Capítulo XX. De las perdices, palomas y otras aves menores

DOS maneras de perdices se hallan en aquella mi tierra. Unas son como pollas ponedoras. Críanse en los desiertos que los indios llaman puna. Las otras son menores que las de España. Son de buena carne, más sabrosa que la de las grandes. Las unas de las otras son de color pardo, los picos y pies blancos. Las chicas propiamente parecen a las codornices en el color de la pluma, salvo las pecas blancas, que no las tienen. Llámanlas yutu (pusiéronle el nombre del sonido del canto que tienen, que dicen "yutyut"; y no solamente a las perdices, pero a otras muchas aves les ponen el nombre en este discurso. Lo mismo hacen en otras muchas cosas, que declararemos donde se ofrecieren). De las perdices de España, no sé que hayan llevado a mi tierra.

Hay palomas torcazas, como las de acá en tamaño, pluma y carne. Llámanles urpi: quiere decir "paloma". A las palomas que han llevado de España dicen los indios Castilla urpi, que es "paloma de castilla", por decir que fueron llevadas de acá. Hay tórtolas ni más ni menos que las de España, si ya en el tamaño no son algo mayores. Llámanles cocohuay (tomadas las dos primeras sílabas del canto de ellas y pronunciadas en lo interior de la garganta, para que se asemeje más el nombre con el canto).

Hay otras tortolillas pequeñas, del tamaño de las calandrias o cogujadas y del color de ellas. Crían por los tejados —como acá los gorriones— y también crían en el campo. Hállanse pocas.

Hay unos pajarillos pardos que los españoles llaman gorriones por la semejanza del color y del tamaño, aunque diferentes en el canto, que aquéllos cantan muy suavemente. Los indios les llaman paria pichiu. Crían por los bardales de las casas dondequiera que hay matas en las paredes y también crían en el campo.

Otros pajarillos bermejuelos llaman ruiseñor los españoles, por la semejanza del color. Pero en el canto difieren como lo prieto de lo blanco, porque aquéllos cantan malísimamente: tanto, que los indios en su antigüedad lo tenían por mal agüero.

Hay unos pajarillos prietos que los españoles llaman golondrinas y más son aviones que golondrinas. Vienen a sus tiempos, aposéntanse en los agujeros de los tejados 10, 12 juntos. Estas avecillas son las que andan por los pueblos más cerca de la gente que otras. Golondrinas ni vencejos no los vi por allí —a lo menos, en lo que es la serranía del Perú.

Las aves de los llanos son las mismas (sin las marinas, que son diferentes).

Sisones, gangas ni ortegas ni zorzales, no las hay en aquella tierra. Ni grullas ni avutardas. Otras habrá en lugar de ellas, de que yo no me acuerde.

En el reino de Chile (que también fue del imperio de los incas) hay avestruces, que los indios llaman suri. No son de pluma tan fina ni tan galana como las de África. Tienen el color entre pardo y blanco. No vuelan por alto, más a vuela pie son muy ligeras: corren más que un caballo. Algunas tomaron los españoles poniéndose en paradas en sus caballos, que el aliento de un caballo ni de dos solos no basta a cansar aquellas aves.

En el Perú hay jilgueros, que los españoles llaman así porque son de dos colores, amarillo y negro. Andan en bandas. Los indios les llaman chaina, tomando el nombre de su mismo canto.

Otras muchas maneras de pájaros hay, chicos y grandes, de que no acertaré a dar cuenta por la multitud de ellos y poquedad de la memoría.

Acuérdome que hay cernícalos como los de acá, pero más animosos, que algunos se ceban en pajarillos.

En el llano de Yúcay vi volar dos cernícalos a un pajarillo. Traíanlo de lejos. Encerróseles en un árbol grande y espeso que hay en aquel llano. (Yo lo dejé en pie, que los indios en su gentilidad tenían por sagrado, porque sus reyes se ponían debajo de él a ver las fiestas que en aquel hermoso llano se hacían.)

Uno de los cernícalos, usando de su natural industria, entró por el árbol a echar fuera al pajarillo. El otro se subió en el aire encima del árbol para ver por dónde salía y, en saliendo el pájaro forzado del que le perseguía, cayó sobre él como un neblí. El pajarillo volvió a socorrerse en el árbol. El cernícalo que cayó a él entró a echarle fuera y el que le había sacado del árbol se subió en el aire, como lo hizo el primero, para ver por dónde salía.

De esta manera los cernícalos, trocándose ya el uno, ya el otro, entraron y salieron del árbol cuatro veces y otras tantas se les encerró el pajarillo con gran ánimo, defendiendo su vida, hasta que la quinta vez se les fue al río y en unos paredones de edificios antiguos (que por aquella banda había) se les escapó, con gran contento y gusto de cuatro o cinco españoles que habían estado mirando la volatería, admirados de lo que la naturaleza enseña a todas sus criaturas —hasta las aves tan pequeñas— para sustentar sus vidas, unas acometiendo y otras huyendo, con tanta industria y maña como se ve a cada paso.

Abejas silvestres hay de diversas maneras. de las domésticas, criadas en colmenas, ni los indios las tuvieron antes ni los españoles se han dado nada hasta ahora por criarlas. Las silvestres crían en resquicios y concavidades de peñas y enchuecos de árboles. Las que son de tierras frías, por las malas hierbas de que sustentan hacen poca miel —y ésa desabrida y amarga— y la cera negra de ningún provecho. Las de tierras templadas o calientes, por las buenas hierbas de que gozan, hacen muy linda miel: blanca, limpia, olorosa y muy dulce. Llevada a tierras frías se cuaja y parece azúcar. Tiénenla en mucha estima no sólo para comer más también para el uso de diversas medicinas, que la hallan muy provechosa.

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