Hugo E. Biagini

 

 

Fines de siglo, fin de milenio

CAPÍTULO 3

"ESPAÑA: AGONÍAS IMPERIALES Y RENOVACIÓN INTELECTUAL"

Sabemos lo que queda atrás; pero nuestra alma inquieta, por mucho que avizore, no podrá rasgar el velo impenetrable que envuelve a la futura centuria.
¡Misterio y esperanzas!
¿Qué ha sido el año 1900? Brillo y resplandor por fuera. Al interior, un derrumbe que avanza secreta e inexorablemente.

Melchor de Almagro San Martín
Biografía del 1900

La psicología colectiva

Nos hallamos en una etapa donde, a la luz de distintos episodios mundiales, pululan las publicaciones en las cuales se declara la franca superioridad anglosajona o, contrariamente, se pronostica el inminente renacimiento de los pueblos latinos - portadores de un pasado glorioso y de un patrimonio cultural análogo- que, no obstante haber perdido su antiguo poderío, debían volver a erigirse  en los conductores de Occidente.

En ese proceso de reencarnación también se ubicaba, de modo muy especial, la propia España, pese a que ella había sufrido un desastre sin atenuantes en 1898, tras la pérdida definitiva de sus enclaves coloniales americanos, con los cuales estaba procurando coaligarse nuevamente, invocando la existencia de diversos intereses comunes (Litvak, Biagini 1992).

Además de haber contribuido a urdir, con un vigor inusitado, el sentimiento de la unidad hispanoamericana, la misma crisis del 98 dinamizó las preocupaciones teóricas por desentrañar los supuestos resortes últimos de la nacionalidad, la personalidad colectiva, el espíritu regional y hasta el propio significado universal de lo humano.

En resumidas cuentas, se intentaba establecer un diagnóstico fidedigno de esa vieja potencia alicaída y dar con los anticuerpos para su recuperación. Tiempo después, Federico Grandmontagne lo expuso muy gráficamente: los españoles debían llegar al extremo de "guisar los garbanzos con aceite de hígado de bacalao" (Foguelquist, 76).

La conmoción experimentada hacia 1898 no sólo implicó una clausura del ciclo imperial iniciado por la corona a fines del Seiscientos. También supuso algo menos comentado: la declinación del hegemonismo oligárquico y, en cierta medida, del ascendiente dinástico. Ello vino a sumarse a la crisis estructural de la economía española y a la emergencia de fuerzas socialmente gravitantes que procuraban colocarse a nivel de los tiempos y del nuevo siglo; fuerzas que abarcaban desde diversos sectores de la burguesía -ajenos al caciquismo y al statu quo- hasta el propio movimiento obrero.

Por otra parte, el reacercamiento de América Latina hacia España posee una contracara posterior al 98, cuando distintos intelectuales de nuestro continente visitan la antigua metrópoli, conocen personalmente a sus habitantes o empiezan a colaborar activamente en publicaciones de la península, participando en la renovación cultural que se estaba gestando en aquel país. Algunos escritores residentes en Sudamérica son designados corresponsales de diarios argentinos en España, como Rubén Darío para La Nación y Grandmontagne para La Prensa.

Además, con el modernismo se verifica la influencia intelectual directa de una Latinoamérica emancipada sobre el ámbito peninsular y, lo que resulta sumamente destacable, sobre la generación literaria más talentosa que había existido en España desde el siglo de oro. Si bien no corresponde coincidir con quienes homologan lisa y llanamente al modernismo con el noventayochismo, cabe en cambio sostener que el primero ha servido de instrumento para encarar la problemática de la identidad cultural, mientras que el segundo ha operado ante todo con un concepto afín pero disímil: el de identidad nacional.

Aunque sin exagerar tampoco la importancia de lo americano en el espíritu del '98, puede llegarse a refrendar la idea de que para esa misma época se origina una instancia culturalmente significativa, equivalente a lo que se ha dado en denominar el segundo descubrimiento de América -habida cuenta de la presencia masiva de la inmigración española en el Nuevo Mundo, la cual arrastró consigo una materia gris mucho mayor de lo que suele reconocerse (Biagini y otros 1993).

Noventayochismo y regeneracionismo

El estado de descomposición por el cual atravesó la España de la Restauración al concluir la centuria generó en su momento oleadas de indagaciones y debates, tal como se insinúa en este pasaje del discurso que pronunciara Benito Pérez Galdós ante la Real Academia Española en febrero de 1897: "los más sabios de entre nosotros se enredan en interminables controversias sobre cuál pueda o deba ser la hendidura o pasadizo por el cual podremos salir de este hoyo pantanoso en que nos revolvemos y asfixiamos" (Discursos 1897, 16-17). Al decir de Antonio Machado, parecía hallarse "entre una España que muere y otra que bosteza" (Machado, 159).

La preocupación por el propio entorno no resulta sólo un mero exponente de la crisis finisecular, como se ha repetido en innúmeras ocasiones, pues se trata de una inquietud de más antigua data. Ciertamente, el derrumbe de 1898 acentuaría la propensión a descubrir los causantes y responsables -nativos o extraños- de tamaños sinsabores. Mientras que para algunos la culpa primordial recaía en factores tan impersonales como el devenir histórico o la sociedad, otros creían hallar el origen de las desgracias nacionales circunscribiéndolas a la religión católica o al mismo genio hispano.

Se ha insistido en aducir que los intelectuales del '98 tendieron a rescatar a España de su morbilidad mediante expedientes que se alejaban del dominio político. Uno de los casos más característicos en esa dirección fue sustentado por la Institución Libre de Enseñanza, tanto en sus principios básicos como en su enjundioso accionar posterior. Para los institucionistas había que reformar a España, desde sus capas más bajas, mediante una instrucción adogmática e integral.

Sin embargo, la hipótesis del apoliticismo no se mantiene totalmente incólume en otras fracciones del '98. Las actitudes neutrales, escépticas o de repliegue en lo estético no corresponde aplicarlas estrictamente a los jóvenes escritores de esa generación que, además de abrirse hacia otras latitudes culturales, se habían orientado a juzgar la realidad con categorías de izquierda, como fue el caso de Unamuno, Blasco Ibáñez, Baroja, Maeztu o Azorín -aunque más tarde abandonaran tales posturas radicales. Por ejemplo, los tres últimos llegaron a difundir un texto en el cual exhortaban a que la juventud intelectual dedicase sus energías hacia una fecunda actividad social.

Durante el período en cuestión ocupa un primerísimo sitial una temática inveterada, a saber, el rezago cultural de España en muy diferentes órdenes de cosas: desde los campos educativo, filosófico, científico y tecnológico hasta la esfera religiosa. En rigor de verdad, estaba en juego el postergado ingreso de ese país al mundo moderno y la necesidad de adoptar los procedimientos indispensables para acceder a tal objetivo -más allá de los distintos factores que eran percibidos como motivaciones primordiales de tal estancamiento.

Pese a que en España se habían introducido bastantes libros y periódicos extranjeros, agilizándose a su vez las comunicaciones postales y telegráficas, la situación de los estudios superiores fue evaluada con términos sumamente negativos por Unamuno en el Heraldo de Madrid al concluir el '98:

Siempre será poco cuanto se diga de la postración en que yacen nuestras universidades, cuyo mejor papel se reduce al de ser bocinas de doctrinas hechas ya, cuando no pasadas de puro hechas; más bien que fábricas, almacenes en que se expende ciencia, o lo que sea, al pormenor. Podría sustituirse con ventaja a gran parte de los catedráticos por fonógrafos. Muchos son meros repetidores de un libro de texto que les ahorra estudio; otros...celan cuidadosamente las fuentes de que beben...No ha mucho se quejaba Clarín en estas mismas columnas del psitacismo o papagayismo que diríamos más claro. Es la natural consecuencia de dar a los alumnos ciencia hecha, oral o escrita, en vez de llevarles a que la formen por sí sobre materia prima que se les ponga al alcance...(Nuñez y Ribas, 59-60)

No obstante, cabe señalar que también en dicho rubro comienzan a comprobarse ciertos indicios más edificantes en  universidades como las de Oviedo, donde, valiéndose de la metodología institucionista, se organiza una Escuela Práctica de Estudios Jurídicos y Sociales, a la vez que se incorpora, de modo precoz en España, esa innovadora modalidad conocida con el nombre de Extensión Universitaria.

Otro motivo relevante lo constituye el rol más dinámico que empiezan a jugar los grupos ilustrados españoles en la política y la sociedad entre 1895 y 1900, al punto que el vocablo intelectual pasa a ser utilizado como sustantivo. Descollantes figuras de la inteligencia hispana intervendrán entonces, no sólo en asuntos que movilizan la opinión mundial, pronunciándose a favor de Dreyfus y contra el antisemitismo, sino también en candentes problemas internos, al condenar la represión obrera y el proceso efectuado en Montjuich contra los anarquistas. Al filo del Novecientos, las mejores plumas escriben un manifiesto para proponer diversos remedios a los padecimientos de España.

Como ya fue insinuado, la literatura redentora no constituye un producto del '98 sino que se plasma con cierta anterioridad. Uno de los antecedentes más simbólicos con que cuenta el programa regenerador fue elaborado por el geólogo aragonés Lucas Mallada hacia 1890 en su libro Los males de la patria (Banco exterior de España, Madrid 1989). Los capítulos de esa obra condensan textualmente una buena parte de dicho programa y los principales obstáculos que, para esa vertiente, impedían el desarrollo de España:

- La pobreza de nuestro suelo
- Defectos del carácter nacional
- Malestar de la agricultura
- Atraso de la industria y el comercio
- La inmoralidad pública
- El desbarajuste administrativo
- Nuestros partidos políticos

Muchas Españas

Un año antes de la flagrante derrota infringida en Cuba a los hispanos por Estados Unidos -en una guerra que obtuvo gran adhesión, tanto de peninsulares como de indianos-, Blasco Ibáñez se ocupaba en reflotar la tesis de las dos Españas y en establecer un conflictivo  cuadro situacional

Existen dos Españas: una que permanece aún en el siglo XVI y otra que vive por adelantado en el siglo XX. La primera ha pasado durmiendo tres siglos, sin enterarse de nada, sin saber que Europa ha caminado mucho en este tiempo; creyendo posible la resurrección del Santo Oficio, el restablecimiento de la feroz Unidad Católica, el bloqueo intelectual de la Península...La otra España es la que desprecia lo existente, la que sólo acata la monarquía por la fuerza, la que vive fiel a la República y comienza a preocuparse del problema social, que es el tema de actualidad candente en todas las naciones civilizadas...La España del porvenir está en las ciudades, en los talleres de las principales capitales, donde se agrupan los jornaleros que leen y están en contacto con los hombres que piensan...

No somos una nación. Somos la aglomeración forzada de gentes que vivimos en distintas épocas y que nos odiamos con sobrado motivo, estorbándonos mutuamente. El progreso ha influido sobre España tardía y perezosamente. A fines del siglo XIX, cuando los pueblos civilizados se preocupan ya del problema social, nosotros estamos en los principios del problema político, y aún queda por fallar en una tercera guerra civil el anticuado pleito del absolutismo y de la intolerancia religiosa (Blanco Ibáñez, 156-157).

Entretanto, Unamuno, quien en sus ensayos sobre el casticismo se había mostrado como pionero de una historia que apuntaba a lo social y al trabajo más que al episodio o al acontecimiento, le escribe una carta a Rafael Altamira  donde refleja la crisis metafísica que entonces lo embargaba; crisis que puede también tomarse como un indicador de la sensibilidad epocal, con su refugio en el mundo interior: "no pensaba yo en otra cosa ni tenía el ánimo lleno más que de proyectos literarios y otras vanidades por el estilo. Vivía en pleno egocentrismo, como casi todo literato, y peregrinando a la vez por el desierto del intelectualismo. Pero allá a fines de marzo caí de repente y sin saber cómo ni por dónde en un estado de inquietud y angustia por el que había pasado hace ya años...La obsesión de la muerte y más que de la muerte del aniquilamiento de la conciencia me perseguía..." (Unamuno, 51).

Hacia el mismo '98, el propio Unamuno mantuvo una sugerente correspondencia con otra figura arquetípica de la nueva sensibilidad: Angel Ganivet. El epistolario, publicado inicialmente en un diario granadino y luego bajo ropaje libresco (Unamuno y Ganivet), gira en torno al destino de esa España quebrantada espiritual y materialmente. El primero de ellos deplora allí que en su país sobrasen las pasiones y escasearan los pensamientos y las doctrinas. También cuestiona por inhumano al ideal caballeresco y al afán de conquista. En este último sentido, Unamuno preanunciaba los reclamos que pugnaron ulteriormente por el derecho a la autoafirmación cultural: "Más de una vez se ha dicho que el español trató de elevar al indio a sí, y esto no es en el fondo más que una imposición de soberanía. El único modo de elevar al prójimo es ayudarle a que sea vez más él cada vez, a que se depure en su línea propia, no en la nuestra. Vale, sin duda, más un buen guaraní o un tagalo que un mal español” (p. 35).

Abatido el imperio español, irrumpe en forma beneficiosa la descentralización y los latentes regionalismos. La verdadera integración debía llevarse a cabo desde adentro y respetando las peculiaridades: "todo lo que sea favorecer la diferenciación es preparar el camino a un concierto rico y fecundo" (p. 121).

Además de combatir dichas tendencias a la irreflexión y al verticalismo, Unamuno se aparta del enfoque idealista de Ganivet. Si bien estima que el sentimiento religioso implica una pieza fundamental para entender a los pueblos, considera que el otro elemento clave está dado por la variable económica y el régimen de propiedad: "No creo en esa fuerza de las ideas, que antes me parecen resultantes que causas. Siempre he creído que el suponer que una idea sea causa de una transformación social, es como suponer que las indicaciones del barómetro  modifican la presión atmosférica. Cuando oigo hablar de ideas buenas o malas me parece oír hablar de sonidos verdes o de olores cuadrados" (p. 111).

Entre las diversas ejemplificaciones que emplea Unamuno para ilustrar su parecer, se encuentra la "cuestión colonial", cuya verdadera explicación no debía partir de los relatos épicos ni de los designios evangelizadores, sino de la búsqueda del oro y de una forma de explotación que entraría en desuso. Otro tema crucial bordea al fenómeno de la emigración y la nacionalidad: "Al campesino que sin más capital que sus brazos emigra de España en busca de pan, lo mismo le da que sea española o no la tierra a que arriba, lo mismo se gana su vida y acaso labra su fortuna en los cafetales del Brasil, que en las pampas argentinas o cuidando ganado en las sabanas de Tejas..." (p. 114). La tónica realista sustentada en ese entonces por Unamuno no le impidió proclamar como máxima urgencia para España el advenimiento de utopías y de "hombres verdaderamente nuevos". 

Ganivet concuerda con su corresponsal en que España carecía de "hábitos intelectuales" y que en la enseñanza se hacía caso omiso de lo americano y de lo africano, mientras abundaba el sectarismo en todas partes. Asimismo, aquél subraya la importancia de la industrialización y de la raigambre territorial como un auténtico vehículo para la fraternidad, aunque negando el tenor pacifista, regionalista y socialista presente en Unamuno. Según Ganivet, siendo la fuerza el medio al cual recurrió Europa para imponer su hegemonía mundial, España no podía menos que expandirse por el África:

Europa ha representado siempre el centro unificado y director de la Humanidad y esto ha podido lograrlo solamente ejerciendo violencia en los demás pueblos. Hay quien sueña, como usted, en el aniquilamiento de ese eterno régimen, y en que un día impere en el mundo por su pura virtualidad el ideal cristiano...mientras la forma de la vida europea sea la agresión y se proclame moribundas a las naciones que no atacan y aún se piensa en descuartizarlas y repartírselas, la paz en una sola nación sería más peligrosa que la guerra...España encerrada en su territorio, aplicada a la restauración de sus fuerzas decaídas, tiene por necesidad que soñar en nuevas aventuras; de lo contrario, el amor a la vida evangélica nos llevaría en breve a tener que alzarnos en armas para defender nuestros hogares contra la invasión extranjera. El espíritu territorial independiente movió a las regiones españolas a buscar auxilio fuera de España, y ese mismo espíritu, indestructible, obligará a la nación unida a buscar un apoyo en el continente africano para mantener ante Europa nuestra personalidad y nuestra independencia. (pp. 71, 89-90)

Terapéutica

El libro publicado en 1899 por Vital Fité, Las desdichas de la patria (Madrid, Fundación Banco Exterior), puede tomarse como un vademécum de la prédica regeneracionista. En esa obra se sostiene que la pérdida de las colonias representó el punto neurálgico de la crisis por la que atravesaba España -más allá de las respuestas heterogéneas que desde dicha órbita se ensayaron para explicar los motivos originarios de la decadencia peninsular y más allá también de las variadas alternativas propuestas para salir de la postración.

Fité se expide contra la oligarquía, la corrupción y el servilismo, los cuales, según él, debían desaparecer a fin de  mejorar una sociedad como la española, sumida en la indiferencia ante esos mismos vicios. Tal mejoramiento habría de producirse inevitablemente, fuera por vía pacífica o apelando como último recurso a la violencia armada. El modelo institucional a retomar consiste aquí en la revolución de 1868; modelo frustrado por el militarismo, la beatería y los políticos prebendarios, quienes, carentes de cualidades diplomáticas, condujeron al país hacia un enfrentamiento catastrófico con los Estados Unidos. Asimismo se objetan las prácticas  en Cuba: "Que en general el interés español no ha sido el de colonizar, está fuera de duda; que sólo el egoísmo de la comodidad y del regalo, aprovechándose del sudor ajeno, ha sido nuestro móvil, queda plenamente demostrado; y que únicamente el afán de enriquecernos nos ha llevado a las provincias ultramarinas, ostentando en ellas nuestros vicios y flaquezas, es la pura verdad...Patentes aún están muchas de esas fortunas improvisadas con la inhumana trata de negros. Todavía se agitan las creadas como por encanto a la sombra y protección de altas influencias políticas" (p. 140).

Una vez obviados los trastornos de esa índole, Vital Fité sugiere distintas medidas a adoptar en materia de canalizaciones, transporte y comunicación, gravámenes a la riqueza mobiliaria, recortes al astronómico presupuesto otorgado al clero y al salario de los más altos funcionarios públicos, junto con diferentes reformas a introducir en las reparticiones oficiales. A través de una carta-documento incluida en la obra, el autor se dirige a la Reina Regente para referirse a la guerra con Estados Unidos,  pasando una revista incidental al cuadro de la época:

Es preciso gobernar a España de acuerdo siempre con el sentimiento popular, no con las mayorías de las Cámaras, que son el producto de podrida y escandalosa dictadura; pues si el pueblo suele sufrir con generosa resignación pandillajes de políticos egoístas que anulan las energías nacionales, sabe también ser digno de su altivo nombre en momentos dados, y éstos, por desgracia, pueden estar no muy lejos, pues parecen presentirse con la ruina y desolación de la Patria; se perciben con el olor de la generosa sangre de tantos españoles sacrificados estérilmente en los campos de batalla; son empujados con irresistible fuerza por esos mismos Ministros que dejan impunemente que la guerra sea una lamentable sucesión de sorpresas, descuidos, tristezas y abandonos...si V.M. se digna fijarse un momento en el estado general del país, verá con horror que en el breve espacio de siete años, desde el 90 al 97, los Gobiernos que se han sucedido en España han vendido para pago de contribuciones un millón ochocientas noventa y un mil cuatrocientas cincuenta y siete fincas; en el mismo espacio de tiempo han emigrado a Argelia sesenta y cuatro mil españoles, y a las Américas un millón quinientas noventa mil; se han cerrado mil ochocientas fábricas y tramitado sesenta mil expedientes de quiebra, desapareciendo de la matrícula ciento cincuenta y nueve mil contribuyentes. Agréguese a estos datos los dos mil millones de pesetas que lleva consumidos la insurrección de Cuba, los cientos de millones que ha devorado ya la guerra con los Estados Unidos, los setenta y tantos buques españoles que hemos perdido sin la menor compensación naval, y la negra perspectiva de quedarnos, al fin y al cabo, sin una colonia que recuerde las muchas de que se hizo cargo la Restauración borbónica en 1874, y se comprenderá fácilmente que la Nación española no puede resignarse a este estado de cosas sin exigir a sus malos Gobiernos estrecha cuenta de sus voluntarios errores. (pp. 163-4, énfasis de VF)

En otra parte del texto, el autor proporciona cómputos adicionales que le harían exclamar: "¡¡Causa horror tanta pérdida y contrista el corazón tanta desgracia!!" [1]. Para superar tales calamidades Vital Fité plantea algunos requisitos previos: "mientras el Parlamento sea un parásito de la Nación, y en los presidios de ésta no se vean, como en Francia e Inglaterra, confinados algunos altos personajes de la política, del clero, de la milicia, de la banca o del poder judicial, y en cambio mendiguen sus míseros sueldos los maestros de instrucción primaria, España será impotente para alzarse de su triste postración y se agitará constantemente entre el sucio lodo de su dolorosa decadencia" (p. 172)

*   *   *

No todas las demandas y cuestionamientos aludidos poseían un trasfondo progresista. Algunas derivaciones del pensamiento nietzscheano han sido consideradas como el aglutinante principal de las concepciones que incidieron en esa circunstancia. Tampoco faltó el desprecio a la democracia parlamentaria y al socialismo, mientras se exaltaba el superhombre, la fuerza y la voluntad. Dentro de este contexto, se pretendió inculcar también la imagen de una España pensada desde las puras esencias y mediante la cual se afianzaba su clásico aislamiento internacional.

Como advirtieron diversos autores, el propio regeneracionismo español no estuvo desprovisto de filiaciones reaccionarias, autoritarias y corporativas que tuvieron infaustas derivaciones ulteriores. Por otro lado, debe registrarse para esta misma época el surgimiento de un integrismo orgánico que gana espacio público. Parafraseando a Machado, ¿no era también la España que helaba el corazón...?

Con todo, frente a tales expresiones, cabe también rememorar, para ese entonces, otra línea, creativa y liberadora, al estilo de la que trae posteriormente a colación  Manuel Ugarte desde su óptica privilegiada, como testigo y protagonista trashumante. Luego de reconocer que su propia generación iberoamericana se identificó pronunciándose por Madrid y por París -como núcleos originarios y espirituales-, Ugarte deja planteado en una versión meridiana el panorama del momento: "Alrededor de 1900 el mundo parecía una andamiada anunciadora de construcciones o demoliciones cuyo plan confuso, esotérico a veces no podía menos que impresionar a la juventud. Los intelectuales de Europa tendían la mano a los obreros, traducían sus inquietudes, apoyaban sus reivindicaciones...Voces categóricas proclamaban que estábamos a punto de alcanzar en el orden interior la absoluta igualdad social y en el orden exterior la reconciliación definitiva de los pueblos. Con ayuda de la ciencia, la humanidad se emancipaba -decían- de los viejos errores. Una sociología romántica sobreponía empíricos vaticinios de égloga a la realidad de los siglos" (Ugarte, 261, 44, 258)

¿Acaso no se hallaba involucrada en todo ello esa España renaciente del cincel y de la maza ante la cual también levantaría su canto el gran Machado?


Notas


[1] El autor sigue suministrando una abrumadora proporción de datos catastróficos, v.gr: "...España ha perdido quince mil seiscientos peninsulares; dos millones cuatrocientos treinta mil setecientos setenta habitantes españoles antillanos, y nueve millones trescientos mil españoles filipinos; ciento veintiocho mil ciento cuarenta y ocho kilómetros cuadrados de extensos y ricos terrenos en América, trescientos cincuenta y ocho mil en Filipinas y Joló; dieciséis barcos de guerra y sesenta mercantes; cuatrocientos veinte millones de pesetas en material de guerra, y sobre cuatro mil quinientos sesenta millones en gastos de campaña y repatriación de tropas y empleados civiles y del Estado...¿Dónde está la Patria para esos dos millones ciento cincuenta y ocho mil ciudadanos que han emigrado estos tres últimos años por no poder vivir entre la miseria de sus pueblos?" (Vital Fité 1899).

 

 

Primera Edición digital autorizada por el autor a cargo de José Luis Gómez-Martínez, Octubre de 2001.  ©Hugo E. Biagini. Fines de siglo, fin de milenio. Buenos Aires: Alianza Editorial / Ediciones UNESCO, 1996.

   

© José Luis Gómez-Martínez
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