La Piel en el Mundo Antiguo

Ahora que tenemos al hombre situado con pleno derecho en la historia podemos permitirnos el lujo de arrebatárselo a esta disciplina, que se pretende rigurosa, y regresar por un momento al mito, siquiera sea para desengañarnos de inmediato, al comprobar que ni los dioses egipcios ni los griegos fueron pródigos en pieles.

Los olímpicos gustaban de andar ligeros de ropa o incluso desnudos. Libres del sentimiento de pecado y desprovistos de pudor, nada les impedía practicar ya el adulterio o el incesto, ya la posesión de humildes mortales, adoptando para ellos formas de lo más variadas e ingeniosas. Sólo las sacerdotisas de Dionisos aparecen en ocasiones representadas con una piel de pantera o de tigre a modo de adorno. Adorno, por otra parte, doblemente simbólico, ya que remite a su origen hindú a aquellos días lejanos en los que estos animales fueron nodrizas del hijo de Semele, allá en el sagrado monte Nisa, y también a las garras felinas de las Ménades que ,presas del furor dionisiaco, despedazan, cuando sienten hastío, a los hombres a quienes han dejado de desear. 

Si los dioses nos defraudan por su sencillez en el vestir y su desprecio a toda piel, en algunas mitologías referidas a héroes hallamos, sin embargo, manifestaciones de indudable respeto a las pieles. Tal es el caso de la leyenda del Vellocino de Oro, piel de carnero que, antes de ser robada al dragón por Jasón y los Argonautas, había transportado por los aires a Frixos y Hele, hijos de Atamante, rey de Tebas. Otra piel de prestigio fue la del león de Nemea que, colocada sobre las anchas espaldas de Hércules, proclamó a los cuatro vientos los méritos del forzudo héroe y matador de fieras. Pero no nos dejemos engañar por estas excepciones. A fuerza de sinceros, debemos confesar que para el mundo helénico las pieles constituían un símbolo de pobreza, una especie de cobertura bárbara usada por las clases inferiores, por mendigos o pastores. Homero describe de este modo el disfraz que Atenea procuró al astuto Odiseo: "Le entregó unos harapos desgarrados, sucios, impregnados de humo; después, le cubrió con la gran piel desollada de un ciervo ligero y le hizo coger, por último, un cayado y una miserable alforja..."(Odisea, XIII)

Habrá que esperar hasta Herodoto para ver desempeñar un papel protagonista a la piel en la literatura griega. Y se trata, además, de un papel de villano. Según la descripción del sabio historiador, nada menos que un millón setecientos mil hombres desfilaron a latigazos -de látigo de cuero-, ejerciendo a su pesar de modelos forzados ante los ojos de Jerjes, testigo impasible de la escena, que duró -¡sólo!- siete días.

Vaso ático del siglo V a.C. representando una bacanal, con una ménade y un sátiro. En las fiestas dionisíacas las sacerdotisas vestían la piel de un leopardo.

Jasón con el Vellocino de Oro. El Vellocino de Oro ha sido motivo de inspiración en las leyendas de la antigüedad clásica: la piel de cordero significaba la inocencia y, junto con el oro, constituyó el mito de los Argonautas.

Raspador de piedra del Paleolítico,   una de las herramientas fundamentales para el proceso de las pieles.

Moscóforo, siglo VI a.C. El sentido mítico del pastor griego con el cordero fue interpretado por el cristianismo, siglos más tarde, como el buen pastor.

Asurbanipal, el famoso rey de Asiria, aparece cazando un león en un bajorrelieve originario de Nínive, 668-630 a.C.

Tampoco los dioses egipcios, inmersos en su reino solar, y soles a su vez, precisaron de las pieles como defensa contra el frío. Se conformaron a lo sumo con una túnica ligera que velara a los hombres la contemplación de su sexo. En cambio los faraones, pese a gozar de esencia divina, no desdeñan presentarse a menudo luciendo pieles de pantera. Lo mismo sucede con los reyes asirios o caldeos, para quienes su posesión se ha convertido en un elemento más del fasto, en un símbolo de poder y de riqueza. Pero eso ya es, de nuevo, historia.

La retomamos en el punto donde la habíamos dejado, en el momento en el que el hombre, después de habitar sucesivamente cuevas naturales, chozas, tiendas hechas a base de pieles, vegetales y unas cuantas estacas, y sofisticadas tiendas de lujo para seminómadas, se ha convertido por fin en un agricultor con domicilio estable. Geográficamente la fuente, el origen, el centro irradiador, está localizado en el antiguo Egipto y en el mundo semítico de Palestina y la antigua Mesopotamia. Allí tuvieron lugar, como atestiguan diversos descubrimientos, las grandes innovaciones en cuanto a pieles utilizadas, formas de curtir, y también la creación de una variada gama de nuevos objetos de piel.

El oficio de curtidor, que en la época helenística y en la de dominación romana cobrará la suficiente importancia como para requerir medidas oficiales destinadas a regular su comercio, se remonta, por lo menos, a los tiempos de la primera dinastía. En el sarcófago de Ti, un rico prohombre egipcio cuya muerte debió acontecer entre el 2850 y el2700a.C., se pueden apreciar escenas donde aparecen curtidores entregados a su trabajo. A través del análisis de estas recreaciones pictóricas de la vida cotidiana, presentes en la mayoría de los muros de las tumbas egipcias, ha sido posible deducir, entre otros aspectos de interés, el grado de progreso experimentado a lo largo de los siglos en el tratamiento del cuero. La estrecha relación entre Egipto y Mesopotamia, el sincronismo entre ambos pueblos durante los primeros siglos de la historia -considerada ésta a partir del descubrimiento de la escritura, en torno al 3000 a.C.. -tuvo como consecuencia una simbiosis cultural, que se extendió también al arte de curtir y trabajar la piel. Pinturas, inscripciones y relieves sepulcrales egipcios reflejan un complejo sistema de curación de pieles, consistente en su inmersión en líquidos, posterior secado, y un proceso final de ablandamiento a base de largas cuchillas de madera o de metal. Pero no  sólo el arte nos ilustra a este respecto. Quedan, afortunadamente, testimonios materiales, objetos de artesanía que permiten el contacto directo con la piel en el mundo Antiguo. Las antecámaras de la sepultura de Tutankamon abundan en este tipo de objetos: féretros adornados con pieles de león, de vaca, de cocodrilo, de rinoceronte; respaldos de piel con incrustaciones de oro... Otra pieza de especial relieve corresponde a un fragmento de cinturón de cuero rojizo, con repujados representado pavos reales, que data de la dinastía XVII, es decir, de unos 1500 años antes de Cristo. Son tantos, empero, los hallazgos de este tipo conservados en los más famosos museos del mundo, que el miedo a provocar el tedio del lector nos mueve a obviarlos.

Por lo que se refiere al mundo persa, el descubrimiento de determinados yacimientos arqueológicos en el actual Irán ha puesto de relieve que, desde la más remota antigüedad, la piel constituyó en esta zona un material de vital importancia. Sirvan de ejemplo a este respecto las excavaciones de Marlik, en las montañas de Alborz, entre Teherán y el mar Caspio, donde aparecieron unas sepulturas reales que contenían hasta los caballos de sus dueños, entre cuyos arreos, aunque prácticamente desintegrados, se encontraron, asimismo, en dichas excavaciones, vasijas de alfarería en forma de animales cargando odres de piel, y un vaso de plata donde figura el dibujo de un guerrero con caso de cuero y un ancho cinturón de piel. Por su parte, en Hasanlu, yacimiento situado al sur del lago Rezayyeh, en el Azerbadjan, se ha rescatado un cuenco de oro adornado con dibujos de dioses montados en carrozas y sosteniendo bridas de cuero en las manos, y de guerreros vestidos con faldones de lana o de piel. Ahora bien, un relieve de alabastro perteneciente al siglo VII a.C. se lleva, quizá, la palma en cuanto a abundancia de piel. Representa al rey asirio Asurbanipal en una cacería de leones, vistiendo un ancho cinturón -de piel- y botas acordonadas -de piel-, rodeado por un grupo de sirvientes que portan carcajes -de piel- llenos de flechas, y van calzados con botas -de piel- o sandalias -también de piel. Un último ejemplo, frívolo y en modo alguno guerrero, para variar un poco. Se trata en esta ocasión de una anécdota referida por Jenofonte, que nos ofrece información adicional sobre las múltiples aplicaciones de la piel en el antiguo Irán, y revela flagrantes síntomas de coquetería masculina en una sociedad caracterizada por el espíritu militar. Según el historiador griego, los persas bajitos, nobles o guerreros, que deseaban aparentar una estatura aventajada, o por lo menos normal, recurrían a una suela de piel muy gruesa capaz de conferirles los centímetros necesarios para poder mirar a sus congéneres a la altura de los ojos.

También los escitas y demás pueblos originarios de la mítica Samarkanda usaron prendas de piel, en particular una especie de sobretodo, el vastra, hecho con cuero o pieles cosidas. Y la piel no sólo les acompañó en la vida, sino incluso en la muerte, formando parte del ajuar póstumo, del viaje de bodas con las Sombras. Cuando fallecía un caudillo su cuerpo, rodeado de lanzas, era cubierto con tablas de madera, forradas a su vez de pieles, La piel figuró, pues, con pleno derecho entre los principales componentes culturales de aquellos primitivos imperios mesopotámicos, ya fuera a título de material para la fabricación de determinados objetos habituales en la vida cotidiana, ya para la de otros objetos, mágicos o religiosos.

Por ello, cuando Alejandro Magno, el héroe cuyos deseos de emular a Aquiles le ganaron la gloria y la muerte en plena juventud, entró en contacto, en el siglo III a.C., con los súbditos del último aqueménida, Darío III, comprobó la importancia que la piel tenía para aquellas gentes, hombres de a caballo en su mayoría. Y él mismo se dejó seducir por la enorme versatilidad de este material. Cuentan que, mientras perseguía al traidor Besso, asesino de Darío, tropezó con el río Oxus y que, a falta de madera, utilizó como flotadores tiendas de piel cosidas herméticamente.

Después de derrotar a Darío III, rey de los persas, Alejandro Magno conoció el abundante uso que hacía este pueblo de las pieles. Llevado por su ingenio, incluso vadeó el río Oxus sobre una tienda de campaña hecha de este material, como sustituto de las barcas.

Mujer calzándose, detalle de ánfora griega del siglo VI a.C.

Hermes atándose la sandalia, en una hermosa copia romana de una escultura de origen griego.

De este modo consiguieron los griegos vadear el caudaloso río en sólo cinco días. Se sabe también que, una vez convertido en emperador de Persia, Alejandro Magno adoptó el modo de vestir de los medos, al advertir que los pantalones de piel eran más adecuados para cabalgar que el característico faldellín utilizado en Grecia.

De Herodoto recogemos una historia tétrica que, amén de ilustrarnos sobre la imaginación de los aqueménidas a la hora de encontrar nuevas aplicaciones a la piel -humana en este caso-, resulta sumamente representativa respecto al grado de moralidad exigido por aquella época al poder judicial. Al parecer un juez persa, de nombre Sisamnes, habiendo sido hallado culpable de prevaricación, fue condenado por Cambises, hijo de Ciro el Grande, a ser degollado "como un cordero" y, posteriormente, desollado. Con su piel se forró un sillón destinado a su sucesor, cargo que recayó en el propio hijo del ajusticiado, Otanes, cuyas posaderas siempre estuvieron en contacto directo, durante el ejercicio de su delicada misión, con la cobertura incorrupta del progenitor corrupto.

Este ejemplo del uso didáctico y moralizador de la piel humana se complementa con el que ofrece la sincera declaración de brutalidad de unas inscripción asiria hallada en las excavaciones de Nínive, que reza así: "Yo maté a uno de cada dos. Construí un muro ante los portales de la ciudad. Desollé a los jefes principales de los rebeldes recubrí el muro con sus pieles. Di orden de que gran número de ellos fueran despellejados en mi presencia y cubrí las paredes con sus pieles."

Confeccionado a base de un cuidadoso tratamiento de la piel, el pergamino ha permitido que gran parte de la información del mundo antiguo llegara hasta nuestros días.

Regresamos en este punto a la cultura, después de un breve recorrido por la ferocidad, y nos encontramos con otro enorme mérito de la piel: haberse constituido, desde los orígenes de la escritura, en un material idóneo donde poder escribir. Los primeros textos en arameo se realizaron sobre tiras de piel flexible cosidas una a otras, en un principio en Irán o en áreas cercanas dominadas por los persas y, luego, en Egipto. Pero la piel más importante en los documentos antiguos es el pergamino, originario de la ciudad de Pérgamo y fabricado con bandas de piel humedecida y tratada con cal que, una vez limpia de pelo, se tensaba y se ponía a secar. Las hojas obtenidas, fuertes y de gran resistencia, llegaban a durar, siempre que se conservaran en lugares secos, hasta 2000 años. No sorprende, por tanto, que haya perdurado un pergamino egipcio correspondiente, aproximadamente, al 2000 a.C.

Los escribas judíos fueron unos entusiastas del pergamino, ligero, duradero y fácil de transportar en comparación con las tablillas de arcilla o de piedra, o el frágil papiro que, sin embargo, tiene el honor de haber sido utilizado por el dios egipcio Thoth, inventor de la escritura. Se ha averiguado que algunos textos filisteos pertenecientes a los siglos IX, VIII y VII a.C. estaban escritos en pergamino hecho de piel de camello. Por otra parte, también la correspondencia diplomática y militar en arameo que se intercambiaban los administradores persas se escribía, en torno al año 400 a.C., en pergaminos o piel ligeramente curtida. El mismo Darío el Grande confirma con estas palabras, en una inscripción esculpida en el muro de Bísitum, su relación con el pergamino: "Yo he hecho estelas de otras formas que nunca habían sido empleadas antes, sobre tablillas cocidas al horno y piel trabajada. Di orden de que mi nombre y mi sello fueran marcados en ellas. Los escritos y la orden fueron leídos ante mí. Después mandé que estas estelas fueran enviadas a mis súbditos de todos los países lejanos."

Concluimos pues que, si bien el papiro egipcio, fácil de conseguir y económico, alcanzó en la antigüedad notorio éxito como material para escribir, la piel se usaba ya para documentos oficiales de manejo constante desde por lo menos el año 1350 a.C. El Libro de los Muertos está escrito en rollos cilíndricos de piel, y en las esculturas asirias y relieves de las primitivas culturas mesopotámicas y de la antigüedad judía aparecen a menudo rollos de piel.

Danzarina etrusca con sandalias de piel, detalle de la tumba de Triclinio en Tarquinia. La industria del curtido estaba muy extendida por el Mediterráneo y las múltiples aplicaciones de la piel habían dado origen a muchos oficios, entre ellos la confección del calzado que, dada su diversidad, popularizó su utilización.

A pesar de que los griegos conocían la piel -se utilizaba para la fabricación de armas, arreos, cinturones, zapatos y corazas-, fue el contacto con las antiguas culturas de Asia Menor y de Egipto lo que posibilitó el perfeccionamiento en el curtido de las pieles. Por desgracia, apenas disponemos de datos que nos  permitan explicar de qué modo se inició este lento proceso, aunque sabemos que determinados productos vegetales, como por ejemplo la corteza de pino, la corteza de las granadas, el zumaque, las bellotas y la acacia, entre otros materiales, se empleaban en calidad de taninos. En la época helenística y, de forma más intensa, en la romana, la industria de curtidos alcanzó gran relieve en todo el Mediterráneo, dando origen, debido a las múltiples aplicaciones del cuero, a un sinnúmero de oficios. Unos de los más importantes fue el de zapatero. Hasta tal punto se perfeccionó la técnica del calzado, que por el aspecto de éste era factible determinar la clase social de cualquier ciudadano del Imperio. Así, los militares utilizaban la caliga, los filósofos la boxea, los campesinos las albarcas -de abarka, palabra de origen prerromano que todavía sobrevive en la lenguas romanas del noreste español, en catalán y en castellano-aragonés-, y para el "unisex" cobró enorme popularidad un sencillo modelo, la solea, consistente en una especie de sandalia con una o más tiras de cuero para recubrir el pie.

En la época del Imperio, el principal consumidor de artículos de cuero fue el ejército, y este tipo de comercio estuvo centralizado en la misma Roma -existieron, no obstante, tenerías en todas las grandes ciudades latinas- a través del gremio de comerciantes de cueros y pieles del puerto de Ostia. Precisamente uno de los elementos desencadenantes de la guerra de Cartago, suministrador a su vez, gracias a las tenerías instaladas en el norte de Africa, de pieles a los diferentes países mediterráneos, fue la ruptura del monopolio imperial que regulaba el comercio de las pieles.

A partir del siglo III a.C., y muy especialmente de la época imperial, las tenerías proliferan en todo el mundo romanizado. Quizá sea el sur de Francia y la práctica totalidad de la Península Ibérica la zona más abundante en este tipo de industrias. Un recentísimo hallazgo habido en el pueblo de Botonita (Zaragoza), el yacimiento de Contrebia Belaisca, correspondiente al período comprendido entre los siglos I y II a.C., donde han aparecido cantidades de cal, de azufre y de otros productos químicos, demuestra a las claras el enorme desarrollo de la piel en tan temprana época en la romanizada Hispania, también llamada "tierra de conejos". Y quién sabe qué otros descubrimientos quedan por hacer.

Díptico del cónsul Boecio, año 487 luciendo sandalias al estilo bizantino.

Columna Trajana en Roma, representando al ejército en la primera guerra dórica. En el Imperio Romano eran las tropas el principal consumidor de piel.

En los ritos del Egipto faraónico se utilizaban pieles de leopardo a modo de ornamento que, dependiendo de la ocasión, eran llevadas por el sacerdote o por el propio faraón. Detalle de la Tumba de las Viñas, de la XVIII dinastía, mostrando la purificación de Sennefer y Meryt por el sacerdote-sem.

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