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LA BOTA VAQUERA
Símbolo de una mitología perdida

Las botas vaqueras son incómodas. Ciertamente son necesarias para cierto tipo de tareas, pero la bota tejana no es conocida internacionalmente debido a sus cualidades prácticas. Las botas vaqueras son esencialmente un símbolo, y aunque su incomodidad ha obligado a todos los que osaron probarse un par a luchar con la gravedad, han sido enormemente eficientes en su función simbólica. Los EEUU fueron una sociedad múltiple y diversa, que necesitó desesperadamente construir una identidad grupal, creando imágenes que fueran reconocidas por todos los miembros de ese colectivo que llamaron ‘América’. Todo grupo social necesita de historias para contarse a sí mismo y a los demás, relatos que expliquen su origen y los valores sobre los que se sostiene. Y todo relato necesita de héroes, villanos y hazañas. El cowboy cumplió con ese papel y la bota vaquera fue su atributo definitorio; en ella se concentraron los valores simbólicos de la mitología que hizo del ‘Far West’ el origen de una sociedad que se quiso conquistadora por derecho y naturaleza.

El rol del cowboy original era utilitario, nada más que otra de las tareas rancheras de colonización del territorio, pero pronto se transformó en un arquetipo en torno al cual se definió la nacionalidad. La bota original cumplió con los requisitos prácticos del trabajo en las praderas norteamericanas, y ciertamente eran más cómodas que las botas que hoy reconocemos como tejanas. Pero la fabricación de botas pronto se alejó de lo utilitario para acercarse a lo estilístico. Las piezas más antiguas que se conservan (en museos y colecciones privadas) datan de 1870 aproximadamente, y ya entonces las botas habían dejado de lado los requisitos de practicidad a favor de utilidades más simbólicas. Para entonces, las necesidades de una imaginería en común sobre la cual construir la nacionalidad era más importante que las necesidades del trabajo cotidiano.

Los EEUU siempre se visualizaron como una sociedad de conquista, primero del territorio salvaje (donde los indios aparecían apenas como una inconveniencia o también como el  necesario villano de turno, ese ‘Otro’ en relación al cual nos sentimos más ‘nosotros’), y posteriormente, incluso por razones (políticas y económicas) no muy diferentes, del mundo. El cowboy adquirió entonces dimensión épica y simbólica, como si fuera una fuerza natural, capaz de instaurar el estado de derecho a través de la ley, o de ir más allá de ella, siempre en nombre de la justicia, valor absoluto y colonizador. Con el cowboy, todo aquel elemento que definía su estampa y figura devino inevitablemente en atributo mitológico. De todos sus implementos cotidianos, la bota vaquera poseía las características ideales para servir de receptáculo del alma norteamericana.

La bota de cuero no solo protege al pie, sino que también le otorga la rigidéz que en Occidente define a lo masculino. La pierna adquiere así dimensión fálica, es la masculinidad heroica que conquista la naturaleza salvaje. El arma de fuego es un atributo característico del cowboy, pero la bota puede ser usada por cualquiera, permitiéndole de esta manera disfrutar de esa dimensión heroica y masculina, teniendo la excusa perfecta de la utilidad práctica, la cual permite disfrutar de las fantasías (propias o sociales) sin culpa alguna.

Ahora, el carácter simbólico del cowboy y la importancia de la bota de cuero como atributo mitológico no surgen espontáneamente. La figura del cowboy como ícono máximo de la nacionalidad estadounidense fue construida por los medios masivos y por la industria del cuero. Los folletones y novelas de bajísimo costo protagonizadas por cowboys impertérritos frente a todo peligro, que circulaban entre la población que sabía leer se diseminaban a través de incontables fogatas donde esas mismas historias se contaban una y mil veces, con los ajustes del caso, de acuerdo a la memoria de los narradores. Por su parte, la incipiente industria del cuero, que abastecía de gran parte de la indumentaria de trabajo al ranchero, al campesino, al cowboy y hasta al pueblerino, se benefició rápidamente de la expansión del correo, que le permitió desarrollar la venta por catálogo, diversificando enormemente su oferta, incluyendo los primeros ejemplos de decoración (el primer diseño que alcanzó popularidad, la Estrella Solitaria de Texas, data aproximadamente de 1860), iniciando una práctica artesanal sin la cual es hoy impensable la fabricación de botas vaqueras. Sin embargo, y a pesar de este crecimiento, la cercanía del nuevo siglo cambiaría las cosas significativamente.

Hacia comienzos del siglo XX, del ‘Far West’ ya no quedaban ni los desiertos intransitables. En medio de un nuevo mundo de dirigibles, mujeres sufragistas, carruajes sin caballos, y ciudades del futuro, inmensas y sucias como Nueva York o San Francisco, el cowboy se vio amenazado por un mundo frente al cual aparecía envejecido. La industria del cuero se volvió hacia otros productos, más notablemente indumentaria y avíos para nuevas profesiones como la aviación, quedando las botas reducidas a sus consumidores de siempre, esos que las utilizaban apenas como herramienta de trabajo. Sin embargo, esta recesión fue breve, porque la industria del entretenimiento liderada por el cine haría del cowboy y de la bota vaquera un icono nacional y a la vez un producto comercial de carácter masivo.

Por aquel entonces, la industria editorial se había perfeccionado lo suficiente como para ofrecer una gran diversidad de formatos y estilos narrativos protagonizados por héroes ficticios y especialmente por personajes reales (como Billy the Kid, o Butch Cassidy) cuyas vidas eran relatadas, adecuadamente ajustadas a los gustos del mercado, a través de folletines en entregas. Pero el cine tenía un alcance con el cual la industria de la imprenta no podía ni soñar, ya que ni siquiera era necesario entender inglés para disfrutar de los primeros films, dado que la mayoría de los expectadores eran recientes inmigrantes que encontraban en el cine no sólo una evasión a sus penurias, sino también una forma de socialización, altamente efectiva. No fue casual que la primera película narrativa norteamericana fuera un western (‘El Gran Robo al Tren’, 1903); allí el espectador encontraba no sólo una diversión a sus problemas sino también un mundo poblado de símbolos.

El western se tranformó en el principal género de la era muda del cine en los EEUU, sustentado por innumerables vaqueros estrellas, que se encontraban entre las figuras más taquilleras de los 10’s y los 20’s. Sin duda, William S. Hart fue el arquetipo del ’Tough Guy’, el vaquero taciturno y violento, pero a la vez noble, que daba rostro a la masculinidad mitológica del cowboy. Tom Mix, en cambio, introdujo rasgos de comedia y especialmente, la música, como características propias. Fue este actor-acróbata quien más hizo por la popularidad de la bota vaquera, introduciendo masivamente las botas con decoraciones extravagantes y coloridas. 

La radio y los comics se sumaron al cine y le dieron al cowboy estrella una popularidad que sostuvo su dimensión mitológica y la hizo viable para las generaciones del nuevo siglo, a pesar de la casi desaparición del género en los años 30’s debido a las dificultades de la filmación sonora en exteriores. Sin embargo, los años 40’s vieron un renacimiento del western, gracias a la necesidad de renovar una mitología nacional que le ofreciera a los norteamericanos una nacionalidad cohesiva, con orígenes heroicos, para sostenerse en tiempos de guerra.

Luego de la Segunda Guerra Mundial, el florecimiento de los rodeos como espectáculo, con su promoción de cowboys, y una novedad, la cowgirl experta en las artes del rodeo, hizo de los años 40’s y de los 50’s la edad dorada del cowboy, y con él, el apogeo de la producción de botas de cuero. La TV, con sus innumerables y a veces insufribles seriales del oeste, de diversa calidad, expandió el género, perfeccionando los subgéneros de la acción, la comedia y los westerns musicales, sumando los productos infantiles y románticos. Pero más allá de los formatos, la bota vaquera, más o menos florida, de acuerdo a las modas y la popularidad de la estrella de turno, permaneció siempre como un icono en sí mismo.

Los años 60’s cambiaron las cosas. Los EEUU optaron por otras fantasías, donde el cowboy aparecía como una figura irrelevante y desorientada en medio de las luces psicodélicas y de westerns revisionistas que denunciaban la colonización depredadora del Oeste. Por primera vez el indígena americano era más que un extra gritón y el público descubrió que el Oeste era sucio, inhóspito, y que mujeres, negros e indios sufrían un destino no diferente al de las tierras anexadas.

Pero los sueños incumplidos pagan un precio, y las fantasías de los 60’s se disipan definitivamente a fines de la década siguiente. En 1980 un cowboy cinematográfico llegaría a la presidencia de los EEUU y el mundo otra vez pretendió ser en blanco y negro, en medio de guerras espaciales fantasiadas, ‘pestes rosas evangelizadoras’ y sexo satanizado. En ese mismo año el film ‘Urban Cowboy’ resucitó el estrellato de John Travolta y a la vez, la popularidad de la bota vaquera, que alcanzó una difusión desconocida desde los años 50. La moda iniciada en esa película fue más duradera que la breve reaparición de Travolta, iniciando una proliferación de diseños, decoraciones extravagantes, y hasta la entrada fugaz de la bota vaquera a la alta costura, de mano de Versace.

Hoy la fabricación de botas vaqueras posee un mercado estabilizado y en expansión, pero no precisamente por sus cualidades simbólicas tradicionales, sino más bien por la incidencia de la industria de la moda internacional y al snobismo de las superestrellas del cine y la música norteamericanos. Los viejos íconos de la nacionalidad se enfrentan a una disyuntiva. En una ‘América’ donde la vieja imaginería se desgarra entre la violencia del gansta rap, la confusión de la mujer profesional a lo Alley McBeal, la plástica sensualidad adolescente de Britney Spears, el furioso y superficial  frenesí latino de Ricky Martin, el peculiar humor étnico de Woody Allen, y el horror de entrecasa de ‘The Blair Witch Project’, el cowboy aparece demasiado arquetípico, cuadrado e ingenuo, encarnando una nacionalidad blanca, masculina, protestante y sajona que difícilmente representa la realidad cotidiana del norteamericano medio.

Si la bota vaquera sigue siendo hoy el receptáculo y símbolo del alma del cowboy americano, no podemos más que preguntarnos si el cowboy que recordarán las nuevas generaciones será el Kevin Costner desnudo de ‘Danza con Lobos’, el nacionalista sectario de Waco, Texas, o una Madonna embarazada enfundada en botas vaqueras blancas, cantando el mejor  techno francés que puede hacerse a este lado del Atlántico (‘Music’, 2000).


Bibliografía:

  • Bamford, Laura (ed.). Blousons de Cuir. France, Editions Soline, 1997.

  • Beard, Tyler; Arndt, Jim. Art of the Boot. USA, Gibbs-Smith Publisher, 1999.

  • Neibaur, James L. Though guy. North Carolina, McFarland & Company, 1989.

  • O’Keeffe, Linda. Zapatos. Un tributo a las sandalias, botas, zapatillas.... Barcelona, Konemann, 1997.

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