Alfonso de Valdés
 
 

Diálogo de Mercurio y Carón


Primer libro (continuación)

CARÓN.     No te pese pues sabes que no tengo otra recreación, y prosig[u]e tu historia.

MERCURIO.     Publicada la liga contra el Emperador, el Rey de Francia embió vn embaxador en España, el qual, ju[n]tamente con el nuncio del Papa y embaxador de venecianos, requirieron al Emperador, que a la sazón estaua en Granada, que restituyesse al Rey de Francia sus hijos que tenía en rehenes, tomando por ellos algún [h]onesto rescat[e], pues él no podía cumplir lo que hauía prometido. El Emperador, no sin alguna alteración, y muy razonable, viendo vna tan grande desuergüença, le respondió que si el Rey de Francia quería libertar sus hijos, que se viniesse él a poner en la prisión donde ellos estauan, como lo tenía prometido y jurado, que de otra manera no entendía dárselos. Y demás desto, dixo al embaxador de Francia estas palabras: «Embaxador, dezid al Rey vuestro amo que lo ha hecho muy ruinmente y vilmente en no guardarme la fe que él mesmo me dió estando él yo solos, y que esto le manterné yo de mi persona a la suya.

CARÓN.     Gentiles palabras y de gentil príncipe fueron éssas. Cierto, a mí mejor me parescería que si los príncipes tienen entre ellos algunas discordias, que entre sí las aueriguassen con armas o como ellos quisiessen, y que dexassen viuir en paz los pobres pueblos, que de sus diferencias ninguna culpa tienen. Gentil cosa es que por vengarse vn príncipe de otro que le haze vna injuria, quiera destruírle sus vassallos, de quien ningún daño ha recebido. Y según me parece, por la mayor parte acaesce padecer aquéllos más daño que menos culpa tienen de la guerra, y por esso te digo que me ha mucho contentado essa respuesta del Emperador. Pero, sepamos ¿qué respondió a esso el Rey de Francia?

MERCURIO.     Lo que suelen responder los que quieren tener la pelleja sana: dissimulólo muy gentilmente.

CARÓN.     No se esperaua menos de vn hombre que tan poco caso haze de su fe.

MERCURIO.     Vieras luego passar franceses en Italia, y el Papa y [los] venecianos embiar sus exércitos contra el que el Emperador tenía en Lombardía, diziendo que querían restituír en su Estado al Duque Francisco Sforcia, por dar color a lo que hazía[n].

CARÓN.     Marauíllome del Emperador que viendo lo que el Rey de Francia hazía no procuraua él de concertarse con el Papa y con essos otros que aý nombras.

MERCURIO.     ¿Cómo querías tú que el Emperador se temiesse del Papa, hauiendo él sido, después de dios causa principal de ponerlo en el estado en que estaua? Y aun con todo esso, quando sintió las tramas en que andauan, le embió a ofrecer todo lo que él quería, porque no se tornasse a reboluer guerra en Italia, mas no le aprouechó nada.

CARÓN.     ¿Qué intentión piensas tú que tenía en esso el Papa?

MERCURIO.     Mira, Carón, aquí no diximos sino que hablaríamos de las diferencias entrel Emperador y el Rey de Francia. Si tú no lo has por enojo, dexemos lo del Papa para otro día.

CARÓN.     Yo más quisiera que lo lleuáramos todo a hecho, mas pues tú assí lo quieres, dime agora, ¿qué causas daua el Rey de Francia para escusar el rompim[ie]nto de su fe?

MERCURIO.     Dezía que lo que prometió y juró ha[u]ía sido por temor y no estando en su libertad, y que no era obligado a guardar lo que hauía prometido.

CARÓN.     No era mala razón éssa.

MERCURIO.     ¿Cómo no? Antes muy mala y muy prejudicial a toda gente de guerra, la qual tiene por costumbre muy loada, recebida, y vsada, que el prisionero que dexa su fe empeñada y no cumple o no buelue a la prisión queda y es tenido por infame. De manera que ninguna dificultad ponen en fiarse vnos de otros y soltarse sobre su fe. Pues si entre simples caualleros y aun soldados se haze esto, ¿quánto más se deuría hazer entre tan grandes príncipes? Y si éssos lo dexan de hazer, dando exemplo para que los inferiores dellos hagan otro tanto y peor, ¿quién se querrá ni osará ya fiar de la fe de otro? Y no fiándose, ¿quántos pobres caualleros y soldados morirán en prisiones que agora sobre su fe salen a buscar y embiar sus rescates? ¿No te parece que queda de oy más gentil achaque a todos los ruynes que no quisieren cumplir su fe con dezir que tanpoco la cumplió vn Rey de Fra[n]cia? De manera que, no solamente es falsa y mala esta razón, mas tan prejudicial a toda gente de guerra, que ni aun los mismos vasallos del Rey de Francia deurían sufrir vna cosa tan mal hecha como ésta, y de que tanto daño viene, no solamente a ellos, mas a toda la natura humana, quitándole vna de las más principales virtudes, que es la fe, sin la qual todo el mundo quedaría en confusión. Quanto más, que essa razón fríuola, vana iniqua, aunque pudiesse valer a alguno, en ninguna manera se puede ayudar della el Rey de Francia, pues aunque fuesse verdad que haya tratado y capitulado estando fuera de su libertad, y que la tal capitulación fuesse de ningún vigor, lo que tanpoco se deue conceder, veamos, pues, el mismo Rey de Francia después que fue libre de la prisión y estando ya en su libertad y en su reyno, escriuió al Emperador por cartas de su propria mano y firmadas de su nombre, que guardaría y compliría enteramente todo lo que hauía prometido, ¿con qué cara o con qué razón se podrá él agora escusar, dizie[n]do que no estaua en su libertad quando capituló, pues estando ya libre, por las tales cartas prometió de nueuo, complir lo capitulado? las quales, ciertamente deuen bastar por entera ratificación.

CARÓN.     Digan lo que qui[ ]sieren, mas yo nunca creeré que en vn tal príncipe quepa tan poco respecto de su honrra si por malos consejos no fuese a ello instigado.

MERCURIO.     Assí lo creo yo, mas esta escusa no es bastante, pues harta culpa tiene el príncipe que, conosciendo claramente ser vn hombre malo, quiere tenerlo cabe sí, porque da causa que se piense dél lo que se vee en su priuado, pues es cosa muy aueriguada que assí como vn malo no admite en su compañía algún bueno, assí vn bueno no deuría admitir algún malo, y el que lo admite y conoscido lo sostiene, es causa que él tanbién sea tenido por malo. Tornando, pues, a nuestro propósito, el exército del Emperador se defendió muy bien en Milán. Y acaeció aquel mismo año que vn don Hugo de Moncada, capitán del Emperador [entró] impensadamente en Roma, juntamente con los Coloneses y los soldados, a pesar de los capitanes, saquearon el palacio del Papa, el qual huyó al castillo de Santángel.

CARÓN.     ¿Cómo permetió Jesuchristo que vn desacato tan grande como éste se hiziesse a la cabeça de su yglesia?

MERCURIO.     Mira, Carón, estaua aquella ciudad tan cargada de vicios y tan sin cuydado de conuertirse, que después de hauerlos dios combidado y llamado por otros medios más dulces y amorosos, y estándose siempre obstinados en su mal viuir, quiso espantarlos con aquel insulto y caso tan graue, y como, aun con esto no se quisieron emendar, vínoles después otro más rezio castigo.

CARÓN.     Esto quiero que me cuentes primero.

MERCURIO.     Que me plaze, mas, despacha tú essa ánima que nos está aquí escuchando.

ÁNIMA.     ¡Ha, barquero! Pássanos.

CARÓN.     ¿Estás solo y dizes «pássanos» como si fuéssedes muchos?

ÁNIMA.     ¿Tú no vees que soy obispo?

CARÓN.     ¿Y pues?

ÁNIMA.     Los obispos, por guardar nuestra grauedad, hablamos en número plural.

CARÓN.     Sea mucho de enhorabuena, y tú, ¿sabes qué cosa es ser obispo?

ÁNIMA.     ¡Mira si lo sé, hauiéndolo sido veinte años!

CARÓN.     Pues por tu fe que me lo digas.

ÁNIMA.     Obispo es traer vestido vn roquete blanco, dezir missa con vna mitra en la cabeça y guantes y anillos en las manos, mandar a los clérigos del obispado, defender las rentas dél y gastarlas a su voluntad, tener muchos criados, seruirse con salua y dar beneficios.

CARÓN.     Dessa manera, ni San Pedro ni alguno de los apóstoles fueron obispos, pues ni se vestían roquetes, ni traýan mitras, ni guantes, ni anillos, ni tenían rentas que gastar ni que defender, pues aun esso que tenían dexaron para seguir a Jesuchristo, ni tenían con qué mantener criados, ni se seruían con salua. ¿Quieres que te diga yo qué cosa es ser obispo? Yo te lo diré: Tener grandíssimo cuidado de aquellas ánimas que le son encomendadas, y si menester fuere, poner la vida por cada vna dellas. Predicarles ordinariamente, assí con buenas palabras y doctrina como con exemplo de vida muy santa, y para esto saber y entender toda la Sacra Escriptura, tener las manos muy limpias de cosas mundanas, orar continuamente por la salud de su pueblo, proueerlo de personas sanctas, de buena doctrina y vida que les administren los sacramentos, socorrer a los pobres en sus necessidades, dándoles de balde lo que de balde recibieron.
 

ÁNIMA.     Nunca yo oý dezir nada desso ni pensé que tenía menester para ser obispo más de lo que te dixe. Yo me precié siempre de tener mi tabla muy abundante para los que venían a comer comigo.

MERCURIO.     ¿Quien? ¿Pobres?

ÁNIMA.     ¿Pobres? Gentil cosa sería que vn pobre se sentasse a la mesa de vn obispo.

MERCURIO.     De manera que si viniera Jesuchristo a comer contigo, ¿no lo sentaras a tu mesa porque era pobre?

ÁNIMA.     No, si viniera mal vestido.

MERCURIO.     ¿Teniendo tú lo que tenías por amor dél, ¿no le quisieras dar de comer a tu mesa? ¿Parécete éssa gentil cosa?

ÁNIMA.     Déxate desso. ¿Cómo hauía de venir Iesuchristo a comer conmigo? Esso es hablar en lo escusado.

MERCURIO.     No dize él que lo que se haze a vn pobrezillo se haze con él y lo que se dexa de hazer con vn pobrezillo se dexa de hazer con él? ¿Paré[ ]cete que era gentil cosa tener llena tu mesa de truhanes y lisongeros que representauan a Sathanás y no admitir los pobrezillos que representauan a Jesuchristo, hauiéndote sido dados aquellos bienes que gastauas para mantener los pobres de que tú no hazías cuenta, y para reprehender los viciosos que sentauas a tu mesa?

ÁNIMA.     Tanbién a los pobres hazía dar de comer en la calle lo que sobraua a mí y a mis criados.

MERCURIO.     Pues por cierto que tenían ellos a tu renta más derecho que tus criados.

ÁNIMA.     ¿Por qué? Sé que los pobres no me seruían a mí.

MERCURIO.     Y las rentas de los obispos, sí que no fueron instituidas para sus criados, sino que con ellas mantuuiessen los pobres.

ÁNIMA.     Nunca me dixeron nada desso.

MERCURIO.     Pues, ¿por qué no lo leýas tú?

ÁNIMA.     A esso me andaua. ¿No tenía harto que hazer en mis pleytos, con que cobré muchas rentas y preheminencias que tenía perdidas mi yglesia y en andar a caça y buscar buenos perros, açores y halcones para ella?

MERCURIO.     Por cierto, tú empleauas muy bien tu tiempo en cosas muy conuenientes a tu dignidad. Veamos, ¿y los beneficios, a quién los dauas?

ÁNIMA.     ¿A quién los hauía de dar sino a mis criados, en recompensa de seruicios?

MERCURIO.     Y éssa, ¿no era sim[o]nía?

ÁNIMA.     Ya no se usa otra cosa. Entre ciento no verás dar vn beneficio sino por seruicios o por fauor.

MERCURIO.     Y aun con esso, tal está como está la christiandad, no dándose los beneficios por méritos, sino por fauor o seruicios. Pues veamos, ¿no os mandó Jesuchristo que diéssedes de balde lo que de balde recebistes?

ÁNIMA.     Assí lo dizen, pero a mí nunca me dieron nada de valde.

MERCURIO.     ¿Y el obispado?

ÁNIMA.     Bien caro me costó de seruicios y aun de dineros. Y hauiéndome costado tan caro, ¿querías tú que diesse sus emolumentos de balde? Sí por cierto, a esso me andaua yo.

MERCURIO.     ¿Predicauas?

ÁNIMA.     Sé que los obispos no predican; hartos frayles hay que predican por ellos.

MERCURIO.     ¿Ayunauas?

ÁNIMA.     El ayuno no se hizo sino para los necios y pobres. ¿Querías tú que comiesse pescado para enfermarme y no poder después gozar de mis passatiempos?

MERCURIO.     ¿Cómo moriste?

ÁNIMA.     Yendo a Roma sobre mis pleitos, me ahogué en la mar con quantos conmigo yuan, y esto me haze agora tener miedo de entrar en esta barca.

CARÓN.     Pues entra: no hayas miedo, que allá te mostrarán qué cosa es ser tal obispo.

ÁNIMA.     Vna cosa te quiero rogar. Que si viniere por aquí vna dama muy hermosa que se llama Lucrecia, le des mis encomiendas y la hayas por encomendada.

CARÓN.     ¿Quién es essa Lucrecia?

ÁNIMA.     Teníala yo para mi recreación, y soi cierto que como sepa mi muert[e], luego se matará.

CARÓN.     Calla ya, que no le faltará otro obispo[.]

ÁNIMA.     Hazlo, por mi amor, si por dicha viniere[.]

CARÓN.     Soy contento. ¿Qué te parece Mercurio? ¿Qué tal deue andar el ganado con tales pastores?

MERCURIO.     Pues es verdad que hai pocos destos tales.

CARÓN.     Torna a tu historia, mas mira que primero me cuentes lo que el año passado se hizo en Roma.

MERCURIO.     Que me plaze, mas será breuemente. Has de saber que como don Hugo y los Coloneses entraron en Roma, el Papa, que se retraxo en el castillo de Santángel, hizo con ellos treguas por cuatro meses, y con esto se salieron de Roma, dexando al Papa y a la ciudad libre. En este medio, el ynfante don Hernando, archiduque de Austria que agora es Rey de Ungría y de Bohemia, hermano del Emperador, embió obra de diez mil alemanes en Italia en fauor del duque de Borbón, lugarteniente y capitán general del Emperador que a la sazón estaua en Milán, y con la venida déstos, el dicho Duque salió en campo, y después de hauerse ju[n]tado con ellos, determinó de tomar la vía de Roma, porque era certificado que el Papa hauía rompido la dicha tregua y que su exército por mar y por tierra destruýa y ocupaua el Reyno de Nápoles.

CARÓN.     ¿Qué me dizes? ¿Que rompió el Papa la tregua que hauía hecho con don Hugo y los Coloneses?

MERCURIO.     Assí passa.

CARÓN.     Segúnd esso, también se oluidan de guardar su fe los Vicarios de Christo.

MERCURIO.     Siempre lo verás, do nasce el mejor vino, beuerse lo mas ruyn, y el çapatero traer los çapatos rotos y el baruero jamás andar peinado.

CARÓN.     Bien me agrada la comparación avnque no es todo ygual.

MERCURIO.     Siguiendo, pues, el exército del Emperador el camino de Roma, el Papa, que dello fue auisado, por estoruar la venida suya hizo vna tregua por ocho meses con el visor[r]ey de Nápoles en nombre del Emperador, y fecha, embiáronla a notificar al exército para que se boluiesse.

CARÓN.     Aosadas que si yo fuera que ellos, nunca me boluiera.

MERCURIO.     ¿Por qué?

CARÓN.     ¿Qué seguridad, tenían ellos que el Papa les guardaría essa tregua mejor que guardó la que hizo con don Hugo?

MERCURIO.     Ninguna y aun por esso el exército nunca se quiso boluer, por mucho que el Duque de Borbón lo procurasse.

CARÓN.     Esse duque, ¿no era capitán general?

MERCURIO.     Sí.

CARÓN.     Pues si él quería, ¿por qué no los hazía boluer?

MERCURIO.     No era en su mano por dos respectos: el vno, como el dicho exército no era pagado, no obedecía, y el otro, porque los alemanes estauan ya determinados de vengarse de Roma por el grande odio que le tenían.

CARÓN.     Deuían ser luteranos.

MERCURIO.     Antes no, mas como los alemanes se pusieron en pedir remedio de algun[o]s agrauios que recebían de la Sede Apostólica, los Romanos pontífices nunca hauían querido entender en ello por no perder su prouecho, y a esta causa hauían sucedido en Alemaña tantas discordias, muertes y daños irreparables, en manera que queda quasi distruída. Por estos dos respectos le tienen los dichos alemanes esse odio.

CARÓN.     ¿Assí que no fue possible hazerlos boluer?

MERCURIO.     En ninguna manera; antes con vna estrema diligentia llegaron a Roma y la entraron y saquearon hizieron en ella cosas que jamás fueron vistas ni o[ý]das porque como les faltó el Duque de Borbón, su capitán, a la entrada de Roma, donde fue muerto, no fue possible ponerlos en razón.

CARÓN.     ¿C[ó]mo? ¿Que el Duque de Borbón es muerto?

MERCURIO.     ¿Y agora lo sabes?

CARÓN.     Cierto. El no ha venido a passar por mi barca.

MERCURIO.     Sin dubda murió aquel día.

CARÓN.     Segúnd esso, tomaría el camino de la montaña.

MERCURIO.     No me marauillo, porque era virtuoso.

CARÓN.     Dime, Mercurio, ¿hallástete aquel día en Roma?

MERCURIO.     ¡Mira si me hallé!

CARÓN.     ¿Querrásme contar algo de lo que allí passó?

MERCURIO.     Sí, mas breuemente porque no me falte el tiempo para acabar lo començado. Has de saber que como yo vi la furia con que aquel exército yua, pensando lo que hauía de ser, me fuí adelante por verlo todo y subido en alto como desde atalaya, estaua muerto de risa viendo cómo Jesuchristo se vengaua de aquellos que tantas injurias continuamente le hazían y veía los que vendían ser vendidos, y los que rescatauan ser rescatados, y los que componían ser compuestos, y aun descompuestos, y los que robauan ser robados, los que maltratauan ser maltratados. Y finalmente me estaua concomiendo de plazer, viendo que aquéllos pagauan la pena que tan justamente hauían merecido. Mas quando vi alg[u]nas irrisiones y desacatamientos que se hazían a las yglesias, monesterios, ymágenes, y reliquias, marauilléme, y topando con San Pedro, que tanbién era baxado del cielo a ver lo que passaua en aquella su sancta sede apostólica, pedíle me dixesse la causa dello. Respondióme, diziendo, -Si ella perseuerara en el estado en que yo la dexé, muy lejos estuuiera de padescer lo que agora padesce.- -Pues, ¿Cómo, San Pedro?,- digo yo, -¿assí quiere Jesuchristo destruír Su religión christiana que él mesmo con derramamiento de Su sangre instituyó?- -No pienses,- dixo él, -que la quiera destruir, antes porque sus ministros la tenían ahogada y quasi destruida, permite él agora que se haga lo que vees para que sea restaurada.- -Segúnd esso,- dixe yo, -esto que agora se haze, ¿por bien de la christiandad lo ha dios permitido?- -Desso,- dixo él, -ninguna dubda tengas y si lo quieres a la clara veer, mira cómo esto se haze por vn exército en que hay de todas naciones de christianos y sin mandado ni consentimiento del Emperador, cuyo es el exército, y aun contra la volontad de m[u]chos de los que lo hazen. -Víamos luego venir soldados vestidos en hábitos de cardenales y dezíame San Pedro, -Mira, Mercurio, los j[u]izios de dios. Los cardenales solían andar en hábitos de soldados, y agora los soldados andan en hábito de cardenales. -Víamos después despojar los templos, y dezía San Pedro, -Pensauan los hombres que hazían muy gran seruicio a dios en edificarle templos materiales, despojando de virtudes los verdaderos templos de dios que son sus ánimas y agora conoscerán que dios no tiene aquello en nada si no viene de verdaderas virtudes acompañado, pues assí se lo ha dexado todo robar. -Víamos luego aquellos soldados sacar las reliquias y despojarlas del oro y de la plata en que estauan encerradas. Y dezíame San Pedro, -Conoscerán agora los hombres en quánta mayor estima deuan tener vna palabra de las epístolas de San Pablo o de las mías que no nuestros cuerpos, pues los veen assí maltrattar, y la honrra que hazían a nuestros güessos, hazerla han de oi más a nuestro spíritu, que para su prouecho en nuestras epístolas dexamos encerrado. -Y como viesse yo vn soldado hurtar vna custodia de oro donde estaua el Sanctíssimo Sacramento del cuerpo de Jesuchristo, echando la hostia sobrel altar, comencé a dar gritos. Y dixo el buen San Pedro, -Calla, Mercurio, que ni aun aquello se haze sin causa, para que los vellacos de los sacerdotes que abarragan [a] dos y obstinados en sus luxurias, en sus auaricias, en sus ambiciones y en sus abominables maldades no hazían caso de yr a recebir aquel Santíssimo Sacramento y echarlo en aquella ánima hecha vn muladar de vicios y pecados, viendo agora lo que aquellos soldados hazen, quanto más ellos lo acriminaren, tanto más a[ ] sí mesmos se acusen y tanto más confondidos se hallen en pensar quánto es mayor abominación echar el dicho sacramento en vn muladar de hediondos vicios que en el altar, donde con ninguna cosa se ofende sino con la intención del que lo echó. ¿Piensas tú, Mercurio, que no se ofende más dios quando echan su cuerpo en vna ánima cargada de vicios que quando lo echan en el suelo?- En estas y otras cosas estáuamos hablando quando vimos subir vn grandíssimo humo, y preguntando yo al buen San Pedro qué podría ser aquello, en ninguna manera me lo podía dezir de risa. A la fin me dixo, «Aquel humo sale de los processos de los pleitos que los sacerdotes vnos con otros traýan por posseer cada vno lo que apenas y con m[u]cha dificultad rogándoles con ello hauían de querer aceptar-, y preguntándole yo la causa por qué tan de gana se reýa díxome, «Yo me río de la locura de los hombres que andarán agora muy despachados, tornando a formar sus pleitos, y ríome de plazer en ver destruída vna cosa tan prejudicial a la religión christiana quanto es traer pleitos, como si Jesuchristo expressamente no les dixera que si alguno les pidiesse por justicia la capa que le dexen tanbién el sayo antes que traer pleito con él.- -¿Piensas,- dixe yo, -que cessarán ya tantos males y tanta ceguedad como hay entre los hombres y señaladamente en la christiandad?- -No, por cierto, dixo él, -antes creo no ser aun llegada la fin de los males que esta ciudad, y aun toda la christiandad con ell[a], han de padecer, porque assí como las maldades de los hombres son grandes, assí el castigo ha de ser muy seuero.-Allí estuuimos platicando sobre cada cosa de las que veyamos y de las causas y causadores de la guerra y de los agrauios de que se q[u]exauan los alemanes y de las necessidades que hauía para que la Yglesia se reformasse y de la manera que se deuía tener en la reformación. Preguntéle quándo hauía de ser. Dixo que no me lo podía declarar. Y después que houimos visto todo lo que passaua, él se tornó a subir al cielo.

CARÓN.     Por amor de mí, Mercurio, que me cuentes todo esso que dizes hauer con esse Pedro plati[c]ado, que me será cosa muy sabrosa de oýr.

MERCURIO.     Soi contento, mas no agora. Quédese para otro día.

CARÓN.     Sea como tú quisieres y prosigue agora tu historia.

MERCURIO.     Como esta nueua se començó a derramar entre los christianos, qué cosa era veer los juyzios que vnos y otros hazían, vnos echando la culpa dello al Emperador, por hauerlo hecho su exército, y otros al Papa porque siendo Vicario del auctor de paz, excitaua y mantenía guerra; otros al rey de Francia que hauía sido causa de todas las rebueltas de donde aquella destruición de Roma hauía emanado, y generalmente estauan todos atónitos de oýr vna cosa tan rezia qual nunca jamás fue vista ni oýda.

CARÓN.     ¿Qué hizo entonces el Emperador?

MERCURIO.     El Emperador, aunque en todas sus cosas se conformó tan de verdad con la voluntad de dios que ni las prosperidades le dan demasiada alegría ni las aduersidades tanpoco tristeza, todavía como temeroso de dios, no sabiendo la causa por qué houiesse permitido vna cosa tan ardua y tan graue, quiso declarar a todos los príncipes christianos cómo aquello no se hauía fecho por su mandado ni por su culpa ni consentim[i]ento, mas enteramente contra su voluntad, y para esto les escriuió sendas cartas.

CARÓN.     ¿Viste tú acaso alguna dellas?

MERCURIO.     Y aun de la vna traygo aquí traslado.

CARÓN.     Hazme este plazer, que me la leas.

MERCURIO.     De muy buena voluntad. Cata, cata, Carón, ¿tú no miras quál viene aquella ánima?

CARÓN.     Parece que está desollada. Sepamos quién es.

ÁNIMA.     ¿Vosotros no vedes que soy cardenal[?].

CARÓN.     Esse tengas en el ojo.

ÁNIMA.     Mas aýna la ternás tú si me hazes tomar este remo.

CARÓN.     ¿De cardenal te quieres tornar galeote?

MERCURIO.     No lo consientas, Carón.

CARÓN.     ¿Por qué, Mercurio?

MERCURIO.     Porque si guía tu barca como guió la yglesia de Iesuchristo, yo te la doy por perdida.

ÁNIMA.      Dexémonos dessas gracias, Mercurio, que ya se passó vuestro tiempo, pues que no soys ya alcahuete de Júpiter. ¿Cómo? ¿Que por tan Ruyn me teníades que houi[e]sse de tomar tan ruýn oficio?

CARÓN.     ¿Por tan necio me tenías tú a mí que hauía de fiar mi barca a un hombre como tú?

MERCURIO.     Ea, dinos, ¿cómo gouernaste la barca de la yglesia de Jesuchristo?

ÁNIMA.     No sé qué te dizes.

MERCURIO.     ¿Quieres que te hable más claro? Pues eras columna de la yglesia y tenías cargo de la gouernación della. Dime, ¿cómo la gouernaste?

ÁNIMA.     ¿Quiéresme hazer vn plazer? No me metas en essas honduras, como si yo no touiera que hazer sino gouernar la yglesia.

MERCURIO.     Dinos, pues, ¿qué hazías?

ÁNIMA.     Buscaua dineros para mantener la guerra, poniendo nueuas imposiciones, haziendo y vendiendo oficios.

MERCURIO.     Y aun qui[ç]á beneficios.

ÁNIMA.     No digas esso. Cata que te haré des[ ]comulgar. Allende desto, vendíamos rentas de yglesias y monasterios y aun de hospitales.

MERCURIO.     ¿De hospitales? ¿No tenías vergüença de vender las rentas que fueron dadas para mantener pobres, porque sir[u]iessen para matar hombres?

ÁNIMA.     Déxate dessas necedades. Aosadas que me lo osaras dezir oi ha diez días.

CARÓN.     Pues si te parecen necedades, passa [a] la barca y conoscerás que son grandes verdades.

MERCURIO.     Déxalo. Váyase.

CARÓN.     Pues comiença tú ya a leer aquella carta de que habláuamos.

MERCURIO.     Soy contento. Está pues atento.

CARÓN.     Comiença.

[M.]      Carta del Emperador al Rey de Ynglaterra, trasladada de latín en lengua castellana.

     Don Carlos, por la diuina clemencia, Emperador de los Romanos, c. Rey de Alemaña, de las Españas c. Al Sereníssimo Príncipe don Enrique, Rey de Inglaterra y de Francia, nuestro muy caro y amado tío y hermano, Salud con continuo aug[ ]mento de fraterno amor. Sereníssimo príncipe muy caro y muy amado tío y hermano. Aunque seamos cierto que por muchas partes hauréis sido auisado del desastre que nueuamente ha acaecido en Roma y que con vuestra mucha prudencia lo hauréis todo tomado como de razón se deue tomar, y como aquel que de nuestra intención está muy bien informado, no hauemos querido dexar de hazéroslo saber porque siendo más enteramente certificado del caso cómo ha passado y de nuestra intención cerca dello, podáis mejor consejarnos y ayudarnos en lo que conuerná sobre esto hazer para honra de dios y bien universal de la república christiana. Verdaderamente pensamos hauer fecho tantas y tan b[u]enas obras por la paz y sossiego de la christiandad y por la honrra y conseruación de la Santa Sede Apostólica, que creemos ninguno de sano juizio pueda de nuestra buena intención dubdar, pues quanto a lo primero, pudiendo muy fácilmente vengarnos de los agrauios y demasías que el Rey de Francia nos hauía hecho y cobrar todo lo que contra razón y justicia nos tiene ocupado y vsurpado, quesimos más por el bien vniuersal de todos soltarlo, dexando de cobrar antes lo que justamente nos pertenece que mantener la guerra por nuestro interesse particular. Pues de la yglesia romana notorias son las quexas que, estando Nos en Alemaña, los estados del imperio nos dieron, suplicándonos que entendiéssemos en el remedio dellas, y Nos, viendo no poderse aquello poner por obra sin mucho detrimento y diminución de la autoridad de los romanos pontífices, aunque con gran pesar nuestro quesimos más descontentar a toda Alemaña que a sólo el Romano pontífice, de lo qual, aunque se hayan seguido muchos males, no pensamos tener dello culpa, pues nuestra intención era siempre buena, la qual, conoscida por el Papa León X y Adriano VI, con armas spirituales y temporales fauorecieron siempre nuestra justitia. Mas como después sucediesse en el Pontificado nuestro muy sancto padre Clemente VII, no acordándose de los beneficios que en general a la Sede Apostólica y en particular a él mesmo hauíamos hecho, se dexó engañar de algunos malignos que cabe sí tenía, de manera que en lugar de mantener como buen pastor la paz que con el Rey de Francia hauíamos hecho, acordó de reboluer nueua guerra en la christiandad y luego que el dicho Rey fue suelto de la prisión, hizo Su Santidad con él y con otros potentados de Italia vna liga contra Nos, pensando echar nuestro exército de Italia y tomarnos y ocuparnos nuestro Reyno de Nápoles, el qual tenían ya entre sí repartido. Y aunque libremente le embiamos a ofrecer todo lo que él mesmo nos hauía demandado, no embargante que a todos pareciesse claramente injusto, nunca él lo quiso aceptar, pensando todavía podernos ocupar el dicho nuestro reyno de Nápoles. Viéndonos, pues, assí desamparado[s] de todos, hauiendo hecho vna tan buena obra como fue soltar al Rey de Francia por el bien de todos, y que por fuerça hauíamos de tomar las armas para defender los súbditos q[u]e de dios tenemos encomendados, temiendo lo que agora ha acaecido, por más justificar nuestra causa delante de dios y todo el mundo, antes que tomássemos las armas, requerimos assí al Papa, como tanbién al Colegio de los Cardenales, porque ninguno con razón se pudiesse quexar, que dexassen las armas y no nos quisiessen assí prouocar a la guerra con tan euidente daño y perjuizio de toda la república christiana, donde les protestamos que si desta guerra la Sede Apostólica algún daño o detrimento padesciese, a [ ] sí mesmos echassen la culpa, pues tan a la clara dauan causa para ello. Mas nuestro requirimiento y protestación valieron tan poco para con ellos, que no solamente continuaron la guerra començada, mas aun contra toda razón y justicia rompieron la tregua que en nuestro nombre don Hugo de Moncada hauía con ellos fecho. Viendo, pues, cómo en ninguna parte halláuamos fe, por no faltar a lo que a nuestros súbditos deuemos, embiando vna armada desde estos nuestros Reynos de España para defensa del dicho nuestro Reyno de Nápoles, hezimos tanbién baxar nueua gente de Alemaña en socorro del exército que teníamos en Milán. Y como las cosas viniessen a tal estado que el Papa nos tenía ya ocupada mucha parte del dicho nuestro Reyno, queriendo nuestro exército socorrer aque lla parte do ueía el peligro más cercano, sin esperar nuestro parecer ni mandado, tomó la vía de Roma, lo qual sabido por el Papa, temiendo la venida de aquel nuestro exército, hizo vna tregua con nuestro visorrey de Nápoles por tiempo de ocho meses, y aunque las condiciones della eran tales que se conoscía bien la voluntad que algunos de los que cabe Su Sanctitad estauan a nuestras cosas tenían, con todo esso, quesimos más ratificarla con perjuyzio nuestro (como luego la ratificamos), que esperar la justa vengança que quasi teníamos en las manos, mas como touiesse ya dios determinado lo que hauía de ser, antes que nuestra ratificatión llegasse, temiendo nuestro exército que hauría en esta tregua el mesmo engaño que houo en la que hizo don Hugo, quisieron, a despecho y contra voluntad de los capitanes, continuar su camino hasta llegar a Roma donde, faltándoles el capitán general, hizieron el insulto que hauréis oydo, aunque a la verdad no creemos ser tan grande como nuestros enemigos han por todas partes sembrado. Y aunque veemos esto hauer sido fecho más por justo juyzio de dios que por fuerças ni voluntad de hombres, y que esse mismo dios en quien de verdad hauemos puesto toda nuestra esperança, quiso tomar vengança de los agravios que contra razón se nos hazían, sin que para ello interuenisse de nuestra parte consentim[ie]nto ni voluntad alguna, hauemos sentido tanta pena y dolor del desacato hecho a la Sede Apostólica que verdaderamente quisiéramos mucho más no vencer que quedar con tal victoria vencedor. Mas pues que assí ha plazido a dios (el qual por su infinita bondad suele de semejantes males sacar muy grandes bienes, como esperamos que tanbién agora hará), conuiene que dándole gracias por todo lo que haze y permite procuremos cada vno por su parte de pensar y endereçar nuestras obras al remedio de los males que en todas partes la christiandad padece, en lo qual hasta la propria sangre y vida pensamos emplear. Y porque conoscemos en vos otra tal intención y voluntad, muy afectuosamente os rogamos, muy caro y muy amado tío y hermano, que nos embiéis vuestro parecer de lo que en este caso deuemos por nuestra parte hazer, ay[u]dándonos por la vuestra a remediar los males que padece la christiandad y en ella la honrra de Jesuchristo porque más breuemente podamos boluer las armas contra los enemigos de nuestra fe christiana. Sereníssimo príncipe muy caro y muy amado tío y hermano, dios nuestro señor os dé perpetua felicidad. Fecha en Valladolid a dos días del mes de agosto, año de MDXXVII.

     Vuestro buen hermano,

          Carlos.
Alfonso de Valdés.

MERCURIO.     ¿Qué te parece, Carón?

CARÓN.     Paréceme que no deue ser esse Emperador el que haze tantas cosas como aquí me has contado.

MERCURIO.     ¿Cómo no?

CARÓN.     Porque aueriguadamente se conosce ser dios el que las haze por él. Mirad, por vuestra vida, aquel requirimiento y aquella protestación que hizo antes que tomasse las armas. ¿No parece que el mesmo Dios le profetizaua lo que hauía de ser? Notadme aquel ratificar de la tregua, porque todos conosciessen su iustificación y hauerse hecho lo de Roma contra su voluntad. Considera después aquel demandar a los príncipes christianos consejo de lo que sobrello se hauía de hazer. Veamos, ¿no era cerrarles el camino para que [n]inguno con razón se pudiesse quexar? Pues dezir que fue hecho por justo juyzio de dios, que de semejantes males suele sacar muy grandes bienes, ¿qué era sino tener su ánima puesta continuamente con dios? Mas, dime, Mercurio, essa carta que me has leýdo, ¿fue solamente al Rey de Inglaterra?

MERCURIO.     Lo mesmo se escriuió a todos los otros príncipes christianos, mas quísete yo leer ésta porque me tengo después de aprouechar della.

CARÓN.     Y esse Rey, ¿qué respondió a ella?

MERCURIO.     Ninguna cosa.

CARÓN.     ¿Por qué?

MERCURIO.     Yo te lo diré. Mas, es menester que tomemos la historia de más arriba.

CARÓN.     Sea assí, pero vemos primero, qué quiere dezir esta ánima. Sepamos quién es y qué nueuas trae.

ÁNIMA.     Ya sé lo que queréis. Yo fui del consejo del Rey de Ynglaterra y lo que traigo de nueuo es que allá nuestro Rey está concertado con el Rey de Francia de h[a]zer juntamente guerra al Emperador y lo han ya embiado a desafiar. Albricias me deuríades agora de dar vosotros.

CARÓN.     Tienes razón, si primero que tú no lo supiéramos.

ÁNIMA.     ¿Cómo es possible que lo ayáis sabido primero que yo, que me hallé presente quando se concertaua?

CARÓN.     Pues te hallaste presente, no te pese de contarnos las causas que mouieron a tu Rey a hazer guerra al Emperador, con quien tanto deudo y amistad y ninguna enemistad tenía.

ÁNIMA.     Sola vna causa houo.

CARÓN.     ¿Vna sola?

ÁNIMA.     Digo que vna sola.

CARÓN.     ¿Quál?

ÁNIMA.     La auaritia y ambición de vn cardenal que tiene cabe sí, por cuya mano se dexa gouernar.

CARÓN.     ¡O hideputa, qué gentil cardenal! Veamos, ¿muéuele a hazer esso el amor que tiene al Rey de Francia o alguna enemistad que tenga al Emperador?

ÁNIMA.     Al Rey de Francia maldito el amor que tiene, ni aun a hombre del mundo más de quanto piensa aprouecharse a [ ]sí mismo.

CARÓN.     ¿Qué me dizes?

ÁNIMA.     Assí passa.

CARÓN.     Según esso, deue tener alguna enemistad al Emperador que le haze mouer esta guerra.

ÁNIMA.     Dígote que diste en el blanco.

CARÓN.     ¿Tiene alguna causa para ello?

ÁNIMA.     Vna sola.

CARÓN.     ¿Qué?

ÁNIMA.     Que el Emperador es bueno y virtuoso y él al contrario. Y como tú sabes, siempre los malos suelen tener odio a los buenos. Y aun otra cosa hay: que nunca pudo acabar con el Emperador que lo hiziesse papa por fuerça.

MERCURIO.     ¿Cómo? ¿y osaua esse cardenal procurar vna cosa tan infame y abominable como éssa?

ÁNIMA.     ¡Mira si osaua! Y aun de lo que no osa y haze me marauillo.

CARÓN.     Ea, dinos, ¿con q[u]é colora él esta enemistad y guerra que quiere mouer?

MERCURIO.     Déxate desso, Carón, que yo te lo contaré todo por orden. Dime, ánima pecadora, ¿y tú dauas tu voto para que se hiziesse y mouiesse vna guerra tan injusta como ésta?

ÁNIMA.     Sabe dios quánto me pesaua de darlo, mas no podía hazer otra cosa, si yo no quisiera que me echaran del consejo.

MERCURIO.     ¿Por qué?

ÁNIMA.     Porque si contradixera a la voluntad del cardenal, no quedara sólo vn día en el consejo.

MERCURIO.     ¿No te valiera más estar fuera dél por bueno que venir al infierno por malo?

ÁNIMA.     Sí, mas ¿la honrra?

MERCURIO.     Pues quesiste más la honrra del mundo que la vida eterna; acá pagarás tu mala eleción.

CARÓN.     Déxala yr, Mercurio, y comiença tú agora lo del Rey de Ynglaterra.

MERCURIO.     Ya te dixe cómo el año de veinte y dos quando el Emperador passó en España, se concertó con el Rey de Ynglaterra.

CARÓN.     Assí es.

MERCURIO.     Pues este concierto duró hasta que, muerto el Papa Adriano, aquel Cardenal de Ynglaterra hizo mucha instancia al Emperador que mandasse llegar su exército hazia Roma para co[n]streñir y forçar los Cardenales que lo eligessen a él por papa.

CARÓN.     ¿Es possible?

MERCURIO.     Assí passa.

CARÓN.     Agora te digo que andan buenos los Vicarios de Christo si se han de elegir por fuerça de armas.

MERCURIO.     Nunca el emperador lo quiso hazer.

CARÓN.     Buena vida le dé dios.

MERCURIO.     Mira lo que acaeció, que, como el Emperador no lo quiso hazer, el bueno del Cardenal quedó tan injuriado que luego concibió en sí vn pernicioso odio contra el Emperador, diziendo que él haría que se arrepintiesse de no hauerlo hecho, aunque se deuiesse perder todo el Reyno de Ynglaterra.

CARÓN.     ¿Qué me dices? ¿Ay tal cosa en el mundo? Y esse Rey de Ynglaterra, ¿no tiene mala vergüença de dexarse gouernar de vn hombre como ésse?

MERCURIO.     No le deue conoscer.

CARÓN.     Y todo aquel reyno, ¿no exclama?

MERCURIO.     No ay quien ose hablar.

CARÓN.     Harta mala ventura tienen el Rey y el reyno.

MERCURIO.     Luego començó este cardenal a entender en tramas con franceses para romper el amistad del Emperador. Y después de hauerla en diuersas cosas rompido, a la fin concertó su Rey con franceses el año de quinientos y veinte y cinco, estando el Rey de Francia preso en España. Y después desto, quando el Rey de Francia fue suelto y començó de hazer guerra al Emperador, el Rey de Ynglaterra pública y secretamente le ayudaua con dineros a entretenerla.

CARÓN.     Cata, que me dizes vna cosa monstruosa. Veamos esse Rey de Ynglaterra, ¿no se llama defensor de la fe? ¿Y cómo ayudaua al que tan descaradamente la hauía rompido?

MERCURIO.     Pues aun más hay, que luego como se supo lo que hauía passado en Roma, pareciéndole a aquel Cardenal que tenía ocasión para hazer que se declarasse su Rey por enemigo del Emperador, passó luego en Francia a procurar de concertar la guerra contra él, y por dar algún color a lo que pensaua hazer, ordenó que los embaxadores de su Rey ynstassen con el Emperador que atendiesse a la paz con el Rey de Francia, y el Emperador a veinte días de julio de MDXXVII. Les respondió que per amor del Rey de Ynglaterra él era cont[ ]ento de sobreseer la restitución del ducado de Borgoña en que estaua toda la dificultad, y tomar por el rescate de los hijos del Rey de Francia que tenía en su poder, y en recompensa de los gastos que por hauer el Rey de Francia rompido su fe, le hauía conuenido hazer la summa de dos millones de ducados que él mismo hauía ofrecido al viso[r]Rey de Nápoles con condición que en lo demás se cumpliesse la capitulación de Madrid. Y aun demás desto, dixo que por amor del Rey de Ynglaterra sería también contento si él assí lo quisiesse, de dexar parte de lo que el mismo Rey de Francia hauía ofrecido. Mas como aquel Cardenal hauía ya determinado de reboluer la christiandad, ninguna ympressión hizieron las justificaciones y graciosas respuestas del Emperador. Antes no embargante esto, ni la carta del Emperador que te he leýdo, tan amorosa, tan humana, tan sancta, y tan cathólica, a la qual nunca quisieron responder, siguiendo su mala intentión y propósito, se concertaron de començar la guerra esta primavera contra el Emperador, por tener mejor tiempo para executar lo que hauían pensado.

CARÓN.     Cata, cata, Mercurio. ¿Tú no miras quál viene aquel monstruo[?]

MERCURIO.     Deue ser algún tyrano, aunque ya todos se llaman Reyes.

CARÓN.     Veamos qué nos dirá. ¿Dónde vas, ánima?

ÁNIMA.     A la barca.

CARÓN.     Dinos primiero, ¿quién eras?

ÁNIMA.     Rey de los Gálath[a]s.

CARÓN.     Veamos, éssos, ¿no son christianos?

ÁNIMA.     Sí que son christianos.

CARÓN.     Pues, ¿cómo se dexauan gouernar de vn infiel como tú?

ÁNIMA.     ¿A qué llama[s] infiel? ¿Sabes si me enojo?

CARÓN.     Cierto, tú no pareces otra cosa sino puro infiel.

ÁNIMA.     Bien estás en la cuenta; dígote que fui más que christiano.

CARÓN.     Antes creo que no tenías señal de christiano. Si no, spera, tomarte he cuenta de cómo gouernaste tu reyno.

MERCURIO.     Déxalo yr ya. Yo conozco esse mostruo. Dezirte ha mill desuaríos.

CARÓN.     Spera vn poco, Mercurio, ten paciencia, y verás si sé yo qué cosa es ser príncipe.

MERCURIO.     Sea como tú quisieres.

CARÓN.     Veamos, ¿tú pensauas que eras Rey para prouecho de la república o para el tuyo?

ÁNIMA.     ¿Quién es Rey sino para su prouechio?

CARÓN.     A la fe hermano, el que piensa ser Rey para su prouecho y tiene más cuidado de lo que cumple a sí mesmo que a la república, aquel tal no es Rey sino tyrano. Dime, ¿cómo administrauas tu Reyno?

ÁNIMA.     Yo nunca entendía en nada desso. Allá lo tenía encomendado a los de mi consejo.

CARÓN.     Y tú, ¿nunca te juntauas con ellos a ver y entender lo que hazían?

ÁNIMA.     Algunas vezes, mas, pocas, y éssas más por el dezir de la gente que porque yo entendiesse en lo bueno ni remediasse lo malo que ellos hazían.

CARÓN.     Pues, dígote de verdad que tu principal exercicio hauía de ser gouernar bien tus súbditos.

ÁNIMA.     ¿No basta que algunas vezes estaua en consejo de estado?

CARÓN.     ¿Qué tratáuades en esse consejo?

ÁNIMA.     De aumentar mi señorío, juntando a él otras tierras.

CARÓN.     Y parécete que era mejor aumentar tu señorío q[u]e bien gouernar el que ya posseías? ¿No sabías administrar el tuyo y querías conquistar los agenos? ¿Qué medio tenías para conquistar?

ÁNIMA.     Guerra.

CARÓN.     ¿Guerra? ¿Qué me dizes?

ÁNIMA.     Assí passa.

CARÓN.     Veamos, los príncipes, ¿no fueron instituídos por amor del pueblo?

ÁNIMA.     Assí lo dizen.

CARÓN.     Y tú vsauas de tu señorío como si el pueblo fuera instituido por amor de ti y llamáuaste christiano y mouí[a]s guerra por aumentar tu señorío, teniendo exemplo de príncipes gentiles que se mataron a sí mesmos por cuitar la guerra que por su causa se armaua contra sus súbditos.

ÁNIMA.     A la fe, en esto ya pocos hallarás que no viuan como yo viuía.

CARÓN.     ¿En qué te exercitauas?

ÁNIMA.     En jugar, caçar, burlar y andar entre mugeres.

CARÓN.     Y cómo, ¿no te bastaua tu muger?

ÁNIMA.     Sobráuame si yo me quisiera contentar, mas, si alguna vez me enamoraua, fuesse de donzella o de casada, por fuerça o de grado, hauía de gozar della.

CARÓN.     ¡O qué vergüença! Veamos, ¿no ay ley que castigue los que esso hazen?

ÁNIMA.     Sí ay, mas la ley no comprende al Rey.

CARÓN.     Dizes la verdad, porque el Rey deuría ser tan justo, tan limpio, y tan sancto, y tan apartado de vicios, que aun en vn cabello no rompiesse la lei, y por esso dizen que ella no le comprehende, mas el que viue como tú hazías, muy más grauemente deuría ser castigado de lo que la ley manda, porque assí como el buen Rey haze mucho fructo con su exemplo, y, por tanto, deue ser de sus súbditos muy amado, y en más tenido y estimado, assí el malo haze mucho daño con el mal exemplo, y deue, por tanto, ser de los suyos aborrecido, castigado, y aun del reyno priuado.

ÁNIMA.     Buen medio tenía yo para guardarme desse inconueniente.

CARÓN.     ¿Qué?

ÁNIMA.     Tenía mis súbditos en tanto temor y tan amedrentados que no osauan rebollirse, quanto más leuantarse contra mí, por malo que yo fuesse.

CARÓN.     Esso era pura tyranía.

ÁNIMA.     Llámala tú como quisieres, que yo no hallé otro remedio para mantenerme en mi reyno y hazer lo que yo quería.

CARÓN.     Pues malauenturada de ti, ¿pensauas que tu vida y que tu tyranía hauían de durar para siempre, pues conoscías quánto es frágil y breue la vida humana, y que de tus obras malas y buenas hauía de quedar perpetua memoria? ¿No te valiera más hauer gouernado tus súbditos con amor y que después de tus días se dixera de ti lo que se dize de aquel emperador Trayano, de Marco Antonio Aurelio, y Alexandro Seuero, que no lo de Calígula, Nerón y Heliogábalo? ¿No te valiera más que tu nombre fuera a los oýdos de los hombres agradable, que no hauer viuido de tal manera que de ti para siempre quede en boca de la gente abominable relación, y a ti de hauer viuido tan mal vn perpetuo remordimiento de consciencia más graue que quantos tormentos ay en el ynfierno? No sé cómo se puede sufrir entre los hombres vna tan graue pestilencia[.]

AN[.]     Tarde vienes con tus reprehensiones.

CARÓN.     Pues, d[im]e, ¿qué gente tenías cabe ti?

ÁNIMA.     De todos, malos y buenos.

CARÓN.     ¿Cómo los tratauas?

ÁNIMA.     A los malos trataua bien y hazía mercedes, y a los buenos no quería ver ni hablar.

CARÓN.     Mala señal era éssa, quanto que en esto bien dauas a conoscer que eras tú malo.

ÁNIMA.     Diga cada vno lo que quisiere, que esto me estaua a mí bien.

CARÓN.     ¿Por qué?

ÁNIMA.     Porque los buenos nunca me hazían sino ladrar a las orejas, diziendo que trataua mal mis súbditos y que no hazía lo que deuía, y por esto los tenía aborrecidos. Los otros nunca me dezían cosa que me pesasse, mas todo lo que hazía, aunque fuesse lo peor del mundo, lo aprouauan ellos por muy bueno. ¿No querías pues que yo hiziesse fauor y mercedes a estos tales?

CARÓN.     No, por cierto, porque el príncipe mucho más se deue holgar con quien le reprehende que no con quien le lisongea. ¿Heziste algunas leyes?

ÁNIMA.     Yo no; los del mi consejo hazían algunas[.]

CARÓN.     Y en ellas, ¿a qué tenían respecto?

ÁNIMA.     ¿A qué lo hauían de tener sino a augmentar las penas que se aplicauan a mi fisco, en que yo solía hazer a ellos mercedes?

CARÓN.     El buen príncipe quando haze las leyes no deue tener respecto en manera alguna a su prouecho ni a la auaricia ni ambición de los que cabe sí están, sino sólo al bien de la república. Y demás desto, deue estar muy sobrel auiso de no hazer mercedes a los juezes en las condenaciones, porque harán como el viñandero, que se esconde porque alguno venga y se coma las vuas y después llegue él y le haga pagar la pena, porque las vuas no son suyas y la pena sí. De manera que buscando su prouecho son causa del daño del príncipe y del pueblo. Dime, ¿tenías muchos amigos?

ÁNIMA.     Antes muy pocos.

CARÓN.     Y a essos pocos, ¿teníasles buena amistad?

ÁNIMA.     Quando me cumplía.

CARÓN.     ¿Guardauas la fe que les dauas?

ÁNIMA.     Mientra que me estaua bien guardarla, la guardaua y quando no, nunca faltaua algún achaque con que romperla.

CARÓN.     ¿No tenías desso mala vergüença?

ÁNIMA.     ¿Por qué? ¿No dixo aquel Julio César, ius iurandum violandum est, regnandi causa violandum est[?]

CARÓN.     Julio César era gentil, y tú dizes que eras más que christiano. Y aun essa sentencia de gentil, como iniqua y mala, fue por gentiles reprouada, pues, ¡quánto más la deuríades reprouar los que os llamáis christianos!

ÁNIMA.     Repruéuela quien quisiere, que ya entre christianos no se vsa otra cosa.

CARÓN.     Bien lo creo entre Ruynes christianos. Veamos, y tus rentas ¿en qué las gastauas?

ÁNIMA.     En hazer guerra.

CARÓN.     De manera que el proprio sudor del pueblo conuertías tú en su destrución. ¿Hazías algo por amor de dios?

ÁNIMA.     ¡Mira si hazía!

CARÓN.     ¿Qué?

ÁNIMA.     Guerra contra los turcos.

CARÓN.     ¿De qué manera?

ÁNIMA.     Haziéndoles todo el mal que podía.

CARÓN.     ¿Y cómo pensauas tú hazer seruicio a dios en esso? ¿Tú no veí[a]s que quanto más mal hazías a los turcos más odio cobrauan ellos contra Jesuchristo y más obstinados estauan en su opinión?

ÁNIMA.     Pues, ¿cómo querías tú que los hiziéssemos tornar christianos?

CARÓN.     Quando tú houieras tan bien gouernado tus reynos que los tuuieras en mucha paz y sossiego y que tú y ellos viuiérades ya como buenos christianos, estonces fuera bien que procuraras de conuertir los turcos, primero haziéndoles muy buenas obras para attraerlos a la fe con amor, como hizieron los apóstoles que predicaron la doctrina de Jesuchristo, y después, si por amor no se quisieran conuertir y pareciera cumplir a la honrra de Christo procurar de hazerlos conuertir por fuerça, estonces lo hauías de hazer con tanta moderación, que los turcos conoscieran que no les hazían guerra por señorearlos ni por robarlos, mas solamente por la salud de sus ánimas. ¿Mira tú agora si lo heziste assí?

ÁNIMA.     Ni lo hize yo assí, ni nunca hombre me consejó que lo deuía hazer.

CARÓN.     Pues créeme tú a mí, que de otra manera antes os tornaréis vosotros peores que turcos que tornar los turcos christianos. Mira agora quán gran seruicio hazía tú a dios en hazer guerra a los turcos.

ÁNIMA.     Bien creo yo que dizes verdad, más j[u]ntamente con hazer seruicio a Dios quería yo aprouecharme, acrescentando mi señorío en las tierras que tomasse a los turcos.

CARÓN.     Dessa manera más te mouía tu interesse particular que la ho[n]rra de Jesuchristo.

ÁNIMA.     No te lo puedo negar.

CARÓN.     ¿Qué más hazías?

ÁNIMA.     Edifiqué muchos templos y monasterios.

CARÓN.     Si el dinero que en esso gastaste ganaras con el trabajo de tus manos, pudiérate aprouechar, mas tú hurtauas el puerco, y dauas los pies por dios. Fatigauas con exaciones indeuidas tus súbditos y después pensauas aplacar a dios con edificar templos.

ÁNIMA.     Mi confessor me dezía siempre que con aquello me yría a paraýso, aunque en lo demás gozasse muy libremente de mis vicios.

CARÓN.     Quiça le cumplía a él dezirlo assí. Veamos, ¿nunca te reprehendía tus vicios?

ÁNIMA.     Reprehendíame aquellos que él mesmo conoscía tener yo voluntad de dexar, y por los otros passaua muy liuianamente por no descontentarme.

CARÓN.     ¡O qué pestilencia! ¿Rezauas?

ÁNIMA.     Las horas de Nuestra Señora.

CARÓN.     ¿Entendíaslas?

ÁNIMA.     Ni aun sabía lo que me dezía.

CARÓN.     ¿Cómo?

ÁNIMA.     Porque aunque las entendiera, jamás podía acabar conmigo de estar atento a ello.

CARÓN.     Pues, ¿de qué te aprouechaua tu rezar?

ÁNIMA.     Por cierto, yo no lo sé.

CARÓN.     ¡Mira qué ceguedad! Que pensasses tú hazer seruicio a dios haziendo lo que no era de tu oficio, ensartando psalmos sin saber lo que te dezías, dexando de hazer lo que eras obligado por razón de tu oficio.

ÁNIMA.     ¿A qué llamas oficio? Sé que yo Rey era, que no oficial.

CARÓN.     Si piensas que ser Rey es otra cosa que oficio, estás engañado. Dígote de verdad que ser Rey no es sino oficio, y aun muy trabajoso.

ÁNIMA.     ¡Oxalá pudiesse yo tornar a esse trabajo!

CARÓN.     Por cierto, tú tienes vn ruin desseo. Ea, dime, ¿cómo moriste?

ÁNIMA.     No sé qué enfermedad se me recretió de mis trauessuras de mancebo de que morí medio desesperado.

CARÓN.     De tal vida como tú me has contado no se podía esperar otro fin. ¿Tú creías que hauía dios?

ÁNIMA.     Sí.

CARÓN.     ¿Creýas que hauía ynfierno y paraíso y que en el ynfierno hauían de ser los malos castigados y en paraýso los buenos galardonados?

ÁNIMA.     Todo esso creya.

CARÓN.     Pues, malauenturado de ti, creyendo todo esto, ¿viuías como si ninguna cosa dello creyeras?

ÁNIMA.     Fiáuame en las bulas y confessionarios, indulgencias, y perdones que los papas me tenían concedido y tanbién en la misericordia de dios.

CARÓN.     ¿Parécete que sería misericordia perdonar tan grandes ma[l]dades como las tuyas, hechas y cometidas a sabiendas? Antes, porque es dios misericordioso quiere que tú y los a ti semejantes seáis muy rigurosamente castigados, porque tratáis mal aquel pobre pueblo christiano por cuyo bien fuistes vosotros reyes insti[t]uídos. ¿No te pareciera crueldad si dexaras de castigar vn público ladrón, salteador de caminos y capeador?

ÁNIMA.     Sí, por cierto.

CARÓN.     Pues la mesma sería si dios dexasse de castigar a ti, peor que ladrón, capeador, y salteador de caminos[.] ¡O desdichado de ti! Aunque no creyeras que hauía dios, ni paraýso, ni infierno, sólo por huýr la fama que dexas en el mundo te hauías de apartar de tan mal vivir. Anda, pues, monstruo maldito, que acá te bezarán cómo se deuen tratar los súbditos y gouernar los reynos. Torna tú, Mercurio, a tu historia.

MERCURIO.     Determinados los Reyes de Francia Inglaterra de hazer guerra al Emperador por tenerlo siempre en necessidad, esperando que viniesse la primavera, sin hauer consideración a la honrra de dios ni al bien de la república, embiaron vn nueuo exército en Italia, diziendo que iuan a libertar al Papa.

CARÓN.     Ya el Emperador, ¿no les hauía scrito que le embiassen su parecer de lo que deuía hazer en esso del Papa?

MERCURIO.     ¿No te digo que lo dissimulauan por tener achaque para exercitar su mal propósito y por descuydar al Emperador para que no proueyesse a las cosas de Italia[?] Pues juntamente con embiar su exército embiaron nueuos embaxadores a España, porque tratando de la paz touiessen al Emperador descuy[d]ado, como siempre suelen los franceses artizar, que estonces se muestran más desseosos de la paz quando más se aperciben para la guerra, por tomar desproueídos a sus contrarios.

CARÓN.     No es ésse mal ardid de guerra.

MERCURIO.     Dizes la verdad, para los que a su fe tienen perdida la vergüença. Passado el exército de franceses en Italia, como el exército del Emperador estaua todavía en Roma, medio amotinado, sin querer abaxar en Lombardía, los franceses tomaron la ciudad de Génoua y començaron a ganar tierra en el estado de Milán. En este medio los embaxadores de Francia Inglaterra que eran venidos a tener en palabras al Emperador en Palencia, después de diuersas comunicaciones y dilaciones en que los franceses andauan por descuidar más al Emperador, vinieron en esta conclusión, que se quitasse de la capitulación de Madrid el capítulo que habla de la restitución de Borgoña, quedando su derecho a saluo al Emperador, y que el Rey de Francia le pagaría por su rescate dos millones de ducados de oro, de los quales se descontasse lo que el Emperador deuía, de dineros prestados, al Rey de Inglaterra, y que demás desto, el Rey de Francia conforme a la dicha capitulación de Madrid tomaua a su cargo de pagar al mismo Rey de Inglaterra lo que le deuía el Emperador, por razón de la ind[e]mnida[d] que le prometió passando por Inglaterra.

CARÓN.     ¿A qué llamas indemnidad?

MERCURIO.     ¿No te acuerdas que te dixe que el Emperador prometió al Rey de Inglaterra que le pagaría lo que le pagaua el Rey de Francia hasta que se tornasse a concertar con él o ganase equiualente recompensa en Francia?

CARÓN.     Sí que me acuerdo.

MERCURIO.     Pues a esto llaman indemnidad, como quien dize, librarlo del daño que de mostrarse enemigo del Rey de Francia se le seguía.

CARÓN.     Ya lo entiendo.

MERCURIO.     Allende desto, prometieron los franceses que antes de entregárseles los rehenes, restituyrían el estado de Génoua como era antes de ocupado, y tanbién lo que más houiessen ocupa[do] en Italia, conforme al capítulo segundo de la capitulación de Madrid.

CARÓN.     Luego, ¿por qué auían embiado el exército si pensauan restituir lo que tomassen?

MERCURIO.     ¿Restituir? Nunca tal cosa les passó por pensamiento. ¿No te digo que no lo hazían sino por entretener en pláticas al Emperador[?] Allende desto, quanto al estado de Milán, el Emperador ofreció que nombraría juezes sin sospecha para que viessen de derecho lo que se deuía hazer, y que si ellos declarassen estar el Duque Sforza sin culpa, el Emperador lo restituiría en su estado y le daría la inuestidura dél, y si fuesse por ellos condenado, quería el Emperador vsar y disponer de aquel estado de Milán a su voluntad, y como el derecho le otorga y que en todo lo demás, excepto algunas cosillas de poca importancia se guardasse lo capitulado de Madrid. Con esto pensauan ya el Emperador y los de su parte que tenían la paz fecha. Mas quando llegaron al atar de los trapos dixeron los franceses que ellos no tenían poder para concluir, y fue menester que tornassen a embiar a Francia todo lo platicado para ver si su Rey quería passar por aquellas condiciones o no. Con esta conclusión, hecha a los quinze de setiembre del año passado de quinientos y veinte y siete, esperando la respuesta, se vino el Emperador a Burgos, y los embaxadores de Francia Inglaterra lo entretenían siempre, diziendo que cada día esperauan la respuesta. Otras vezes dezían que el Rey de Francia hauía embiado a consultar con el Rey de Inglaterra la plática, y que no podía mucho tardar la respuesta. Y todo esto hazían porque el Emperador se descuidasse en proueer de remedio a las cosas de Italia, con esperança que le harían restituir todo lo que allá houiessen tomado, como hauían prometido; y ellos en este medio iuan ganando siempre tierra, y tomaron Alexandría, Pauía y otros lugares del estado de Milán.

CARÓN.     Aýna me harías enojar. ¿Cómo? ¿que en tanto tiempo no conoscía el Emperador el enga[ñ]o?

MERCURIO.     El que no sabe engañar tarde presume que otros le engañen. Y por dezirte la verdad, yo creo que se fiaua del Rey de Inglaterra.

CARÓN.     Désse me fiara yo menos, teniendo cabe sí aquel Cardenal.
 

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Miguel de Cervantes

La versión digital de este texto de Alfonso de Valdés, Diálogo de Mercurio y Carón (1530?), ha sido preparada por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Lo colocamos aquí con su autorización. la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes es el proyecto más ambicioso en Internet sobre las letras españolas.
    
© José Luis Gómez-Martínez
Nota: Esta versión electrónica se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso correspondan.

 

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