Historia del Partido Comunista de España 1960

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Capítulo tercero
La guerra nacional revolucionaria

Forjando la resistencia

El «putch» y la falta de energía del Jefe del Gobierno para reprimirlo, confirmaban la razón que asistía al Partido para exigir un cambio de política especialmente en lo referente al [164] orden interno. Pero ese cambio era necesario realizarlo sin romper la unidad. Para ello el Partido confiaba, sobre todo, en la conciencia y presión de las masas y apeló a ellas convocando mítines y manifestaciones en toda la zona republicana para explicar al pueblo su posición en todos los problemas relativos a la guerra y a la reconstrucción del país.

«Queremos que seáis vosotros, el pueblo, ante la situación por la que atraviesa España, el que juzgue, el que determine sobre la justeza de la línea política de nuestro Partido... queremos también que seáis los que juzguéis los actos de los demás»,

dijo José Díaz en el gran mitin celebrado en Valencia el 9 de mayo de 1937.

Claramente expuso José Díaz ante las masas la verdad de la situación del país y condenó la política y la actividad de la fracción antiunitaria del Partido Socialista que detentaba en aquel momento la dirección del Gobierno.

Seis días después, al no aceptar Largo Caballero la reiterada propuesta del Partido de cambios en la política gubernamental, los ministros comunistas presentaron la dimisión y se retiraron de la reunión del Consejo de Ministros. Su ejemplo, seguido por la mayoría de los ministros, obligó a Largo Caballero a declarar en crisis al Gobierno y a presentar su dimisión, no sin haber intentado antes la constitución de otro sobre una base sindical.

En su comunicado acerca de la crisis, el PCE reclamaba la formación de un Gobierno del Frente Popular que acelerase el cumplimiento de las condiciones de la victoria y que de un modo inmediato cumpliese las siguientes: El ejercicio de la dirección democrática de la vida del país por medio de la resolución colectiva de todos los problemas importantes en el Consejo de Ministros; el normal funcionamiento del Consejo Superior de Guerra; la reorganización del Estado Mayor Central y del Comisariado. El Partido no se oponía a que Largo Caballero estuviera al frente del nuevo Gobierno, pero pedía que dedicase su atención exclusivamente a los problemas de la dirección general del país y era opuesto a [165] que continuase desempeñando la cartera de Defensa, pues ello supondría la continuación de su política. El Partido consideraba, además, que los hombres designados para los cargos de ministros de Defensa y Gobernación deberían gozar de la confianza de todos los partidos representados en el Gobierno. La actitud del Partido ante la crisis atestiguaba que su preocupación fundamental era el mantenimiento de la unidad antifascista en aras de la defensa de la República.

Largo Caballero quiso formar un nuevo Gobierno... sin comunistas. La unidad de acción establecida entre los Partidos Socialista y Comunista actuó en sentido de rechazar ese intento.

La Dirección del Partido Socialista declaró «la imposibilidad de dirigir el país sin el Partido Comunista o contra él» y que, por ello, tampoco los socialistas participarían en el Gobierno si los comunistas no lo hacían. Largo Caballero tuvo que declinar el encargo de formarlo, y el 18 de mayo Negrín constituyó un Gobierno que tenía la siguiente composición: 3 socialistas, 2 comunistas, 2 republicanos, 1 nacionalista catalán y 1 nacionalista vasco.

La formación de ese Gobierno era una victoria de la política de Frente Popular.

Caballeristas y anarquistas negaron todo apoyo al Gobierno, pero su negativa actividad antiunitaria y anticomunista sólo servía para hacerles perder con rapidez su prestigio y autoridad ante las masas obreras.

La creación del Gobierno Negrín fue un nuevo golpe a la política disgregadora de los caballeristas y abrió nuevas perspectivas al fortalecimiento de la unidad obrera. El Pleno del Comité Nacional de la UGT que, a petición de la mayoría de las Federaciones, se reunió a fines del mes de mayo, condenó la actitud de la Comisión Ejecutiva que durante la crisis había apoyado las maniobras de Largo Caballero.

El Comité Nacional tomó una serie de resoluciones que implicaban la desautorización de la política antiunitaria de Largo Caballero y el apoyo de las masas ugetistas a la política de unidad de los partidos obreros. El Pleno condenó terminantemente el «putch» de mayo, se pronunció por la completa ayuda de, la UGT al Gobierno Negrín y «por el mantenimiento [166] de las tradicionales relaciones con el PSOE y el establecimiento de lazos fraternales con el Partido Comunista de España».

Parte de las masas proletarias de la CNT, sobre todo las que combatían en los frentes, mostraba cada vez más claramente su desacuerdo con la política antiunitaria de sus dirigentes. La presión de esas masas, el fracaso del intento de oponerse por la violencia al Gobierno de la República y la labor del Partido en pro de un acercamiento con la CNT propiciaron una evolución de ésta.

El Pleno del Comité Nacional de la CNT, del 1 de junio de 1937, se manifestó partidario de la colaboración con el Gobierno Negrín que se vio de este modo reforzado con el apoyo de ambas centrales sindicales.

La flexible y tenaz labor del Partido a favor de la unidad obrera también cosechó éxitos con la formación de nuevos Comités de Enlace. Los anhelos unitarios de los trabajadores socialistas y comunistas eran tan fuertes que en muchos lugares comenzó un movimiento de fusión de los dos partidos en escala local. Recogiendo este ambiente nuestro Partido propuso a la Comisión Ejecutiva del PSOE pasar a formas de unidad más elevadas.

La tarea fundamental del segundo Pleno de guerra del Comité Central del Partido, celebrado en Valencia, del 18 al 20 de junio de 1937, fue precisamente sentar las bases para la formación del Partido Único, del Proletariado. Por imperativo del desarrollo mismo de la situación –decía el informe que presentó al Pleno Dolores Ibárruri:

«se ha llegado a un momento en que es necesario dejar de hablar ya de fusión para llegar rápidamente a realizarla».

La unidad política del proletariado en un solo Partido constituiría la base firme de la unidad de todo el pueblo español. El Partido Único, resaltaba el informe, debería defender, no sólo los intereses corporativos o gremiales de tal o cual organización, sino los intereses de la clase obrera de las masas campesinas, de la pequeña burguesía urbana, de las clases populares. [167]

Dolores Ibárruri destacó las bases programáticas para asentar el Partido Único, que debía inspirarse en la teoría marxista-leninista.

Nuestro Partido consideraba que la tendencia anarquista unitaria y opuesta al apoliticismo también tenía su puesto en el Partido Único. El informe decía textualmente:

«Este Partido Único podrá así continuar la tradición del Partido Socialista Obrero Español, la corriente revolucionaria del anarquismo y la tradición del Partido Comunista, forjado en la teoría y la práctica del marxismo».

El Pleno tomó la resolución de encargar al Buró Político que se pusiera en relación inmediata con la Comisión Ejecutiva del Partido Socialista Obrero Español, a fin de examinar en común la base programática y táctica y las modalidades prácticas para la realización más rápida posible de la fusión de los dos partidos obreros.

Millares de obreros socialistas saludaron con entusiasmo las resoluciones del Pleno, que fueron refrendadas en numerosos actos públicos. Los dirigentes socialistas hicieron en ellos encendidas declaraciones unitarias. El 27 de junio, en Madrid, Ramón Lamoneda, Secretario del PSOE, dijo en nombre de la Ejecutiva de su Partido:

«En el deseo ferviente de unidad nos acompaña el ciento por ciento de los socialistas españoles... ayer y hoy y siempre, el Partido Socialista marchará de acuerdo con la Dirección del Partido Comunista en la defensa tesonera de un concepto político de la dirección del proletariado».

No obstante sus afirmaciones en pro de la unidad, la Ejecutiva del Partido Socialista se opuso tenazmente a marchar hacia la creación del Partido Único del Proletariado. Pero no podía enfrentarse abiertamente con la voluntad de las masas, que abogaban por tal creación porque comprendían que ella centuplicaría las energías de la clase obrera y el Frente Popular e impulsaría la lucha antifascista en general. La Dirección del Partido Socialista hablaba de «unificación [168] futura» porque, como con bastante claridad expuso Lamoneda, en la reunión que aquélla celebró en julio de 1937, ésa era la única forma de contener el paso de las masas del PSOE al PCE. Algunos de estos dirigentes comprendían, también, que sin la acción unida de ambos partidos no sería posible obtener la victoria.

La lucha del Partido por la formación del Partido Único del Proletariado que, en verdad, no cesó hasta el final de la contienda, tuvo su expresión práctica más saliente en la adopción, el 17 de agosto de 1937, del Programa de acción conjunta de los Partidos Socialista y Comunista. Comprendía el Programa los siguientes puntos: 1) Reforzamiento de la unidad combativa del Ejército de la República. II) Potente industria de guerra. III) Concurso activo para la organización de los trabajos de fortificación y la construcción de refugios para los combatientes y para la población civil. IV) Contribuir activamente a la organización y funcionamiento rápido de los transportes al servicio de los frentes y del Ejército, mediante una política consecuente de obras públicas, sobre la base de construcción de nuevas carreteras y ferrocarriles, estratégicos, de reparación de carreteras deterioradas y reposición de material. V) Coordinación y planificación de la economía por medio de la creación de un Consejo Nacional de Economía. VI) Política práctica de mejoramiento sistemático y serio de la situación material de las condiciones de trabajo, de existencia y culturales de la clase obrera rural y urbana, VII) Política agraria de intensificación de la producción agrícola y de reforzamiento de la unidad del proletariado urbano y rural, de los campesinos trabajadores, no solamente en todo el período de guerra, sino también después de la victoria. VIII) Política de guerra y avituallamiento que asegurase el de los combatientes y el de la población civil. IX) Reconocimiento y respeto de la personalidad jurídica e histórica de Cataluña, Galicia y Euzkadi, que asegure en esta forma la unión estrecha y fraternal de todos los pueblos de España contra el enemigo común: el fascismo español e internacional. X) Política tendente a hermanar las buenas relaciones de ayuda con la pequeña-burguesía industrial y comercial. XI) Orden público riguroso en todo el territorio de la República. XII) [169] Fortalecimiento del Frente Popular. XIII) Unidad sindical. XIV) Unidad juvenil. XV) Unidad internacional. Lucha conjunta de los Partidos Socialista y Comunista en pro de la acción común de la II y III Internacionales y de la Federación Sindical Internacional para cortar los manejos criminales del fascismo. XVI) La defensa de la Unión Soviética.

En las «instrucciones finales» del Programa, el Comité Nacional de Enlace exponía que sobre la base de estos puntos cada Comité debía establecer otro programa de acción conjunta acerca de los problemas de carácter local y provincial. Las minorías de ambos Partidos en el Parlamento, en los Consejos Provinciales y locales, los grupos sindicales y las fracciones en los lugares de trabajo debían establecer la más estrecha relación para realizar el Programa, para resolver, en su espíritu, los problemas que se presentaran. La Prensa de los dos Partidos y los militantes que interviniesen en actos públicos deberían explicar y defender el Programa. El importante documento lo firmaban por el Partido Socialista Ramón González Peña, Juan Simeón Vidarte, Ramón Lamoneda y Manuel Cordero; y por el Partido Comunista José Díaz, Dolores Ibárruri, Pedro Checa y Luis Cabo Giorla.

El Gobierno Negrín acometió rápidamente el cumplimiento de aquellas medidas que el pueblo y el Partido habían venido reclamando: responsabilidades por los sucesos de mayo, desarme de los elementos incontrolados, establecimiento de un Poder único en todo el territorio republicano y de un mando único del Ejército Popular.

La labor del Gobierno facilitó la realización de una serie de operaciones del Ejército Popular en ayuda del frente Norte donde la situación era grave. La primera de esas operaciones fue la ofensiva de las fuerzas republicanas en el frente del Centro a comienzos de julio. El enemigo no tardó en responder con potentísimos contraataques. La batalla, que se prolongó durante más de veinte días, adquirió proporciones e intensidad extraordinarias. Se la conoce con el nombre de «Batalla de Brunete», pues la conquista de este pueblo por las fuerzas republicanas y los encarnizados combates que luego tuvieron lugar alrededor del mismo, fueron lo más saliente de la operación. [170]

El contingente principal de las fuerzas que habían realizado la ofensiva en el Norte y la ocupación de Bilbao, y otras destinadas a operar en los frentes del Sur, fueron atraídas por la acción republicana al frente del Centro. La ofensiva en el Norte fue detenida y de este modo quedó cumplido el fundamental objetivo de las fuerzas de la República. Sin embargo la operación no tuvo todos los resultados esperados a causa de ciertos errores en la concepción de la misma y de que no se supo aprovechar la ruptura del frente enemigo por Brunete e introducir por esa brecha otras fuerzas que explotaran el éxito inicial.

Los franquistas incrementaron de nuevo sus efectivos en el Norte y, no mucho después, reanudaron sus ataques en ese frente.

El avance en Aragón, a primeros de septiembre de 1937, de las fuerzas republicanas, que tomaron Quinto, Belchite y otros pueblos e hicieron numerosos prisioneros al enemigo, no pudo aligerar, otra vez, la presión franquista en el Norte. La ofensiva de Aragón no alcanzó ese objetivo, entre otras causas porque la falta de reservas operativas de las fuerzas de la República impidió alimentar el ataque y desarrollarlo lo suficiente.

Las unidades fascistas continuaron su avance y coronaron la ocupación de toda la zona industrial del Norte con su entrada en Gijón el 20 de octubre de 1937.

La República sufrió un rudo golpe con la pérdida de aquella base económica y militar.

La lucha del pueblo vasco había proporcionado una experiencia nueva: la participación conjunta en un Gobierno de católicos y comunistas, la lucha común en las trincheras de miles de comunistas y católicos en defensa de la democracia y de la libertad de Euzkadi y de España entera. Este hecho bastaba para echar por tierra las patrañas franquistas que querían presentar la agresión fascista como una «cruzada en defensa de la religión católica», supuestamente amenazada por el comunismo.

En su Tercer Pleno de guerra, celebrado en Valencia, entre los días 13 y 15 de noviembre, el Comité Central del Partido examinó las causas de la pérdida del Norte. Las [171] raíces de la pérdida del Norte arrancaban de la errónea política de guerra de Largo Caballero con su consecuencia de enorme retraso en resolver problemas de tan vital importancia como el de formación de un Ejército Regular, y el de creación de una industria de guerra; y, unido a esto, la actuación negativa y desligada del Gobierno Central, del Gobierno Vasco dirigido por los nacionalistas. A pesar de la potencia del ataque enemigo, el Norte podía haber sido defendido y salvado como Madrid en noviembre de 1936. En Euzkadi existía la base siderometalúrgica más importante de España; existían las principales fábricas de armas de precisión y fábricas de explosivos que, bien organizadas y dirigidas, hubieran podido constituir una potente industria de guerra para toda la República. Y nada se organizó, esperando siempre que Madrid proporcionase armas, justificando lenidades y la falta de actividad militar ofensiva con la carencia de medios. Factor decisivo en la defensa de Madrid fue la acción enérgica de las masas movilizadas por todos los partidos y organizaciones y, en primer término, por el Partido Comunista.

En Madrid, el inmenso trabajo político realizado en el Ejército y en toda la población, se tradujo en la creación rapidísima de un Ejército de tipo regular; en Madrid hablan actuado, con heroísmo admirable y, extraordinaria eficacia, los comisarios políticos. La política de guerra aplicada por los dirigentes nacionalistas vascos, representantes de los grandes industriales, de los grandes capitalistas, separados, en realidad, del verdadero pueblo de Euzkadi que había luchado con heroísmo, era la opuesta a la política aplicada en Madrid. Los dirigentes vascos tenían miedo a una verdadera movilización revolucionaria de todo el pueblo. No había sido introducida modificación alguna en la situación de las masas. Los problemas de la tierra, de los salarios, de incorporación de la mujer a la industria, seguían sin resolver. Ellos consideraban «proselitismo» el trabajo para transformar en Ejército las milicias, no querían que una defensa tenaz pudiera causar desperfectos a sus fábricas; en Bilbao y Santander se prohibían los mítines, en el Norte eran reclutados los comisarios, se amordazaba a la prensa. En la pérdida [172] del Norte, resumía el Partido, había influido decisivamente la política de los jefes nacionalistas vascos.

El Comité Central ratificó en su Pleno la propuesta que el Partido había ya hecho al Partido Socialista y a algunos dirigentes republicanos, acerca de la realización de una consulta al pueblo.

El Partido opinaba que la grave situación por la que atravesaba el país, exigía reforzar la democracia y elevar la participación de las masas en la vida política, haciendo que tanto el Parlamento como los otros organismos representativos, provinciales y locales, reflejasen con mayor exactitud la opinión de la mayoría de los ciudadanos. Opinaba el Partido que esa consulta, en la situación que vivía España, reforzaría el heroísmo de los combatientes de la República y la moral de su retaguardia, tendría gran repercusión en el campo internacional, pues demostraría palpablemente que la República al luchar contra la sublevación fascista cumplía la voluntad del pueblo.

La propuesta del Partido reflejaba el contenido profundamente democrático de su política, su fe en las masas y en su capacidad creadora. La propuesta no fue aceptada por las otras fuerzas políticas.

La caída del Norte hizo pensar a los franquistas que podían terminar rápidamente la guerra a su favor. Pero la República dio pronto otra prueba de su capacidad combativa con la liberación de Teruel por las fuerzas populares, el 21 de diciembre de 1937.

El triunfo de Teruel tuvo gran repercusión nacional e internacional.

Esa victoria, declaraba José Díaz en nombre del Partido en «Mundo Obrero», no era una victoria de éste o el otro partido, sino de todo el pueblo, de toda la España republicana. Había sido conseguida porque supimos organizar un Ejército fuerte, fortalecer nuestra retaguardia y luchar con éxito por la unidad.

El año 1937 se cierra con la conquista de Teruel. El año 1937 constituye en los anales de España y en los de su Partido Comunista, un momento histórico de gran importancia: durante él se reveló plenamente la capacidad del pueblo español para [173] asumir con honor un puesto de combatiente de vanguardia ole la democracia mundial contra el fascismo.

La lucha consecuente y el trabajo político del Partido Comunista por crear y desarrollar las condiciones de la victoria popular, se tradujeron en realidades positivas.

En el orden específicamente militar, fue constituido ya en toda la España republicana el Ejército de tipo regular por el que desde los primeros momentos de la guerra había abogado el Partido. Para proporcionar a ese Ejército y a su retaguardia lo necesario se había dado un impulso importante (aunque sin el ritmo que exigían las circunstancias) a la organización de una economía de guerra; fueron estableciéndose y reforzándose un orden y una disciplina más firmes en la retaguardia de la República. El Ejército Popular, disciplinado, animado de sentimientos democráticos y con un mando único logró ya alcanzar victorias importantes en muchos frentes de combate: en los campos de batalla del Jarama, Guadalajara, Pozoblanco, Brunete, Belchite y Teruel. Todos esos grandes hechos de armas, en los que el pueblo y la República se cubrieron de gloria frente a las fuerzas hitlerianas y camisas negras de Mussolini, quedaron en la Historia ligados a nombres de comunistas.

En el aspecto, tan importante, de la unidad, fueron consignados ya los grandes y fructíferos éxitos logrados por el Partido.

Por último, también en ese período, merced sobre todo a la lucha, al trabajo y a las orientaciones del Partido Comunista, fueron realizadas o coronadas en la zona republicana transformaciones económico-sociales, políticas y culturales profundas, encuadradas en el marco de la revolución democrática que, por desdicha para España, no habían sido acometidas en 1931 por los Gobiernos republicanos-socialistas.

Esas transformaciones constituían la base y el contenido del nuevo régimen que, en el fragor de la lucha, había nacido y se desarrollaba en España: un régimen que abría a la sociedad española una amplia vía de prosperidad y de florecimiento, de paz y democracia. [174]

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  Historia del Partido Comunista de España
París 1960, páginas 163-173