«Fue exactamente hace veinticinco años, en 1974, que comenzaron formalmente los estudios de postgrado en filosofía en la Universidad Central de Venezuela. Los mismos vieron la luz en dos cursos de maestría entre sí independientes y separados, una maestría en Lógica y Metodología y otra en Filosofía de la Historia. La primera fue obra de Juan Nuño, prestigioso ensayista y profundo conocedor de la filosofía analítica; la segunda se debió fundamentalmente a José R. Núñez Tenorio, figura descollante del marxismo académico venezolano de la época. Parece innecesario añadir que el diseño curricular de los cursos reflejaba en la práctica las orientaciones, los intereses particulares y las concepciones filosóficas de sus respectivos mentores.
Formado en la Escuela de Filosofía y profesor de la Universidad Central de Venezuela, desde su cátedra, desde sus ensayos y sus columnas en los principales matutinos nacionales, Juan Nuño siempre orientó su palabra a estrechar la profunda brecha abierta entre nuestras ideas y prácticas. Enteramente convencido de que el sesgo de la vida social y de la acción humana es el impreso al trasluz, grueso, simplificado y difuminado, de abstractas ideas filosóficas, creía firmemente que la tarea del intelectual era la de rastrear, interpretar y hacer manifiestos tales ocultos esquemas. Filósofo a cabalidad, mantuvo siempre una actitud de insobornable desconfianza hacia los sistemas filosóficos, consciente como era de que la percepción de la vida humana es a la vez cosa demasiado preciosa y compleja como para enclaustrarla por entero en abstractas teorías omnicomprensivas. Tal vez por ello fue siempre pensador asistemático. Le horrorizaban los sistemas, los abominables círculos, los cierres perfectos; concebía la filosofía más como una actividad de crítica generalizada e infinita ejercida justamente sobre aquellos sistemas. Por lo demás, profundo era su conocimiento de ellos. Había sido por muchos años profesor de filosofía platónica y aristotélica, y había contribuido a difundir el pensamiento de Heidegger. Había enfrentado con notable acierto algunos temas consagrados de la filosofía universal tales como la fenomenología de Husserl, la gnoseología de Hartmann, las controvertidas relaciones entre los existencialismos de Jaspers, Heidegger y Sartre, la difusión del marxismo escolástico –en especial en Latinoamérica, evidenciando entre otras cosas las limitaciones en sus aplicaciones a las sociedades del Nuevo Mundo.
Por otra parte, si bien en la década de los setenta insistía aún en el análisis de los diversos existencialismos –Heidegger, Buber– y marxismos –Sartre, Lukacs, Althusser–, con la intención manifiesta de mostrar sus incongruencias y traer a la luz las nefastas consecuencias filosóficas, sin embargo Nuño dirigía entonces su interés hacia cuestiones eminentemente epistemológicas, refutando la tesis neopositivista de la unidad del conocimiento y la idea de continuidad entre conocimiento vulgar y científico. Por esa vía el estudio intenso del problema del conocimiento empalmaba con la adhesión a la idea de la necesaria función instrumental de la lógica simbólica en el análisis filosófico, conduciéndole directamente a analizar el aparato de expresión formal, especialmente para disolver el dualismo lógica formal/lógica dialéctica y revisar las críticas marxistas y empiristas a la metafísica, pero también para rechazar sin ambages las opciones suprafilosóficas como el empiriocriticismo de Lenin, el escolasticismo de Rosenthal o la construcción naturalista del marxismo emprendida por Sartre en la Critica de la Razón Dialéctica. Así, cuando en el verano de 1975 se abre la Maestría en Filosofía con mención en Lógica y Epistemología, la concepción curricular del curso reproducía fielmente las ideas filosóficas de Nuño. Asentado en sus primeros semestres sobre las sólidas bases de la lógica matemática y la epistemología científica, el curso abandonaba paulatinamente las certezas para abrirse a las inquietudes filosóficas. (...) En definitiva, puede afirmarse que la estructura de la Maestría en Lógica y Metodología articulaba perfectamente los contenidos problemático-filosóficos de la época. Afianzada en la enseñanza de la lógica y la filosofía de la ciencia, se abría en un abanico de posibilidades de desarrollo que encontraban su implementación en las epistemologías regionales, desde la epistemología de la lógica o la metamatemática hasta la epistemología de la física, la biología o la psicología.»
(Vicenzo Piero Lo Monaco, «Expansión y alternativas de estudio del Area de Filosofía en el postgrado», Akademos (Caracas), año 1, número 1 (junio 1999), págs. 34-37.)
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