Hugo E. Biagini

 

 

Fines de siglo, fin de milenio

"UMBRALES DEL NOVECIENTOS"

Así es que despediremos el siglo XIX sin haberse resuelto la contienda social de toda un centuria ¿La resolverá el siglo XX? Nadie lo sabe. A juzgar por los hechos de este siglo podemos deducir que, si en el próximo no se alcanza definitivamente el triunfo de la justicia, de la libertad, del bienestar humano, se dejará bien preparada la victoria para el siglo XXI

Almanaque ilustrado de La Questione Sociale
(Buenos Aires, 190l)

 

Ha llegado el crepúsculo del actual período histórico. Ha llegado el crepúsculo. Las basílicas del error vacilan sobre sus bases. Los Idolos empalidecen con el pavor de la derrota. El armatoste social se desmorona. Pues bien. ¡Lejión descamisada i esangüe que en tu larga peregrinación milenaria avanzas cara al sol con las pupilas llenas de la visión del futuro; yérguete sobre tu Sinaí sin tablas i alza el trapo de tu heráldica plebeya sobre todas las cumbres!.

Adolfo Anarkos, "Inicial", La Ajitación (Santiago de Chile, 17,1902)

CAPITULO 1

ARGENTINA Y LATINOAMÉRICA EN PUGNA POR SU IDENTIDAD

¿Hasta cuándo seremos los ciudadanos de Mimópolis y los parásitos de la labor europea?...cuándo lucirá el día de la emancipación moral, y alcanzará el intelecto sudamericano sus jornadas libertadoras de Maipo y Ayacucho?

Paul Groussac
Del Plata al Niágara

Modernismo y autoafirmación

Por distintos motivos, la República Argentina se perfilaba hacia los umbrales del siglo XX para desempeñar un papel sumamente significativo -tanto en el hemisferio austral como en relación a la mentada raza latina y al resto del orbe en general-, vaticinándose por ese entonces que dicha nación encabezaría, incluso, una alianza para neutralizar las asechanzas estadounidenses.

Un caso de relieve que todavía aguarda una exploración a fondo lo constituye el Ateneo de Buenos Aires; ámbito donde, además de desarrollarse nuevas corrientes literarias, latieron en su seno, junto a posturas regresivas, el inconformismo, la rebeldía social y las más dispares perspectivas filosóficas, como símbolo institucional de la polifonía doctrinaria que empieza a adquirir relieve hacia fines del Ochocientos.

Dentro del Ateneo porteño se mantuvieron diversas polémicas sustantivas, relacionadas con el problema de la cultura y de la identidad. Así tenemos que Calixto Oyuela se ufanaba en caracterizarnos como euro-españoles o "gallegos de aquende", mientras argumentaba sobre la necesidad de recurrir a la historia para forjar la conciencia nacional. En modo simultáneo, Oyuela exhortaba a reaccionar contra la "tendencia a vivir intelectualmente de prestado" y pedía que se impulsaran los estudios sobre el desenvolvimiento estético en nuestro continente.[1]

Rafael Obligado, minimizando el legado hispánico y acusando a Oyuela de remedar la imagen anacrónica de una América española, postulaba para "nuestra América" un arte con personalidad singular y esencialmente argentino o latinoamericano; tal como sucedía con el arte francés, germano, hispano o sajón. Retomando implícitamente la bandera de los primeros románticos en torno a la emancipación cultural, Obligado se lamentaba por la inexistencia de un año diez de revolución intelectual. Según él, las ocho décadas  de soberanía política transcurridas hasta entonces resultaron infructuosas para gestar un alma argentina que, dotada de luz original, nos distinguiera en el mapamundi. Si bien se condena aquí el "daltonismo europeo" no por ello se menosprecia el aporte inmigratorio, que trocaría la tónica cosmopolita de esa época en "argentinismo de buena ley". Sintéticamente:

La lengua española ha cambiado de genio; el pampero ha soplado en ella...El siglo XX se aproxima; con él vendrá nuevamente un año diez. ¡Que sea de revolución artística y literaria, de manifestación de un carácter propio, de costumbres nuestras, y que entonces un nuevo Vicente López cante el himno de la independencia del  alma argentina [2]

A las dos posiciones comentadas, oscilantes entre una hispanofilia tradicionalista y el nacionalismo cultural, se añade la vertiente modernista comandada por Rubén Darío entre los jóvenes del Ateneo de Buenos Aires -esa ciudad tan receptiva donde también se habían visto crecer con antelación otras manifestaciones literarias de gran peso: la escuela romántica y la preceptiva naturalista.

El modernismo ha sido interpretado como uno de los vehículos más representativos de la cultura latinoamericana, adjudicándosele asimismo cierta función conciliatoria entre el enfoque eurocéntrico y los valores comunitarios continentales -ante su preocupación por afirmar lo vernáculo a través de lo universal. Por su intermedio América Latina se irradió innovadoramente en la propia España, donde despuntaba una de sus modalidades literarias más sustanciosas: aquélla que fue plasmada por la generación del Noventa y ocho. Según Gutiérrez Girardot, "con el modernismo, la mentalidad hispana se abrió al mundo, asimilando el pensamiento y la literatura europea del XIX, poniéndose a su altura. Los países de lengua española ya no debían considerarse zonas marginales de la literatura mundial" (Girardot ;103).

Estamos además en una época donde se insinúan las tesis y las actitudes de un arte comprometido, junto al perfil del intelectual en tanto nuevo tipo humano. Hasta un escritor aristocratizante como el uruguayo Carlos Reyles, enrolado en las variantes modernistas, criticaba hacia 1897 -desde un periódico madrileño, El Liberal- la impronta  pasatista que le confería Juan Valera al quehacer literario:

Hoy juzgamos que la novela mejor es la que produce las sensaciones más hondas y duraderas, no la que nos divierte en mayor grado. La excelencia de la novela  moderna sobre la antigua consiste en eso...Si las obras son dolorosas, es porque el crepúsculo del siglo es triste...Los que sufren los tormentos de la soberbia intelectual, los enconados contra la vida, los caídos, los dolientes, en  fin, existen y reclaman su puesto en el libro moderno, cuyo objeto no debe ser el de sublimar los personajes, sino el de retratarlos con toda su sugestiva verdad...

La generación que se levanta detesta las obras convencionales y los personajes falsificados. Esa generación no comprenderá al señor Valera, si le habla de deleitar, de dejar glorificada a la Providencia ¡El entretenimiento, la moral del libro, los personajes admirables! ¡Qué pueril nos parece todo eso! ¡Qué pueril y ajeno al sentimiento profundo y doloroso de la vida, que pone la pluma en la mano del poeta! El que tales fines se proponga, escribirá obras interesantes e ingeniosas, pero  no moverá los corazones (Reyles; 31-34).

El modernismo denota un movimiento de renovación estética con una versatilidad tal que puede llevar a presuponer que en el mismo subyace un discurso carente de toda consistencia. Pasaron por sus filas espíritus místicos y escépticos, oligárquicos y revolucionarios, partidarios de lo indígena o inclinados hacia el exotismo.

Por otro lado, descuellan en esa orientación actitudes de repliegue interior o de una entrega excluyente a la belleza, como la que sostuvo a veces el propio Darío: "para mí, todos los presidentes, todas las políticas, todas las patrias, no valen uno solo de los rayos del arte, prodigioso y divino" (Ghiraldo 1943; 79). Como contrapartida cabe verificar, en otros exponentes, una indócil apertura a los trastornos de la sociedad: "Sí, son los violentos, los arrojados, los que se sublevan, los que se iergen (sic), quienes empujan a las ideas, quienes despiertan a los esclavos, quienes luchan por la redención que un día, a través de tanta sombra, brillará en el mundo...Seamos luz, seamos hierro. Esto es ser hombres (Ghiraldo 1901; 474).

Por encima de la exaltación egocéntrica y de los refinamientos formales, prima un trasfondo antidogmático, tendiente a minar el academicismo y las costumbres consagradas. En el blanco modernista más visible aparece la silueta del buen burgués como contramodelo que, según ridiculizaba el primer Lugones, se asemeja a un "animal en quien la grasa prepondera sobre los sesos" (Lugones; 199). Paralelamente, otra motivación destacada apunta a reivindicar el lirismo juvenil y la  bohemia. Para el escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, ese último estilo de vida consistía en "tener veinte años y en comer más a menudo raíces griegas o rimas raras o ensueños dorados, que gallinas trufadas y jamones en dulce" [3].

Reacción positivista y afrancesamiento

Por ese mismo tiempo circulaba una apreciación divergente de las ideas y actitudes crepusculares formulada por un médico austríaco, Max Nordau, cuyas obras alcanzaron a repercutir en nuestro ámbito latinoamericano. En su libro Degeneración, cuestiona las nuevas expresiones artísticas -impresionistas, parnasianas, etc.- como muestras decadentes y retrógradas, mientras admite la enorme deuda intelectual que contrajo con la psicopatología de Morel y Lombroso.

Para Nordau se había configurado un verdadero estado anímico finisecular, con sesgos milenaristas y que poseía su epicentro ambiental en Francia, dando lugar a una sensibilidad mórbida y disoluta, a una moda frívola y perversa relacionada con los sectores acomodados. Estos últimos, le aplicaban a muy distintos acontecimientos u ocupaciones -desde reyes, obispos y funcionarios hasta casamientos, hijos o señoritas- la inefable categoría del fin de siécle -según recoge Nordau de las publicaciones epocales. La tesis que Nordau pretendió demostrar fue compendiada por él mismo de la siguiente manera:

En el mundo civilizado rige inapelablemente una predisposición crepuscular que se traduce, entre otras cosas, por toda suerte de extrañas variantes estéticas. Todas esas nuevas tendencias, el realismo o naturalismo, el decadentismo, el neomisticismo y sus subdivisiones, resultan manifestaciones de degeneración y de histeria...consecuencias de una exagerada usura orgánica, sufrida por los pueblos a la luz del aumento gigantesco en el trabajo a realizar y del excesivo crecimiento de las grandes ciudades (Nordau 1894; 78).

Por lo demás, quienes se presentaban a sí mismos como innovadores, hablando de socialismo o de emancipación intelectual, revelaban un delirio tal que les impedía erigirse en auténticos sujetos de avanzada.

En una carta-prólogo a su traductor español -el republicano Nicolás Salmerón-, Nordau acotaría con mayor nitidez, aunque en extraña simbiosis, la filiación de los núcleos y posiciones por él impugnadas:

Ha transcurrido ya un cierto número de años desde mi última visita a su radiosa patria de usted; no podría, pues,  decir si la doctrina de Schopenhauer cuenta en España con muchos fieles. Pero sus adeptos pululan en los demás países; a cada paso se tropieza por el mundo con esos neurasténicos hereditarios, de espíritu ilustrado, pero sin voluntad; pensadores distinguidos, a  veces artistas delicados, pero incapaces para la acción, y lo que es muy humano, persuadiéndose a sí mismos, por medio de teorías filosóficas, de que no quieren emplear sus energías en la acción porque nada hay en el mundo que lo merezca, cuando si nada hacen, es porque son orgánicamente incapaces para la acción. Me cabe la satisfacción de haber sido el primero en mostrar...este tipo de la juventud de nuestros tiempos, que en Alemania es pesimista y "nirwanista", en Francia simbolista y neocatólica, y en Inglaterra budhista o estheta [4]

*   *   *

Una de las expresiones típicas de este período fue encarnada por el propio modernismo, el cual, en el orden teórico no deja de vincularse con las tendencias emotivistas y voluntaristas emergentes en Europa durante las postrimerías del XIX; tendencias que no comulgaban a pie juntillas con la hipóstasis de las transformaciones materiales en sí mismas como un reaseguro para el avance de la razón y la moralidad.

Ciertamente, Francia ejerció un atractivo muy especial sobre el conglomerado modernista, pero a ello debe otorgársele un sentido más profundo que el que se desprende de un mero afán por las novedades y de la misma emulación vanguardística. Por encima de la altura inusitada de la torre Eiffel o del relieve de la Exposición Universal levantada en 1900, puede coincidirse por ejemplo con el estudioso Bernardo Subercaseaux cuando aduce que en ese contexto "París era importante más que como centro de una  nación, como capital -mítica o real- de una estética" (Subercaseaux ; 180).

Debe asimismo aclararse que, como lo sugirió el mismo Darío, antes que un designio para retrasplantar Europa a América, se trataba de hacer valer la personalidad y los merecimientos de esta última en el máximo foro occidental. Así adquiere mayor significación otro aserto del autor chileno citado, quien, distinguiendo entre un afrancesamiento o cosmopolitismo estético y otro social -"desmerecedor de lo propio y no excento de cierto arribismo", considera que el primero "fue la afirmación latinoamericana del derecho a ser universal, la aspiración a una cultura ecuménica y abierta desde la cual existía la posibilidad de renovar la condición humana"[5] .

La opción relativa por el arquetipo cultural francés no implicaba una actitud excluyente hacia la raigambre hispana, cuya imagen problemática se habría de ir revirtiendo sensiblemente durante la misma época analizada -según puntualizamos al concluir este capítulo.

Para entonces, América Latina atravesaba una etapa de incorporación al mercado mundial que trajo consigo los siguientes fenómenos: penetración capitalista, impactos tecnológicos, cambios poblacionales, crecimiento urbano y división del trabajo. Concomitantemente, se asiste a la irrupción del proletariado, al ascenso de las capas medias y profesionales, junto a violentos conflictos por el control político y la distribución del ingreso. Dicho proceso de modernización provocó diferentes reacomodaciones grupales e individuales en cuanto a los grados de aceptación o rechazo, por parte de beneficiarios y excluidos.

Pueblo o élites

En el ámbito estrictamente ligado a las relaciones de poder, hallamos diversas alternativas más o menos encontradas.

Una cosmovisión retardataria intenta exhumar los privilegios eclesiásticos mediante postulaciones liberales antiestatistas, aunque combate la plena libertad de conciencia y se enfrenta con las reformas civiles introducidas por el impulso modernizante. Ello aparece exteriorizado, v. gr. en 1892, por uno de los fundadores del Partido conservador boliviano, Mariano Baptista, quien llegaría a ocupar la presidencia de su país -tras las fraudulentas maniobras electorales que resultaban moneda corriente por ese entonces:

considero alto interés nacional -declaraba Baptista- una posición activa dentro del cristianismo contra las invasiones del ateísmo contemporáneo; lo cual en el tiempo que pasamos significa luchar por las libertades deprimidas en otros países, amenazadas en nuestro mismo continente. Así lo ha sido la libertad de familia en el niño de 7 años, arrastrado a la escuela obligatoria y laica donde se ha borrado por decreto la noción de Dios; la libertad de enseñanza, con haber excluido de sus funciones públicas a clases numerosas de ciudadanos; la libertad de asociación, con haber disuelto todas las que descansaban en un compromiso religioso; la libertad de beneficencia, con haberse borrado los servicios cristianos de la caridad; la libertad de las propiedades, con haberse expoliado todas las de las corporaciones creadas con los dones ofrecidos en el nombre de Dios; la libertad de los cementerios, con haberse proscrito de ellos la cruz y la oración; la libertad de las confesiones religiosas, con haber dejado caer sobre ellas, cuando menos, el desdén hostilizador de los poderes oficiales (J. L. Romero y L. A. Romero; 155)

Por el contrario, voces representativas de la izquierda latinoamericana reclamaban una mayor responsabilidad del gobierno en la cosa pública. Tal el caso del líder chileno Luis Emilio Recabarren, quien, hacia 1898, a los veintiún años de edad, inició sus colaboraciones periodísticas escribiendo en un diario de Santiago conceptos de este tenor:

Pensamos en que pueden hacerse grandes transformaciones sociales, en la igualdad humana, en la desaparición de las injusticias, en el alivio de las clases proletarias, en la nivelación relativa de las fortunas, en la disminución de las grandes riquezas que deben contraerse al desarrollo industrial, y en fin, de tantos otros medios que hay para igualar las condiciones sociales...Nosotros pedimos instrucción para el pueblo, como medio de emancipación social. La instrucción general y obligatoria en el pueblo, traería, con el transcurso de los años, una transformación social en beneficios directos para el pueblo. El trabajo incesante para combatir la embriaguez y el juego, acarrearía magníficos resultados (X. Cruzat y E. Devés; 1).

Por su lado, desde las orillas del Plata, otro joven, Leopoldo Lugones, alzaba su verba poética para defender también la  causa del proletariado, denunciando los poderes represivos y tomando partido por la formación ideológica en detrimento de la lucha armada:

Se nos explota en nuestra nación.
Unidos, obreros conscientes del orbe
Proclamamos la emancipación...
Se figuran que la evolución
La detienen con farsas de iglesias,
Con decretos, mordaza y prisión...
(Canedo; 63)

El pensador Carlos Baires, siendo aún estudiante de abogacía, publica su primer libro, El pesimismo práctico . Allí se refleja una posición liberal hegemónica, en litigio con las crecientes posturas socialistas y anarquistas. Como en tantos otros planteos coetáneos, su base doctrinaria gira alrededor  de  la noción de progreso, que en este caso se emplea para negar la existencia de clases sociales y sostener el primado de los individuos, a quienes se les adjudica un amplio margen de movilidad. Con argumentos neomalthusianos y apelaciones a la cientificidad, Baires descalifica el obrerismo y la vía revolucionaria, mientras sobrestima la capacidad empresarial, el trabajo intelectual, la apropiación privada y la predisposición masculina sobre las facultades de la mujer:

El elemento de alteración, por ejemplo, que resulta del aumento de los habitantes sin medida ni concierto, influye en la producción, y no sería justo inculpar al capitalista los males que por esa causa le resulten al obrero. Nos referimos al aumento de la población que se debe ante todo a proletarios. ¿Cómo se atreven ellos, que apenas tienen lo suficiente para vivir, a multiplicarse con la soltura con que lo hacen?...

existen dos clases de trabajo, uno intelectual y otro material y...el segundo es infinitamente menos complicado y difícil que el primero, el cual, en definitiva, es también más indispensable...

El goce que procura la propiedad comunista y la propiedad individual podría compararse al que procura la mujer pública que es de todo el mundo y la mujer propia que no es más que de uno...

El hombre se presenta en un estado constante de actividad y de pasión...Debido a esa fuerza del sentimiento el hombre ha creado la historia, la ciencia y el arte...El carácter pasivo de la mujer se nota en todas sus poco intensas manifestaciones...Las graves ideas del gobierno tampoco la preocupan...ni siquiera sabe lo que significa el patriotismo, y en fin, en cuanto al amor...no sólo no lo comprende sino que aún lo  rechaza...(Baires; 69, 164, 77, 101, 85, 90, 149, 203, 205)

Tales apreciaciones pueden tomarse como réplicas al vigoroso impulso que cobró el movimiento obrero durante la década del noventa en Latinoamérica, donde se hallaba protagonizando dramáticas jornadas de lucha para mejorar sus condiciones de vida o para exigir diversos cambios en profundidad. Una vasta secuela de huelgas y revueltas evidencia la energía de los reclamos proletarios.

En dichas movilizaciones no faltaba la presencia femenina con un marcado activismo, tanto en la paráis callejera como en el campo intelectual, según se reflejaría, v. gr., en la publicación La Voz de la Mujer, que lanzan las militantes anarquistas en Buenos Aires a principios de 1896. Entre esos signos rebeldes puede llegar a constatarse la instrumentación de una sismología apocalíptica al estilo de la rebelión social brasileña que se produce entre 1890 y 1897 y que sus conductores denominaron la "Guerra del Fin del Mundo" -memorablemente recreada por Euclides da Cunha y por Mario Vargas Llosa.

Extractamos por último tres perspectivas disímiles en torno a los lazos de dominación que se dieron en la Argentina al filo del Novecientos.

1ra) El fundador de la Unión Cívica Radical, Leandro N. Alem, convencido de que la problemática social no derivaba de los "bajos fondos" sino de las capas más altas, alcanzó a declarar en su Testamento Político (1896): "Entrego...mi labor y mi memoria al juicio del pueblo, por cuya noble causa he luchado constantemente" (Yunque; 373,397).

2da) Desde un encuadre socialista, Roberto Payró, al tiempo que aludía al enorme crecimiento de Buenos Aires, objetaba "la decadencia moral" de los núcleos dirigentes -volcados hacia negociados multimillonarios- así como la gravísima corrupción imperante en la política y la justicia. Payró evaluaba también la situación de los restantes sectores sociales: "la clase media permanece más o menos estacionaria y el nivel moral del pueblo se eleva un tanto y podría elevarse mucho más si nos preocupáramos de mejorar sus condiciones de vida, las casas en que vive especialmente" (García; 206).

3ra) Como contrapartida, el positivista Agustín Álvarez le imputaba al grueso de la población latinoamericana un sinfín de calamidades, a diferencia del virtuosismo ético que el mismo Álvarez le atribuía a los anglosajones: "tenemos tanta vocación por el fraude y la mentira...la América del Norte -colonia anglosajona- es el día, y la América del Sud -colonia latina- es  la noche...Diez veces en cien un Southamerican es embustero por  puro gusto de mentir y 90 veces lo es por debilidad de ánimo...Con la dignidad inglesa un coya quedaría tan aplastado como un niño con el escudo , el casco y la coraza de un caballero de la Edad Media" (Álvarez; 201, 57, 55).

En consecuencia, puede fácilmente advertirse cómo en los dos casos citados en primer término -el de Alem y el de Payró- se reivindica a los sectores populares, eximiéndolos de mayor responsabilidad en la crisis nacional; mientras que en la posición de Agustín Álvarez, que trasunta el sentir entonces preponderante, se achaca la suma de los trastornos públicos a aquellos mismos sectores.

Cuántas diferencias podrían establecerse entre esa última estimación y la  mirada comprensiva de José Martí, quien, pese a las tremendas restricciones cívicas que padeció, aseguraría, poco antes de entregar su vida a la justa independentista: "no hay  patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas" -gobernadas, según el poeta cubano, por gente que desconocía tremendamente a su propio pueblo (Martí; 18).

En rigor de verdad, ambas perspectivas, aun con matices dispares, se alternarían constantemente, a lo largo del tiempo, para juzgar a quienes, según cada una de esas ópticas, han sido los principales actores sociales desencadenantes del estancamiento latinoamericano: ora las capas directivas ora el pueblo raso.

Las vías sinuosas del progreso

Las reflexiones vertidas en nuestro medio sobre el fin de siglo, contenían en buena medida una visión esperanzada acerca del porvenir, presuponiendo la creencia en el perfeccionamiento gradual e incesante de la vida humana.

Con todo, pueden comprobarse distintas reservas entre tanto optimismo histórico. Para algunos, si bien el siglo XIX representó un notable avance en materia técnica, comercial y jurídica, tales adelantos aparecían amenazados por sectas siniestras, enemigas del orden y presas de un odio fratricida (Carrasco Albano; 341-344). Otros enfoques, anteponiendo factores sobrenaturales y morales al desarrollo de las artes y las ciencias, supeditan el progreso al triunfo de la única religión tomada como universal: el catolicismo (Sisson; 343-354). Tampoco faltan quienes, inhibidos por la multiplicación de las pautas existenciales, propician la vuelta a un tiempo pretérito ideal pero no menos indeterminado que en el primer ejemplo aludido:

En el ocaso de este siglo de portentoso progreso intelectual y científico, en que todo se analiza, discute e investiga; en que el gigantesco y hercúleo pensamiento, amenaza dominar la naturaleza más y más; cuando de pigmeo que fue, ha podido abarcar desde las entrañas del planeta hasta las cumbres siempre nevadas de sus montañas; desde los profundos mares hasta la bóveda azur, y aún más, clavar en su retina, la imagen de mundos y sistemas; cuando el principio de autoridad tambalea, en que la propiedad territorial, se dice, ser un robo; en que la familia, nacida del harén pagano, del pillaje después de la lucha, se dice también, ser una parodia con barniz de civilización mentida; en fin, cuando ya se ha llegado a decir, que los "viejos moldes" se rompen y en todas partes, un sordo rumor se escucha presagiando tempestad terrible, en que la humanidad parece sediento peregrino que cruza inmenso arenal, buscando una fuente en que refrescar los ardorosos labios: es sólo en ese pasado, en esa tradición, donde encontramos el antídoto contra el pesimismo, contra la embriaguez de la ciencia, contra las utopías sociológicas (Aguilera; 55-56)

Más allá de esos y otros mirajes nostálgicos, sigue vigente la confianza en un desenvolvimiento armónico y pacífico; trayectoria que les resultaba especialmente augurada -conjunción de fuerzas mediante- a las naciones de América Latina, las cuales debían abocarse a resignar el presupuesto castrense en favor del bienestar común de sus pueblos:

Quien de veras sienta pasión por el azul del cielo de los trópicos, ame sus selvas vírgenes, seculares y tenga en las arterias un átomo de sangre americana, ante todo, como si fuera un compromiso supremo contraído desde el primer instante de su existencia, debiera trabajar en favor de una alianza, cuya realización, a la vez que un hecho, sea una garantía para los más y un temor para los menos. Ha sonado la era de las grandes evoluciones y es preciso que con las postrimerías de un siglo que se va resurjamos a la vida del que viene, sin olvidar que la diplomacia será la llave de aplicación única en los negocios de las épocas futuras...es de esperar que en tiempos no lejanos, se confundan como en una sola constelación, los escudos que orgullo y honra de muchos pechos varoniles, brillan desde el golfo de Méjico hasta el estrecho de Magallanes" (Noé;. 383-384).

En esa misma dirección, una mujer, la ecuatoriana Zoila Ugarte de Linares, bosquejó un panorama cuasi idílico:

A fines del siglo XIX los reyes de Europa no son los autócratas de otros tiempos, hoy se someten a las leyes que antes sólo sabían dictar; el trabajo ya no degrada, las artes se ennoblecen, el talento se admira como un don de Dios hecho por él a ciertos elegidos. Las guerras son menos crudas, si bien excesivamente bárbaras todavía, sin embargo el hombre es mucho más humano que antes. ¡Qué de siglos han pasado para que se efectúe esta transformación! Cuántos mártires no han sucumbido por establecer la doctrina redentora de la igualdad del hombre! Apenas hace tres siglos que un papa se vio obligado a declarar que los indios de América tenían alma y ¿por qué esa declaración? porque se los creía despojados de ella; hoy mismo el negro, el chino, son seres desgraciados, que no pueden aspirar a lo que el blanco aspira. Se ha echado la piedra fundamental de la igualdad pero aún no está bien cimentada, el siglo XX digno sucesor del XIX perfeccionará todas las grandes cosas que le lega el siglo de las luces, como se le llama con razón. El gran siglo XIX, el siglo de la electricidad, del vapor y del aire comprimido; el siglo que al finalizar ya ha visto al médico inclinarse sobre los cadáveres para volcarles la vida, siquiera sea por breves instantes; el más filántropo de todos los siglos lega al XX la obra de la pacificación universal..[6]

Como otros contemporáneos suyos pertenecientes a la inteligencia latinoamericana, dicha autora dejaba abiertas las puertas para permitir el reencuentro con España:

El idioma de Cervantes resonando dulce y tierno con Acuña Flores, Peza y Pombo, viril con Avellaneda y Quintana, filosófico con Bello y Llona, ardiente, impetuoso, altivo con Mármol, Vargas Vila y Juan Montalvo, ese escritor más castizo que Castilla, según el decir de doña Emilia Pardo Bazán; épico con Olmedo y Santos Chocano, descriptivo con Issacs y Juan León Mera, irá a repercutir llevado por las brisas del océano a las costas españolas; allá irán a morir los susurros de los palmares de América, el ruido de sus cataratas, el silbido del Pampero, y entre aquel eco de toda una naturaleza virgen, rica, deslumbradora, escuchará España la dulcísima frase: ¡Madre! ¡Madre!, la América del siglo XX te saluda" (Ugarte; 348-349)

No obstante, la identificación con España distaba de ser un objetivo unánimemente compartido, sobre todo en aquellos países que todavía se hallaban bajo su tutela o que habían logrado otros estándares de desarrollo más promisorios.

En el primer caso aflora ostensiblemente la situación  cubana con uno de sus principales exponentes intelectuales: el filósofo positivista José Enrique Varona, quien se ha ocupado in extenso del derrotero peninsular. Varona no escatima las valorizaciones adversas hacia la dominación española, remedando así el lapidario enjuiciamiento pronunciado por los criollos que encabezaron el ciclo emancipador a principios de la centuria:

Ninguna Metrópoli ha sido más dura, ha vejado con más tenacidad, ha explotado con menos previsión y más codicia...Si la historia de Cuba en este siglo es una larga serie de rebeliones, a todas ha precedido un período de lucha pacífica por derecho, que ha sido siempre estéril, merced a la obstinada ceguedad de España...(que) no ha buscado en las tierras lejanas que ha sometido por la fuerza sino la riqueza inmediata; la que ha arrancado con violencia al trabajo de los naturales. Por eso España no es hoy sino un parásito de Cuba...se ha entronizado allí un régimen de castas, con su secuela de monopolios, de corrupción, de inmoralidad y de odios[7]

Además de desmerecerse a España por su parálisis económica, no cejaban las objeciones ante su aislamiento cultural y pedagógico. El trasterrado Francisco Grandmontagne consideraría mordazmente las intenciones de acercamiento reflejadas por aquella nación al organizar un Congreso Hispanoamericano en Madrid para 1900. Mofándose de la gama de personajes que proliferaban como "confraternizadores hispanoamericanos", Grandmontagne desarma las falencias subyacentes tras esas proclamas de estrecha hermandad:

España, triste es confesarlo, es el país europeo que menos conoce su América. A pesar de los progresos de publicidad y locomoción, la conoce hoy menos que en el siglo de Felipe II. Terminado el dominio de sus armas no supo vincularla a su espíritu por ningún otro medio, ni moral ni económico. Después, en todo este siglo, no se ha ocupado de estudiarla bajo ningún aspecto. No ha tenido un escritor ni un hombre de ciencia que se ocupe de ella...La juventud española no sabe absolutamente nada de las evoluciones de esta América, fundada por sus remotos abuelos...Al párvulo español se le enseña la geografía sur-americana con el mismo interés de conocimiento que se le muestra el mapa de Japón...si España quiere eficazmente emprender esta inmensa obra de recobración, necesario será que ella misma se haga nuevo espíritu, pues nunca su vieja alma, cristalizada en dogmatismos rocosos, cuajará en estos pueblos, que marchan, aunque a tumbos, a cierta universalización espiritual, tras de la cual oculta el porvenir, según todos los síntomas, una hermandad más amplia, en cuyo seno será el hombre más hombre, se hallará más crecido, andando, sin limitación de meta, camino ideal de un fin superior de vida terrena. Porque en la tierra está todo...(Grandmontagne;  345, 346)

Los propios españoles más lúcidos tampoco se llamaban a engaño sobre las expectativas que podían albergar los grupos ilustrados de América Latina. Una publicación periódica madrileña se hacía eco de la actitud trasuntada por personalidades como las del peruano Ricardo Palma, el chileno Valentín Letelier y otras figuras eminentes: "Con la España inculta, estancada en su progreso y reaccionaria en su política, nada quieren, porque sería contradecir los mismos principios de vida de las Repúblicas americanas" (Revista Crítica; 118).

Sin embargo, en esa misma publicación, retomando acaso el ejemplo de diversos intelectuales españoles, ya se había comenzado a leer y ponderar la producción de nuestra América. Así encontramos, v. gr., la inmediata recensión de Rafael Altamira al Ariel; recensión en la cual el libro de Rodó es presentado como una excelsa obra artística, concebida "a la manera elevada y grandiosa de los últimos Discursos de Fichte, aquellos en que hace vivo llamamiento a las generaciones nuevas de su patria" (Altamira; 306-307).

El mismo Ariel también había sido acogido favorablemente por otro ilustre hombre de letras, el asturiano Leopoldo Alas, quien, junto con el propio Altamira, Posada y otros krausistas peninsulares urdieron un visionario nucleamiento en la Universidad de Oviedo, desde la cual proyectaron el intercambio y los contactos orgánicos con las casas de estudios del Nuevo Mundo, bajo premisas como las siguientes:

Coincidiendo con las corrientes modernas que tienden a establecer una relación cada vez más íntima entre España y los pueblos hispanoamericanos, la Universidad de Oviedo tiene el honor de dirigirse a los centros docentes de América, saludándolos en nombre de la comunidad de raza y de la fraternidad intelectual, y ofreciéndose a ellos para el planteamiento de un cambio efectivo de servicios y de iniciativas en el orden académico...la universidad se  consideraría altamente honrada si alguna vez, por ventura, recibiese la visita de profesores y alumnos americanos, a quienes se complacería en dar la cordial acogida que sus ideales y su tradición le imponen, asociándolos, aunque fuese brevemente, a su vida académica humilde pero henchida de altos deseos y aspiraciones (Alas; 365).

Por su parte, Rodó, cuatro años antes, reconociendo como primer antecedente para la unificación cultural de América Latina a la labor literaria de Juan María Gutiérrez, enarbolaba su consigna "POR LA UNIDAD INTELECTUAL Y MORAL HISPANOAMERICANA" (Rodó; 74); divisa que en el caso de Rodó no supondría una actitud tan refractaria como aquélla que, bajo otras circunstancias, había llegado a sustentar el mencionado escritor argentino contra el componente ibérico.

Más allá de los intereses mercantiles o las afinidades espirituales, se hallaba en plena eclosión un asunto de mayor trascendencia: la necesidad de formar un frente común con España ante el peligro norteamericano; cuestión ésta que, entre otras, sería resaltada por un influjo de tanto ascendiente como el ejercido por Rubén Darío:

Era ya tiempo de que las naciones americanas de habla española se conociesen, se estimasen, se relacionasen y uniesen más entre sí, y que este vínculo se extendiese, con positivo interés, hasta la tierra española. La expansión futura del imperialismo anglosajón no es un sueño; y la probabilidad de una lucha de razas tampoco. Los países débiles, que están cerca de la boca del boa...se dejarán tragar, y hasta parece que hay ya quienes tienen deseos de ser comidos. Pero los estados respetables y fuertes pueden salvar la nacionalidad espiritual del continente. España, moralmente, sería entonces solidaria (Barcia; 56).

Una postura atípica puede detectarse en la obra del escritor uruguayo y protestante Alberto Nin Frías, quien, en un ensayo redactado a fines de 1900, sostuvo la importancia de asimilar los dos ingredientes en pugna para apoyarse al unísono en España y los Estados Unidos. En el primer caso, reconoce la influencia moral, la "educación del corazón", mientras propicia una gran ampliación de los planes de estudio para dar cabida a las letras hispanas -en lugar de tantos "autores exóticos". Paralelamente, se crearía una Sociedad Cervantes en todos los países de habla castellana. Su objetivo principal se encaminaría a "defender el espíritu moderno, latinizar la alta cultura espiritual que engrandece a nuestra hermana Norte América, heredera de Europa" (Frías; 55-56). Dicha entidad auspiciaría la fundación de una ciudad con el nombre de Cervantes, un premio trianual para el mejor trabajo sobre el Quijote, la realización de congresos, conferencias y veladas musicales. Para Nin Frías, rescatar la vena anglosajona -que exhala "el soplo del siglo, el alma de los tiempos por que atravesamos" (Frías; 37)- implicaba un acercamiento hacia la educación intelectual y hacia el desarrollo económico e industrial.

En definitiva, mediante ese interjuego de coincidencias y negaciones, con respecto a España y a los Estados Unidos, se ha ido esbozando una dimensión sustantiva de nuestra problemática fisonomía latinoamericana.


Notas


[1] C. Oyuela, Estudios literarios, t. 2 (B. Aires, Academia Argentina de Letras, 1943) pp. 39l, 299. Durante esta época se irán canalizando las inquietudes para integrar el panorama cultural de nuestro continente, tal como se puede comprobar, v.gr., en la obra El pensamiento de América (B. Aires, Lajouane, 1898) perteneciente a otro miembro del Ateneo porteño: Luis Berisso;  obra que cuenta con un sugestivo prólogo a cargo de ese crítico uruguayo y propagador del modernismo que fue Victor Pérez Petit

[2] R. Obligado, Prosas (B. Aires, Academia Argentina de Letras, 1943) pp. 24, 48, 5l, 52, 59. Repárese en la similitud que guardan los conceptos citados en el texto con un pasaje coetáneo de Paul Groussac que he seleccionado para el epígrafe de este capítulo. Tales planteos nos retrotraen a la prédica alberdiana sobre la necesidad de obtener un San Martín o un Bolívar de la cultura.

[3] E. Gómez Carrillo, Bohemia sentimental (París, Librería Americana, 1902) p. VIII.  Jacques Le Goff se hizo eco de la visión sobre las expresiones modernistas como  variantes retrógradas en Pensar la historia (Barcelona, Paidós, 1991) pp. 156-157. Para un balance atinado de la corriente literaria en cuestión, ver el artículo de Carlos Real de Azúa, "Modernismo e ideologías", reinserto en Punto de Vista 38, 1986.

[4] M. Nordau, El mal del siglo (Madrid, M. Fernández y Lisanta, s.d.). Sobre las conexiones entre Nordau y el modernismo latinoamericano, véase la tesis doctoral de Benigno Trigo, "Enfermedad y escritura: el impacto de la decadencia y de la degeneración en cuatro modernistas hispanoamericanos", Yale University, 1992

[5] (Subercaseaux ; 180, 201). Cotejar la sugestiva defensa que efectuó Manuel Ugarte en la Revista Moderna (6, 1903, pp. 142-143) de la influencia y la "hegemonía intelectual" ejercida por Francia, mientras legitimaba al mismo tiempo el carácter cosmopolita, regionalista y personal adoptado por la literatura hispanoamericana. Con ello, Ugarte repelía la crítica que Ramiro de Maeztu dirigió a los escritores latinoamericanos por su desestimación de la lengua española.

[6] "Reflexiones y esperanzas sobre el porvenir de la América del Sur", Revista Nacional 31, 1901, pp. 347-348. Sobre la autora del trabajo aludido, confrontar el folleto de Justino Cornejo, "Esquema para una biografía novelada de la Sra. Dña. Zoila Ugarte de Landívar" (Quito, Universidad Central, 1938).

[7] J. E., Varona, Cuba contra España (México, UNAM, Cuadernos de Cultura Latinoamericanos, 1979) pp. 5, 12. Un importante abordaje sobre este ensayista en el libro de Pablo Guadarrama y Edel Tussel, El pensamiento filosófico de Enrique José Varona (La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1987).

 

 

Primera Edición digital autorizada por el autor a cargo de José Luis Gómez-Martínez, Octubre de 2001.  ©Hugo E. Biagini. Fines de siglo, fin de milenio. Buenos Aires: Alianza Editorial / Ediciones UNESCO, 1996.

   

© José Luis Gómez-Martínez
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