La Piel en la Edad Media

Durante siglos, el mundo clásico mantuvo relegados a los bárbaros al otro lado de unas imprecisas fronteras, a partir de las cuales comenzaba lo desconocido. Pero, poco a poco, la necesidad de tropas mercenarias para controlar un enorme imperio, así como la de gladiadores y esclavos para suministrar diversión y mano de obra gratuita a la metrópoli, motivó la afluencia de oleadas de gentes extrañas al Mediterráneo. Los ciudadanos romanos comenzaron por despreciar a los germanos, sucios, melenudos, barbudos y vestidos con burdas pieles, sin considerar que en sus remotas tierras de allende el Rin, gélidas y duras, éstas les servían de protección contra el frío. Se burlaron, por tanto, del aspecto de los bárbaros, cuyos aderezos a base de orejas de lobo, cabezas de oso o cuernos en el casco, no hacían sino aumentar su parecido con las bestias salvajes. Después, el trato constante, el hábito de verlos a diario, originó un curioso proceso. Primero a modo de parodia o de disfraz para los días de carnavales, por puro sentido práctico más tarde, fueron adoptando alguna de aquellas prendas tenidas hasta entonces por aberrantes y de baja estofa. De este modo, ilustres personajes que en público se exhibían dignamente vestidos de la toga no desdeñaron ponerse, en la intimidad de sus hogares y durante la estación fría, túnicas peludas.

Con la decadencia del Imperio, cada vez son más las hordas que llegan a Roma y menos sumisa su forma de comportarse. El aspecto de sus jefes, feroz, incivilizado, pero también majestuoso y sobre todo muy abrigado, termina por influir en gran medida sobre la moda clásica. Tanto es así que el emperador Honorio se ve obligado a promulgar un edicto prohibiendo, bajo severísimas penas, el uso de pieles. Y hasta los padres de la Iglesia deben intervenir, para anatemizar los forros de piel con los que las mujeres adornan sus vestidos. La prohibición, como suele suceder, consolida definitivamente, dado el humano instinto de transgredir la norma, la tendencia que quería evitarse. En este caso, sin embargo, las causas profundas del fenómeno obedecen a motivos de índole política y social. Recordemos que ya Ortega y Gasset había señalado, refiriéndose a las modas y los vestidos en que éstas se plasman: "Tienen siempre un sentido mucho más hondo y serio del que ligeramente se les atribuye."

La Edad Media posee, según la historia universal, su fecha oficial de nacimiento en el año 476, que corresponde a la caída del Imperio Romano de Occidente. Grósso modo suele aceptarse esta fecha simbólica, si bien existen excepciones como es el caso de la Península Ibérica, donde se retrasa, pasando por un largo interregno de dominación visigoda, hasta la invasión árabe en el 711.


En tierras de los germanos se empleaban las pieles para guarecerse de las bajas temperaturas.


A pesar de las leyes dictadas por Carlomagno restringiendo el uso y comercio de las pieles, este monarca gustaba, a menudo, de adornarse con ellas.


Tienda de un zapatero. la manufactura del calzado llegó a tener gran importancia en la Alta Edad Media.

Todos lo animales que prestaban sus pieles al hombre en una típica alegoría de Giuseppe Arcimboldo.


Miniatura de Carlos VII, rey de Francia, siglo XV. El armiño o la marta llegaban de Rusia si bien, dado su alto precio, sólo los personajes reales o eclesiásticos podían vestirlos.


Maximiliano de Austria aparece cubierto por una espléndida capa de visón.

De todas formas, podemos afirmar con propiedad, apoyándonos en una serie de datos irrefutables, que a finales del siglo VIII, indiscutible Edad Media, el uso de las pieles está ya universalmente extendido por todo el mundo cristiano. Carlomagno, pese a hartarse de dictar leyes prohibiendo o limitando el comercio de determinadas pieles, y cargando con tremendos impuestos el de otras, no puede sustraerse a la influencia de la moda, y a la menor ocasión solemne aparece en público cubierto de pieles. Por esa época se trata, en general, de pieles bastas, mal trabajadas y de procedencia local: garduña, comadreja, gato montés, topo, liebre, ciervo, buey, cordero y cabra. La más cotizada es la de marta. Mas para fabricar cuellos, adornos para las mangas, forros de abrigos de lujo, los nobles germánicos y mediterráneos importan desde el Cáucaso pieles de armiño -arminia, o "rata de Armenia"-. Precisamente, las hijas de Carlomagno gustan de lucir sobre sus hombros pieles de armiño.

En el siglo X comienzan a llegar a Europa las primeras pieles procedentes de Siberia, que debieron revolucionar el floreciente comercio tradicional. Quizá sea entonces cuando el subconsciente colectivo de los pobladores del Mediterráneo, sorprendido ante tamaño exotismo, asoció el origen de las pieles -caras y al alcance sólo de los más poderosos- con la lejana Rusia. Ello explicará la definición que Gustave Flaubert ofreció de la palabra piel en su Diccionario de Tópicos: "Las pieles vienen de Rusia."

Para el año 1000, la moda de las pieles se ha impuesto en todo el Occidente cristiano incluyendo, con sus lógicas variantes, a la Península Ibérica, así como en el mundo árabe del Oriente Próximo, norte de Africa y España musulmana. No obstante, el terror supersticioso ante el advenimiento del milenio llevará a muchos grandes señores y a algunos ricos comerciantes a desprenderse de sus riquezas -las pieles entre ellas-, en un desesperado intento de comprar su salvación.

El clero, en su calidad de intermediario entre Dios y los hombres, recibe estas ofrendas y, una vez superado el temido milenio sin fin del mundo, diluvios, fuegos ni ningún otro tipo de hecatombes, muchos sacerdotes, por humildes que sean, no pueden resistir la tentación de endosarse las pieles regaladas. Ni siquiera algunos Papas se sustraen a esta epidemia de vanidad mundana. Hasta bien entrado el siglo XIII, momento en el que los dominicanos lanzan una cruzada moral contra el fasto terrenal, contra los símbolos materiales -físicos, physicis, dicen ellos textualmente-, el auge de las pieles será incesante. Pero, ante el despiadado ataque de esta orden de proverbial rigidez, los animales de piel caen en desgracia. Los "velludos" pasan a ser malditos, cosa del Diablo, a quien algunos entendidos pueden reconocer con facilidad bajo el aspecto de uno de ellos: un macho cabrío, un perro o un gato negro. Por doquier se quema a perros y gatos, de modo que las ratas, inmersas en una deliciosa época de mugre, y liberas por fanatismo de sus enemigos tradicionales, se reproducen alegremente, propagando en las grandes ciudades europeas toda suerte de enfermedades. En las noches de luna llena las hechiceras se convierten en zorras, lobas y  hasta en gatas, si bien  estas metamorfosis tienden a producirse en medios rurales. Las pieles quedan rigurosamente prohibidas a toda persona honrada, a todo buen cristiano, mientras que en las representaciones de los Misterios, de las Danzas de la Muerte, se reparten a mansalva entre los que han sido designados para el desagradable papel de demonio. Rabelais nos describe así el atavío de los actores que ejercían funciones diabólicas: "los diablos iban todos cubiertos de pieles de lobos, bueyes y carneros..."

Afortunadamente, la cruzada dominicana se vería frenada por otras, por las de verdad, pues los caballeros que parten a liberar el Santo Sepulcro de manos de los infieles se convierten, a su regreso, en grandes apologistas de las pieles. Introducen además especies nuevas, refinadas y muy caras, cuyo uso queda reservado a los nobles. Por el momento, los demás cristianos deberán conformarse con las pieles tradicionales: conejo, ardilla, cordero, cabra, liebre y curiosamente, gato montés. Ello obedece a que el gato casero correspondía a la sazón a la categoría de animales exóticos, pues se importaba de Oriente. En el Libro de los Oficios, aparecido en París en el siglo XIII, podemos ver que los emolumentos a percibir por las pieles de gato montés son muy inferiores a las que rigen para el gato privado o gato doméstico.

A partir de esta época entra en vigor una reglamentación rigurosa sobre las pieles, que incluye una denominación de origen muy general, italiana, francesa, española..., pero también otra más específica: "estilo París" o "estilo Gerona", por ejemplo. Paralelamente, el abismo entre las pieles de lujo y las de procedencia local se ensancha. El armiño y la marta -escasísima antes del descubrimiento de América-, cuya denominación italiana, zibellina, proviene de la deformación y posterior diminutivización de la palabra rusa sobol, aplicada a una variedad de marta de color muy oscuro, son las más apreciadas. El comercio con Siberia ha caído ya bajo el monopolio de las comunidades de judíos de Varsovia o de Lemberg, que tratan directamente con los cazadores. Por otra parte, el oficio de curtidor, fuertemente jerarquizado a consecuencia de la temprana aparición de las asociaciones de curtidores -la primera de la que se tiene noticia en un país mediterráneo se remonta al siglo XII-, ha quedado constreñido al puro empirismo, de modo que sus ancestrales técnicas apenas han evolucionado. Sólo en determinados países, donde se produce mestizaje cultural, cabe hablar de progreso o, por lo menos, de una simbiosis creadora en algunos aspectos. Tal es el caso de Italia, debido a sus relaciones con el resto del Mediterráneo, y de la Península Ibérica, lugar afortunado en cuanto a fusión de razas, donde conviven cristianos, judíos y musulmanes.

La Península Ibérica estaba predestinada a mantener una relación privilegiada con la piel. Veamos sino la definición que de Hispania ofrece Estrabón poco después de iniciarse la era cristiana: "Hispania es semejante a una piel extendida a lo largo de Occidente a Oriente."

Aunque el célebre geógrafo griego no especifica de qué tipo de piel se trata, cabe supone que se refiere a una de toro pues, además de ser la más común, constituía una medida de longitud muy empleada. Aclarado, pues, el viejo apodo de nuestro país, pasamos a señala que el proceso de romanización incluyó también la transmisión de técnicas para el curtido y la conservación de las pieles. Posteriormente, las sucesivas invasiones bárbaras introdujeron ya para siempre el gusto por este tipo de atavío. Pero, durante la Edad Media, el papel de la piel en tanto que material para la confección de un sinfín de objetos no cesó de cobrar importancia. Puede afirmarse sin lugar a dudas que siempre estuvo presente en la vida cotidiana, tanto en la paz como en la guerra. Numerosas referencias literarias, de las que hemos seleccionado una sola, correspondiente al poema del Mío Cid, lo confirman. En el pasaje referido a la afrenta de Corpes (vv.2735-6), los maridos torturas así a las esposas:

"Essora les conpieçan a dar infantes de Carrión; con las cinchas corredizas majánlas tan sin sabor."
Y más adelante (v.2749), una vez humilladas, las despojan de sus bienes más preciados:
"Leváronles los mantos e las pieles armiñas."

Ahora bien, no es la España cristiana sino la musulmana la que ofrece diferencias sustanciales con respecto a los demás países del Mediterráneo. Durante la época de esplendor del califato, Córdoba se convierte en una de las ciudades más importantes de Europa. Los historiadores árabes han dejado constancia de que en el siglo X había en ella una enorme cantidad de talleres, que ocupaban a unos 13.000 tejedores, además de un número indeterminado de armeros y cordobaneros -curtidores de piel de cabra-, cuyo trabajo mereció gran renombre.


El poema del Mío Cid cuenta que los infantes de Carrión ataron a las jóvenes hijas del Cid con cinchas de cuero.


Elaboradísimo cordobán de un baúl fabricado con piel.


Encuadernación con piel.

Por otra parte, tanto en la zona musulmana, donde gozaba de prestigio y libertad, como en la cristiana, donde solía vivir encerrada en guetos, la comunidad judía estuvo desde siempre relacionada con la industria de la piel en todas sus facetas: tenerías y curtidurías, indumentaria, artes del libro y comercio. Probablemente, la aportación de los judíos en este campo artesanal debió ser muy grande pues, como ya hemos señalado en el capítulo anterior, el Pueblo Elegido había mantenido, antes de la Diáspora, una relación casi religiosa con este material. El tabernáculo era de piel, los libros sagrados se escribían sobre piel, y una de las grandes heroínas de Israel, Judit, cuyo sacrificio por defender a los suyos bordeó peligrosamente los límites del pecado carnal, arrebató con sus sandalias de piel los ojos del asirio Holofernes.

Arabes y judíos trabajaron conjuntamente el cuero en el Andalus, alcanzando en algunas ciudades -Córdoba y Granada- un extraordinario refinamiento. La industria de la piel se diversificó en gran medida, y dio lugar no sólo a objetos de consumo habitual, sino también a otros destinados al lujo. Cobraron justa fama en toda Europa los cordobanes y guadamecíes -cuero adobado y adornado con dibujos- primorosamente labrados. Citamos a modo de ejemplo algunos de los más habituales entre estos objetos de lujo: cajas, arcas, baúles, maletas, sillas de montar, sillas para sentarse, guarniciones, cojines, manteles, alfombras, literas, tapizados de muros y retablos.

La mayor parte de los códices de la Edad Media se han podido conservar hasta hoy día gracias a que fueron escritos en pergamino. Ello nos permite disponer de un considerable número de escritos religiosos, conventuales y nobiliarios, pertenecientes al período comprendido entre los orígenes de la Patrística y la aparición de la imprenta, que tuvo lugar a mediados del siglo XIV. No obstante, el pergamino tuvo que enfrentarse, a partir del siglo XI, con un descubrimiento revolucionario, el papel introducido en España y posteriormente en el resto de Europa, por los árabes. La implantación paulatina de este material, muy perecedero pero enormemente económico comparado con la piel, causó algunos problemas, como se deduce de la lectura de un diploma en el que el rey don Pedro de Castilla accede a que se copie en pergamino una carta oficial escrita por Alfonso XI en papel que ya se estaba rompiendo. Este ejemplo resume a la perfección lo sucedido en aquella época, es decir, la obligada convivencia, la cohabitación, entre los dos materiales destinados a la escritura. El papel se utilizó para lo inmediato, para aquello que en un principio no pensaba conservarse mucho tiempo. Por su parte, el pergamino se reservó a documentos creados con la intención de que perduraran a lo largo de períodos más considerables, ya fuera por motivos religiosos, políticos o simplemente ornamentales.

Ahora bien, durante varios siglos la existencia del papel no puso en peligro el monopolio que ejercía la piel en materia de encuadernación, especialmente de encuadernación suntuaria. Así lo pone de manifiesto esta cita de Alexio Venegas, transcrita por E. Brugalla en su introducción al estudio de J. M. Passola, Artesanía de la piel. Encuadernación en Vich (siglos XII-XV): "Por la encuadernación del libro divino podemos barruntar algo de lo que hay dentro."

<<<Regresar a Menú de Historia de la Piel>>>

  info@cueronet.com
Copyright © Cueronet.com
Reservados todos los derechos.