Alfonso de Valdés
 
 

Diálogo de Mercurio y Carón

  
Segund[o] libro (continuación)

CARÓN.     Cata, cata.

MERCURIO.     Ya lo veo; obispo parece en el hábito. Atajémosle el camino que va muy apriessa.

CARÓN.     Corre tú, pues eres más moço, que a la fe, a mí días ha que me nascieron canas.

MERCURIO.     Hazia acá viene. Esperemos. Veamos lo que dirá.

ÁNIMA.     Como conoscí que me queríades hablar, me vine hazia vosotros. Por esso, preguntad dezid lo que quisierdes.

MERCURIO.     Tu resplandor nos ciega y espanta, y tu humildad y benigna habla nos combida a que no dexemos de rogarte que nos digas el estado que touiste en el mundo y de qué manera en él te gouernaste, pues tanta gloria mereces alcançar[.]

ÁNIMA.     Lo vno será muy fácil de hazer y lo otro holgaré yo breuemente de contar, no por alabarme a mí, mas por diuulgar la manera cómo tanto bien he alcançado porque me puedan otros seguir alcançar lo que yo alcanço. Hauéis de saber que yo fui obispo, y para tan alto grado y trabajoso lugar elegido de treinta años. Digo elegido, porque ni yo jamás lo pedí, ni aun me passó por pensamiento dessearlo, conosciéndome tan inábil insuficiente para ello, que en ninguna manera lo osara dessear, antes, siéndome ofrecido, lo rehusé, diziéndoles que mirassen bien lo que hazían, que no se hauían de proueer assí los obispados; que se acordassen de lo que San Pablo escriue a Timotheo de los dones virtudes que ha de tener el obispo, diziendo: Oportet episcopum irreprehensibilem esse, vnius vxoris virum, sobrium, prudentem, ornatum, pudicum, hospitalem, doctorem, non vinolentum, non percussorem sed modestum, non litigiosum, non cupidum, sed suae domui bene praepositum. Y otra vez el mismo San Pablo a Tito. Oportet episcopum sine crimine esse, sicut dei dispensatorem, non superbum, non iracundum, non vinolentum, non percu[s]sorem, non turpis lucri cupidum, sed hospitalem, benignum, prudentem, sobrium, iustum, sanctum, continentem, amplectentem eum qui secundum doctrinam est, fidelem sermonem, vt potens sit exhortari [in] doctrina sana, eos qui contradicu[n]t, arguere. Pues si miráis vosotros quan lexos están de mí estas virtudes y quán necessarias son a la dignidad y cargo que me queréis dar, soy cierto que no me lo daréis, especiaImente que, dado que en mí las houiesse, mi edad os las deuría hazer tener por sospechosas. Con estas y otras semejantes razones me escusaua quanto podía de tomar aquel cargo, nombrando personas que (a mi ver) mucho mejor que yo pudieran cumplir con vn cargo tan importante pero, quanto más yo me escusaua de tomarlo, tanta más gana venía a todos de importunarme que lo tomasse. Y a la fin, lo houe de hazer y, no oluidándome ni dissimulando saber qué era lo que hauía tomado a cargo, y considerando ser officio de[l] reprehensor que en él no haya qué reprehender, trabajé de ordenarme a mí y a mi casa de manera que, ni en mí, ni en mis criados hallasse ninguno cosa notable que reprehender, porque de otra manera, ¿cómo reprehenderé yo al ambicioso, si me veen andar a mí, procurando de trocar mi obispado por otro que rente más? ¿Cómo reprehenderé al auaro si yo no menosprecio el dinero, quanto más andar hambreando tras él? ¿Cómo reprehenderé al luxurioso, si yo no soy casto y al soberuio si yo no soy humilde, y al comilón si tengo por dios mi vientre y al jugador si a mí me passa toda la noche jugando, y al clérigo caçador si mi casa está llena de perros, halcones y ga[u]ilanes? finalmente, pareciéndome que si yo tenía en mi casa algún vicio, no lo osaría reprehender en otro y quando bien lo quisiesse hazer, no ternía vigor mi reprehensión, procuré con mucho cuydado de ser yo tal que osasse reprehender los otros y touiesse mi reprehensión auctoridad. Después desto, porque no basta dar buen exemplo si no se amonesta al pueblo lo que ha de hazer, trabajaua de enseñar a todos la doctrina christiana, pura y limpia, sin mezcla de vanidades ni supersticiones y de apartarlos de vicios y pecados, atrayendo vnos con dádiuas y halagos, y a otros con castigos y amenazas, pero de tal manera que conosciessen no mouerme a ello afición ni passión ni interesse mío particular, mas solamente el prouecho general. Para esto tenía mis predicadores que me ayudauan, no tomados de por aý sino muy escogidos, teniendo no menos respecto a su buena vida que a sus letras, y ellos por vna parte e yo por otra, nunca dexáuamos de predicar y trabajar. Mas, porque allende desto, conuenía y era muy necessario quitar los inconuenientes y secar las fuentes de donde manan los vicios, y buscar y plantar árboles de donde cojan y tomen virtudes, conosciendo quánto corrompen las buenas costumbres y sanctos propósitos, las malas, suzias y deshonestas palabras, porque comúnmente tales son nuestras obras quales las palabras, corrompiéndose lo vno con lo otro, ponía mucho recaudo en que no se consentiessen dezir, mas que como torpe suzio corrompedor de buenas costumbres, desterrassen de la ciudad al que las dixesse; especialmente usaua mucho rigor contra vna manera de gente infernal que de noche se anda echando pullas por las calles con mucho daño de las tiernas donzellas y de las religiosas que lo oyen. Al principio, se me opusieron algunos, diziendo no ser aquel delicto digno de castigo. Estonces dixe yo, ¿cómo? Castigáis al que con cosas hediondas inficiona la ciudad, porque es cosa dañosa a los cuerpos[,] ¿y no castigaréis a éstos que con sus abhominables palabras esparzen tanta ponçoña en las ánimas? Después desto, considerando de quántos males y errores son causa muchos libros y escripturas compuestas o por hombres simples o por viciosos y maliciosos, teniendo solamente respecto al interesse suyo particular, yo mismo passé y examiné todos los libros vulgares que hauía en mi obispado, y aun libritos de rezar y oraciones que se vendían apartadas, y bien visto todo, y comunicado con personas sabias y virtuosas, vedé que no se vendiessen libros de cosas prophanas historias fingidas, porque con aquéllos se inficionauan los ánimos de los que leýan y de los que oýan y con estotros se pierde el tiempo sin poderse dellos sacar fructo. En esto ouo poco que hazer, porque la cosa se estaua de suyo clara. Mas en los libros que tenían título de religión y castidad tuue muy gran trabajo incomportables contradiciones, porque las cosas que con este título entran son muy malas de desarraygar. Todavía insistí tanto en ello, viendo la necessidad que desto hauía, y la multitud de engaños que de aquí manauan, y las impertinencias y disparates que en muchos libros a cada passo hallé, que al fin quité muchas cosas apócriphas y otras que ofuscauan más que edificauan los leyentes. Y finalmente aparté todo aquello que parecía ser en alguna manera contrario, no solamente a la fe, mas a la doctrina cristiana. Allende desto de libros y horas de rezar quité muchas oraciones por idiotas ignorantes ordenadas más para sus interesses que por otro respecto en que hallaua no poca superstición y aun idolatría tan manifiesta, que apenas podía leerlas sin llorar, viendo a quánta ceguedad éramos venidos los cristianos y a quán buen sueño duermen los perlados que aquello sufren. En otras oraciones quité los títulos que dezían vnos que el que la dixesse no moriría e[n] pecado mortal, o que le serían perdonados todos sus pecados o que veería a Nuestra Señora tres días antes de su muerte o que le diría la hora della, hallando por mi cuenta que muchos, fiándose en estas oraciones y en otras semejantes deuociones, o por mejor dezir, supersticiones que traen entre las manos, nunca dexan de pecar, pensando que sus deuociones les darán la gloria, aunque por otra parte perseueren continuamente en ofender a dios, engaño por cierto, digno de llorar. Determinando, pues, qué libros se hauían de leer y qué de uedar y dexar, y puesto en orden, emendado y ad[e]reçado lo que se auía de leer, assí de cosas sacras como profanas, hize impremir de todo ello vna muy gran multitud de libros, assí en latín como en vulgar hize trasladar el Testamento Nueuo y otras cosas latinas que me parecieron prouechosas para el vulgo. Y quando lo toue todo impresso, publiqué por todo mi obispado la orden que en esto se hauía dado, rogando y mandando a todos, so pena de ser echados de la yglesia, que truxessen luego los libros que tenían, nueuos viejos, a mí o a mis deputados, y por cada libro que dauan de aquellos corruptos, falsos y malos, les daua yo otro de los buenos y emendados que hauía hecho imprimir, sin consentir que se les lleuasse por ello vn solo dinero. Y desta manera, no hauía persona que no holgasse y aun tuuiesse en mucha gracia que le trocassen su ruýn libro por vn[o] bueno sin que le costasse nada y quando los toue todos recogidos, como a malhechores, los desterré de todo mi obispado. Y como de allí adelante la gente se empleaua en leer cosas sanctas y de puramente buena doctrina y limpia de supersticiones y engaños, marauillaros ýades con quanta felicidad y quán presto floreció en mi obispado el viuir verdaderamente cristiano[,] y a mi ver ésta fue vna de las mejores obras que yo en mi obispado hize. Allende desto, ordené vn colegio en que cien niños aprendiessen a viuir como cristianos, y sciencia para que lo supiessen enseñar a otros, no poniendo en él personas por fauor ni por otra grangería, sino los que a mi parecer houiessen de salir más tiles a la república, dándoles los más insignes maestros que en letras y en bondad de vida hallaua. A estos colegiales proueýa yo de los beneficios que vacauan, conforme a la habilidad y letras de cada vno. Procuré que se quitassen los vagabundos especialmente los que andauan pidiendo por dios podiendo trabajar; toue manera que cada pueblo mantuuiesse ordinariamente sus pobres, no dexándolos andar por las yglesias ni por las calles, y que a los estrangeros diessen de comer en cada lugar por tres días y no más, echándolos al tercero día fuera, si no estuuiessen notablemente enfermos. A los frayles mendicantes hazía dar muy bien de comer en sus monesterios, no consientiendo que saliessen dellos sino a predicar o a confessar. A los huérfanos, viudas y otros pobres vergonçantes proueýa yo de mi casa, preciándome de visitarlos, consolándolos y ayudándolos en sus necessidades, quanto mi renta se podía estender. Cada mes visitaua los hospitales, proueyéndolos de lo que auían menester. A mis clérigos tenía tan sugetos y obedientes, que vnos por virtud y otros por vergüença o temor no osauan hazer lo que no deuían. Pleyto sobre beneficio nunca lo consentí; los otros pleyteantes entendía siempre en concertar, mostrándoles aun al vencedor ser más la pérdida que la ganancia. No podía sufrir ni consentir enemistades. Trabajaua que todos viuiesen en paz y caridad, andando yo de casa en casa procurándolo. A ninguno ordenaua de corona si no tenía beneficio y suficiencia para ser clérigo. A los malos clérigos castigaua con mucho rigor; a los buenos abraçaua con muy grande amor. Yo mismo visitaua todo mi obispado, no para cohechar ni lleuar lo suyo a ninguno, mas para darles yo de lo que dios me hauía dado que dispensasse. Reparé muchas yglesias, otras proueý de ornamentos, tomando de vnas que tenían demasiado y dando a otras que tenían falta. Toue siempre mucho cuidado de casar huérfanas y ayudar a otras personas necessitadas, no dando lugar que alguna donzeIla se perdiesse ni aun se metiesse monja por necessidad, y si me faltauan dineros para esto, no pudiendo tanto cumplir mis rentas, no dexaua de tomar de la plata que algunas yglesias tenían sobrada, y tanbién de las fábricas para emplear en vna tan buena obra como ésta, porque no se perdiessen aquellas ánimas que son verdaderos templos de dios y ornamentos con que huelga de ser seruido.
  

MERCURIO.     ¿Y no hauía quién murmurasse contra ti por esso?

ÁNIMA.     Bien creo que no faltaua, mas como mis obras no les dauan causa que pensassen mal de mí, los buenos lo tenían por bueno, y los malos no osauan hablar.

MERCURIO.     Por cierto, aunque sancta, trabajosa vida tenías.

ÁNIMA.     ¿Cómo trabajosa? Antes muy descansada en comparación de la que otros obispos tienen; vnos andan en la corte procurando de trocar su obispado por otro, no en que puedan mejor seruir a dios, mas en que mayor renta tengan con que siruan a[ ] sí. Y sabe dios quántos trabajos, afrentas y befas que a cada hora reciben. Otros, si residen en sus yglesias, es con continua discordia que tienen con sus cabildos; otros juegan lo suyo y lo ageno; otros mantienen caça como hombres prophanos, y neuando y llouiendo, se andan vn día entero por caçar vna pobre perdiz; otros andan tan sin vergüença entremetidos en mugeres como si ni fuessen obispos ni cristianos. Y allende del trabajo, que para mantener estos vicios los cuytados passan, que a la verdad es mucho más y mayor que el que yo tenía, ¿quién no sabe quanta hyel y amargura les viene mezclado con aquellos deleytes, acordándose que por vna parte ofenden a dios, no haziendo lo que son obligados, y haziendo lo que en ninguna manera deurían hazer[?] y por otra adquieren vna grande infamia en este mundo. ¿No os parece que recebía yo más verdadero deleite en mejorar las costumbres de mi obispado que los otros en trocar los suyos por otros más ricos? ¿No os parece que me holgaua yo más en viuir en paz con mi cabildo que los otros en andar a puñadas con él? ¿No os parece que holgaua yo más en gastar mi hazienda con pobres y necessitados que aquéllos en jugarla y comerla y gastarla con chocarreros y desperdiciarla? ¿No os parece que era muy mayor gozo el que yo tornaua en ganar vna ánima que el de aquéllos en matar vna perdiz? Pues si añadimos a esto el desassossiego con que de continuo, muriendo viuen, y viuiendo temen la muerte, y por otra parte el alegría y contentamiento con que yo, deseando dexar aquel cuerpo, viuía, claramente conosceréis la ventaja que aun allá en el mundo les tenía.

MERCURIO.     Dessos tales me marauillo yo con qué cara osan pedir obispados para vsar tan mal dellos, y aun mucho más de los que se los dan.

CARÓN.     Yo te diré, Mercurio, los que los piden, o son ydiotas o letrados; si ydiotas, no saben lo que se piden; si letrados cré[e]me tú que no creen firmemente lo que leen, pues los que se los dan, de la misma manera, o ellos no saben ni les djzen lo que dan o si lo saben y se lo dizen, no sienten bien de la religión en que viuen. Si no, dezidnos Vos si es assí verdad.

ÁNIMA.     Allá se lo hayan, que yo me entremeto en juzgar vidas agenas ni puedo aquí más parar.

CARÓN.     Dí, Mercurio, ¿quántos perlados como éste hallaste entre cristianos?

MERCURIO.     ¿Quántos, me preguntas? Dígote que andu[u]e toda la cristiandad y ni aun éste pude hallar, mas mira si quieres que tornemos a nuestra plática.

CARÓN.     Más quiero esso.

MERCURIO.     Quando el Rey de Francia houo leýdo o publicado su cartel, aunque dixo quererlo luego embiar al Emperador, todavía lo dilató muchos días, pareciéndole ya que en alguna manera hauía cumplido con el vulgo y que, hecho aquello, lo mejor era dilatar quanto pudiesse la concl[u]sión en que no podía dexar de perder la vida y la honrra, o a lo menos la honrra sola, no queriendo venir al combate.

CARÓN.     Como cuerdo. Pésale al tauernero quando le horadan el cuero, [¿]y no se guardará vn Rey que no le rompan la pelleja[?]

MERCURIO.     Aosadas, qual tú, tales son tus razones. A la fin de pura vergüença fue forçado a embiar vn rey de armas con su cartel. E como el Emperador f[u]e auisado de su venida, porque no se detuuiesse, sperando el saluoconduto, o no lo tomasse por achaque para boluerse, le embió a tres partes de la frontera de Francia tres saluoconductos y mandó a sus capitanes y gouernadores de las fronteras que, viniendo, le hyziessen muy buen tractamiento y lo embiassen acompañado hasta su corte, porque ningún enojo le fuesse fecho de manera que los saluoconductos del Emperador llegaron a la frontera antes que el rey de armas del Rey de Francia. A la fin él entró en España y llegó a la corte del Emperador, que a la sazón estaua en Monçon, a siete días del mes de junio, donde fue muy bien recebido, y el día siguiente el Emperador le dio audiencia pública, en presencia de muchos grandes y prelados.

CARÓN.     ¿Viste tú aquel acto?

MERCURIO.     ¡Mira si lo vi! Estaua el Emperador en su estrado imperial, y a sus lados todos aquellos señores que lo acompañauan. En esto llegó el Rey de armas, vestida su cota con las armas del Rey de Francia, y fechas cinco reuerencias hasta el suelo, se hincó de rodillas ante el Emperador, suplicándole le diesse licencia para vsar de su oficio, y después facultad para que libre y seguramente pudiesse boluer al Rey su amo[.] El Emperador se la dio muy liberalmente, diziéndole que quanto a lo demás él lo haría muy bien tratar. Estonces el Rey de armas se le[u]antó en pie, y queriendo presentar su cartel dixo cómo el Rey su amo, auisado de las palabras que contra su honrra el Emperador hauía dicho, y queriendo cumplir con lo que deuía, y era obligado a no dexarse injustamente injuriar, le embiaua aquel cartel, firmado de su nombre, por el qual veería quán enteramente satisfazía a todo aquello de que era acusado. El Emperador le preguntó si le era mandado que él mismo leyesse aquel cartel. El Rey de armas respondió que no, pidiendo licencia para yrse.

CARÓN.     Como necio. Mira, ¿quién viene con tal embaxada que no se dessea ver libre della?

MERCURIO.     El Emperador tomó el cartel, diziendo que él lo veería y respondería de manera que su honrra serí[a] bien guardada, lo que al Rey de Francia sería quasi imposible hazer.

CARÓN.     Ni aun él se quería poner en essos trabajos de cumplir con su honrra.

MERCURIO.     Luego el canciller del Emperador hizo vna protestación, diziendo que su magestad, por cosa que en aquella materia hiziesse, no entendía perjudicar a lo que por la capitulación de Madrid de derecho le pertenece.

CARÓN.     ¿A qué propósito son estas protestaciones, pues a la fin el más fuerte lo ha de lleuar? ¡Cómo si las cosas entre los príncipes se ordenassen o hiziessen por las leyes y no por las armas!

MERCURIO.     Dizes muy gran verdad, mas quien con franceses trata, lo vno y lo otro ha menester. Hecha la protestación, el Emperador, endereçando sus palabras al rey d'armas, habló en esta guisa: -Rey d'armas, aunque por muchas causas y razones el Rey vuestro amo deue ser tenido y es inábil para vn acto como éste contra qualquier hombre, quanto más contra mí, todavía por el desseo que yo tengo de aueriguar por mi persona estas diferencias, euitando mayor derramamiento de sangre cristiana, consiento que el rey vuestro amo haga este acto y desde agora lo abilito solamente para él.

CARÓN.     Gana tenía esse príncipe de venir a las manos; aosadas que nunca el Rey de Francia lo abilitara a él para esse efecto.

MERCURIO.     Hecho esto, el rey d'armas dixo que si por respuesta el Emperador le quería dar seguridad del campo, él la lleuaría, donde no, que suplicaua a su magestad no le mandasse lleuar otra respuesta. El Emperador le dixo que él quería responder y embiar con la respuesta vno de sus reyes d'armas, y pues él para España hauía pedido saluoconduto, que procurasse de embiar tanbién saluoconduto de su rey para el rey d'armas que él en Francia embiaría, y diziendo el rey d'armas que en ello no hauría falta, se despidió. Luego el Emperador mandó leer el cartel del rey de Francia en alto para que lo pudiessen todos entender y fue leýdo.

CARÓN.     ¿Por qué no me dizes siquiera lo que contenía?

MERCURIO.     ¿Ya no te lo leý palabra por palabra?

CARÓN.     Ya, ya, ¿el que leýste denantes deue ser?

MERCURIO.     Esse mesmo.

CARÓN.     ¿No se rieron todos de oyr tan crueles badajadas?

MERCURIO.     ¿Hauíanse de reyr en presencia de su Príncipe?

CARÓN.     Quanto yo, aunque estuuieran presentes cinquenta Plutones y otros tantos Vulcanos, bien sé que no me pudiera tener de risa oyendo tales disparates.

MERCURIO.     No son todos como tú. Leýdo, pues, el cartel, vieras al Emperador hazer vna habla con tanta grauedad, h[u]manidad, y bondad que quedaras enamorado de sus dulces cristianas razones.

CARÓN.     ¿Qué dezía?

MERCURIO.     Contóles allí breuemente lo mucho que por el Rey de Francia hauía fecho, y las malas obras que en lugar de agradecimiento dél hauía recebido y que hauiendo ya tentado todos los medios que le hauían sido possibles para viuir con él en paz, no hauiéndola podido alcançar, le parecía ya no quedar por hazer sino que ellos dos por sus personas determinassen estas diferencias y que por su parte, él estaua determinado a poner su vida al tablero por redemir y rescatar con derramar su propria sangre los males y daños que padece la cristia[n]dad.

CARÓN.     ¿Dessas palabras me hauía yo de enamorar, Mercurio? ¿Dónde tienes tu seso?

MERCURIO.     ¿No dixiste que ni te puede dexar de parecer mal lo malo ni bien lo bueno? Pues, ¿qué palabras pudieran ser en el mundo mejores ni más santas que éstas?

CARÓN.     Sean quan buenas y quan sanctas tú quisieres, que a la fin muy dañosas son para mí.

MERCURIO.     Después desto, concluyó diziendo que, pues la cosa era venida a los términos que veýan, y él no era de aquellos que por su sola cabeça se quieren gouernar; cada vno por su parte pensasse bien en ello y le dixesse libre y fielme[n]te lo que en este caso deuiesse hazer. Todos loaron la buena y sancta intención de su magestad, ofreciéndole no solamente consejo, mas de poner sus vidas como buenos y leales vasallos por la suya.

CARÓN.     No me parece bien que assí públicamente pidiesse el Emperador para esto consejo, mostrando que no sabía lo que deuía hazer.

MERCURIO.     Estás engañado. Antes se deue tener por muy gran virtud quando el príncipe pide y guýa sus cosas por consejo y parecer de los suyos y por muy gran falta y tacha quando solamente se rige y gouierna por el suyo, sin escuchar ni creer a los que están cabe él. Bien es verdad que deue mucho mirar a quien pide y de quien toma consejo.

CARÓN.     [¿]No miras, Mercurio, qué priessa lleua aquella ánima[?] Parece hauerse escapado de manos del lobo.

MERCURIO.     Vamos allá.

ÁNIMA.     Vosotros, ¿qué me queréis?

MERCURIO.     Que nos digas quién eres.

ÁNIMA.     Me detendría con vosotros.

MERCURIO.     Dínoslo, siquiera por amor de Jesuchristo.

ÁNIMA.     Con esse conjuro alcançaréis vosotros de mí lo que quisierdes, hermanos, p[u]es, lo queréis saber. Yo en mi mocedad me puse no solamente a deprender mas tanbién a esperimentar la doctrina cristiana, pareciéndome aquél solo ser el verdadero camino, y todo lo otro vanidad y como mi intención era buena y mi estudiar era siempre mezclado con oración, pidiendo a dios continuamente su gracia, no fiando en mi ingenio ni fuerças proprias, hízoseme tan clara la sagrada escriptura e yo me dí tan de veras a ella, que en poco tiempo se hallauan ante mí confundidos muchos theólogos que toda su vida, estudiando en sus inútiles sotilezas, hauían gastado. Y por no ser castigado como aquel sieruo que escondió el talento de su señor, conosciendo quán abundantemente hauía dios conmigo r[e]partido su gracia, no quise hauerla recebido en vano, mas al principio entre amigos en particular y después por los púlpitos comencé a publicar y sembrar lo que dios me hauía dado, conosciendo ser su voluntad que assí le siruiéssemos los hombres en la tierra, como es seruido de los ángeles en el cielo. Esta era mi muy firm[e] intención y a este fin endereçaua yo todas mis palabras y obras, no curándome de que mis sermones fuessen muy altos ni muy elegantes, con que fuessen cristianos, ni dándoseme nada que me dixessen idiota y mis sermones no ser de letrado, con que conosciessen ser de cristiano. Sobre todo procuraua siempre de conformar mis obras con mis palabras, teniendo por cosa muy fea hallarme yo culpado en aquello que en los otros reprehendía. E conosciendo quán poco fruto haze el predicador vicioso, aunque sus palabras sean las mejores del mundo, y quánta fuerça tiene la doctrina del que libremente y sin respecto puede hablar como hombre en quien ningún vicio puede ser notado, antes que me pusiesse en el púlpito, rogaua con mucho feruor y deuoción a dios que inspirasse en mí su gracia para que de mis palabras se seguiesse a él mucho seruicio y prouecho a su pueblo, rogándole tanbién que no me dexasse hablar a mí,mas que su spíritu hablasse por mi boca. Subido, pues, en el púlpito, ni me acordaua de mí ni pensaua en otra cosa sino inflamado y ardiendo en fuego de caridad y amor de dios y de aquellos mis próximos, dezía aquello che más me parecía poderles aprouechar.

MERCURIO.     ¿Cómo ordenauas tus sermones?

ÁNIMA.     Al principio antes que començasse a hablar, amonestaua y rogaua a todos que, hi[n]cadas las rodillas en el suelo y leuant[a]dos los spíritus a dios, le pidiessen gracia para que sus ánimas se conuertiessen y edificassen con lo que allí hauían de oír y los vicios y malas inclinaciones se desterrassen, de manera que saliessen de allí nueuos hombres.

MERCURIO.     Sé que la gracia a la Virgen María se suele pedir al principio del sermón, que no a dios.

ÁNIMA.     Tanbién algunas vezes hazía yo que llamassen a ella por intercessora, mas que principalmente la pidiessen a dios, pues él sólo puede darla.

MERCURIO.     ¿No les hazías dezir el Aue María, como los otros predicadores suelen hazer?

ÁNIMA.     Pocas vezes.

MERCURIO.     ¿Por qué?

ÁNIMA.     Porque mucho más se edifica el ánima quando ella mesma se leuanta a suplicar vna cosa a dios, de que conosce tener necessidad, que no quando le dizen palabras que las más vezes el mesmo que las dize no las entiende, y mucho más alcança de dios vna ánima con sospiros y sanctos desseos, que no la boca con muchas palabras, estando como no pocas vezes está el ánima, en la plaça y aun en lugares más prophanos.

MERCURIO.     Luego, ¿tú no tenías por buena la oración vocal?

ÁNIMA.     Antes la tenía por muy sancta y necessaria, mas tanbién tenía por muy mejor la mental, porque hallaua muchas vezes en la Sagrada Escriptura reprehendidos los que orauan con la boca, teniendo el coraçón apartado de dios, y hallaua en la doctrina christiana que los verdaderos adoradores adorauan al Padre en spírit[u] y en verdad porque como dios sea spíritu, quiere ser con el spíritu adorado.

MERCURIO.     Pedida la gracia, ¿qué les dezías?

ÁNIMA.     Si el euangelio era pequeño y la epístola no grande, diuidía mi sermón en tres partes: en la primera deciaraua la epístola y en la segunda el euangelio, no curándome de tractar allí subtilezas ni de mouer dificultades, mas solamente declarando el sentido literal y alguna cosa que manifestasse la grandeza y bondad de dios, con que arrebatasse en su amor las ánimas de los oyentes. Si la epístola o el euangelio era muy largo, tomaua, para declarar lo vno o lo otro los lugares donde me parecía hauer más doctrina, y de las dos partes hazía vna.

MERCURIO.     ¿No tomauas tema para tu sermón?

ÁNIMA.     Ni en mis sermones, ni en otra cosa quería tener tema con nadie.

MERCURIO.     No digo esso, sino quando predicauas, ¿si tomauas vn tema en que fundauas tu sermón?

ÁNIMA.     Bien te entiendo, y por esso te digo que no, dexando esso para los temosos o curiosos, que por traer todo lo que dizen al propósito del tema, que al principio tomaron, aunque sea por fuerça, y de los cabellos estirado, se andan buscando rodeos con que pierden tiempo y ningún fructo ganan. La tercera parte gastaua en amonestar y reprehender, mas esto hazía yo de manera que pudiessen todos conoscer no mouerme a ello ambición, passión, ni afición, mas solamente el bien vniuersaI. Lo primero, yo me informaua muy bien de la calidad de aquella gente a quien predicaua y de su manera de viuir. Y si hallaua andar entrellos algunas supersticiones o necedades en las cosas de la fe y doctrina cristiana, procuraua ante todas cosas de remediarlas y desarraygarlas, conosciendo quánta pestilencia traen cosas semejantes en los ánimos de los simples, y en esto procuré siempre de dezir la verdad pura y limpia, sin tener temor ni respecto a nadie, y sabe dios los trabajos, peligros y persecuciones que yo a esta causa passé, mas todo lo sufría alegremente por amor de Aquél que por mí hauía padecido mucho más. Después desto, me informaua muy particularmente de los vicios que principalmente allí Reynauan, y aquellos reprehendía yo, no de manera que espantasse a los viciosos para que no viniessen más a mi sermón, mas con tanto amor y dulçor que los combidaua a venir otras vezes a los que principalmente veýa notados de algún vicio señalado, yo mismo yua a sus casas a predicarles y amonestarles que se apartassen dellos, y no solamente abhominaua y afeaua los vicios para que los dexassen, mas por otra parte loaua y hermoseaua las virtudes para que en lugar dellos las encaxassen. Nunca reprehendía cosa sino en su tiempo y lugar, pareciéndome muy mal lo que muchos predicadores hazen, reprehendiendo los viciosos absentes y halagando, y aun a las vezes manteniendo los presentes. A los príncipes, perlados y justicias holgaua más de reprehender en sus casas en secreto que desde los púlpitos en público, porque el vulgo no les perdiesse la reuerencia, obediencia y acatamiento que les deue tener, de que conoscía seguirse muchos y muy grandes inconuenientes, pero quando los veýa obstinados y que por sus particulares interesses, passiones o aficiones dexauan de hazer lo que deuían y eran obligados, no dexaua yo de reprehenderlos y afear públicamente lo que hazían mostrarles lo que deuían hazer, porque de vergüença viniessen a hazer lo que no querían de grado, acordándome que San Pablo bien osó en público reprehender a Sanct Pedro, como él mismo escriue a los Gálathas.

MERCURIO.     Andándote dessa manera a dezir verdades no te faltarían persecuciones.

ÁNIMA.     Hasta la muerte nunca me faltaron, mas todo el mal que ellos me procurauan hazer era todo el bien que yo desseaua alcançar.

MERCURIO.     ¿Cómo es possible?

ÁNIMA.     ¿Qué mayor bien podía yo dessear que padecer afliciones por amor de Jesucristo?, y ¿qué mayor gloria que morir por mantener y ma[n]ifestar su verdad?

MERCURIO.     ¿Y la infamia?

ÁNIMA.     Infamia es viuir mal y en ofensa de dios, y muy buena fama la del que por su seruicio muere, aunque por los del mundo sea menospreciado.

MERCURIO.     ¿Y tu cuerpo?

ÁNIMA.     Mi cuerpo era tierra y me haze muy poco al caso que o en la sepoltura o en otra parte se conuierta en tierra, pues assí como assí, resuscitará en el juyzio, entero.

MERCURIO.     ¿No te duele que aquella carne e[n] cuya compañía tantos años viuiste sea maltrattada?

A[N].     Los que en tal manera se confederaron con su carne que ninguna cosa le negauan de las que ella quería, procuran de regalarla aun después de muertos, mas yo, que tenía continua guerra con ella, no solamente no quería regalarla, mas me vengo y huelgo de que aquella mi enemiga sea muy maltratada.

MERCURIO.     ¿Y la infamia de tus parientes?

ÁNIMA.     Quanto más mis parientes fueren abatidos y menospreciados del mundo, tanto será[n] más sublimados y preciados por dios, si como yo lo tomo, lo quisieren tomar ellos.

MERCURIO.     ¿Y tus bienes?

ÁNIMA.     Mis bienes tenía yo para seruir con ellos a dios, y pues son suyos, él disporná dellos lo que más fuere seruido.

MERCURIO.     ¿De manera que tú te partes muy contenta de aquel mundo?

ÁNIMA.     Sabes que tan contenta que me venía huyendo con la priessa que vistes, porque no me tornassen a llamar. Ya yo he hecho lo que me rogastes, tanbién os ruego yo que no me detengáis más.

MERCURIO.     ¿Qué me miras, Carón?

CARÓN.     Estoi tan atónito de oýr lo que esta ánima nos ha contado, que no puedo acabar de tornar en mí. Quanto que si muchos tales como éste se leuantan entre cristianos, bien me podrán dar a mí cient açotes por vagabundo.

MERCURIO.     No cures, que por muchos que aya, se hallan siempre muchos más que los persiguen y espantan, de suerte que no se osan mostrar.

CARÓN.     No te entiendo, Mercurio.

MERCURIO.     Ay entre cristianos vn género de gente que tiene usurpado el nombre de perfición y sanctidad, y están muchos dellos tan lexos de lo vno y de lo otro como nosotros de subir al cielo, y como éstos veen que alguno con obras o con palabras comiença a mostrar en qué consiste la perfeción cristiana y la religión y sanctidad que los cristianos deuen tener, luego aquéllos como lobos se leuantan contra él y lo persiguen, interpretándole mal sus palabras, y leuantándole que dixo lo que nunca pensó, lo acusan y procuran de condemnar por herege. De manera que apenas ay hombre que ose hablar ni viuir como verdadero christiano.

CARÓN.     ¡O qué buenos amigos! ¡Oxalá pudiesse yo hazer algo por éssos! Dime, ¿en qué los conosceré?

MERCURIO.     Traen tantos y tan diuersos hábitos que no te podría dar regla cierta. Todavía, si me lo pagas, dezírtelo he mas al oýdo.

CARÓN.     ¿Por qué no lo dirás alto?

MERCURIO.     Tengo miedo que me leuanten a mí que rabio.

CARÓN.     Dílo, pues, como quisieres.

MERCURIO.     Llégate acá.

CARÓN.     ¡Ha, ha, he! Yo jurara que eran éssos. Déxame con ellos y tornemos a nuestro propósito.

MERCURIO.     Hauido, pues, por el Emperador el parecer de los de su consejo y de los grandes y perlados de sus reynos, respondió al Rey de Francia por vn cartel no menos prudente que animoso.

CARÓN.     ¿Tiéneslo por dicha?

MERCURIO.     Mira si lo tengo, y aun escripto en pergamino.

CARÓN.     ¿Querrásmelo leer?

MERCURIO.     Antes te ruego yo que lo oygas.

CARÓN.     Comiença, pues, por tu vida, aunque sea largo.

MERCURIO.     No pudo ser más corto, porque va resumiendo lo que dize el otro; por esso, has de estar muy atento.

CARÓN.     Vesme aquí patitendido.

M[ERCURIO].     Cartel del Emperador al Rey de Francia. Carlos, por la diuina clemencia. El Emperador de Romanos, Rey de Alemaña y de las Españas, c. Hago saber a Vos Francisco, por la gracia de dios, Rey de Francia, que a ocho días deste mes de junio, por Guiena, vuestro Rey de armas, recebí vuestro cartel, fecho a XXVIII de março, el qual, de más lexos que hay de París aquí pudiera ser venido más presto y conforme a lo quede mi parte fue dicho a vuestro Rey de armas, os respondo. A lo que dezís que en algunas respuestas por mí dadas a los embaxadores y reyes de armas que por bien de la paz me hauéis embiado, queriéndome yo sin causa escusar, os haya a Vos acusado. Yo no he visto otro Rey de armas vuestro que el que me vino en Burgos a intimar la guerra, quanto a mí, no os hauiendo en cosa alguna errado, ninguna necessidad tengo de escusarme, mas a Vos vuestra falta es la que os acusa. Y a lo que dezís tener yo vuestra fe, dezís verdad, entendiendo por la que me distes por la capitulación de Madrid, como parece por escripturas firmadas de vuestra mano, de boluer a mi poder como mi prisionero de buena guerra en caso que no cumpliéssedes lo que por la dicha capitulación me hauíades prometido, mas, hauer yo dicho como dezís en vuestro cartel, que estando Vos sobre vuestra fe, contra vuestra promessa os érades ydo y salido de mis manos y de mi poder, palabras son que nunca yo dixe, pues jamás yo pretendí tener vuestra fe de no yros sino de boluer en la forma capitulada, y si Vos esto hiziérades, ni faltárades a vuestros hijos, ni a lo que deuéis a vuestra honrra. Y a lo que dezís que para defender vuestra honrra, que en tal caso sería contra verdad muy cargada, hauéis querido embiar vuestro cartel, por el qual dezís que aunque ningún hombre guardado puede hauer obligación de fe, y que ésta os sea escusa harto suficiente, no obstante esto, queriendo satisfazer a cada vno y tanbién a vuestra honrra, que dezís, queréis guardar y guardaréis, si a dios plaze hasta la muerte, me hazéis saber que si os he querido o quiero cargar no solamente de vuestra fe o libertad mas aun de hauer jamás hecho cosa que vn cauallero amador de su honrra se deua hazer, dezís que he mentido y que quantas vezes lo dixere mentiré, seyendo deliberado defender vuestra honrra hasta la fin de vuestra vida. A esto os respondo que, mirada la forma de la capitulación, vuestra escusa de ser guardado no puede hauer lugar, mas pues tan poca estima hazéis de vuestra honrra, no me marauillo que neguéis ser obligado a cumplir vuestra promessa. Y vuestras palabras no satisfazen por vuestra honrra, porque yo he dicho y diré sin mentir, que Vos hauéis fecho ruynmente y vilmente en no guardarme la fe que me distes conforme a la capitulación de Madrid. Y diziendo esto, no os culpo de cosas secretas ni jmpossibles de prouar, pues parece por escripturas de vuestra mano firmadas, las quales Vos no podéis escusar ni negar. Y si quisierdes afirmar lo contrario, pues ya os tengo yo habilitado solamente para este combate, digo que por bien de la christiandad y por euitar efusión de sangue y poner fin a esta guerra, y por defender mi justa demanda, manterné de mi persona a la vuestra ser lo que he dicho verdad. Mas no quiero vsar con Vos de las palabras que Vos vsáis, pues vuestras obras, sin que yo ni otro lo diga, son las que os desmienten y tanbién porque cada vno puede desde lexos vsar de tales palabras más seguramente que desde cerca. A lo que dezís que, pues contra verdad os he querido cargar, de aquí adelante no os escriua cosa alguna, mas que assegure el campo y Vos traeréis las armas, conuiene que hayáys paciencia de que se digan vuestras obras que yo os escriua esta respuesta, por la qual digo que acepto el dar del campo soy contento de assegurároslo por mi parte por todos los medios razonables que para ello se podrán hallar. Y a este efecto, y por más prompto expediente, desde agora os nombro el lugar para el dicho combate sobre el río que passa entre Fuente[r]rabia y Andaya, en la parte y de la manera que de común consentim[i]ento será ordenado por más seguro y conueniente, y me parece que de razón no lo podéis en alguna manera rehusar ni dezir no ser harto seguro, pues en él fuistes Vos soltado, dando vuestros hijos por rehenes y vuestra fe de boluer, como dicho es, y tan bién visto que, pues en el mismo río fiastes vuestra persona y las de vuestros hijos, podéis bien fiar agora la vuestra sola, pues porné yo [ ] tanbién la mía. Y se hallarán medios para que no obstante el sitio del lugar ninguna ventaja tenga más el vno, que el otro[,] y para este efecto y para concertar la electión de las armas, que pretendo yo pe[r]tenecerme a mí, y no a Vos, y porque en la conclusión no haya[n] longuerías ni dilaciones, podremos embiar gentiles hombres de entramas partes al dicho lugar, con poder bastante para platicar y concertar, assí la ygual seguridad del campo, como la eleción de las armas, el día del combate y la resta que tocará a este efecto, y si dentro de quarenta días después de la presentación désta no me respondéis ni auisáis de vuestra intención, bien se podrá ver que la dilación del combate será vuestra, que os será imputado y ayuntado con la falta de no hauer cumplido lo que prometistes en Madrid. Y quanto a lo que protestáis que si después de vuestra declaration en otras partes yo digo o escriuo palabras contra vuestra honrra, que la vergüença de la dilación del combate será mía, pues que venidos a él cessan todas escripturas, vuestra protestación sería bien escusada, pues no me podéis Vos vedar que yo no diga verdad, aunque os pese. E tanbién soy seguro que no podré yo recebir vergüença de la dilación del combate, pues puede todo el mundo conoscer el afición que de ver la fin dél tengo.

     Fecha en Monçón, en mi reyno de Aragón, a veinte y quatro días del mes de junio de mill y quinientos y veinte y ocho años.

Charles

CARÓN.     A la fe, Mercurio, el que esse cartel escriuió más quería que palabras.

MERCURIO.     Dizes la verdad, y aún si bien lo has ponderado, con no menos prudencia que ánimo lo escriuió.

CARÓN.     A la fe, no hauía yo menester essos ánimos ni essas prudencias.

MERCURIO.     Calla, Carón, ¿no miras con quánta grauedad sube esta ánima? Sepamos quién es.

CARÓN.     Pregúntaselo tú si quisieres.

MERCURIO.     Dinos, ánima bienauenturada, ¿qué estado tuuiste en el mundo?

ÁNIMA.     Fui cardenal.

MERCURIO.     ¿Cardenal? ¿Qué me dizes?

ÁNIMA.     Assí passa.

MERCURIO.     Dínos, pues, por charidad, ¿cómo alcançaste aquella dignidad que se da pocas vezes por amor de dios, y cómo te gouernaste en ella?

ÁNIMA.     Considerando yo quán perdida estaua la christiandad y quánta necessidad tenía en muchas cosas de reformación, desseoso de entender en vna tan sancta y tan necessaria obra, y viendo que el más conueniente lugar para ello era estar cabe el Summo Pontífice, desseaua hallar medio para ser Cardenal, y sabido que no se alcançaua aquella dignidad sino o por dineros o por manos o por fauor de príncipes o por luengo seruicio, tomé por mejor partido comprarla, y de verdad me costó más de veinte y cinco mill ducados, y aun yo os prometo que ante de veinte días me hallé bien arrepentido.

MERCURIO.     ¿Por qué?

ÁNIMA.     Como comencé a entrar en consistorio vi las cosas que allí se tractauan y los reueses y contradiciones que hallaua en lo que por el bien público yo proponía, halléme tan turbado que no sabía disponer de mí. A la fin, me pareció que, pues no podía aprouechar a otros, menos mal era aprouecharme a mí que no perderme yo tanbién con ellos. Et no vn mes después que recebí el capelo, les dexé su Roma, su púrpura, su consistorio y me retruxe en vna abadía que yo tenía, donde en la administración de mis frayles y de los otros mis súbditos, mediante la gracia de Jesucristo, me gouerné de manera que en recompensa de aquellos pequeños trabajos ha plazido a dios darme la vida eterna.
 

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La versión digital de este texto de Alfonso de Valdés, Diálogo de Mercurio y Carón (1530?), ha sido preparada por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Lo colocamos aquí con su autorización. la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes es el proyecto más ambicioso en Internet sobre las letras españolas.
    
© José Luis Gómez-Martínez
Nota: Esta versión electrónica se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso correspondan.

 

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