Hugo E. Biagini

 

 

Fines de siglo, fin de milenio

"INTROITO"

...todos los grandes críticos del siglo comprendieron las formas en que la tecnología y la organización social modernas determinaban el destino del hombre. Pero todos creían que los individuos modernos tenían capacidad para comprender este destino y, tras haberlo comprendido, luchar contra él. De aquí que incluso en medio de un presente miserable, pudieran imaginar un futuro abierto. Los críticos de la modernidad del siglo XX carecen casi por completo de esa empatía y esa fe en los hombres y mujeres contemporáneos.

Marshall Berman
Todo lo sólido se desvanece en el aire

Hitos claves

Si nos ceñimos al mundo moderno hallamos una serie de fechas en las postrimerías de varias centurias -v.gr., 1492, l688 y l789- que se corresponden con diversas instancias fundamentales: descubrimiento europeo de América, orígenes de la monarquía constitucional en Inglaterra y acceso de la burguesía francesa al poder político.

En cuanto a los períodos específicos por nosotros acotados (tramos finales del XIX y el XX), cabe señalar, para los repliegues del siglo anterior, el auge imperialista en los Estados Unidos junto a un primado del conservadurismo en Latinoamérica y España, cuando se esgrimían sin mayores reservas las tesis sobre el destino manifiesto, el pueblo elegido, los mesianismos y las variantes etnocéntricas. No obstante, en esas regiones se hace sentir fuertemente la denominada cuestión social y aparecen expresiones orgánicas de corte popular, mientras que en los dos extremos del Nuevo Mundo se multiplica el flujo inmigratorio -con la emigración hispana encaminada hacia el Cono Sur. Frente a la ideología avasallante del éxito económico y el ascenso social se denuncian el predominio oligárquico, el caciquismo y la "política criolla", postulándose medidas reparadoras o regeneracionistas.

Surgen entonces con bastante claridad los primeros indicios del panamericanismo, la yancofobia y el reacercamiento al tronco hispano -en profundo deterioro por su vertiginoso repliegue del escenario mundial. Otras hegemonías generacionales -la del 98 en la península ibérica y la del 900 en nuestra América- enarbolan criterios cientificistas o se enfrentan de distinta manera con los resabios del positivismo. Tras distintos ensayos para atenuar el efecto provocado por relaciones muy injustas de poder, nuestra propia actualidad finisecular parece insinuarnos un agudo brote reaccionario junto con el incremento de las desigualdades.

A diferencia de las líneas preponderantes que hemos esbozado para las postrimerias del XIX y del XX, los inicios de estos dos siglos han deparado algunos momentos más edificantes para nuestra América, pues en primer término despunta allí el ciclo emancipador y, con la nueva centuria, el rechazo al neocolonialismo y una declinación del orden conservador (Revolución Mexicana, Reforma Universitaria, etc.). Tentativas democratizadoras que luego hallarían cierto paralelismo en los Estados Unidos con el New Deal y en España con el advenimiento de la República.

Cronologías

Una estimación histórica digna de tenerse en cuenta nos advierte que el siglo XIX se prolonga en verdad por espacio de 125 años, si admitimos que el mismo empieza con la caída de la Bastilla y finaliza con el estallido de la Primera Guerra Mundial y la pérdida de confianza en el progreso indefinido. Por otro lado, el siglo siguiente ve disminuida una cuarta parte de su extensión cronológica, pues se habría iniciado hacia 1914 para clausurarse súbitamente en 1989 con el derrumbe del muro de Berlín.

Toni Negri ha restringido aún más notablemente el alcance específico del siglo XX, cuya duración la circunscribe a un período de apenas 40 años: desde la crisis financiera de 1929 y el primer gobierno de Roosevelt hasta fines de los sesenta. En lo esencial, durante ese entonces se dio la variante reformista del capitalismo, que sería el factor relativamente novedoso aportado por el siglo XX, pues tanto el sistema de libre mercado como el socialismo y la revolución constituyen resabios ideológicos del XIX. En rigor, el siglo XX en sí mismo no sólo posee el sello de lo efímero -"un relámpago, un rayo ambiguo"- sino el de lo inaprensible y lo inexistente, tratándose en verdad de "una exasperación temporal que nos ha arrojado al año 2000 sin haber salido del siglo XIX" (Negri; c. 2)

En un orden diferente de cosas, puede inferirse otra idea disruptiva, según la cual el año 2000 comenzaría en rigor hacia 1993; a juzgar por las investigaciones donde se demuestra que el nacimiento de Cristo -fecha convencional con la que se inaugura nuestra era- habría acontecido siete años antes de lo estipulado por el calendario hasta hoy vigente. Se responsabiliza por ese desfasaje a una periodización errónea basada en el criterio del Anno Domini, donde se excluye de la datación aquellos lapsos en los cuales gobernaron emperadores romanos que persiguieron a los cristianos (Baiocchi; 24).

Por añadidura, las limitaciones que presenta el calendario gregoriano para subdividir el año ha llevado a formular una seria propuesta ante las Naciones Unidas, a saber, la implementación de un parámetro temporal superior: el antiguo almanaque Tzolkin ideado por la astronomía maya, el cual sincroniza con mayor precisión que el vigente a los ciclos solares y a los ciclos lunares (Galvis Ramírez; 10-11).

Muros poblacionales

Más allá de todas esas peculiaridades y rarezas, de saber si ya hemos ingresado prematuramente en el siglo XXI y en el tercer milenio, o si por fin irrumpe el imperio de la libertad, puede observarse con qué variada sutileza se están levantando nuevos cercos humanos que exceden con creces en longitud los 46 Km. del Muro de Berlín. ¿No corresponde referirse a una suerte de barrera a escala europea para contener a los primitivos habitantes de territorios que fueron ocupados por las potencias coloniales?; ¿un apartheid filicida dirigido incluso contra quienes descienden en línea directa de los mismos colonizadores o de los inmigrantes que optaron por permanecer en suelo ultramarino?. ¿Con ello no prosigue la clásica negación o encubrimiento por parte de las élites metropolitanas de las realidades extracontinentales?

Salvando las distancias con el oprobioso caso alemán, ¿no es legítimo referirse a un "Muro de Madrid", el del aeropuerto de Barajas, donde, por una aberrante ley de extranjería, se ha impedido el paso hasta de simples turistas oriundos de zonas en las cuales durante innumerables temporadas los propios peninsulares obtuvieron refugio, solaz y hasta abundantes ganancias materiales?. Aun bajo el mismo dominio español, a los americanos se les otorgaba una categoría menos descalificatoria, en tanto súbditos de la corona. [1]

Y en otro contexto, ¿cómo evitar el mismo apodo de muro o cortina para ese extenso cordón que en la Argentina separa su ciudad capital del Gran Buenos Aires, donde día a día crece la marginación y la indigencia en ese país cuya opulencia permitió que llegara a ser tildado como los Estados Unidos del Sur?

Entre los tópicos más ostensibles que reflejan el propio acontecer o las imposiciones de moda, hallamos abundantes referencias a una crisis y a un derrumbe con signos polivalentes: de la trascendencia y la inmanencia; de las ideologías justificadoras, de las utopías cuestionantes y hasta de los mismos paradigmas científicos. Estaríamos frente a un agotamiento tal de los sustancialismos que para explicarnos la realidad deberíamos apelar a esa caracterización de ella como un "sueño sin soñador", trazada por Macedonio Fernández -el cuasi imaginario mentor intelectual de Borges.

Dichas panorámicas coinciden pues con nuestro fin de siglo, con la clausura del segundo milenio occidental y cristiano; cuando, si bien parecen disiparse conmociones como las que suscitaba una eventual conflagración nuclear ante meros errores de cálculo, no dejan por otro lado de escucharse nuevas profecías que anuncian inevitables desastres ecológicos. Tales aseveraciones, aunque proceden usualmente de fuentes efectistas, otras veces responden a testimonios muy autorizados, como en el caso de la reunión llevada a cabo por los premios Nobel científicos en noviembre de 1992; reunión adonde se alertó sobre los serios peligros que acosan a nuestro planeta. Predicciones que han sido también confirmadas por un importante estudio reciente (Meadows) en el cual se alude a las posibilidades de que en el siglo venidero se produzca en la tierra un colapso total.

La industria del Apocalipsis

El anecdotario cotidiano nos trae a colación otra clase de indicios con tintes escatológicos y milenaristas, como el de las nuevas sectas que bordean por momentos el típico vínculo entre enriquecimiento y prácticas litúrgicas, sin que tampoco permanezcan excluidos los ribetes delictivos. Así un cable proveniente de Seul nos informaba:

El pastor Lee Jang Rim, jefe de la iglesia Tami...convenció a sus 20000 seguidores para que vendan todo, incluso la casa, dejen el trabajo, no manden más a sus hijos a la escuela, y finalmente, que no hagan más el amor, pues el 28 de octubre llegará el fin del mundo. El clima de catástrofe inminente contagió a otros cuatro grupos religiosos surcoreanos. La policía, que no puede luchar contra esta tendencia en el plano ideológico porque en Corea del Sur existe libertad de religión, igualmente actuó deteniendo a Lee por sospecha de estafa agravada. Para el 28 de octubre se teme una ola de suicidios en masa entre estos fundamentalistas...(en La República,Montevideo,Septiembre 25,1992)

Las versiones apocalípticas, que se agudizan ante el fin del milenio, podrían suscitar la ironía o el sarcasmo si no fuera por el carácter expiatorio y hasta por la eliminación colectiva -como mandato celestial para la supuesta liberación mundana o para el logro de la inmortalidad- que han signado el accionar de distintas sectas durante los últimos tiempos -desde los adherentes al Templo del Pueblo (Jonestown, Guyana, 1978) hasta los davidianos inmolados en Waco, Texas, 1993 y los cadáveres de miembros del Templo del Sol que aparecieron en Suiza un año después. Tales manifestaciones estarían conectadas con fabulosos intereses como los que se derivan del tráfico de armas o de drogas.

Otras variantes, próximas al rebrote racista y neonazi, ejecutan atentados dirigidos a destruir la sociedad -como la secta japonesa Verdad Suprema- o a debilitar el poder del gobierno central y de las Naciones Unidas -caso milicias de Michigan. El aumento de la ortodoxia y la intransigencia también emerge dentro de las grandes religiones, por ejemplo, en el catolicismo, donde el papado ha ido frenando la renovación teológica -no sólo la que impulsan corrientes como la de la liberación sino otras tendencias posconciliares menos radicalizadas.

Otros pronosticadores, ligados con el negocio editorial, han extendido una constancia de defunción apenas más prolongada. Así, el mismo autor de ese best-seller que fue El triángulo de las Bermudas dio a publicidad otro volumen en el cual, de un modo efectista, también señalaba la inminencia de una destrucción planetaria con una fecha específica: el año 1999. Para fundamentar ese vaticinio se recurrió a un trasfondo mitológico y zodiacal, mechado con elementos geológicos y astronómicos, que llevaban a plantear la siguiente duda con respecto a la catástrofe final: "¿será cuestión de castigo divino, como resultado imprevisto del progreso tecnológico, o simplemente como periódico desplazamiento de la superficie de la Tierra, que no podemos controlar?" (Berlitz; 189). Como escapatoria, se terminaba sugiriendo la reserva de pasajes en una firma privada que había construido una nave espacial emuladora del arca de Noé.

Para la misma época y en una línea similar, un ex "científico" de la NASA, aseguraba que el fin del mundo ocurriría en una fecha aún más categórica: el 21 de marzo del 2020. Se arribaba a ese resultado, tras múltiples mediaciones ocultistas -astrológicas, telepáticas, nigrománticas- que no impedían la adopción de respuestas bien empíricas para hacer frente al cataclismo definitivo [2]. También parecen movidos por afanes especulativos y publicitarios diversos augurios que proceden del terreno declaradamente académico, como los de quienes prevén un desastroso horizonte financiero y suministran recetarios para mitigarlo [3].

Pese a todo, cabe aguardar un porvenir menos derrotista  para nuestra especie, pues ésta tendría mil años adicionales de vida. Según muy antiguas tradiciones, el fin de la humanidad se produciría recién después de tres períodos de dos mil años. El próximo milenio sería el último antes de la hecatombe total.(Millán; 18-19)

Notas

[1] Por otro lado, cabe rescatar, v.gr., las distintas reacciones y movilizaciones populares como las que se produjeron en Madrid y Barcelona a fines de 1992 impulsadas por grupos parlamentarios y extraparlamentarios. En ellas se levantaron consignas tales como las de "¡Stop al racismo: somos todos mestizos, somos todos inmigrantes!". Asimismo, debe reconocerse el papel que últimamente cumpliría la política española al sortear los condicionamientos impuestos por la Comunidad Europea e insistir para que ésta libere a muchos latinoamericanos del visado para ingresar al Viejo Mundo.

[2] Estamos aludiendo a recomendaciones de este calibre: "debemos conservar siempre nuestros depósitos de gasolina a medio llenar y tener en la casa alimentos de reserva para varios días, en caso de evacuación precipitada (...) Quien no tenga coche, debe llevar consigo ropa para cambiarse, guantes y ropa de trabajo, junto a un par de zapatos de repuesto, conservas, fósforos y velas, un botiquín y todos los documentos importantes, como cartas de crédito, de seguros y de seguridad social y, sobre todo, mucho papel higiénico"...; Maurice Chatelain, El fin del mundo (Barcelona, Edics. Juan Granica, 1984) p. 198.

[3] Por ejemplo, el libro de Ravi Batra, La gran depresión de 1990 (B. Aires, Grijalbo, 1988), donde no sólo se anuncia un perentorio y prolongado crash económico, similar al de 1929, sino que además se presenta la obra como "una guía insustituible para todo aquel que quiera sobrevivir y prosperar durante la gran crisis económica que se avecina".

 

 

Primera Edición digital autorizada por el autor a cargo de José Luis Gómez-Martínez, Octubre de 2001.  ©Hugo E. Biagini. Fines de siglo, fin de milenio. Buenos Aires: Alianza Editorial / Ediciones UNESCO, 1996.

   

© José Luis Gómez-Martínez
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