La caza del tatú carreta*[Nota 4]

CHIQUITOS MÍOS:

En mi carta anterior les prometí un relato divertido. ¡Quién había de decirme que en plena selva, cazando un enorme animal salvaje, me iba a reír a carcajadas!

Así fue, sin embargo. Y los indios que cazaban conmigo, aunque son gente muy seria cuando cazan, bailaban de risa, golpeándose la barriga con las rodillas.

Pero antes debo decirles que esta fiesta de monte tuvo lugar un mes después de mi encuentro con el tigre cebado. Los cinco canales que me había abierto en carne viva con sus garras se echaron a perder, a pesar del gran cuidado que tuve.

(Las uñas de los animales, hijitos míos, están siempre muy sucias, y precisa lavar y desinfectar muy bien las heridas que producen. Yo lo hice así; y a pesar de todo estuve muy enfermo y envenenado por los microbios.)

Los cazadores de que les hablé en mi anterior carta me llevaron acostado sobre una mula hasta la costa del Paraná y cuando pasó un vapor que volvía del Iguazú, lo detuvieron descargando al aire sus escopetas. Fui embarcado desmayado, y hasta tres días después no recobré el conocimiento.

Hoy, un mes más tarde, como les dije, me encuentro sano del todo, en los esteros de la gobernación de Formosa, escribiéndoles sobre una cáscara de tatú que me sirve de mesa.

Bien, chiquitos. Por el título de esta carta ya han visto que se refiere a la cacería de un tatú. (Ante todo, es menester que sepan que el quirquincho, la mulita, el peludo y el tatú son más o menos un mismo y solo animal.) Oigan ahora lo que nos pasó.

Anteayer atravesábamos el bosque para alcanzar esa misma noche las orillas del río Bermejo, tres indios y yo. Caminábamos hambrientos como zorros, cuando...

(Hijitos míos: no es tan fácil comer en el bosque como uno cree. Salvo al caer la noche y al rayar el día, en que se puede ver a los animales que salen a cazar o vuelven a sus guaridas, no se tropieza con un bicho ni por casualidad.)

Caminábamos, pues, tambaléandonos de hambre y fatiga, cuando oímos de pronto un ronquido sordo y profundo que parecía salir de bajo tierra. Ese ronquido se parecía extraordinariamente al de un tigre cuando trota bramando con el hocico en tierra. El que oímos entonces resonaba bajo nuestros pies, como si un monstruo estuviera roncando en las entrañas de la tierra.

Yo miraba estupefacto a los indios, sin saber qué pensar, cuando los indios lanzaron un chillido y comenzaron a bailar en círculo uno tras otro, mientras gritaban: —¡Tatú! ¡Tatú carreta!

Entonces comprendí de lo que se trataba; y al pensar en el riquísimo manjar que nos prometía ese ronquido, entré bailando en el círculo de los indios, y dancé como un loco con* [Nota 5]ellos.

(Para apreciar lo que es bailar como un chico entre tres indios desnudos, es menester saber lo que es hambre, hijitos míos.)

Yo no había visto nunca un tatú carreta; pero sabía ya entonces que cualquier tatú, o mulita o quirquincho asado, es un bocado de rey.

Estaba bailando aún, cuando los indios se lanzaron monte adentro a toda carrera chillando de apetito. Yo los seguí a todo escape, al punto de que llegué casi junto con los indios hambrientos.

Y vi entonces lo que es el tatú carreta: en pleno suelo, con casi todo el cuerpo hundido en una enorme cueva, inmóvil y callado ahora, estaba el animal, cuyo ronquido habíamos oído. Era en efecto una mulita. ¡Pero qué mulita, chiquitos míos!

Apenas se veía de ella algo más que su robusto rabo. En un instante los indios se prendieron de él y tiraron con todas sus fuerzas. El tatú, entonces, se puso a cavar... ¡Y qué terremoto! La tierra volaba como a paletadas, lastimándonos la cara por la fuerza con que salía. Con tal fuerza escarbaba el tremendo tatú y con tanta rapidez, que la tierra salía lanzada a chorros, en sacudidas rapidísimas.

Los indios se ahogaban de tierra. Soltaron el rabo, y en un instante éste desapareció como una serpiente en la cueva. Con un grito nos lanzamos todos al suelo, hundimos el brazo hasta sujetar el rabo y tiramos los cuatro con todas nuestras fuerzas.

¡Y dale! ¡Tira! ¡Tira! Cuatro hombres con feroz apetito tiran, créanme, hijitos míos, tanto como un caballo. Pero el enorme tatú, con las abiertas uñas clavadas en tierra y con el lomo haciendo palanca en la parte superior de cueva, no cedía un centímetro, como si estuviera remachado.

Y tirábamos, chiquitos, tirábamos, negros de tierra y con las venas del cuello a punto de reventar por el esfuerzo. A veces, rendidos de fatiga, aflojábamos un poco; y el tatú se aprovechaba entonces y cavaba a todo escape, lastimándonos la cara con las manotadas de tierra, que salían como de una ametralladora. ¡Tal era nuestra facha y tan sucios estábamos, que nos reíamos a cada rato, de vernos cuatro hombres hambrientos, tirando como locos de la cola de un tatú!

Yo no sé, chiquitos, cómo hubiera concluido eso. Posiblemente hubiera acabado el tatú por arrastrarnos a todos dentro de su cueva, porque nosotros no hubiéramos soltado nuestro asado. Pero por suerte de pronto recordé un procedimiento infalible para sacar mulitas de la cueva.

¿Saben ustedes cuál es este procedimiento ? ¡Pues... hacerle con una ramita cosquillas al animal... debajo de la coda!

(No se rían, chiquitos. Este sistema de cazar ha salvado en el monte la vida a muchas criaturas que otro modo hubieran muerto de hambre.)

Hicimos, pues, cosquillas al tatú. Y el tatú, tal vez divertido o muerto de risa por el cosquilleo, afllojó las patas, y ... ¡ligero! ¡a un tiempo! Y de un tremendo tirón lo sacamos afuera.

¡Pero qué monstruo, chiquitos! Era más grande que 20 mulitas juntas. Más grande todavía que la gran tortuga del zoo. Pesaría tal vez 50 kilos y medía un metro de largo. Parecía realmente una carreta de campo, con su gran lomo redondo.

Hoy día el tatú carreta escasea bastante. Se dice que hay ejemplares más grandes aún, y que pesan centenares de kilos. Estos tatús son nietos de otros tremendos tatús carreta que existían en otras épocas, llamados gliptodontes, cuya cáscara o caparazón se puede ver en el museo de Historia Natural.

Bien, chiquitos: Nos comimos a nuestro respetable tatú, como si fuera una humilde mulita asada del mercado del Plata. Todavía lo estamos comiendo, muy serios; pero cuando me acuerdo de la figura que hacíamos anteayer tirando, tirando....me río todavía... y como más tatú.

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