![]() |
Hugo E. Biagini |
![]() |
Fines de siglo, fin de milenio CAPITULO 2 ESTADOS UNIDOS: DE HERMANA MAYOR A COLOSO DEL NORTE
Pensamiento conservador y emergentes reformistas El panorama ideológico que se fue estructurando en los Estados Unidos durante las últimas décadas del siglo XIX coincide con el período designado como la era de Darwin, en íntima vinculación con el gran despegue industrial norteamericano. Las ideas hegemónicas se inclinaron entonces hacia el laissez-faire y al más crudo individualismo; hacia aquello que se dio en llamar el Evangelio de la Fortuna. Se esgrimió el evolucionismo social, de corte spenceriano, en tanto formulación complaciente con la que se pretendió justificar los mayores abusos y privilegios; tal como cabe inferir del ejemplo siguiente: al preguntársele por aquella época a un científico enrolado en dicha corriente sobre cómo podía frenarse la corrupción política en la ciudad de Nueva York, el mismo respondió que no existía ninguna alternativa para remediar la situación, salvo la de esperar 4000 o 5000 años, cuando, mediante la evolución, los hombres acaso lograran superar ese estado de cosas. William Graham Summer, uno de los autores más afines con dicha sensibilidad y que a su vez pasa por ser el padre de la politología académica norteamericana, no vaciló en calificar a los banqueros como héroes de la civilización. Según Summer el pobre y el débil constituyen seres despreciables, pues, incapacitados por el vicio o la enfermedad, no pueden ganarse la vida y resultan una pesada carga para la sociedad -por más que le despierten una injustificable piedad a los filántropos y humanistas. Frente al lastre que representa la gente inservible (los "good for nothing"), sólo debe hallarse sujeto a protección estatal el hombre emprendedor y eficiente. Repárese en este pasaje de Summer:
Ante los numerosos ideólogos del poder financiero, entre los cuales se incluyen algunos capitalistas prominentes, surgen otros autores que darán lugar a un caracterizado pensamiento reformista. Entre los mejores críticos del establishment encontramos a Thorstein Veblen, quien, al borde del Novecientos, en su libro Teoría de la clase ociosa, atacó acerbamente a la élite norteamericana por sus afanes especulativos y su cultura depredadora. A diferencia de Summer, aquél asoció al personaje acaudalado con un delincuente que utiliza inescrupulosamente a los demás y que permanece al margen de toda sanción legal. Para Veblen, el hombre económico, además de poseer inclinaciones egoístas que lo inhabilitan para el ejercicio de la actividad industrial moderna, produce una vastísima clase subalimentada. Otros distinguidos teóricos sociales de la época, enfrentados con los enfoques conservadores, fueron el economista Henry George y el sociólogo Lester Ward. El primero se apartó del dogma tecnocrático del momento, que veía a la industria como un bien en sí mismo, denunciando las penosas condiciones de vida de la clase trabajadora y oponiéndose fundamentalmente al reparto inadecuado de la tierra. George desenmascaró al socio-darwinismo como una simple consagración para los grupos de poder y propició la planificación gubernamental para revertir las limitaciones del capitalismo salvaje. Lester Ward, por su parte, sostuvo que, si en la naturaleza se avanza mediante la destrucción del indigente y si en las sociedades primitivas impera la fuerza y la lucha por la vida, una civilización más evolucionada adelanta gracias al cuidado de los menos aptos. Ward consideraba como un craso error la creencia de que los favores de este mundo se hallan enteramente distribuidos conforme al mérito personal. No sólo se opuso a las deformaciones ocasionadas por los monopolios en el mercado, sino que llegó a concebir como nociones irreconciliables a la democracia y a la libertad de empresa.[1] Del destino manifiesto A las voces académicas que cuestionaban el estado social de cosas y sus justificadores teóricos también se sumaron diversas agrupaciones populares, así como las tribunas levantadas por las uniones sindicales ante las embestidas de los poderosos y la represión oficial. Las propuestas expansionistas en boga despertaron en cambio una resistencia más leve, salvo en contadas figuras políticas como las de William J. Bryan, o en intelectuales al estilo del filósofo William James. El imperialismo estadounidense, con su trasfondo racista, pudo disponer así de una amplia caja de resonancia. La creencia en el descomunal futuro planetario que les aguardaba a los yanquis se erigió entonces en una verdad que iría rodando incontenidamente. Recurramos al anecdotario para ilustrar la mentalidad en ciernes. Hacia los tiempos de la guerra civil y durante una comida organizada por norteamericanos residentes en París, tres personas allí reunidas efectuaron las siguientes propuestas:
Dichas referencias fueron traídas a colación por el scholar John Fiske en su influyente obra American Political Ideas Viewed from the Standpoint of Universal Story, donde, hacia 1885, reunió varias disertaciones que había impartido en los Estados Unidos y Gran Bretaña. En una de las conferencias más difundidas -titulada "Manifest Destiny"- y que sirve de conclusión a todo el libro, Fiske dio rienda suelta al imaginario acerca del mandato terrenal que debía cumplir la raza anglosajona en la lucha por la vida, configurando con ello una pieza verdaderamente antológica en el género. Allí se proclamaba, v.gr., que ese desplazamiento de los ingleses por el orbe impediría que África siguiese "bajo el dominio de negros adoradores de fetiches". A su vez se emitían magníficos augurios:
Además de aseverar que a la larga el idioma de Shakespeare se transformaría en "el idioma de la humanidad", Fiske también apostaba por la abrumadora hegemonía que le tocaría jugar a su propio país: "En los Estados Unidos dentro de un siglo poseeremos incontestablemente una agregación política que sobrepasará inconmensurablemente en poder y en dimensiones a todo imperio que haya existido hasta entonces" (Fiske; 124-126-122). Pocos años más tarde, en 1890, otro pionero de la disciplina en los Estados Unidos, John Burgess, daba a conocer un voluminoso tratado: Political Science & Comparative Constitutional Law, donde defendía las tesis del antagonismo racial como motor de la historia y de la preponderancia de las naciones arias. El dominio del mundo corresponde a los países germanos y anglosajones, por haber evidenciado el más alto talento político, al instaurar una forma balanceada de gobierno y un auténtico Estado nacional. Frente a ello, no sólo las demás regiones de América muestran una marcada inferioridad institucional sino también otros componentes europeos que no deben ser asimilados por los Estados Unidos: los eslavos, checos y húngaros, quienes, por hallarse inclinados al crimen y a la anarquía, representan el polo opuesto del norteamericano genuino. Un fiel discípulo de Burgess, con quien había estudiado en la Universidad de Columbia, fue el presidente Teodoro Roosevelt, el cual implementó las enseñanzas de su maestro orientadas a justificar el intervencionismo de Norteamérica en el exterior -tarea en la que Roosevelt contó con diversos antecesores y continuadores gubernativos. El mismo Roosevelt llegaría a legitimar, mediante un Corolario a la Doctrina Monroe, la injerencia yanqui en todos aquellos países, americanos o no, que se apartaran del orden y las costumbres civilizadas. Además de convertir a los Estados Unidos en policía internacional, también bregó para que se mantuviera la pureza étnica de la población vernácula, evitando que ésta se contaminara al mezclarse con elementos bastardos [2]. Anglomanía y antiyanquismo ¿Cómo reaccionaron frente a esos planteamientos los grupos ilustrados del hemisferio sur?. Suele argüirse que la inteligencia latinoamericana se opuso frontalmente al ímpetu arrollador de los Estados Unidos y a sus justificadores teóricos; una oposición que se habría patentizado tanto tras el descalabro sufrido por España en el Caribe y Filipinas como ante la alianza económica que algunos sectores mantenían con Gran Bretaña. Sin embargo, ya antes de esos episodios bélicos pueden percibirse en nuestro medio diferentes signos adversos que irían ciertamente incrementándose a partir de aquellos mismos episodios. Por otro lado, nunca terminarían de eclipsarse las actitudes proclives a concebir a la Unión como un país superdotado. En el historiador Adolfo Saldías puede detectarse, por ejemplo, dicha imagen venerable: "Los Estados Unidos, que en más de un concepto marchan a la cabeza de la civilización moderna, como que las ciencias, las industrias y las artes han realizado el prodigio único de que la maquinaria reemplace la fuerza de mil millones de hombres, y que este beneficio inmenso recaiga principalmente sobre ochenta y dos millones de republicanos que viven de la libertad; los Estados Unidos que cuentan con no menos que dos mil asociaciones de índole literaria o científica para propagar conocimientos útiles..." (Saldías; 45) Las críticas apuntaron en cambio a distintos aspectos de la vida norteamericana y fueron sustentadas por un amplio espectro cultural e ideológico, buena parte del cual había coincidido, en mayor o menor grado, con ese modus vivendi durante el resto de la centuria. Un dudoso precedente se echaron los Estados Unidos encima al patrocinar la creación de un organismo continental luego conocido como Unión Panamericana. En las reuniones preliminares, celebradas en Washington en 1889, la delegación argentina procuró neutralizar el excluyente liderazgo norteamericano. Por añadidura, el diario La Nación de Buenos Aires, mediante las colaboraciones firmadas en Nueva York por José Martí, puso al descubierto el afán anexionista que guiaba a los yanquis [3](7). En 1893 aparecen varias obras relevantes. El escritor brasileño Eduardo Prado, desde una postura monárquica y pro-británica, da a conocer un libro exitoso: La ilusión americana, donde cuestiona el credo sobre los supuestos intereses comunes que guarda su país con la potencia expoliadora del Norte. El mismo año, José María de Céspedes publica en La Habana un voluminoso estudio sobre La doctrina de Monroe, en el cual se denuncia la política mantenida por los Estados Unidos con América Latina [4] En la Argentina, para ese entonces, Vicente Gil Quesada, que había sido embajador en Estados Unidos, califica a este país como poseído por un mercantilismo insensible (Los estados...; 1893). Asimismo, durante un viaje continental, el polígrafo Paul Groussac registra su testimonio a través de notas periodísticas que, junto con otro material inédito, fue recopilado en una obra más orgánica, donde se alude reiteradamente al voluntarioso "Tío Sam", no sin cierto dejo aristocrático:
Dos años después, el socialista Juan B. Justo también visita Norteamérica, dejando su visión sobre este país, en el vocero partidario La Vanguardia, como la sociedad que más se aproxima al capitalismo industrial pero que al mismo tiempo se halla dotada de un "atraso intelectual relativo", pues "no han descubierto una ley científica de gran alcance", ni tampoco han producido "un gran filósofo".[6] Un colaborador haitiano de la Revista Nacional, se referiría más tarde a la "metódica destrucción de la población cubana" por parte de España y alertaría sobre las intenciones anexionistas que albergaba el gobierno de Washington para hacer que "los desgraciados cubanos" sólo cambiaran de amo. Con todo, el mismo autor confiaba en la capacidad de Haití para no correr la misma suerte que las Antillas españolas y para alejar "por mucho tiempo el día que la bandera estrellada de Washington flotará sobre nuestras montañas" (Poujol 1898). Por otra parte, en el campo del modernismo tampoco dejó de primar un sentimiento de recelo frente a Estados Unidos -desde José Martí en adelante. El colombiano José Asunción Silva dedicó un poema, "Necedad yanqui", a satirizar al típico negociante angloamericano; aunque Leopoldo Lugones, hasta en su etapa más izquierdista, refrendaría la perspectiva sarmientina sobre una gran civilización en marcha. En una nota periodística, escrita en mayo de 1898, Lugones, adelantándose a evocar un nuevo aniversario de la independencia norteamericana, exhortaba a emular a esos "tenaces constructores" de naciones:
Por lo contrario, el adalid principal de dicho movimiento, Rumbeen Dardo, el mismo mes en que Legones profesaba tal alabanza, carga sus tintas desde otro diario porteño, El Tiempo, contra "El triunfo de Calaban", simbolizando con esa brutal figura shakesperiana a los norteamericanos como bárbaros sedientos de riqueza. Se trataba de una ofensiva que el propio Darío venía ejerciendo con antelación y que, no obstante su reconocimiento a figuras como las de Edgar Allan Poe, se renovaría con el nuevo siglo. La obra de mayor notoriedad en la materia está obviamente representada por el Ariel de Rodó, adherente también al modernismo literario. Allí se combate la "nordomanía" y la tendencia a seguir el patrón norteamericano, imbuido para el ensayista uruguayo por el exitismo, la plutocracia, los monopolios y la masificación. Pese a sus innegables emprendimientos, los yanquis, inmersos en un activismo utilitarista y en una "nivelación mesocrática", desprecian la búsqueda desinteresada de la verdad y la belleza, anulando con ello a la inteligencia y a la sensibilidad. Estados Unidos se identifica así mucho más con la materia, con Calibán; mientras que la espiritualidad de Ariel prima en América Latina, cuya unidad debe ser especialmente alentada para oponerse a ese salvaje poderío[7]. Dentro del positivismo latinoamericano cabe encontrar una mayor variación en la temática, con la peculiaridad de que en él predominan los panegíricos. A título ejemplificatorio, mientras algunos autores como Agustín Alvarez llegan a celebrar la anexión de Puerto Rico por los norteamericanos -ante la ineptitud gubernativa del latino (Biagini)-, el ingeniero mexicano Francisco Bulnes, recalca con similar pesimismo -en El porvenir de las naciones (1899)- la superioridad cívica anglosajona y critica el legado xenófobo español, considerando que el país del Norte ocupa el más alto nivel moral y que nada obstaculiza su progresivo avance. A diferencia de ello, otros positivistas, apartándose del fatalismo etnocéntrico, recomiendan la organización de las naciones latinoamericanas para enfrentar el expansionismo yanqui -ya sea de un modo confederado ya sea extremando las defensas de cada país situado al sur del Río Grande. El venezolano César Zumeta, lamentando que el postulado confederativo sólo subsistía como un ideal inviable, se inclina hacia la segunda alternativa. Desde Nueva York, cuando "el siglo agoniza", en su trabajo sobre El continente enfermo (1899) Zumeta explica en profundidad la sujeción económica y los designios colonialistas, advirtiendo sobre los peligros que amenazaban la soberanía de las Repúblicas de la América intertropical ante la voracidad de Estados Unidos. En éstos, así como en Europa, se argüía sobre la incapacidad de América Latina para colocarse a la altura de los tiempos y explotar sus propios recursos. Aquellas naciones pretendían implantar la ley del más fuerte, cuyo sesgo doctrinario epocal era resumido con los siguientes términos:
Zumeta exhortaba a nuestros pueblos, "los bohemios del siglo y de la historia", para que se dispusieran a luchar contra el invasor [8], contemplando medidas muy precisas a tal efecto: · formar la milicia nacional · establecer sociedades de tiro en cada parroquia · crear academias militares · estudiar la defensa del territorio y de las costas y los ríos · convenir la defensa entre los grupos del Centro y del Sur Se remataban esas indicaciones con otros apelativos dirigidos hacia la acción irredenta: "El sentimiento de la necesidad de la defensa nacional debe privar sobre todos los recelos de política interna; y la convicción de que no es un pueblo el que peligra, sino un continente y una raza, debe callar los egoísmos que pudieran imaginarse que sólo Nicaragua, o Panamá, el Amazonas o el Orinoco son las presas codiciadas...De los pueblos débiles de la tierra, los únicos que faltan por sojuzgar son las repúblicas hispanoamericanas...Acállese ante el peligro común la discordia civil, y preparemos, a los setenta y cinco años de Ayacucho, a lo que Bolívar estuvo preparado el día siguiente de la victoria, 'a una brillante guerra muy prolongada, muy ardua, muy importante'" (Zumeta; 14-15) Dentro de equivalentes parámetros filosóficos, un caso de mayor difusión es el del intelectual puertorriqueño Eugenio María de Hostos, quien batallaría desde los más diversos rincones por la independencia de su patria contra toda absorción extranjera -tal como se trasunta por ejemplo en su diario, en su correspondencia y en sus documentos políticos. Hostos considera como un procedimiento irreflexivo y como un atentado ilegal la intervención yanqui en Puerto Rico; aunque rescata la opinión pública norteamericana reacia al imperialismo y le asigna la máxima responsabilidad al gobierno de la Unión, con el cual procura negociar denodadamente una salida autonómica hasta terminar descreyendo en esa posibilidad: "Los norteamericanos, que ven impasibles morirse y matarse a los puertorriqueños, morirse de hambre y matarse de envidia, obran tan mal, que no parecen ya los salvadores de la dignidad humana que aparecieron en la historia..." (Hoscos; 504). Entre los que permiten revertir la óptica antiyanqui se encuentra un representante argentino en Washington, Martín García Merou, quien, en el umbral del Novecientos, no vacila en referirse a la "grandeza inherente a todas las manifestaciones de la vida americana", a "cuán justo es en el fondo su rápido engrandecimiento", a una "democracia pujante" y a una "sociedad fundada en el trabajo y en el espíritu religioso", donde los hijos del millonario como los del obrero "se acuestan sonrientes, soñando con ángeles rosados" -durante las fiestas navideñas (G. Mero; 22,23,157,61,180). Por añadidura, se califica al comentado autor proimperialista John Fiske como el "más completo de los escritores contemporáneos de la gran república" y a su libro American Political Ideas como una obra que "en menos de doscientas páginas encierra más sustancia intelectual y más médula científica que muchas obras en diez volúmenes" (G. Mero; 69-70)[9]. A esta obra García Merou le consagra un capítulo entero, en el cual concluye que "el destino de la raza inglesa" seguirá desenvolviéndose "hasta que todas las tierras donde todavía no existe una antigua civilización queden sometidas a sus leyes y a sus costumbres, y sean colonizadas por vástagos de su tronco poderoso" (G.Mero; 78). En forma paralela, otro argentino, el hacendado Felipe Senillosa hijo, próximo al espiritismo, publica una serie de artículos (Senillosa; t. 6, 7 y 8) donde exalta las aptitudes anglosajonas no sólo en la lucha por la existencia y en las actividades económicas sino también como modelo institucional y costumbrista. Dicha superioridad civilizatoria no depende tanto de factores raciales sino de una educación pragmática e integral junto a una religión que, como la protestante, fomenta el espíritu laborioso y el imperativo moral, sin caer en una dogmática exterior. Estados Unidos, con su pueblo consciente y virtuoso, resulta erigido así en "el faro luminoso de la Humanidad". Por lo contrario, en el mundo latino prepondera el fanatismo, la "empleomanía", el "politiquismo" y la violencia. París aparece aquí como un centro infectado por la inmoralidad, como el "gran foco de la novela pornográfica" y de "la desnudez fotográfica del can-can". El determinismo geográfico se enseñoraría más allá de los límites naturales:
Entre las tantas carencias de las ex colonias españolas Senillosa advierte cómo impera en ellas la inconsistencia y el despotismo oligárquico. Pese a todo, la República Argentina, si bien comparte muchos de esos males, estaría en situación de convertirse en los Estados Unidos del Sud, "por su vasto territorio, su clima y producciones naturales, la educación de su clase dirigente y su gran comercio con el exterior". Si tales planteos se apoyaban por ejemplo en obras de tanta influencia como la que divulgó el director de La Science Sociale, Esmond Demolins, en su Adónde lleva la superioridad de los anglosajones, no faltaron quienes le salieron al cruce a las ideas expuestas en ese mismo libro. Invirtiendo la tesis principal, el educador y periodista uruguayo Víctor Arreguine preparó un nutrido folleto impugnatorio (Arreguine; 45, 58-59) donde pone el acento en la acción depredadora llevada a cabo por los anglosajones y en sus falencias intelectuales, resultando desfavorecidos en la comparación con la "raza solar" y "prometeana" de los latinos. Corolario: "El ideal inglés, por exclusivista, por estrecho, por limitarse a la faz puramente material del progreso y por la poca importancia que concede a los sentimientos, no podrá llegar nunca a ser el ideal humano, a menos que la humanidad descienda a convertir el mundo en una lucha por la vida encarnizadamente salvaje y consagre la fuerza y la maña como los únicos derechos posibles". Más en particular, se discute la visión sobre Estados Unidos y España propuesta por el texto de Demolins, cuestionándose el supuesto pacifismo anglosajón, la sensibilidad religiosa y hasta el paradigma pedagógico norteamericano que tanto reconocimiento había llegado a suscitar:
Asimismo se recuperan las críticas efectuadas por el político demócrata y candidato presidencial, William Bryan, contra la acción de los trusts y contra las inaceptables condiciones de vida a que se hallaba sometida la población estadounidense. Hoy, tras otros desolados cien años más y de cara a un siglo nuevo e incierto, ¿podemos creer a pie juntillas que está en condiciones de revertirse medularmente esa imagen calibanesca de los Estados Unidos entre nosotros? La respuesta distaría de ser positiva, salvo quizá en lo que concierne a la evolución cultural. En este rubro cabe observar un mayor reconocimiento por parte de la intelligentsia latinoamericana, que ha ido aquilatando tanto la contestación universitaria y científica como las expresiones cinematográficas o jazzísticas, junto con la notoria influencia que han llegado a ejercer distintos escritores e intelectuales del Norte sobre sus comprometidos colegas del Sud.
[1] Diversas aproximaciones a estos autores y temas en
A. M. Schlesinger y M. White (eds.) Paths
of American Thought (Boston, Mifflin, 1963); G. N. Grob y R. N.
Beck Ideas in America
(N. York, Free Press, 1970); H. E. Biagini "Recepción
argentina del pensamiento estadounidense", en su Filosofía
americana e identidad (B. Aires, Eudeba, 1989). Sobre el período
en particular, ver G. Cotkin, Reluctant
Modernism. American
Thought & Culture, 1880-l900 (N.
York, Twayne, l992). [2] Sobre el anexionismo yanqui de la época, consultar Julius Pratt Expansionists of 1898 (Gloucester, P. Smith, 1959) y Daniel Rodríguez "Los intelectuales del imperialismo norteamericano en la década de 1990", en AA.VV. Ideas en torno de Latinoamérica, vol. 2 (México, UNAM, 1986). Cf. también H. E. Biagini "Los Estados Unidos: del trono a la picota", en su Intelectuales y políticos españoles a comienzos de la inmigración masiva (B. Aires, Centro Editor de A. Latina, en prensa). [3] Cf., T. F. McGann Argentina, Estados Unidos y el sistema interamericano (B. Aires, Eudeba, 1960), J. S. Tulchin Argentina & the United States (Boston, Twayne, 1990); J. Martí En los Estados Unidos (Madrid, Alianza, 1968). [4] Sobre el mismo tópico, véanse las notas críticas que publicó Roque Sáenz Peña con el título "Los Estados Unidos en Sud-América. La doctrina de Monroe y su evolución"; en La Biblioteca, vols. 4, 5 y 6 de 1897 [5] Obsérvese el paralelismo con Rodó: "Emerson, Poe, son allí (EE.UU.) como los ejemplares de una fauna expulsada de su verdadero medio por el rigor de una catástrofe ecológica", Ariel (México, FCE, 1980) p. 78. [6] Las notas de Justo fueron recogidas luego como volumen hacia 1898: En los Estados Unidos (B. Aires, Impr. de Jacobo Peuser, 1898). Ver similitudes conceptuales con el Ariel, donde se afirma que los norteamericanos "no han incorporado una sola ley general, un sólo principio...", ed. cit., p. 72. [7] Para una reconstrucción histórico-hermenéutica de figuras como las de Calibán y adláteres, ver el ensayo sobre el particular de Roberto Fernández Retamar incluido en su libro Para el perfil definitivo del hombre (La Habana, Letras Cubanas, 1985); aunque allí se sobrestima el uso precursor que le asignó Groussac al nombre de Calibán para mentar a los Estados Unidos, omitiéndose el significado análogo que había aparecido con antelación en Los raros de Darío. Otras interpretaciones sobre la pareja Ariel-Calibán han sido recogidas por L. Weinberg de Magis, "Caribe, Caníbal, Calibán", en R. Fornet Betancourt, Für Leopoldo Zea (Aachen, Concordia Reihe Monographien, 1992). Entre tantos otros, ver también los enfoques que le dan a la cuestión: J. Zorrilla de San Martín "Ariel y Calibán americanos" en Detalles de la historia (Montevideo, Impr. Nacional Colorada, 1930); R. H. Durán De la barbarie a la imaginación (Barcelona, Tusquets, 1976) y, muy en especial por su más largo alcance, el texto de Richard Morse El espejo de Próspero (México, Siglo XXI, 1982) y su discusión en F. Arocena y E. de León (comps.) El complejo de Próspero (Montevideo, Vintén, 1993). [8] El alegato de Zumeta se basaba en los siguientes términos: "debemos recurrir incotinenti a utilizar todas las fuerzas vivas de la raza, ante la inminencia del riesgo a fin de librarnos de la infamia de ser arrebatados, a título de factorías, a estas colosales agrupaciones de miserias, o lacrimosas o maldicientes, y de opulencias cínicamente despóticas. Hijos del trópico, debemos amarlo tal como él es, por sobre toda otra región del globo, y ser capaces de guardarlo contra esas civilizaciones del becerro de oro, en donde unos centenares de señores oprimen a millones de siervos asalariados, y se vive como en un infierno, en la perpetua agitación de miseria y codicias, urgidos por el miedo al hambre; civilizaciones de banca, iglesia y cuartel salvados sólo por el puñado de sabios, de artistas y de soñadores que arroja sobre tanta desnudez la vestimenta de la luz del ideal...De nada vale argüir, repitámoslo, que la doctrina en nombre de la cual se pretende domeñarnos es invocada con jesuítico intento, que antes debieran europeos y norteamericanos civilizar y mejorar la condición de sus masas ignorantes o fanáticas o esclavizadas; que las aplicaciones de esa doctrina en los trópicos han sido brutales y contraproducentes. Vano es. Los acorazados no discuten" (Zumeta; 12). [9] En la citada edición argentina del texto de Fiske aparecen como prólogo las palabras vertidas en el Parlamento por Joaquín V. González cuando celebró la publicación de esa obra y llegó a calificar a su autor como "uno de los más innovadores" del momento.
|
Primera Edición digital autorizada por el autor a cargo de José Luis Gómez-Martínez, Octubre de 2001. ©Hugo E. Biagini. Fines de siglo, fin de milenio. Buenos Aires: Alianza Editorial / Ediciones UNESCO, 1996.
|
© José Luis Gómez-Martínez Nota: Esta versión electrónica se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso correspondan. |