El Comercio de la Piel en España en el siglo XVIII

El siglo XVIII ha sido llamado con justicia Siglo de las Luces, puesto que representó para la practica totalidad de Europa y, en consecuencia, para grandes zonas de América, el advenimiento de una sociedad cuya visión del mundo antepuso por fin la razón y la ciencia al sentimiento, al fanatismo religioso y al inmovilismo clasista. El XVIII inauguró un cambio de mentalidad paulatino, pero de tal calibre que terminó dando lugar a la gran revolución burguesa de 1789. No fue sólo en Francia, empero, donde triunfaron las nuevas ideas; también países como el nuestro, pese a su difícil situación política -España se hallaba a la sazón sumida en guerras desastrosas, el proceso de decadencia tocaba fondo-, se vieron positivamente afectadas por ese soplo de aire puro que se llamó Ilustración.

Penetró la Ilustración en España a través de los Pirineos, y lo hizo de una forma despótica, impuesta por unos pocos. Llegó de la no de un rey de origen francés -y de sus ministros y consejeros directos-, que sustituyó, después de una cruel guerra civil internacionalizada, la guerra de Sucesión, la antigua dinastía de los Austrias por la de los Borbones. Y pese a tan lamentable principio, a esta dinastía le cupo el honor de realizar, a lo largo de la práctica totalidad del siglo XVIII, las mayores reformas experimentadas por la sociedad española hasta aquella fecha. A Carlos III, nuestro gran rey ilustrado, debemos, entre otras muchas cosas, una reforma de la Universidad española, la racionalización de las comunicaciones postales y una mejora sustancias de los llamados caminos reales, vías que comunicaban las principales ciudades del país. Bajo su reinado se creó un servicio regular de diligencias, que permitió cubrir el viaje entre Barcelona y Madrid en seis días.

España contaba con 10.500.000 habitantes en 1797, de los que apenas un 25% correspondían a la población activa. Nuestra balanza comercial presentaba en 1789 el tradicional déficit, las exportaciones suponían el 40% de las importaciones, mientras que en 1793 habían subido hasta el 55%. Este déficit logró financiarse durante un tiempo gracias a la plata llegada, cada vez con mayores dificultades, de las colonias americanas.


Conjunto de azulejos de oficios del siglo XVIII, con diversos trabajos de curtidores y tenería.


Conjunto de azulejos de oficios del siglo XVIII, con diversos trabajos de curtidores y tenería.


Curioso grabado francés del siglo XVIII, donde aparece un zapatero ambulante con sus diversas herramientas y también colgadas de la mesa, con algunas muestras de calzado sobre las modas y usos de la época.

Pero Carlos III y sus asesores se habían esforzado ya en sanear la economía y en tratar de modernizar a un país que se ahogaba bajo las ruinas de su imperio. Dispusieron a tal fin medidas encaminadas a favorecer el desarrollo de la industria y el comercio, al tiempo que combarían los prejuicios inherentes a la mentalidad hispana con respecto al trabajo, incluso mediante decretos. Así, una Real Cédula promulgada por Carlos III a 18 de marzo de 1783 proclama lo siguiente: "Que no sólo el oficio de curtidor, sino también las demás artes y oficios de herrero, sastre, zapatero, carpintero y otros a este modo, son honestos y honrados; y que el uso de ellos no envilece la familia ni la persona del que los ejerce, ni la inhabilita para obtener los empleos municipales de la República en que están avecindados los artesanos o menestrales que los ejerciten".

Este tipo de consideraciones, obvias en el actual contexto cultural, requirieron una proclama real para ser asimiladas por el conjunto de la sociedad española del siglo XVIII. De este modo se normalizó una situación de hecho pues, desde la aparición de una burguesía mercantil en el siglo XIV, los beneficios económicos obtenidos del comercio de la artesanía había hecho olvidar la posible "vileza" de los artesanos, a quienes se tachaba, sin embargo, de judíos o de moros lo que, como se ha visto, no era precisamente una alabanza.

También la innovación técnica en materia de tratamiento de pieles penetró por Francia. Colbert, ministro del Rey Sol, fue el primero que, enfrentándose al empirismo propugnado por los gremios de curtidores y demás artesanos de la piel, dio un fuerte impulso al análisis científico de los métodos de tratamiento de la misma, en particular de la curtición. Por encargo suyo, Des Billettes escribió en 1708 un trabajo titulado La tannerie et la préparation des cuirs (Curtiduría y preparación de los cueros), que supuso el fin de la tradición oral en este campo de la técnica. Otra obra clave sobre el mismo tema fue L'art du tanneur (El arte del curtidor), publicada en 1764 por el polifacético astrónomo Lalande.

Nos hemos referido por dos veces al aspecto negativo de las organizaciones gremiales -en concreto a las de oficios relacionados con la piel-, a su excesiva jerarquización y a su tendencia a resistirse a toda innovación técnica. Hora es ya de hablar de su misión como defensores de los derechos comunes de los artesanos, y como generadores de una cada vez menos precaria unidad de clase. En España los gremios se remontan al siglo XIII y, desde entonces, su poder se incrementa sin cesar hasta finales del siglo XVIII, época en la que entran en un lento proceso de crisis. La actividad fundamental de los gremios consistió en iniciar a sus miembros -fueron en realidad sociedades muy cerradas, casi iniciáticas en el sentido atribuido hoy al término-en los problemas del sector y en aquellos otros comunes a la totalidad de la población, pero que a ellos les afectaban de forma específica. Los jurados del Consell de Cent y los consellers que se establecieron en Barcelona constituyen uno de los mejores ejemplos a este respecto. Revistió, asimismo, enorme importancia la labor de los gremios en favor de determinados privilegios generales del sector lo que provocó a menudo serios contenciosos con la Corona o con los poderes municipales de muchas ciudades españolas. En tales ocasiones, se solían producir acciones conjuntas de los gremios de las ciudades afectadas por un determinado problema común.

Ahora bien, este feroz corporativismo no se ejercía exclusivamente contra los enemigos exteriores, sino que operaba también dentro del marco de las organizaciones y lo hacía, además, de manera inflexible. A. Capmany y A. Durán Sanpere relatan, en El gremio de los maestros zapateros, un hecho histórico que demuestra el rigor y el sentido de la responsabilidad con el que los gremios velaban por el buen nombre de su oficio: "En 1736, fue llevado a la Casa Gremial casi un centenar de pares de zapatos que se hallaban en la Casa del Puerto Franco, y que, una vez examinados, resultaron de mala calidad. El honor del oficio exigió una sentencia rápida y ejemplar, y los zapatos fueron echados al fuego en mitad de la calle, frente a la Casa Gremial, en presencia de testigos requeridos que comprobaron su completa destrucción".

Sin embargo, la principal labor de los gremios se ejerció en el terreno legal, luchando contra los arbitrios municipales, y también contra determinadas regulaciones y limitaciones, o terciando en los habituales contenciosos entre miembros de distintas agrupaciones artesanales. La segunda mitad del siglo XVIII abundó en disposiciones sobre la valoración de las pieles a efectos de exención o fijación de impuestos, por piel o al peso. Se vieron afectadas sucesivamente las de becerro y cabra, según peso, y las de carnero curtido, cabra, zorrillo y caballos procedentes de las Indias, según piel. Asimismo, dada la importancia de la industria sombrerera española, cuyo volumen de exportación a las colonias de América alcanzó un nivel notable, las pieles de conejo y liebre, y su pelo, estuvieron sometidos a una regulación estricta que prohibió en un principio su salida del país y, posteriormente, su venta a quienes no fueran fabricantes.


Bourrelier Bastier


Doreur sur Cuir


Ceinturier


Gainier

Las procedencias de las pieles utilizadas por la industria nacional resultaron de lo más variadas, especialmente las requeridas para peletería, y más aún para la peletería de lujo o exótica, que no desdeñaba en la práctica ningún tipo de animal de buen pelo, por remoto que pudiera ser su origen. Ahora bien, los ejemplos de exotismo en los quehaceres profesionales cotidianos son más modestos y podemos encontrar, como mucho, referencias similares a ésta, correspondiente a una instancia dirigida al rey que figura en el Archivo Histórico de Barcelona: "...no pudiendo por ahora ofrecer igual abasto de las vaquetas de Moscobia por no hallarse en España cueros proporcionados, pues deben éstos venir de Berbería." Sin embargo, las pieles y cueros más utilizados son los que se extraen de los animales propios del país, y en especial de los que proporcionan los mataderos, asó como los de ante -"los ante" es la expresión de la época para referirse a esta variedad tan cotizada-, cuya importación fue considerable desde siempre.

Precisamente en materia de "antes" surgieron muchos de los problemas entre curtidores y zurradores, si bien el contencioso entre ambos gremios venía ya de lejos. En la misma instancia que acabamos de mencionar se dice los siguiente: "...para poder dar las operaciones y labores a los cueros y pieles que curten y adoban hasta su total perfección... no obstante la privativa que tenían los zurradores..." La cursiva es nuestra, pues queremos poner de relieve la eterna suspicacia entre estos dos gremios de obligada convivencia, pero cuyo reparto de funciones específicas fue causa de continuos roces. La unificación definitiva entre curtidores -los que realizaban el trabajo de curtido propiamente dicho- y zurradores -los que remataban "zurrando" el cuero, es decir, dándole las propiedades necesarias para los usos a que estuviera destinado-, pese a iniciarse en algunas zonas de España, especialmente en Cataluña, a finales del XVIII, no se consolidó hasta bien entrado el siglo siguiente.

Por lo que respecta al volumen alcanzado por el comercio y la industria de la piel en esta época, vamos a tratar de ofrecer una aproximación general aportando unos pocos datos muy significativos. El censo ovino en España en el año 1797 era de 11.700.000 cabezas, mientras que en algunas de nuestras colonias americanas, como por ejemplo Argentina, se exportaban grandes cantidades de cueros. En el año 1793 salieron del puerto de Buenos Aires, rumbo a España,1.400.000 cueros de vaca. También los barcos que venían de Cuba iban cargados de cueros y curtidos y, al decir de Vicens Vives, "cueros americanos alimentaron una poderosa industria barcelonesa hegemónica en el siglo XVIII: la de zapateros, sobre la cual no poseemos más información que su constante desarrollo y la expansión del mercado de consumo a toda España".


El conde de Frías luce unos pantalones de refinado tafilete, mientras que las botas, guantes y fusta complementan su ajuar en piel.


Carlos IV, este monarca favoreció la expansión de la industria de la piel mediante una disposición en la que, modificando la anterior Cédula de Carlos III, decretaba la libertad económica y reducía los impuestos.

Constituye una prueba fehaciente de la influencia ejercida por este comercio con América el enorme impulso que experimentó nuestra industria de la piel y de sus derivados. Pero no debe olvidarse tampoco la contribución que hicieron a este desarrollo una serie de medidas proteccionistas, concretadas por escrito en 1781, en la "Red Cédula de Carlos III coincidiendo diferentes gracias, franquicias y privilegios a favor de todas las fábricas de curtidos del Reino". Dicha cédula supuso una sistematizada defensa de los intereses de la industria nacional de la piel y, al mismo tiempo, una modernización total de la misma. En este sentido, la disposición primera, aquella donde se define el objetivo fundamental, manifiesta la intención de poner fin a un agravio comparativo existente entre las distintas industrias del sector:"Y, reconociendo la necesidad de reducir a un punto y regla determinada las exenciones que conviene aplicar para su fomento a cada clase de manufacturas, tuvo por conveniente mandar que, con este respecto, y con la presencia del estado actual de las cosas, la informases los directores generales de Rentas lo que se les ofreciese, y pareciese en orden al arreglo de gracias que debieran gozar las fábricas de curtidos..."

Por otra parte, a través de este plan la Administración se propuso, aplicando por primera vez unos criterios universales y bien estructurados, estimular el desarrollo de las tenerías españolas. A tal fin ejerció un control fiscal sumamente riguroso, para conseguir que la transformación de las materias primas siempre tuviera lugar en España.

Aunque esta Real Cédula disponía que cueros y pieles sin curtir importados de países extranjeros pagaran menos impuestos que antes, no los declaraba sin embargo, tal como se requería para un sustancial abaratamiento de la producción, exentos del pago de derechos. Más tarde se rectificó este error, mediante una disposición promulgada en 1796, ya bajo el reinado de Carlos IV. Por ella se declaraban "libres de derechos de entrada y de internación las pieles y cueros que se introduzcan y hayan de beneficiarse en las fábricas de curtidos del Reino".

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