
¿No bastaba que los rescataban, y compusieron sus casas y todas
cuantas había en Roma, que ninguna quedó libre? |
LATANCIO |
Vos no queréis acordaros de las bolsas que habéis descompuesto con
vuestras composiciones. Pues no os maravilléis que descompongan agora las vuestras. ¿No
habéis leído en el Apocalipsi: Reddite illi sicut et ipsa reddidit vobis,
et duplicate duplitia secundun opera eius: in poculo quo miscuit vobis
miscete illi duplum. Quantum glorificavit se [et] in deliciis
fuit, tantun date illi tormentum et luctum [...] quia fortis est Deus qui iudicabit illam.
¿Qué os parece? A la fe, juicios son éstos de Dios. |
ARCIDIANO |
Las carnes me tiemblan en oíros. Pero decíme: ¿para qué o de
qué sirve la perdición de tanto dinero? Que afirman montar el saco de Roma, con rescates
y composiciones, más de quince millones de ducados. |
LATANCIO |
¿A eso llamáis vos perdición? A la fe, dígole yo ganancia. |
ARCIDIANO |
¿Cómo ganancia? |
LATANCIO |
Porque ha muchos años que todo el dinero de la cristiandad se iba y
consumía en Roma, y agora tórnase a derramar. |
ARCIDIANO |
¿De qué manera? |
LATANCIO |
El dinero que había de pleitos, de revueltas, de trampas, de
beneficios, de pensiones, de espolios, de anatas, de espediciones, de bulas, de
indulgencias, de confesionarios, de composiciones, de dispensaciones, de escomuniones, de
anatematizaciones, de fulminaciones, de agravaciones, de reagravaciones y aun de
canonizaciones y de otras semejantes exacciones, hanlo agora tomado los soldados, como
labradores, para sembrarlo por toda la tierra. |
ARCIDIANO |
¡Y qué negros labradores! Veamos, ¿de qué servía destruir
aquella ciudad, de tal manera que no tornará a ser Roma de aquí a quinientos años? |
LATANCIO |
¡Ya pluguiese a Dios!... |
ARCIDIANO |
¿Qué? |
LATANCIO |
¡Que Roma no tornase a tomar los vicios que tenía, ni en ella
reinase más tan poca caridad y amor y temor de Dios! |
ARCIDIANO |
Pues el sacro Palacio, aquellas cámaras y salas pintadas, ¿qué
merecían? Que era la mayor lástima del mundo verlas hechas estalas de caballos, y aun al
fin todo quemado. |
LATANCIO |
Por cierto, sí. Mucha razón fuera que, padeciendo toda la ciudad,
se salvase aquella parte donde todo el mal se consejaba. |
ARCIDIANO |
Pues la Iglesia del Príncipe de los Apóstoles, y todos los otros
templos y iglesias y monesterios de Roma, ¿quién os podría contar cómo fueron
tractados y saqueados? Que ni quedó en ellos oro, ni quedó plata, ni quedó otra cosa de
valor que todo no fuese por aquellos soldados robado y destruido. ¿Y es posible que
quiera Dios que sus propias iglesias sean ansí tractadas y saqueadas, y que las cosas a
su servicio dedicadas sean ansí robadas? |
LATANCIO |
Mirad, señor, esa es una cosa tan fea y tan mala que a ninguno
puede parecer sino mal; pero, si bien miráis en ello, hay en estas cosas a Dios dedicadas
tanta superstición, y recibe la gente tanto engaño, que no me maravillo que Dios permita
eso y mucho más, porque en estas cosas haya alguna moderación. Piensa el mercader,
después que mal o bien ha allegado una infinidad de dineros, que todos cuantos males ha
hecho, y aun hará, le serán perdonados si edificase una iglesia o un monesterio, o si
diere una lámpara, o un cáliz o alguna otra cosa semejante a alguna iglesia o
monesterio, y no solamente en esto se engaña, pareciéndole que hace por su servicio lo
que las más veces se hace por un fausto o por una vana gloria mundana, como manifiestan
las armas que cada uno pone en lo que da o en lo que edifica; mas, fiándose en esto, le
parece que no ha más menester para vivir como cristiano, y seyendo éste un grandísimo
error, no tienen vergüenza de admitirlo los que dello hacen su provecho, no mirando la
injuria que en ello se hace a la religión cristiana. |
ARCIDIANO |
¿Cómo injuria? |
LATANCIO |
¿No os parece injuria, y muy grande, que lo que muchos gentiles,
con sola la lumbre natural, alcanzaron de Dios, lo ignoremos agora los cristianos,
enseñados por ese mismo Dios? Alcanzaron aquellos que no era verdadero servicio de Dios
ofrecerle cosa que se pudiese corromper; alcanzaron que a una cosa incorpórea, como es
Dios, no se había de ofrecer cosa que toviese cuerpo por principal oferta, ni por cosa a
él mucho grata; dijeron que no sabía qué cosa era Dios el que pensaba que Dios se
deleitaba de poseer lo que los buenos y sabios se precian de tener en poco, como son las
joyas y riquezas, y agora los cristianos somos tan ciegos, que pensamos que nuestro Dios
se sirve mucho con cosas corpóreas y corruptibles. |
ARCIDIANO |
Luego desa manera ¿queréis decir que no se hace servicio a Dios en
edificar iglesias, ni en ofrecer cálices y otras cosas semejantes? |
LATANCIO |
No digo eso, antes digo que es bueno si se hace con buena
intención, si se hace por la gloria de Dios y no por la nuestra; pero digo que no es eso
lo principal; digo que más verdadero servicio hace a Dios el que le atavía su ánima con
las virtudes que él mandó, para que venga a morar en ella, que no el que edifica una
iglesia, aunque sea de oro y tan grande como la de Toledo, en que more Dios, teniéndole
con vicios desterrado de su ánima, aunque su intención fuese la mejor del mundo. Y digo
que es muy grande error pensar que se huelga Dios en que le ofrezca yo oro o plata si lo
hago por ser alabado o por otra vana intención. Digo que se sirve más Dios en que
aquello que damos a sus iglesias, que son templos muertos, lo demos a los pobres para
remediar sus necesidades, pues nos consta que son templos vivos de Dios. |
ARCIDIANO |
Desa manera ni habría iglesias ni ornamentos para servir a Dios. |
LATANCIO |
¿Cómo que no habría iglesias? Antes pienso yo que habría muchas
más, pues habiendo muchos buenos cristianos, dondequiera que dos o tres estoviesen
ayuntados en su nombre, sería una iglesia. Y allende desto, aunque los ruines no
edificasen iglesias ni monesterios, ¿pensáis que faltarían buenos que lo hiciesen? Y
veamos: este mundo, ¿qué es sino una muy hermosa iglesia donde mora Dios? ¿Qué es el
sol, sino una hacha encendida que alumbra a los ministros de la Iglesia? ¿Qué es la
luna, qué son las estrellas, sino candelas que arden en esta iglesia de Dios? ¿Queréis
otra iglesia? Vos mismo. ¿No dice el Apóstol: Templum [enim] Dei sanctum est, quod
estis vos? ¿Queréis candelas para que alumbren esta iglesia? Tenéis el espíritu,
tenéis el entendimiento, tenéis la razón. ¿No os parece que son éstas gentiles
candelas? |
ARCIDIANO |
Sí, pero eso nadi lo ve. |
LATANCIO |
Y vos, ¿habéis visto a Dios? Mirad, hermano, pues Dios es
invisible, con cosas invisibles se quiere principalmente honrar. No se paga mucho ni se
contenta Dios con oro ni plata, ni tiene necesidad de cosas semejantes, pues es Señor de
todo. No quiere sino corazones. ¿Queréislo ver? Pues Dios es todopoderoso, si quisiese,
¿no podría hacer en un momento cient mil templos más suntuosos y más ricos quel templo
de Salomón? |
ARCIDIANO |
Claro está. |
LATANCIO |
Luego ¿qué servicio le haréis vos en darle lo que él tiene, no
queriéndole dar lo quél os pide? Veamos: si él se deleita con templos, si se deleita
con oro, si se deleita con plata, ¿por qué no la toma toda para sí, pues es todo suyo? |
ARCIDIANO |
Quizá porque quiere que nosotros de nuestra voluntad se lo demos
porque tengamos causa de merecer. |
LATANCIO |
¿Cómo queréis vos merecer con dar a Dios lo que él menosprecia,
si no le queréis dar lo que él os demanda? |
ARCIDIANO |
Luego ¿no querríades vos que hobiese estas iglesias que hay ni que
toviesen ornamentos? |
LATANCIO |
¿Cómo no? Antes digo que son necesarios; pero no querría que se
hiciese por vana gloria; no querría que por honrar una iglesia de piedra dejemos de
honrar la iglesia de Dios, que es nuestra ánima; no querría que por componer un altar
dejásemos de socorrer un pobre, y que por componer retablos o imágines muertas dejemos
desnudos los pobres, que son imágines vivas de Jesucristo. No querría que hiciésemos
tanto fundamento donde no lo debríamos de hacer; no querría que diésemos a entender que
se sirve Nuestro Señor Dios y se huelga en poseer lo que cualquiera sabio se precia de
menospreciar. Decíme: ¿por qué menospreció Jesucristo todas las riquezas y bienes
mundanos? |
ARCIDIANO |
Porque nosotros no las toviésemos en nada. |
LATANCIO |
¿Pues por qué queremos darle como cosa a él muy preciosa y grata
lo que sabemos que él menospreció y quiso que nosotros menospreciásemos, no teniendo
cuidado de ofrecerle nuestras ánimas muy puras y limpias de todo vicio y pecado, siendo
ésta la más preciosa y agradable cosa de cuantas le podemos ofrecer? |
ARCIDIANO |
No sé quién os enseñó a vos tantos argumentos, seyendo tan mozo. |
LATANCIO |
Pues mirad, señor: ha permitido agora Dios que roben sus iglesias
por mostrarnos que no tiene en nada todo lo que se puede robar ni todo lo que se puede
corromper, para que de aquí adelante le hagamos templos vivos primero que muertos, y le
ofrezcamos corazones y voluntades primero que oro y plata, y le sirvamos con lo que él
nos manda primero que con cosas semejantes. |
ARCIDIANO |
Vos me decís cosas que yo nunca oí. Pues que así es, decíme:
¿cómo y con qué le habemos de servir? |
LATANCIO |
Esa es otra materia aparte, de que hablaremos otro tiempo más de
nuestro espacio. Agora proseguid adelante. |
ARCIDIANO |
Como mandáredes. ¿Qué me diréis, que los templos donde suele
Dios ser servido y alabado se tornasen establos de caballos? ¡Qué cosa era de ver
aquella iglesia de Sant Pedro de la una parte y de la otra toda llena de caballos! Aún en
pensarlo se me rompe el corazón. |
LATANCIO |
Por cierto que eso a ningún bueno parecerá bien; pero muchas veces
vemos que la necesidad hace cosas que por la ley son prohibidas, y que en tiempo de guerra
esas y otras muy peores cosas se suelen hacer, de las cuales ternán culpa los que son
causa de la guerra. |
ARCIDIANO |
¡Gentil disculpa es ésa! |
LATANCIO |
¿Por qué no? Y también, veamos: el que trae otra suciedad mayor
que aquélla en lugar más sancto que aquél ¿no hace mayor abominación? |
ARCIDIANO |
Claro está. |
LATANCIO |
Pues decíme: si vos habéis leído la Sagrada Escritura, ¿en ella,
no habéis hallado que Dios no mora en templos hechos por manos de hombres, y que cada
hombre es templo donde mora Dios? |
ARCIDIANO |
Algunas veces. |
LATANCIO |
Pues ¿cuál será mayor maldad y abominación: hacer establo destos
templos de piedra, donde dice el Apóstol que no mora Dios, o hacerlo de nuestras ánimas,
que son verdaderos templos de Dios? |
ARCIDIANO |
Claro está que de las ánimas; pero eso, ¿cómo se podrá hacer? |
LATANCIO |
¿Cómo? ¿A qué llamáis establo? |
ARCIDIANO |
A un lugar donde se aposentan las bestias. |
LATANCIO |
¿A qué llamáis bestias? |
ARCIDIANO |
A los animales brutos y sin razón. |
LATANCIO |
Y a los vicios, ¿no los llamaríades brutos y sin razón? |
ARCIDIANO |
Sin duda, y aun muy peores que bestias. |
LATANCIO |
Luego desa manera, mayor abominación será traer en el ánima, que
es verdadero templo donde mora Dios, los pecados, que son peores que bestias, que no los
caballos en una iglesia de piedra. |
ARCIDIANO |
A mí así me parece. |
LATANCIO |
Pues ahí conoceréis cuán ciego teníades en Roma el
entendimiento, que topando cada hora por las calles hombres que manifiestamente tenían
las ánimas hechas establos de vicios, no lo teníades en nada, y porque vistes en tiempo
de necesidad aposentar los caballos en la iglesia de Sanct Pedro, paréceos que es grande
abominación y rómpeseos el corazón en pensarlo, y no se os rompía cuando veíades en
Roma tanta multitud de ánimas llenas de tan feos y abominables pecados, y a Dios, que las
hizo y redimió, desterrado dellas. ¡Por cierto, gentil religión es la vuestra! |
ARCIDIANO |
Tenéis razón. Pero mirad que lo que dijo Sanct Pablo que Dios no
mora en templos hechos por manos de hombres se entiende en aquel tiempo que él lo decía,
que sé que agora el Santísimo Sacramento en los templos mora. |
LATANCIO |
Decís verdad. Mas veamos: ¿vos no me habéis confesado que los
vicios son peores que bestias? |
ARCIDIANO |
Y aun agora lo digo. |
LATANCIO |
Pues quien trae una manada de vicios a la iglesia, que son peores
que bestias, ¿no es peor que el que trajese una manada de caballos? |
ARCIDIANO |
A mi parecer sí, pero esas bestias son invisibles. |
LATANCIO |
¿Cómo? ¿Queréis decir que Dios no ve los vicios de los hombres? |
ARCIDIANO |
Dios bien los ve, mas los hombres no los ven, y los caballos todos
los veíamos. |
LATANCIO |
Desa manera queréis decir que menor abominación es ofender a Dios
que a los hombres, pues queréis escusar la ofensa que se hace a Dios en parecer ante él
cargado de maldades, porque no lo ven los hombres. ¿Agraváis el aposentar los caballos
en la iglesia en tiempo de necesidad porque son visibles a los hombres? Mirad, señor, no
se ofende Dios con los malos olores de que se ofenden los hombres. El ánima en quien los
vicios están arraigados, ésta es la que ofende a Dios, y por eso quiere él que esté
muy limpia de vicios y de pecados, y muchas veces nos lo tiene así mandado. Pero vosotros
tomáislo todo al revés; tenéis mucho cuidado en tener muy limpios estos templos
materiales, y el verdadero templo de Dios, que es la vuestra ánima, tenéisla tan llena
de vicios y abominables pecados, que ni ve a Dios ni sabe qué cosa es. |
ARCIDIANO |
Así Dios me salve que tenéis la mayor razón del mundo. Pero si
viérades aquellos soldados cómo llevaban por las calles las pobres monjas, sacadas de
los monesterios, y otras doncellas, sacadas de casa de sus padres, hobiérades la mayor
compasión del mundo. |
LATANCIO |
Eso es tan común cosa entre soldados y gente de guerra, que seyendo
a mi parecer muy más grave que todas esas otras juntas, no hacemos ya caso dello, como si
no fuese peor violar una doncella, que es templo vivo donde mora Jesucristo, que no una
iglesia de piedra o madera. Pero la culpa desto no tanto se debe de echar a los soldados
cuanto a vosotros, que comenzastes y levantastes la guerra y fuistes causa que ellos
hiciesen lo que han hecho. Verdaderamente, aunque ningún otro mal causase la guerra, por
sólo esto la debíamos de dejar. |
ARCIDIANO |
Los registros de la Cámara apostólica, de bulas y suplicaciones, y
los de los notarios y procesos quedan destruidos y quemados. |
LATANCIO |
Eso pienso yo que permitió Dios para que con ellos quemásemos
todos los pleitos, porque es la mayor vergüenza del mundo que se traigan pleitos sobre
beneficios eclesiásticos. Veamos: pues los beneficios se hicieron para los clérigos, y
el primer carácter que el ánima del clérigo ha de tener es caridad, ¿cómo la terná
andando en pleito con su prójimo? |
ARCIDIANO |
¿Por qué no? |
LATANCIO |
Porque si la caridad toviese alguno de los pleiteantes, querría
más perder el beneficio que estar en discordia con su prójimo. |
ARCIDIANO |
Eso sería perfición. |
LATANCIO |
Y aun ansí debrían de ser perfectos todos los clérigos. |
ARCIDIANO |
No alcanzan todos esa perfección. Y también, ¿de qué comerían
tantos auditores, abogados, procuradores, copistas, si no hobiese pleitos? |
LATANCIO |
Sean sastres, aguaderos o melcocheros y no nos quiten la caridad
cristiana. |
ARCIDIANO |
También es gentil caridad esa vuestra, que personas tan honradas
tomen tan viles oficios. Pero veamos, ¿qué querríades hacer de los pleitos que están
comenzados? |
LATANCIO |
Que se diese el beneficio al más idóneo de los pleiteantes, o que
se quitase a entrambos y lo diesen a otro que mejor lo mereciese. |
ARCIDIANO |
Desa manera no habría justicia. |
LATANCIO |
Antes mucha más, porque se emplearían los beneficios en tales
personas que hiciesen aquello para que fueron ordenados. |
ARCIDIANO |
¿Y agora no se hace? |
LATANCIO |
No por cierto, porque los bienes de los beneficios son de los
pobres, y vosotros, trayendo pleitos sobre ellos, gastáislos entre abogados y
procuradores, y entre tanto los pobres mueren de hambre. |
ARCIDIANO |
Muchos hay que no los gastan en eso, y aun muchos que los gastan en
cosas muy peores, como vos mismo podéis ser buen testigo. Y ¿quién queríades que
determinase de la suficiencia entre los clérigos para darles o quitarles los beneficios? |
LATANCIO |
Cada obispo en su obispado, porque conocerían mejor las personas. |
ARCIDIANO |
Sí, pero hay muchos obispos que no tienen tantas letras ni juicio
para sabello hacer. |
LATANCIO |
Y aun -¡mal pecado!-, aunque lo supiesen, no se querrían
entremeter en ello, pero diputarían personas que lo hiciesen. |
ARCIDIANO |
¿Queréis que os diga? A la fin, todo andaría por favor. |
LATANCIO |
No lo creáis, que hay muchos obispos sabios y de buena consciencia,
y los otros tomarían ejemplo en éstos, y a la verdad, éste me parece agora el mejor
remedio hasta que haya otra más entera reformación de la Iglesia. |
ARCIDIANO |
Y de los pleitos que había sobre cosas de seglares, ¿qué
queríades hacer? |
LATANCIO |
Si fuese príncipe, o partiría la diferencia o lo daría todo al
más hombre de bien. |
ARCIDIANO |
¿No veis que pervertíades la justicia? |
LATANCIO |
¿Queréis que os diga? Todas las cosas creó Dios para el servicio
del hombre y da la administración dellas más a uno que a otro, para que las repartan con
los que no tienen, y es justicia que las tenga el que mejor las sabe administrar. Lo
demás, a mi ver, es manifiesta injusticia. |
ARCIDIANO |
Vos querríades, según eso, hacer un mundo de nuevo. |
LATANCIO |
Querría dejar en él lo bueno y quitar dél todo lo malo. |
ARCIDIANO |
Tal sea mi vida. Pero no podréis salir con tan grande empresa. |
LATANCIO |
Vívame a mí el Emperador don Carlos y veréis vos si saldré con
ello. |
ARCIDIANO |
Esperad, que aún no lo habéis oído todo. Desde quel ejército del
Emperador entró en Roma hasta que yo me salí, que fue a XII de junio, no se dijo misa en
Roma, ni en todo aquel tiempo oímos sonar campana ni aun reloj. |
LATANCIO |
Los ruines poco iba en que oyesen misa, pues la oyen sin devoción,
atención ni reverencia, y los buenos harán con el espíritu lo que no podrán hacer con
el cuerpo. Pero veamos, ¿por qué los clérigos e frailes no decían misa? |
ARCIDIANO |
¡Por Dios, que ésa es una gentil pregunta! ¿No os dije al
principio que no había clérigo ni fraile que osase andar por Roma sino en este hábito
de soldado como yo vengo? |
LATANCIO |
¿Por qué? |
ARCIDIANO |
Porque cuando los alemanes veían un clérigo o fraile por las
calles, luego andaban dando voces: ¡Papa, papa! ¡ammazza, ammazza! |
LATANCIO |
¡Oh, válame Dios! Yo me acuerdo, cuando estaba en Roma, que
traían por allí muchas profecías que decían desta persecución de los clérigos, y que
había de ser en tiempo deste Emperador. |
ARCIDIANO |
Así es la verdad; mil veces las leíamos allí por nuestro
pasatiempo. |
LATANCIO |
Pues ¿por qué no os emendábades? |
ARCIDIANO |
¿Quién creyera que aquello había de ser verdad? |
LATANCIO |
Cualquiera que considerara bien las cosas de Roma. |
ARCIDIANO |
Ni más ni menos. Pues allende desto había tan gran hedor en las
iglesias que no había quién pudiese entrar en ellas. |
LATANCIO |
¿De qué? |
ARCIDIANO |
Habían los soldados abierto muchas sepulturas pensando hallar
tesoro escondido en ellas, y como se quedaban descubiertas, hedían los cuerpos muertos. |
LATANCIO |
No era mucho que sufriérades aquel perfume en pago de los dineros
que lleváis por enterrarlos. |
ARCIDIANO |
¿Burláisos? |
LATANCIO |
No, por mi vida, sino que os digo la verdad. Que, pues los clérigos
no tienen vergüenza de llevar tributo de los muertos, cosa que aun entre los gentiles era
turpísima, tampoco habían de tener asco de entrar en las iglesias a rogar a Dios por
ellos. |
ARCIDIANO |
Bien pensáis vos haber acabado; pues, como dicen, aún os queda lo
peor por desollar, porque he querido guardar lo más grave para la postre. |
LATANCIO |
Ea, decid. |
ARCIDIANO |
No dejaron reliquias que no saquearon para tomar con sus sacrílegas
manos la plata y el oro con que estaban cubiertas, que era la mayor abominación del mundo
ver aquellos desuellacaras entrar en lugares donde los obispos, los cardenales, los sumos
pontífices apenas osaban entrar, y sacar aquellas cabezas y brazos de apóstoles y de
sanctos bienaventurados. Agora yo no sé qué fructo pueda venir a la cristiandad de una
tan abominable osadía y desacatamiento. |
LATANCIO |
Recia cosa es ésa; mas decidme: después de tomada la plata y oro,
¿qué hacían de los huesos? |
ARCIDIANO |
Los alemanes algunos echaban en los cimiterios o en campo sancto;
otros traían a casa del Príncipe de Orange y de otros capitanes; y los españoles, como
gente más religiosa, todos los traían a casa de Joan de Urbina. |
LATANCIO |
¿Así despojados? |
ARCIDIANO |
¡Mira qué duda! Yo mismo vi una espuerta dellos en casa del mismo
Joan de Urbina. |
LATANCIO |
Veamos ¿y eso tenéis vos por lo más grave? |
ARCIDIANO |
Claro está. |
LATANCIO |
Venid acá, ¿no vale más un cuerpo vivo que ciento muertos? |
ARCIDIANO |
Sí. |
LATANCIO |
Luego muy más grave fue la muerte de los cuatro mil hombres que
decís que no el saco de las reliquias. |
ARCIDIANO |
¿Por qué? |
LATANCIO |
Porque las reliquias son cuerpos muertos, y los hombres eran vivos,
y me habéis confesado que vale más uno que ciento. |
ARCIDIANO |
Verdad decís, pero aquellos cuerpos eran sanctos, y estos otros no. |
LATANCIO |
Tanto peor; que las ánimas de los sanctos no sienten el mal
tratamiento que se hace a sus cuerpos, porque están ya beatificados, y estotras sí,
porque muriendo en pecado se van al infierno, y muere juntamente el ánima y el cuerpo. |
ARCIDIANO |
Así es, pero también es recia cosa que veamos en nuestros días
una osadía y desacato tan grande. |
LATANCIO |
Decís muy gran verdad; mas mirad que no sin causa Dios ha permitido
esto, por los engaños que se hacen con estas reliquias por sacar dinero de los simples,
porque hallaréis muchas reliquias que os las mostrarán en dos o tres lugares. Si vais a
Dura, en Alemaña, os mostrarán la cabeza de Santa Ana, madre de Nuestra Señora, y lo
mismo os mostrarán en León de Francia. Claro está que lo uno o lo otro es mentira, si
no quieren decir que Nuestra Señora tuvo dos madres o Santa Ana dos cabezas. Y seyendo
mentira, ¿no es gran mal que quieran engañar la gente y tener en veneración un cuerpo
muerto que quizá es de algún ahorcado? veamos: ¿cuál terníades por mayor
inconveniente: que no se hallase el cuerpo de Santa Ana o que por él os hiciesen venerar
el cuerpo de alguna mujer de por ahí? |
ARCIDIANO |
Más querría que ni aquél ni otro ninguno pareciese, que no que me
hiciesen adorar un pecador en lugar de un santo. |
LATANCIO |
¿No querríades más quel cuerpo de Santa Ana que, como dicen,
está en Dura y en León, enterrasen en una sepultura, y nunca se mostrasen, que no que
con el uno dellos engañasen tanta gente? |
ARCIDIANO |
Sí, por cierto. |
LATANCIO |
Pues desta manera hallaréis infinitas reliquias por el mundo y se
perdería muy poco en que no las hobiese. Pluguiese a Dios que en ello se pusiese remedio.
El prepucio de Nuestro Señor yo lo he visto en Roma y en Burgos, y también en Nuestra
Señora de Anversia; y la cabeza de Sanct Joan Baptista, en Roma y en Amians de Francia.
Pues apóstoles, si los quisiésemos contar, aunque no fueron sino doce y el uno no se
halla y el otro está en las Indias, más hallaremos de veinte y cuatro en diversos
lugares del mundo. Los clavos de la cruz escribe Eusebio que fueron tres, y el uno echó
Santa Helena, madre del Emperador Constantino, en el mar Adriático para amansar la
tempestad, y el otro hizo fundir en almete para su hijo, y del otro hizo un freno para su
caballo; y agora hay uno en Roma, otro en Milán y otro en Colonia, y otro en París, y
otro en León y otros infinitos. Pues de palo de la cruz dígoos de verdad que si todo lo
que dicen que hay della en la cristiandad se juntase, bastaría para cargar una carreta.
Dientes que mudaba Nuestro Señor cuando era niño pasan de quinientos los que hoy se
muestran solamente en Francia. Pues leche de Nuestra Señora, cabellos de la Madalena,
muelas de Sant Cristóbal, no tienen cuento. Y allende de la incertenidad que en esto hay,
es una vergüenza muy grande ver lo que en algunas partes dan a entender a la gente. El
otro día, en un monesterio muy antiguo me mostraron la tabla de las reliquias que
tenían, y vi entre otras cosas que decía: «Un pedazo del torrente de Cedrón».
Pregunté si era del agua o de las piedras de aquel arroyo lo que tenían; dijéronme que
no me burlase de sus reliquias. Había otro capítulo que decía: «De la tierra donde
apareció el ángel a los pastores», y no les osé preguntar qué entendían por aquello.
Si os quisiese decir otras cosas más ridículas e impías que suelen decir que tienen,
como del ala del ángel Sanct Gabriel, como de la penitencia de la Madalena, huelgo de la
mula y del buey, de la sombra del bordón del señor Santiago, de las plumas del Espíritu
Sancto, del jubón de la Trinidad y otras infinitas cosas a estas semejantes, sería para
haceros morir de risa. Solamente os diré que pocos días ha que en una iglesia colegial
me mostraron una costilla de Sanct Salvador. Si hubo otro Salvador, sino Jesucristo, y si
él dejó acá alguna costilla o no, véanlo ellos. |
ARCIDIANO |
Eso, como decís, a la verdad, más es de reír que no de llorar. |
LATANCIO |
Tenéis razón. Pero vengo a las otras cosas que, siendo inciertas
-y aunque sean ciertas-, son tropiezos para hacer al hombre idolatrar, y hácennoslas
tener en tanta veneración, que aun en Aquisgrano hay no sé qué calzas viejas que diz
que fueron de Sanct Joseph, no las muestran sino de cinco en cinco años y va infinita
gente a verlas por una cosa divina. Y destas cosas hacemos tanto caso y las tenemos en
tanta veneración, que si en una misma Iglesia están de una parte los zapatos de Sanct
Cristóbal en una custodia de oro, y de otra el Sancto Sacramento, a cuya comparación
todas cuantas reliquias son menos que nada, antes se va la gente a hacer oración delante
de los zapatos que no ante el Sacramento; y seyendo ésta muy grande impiedad, no
solamente no lo reprehenden los que lo debrían reprehender, pero admítenlo de buena gana
por el provecho que sacan con muy finas granjerías que tienen inventadas para ello.
Veamos, ¿cuál terníades por mayor inconveniente, que no hobiese reliquias en el mundo o
que se engañase así la gente con ellas? |
ARCIDIANO |
No sé, no me quiero meter en esas honduras. |
LATANCIO |
¿Cómo honduras? ¿Cuál tenéis en más el ánima de un simple o
el cuerpo de un sancto? |
ARCIDIANO |
Claro está que una ánima vale mucho más. |
LATANCIO |
Pues ¿qué razón hay que por honrar un cuerpo que dicen sancto (y
quizá es de algún ladrón) queráis vos poner en peligro tantas ánimas? |
ARCIDIANO |
Decís verdad, pero puédese dar bien a entender a los simples. |
LATANCIO |
Bien, pero muchas veces los que lo debrían dar a entender son los
que no lo entienden, y allende desto ¿para qué queréis poner en peligro una ánima sin
necesidad? Veamos, si quisiésedes en esta villa ir a Nuestra Señora del Prado y no
supiésedes el camino, ¿no tendríades por muy grande inhumanidad si alguno os guiase por
el río, con peligro de ahogaros en él, podiendo ir más presto y más seguro por la
puente? |
ARCIDIANO |
Sí, por cierto. |
LATANCIO |
Pues así es eso otro. Vos ¿para qué queréis las reliquias? |
ARCIDIANO |
Porque muchas veces me ponen devoción. |
LATANCIO |
Y la devoción ¿para qué la queréis? |
ARCIDIANO |
Para salvar mi ánima. |
LATANCIO |
Pues podiéndola salvar sin peligro de perderla, ¿no tomaríades de
mejor voluntad el camino más seguro? |
ARCIDIANO |
Sí, y aun dicen los confesores que es pecado ponerse a sabiendas en
el peligro de pecar. |
LATANCIO |
Dicen muy gran verdad. |
ARCIDIANO |
Bien, pero ¿qué camino hay más seguro? |
LATANCIO |
El que mostró Jesucristo: amarlo a él sobre todas las cosas y
poner en él solo toda vuestra esperanza. |
ARCIDIANO |
Decís verdad, mas porque yo no puedo hacer eso, quiero hacer esto
otro. |
LATANCIO |
Grandísima herejía es ésa, decir que no podéis, a lo menos,
pedir gracia para hacello, pues decís que la pedís y no se os da. Luego ¿mintiónos
Dios cuando dijo: Petite et accipietis? Y también ¿qué ceguedad es ésa?
¿Pensáis vos que sin guardar los mandamientos de Dios iréis a Paraíso aunque tengáis
un brazo de un sancto o un pedazo de la cruz, y aun toda ella entera en vuestra casa? Sois
enemigo de la cruz, ¿y queréisos salvar con la cruz? |
ARCIDIANO |
Cierto, yo estaba engañado. |
LATANCIO |
Pues veis aquí: con tanta mayor razón se puede el vulgo quejar de
los que les ponen en estas y en otras semejantes supersticiones con peligro de perder sus
ánimas, que vos del que os guió por el río con peligro de ahogaros en él, cuanto el
ánima es más digna que el cuerpo. |
ARCIDIANO |
Bien, pero el vulgo más fácilmente con cosas visibles se atrae y
encamina a las invisibles. |
LATANCIO |
Decís verdad, y aun por eso nos dejó Jesucristo su cuerpo
sacratísimo en el sacramento del altar; y teniendo esto, no sé yo para qué habemos
menester otra cosa. |
ARCIDIANO |
Desa manera, ¿no querríades vos que se hiciese honra a las
reliquias de los sanctos? |
LATANCIO |
Sí querría, por cierto; mas esta veneración querría que fuese
con discreción y que se hiciese a aquellas que se toviesen por muy averiguadas, como por
la Iglesia está ordenado; y estonces querría que se pusiesen en lugar muy honrado y que
no se mostrasen al pueblo, sino que le diesen a entender cómo es todo nada en
comparación del sanctísimo Sacramento que cada día ven y pueden recebir si quieren; y
de esta manera aprendería la gente a amar a Dios y a poner en él toda la confianza de su
salvación. |
ARCIDIANO |
Y las reliquias dudosas, ¿qué querríades hacer dellas? |
LATANCIO |
También ésas querría yo poner en un honesto lugar sin dar a
entender que allí hobiese reliquias. |
ARCIDIANO |
Y las verdaderas ¿no querríades que estoviesen en sus custodias de
plata o de oro? |
LATANCIO |
No, por cierto. |
ARCIDIANO |
¿Por qué? |
LATANCIO |
Por no dar causa a que se les hiciese otro desacato como el que se
les ha hecho agora en Roma, y por no dar a entender que los sanctos se huelgan de poseer
lo que cualquiera bueno se precia de menospreciar. |
ARCIDIANO |
Bien decís, pero ¿no veis que los sanctos se enojarían si les
quitásedes el oro y la plata en que sus huesos están encerrados, y podría ser que de
enojo nos hiciesen algún mal? |
LATANCIO |
Antes tengo por cierto que se holgarían que les quitasen aquel oro
y plata para socorrer gente necesitada, que muchas veces se pierde por no tener que comer. |
ARCIDIANO |
Eso no entiendo si no me lo declaráis más. |
LATANCIO |
Yo os lo diré. El sancto que, mientra vivía en este mundo y tenía
necesidad de sus bienes, los dejó y repartió a los pobres por amor de Jesucristo, ¿no
creéis vos que holgaría de hacer otro tanto después de muerto, cuando no los ha
menester? |
ARCIDIANO |
Sí, por cierto; pues aun nosotros que no somos sanctos, cuando nos
queremos morir, no podiendo llevar nuestros bienes con nosotros, holgamos de darlos a los
pobres y repartirlos entre iglesias y monesterios. |
LATANCIO |
Pues decíme vos agora: ¿qué razón hay para que se presuma que le
pesará a un sancto de hacer después de muerto lo que hizo mientra vivió? |
ARCIDIANO |
Ninguna; antes, a mi ver, se holgaría que haga alguno por amor dél
lo que hiciera él si fuera vivo. |
LATANCIO |
Pues veis ahí; como todos los sanctos, mientra vivieron, holgaron
de ayudar con sus bienes a los pobres, así holgarían ahora de ayudarles con aquella
plata y oro que la buena gente les ha dado, después de muertos. |
ARCIDIANO |
Así Dios me salve que es muy buena razón, y creo que decís muy
gran verdad, pero escandalizarse hía el vulgo. |
LATANCIO |
Yo os doy mi fe que no haría si se proveyese que gente
supersticiosa, que tienen en más sus vientres que la gloria de Jesucristo, no los
anduviesen escandalizando. |
ARCIDIANO |
Cuanto a eso, yo me doy por satisfecho. |
LATANCIO |
Pues vedes aquí cómo Nuestro Señor Jesucristo ha permitido que en
Roma se haga tan gran desacato a las reliquias por remediar los engaños que con ellas se
hacen. |
ARCIDIANO |
Bien está, yo os lo confieso; pero ¿qué me diréis del poco
acatamiento que se tenía a las imágines? ¿Qué razón hay para que Dios permitiese
esto? |
LATANCIO |
Yo os diré. No quiero negar que ello no fuese una grandísima
maldad, pero habéis de saber que tampoco eso permitió Dios sin muy gran causa, porque ya
el vulgo, y aun muchos de los principales, se embebecían tanto en imágines y cosas
visibles, que no curaban de las invisibles, ni aun del sanctísimo Sacramento. En mi
tierra, andando un hombre de bien, teólogo, visitando un obispado de parte del obispo,
halló en una iglesia una imagen de Nuestra Señora que diz que hacía milagros en un
altar frontero del sanctísimo Sacramento, y vio que cuantos entraban en la iglesia
volvían las espaldas al sanctísimo Sacramento, a cuya comparación cuantas imágines hay
en el mundo son menos que nada y se hincaban de rodillas ante aquella imagen de Nuestra
Señora. El buen hombre, como vio la ignominia que allí se hacía a Jesucristo, tomó tan
grande enojo, que quitó de allí la imagen y la hizo pedazos. El pueblo se comovió tanto
de esto que lo quisieron matar, pero Dios lo escapó de sus manos. Los clérigos de la
iglesia, indignados por haber perdido la renta que la imagen les daba, trabajaban con el
pueblo que se fuesen a quejar al obispo, pensando que mandaría luego quemar al pobre
visitador. El obispo, como persona sabia, entendida la cosa cómo pasaba, reprehendió al
visitador del desacatamiento que hizo en romper la imagen, y loó mucho lo que había
hecho en quitarla. Así que, pues no había en la cristiandad muchos tales visitadores que
se doliesen de la honra de Dios y quitasen aquellas supersticiones, permitió que aquella
gente hiciese los desacatos que decís para que, dejada la superstición, de tal manera de
aquí adelante hagamos honra a las imágines que no deshonremos a Jesucristo. |
ARCIDIANO |
Por cierto, ésa es muy sancta consideración, y aun yo os prometo
que hay muy grande necesidad de remedio, especialmente en Italia. |
LATANCIO |
Y aun también la hay acá, y si miráis bien en ello, los mismos
engaños que recibe la gente con las reliquias, eso mismo recibe con las imágines. |
ARCIDIANO |
Decís muy gran verdad; mas no sé si os diga otra cosa, que aún en
pensarlo me tiemblan las carnes. |
LATANCIO |
Decidlo, no hayáis miedo. |
ARCIDIANO |
¿Queréis mayor abominación que hurtar la custodia del altar y
echar en el suelo el sanctísimo Sacramento? ¿Es posible que de esto se pueda seguir
ningún bien? ¡Oh cristianas orejas que tal oís! |
LATANCIO |
¡Válame Dios! ¿Y eso, vísteslo vos? |
ARCIDIANO |
No, pero ansí lo decían todos. |
LATANCIO |
Lo que yo he oído decir es que un soldado tomó una custodia de oro
y dejó el Sacramento en el altar, entre los corporales, y no lo echó en el suelo, como
vos decís. Pero comoquiera que ello sea, es muy grande impiedad y atrevimiento, digno de
muy recio castigo. Mas, a la verdad, no es cosa nueva, antes suele muchas veces acaecer
entre gente de guerra, y dello tienen la culpa los que, sabiéndolo, quieren más la
guerra que vivir en paz. Pero digo que nunca hobiese seído hecho, ¿paréceos ésa la
mayor abominación que podía ser? Veamos: ¿no era mayor echarlo en un muladar? |
ARCIDIANO |
Mayor. |
LATANCIO |
Pues ¿cuántas veces lo habéis vos visto en Roma echar en el
muladar? |
ARCIDIANO |
¿Cómo en el muladar? |
LATANCIO |
Yo os lo diré. Decíme: ¿cuál hiede más a Dios: un perro muerto
de los que echan en el muladar o una ánima obstinada en la suciedad del pecado? |
ARCIDIANO |
El ánima, porque dice Sanct Agustín que tolerabilius foetet
canis putridus hominibus quam anima peccatrix Deo. |
LATANCIO |
Luego no me negaréis que no sea un pestífero muladar el ánima de
un vicioso. |
ARCIDIANO |
No, por cierto. |
LATANCIO |
Pues el sacerdote que, levantándose de dormir con su manceba -no
quiero decir peor-, se va a decir misa, el que tiene el beneficio habido por simonía, el
que tiene el rancor pestilencial contra su prójimo, el que mal o bien anda allegando
riquezas, y obstinado en estos y otros vicios, aun muy peores que éstos, se va cadaldía
a recebir aquel sanctísimo Sacramento, ¿no os parece que aquello es echarlo peor que en
un muy hediente muladar? |
ARCIDIANO |
Vos me habláis un nuevo lenguaje y no sé qué responderos. |
LATANCIO |
No me maravillo que la verdad os parezca nuevo lenguaje. Pues mirad,
señor: ha permitido Dios que eso se hiciese o se dijese, porque viendo los clérigos
cuán grande abominación es tractar así el cuerpo de Jesucristo, vengan en conocimiento
de cómo lo tratan ellos muy peor y, apartándose de su mal vivir, limpien sus ánimas de
los vicios y las ornen de virtudes para que venga en ellas a morar Jesucristo y no lo
tengan, como lo tienen, desterrado. |
ARCIDIANO |
Así Dios me vala que vos me habéis muy bien satisfecho a todas mis
dudas, y estoy muy maravillado de ver cuán ciegos estamos todos en estas cosas
exteriores, sin tener respecto a las interiores. |
LATANCIO |
Tenéis muy gran razón de maravillaros, porque a la verdad es muy
gran lástima de ver las falsas opiniones en que está puesto el vulgo y cuán lejos
estamos todos de ser cristianos, y cuán contrarios son nuestras obras a la doctrina de
Jesucristo, y cuán cargados estamos de supersticiones; y a mi ver todo procede de una
pestilencial avaricia y de una pestífera ambición que reina agora entre cristianos mucho
más que en ningún tiempo reinó. ¿Para qué pensáis vos que da el otro a entender que
una imagen de madera va a sacar cautivos y que, cuando vuelve, vuelve toda sudando, sino
para atraer el simple vulgo a que ofrescan a aquella imagen cosas de que él después se
puede aprovechar? ¡Y no tiene temor de Dios de engañar así la gente! ¡Como si Nuestra
Señora, para sacar un cativo, hobiese menester llevar consigo una imagen de madera! Y
seyendo una cosa ridícula, créelo el vulgo por la auctoridad de los que lo dicen. Y
desta manera os dan otros a entender que si hacéis decir tantas misas, con tantas
candelas, a la segunda angustia hallaréis lo que perdiéredes o perdistes. ¡Pecador de
mí! ¿No sabéis que en aquella superstición no puede dejar de entrevenir obra del
diablo? Pues interveniendo, ¿no valdría más que perdiésedes cuanto tenéis en el
mundo, antes que permitir que en cosa tan sancta se entremeta cosa tan perniciosa? En esta
misma cuenta entran las nóminas que traéis al cuello para no morir en fuego ni en agua,
ni a manos de enemigos, y encantos, o ensalmos que llama el vulgo, hechos a hombres y a
bestias. No sé dónde nos ha venido tanta ceguedad en la cristiandad que casi habemos
caído en una manera de gentilidad. El que quiere honrar un sancto, debría trabajar de
seguir sus sanctas virtudes, y agora, en lugar desto, corremos toros en su día, allende
de otras liviandades que se hacen, y decimos que tenemos por devoción de matar cuatro
toros el día de Sanct Bartolomé, y si no se los matamos, habemos miedo que nos
apedreará las viñas. ¿Qué mayor gentilidad queréis que ésta? ¿Qué se me da más
tener por devoción matar cuatro toros el día de Sanct Bartolomé que de sacrificar
cuatro toros a Sanct Bartolomé? No me parece mal que el vulgo se recree con correr toros;
pero paréceme ques pernicioso que en ello piense hacer servicio a Dios o a sus sanctos,
porque, a la verdad, de matar toros a sacrificar toros yo no sé que haya diferencia.
¿Queréis ver otra semejante gentilidad, no menos clara que ésta? Mirad cómo habemos
repartido entre nuestros santos los oficios que tenían los dioses de los gentiles. En
lugar de dios Mars, han sucedido Sanctiago y Sanct Jorge; en lugar de Neptuno, Sanct Elmo;
en lugar de Baco, Sanct Martín; en lugar de Eolo, Sancta Bárbola; en lugar de Venus, la
Madalena. El cargo de Esculapio habemos repartido entre muchos: Sanct Cosme y Sanct
Damián tienen cargo de las enfermedades comunes; Sanct Roque y Sanct Sebastián, de la
pestilencia; Sancta Lucía, de los ojos; Sancta Polonia, de los dientes; Sancta Águeda,
de las tetas; y por otra parte, Sanct Antonio y Sanct Aloy, de las bestias; Sanct Simón y
Judas, de los falsos testimonios; Sanct Blas, de los que esternudan. No sé yo de qué
sirven estas invenciones y este repartir de oficios, sino para que del todo parezcamos
gentiles y quitemos a Jesucristo el amor |
ARCIDIANO |
¿De dónde procede eso a vuestro parecer? |
LATANCIO |
No me metáis ahora en ese laberinto, a mi ver más peligroso quel
de Creta. Dejemos algo para otro día. Y agora quiero que me digáis si a vuestro parecer
he complido lo que al principio os prometí. |
ARCIDIANO |
Digo que lo habéis hecho tan cumplidamente, que doy por bien
empleado cuanto en Roma perdí y cuantos trabajos he pasado en este camino, pues con ello
he ganado un día tal como éste, en que me parece haber echado de mí una pestífera
niebla de abominable ceguedad y cobrado la vista de los ojos de mi entendimiento, que
desde que nací tenía perdida. |
LATANCIO |
Pues eso conocéis, dad ahora gracias a Dios por ello, y procurad de
no serle ingrato, y pues vos quedáis satisfecho, razón será que me contéis lo que más
en Roma pasó hasta vuestra partida. |
ARCIDIANO |
Eso haré yo de muy buena voluntad. Habéis de saber que, luego como
el ejército entró en Roma, pusieron guardas al castillo porque ninguno pudiese salir ni
entrar, y el Papa, conociendo el evidente peligro en que estaba y el poco respecto que
aquellos soldados le tenían, determinó de hacer algún partido con los capitanes del
Emperador, para lo cual mandó llamar a micer Joan Bartolomé de Gatinara, regente de
Nápoles, y le dio ciertas condiciones con que era contento de rendirse para que de su
parte las ofreciese a los capitanes del ejército; y aunque andando de una parte a otra,
procurando este concierto, desde el castillo le pasaron un brazo con un arcabuz, a la fin,
cinco días después quel ejército entró en Roma, la capitulación fue hecha y por
entrambas partes firmada. Pero como en este medio el Papa tuviese nueva cómo el ejército
de la liga lo venía a socorrer, no quiso que aquel concierto se ejecutase. |
LATANCIO |
Por cierto, eso me parece la más recia cosa de cuantas me habéis
dicho. ¿No había padecido harta mala ventura la pobre de Roma por su causa, sin que
quisiese acabar de destruirla? Si veniera el ejécito de la liga a socorrerla, claro está
que habían de pelear con los nuestros y morir mucha gente de una parte y de otra; y si
los nuestros vencían, el Papa y los que con él estaban quedaban en mayor peligro, y si
los de la liga, Roma fuera de nuevo saqueada. ¿Cómo no fuera mejor tomar cualquier
concierto que, habiendo visto tanto mal, ser causa de otras muertes de gentes y de nueva
destrución? |
ARCIDIANO |
Por cierto vos tenéis mucha razón, que muy menor inconveniente
fuera aceptar el concierto quel daño que de ser socorrido se podía seguir. Pues como el
ejército del Emperador supo esto y que los enemigos venían, salieron al campo con ánimo
de combatir; mas ellos no osaron pasar del Isola, donde estovieron algunos días, y el
castillo siempre se tenía, con esperanza de ser socorrido o que entre los imperiales se
levantaría alguna discordia, por faltarles su capitán general; y ellos en este medio no
cesaban de hacer sus trincheas y minas para combatir el castillo, y aun en ellas fue
herido de una escopeta el Príncipe de Orange-, a quien tenían por principal cabeza en el
ejército. Allí vino el cardenal Colona, con los señores Vespasiano y Ascanio Colona y
remediaron algo de los males que se hacían. Vino asimismo el Visorrey de Napóles y don
Hugo de Moncada y el Marqués de Gasto y el señor Alarcón y otros muchos capitanes y
caballeros con la gente del reino de Nápoles; y como en este medio no cesaban los tractos
en el castillo, a la fin el Papa, sabido quel ejército de la liga se volvía, y viendo
que no tenía esperanza de ser socorrido, acuerda de render el castillo en poder del
Emperador con estas condiciones: que toda la gente que estaba dentro se fuesen libremente
donde quisiesen, y que no tocasen a cosa alguna de lo que en el castillo estaba, y por el
rescate de las personas y hacienda, el Papa prometía de dar cuatrocientos mil ducados
para pagar la gente. |
LATANCIO |
¿Cómo? ¿Y no les bastaba lo que habían robado? |
ARCIDIANO |
Sé que eso no entra en la cuenta de la paga. Y para seguridad desto
el Papa les dio en rehenes aquella buena creatura de Joan Mateo Giberto, obispo de Verona,
con otros tres obispos, y a Jacobo Salviati con otros dos mercaderes florentines; y
allende desto prometió de dejar en poder del Emperador, hasta saber lo que su Majestad
querría mandar, el dicho castillo de Sanct' Angel y Ostia y Civitá vieja con el puerto,
y prometió también de dar las ciudades de Parma, Placencia y Módena; y Su Sanctidad,
con los trece cardenales que estaban en el castillo, se iban al reino de Nápoles, para
desde ahí venirse a ver con el Emperador. |
LATANCIO |
Por cierto que fue ése un buen medio para ordenar algún bien en la
cristiandad. |
ARCIDIANO |
Sí; mas, para deciros la verdad, aunque quisieron ellos que esto
así se dijese, porque parecía mal retener un Papa y Colegio de Cardenales contra su
voluntad, digan lo que quisieren, que a la fin ellos estaban gentilmente presos. |
LATANCIO |
¿No decís quél mismo de su voluntad se quiso ir a Nápoles? |
ARCIDIANO |
Sí, pero aquello fue de necesidad hacer virtud; mas pues él quiso
estar tantos días esperando ser socorrido, ¿no os parece que, si en su voluntad
estuviera, holgara más de estar en el ejército de la liga que donde está? |
LATANCIO |
No puedo negaros que no sea verisímile, pero ¿qué sabéis si
después ha mudado esa voluntad? |
ARCIDIANO |
Por cierto yo no lo sé, ni aun lo creo, ni parece bien que la
cabeza de la Iglesia esté desta manera. |
LATANCIO |
Veamos: quien podiese evitar algún mal, ¿no es obligado a hacerlo? |
ARCIDIANO |
¿Quién duda? |
LATANCIO |
¿No sería reprehensible el que diese causa a otro para hacer mal? |
ARCIDIANO |
Sería en la mesma culpa, porque qui causam damni dat,
damnun dedisse videtur. |
LATANCIO |
Decís muy bien. Pues veis aquí: el Papa está de su voluntad o no;
si está de su voluntad, no es sino bien que esté donde él quisiere, y si contra su
voluntad, decidme: ¿para qué querría estar con el ejército de la liga? |
ARCIDIANO |
Claro está que para vengarse de la afrenta y daño que ha recebido. |
LATANCIO |
Y veamos: ¿qué se seguiría? |
ARCIDIANO |
¿Qué se podría seguir sino mucha discordia, guerra, muertes y
daños en toda la cristiandad? |
LATANCIO |
Pues para evitar esos males tan evidentes, ¿no os parece que está
mejor en poder del Emperador que en otra parte, aunque estoviese contra su voluntad,
conforme a lo que hoy decíamos del hijo que tiene a su padre atado? Y si el Emperador le
dejase ir donde él quisiese, ¿no se le imputarían a él los males que de allí se
siguiesen, pues daría él la causa para ello? |
ARCIDIANO |
Yo lo confieso, pero ¿qué dirán todos, grandes y pequeños, sino
quel Emperador tiene al Papa y a los cardenales presos? |
LATANCIO |
Eso dirán los necios, a cuyos falsos juicios sería imposible
satisfacer; que los prudentes y sabios, conociendo convenir al bien de la cristiandad que
el Papa esté en poder del Emperador, tenerlo han por muy bien hecho, y loarán la virtud
y prudencia de su Majestad, y aun serle ha la cristiandad en perpetua obligación. |
ARCIDIANO |
Cuanto por lo mío, yo holgaré que esté do quisiéredes con que me
den acá la posesión de mis beneficios. Pero no sé si miráis en una cosa: que estáis
descomulgados. |
LATANCIO |
¿Por qué? |
ARCIDIANO |
Porque tomastes y tenéis contra su voluntad el supremo Pastor de la
Iglesia. |
LATANCIO |
Mirad, señor, aquel está descomulgado que con mala intención no
quiere obedecer a la Iglesia; mas el que por el bien público de la cristiandad detiene al
Papa y no le quiere soltar por evitar los daños que de soltarle se seguirían, creedme
vos a mí que no solamente no está descomulgado, pero que merece mucho cerca de Dios. |
ARCIDIANO |
Cosa es ésa harto verisímile, mas no sé yo si nuestros canonistas
os la querrán conceder. |
LATANCIO |
El canonista que no lo querrá conceder mostrará no tener juicio. |
ARCIDIANO |
Yo así lo creo; allá se avengan. De una cosa tuve muy gran
despecho: quel Papa luego perdonó a toda la gente de guerra cuantas cosas habían hecho. |
LATANCIO |
¿Por qué os pesó? |
ARCIDIANO |
Porque ellos quedan ricos y perdonados, y nosotros llorando nuestros
duelos. |
LATANCIO |
¿Vos creéis que vale aquel perdón? Así hizo con los coloneses,
perdonólos y después destruyólos. ¡Gentil manera de perdonar! |
ARCIDIANO |
No sé qué me crea, sino que ellos quedan absueltos de las ánimas
y cargadas las bolsas. |
LATANCIO |
Pues ¿por qué no reclamábades? |
ARCIDIANO |
A eso nos andábamos. ¡Para dejar la pelleja con la hacienda! Las
cosas estaban de tal manera, que hecho y por hacer les perdonaran. ¡Si viérades al Papa
como yo le vi! |
LATANCIO |
¿Dónde? |
ARCIDIANO |
En el castillo. |
LATANCIO |
¿A qué íbades allí? |
ARCIDIANO |
Vacaron ciertos beneficios en mi tierra, por muerte de un mi vecino,
y fuilos a demandar. |
LATANCIO |
Demasiada cobdicia era ésa. ¿No habíades mala vergüenza de ir a
importunar con demandas en tal tiempo? |
ARCIDIANO |
No, por cierto, que hombre vergonzoso el diablo lo trajo a palacio;
y también había muchos que los demandaban, y quise más prevenir que ser prevenido. |
LATANCIO |
Agora os digo que es terrible la cobdicia de los clérigos. ¿Y
qué? ¿También había otros que los demandaban? |
ARCIDIANO |
¡Mirad qué duda! ¿Y para qué pensáis vos que vamos nosotros a
Roma? |
LATANCIO |
Yo pensé que por devoción. |
ARCIDIANO |
¡Sí, por cierto! En mi vida estuve menos devoto. |
LATANCIO |
Ni aun menos cristiano. |
ARCIDIANO |
Sea como mandáredes. |
LATANCIO |
Yo os doy mi fe que si yo fuera Papa, vos no llevárades los
beneficios sólo porque madrugastes tanto y después de tan gran persecución no habíades
dejado la cobdicia. |
ARCIDIANO |
Y aun por eso es Dios bueno, que no lo érades vos, sino Clemente
Séptimo, que me los dio luego de muy buena gana, aunque iba en hábito de soldado como
vedes. |
LATANCIO |
Yo os prometo que esa fue demasiada clemencia. Ea, decíme, ¿cómo
lo hallastes? |
ARCIDIANO |
Hallélo a él y a todos los cardenales y a otras personas que con
él estaban tan tristes y desconsolados, que en verlos se me saltaban las lágrimas de los
ojos. ¡Quién lo vido ir en su triunfo con tantos cardenales, obispos y protonotarios a
pie, y a él llevarlo en una silla sentado sobre los hombros dándonos a todos la
bendición, que parecía una cosa divina; y agora verlo solo, triste, afligido y
desconsolado, metido en un castillo, y sobre todo en manos de sus enemigos! Y allende
desto ¡ver los obispos y personas eclesiásticas que iban a verlo, todos en hábito de
legos y de soldados, y que en Roma, cabeza de la Iglesia, no hobiese hombre que osase
andar en hábito eclesiástico! ¡No sé yo qué corazón hay tan duro que, oyendo esto,
no se moviese a compasión! |
LATANCIO |
¡Oh inmenso Dios, cuán profundos son tus juicios! ¡Con cuánta
clemencia nos sufres, con cuánta bondad nos llamas, con cuánta paciencia nos esperas,
hasta que nosotros, con la continuación de nuestros pecados, provocamos contra nosotros
mismos el rigor de tu justicia! Y pues ansí en lo uno como en lo otro nos muestras tu
misericordia y bondad infinita, por todo, Señor, te damos infinitas gracias, conociendo
que no lo haces sino para mayor mérito nuestro. ¡Quién vido aquella majestad de aquella
corte romana, tantos cardenales, tantos obispos, tantos canónigos, tantos protonotarios,
tantos abades, deanes y arcidianos; tantos cubicularios, unos ordinarios y otros
extraordinarios; tantos auditores, unos de la cámara y otros de la Rota; tantos
secretarios, tantos escritores, unos de Bulas y otros de Breves; tantos abreviadores,
tantos abogados, copistas y procuradores, y otros mil géneros de oficios y oficiales que
había en aquella corte! ¡Y verlos todos venir con aquella pompa y triunfo a aquel
palacio! ¿Quién dijera que habíamos de haber una tan súbita mudanza como la que agora
he oído? Verdaderamente, grandes son los juicios de Dios. Agora conozco que con el rigor
de la pena recompensa la tardanza del castigo. |
ARCIDIANO |
Pues ¡si viérades aquellos cardenales despedir sus familias y
quedarse solos por no haberles quedado qué darles de comer! |
LATANCIO |
De una cosa me consuelo: que, a lo menos, mientras esto les turare,
parecerán más al vivo lo que representan. |
ARCIDIANO |
¿Qué? |
LATANCIO |
A Jesucristo con sus apóstoles. |
ARCIDIANO |
Decís verdad; mas en ese caso más querrían parecer al papa Julio
con sus triunfos. Decíme: ¿cómo ha tomado el Emperador lo que en Roma se ha hecho
contra la Iglesia? |
LATANCIO |
Yo os diré. Cuando vino nueva cierta de los males que se habían
hecho en Roma, el Emperador, mostrando el sentimiento que era razón, mandó cesar las
fiestas que se hacían por el nascimiento del príncipe don Felipe. |
ARCIDIANO |
¿Creéis que le ha pesado de lo que se ha hecho? |
LATANCIO |
¿Qué os parece a vos? |
ARCIDIANO |
Cierto, yo no lo sabría bien juzgar, porque de una parte veo cosas
por donde le debe pesar y de otra por donde le debe placer, y por eso os lo pregunto. |
LATANCIO |
Yo os lo diré. El Emperador es muy de veras buen cristiano y tiene
todas sus cosas tan encomendadas y puestas en las manos de Dios, que todo lo toma por lo
mejor, y de aquí procede que ni en la prosperidad le vemos alegrarse demasiadamente ni en
la adversidad entristecerse, de manera que en el semblante no se puede bien juzgar dél
cosa ninguna; mas, a lo que yo creo, tampoco dejará de conformarse con la voluntad de
Dios en esto como en todas las otras cosas. |
ARCIDIANO |
Tal sea mi vida. ¿Qué os parece que agora su Majestad querrá
hacer en una cosa de tanta importancia como ésta? A la fe, menester ha muy buen consejo,
porque si él desta vez reforma la Iglesia, pues todos ya conocen cuánto es menester,
allende del servicio que hará a Dios, alcanzará en este mundo la mayor fama y gloria que
nunca príncipe alcanzó, y decirse ha hasta la fin del mundo que Jesucristo formó la
Iglesia y el Emperador Carlo Quinto la restauró. Y si esto no hace, aunque lo hecho haya
seído sin su voluntad y él haya tenido y tenga la mejor intención del mundo, no se
podrá escusar que no quede muy mal concepto dél en los ánimos de la gente, y no sé lo
que se dirá después de sus días, ni la cuenta que dará a Dios de haber dejado y no
saber usar de una tan grande oportunidad como agora tiene para hacer a Dios un servicio
muy señalado y un incomparable bien a toda la república cristiana. |
LATANCIO |
El Emperador, como os tengo dicho, es muy buen cristiano y prudente,
y tiene personas muy sabias en su consejo. Yo espero quél lo proveerá todo a gloria de
Dios y a bien de la cristiandad. Mas, pues me lo preguntáis, no quiero dejar de deciros
mi parecer, y es que cuanto a lo primero, el Emperador debría... |
PORTERO |
Mirad, señores, la iglesia no se hizo para parlar, sino para rezar.
Salíos afuera, si mandardes, que quiero cerrar la puerta. |
LATANCIO |
Bien, padre, que luego vamos. |
PORTERO |
Si no queréis salir, dejaros he encerrados. |
ARCIDIANO |
Gentil cortesía sería ésa, a lo menos no os lo manda así Sanct
Francisco. |
PORTERO |
No me curo de lo que manda Sanct Francisco. |
LATANCIO |
Bien lo creo. Vamos, señor, que tiempo habrá para acabar lo que
queda. |
ARCIDIANO |
Holgara cosa estraña de oíros lo que comenzastes; mas, pues así
es, vamos con Dios, con condición que nos tornemos a juntar aquí mañana. |
LATANCIO |
Mas vamos a Sanct Benito, porque este fraile no nos torne a echar
otra vez. |
ARCIDIANO |
Bien decís; sea como mandáredes. |
|
FINIS |