Cueros y Pieles en los Albores de la Historia

Antes de atrevernos a abordar de una forma pretendidamente científica cual es el origen de la piel, parece sensato comenzar por definir el término lo mas preciso posible, recurriendo para ello a las autoridades en el campo de la lexicología. Según el Diccionario de uso del Español de María Moliner, la palabra piel viene del latín pellis, y sus tres acepciones mas significativas, comunes todas a las lenguas romances, son: "Capa de tejido resistente y flexible que recubre el cuerpo de los animales; esta capa separada del cuerpo de los animales; la misma capa despojada de pelo y generalmente curtida, empleada como material." Por su parte en el mismo diccionario hallaremos la siguiente definición de la palabra cuero -del latín curium-: "Piel de los animales, curtida."

Ahora bien, existen otros sustantivos -pellejo o pelleja son los más corrientes- que designan en castellano la capa exterior que cubre el cuerpo de los animales. Ya Quevedo nos ilustró con su peculiar humor negro sobre las notables diferencias semánticas que presentan piel (nuestra y bien nuestra) y pelleja (de uso colectivo, sin propietario estable): "La piel que está en un tris de ser pelleja."

En este endecasílabo la palabra piel aparece como en la primera de las acepciones anteriormente mencionadas, como "viva", mientras que pelleja equivale aquí a "piel muerta".

Vemos, pues, la categoría semántica que asume la palabra piel, sinónimo nada menos que de vida, y no sólo en este caso particular sino también en multitud  de dichos o frases hechas.

 Recordemos algunas de las más frecuentes: costarle a uno la piel, jugarse el pellejo, pagar uno con su propia piel, cambiar la piel, salvar el pellejo...Como colofón a tan larga serie, y simplemente por conferirle un toque literario, creemos conveniente añadir un título novelístico de prestigio, Cambio de piel, del ganador del premio Cervantes, el escritor mejicano Carlos Fuentes.

Sin embargo, con mayores problemas vamos a tropezar a la hora de establecer los orígenes históricos de la piel, entendida como material destinado al uso humano, puesto que para ello deberemos remontarnos a esos tiempos oscuros e imprecisos en los que al hombre apenas podía atribuírsele tal nombre con propiedad. Será una vez más el mito el encargado de explicar lo inexplicable, los mecanismos del azar en este caso. Herederos del mundo helénico, delegamos la responsabilidad de haber desvelado el secreto del fuego de Prometeo. Herederos, por otra parte, de la tradición judeo-cristiana, a ella nos remitimos cuando pugnamos por explicar de qué modo nuestros remotos antepasados aprendieron a protegerse contra las inclemencias climatológicas, contra el sol y contra el frío. 

El mito asume ahora una forma negativa, refiere la historia de una claudicación, la de nuestros primeros padres, Adán y Eva, ante el apetitoso aspecto de la manzana prohibida y la capacidad de persuasión de la serpiente, poseedora, en tanto que fuerza del mal, del don de la sabiduría. El pecado original inaugura oficialmente el vicio del pudor -no puede existir pudor sin haber descubierto previamente la noción de sexo,  la posibilidad de vicio se basa en la transgresión de la normalidad atribuida a algo-, la maldición del trabajo -tampoco este concepto existía con anterioridad- e incluso la caza, el acoso sistemático del hombre al resto de los animales. Las intenciones del implacable Yavé no pueden ser más reveladoras a este respecto: "Hízoles Yavé Dios al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió:"

Tal fue la salida del jardín del Edén según el Génesis, y con esta mención específica a las pieles parecería ponerse en tela de juicio el tópico de la hoja de parra que tanto juego ha dado durante siglos en las recreaciones artísticas del Paraíso Terrenal. El hombre -varón y hembra-, cuya creación tuvo lugar, al igual que "las bestias según su especie", en el día sexto se nos muestra a partir del pecado original cubierto con una pelleja de sus hermanos irracionales. Sin embargo, antes, en el primer momento de perplejidad, consciente de su propia desnudez y de la de su compañera, invalido por un repentino sentimiento de pudor, había improvisado ya algo para taparse. "Cosiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores", dice el Génesis, y de este modo justifica definitivamente el tópico, al tiempo que lo perfila. Tenemos, pues, la hoja de higuera -no de parra- convertida en un recurso para salir del paso, para hurtar la parte pecaminosa del cuerpo, que ejerce una función de taparrabos, mientras que las pieles están destinadas a más altas misiones: a servir de elemento de abrigo a medio plazo, y de símbolo de poder, de riqueza, elemento para satisfacer la vanidad, por tanto, en un plazo un poco más largo.

Si bien las Sagradas Escrituras son muy terminantes cuando se refieren al ceñidor de nuestros primeros padres, en materia de pieles no concretan apenas nada. Menciona la Vulgata que con la hoja de parra "se hicieron delantales" -et fecerunt sibi perizomata- , mientras que omite cualquier información respecto de las pieles con las que Yavé los vistió, y nos quedamos con las duda de qué tipo de prenda confeccionó Dios a sus criaturas favoritas. Queda también pendiente otro elemento de interés que ha dado lugar a una larga polémica, todavía inconclusa, entre teólogos: ¿se cazaba ya en el jardín del Edén, o fue tras el pecado original cuando el hombre emprendió la persecución de los animales como una forma más de trabajo? ¿La caza fue, entonces, una maldición? Teniendo en cuenta que numerosas autoridades eclesiásticas e incluso santos padres, pertenecientes todos ellos a la nobleza, padecieron una desmedida pasión cinegética, se comprenderá fácilmente la importancia teológica que revistió esta pregunta. Definir la caza como un trabajo más significaba avillanarla, pero tenerla por puro goce obligaba a concluir que ya en el Paraíso se cazaba, algo sin duda duro de explicar.

Hasta aquí el mito. En realidad, el origen de las pieles animales como elemento para el uso humano se remonta a la Prehistoria, a esa fecha simbólica en la que uno de nuestros antepasados se endosó la piel todavía sangrienta de un oso a un uro. Parece una vez más que mito y realidad se funden, pues no ha sido posible encontrar pruebas de inteligencia en el hombre hasta principios del Paleolítico inferior, cuando este ya era cazador. la lenta especialización se había producido a consecuencia de la escasez de frutos silvestres -principal alimento de los homínidos- derivada de las bajas temperaturas experimentadas durante el período glaciar de Mindel, y también de la necesidad de protegerse contra el frío mediante algún material aislante. El cazador anónimo que un buen día, tras comparar su cuerpo desnudo con el de un animal recién abatido, constató su evidente inferioridad en cuanto a protección térmica y, saqueando a su víctima, se cubrió con una masa caliente de pelo y sangre, no es otro que el inventor de la piel, la materia más aislante jamás hallada.

La industria de la piel estuvo desde siempre íntimamente ligada a la de la piedra, hasta el punto de que ya en los yacimientos más antiguos del Paleolítico inferior se han encontrado cuchillos y rapadores de sílex destinados al despiece de los animales sacrificados y al rapado y adobe de las pieles. En la zona que nos ocupa, la mediterránea, existen entre otros dos yacimientos paleolíticos, el de Lazaret, en Niza, y la cueva de Aragón, cerca de Perpiñán, que permiten reconstruir el papel fundamental desempeñado por la industria de la piel, tanto en lo que se refiere a la confección de vestimentas, tiendas para cobijarse o vehículos de transporte, como a la de material donde plasmar representaciones religiosas y mágicas.

Por obra del azar, y de sencillos mecanismos de tanteo, el hombre primitivo aprendió lentamente algunas técnicas para preservar durante cierto tiempo las pieles de los animales que cazaba. Fue con toda probabilidad en asentamientos establecidos cerca del mar, donde pieles de jabalí o de antílope abandonados sobre la arena húmeda de la playa, al parecer endurecidas y sin síntomas de putrefacción después de varios días, hicieron concebir la idea del curado por salazón. Y gracias, tal vez, a otras expuestas al aire, que tras secarse de forma natural mostraron luego una mayor resistencia, se llegara al curado por secado. Asimismo, la combinación entre el azar y la curiosidad consustancial al hombre llevó, a lo largo de juegos y ritos con el fuego apenas domesticado, al descubrimiento del humo como método para conservar las pieles y a la elaboración de una rudimentaria técnica de curado por ahumado. 

Toda esta tecnología elemental perdura hoy entre determinados pueblos de Africa, América o Polinesia que, excluidos por diferentes motivos del progreso se han convertido en una suerte de laboratorios naturales para antropólogos.

Paralelamente, el hombre del paleolítico descubrió otro fenómeno singular en materia de conservación de pieles, Si se las dejaba varias semanas sobre troncos de árboles, en contacto directo con la corteza, o si se sumergían en aguas pantanosas ricas en materias vegetales en putrefacción, adquirían una mayor consistencia al tiempo que se tornaban más dúctiles.

Lo mismo sucedía con pieles usadas y en avanzado proceso de deterioro, tras pasar una temporada metidas entre hierba seca, residuos vegetales y excrementos. Este milagro aparente obedecía en realidad a la acción de una sustancia natural, el tanino, cuya fermentación da lugar a un fenómeno químico caracterizado por la destrucción de la queratina de la epidermis y la caída de los pelos de la piel. En síntesis, el tanino origina la curtición de la piel y su transformación en cuero, material al que, como ya hemos señalado, se le apreciaron desde el primer momento enormes ventajas con respecto a la piel en bruto.

Durante miles de años, los avances en el arte de preparar la piel son de similar lentitud a los que experimenta el hombre como especie. Pero con la gran revolución neolítica -iniciada aproximadamente hacia el 6000 a.C........- se modifican los hábitos de trabajo y se establecen pequeñas comunidades, algunas de ellas sedentarias, que sustituyen gradualmente la caza por la ganadería y, finalmente, esta por la agricultura. Ahora el hombre no dependía tanto de las pieles de los animales para resguardarse de la inclemencias del tiempo, aunque con el cuero comenzó a elaborar muy pronto nuevas vestimentas, así como otro tipo de utensilios. 

Se han encontrado en yacimientos correspondientes a esta época fragmentos de cuero pintados de vivos colores, bolsas y cojines, túnicas y otras prendas hechas de piel de cabra o de gacela con ceñidores de cuero, sandalias teñidas de color rojo, cuerdas y brazaletes para los pies, brazales de arquero para protegerse contra la sacudida de la cuerda del arco, moldes de arcilla para dar forma a los cazos de cuero, y bolsas de piel destinadas a guardar objetos de aseo personal. Los objetos fabricados con piel y cuero son ya más numerosos y adquieren una función de lujo, de elemento de ornamentación, de recreación estética.

Por otra parte, las pieles no preceden en este período tan sólo son producto de las cacerías, sino también del suministro estable que procuran los rebaños, mayoritariamente de cabras y ovejas. Sin embargo, la técnica de curtición no registra grandes modificaciones respecto al Paleolítico, dado que la principal herramienta sigue siendo el raspador de sílex, hueso o asta.

Sí se perfeccionaron, empero, las técnicas de coloración, gracias al dominio de diferentes pigmentos vegetales que permitían teñir los curtidos con los colores rojo, amarillo, verde, azul o negro. El rojo procedía de las flores de la fucsia, el amarillo de la corteza de la granada -fruto conocido en Irán con el nombre de fruta del cuero-, y los demás colores de minerales como la azurita y la malaquita.

Entre el 4000 y el 3000 a.C.. florece, en el valle del Nilo y en las cuencas de los ríos Tigris y Eúfrates, una civilización que ha sido considerada el antecedente directo de la historia. Será en esa zona, denominada creciente fértil debido a su forma de arco o media luna, donde la vida estable y en comunidad, al facilitar la transmisión del conocimiento, dará lugar a un progreso mucho más acelerado. A partir del diluvio universal, en el año 3000 a.C., que con su secuela de horrores supone un retroceso, estos pueblos poseedores de animales domésticos y conocedores ya del cobre, construyen presas y canales, dando un definitivo impulso a su agricultura y afirmando así su sedentarismo. El descubrimiento del bronce y, posteriormente, del hierro desplazarán por completo a los rudimentarios rapadores de sílex que durante miles de años constituyeron la base de la primer y rudimentaria industria de la piel.

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